Pues sí, estuve en la manifestación de anteayer, no porque tenga una especial querencia por la oposición, sino porque, como en el caso de los comunistas, no tenía más remedio que pasar por allí, en este caso para llegar a mi casa. Sí, podía haber ido por otro camino, es verdad, pero lo cierto es que habitualmente paso por la plaza Pushkinskaya para llegar a casa, y el hombre es un animal de costumbres.
En la plaza se habían convocado dos manifestaciones casi simultáneas. Mirando hacia el Kremlin desde la Tverskaya, a la derecha estaban los comunistas. Ziugánov no ha reconocido los resultados electorales, a diferencia de Zhirinovsky y Mirónov, y sigue todo lo belicoso que le permiten sus menguadas fuerzas. Y que eran menguadas se veía en la manifestación, donde, esta vez sí, había más policías que manifestantes. Pero, como a los rojos los hemos visto bastante en los últimos tiempos, vamos a fijarnos en otros detalles ambientales.
El primer detalle que podemos ver es que los omones también son personas, y que también tienen sus necesidades y su corazoncito. Los muy tunos habían monopolizado la tira de váteres portátiles y ahí estaban, haciendo cola. Obviamente, nadie se acercaba a preguntar quién era el último y a ponerse en la cola, por muy apurado que estuviera.
La manifestación numéricamente más importante tenía lugar a la izquierda, siempre mirando al Kremlin. Si te querías manifestar con los comunistas, lo tenías bastante fácil; pero, si te querías unir a los de la oposición, tenías que pasar por un arco de detección de metales. Y uno comienza a comprender por qué las autoridades insisten en que sólo tengan lugar manifestaciones autorizadas: hace falta una infraestructura específica, en este caso el acordonamiento de la zona, la movilización de un par de centenares de pollos uniformados y con mala leche y el montaje de arcos de detección de metales a tutiplén. Y eso, claro, no se improvisa.
Yo me acerqué con toda la candidez posible en un tipo con la mayor parte de la cara cubierta por prendas negras (hacía un frío del quince), me descubrí la boca y los ojos y le pregunté cómo llegar a la Bolshaya Dmitrovka. Hay que reconocer que el hombre estuvo amable, para lo que es Moscú, y me dijo que tenía que pasar por el detector de metales, pero así, de guay, sin rugir ni nada.
Lo que es el control de metales, flojito de verdad. Yo pité, probablemente porque llevo más metal encima que un heavy con remaches, pero el policía se conformó con hacerme abrir la mochila. La abrí, hizo como que miraba, y me dejó pasar. Esta visto que la consigna no consistía en poner la cosa demasiado difícil.
Una vez dentro, la fauna era mucho más variopinta, y numerosa, que la que seguía a los comunistas. Si entonces la concurrencia consistía en un aluvión de jubilados, de ésos que en España asesoran a los albañiles en las obras, los de la oposición tenía gentes de todo pelaje, o de casi todo. Había jubilados, sí, pero también había jovenzuelos, gentes de mediana edad, gentes con el pelo corto, melenudos... vaya, la gente que te puedes encontrar normalmente por Moscú un día cualquiera, excepto chicas. Creo que ya lo he dicho alguna vez, pero las chicas en Moscú sólo van a las manifas si no son guapas; si son guapas, creo que tienen cosas mejores que hacer y que la agitación política no va con ellas.
No me quedé mucho rato, así que no puedo contar en primera persona cómo terminó la cosa. Sé que hablaron Udaltsov, Yavlinsky, Navalny, Ryzhkov y, sorpresa, Prójorov, que quedó tercero en las elecciones presidenciales y dice que va a formar un partido político. No era la primera vez que participaba en un mitin de la oposición, pero sí la primera que adoptaba un papel tan protagonista.
La parte gamberra la puso, como de costumbre, Limónov, que ya ha dado un paso más y se opone a la propia oposición. Se manifestó sin permiso con algunas decenas de seguidores en la plaza Lubianka y fue detenido, también como de costumbre. Leí en algún periódico español que la manifestación estaba autorizada, pero de eso nada. Es más, el día que le autoricen una manifestación, seguro que Limónov se manifiesta en otro sitio, con tal de llevar la contraria.
Esta vez no fue el único detenido. Las manifestaciones en Moscú, a diferencia de las españolas, no sólo tienen asistencia tasada (en este caso eran diez mil personas), sino que también tienen horario. Obviamente, en algún momento hay que desmontar la parafernalia, y no están las cosas como para pagar horas extras a los omones, que hay crisis. El acto de la oposición no debía terminar más tarde de las diez de la noche. Hasta a Cenicienta le dejaba más tiempo su hada madrina, así que, llegada la hora, un grupo decidió que no se había divertido bastante y quería continuar la fiesta, pero ahí los omones ya se querían ir a su casa y la emprendieron a empujones y, por si acaso, detuvieron un rato a los más sediciosos.
Y ésta es la historia. Ahora me voy a esconder hasta que pase el día de mañana, porque el día de mañana es una de las peores maldiciones que le puede suceder a un humano no babeante en Rusia.
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