Nizhny Nóvgorod es una ciudad de nombre impronunciable para los extranjeros, y en particular españoles, que vienen aquí, incluso a trabajar, sin tener ni pajolera idea de ruso. He oído lindezas como "Nipsi Gólforov" y la última (a mi antiguo jefe Óskarl) fue algo así como "Ninni Gorongoron", que recuerda más a la sabana africana que a la estepa rusa.
En cualquier caso, Nizhny Nóvgorod ("Villanueva de Abajo", literalmente) es una ciudad destacable, relativamente antigua (se la cita por vez primera en 1219) con un kremlin en funciones impresionante, dominando la confluencia entre los ríos Oká y Volga, un centro histórico notable y bastante bien conservado y un hermoso centro de exposiciones proyectado por un español.
La ciudad, que pasa con holgura del millón de habitantes, estuvo cerrada a los extranjeros hasta hace poco tiempo. Entonces se llamaba "Gorki" (en ella nació Maxim Gorki) y cobijaba una impresionante industria militar y aeronáutica, además de ser sede de la fábrica de los nunca bien ponderados automóviles de combate "Volga".
El caso es que, muy a mi pesar, me encuentro en Nizhny Nóvgorod, ya por cuarta vez, y debo reconocer que no muy ilusionado, porque he venido, poco menos que con mi jefe encañonándome por la espalda (la verdad es que he hecho viajes mejores), a hacer algo bastante inútil y me voy a dar una paliza de ida y vuelta en un día. Pero bueno, alguna cosilla se podrá contar de la ciudad.
- Vamos a comer - me dijo mi anfitriona, una muchachita encantadora. Parte de su encanto se debía a que se notaba que no había salido mucho de Nizhny Nóvgorod.
- ¿A dónde?
- Aquí al lado tenemos un restaurante español.
- ¿Si?
- Sí, sí, y es muy bueno.
- Qué barbaridad. En Moscú hay poquísimos restaurantes españoles, y resulta que en Nizhny Nóvgorod hay uno.
- Así es.
- Bueno, pues vamos a verlo.
Con lo cual, en una de las próximas entradas, vamos a inaugurar una nueva sección de la bitácora "Miles Gloriosus": la de crítica gastronómica.
Pero será la próxima semana. De momento, vamos a dejar camino del restaurante a un servidor, a la encantadora muchachita provinciana y a un señor ruso que se fue a España y estaba de paso por allí, y dediquémonos a otra cosa.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 28 de noviembre de 2008
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Causas de muerte en Moscú
En una familia melómana como la mía, últimamente están entrando en casa discos de música clásica con frecuencia desusada. Uno de los que ha entrado es una selección de obras de Mozart, encabezada, por supuesto, por la "Pequeña serenata nocturna". La música les gusta mucho a los niños y, naturalmente, surge el interés por el compositor. El interés, en este caso, es de Ro, en esas conversaciones impagables durante la cena.
- Y Mozart, ¿de dónde era? (I Mozart, ¿d'on era?)
- Mozart era austríaco (Mozart era austriac).
- Ahhh... austríaco (Ahhh... austriac).
- Sí, es un pequeño país en el centro de Europa, que cuando vivió Mozart era muy poderoso (Sí, és un pais chicotet en el centre d'Europa, que quan vivia Mozart era molt poderos).
Ya sabéis que Austria es ese país que ha logrado convencer al mundo de que Hitler era alemán y Mozart austríaco.
- ¿Sí? ¿Y cuándo vivió Mozart? (¿Si? ¿I quan vixqué Mozart?)
- Mozart vivió hace más de dos siglos (Mozart vixqué fa més de dos segles).
- ¿Tanto? (¿Tant?)
- Sí, lo que pasa es que murió muy joven. Ni siquiera había cumplido los cuarenta años cuando murió (Sí, lo que passa és que faltà molt jove. Ni tan sols havia complit els quaranta anys quan faltà).
- ¿Y de que murió? (¿I de que va morir?)
- Bueno... (Voras...)
- ¿Es que estaba en un atasco y estuvo tres días en un atasco y no tenía nada que comer y murió? (¿És que estava en un atasc i estigué tres dies en un atasc i no tenia res de menjar i faltà?)
- Ro, tú vives en Moscú, ¿verdad? (Ro, tu vius en Moscou, ¿veritat?)
- Y Mozart, ¿de dónde era? (I Mozart, ¿d'on era?)
- Mozart era austríaco (Mozart era austriac).
- Ahhh... austríaco (Ahhh... austriac).
- Sí, es un pequeño país en el centro de Europa, que cuando vivió Mozart era muy poderoso (Sí, és un pais chicotet en el centre d'Europa, que quan vivia Mozart era molt poderos).
Ya sabéis que Austria es ese país que ha logrado convencer al mundo de que Hitler era alemán y Mozart austríaco.
- ¿Sí? ¿Y cuándo vivió Mozart? (¿Si? ¿I quan vixqué Mozart?)
- Mozart vivió hace más de dos siglos (Mozart vixqué fa més de dos segles).
- ¿Tanto? (¿Tant?)
- Sí, lo que pasa es que murió muy joven. Ni siquiera había cumplido los cuarenta años cuando murió (Sí, lo que passa és que faltà molt jove. Ni tan sols havia complit els quaranta anys quan faltà).
- ¿Y de que murió? (¿I de que va morir?)
- Bueno... (Voras...)
- ¿Es que estaba en un atasco y estuvo tres días en un atasco y no tenía nada que comer y murió? (¿És que estava en un atasc i estigué tres dies en un atasc i no tenia res de menjar i faltà?)
- Ro, tú vives en Moscú, ¿verdad? (Ro, tu vius en Moscou, ¿veritat?)
lunes, 24 de noviembre de 2008
La celebración (II)
En el capítulo anterior, habíamos presentado a los personajes de la celebración. Se mascaba la tragedia, pero, de momento, sólo se mascaba.
Habíamos dejado el relato en el momento en que Volodya, que tenía que conducir y, por tanto, no pensaba beber, había abandonado este loable propósito al ver inesperadamente su copa llena y, viendo que las copas de los demás comensales estaban también llenas, ya fuera de vodka o de vino, nos hizo levantar para pronunciar un brindis.
- Quiero brindar por nuestro anfitrión, que después de mucho tiempo y mucha obra ha conseguido este estupendo apartamento, en el que esperamos que viva muchísimo tiempo y que lo llene de hijos, en lo que esperamos que estará pensado también nuestra amiga Irina (llamemos así a la esposa de nuestro anfitrión). Y es que es lo único que les falta. Entonces, brindemos por la felicidad de nuestros anfitriones en esta celebración en que ha reunido a sus amigos.
Levantó la copa, todos las chocamos entre todos, y Volodya apuró la suya de un trago. Yo, de momento, me conformé con un sorbito de los que apenas moja el labio. Por suerte, el vodka era bueno, no de los que huelen demasiado a colonia o a alcohol de quemar; de todas maneras, lo acompañé con una selyotka pod shuboy que estaba delante de mi plato diciendo cómeme. Vamos, un arenque algo suavizado con un buen trozo de pan, porque es importante proteger el estómago de los lingotazos de vodka, aunque el lingotazo consistiese en sorber apenas la copa con disimulo.
La conversación no avanzaba después del brindis. Yo intenté ponerme a hablar con Volodya, pero éste no parecía interesado en la conversación y resultaba un poco displicente. Traté de dar conversación a su mujer, pero debió parecerle indecoroso y volvió la cabeza. Me di la vuelta a ver qué decía la vecina de la solución habitacional socialista, pero la verdad es que no había mucho tema de conversación. Con el cubano me parecía maleducado hablar en castellano. La verdad es que la cosa no tiraba para adelante. Entonces entraron otras dos parejas, que ya completaban el número de invitados. Se trataba de un adulto joven, de largas melenas rizadas, y de su mujer, rubia, delgada y con unas ojeras preocupantes; la otra pareja era un hombre de edad parecida al anterior y que debía trabajar en la universidad, pues todos le llamaban "Profesor", y de su esposa, una señora relativamente gris.
No bien hubieron llegado, y como la conversación seguía atascada, Volodya pensó que el mejor lubricante de conversaciones era ese líquido transparente de cuarenta grados. El de los rizos, al que llamaremos Artyom, era de su misma opinión, así que se llenaron las copas y Artyom se levantó.
- Alfor -dijo Volodya, al ver mi copa-, ¿qué haces con la copa llena?
- ¿Está llena? - pregunté, como quien no quiere la cosa.
- Que no la vuelva a ver llena -y me dio un codazo, y no siguió con la murga porque ya Artyom estaba a punto de pronunciar su brindis, así que de momento me libré del asunto.
- Quiero brindar -dijo- por este piso que nuestro anfitrión e Irina han conseguido con tanto esfuerzo, pero que resulta tan amplio, mucho más amplio que el de nuestros amigos de aquí a mi lado (en este momento los dueños de la solución habitacional socialista le lanzaron unas miradas asesinas mientras externamente le reían la gracia), que a ver si consiguen algo un poco más holgado. Yo quería brindar por el piso, por las mujeres que nuestro anfitrión ha logrado reunir, y sobre todo por Irina, que suponemos estará encantada de dar este paso. Y todos esperamos que dentro de poco en este piso también aparezcan los niños que todos esperamos que tengáis.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - gritamos todos, mientras apurábamos las copas. Bueno, la verdad es que yo volví a escaquearme y me mojé los labios. A mi izquierda, Volodya ya debía ir por el tercer chupito, entre brindis y paréntesis entre los mismos. Daba la impresión de que el viaje en coche hasta su dacha había pasado a un segundo plano en su escala de preocupaciones. Al menos con él al volante.
Como la cosa seguía algo mustia, Volodya se volvió a levantar, hizo callar a todos y pronunció otro brindis.
- Pues yo quiero brindar por las mujeres. Y en especial por Irina, que ha llevado al equilibrio a nuestro anfitrión. Y por los niños que esperamos que pronto aparezcan en esta casa. Y... bueno, y... - Volodya parecía haberse quedado sin ideas de repente, pero eso no tenía mucha importancia.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - y las mujeres dieron otro sorbito a sus copas de vino, mientras los hombres, excepto uno, que se estaba arrepintiendo de haber dicho que bebería vodka, habiendo vino, apuraron sus copas de vodka.
Volodya cayó sobre el sofá junto a mí.
- Y ahora, amigo, vas a pronunciar un brindis tú - me dijo Volodya. A todo esto, yo ya había pillado a su mujer echándole vodka en la copa, con lo que no sólo el cubano y el anfitrión le estaban cebando, sino, curiosamente, también su esposa. Su hija parece que no, al menos yo no la pillé.
- ¿Y también debo desearles que tengan muchos hijos?
- Di lo que quieras. Pero tienes que bebértelo todo ¡Todo! ¡Hasta el fondo!
- ¿Fondo? Creo que esa palabra no está en mi vocabulario.
- ¡Hasta el fondo!
Bueno, de ésta no me libraba.
Pero lo del brindis y lo que sucedió despues le toca al siguiente capítulo de la serie.
Habíamos dejado el relato en el momento en que Volodya, que tenía que conducir y, por tanto, no pensaba beber, había abandonado este loable propósito al ver inesperadamente su copa llena y, viendo que las copas de los demás comensales estaban también llenas, ya fuera de vodka o de vino, nos hizo levantar para pronunciar un brindis.
- Quiero brindar por nuestro anfitrión, que después de mucho tiempo y mucha obra ha conseguido este estupendo apartamento, en el que esperamos que viva muchísimo tiempo y que lo llene de hijos, en lo que esperamos que estará pensado también nuestra amiga Irina (llamemos así a la esposa de nuestro anfitrión). Y es que es lo único que les falta. Entonces, brindemos por la felicidad de nuestros anfitriones en esta celebración en que ha reunido a sus amigos.
Levantó la copa, todos las chocamos entre todos, y Volodya apuró la suya de un trago. Yo, de momento, me conformé con un sorbito de los que apenas moja el labio. Por suerte, el vodka era bueno, no de los que huelen demasiado a colonia o a alcohol de quemar; de todas maneras, lo acompañé con una selyotka pod shuboy que estaba delante de mi plato diciendo cómeme. Vamos, un arenque algo suavizado con un buen trozo de pan, porque es importante proteger el estómago de los lingotazos de vodka, aunque el lingotazo consistiese en sorber apenas la copa con disimulo.
La conversación no avanzaba después del brindis. Yo intenté ponerme a hablar con Volodya, pero éste no parecía interesado en la conversación y resultaba un poco displicente. Traté de dar conversación a su mujer, pero debió parecerle indecoroso y volvió la cabeza. Me di la vuelta a ver qué decía la vecina de la solución habitacional socialista, pero la verdad es que no había mucho tema de conversación. Con el cubano me parecía maleducado hablar en castellano. La verdad es que la cosa no tiraba para adelante. Entonces entraron otras dos parejas, que ya completaban el número de invitados. Se trataba de un adulto joven, de largas melenas rizadas, y de su mujer, rubia, delgada y con unas ojeras preocupantes; la otra pareja era un hombre de edad parecida al anterior y que debía trabajar en la universidad, pues todos le llamaban "Profesor", y de su esposa, una señora relativamente gris.
No bien hubieron llegado, y como la conversación seguía atascada, Volodya pensó que el mejor lubricante de conversaciones era ese líquido transparente de cuarenta grados. El de los rizos, al que llamaremos Artyom, era de su misma opinión, así que se llenaron las copas y Artyom se levantó.
- Alfor -dijo Volodya, al ver mi copa-, ¿qué haces con la copa llena?
- ¿Está llena? - pregunté, como quien no quiere la cosa.
- Que no la vuelva a ver llena -y me dio un codazo, y no siguió con la murga porque ya Artyom estaba a punto de pronunciar su brindis, así que de momento me libré del asunto.
- Quiero brindar -dijo- por este piso que nuestro anfitrión e Irina han conseguido con tanto esfuerzo, pero que resulta tan amplio, mucho más amplio que el de nuestros amigos de aquí a mi lado (en este momento los dueños de la solución habitacional socialista le lanzaron unas miradas asesinas mientras externamente le reían la gracia), que a ver si consiguen algo un poco más holgado. Yo quería brindar por el piso, por las mujeres que nuestro anfitrión ha logrado reunir, y sobre todo por Irina, que suponemos estará encantada de dar este paso. Y todos esperamos que dentro de poco en este piso también aparezcan los niños que todos esperamos que tengáis.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - gritamos todos, mientras apurábamos las copas. Bueno, la verdad es que yo volví a escaquearme y me mojé los labios. A mi izquierda, Volodya ya debía ir por el tercer chupito, entre brindis y paréntesis entre los mismos. Daba la impresión de que el viaje en coche hasta su dacha había pasado a un segundo plano en su escala de preocupaciones. Al menos con él al volante.
Como la cosa seguía algo mustia, Volodya se volvió a levantar, hizo callar a todos y pronunció otro brindis.
- Pues yo quiero brindar por las mujeres. Y en especial por Irina, que ha llevado al equilibrio a nuestro anfitrión. Y por los niños que esperamos que pronto aparezcan en esta casa. Y... bueno, y... - Volodya parecía haberse quedado sin ideas de repente, pero eso no tenía mucha importancia.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - y las mujeres dieron otro sorbito a sus copas de vino, mientras los hombres, excepto uno, que se estaba arrepintiendo de haber dicho que bebería vodka, habiendo vino, apuraron sus copas de vodka.
Volodya cayó sobre el sofá junto a mí.
- Y ahora, amigo, vas a pronunciar un brindis tú - me dijo Volodya. A todo esto, yo ya había pillado a su mujer echándole vodka en la copa, con lo que no sólo el cubano y el anfitrión le estaban cebando, sino, curiosamente, también su esposa. Su hija parece que no, al menos yo no la pillé.
- ¿Y también debo desearles que tengan muchos hijos?
- Di lo que quieras. Pero tienes que bebértelo todo ¡Todo! ¡Hasta el fondo!
- ¿Fondo? Creo que esa palabra no está en mi vocabulario.
- ¡Hasta el fondo!
Bueno, de ésta no me libraba.
Pero lo del brindis y lo que sucedió despues le toca al siguiente capítulo de la serie.
viernes, 21 de noviembre de 2008
Explotación infantil
Ésta es una entrada que perfectamente podría ir sin palabras, pero, como parece que bastantes de los que entran por aquí no entienden el ruso, me limitaré a traducir lo que pone el cartel:
ESTUDIO DE MODELOS INFANTILES
para niñas de 4,5 a 7 años
En el programa educativo:
- Desfiles, movimientos en escena.
- Bailes modernos.
- Coreografía.
- Mejora de figura y presencia.
- Interpretación.
- Etiqueta.
- Posado para fotografía.
Las clases tienen lugar los sabados a las 10.30.
Luego nos preguntamos por qué las rusitas son como son.
ESTUDIO DE MODELOS INFANTILES
para niñas de 4,5 a 7 años
En el programa educativo:
- Desfiles, movimientos en escena.
- Bailes modernos.
- Coreografía.
- Mejora de figura y presencia.
- Interpretación.
- Etiqueta.
- Posado para fotografía.
Las clases tienen lugar los sabados a las 10.30.
Luego nos preguntamos por qué las rusitas son como son.
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Divisas
El cartel de la fotografía, que intenta sacar petróleo de la crisis financiera (y, por tanto, económica) que no sólo existe en España, sino también en Rusia, reza aproximadamente en castellano: ¡Devolvamos al rublo su pasada gloria! ¡Tiremos los dólares a la cuneta!
Antes de apostarnos en las cunetas rusas para recoger lo que tiren los patriotas rusos, consideremos que habla en sentido figurado, y que lo que intenta el banco ruso es atraer depositantes a sus cuentas en rublos. El rublo, tradicionalmente (es decir, en los últimos más o menos cuatro lustros) ha sido una divisa bastante cochambrosa, propensa a las devaluaciones, protegida en una cuna cambiaria por el Banco Central de Rusia y, en general, castigada con una prima de riesgo considerable, sobre todo si la comparamos con lo que el cartel llama "у.е", o sea, "условные единицы" o, en castellano, "unidades de cuenta".
Las unidades de cuenta aparecieron por ahorrarse trabajo. En los tiempos de la inflación galopante de los primeros noventa, en que los precios de las cosas cambiaban prácticamente todos los días, los vendedores no daban abasto a cambiar los cartelitos que señalaban los precios y por eso fijaban los precios en dólares. Como el tipo de cambio rublo-dólar también se hundía a diario más o menos al mismo ritmo de la inflación, los precios en dólares no cambiaban tan a menudo y se podían mantener. En aquel tiempo, la moneda de Moscú se podía decir que era el rublo, pero no, en realidad era el dólar, que corría tranquilamente de mano en mano.
El 1 de enero de 1994, el Gobierno ruso prohibió el dólar como medio de pago en el comercio minorista. Los precios seguían fijados en dólares, pero en una etiqueta cerca de la caja el comerciante escribía que sólo aceptaba rublos (en realidad, por lo bajinis, también aceptaba dólares) y anunciaba el tipo de cambio que aplicaba ese día, que era el oficial del día con un diferencial más o menos abusivo.
Más adelante, el Gobierno se puso un poco más serio y comenzó a perseguir a quienes ponían los precios en dólares, cosa que obviamente no jugaba en favor de dar confianza al rublo. Aunque, claro, si tu inflación es del 300%, menuda confianza que te va a inspirar el puñetero rublo. En tan apurado trance, a alguien se le ocurrió una idea de relumbrón: si al Gobierno le molestaban los dólares, y a ellos les molestaban los rublos, entonces iban a inventarse algo distinto, de manera que ni pa ti ni pa mí.
El invento se llamó "unidad de cuenta" (u.e.). Los precios pasaron a denominarse en esas unidades de cuenta, y en la caja, o en la carta del restaurante, lo que ponía era a cuántos rublos equivalía la unidad de cuenta. Curiosamente, la unidad de cuenta equivalía a prácticamente los mismos rublos que un dólar. Sospechoso, pero coló.
A partir de más o menos 2003, la mayoría de los rusos pudientes vieron cómo pasaban cosas muy raras: el dólar, que había ganado valor rutinariamente a lo largo de la década anterior, estaba comenzando a perder valor con respecto al rublo y, para colmo de males, aparecía una nueva cosa, llamada euro, que no estaba antes y que parecía sólida. Los muñidores de la unidad de cuenta se dieron cuenta de que la inflación ya "sólo" era del 15% anual y que en esas condiciones bastaba con cambiar los precios únicamente una vez al mes, no todos los días, como antes. Como lo de mantener la unidad de cuenta ligada al dólar no parecía una buena idea, tal y como estaba el dólar, se les ocurrió una idea. A lo largo de un par de meses, el tipo de cambio de las unidades de cuenta dejó de ser muy parecido al del dólar, y pasó a ser muy parecido al del euro, ante las maldiciones de los consumidores, que veíamos como nos clavaban un 10% de aumento de precios de buenas a primeras. Así que los que en España os quejabais del efecto euro y de la puñetera subida de precios tras la llegada de la moneda ésa, sabed que el redondeo nos hizo la puñeta, también, a quienes ni sospechábamos tener algo que ver con eso.
Con el tiempo, los orondos precios del petróleo y el aumento brutal de las reservas de divisas rusas, el rublo ha pasado a ser una divisa estable, que en los últimos cinco años no ha sufrido oscilaciones notables con respecto a las grandes. Cada vez más gente pasa de los dólares que tiene debajo del colchón (y que han perdido valor a saco), e incluso de los euros (que llevan unos últimos meses negros), y tímidamente se va atreviendo a ahorrar en rublos. Tímidamente, porque ahorrar en rublos en un país en que hubo un repudio de la propia moneda en 1992, y una inflación de casi el 200% en una fecha tan reciente como 1998-1999, había sido de insensatos, y la gente se acuerda.
El otro día se supo que las salidas de capitales de Rusia estaban siendo por primera vez en algún tiempo mayores que las entradas, y el Banco Central Ruso, al revés que todos sus colegas, tuvo que subir el tipo de refinanciación al 12%. Doce, con D de depresión. No está muy claro si ahorrar en rublos vuelve a ser propio de insensatos.
Antes de apostarnos en las cunetas rusas para recoger lo que tiren los patriotas rusos, consideremos que habla en sentido figurado, y que lo que intenta el banco ruso es atraer depositantes a sus cuentas en rublos. El rublo, tradicionalmente (es decir, en los últimos más o menos cuatro lustros) ha sido una divisa bastante cochambrosa, propensa a las devaluaciones, protegida en una cuna cambiaria por el Banco Central de Rusia y, en general, castigada con una prima de riesgo considerable, sobre todo si la comparamos con lo que el cartel llama "у.е", o sea, "условные единицы" o, en castellano, "unidades de cuenta".
Las unidades de cuenta aparecieron por ahorrarse trabajo. En los tiempos de la inflación galopante de los primeros noventa, en que los precios de las cosas cambiaban prácticamente todos los días, los vendedores no daban abasto a cambiar los cartelitos que señalaban los precios y por eso fijaban los precios en dólares. Como el tipo de cambio rublo-dólar también se hundía a diario más o menos al mismo ritmo de la inflación, los precios en dólares no cambiaban tan a menudo y se podían mantener. En aquel tiempo, la moneda de Moscú se podía decir que era el rublo, pero no, en realidad era el dólar, que corría tranquilamente de mano en mano.
El 1 de enero de 1994, el Gobierno ruso prohibió el dólar como medio de pago en el comercio minorista. Los precios seguían fijados en dólares, pero en una etiqueta cerca de la caja el comerciante escribía que sólo aceptaba rublos (en realidad, por lo bajinis, también aceptaba dólares) y anunciaba el tipo de cambio que aplicaba ese día, que era el oficial del día con un diferencial más o menos abusivo.
Más adelante, el Gobierno se puso un poco más serio y comenzó a perseguir a quienes ponían los precios en dólares, cosa que obviamente no jugaba en favor de dar confianza al rublo. Aunque, claro, si tu inflación es del 300%, menuda confianza que te va a inspirar el puñetero rublo. En tan apurado trance, a alguien se le ocurrió una idea de relumbrón: si al Gobierno le molestaban los dólares, y a ellos les molestaban los rublos, entonces iban a inventarse algo distinto, de manera que ni pa ti ni pa mí.
El invento se llamó "unidad de cuenta" (u.e.). Los precios pasaron a denominarse en esas unidades de cuenta, y en la caja, o en la carta del restaurante, lo que ponía era a cuántos rublos equivalía la unidad de cuenta. Curiosamente, la unidad de cuenta equivalía a prácticamente los mismos rublos que un dólar. Sospechoso, pero coló.
A partir de más o menos 2003, la mayoría de los rusos pudientes vieron cómo pasaban cosas muy raras: el dólar, que había ganado valor rutinariamente a lo largo de la década anterior, estaba comenzando a perder valor con respecto al rublo y, para colmo de males, aparecía una nueva cosa, llamada euro, que no estaba antes y que parecía sólida. Los muñidores de la unidad de cuenta se dieron cuenta de que la inflación ya "sólo" era del 15% anual y que en esas condiciones bastaba con cambiar los precios únicamente una vez al mes, no todos los días, como antes. Como lo de mantener la unidad de cuenta ligada al dólar no parecía una buena idea, tal y como estaba el dólar, se les ocurrió una idea. A lo largo de un par de meses, el tipo de cambio de las unidades de cuenta dejó de ser muy parecido al del dólar, y pasó a ser muy parecido al del euro, ante las maldiciones de los consumidores, que veíamos como nos clavaban un 10% de aumento de precios de buenas a primeras. Así que los que en España os quejabais del efecto euro y de la puñetera subida de precios tras la llegada de la moneda ésa, sabed que el redondeo nos hizo la puñeta, también, a quienes ni sospechábamos tener algo que ver con eso.
Con el tiempo, los orondos precios del petróleo y el aumento brutal de las reservas de divisas rusas, el rublo ha pasado a ser una divisa estable, que en los últimos cinco años no ha sufrido oscilaciones notables con respecto a las grandes. Cada vez más gente pasa de los dólares que tiene debajo del colchón (y que han perdido valor a saco), e incluso de los euros (que llevan unos últimos meses negros), y tímidamente se va atreviendo a ahorrar en rublos. Tímidamente, porque ahorrar en rublos en un país en que hubo un repudio de la propia moneda en 1992, y una inflación de casi el 200% en una fecha tan reciente como 1998-1999, había sido de insensatos, y la gente se acuerda.
El otro día se supo que las salidas de capitales de Rusia estaban siendo por primera vez en algún tiempo mayores que las entradas, y el Banco Central Ruso, al revés que todos sus colegas, tuvo que subir el tipo de refinanciación al 12%. Doce, con D de depresión. No está muy claro si ahorrar en rublos vuelve a ser propio de insensatos.
lunes, 17 de noviembre de 2008
La celebración (I)
La puerta se abrió y mi anfitrión me dio un efusivo abrazo.
- Esto, oye, perdona por llegar un poco tarde. Estaba en un atasco y tuve que salirme del coche para llegar en metro.
- No te preocupes, casi todos han llegado tarde.
- Toma, esto es un regalito.
- Eh, muchas gracias.
Pasé al interior del piso, un apartamento de cuatro habitaciones muy grande para los estándares habituales rusos. En el comedor había un grupo de gente de pie. Un rápido vistazo me convenció de que no conocía a nadie, como, por otra parte, esperaba. La mesa estaba servida, y hay que decir que lo estaba a base de bien. Caviar, todo tipo de ensaladas rusas, entrantes caseros muy elaborados y, de beber, vino y vodka. También había mors y zumos, pero como que desempeñaban un papel secundario en el aderezo de la mesa.
- Siéntate donde quieras - me dijo mi anfitrión.
La gente se empezó a ir colocando. Probablemente no habían llegado aún todos los invitados, o quizá había algunos que no iban a venir, porque había algunos puestos vacíos. El anfitrión se colocó a la cabecera de la larguísima mesa y su esposa al otro lado, justo enfrente de él. A mí me tocó junto a un hombre joven todavía, que estaba allí con su mujer y con su hija, que luego supe que tenía once años. Enfrente de mí había un señor de algo más edad, que resultó que era cubano y que había llegado allí con su esposa y con su hija, una jovencita de aspecto totalmente español, pero a la que, aunque hablaba algo la lengua de su padre, le faltaba bastante soltura con ella. A mi otro lado se sentó una pareja joven, que eran los vecinos del piso de al lado (piso que, por lo que pude deducir, era una solución habitacional socialista de treinta metros cuadrados que les tenía algo angustiados).
- Hola, soy Alfor - le dije a mi vecino, el de la hija pequeña.
- Volodya - me dijo.
Me presenté a su mujer igualmente.
- ¿Vas a beber? - me dijo el anfitrión.
- Bueno, ya sabes que no suelo beber, pero hoy, teniendo en cuenta lo que celebramos, voy a hacer una excepción y beberé una copita.
- ¿Vino? ¿Vodka?
- Venga, va. Vodka -dije, y luego tuve ocasión de arrepentirme.
Mi vecino Volodya, a la que oyó eso, me llenó la copa. La suya estaba vacía.
- ¿Usted no bebe? - le pregunté.
- Bueno, normalmente sí que bebo, pero hoy tengo que conducir.
- ¿Esta misma noche?
- Sí. Vamos a ir a la dacha en cuanto salgamos de la celebración.
- ¿Y está muy lejos?
- Cien kilómetros.
- Ah, muy bien. No es mucho.
- En dos horas llegamos.
De momento nos dedicamos a comer un poquito, mientras conversábamos de lo bien que le había quedado la casa al anfitrión, lo cual era muy cierto, por otra parte. La mujer de Volodya, en esto, pidió vino, y yo, que tenía la botella a mano, intenté servirle, pero estaba demasiado lejos y sólo pude acercarle la botella. Ella se quedó muy confusa y no la tomó, sino que se dirigió a su marido:
- Volodya, ¿puedes servirme vino?
Volodya tomó la botella y sirvió media copa a su esposa. Efectivamente, servirse a sí mismo alcohol está muy mal visto en Rusia, salvo casos patológicos. Pero, al girar la cabeza, me di cuenta de que la copa de vodka de Volodya estaba llena. Su mujer no había sido, yo tampoco, él parecía que no quería beber, la niña de once años no parecía culpable... miré al cubano de enfrente, que me devolvió la mirada. Hice un gesto con los ojos apuntando a la copa de vodka del vecino y él me devolvió una sonrisita pícara.
Volodya se dio cuenta de que su copa estaba llena, la tomó, se levantó y dijo:
- ¡Chicos! Quiero pronunciar un brindis.
Todos nos levantamos, pero veo que se está haciendo tarde, así que dejo la continuación de esta historia para la siguiente entrada.
(continuará)
- Esto, oye, perdona por llegar un poco tarde. Estaba en un atasco y tuve que salirme del coche para llegar en metro.
- No te preocupes, casi todos han llegado tarde.
- Toma, esto es un regalito.
- Eh, muchas gracias.
Pasé al interior del piso, un apartamento de cuatro habitaciones muy grande para los estándares habituales rusos. En el comedor había un grupo de gente de pie. Un rápido vistazo me convenció de que no conocía a nadie, como, por otra parte, esperaba. La mesa estaba servida, y hay que decir que lo estaba a base de bien. Caviar, todo tipo de ensaladas rusas, entrantes caseros muy elaborados y, de beber, vino y vodka. También había mors y zumos, pero como que desempeñaban un papel secundario en el aderezo de la mesa.
- Siéntate donde quieras - me dijo mi anfitrión.
La gente se empezó a ir colocando. Probablemente no habían llegado aún todos los invitados, o quizá había algunos que no iban a venir, porque había algunos puestos vacíos. El anfitrión se colocó a la cabecera de la larguísima mesa y su esposa al otro lado, justo enfrente de él. A mí me tocó junto a un hombre joven todavía, que estaba allí con su mujer y con su hija, que luego supe que tenía once años. Enfrente de mí había un señor de algo más edad, que resultó que era cubano y que había llegado allí con su esposa y con su hija, una jovencita de aspecto totalmente español, pero a la que, aunque hablaba algo la lengua de su padre, le faltaba bastante soltura con ella. A mi otro lado se sentó una pareja joven, que eran los vecinos del piso de al lado (piso que, por lo que pude deducir, era una solución habitacional socialista de treinta metros cuadrados que les tenía algo angustiados).
- Hola, soy Alfor - le dije a mi vecino, el de la hija pequeña.
- Volodya - me dijo.
Me presenté a su mujer igualmente.
- ¿Vas a beber? - me dijo el anfitrión.
- Bueno, ya sabes que no suelo beber, pero hoy, teniendo en cuenta lo que celebramos, voy a hacer una excepción y beberé una copita.
- ¿Vino? ¿Vodka?
- Venga, va. Vodka -dije, y luego tuve ocasión de arrepentirme.
Mi vecino Volodya, a la que oyó eso, me llenó la copa. La suya estaba vacía.
- ¿Usted no bebe? - le pregunté.
- Bueno, normalmente sí que bebo, pero hoy tengo que conducir.
- ¿Esta misma noche?
- Sí. Vamos a ir a la dacha en cuanto salgamos de la celebración.
- ¿Y está muy lejos?
- Cien kilómetros.
- Ah, muy bien. No es mucho.
- En dos horas llegamos.
De momento nos dedicamos a comer un poquito, mientras conversábamos de lo bien que le había quedado la casa al anfitrión, lo cual era muy cierto, por otra parte. La mujer de Volodya, en esto, pidió vino, y yo, que tenía la botella a mano, intenté servirle, pero estaba demasiado lejos y sólo pude acercarle la botella. Ella se quedó muy confusa y no la tomó, sino que se dirigió a su marido:
- Volodya, ¿puedes servirme vino?
Volodya tomó la botella y sirvió media copa a su esposa. Efectivamente, servirse a sí mismo alcohol está muy mal visto en Rusia, salvo casos patológicos. Pero, al girar la cabeza, me di cuenta de que la copa de vodka de Volodya estaba llena. Su mujer no había sido, yo tampoco, él parecía que no quería beber, la niña de once años no parecía culpable... miré al cubano de enfrente, que me devolvió la mirada. Hice un gesto con los ojos apuntando a la copa de vodka del vecino y él me devolvió una sonrisita pícara.
Volodya se dio cuenta de que su copa estaba llena, la tomó, se levantó y dijo:
- ¡Chicos! Quiero pronunciar un brindis.
Todos nos levantamos, pero veo que se está haciendo tarde, así que dejo la continuación de esta historia para la siguiente entrada.
(continuará)
viernes, 14 de noviembre de 2008
Colándose en la sala business
Una vez más, como en otras ocasiones, nos enfrentamos en esta bitácora a un problema arduo, cuya resolución puede aportar grandes beneficios a quien la consiga. Se trata de la manera más adecuada de entrar en la sala VIP de un aeropuerto ruso. En este caso, nos encontramos en el aeropuerto de Koltsovo, en Ekaterimburgo, ya de vuelta hacia Moscú.
En mi caso, yo pensaba que ese problema lo tenía resuelto. De hecho, a fuerza de tener más horas de vuelo que el Barón Rojo, Aeroflot me ha agraciado con una tarjeta plata, vigente hasta febrero del año próximo, que se supone permite el acceso a las salas VIP en los vuelos con la compañía de toda la vida. Bueno, eso era hasta que la crisis empezó: hace dos meses llegó un mensaje de Aeroflot a mi buzón de correo, en el cual la compañía indicaba que, lamentándolo mucho (y un cuerno), la tarjeta plata ya no daría acceso a la sala VIP en los vuelos nacionales.
Malum signum. Efectivamente, Ekaterimburgo - Moscú es un vuelo nacional. Así que, de sala VIP, ni pum. El caso es que uno se ha acostumbrado mal a entrar a la sala VIP y picar algo en un sillón cómodo antes de los vuelos, así que volver a las sillas duras se hace especialmente incómodo. Para eso, que no me hubieran dejado entrar nunca.
Pero, una vez más, se trata de conseguir, mediante una mimetización adecuada, el acceso a estas salas a pesar de los obstáculos que nos pondrán las celadoras, que para eso cobran.
Comencemos con una primera regla de juego: no vale comprar billete de primera. Eso es hacer trampa, además de que así no tiene ningún mérito. No, hay que comprar billete de turista, que es lo que convierte las cosas en emocionantes.
Primer paso: apariencia ¿Os acordáis del año pasado por estas fechas? En aquel entonces era prioritario buscar una apariencia desaliñada y de pobre de solemnidad. Aquí, eso sería un error gravísimo. Hay que ir vestido de punta en blanco, traje y corbata y mejor si el traje es de trescientos euros por lo menos. Parece caro, pero para recoger hay que sembrar, y más caro cuesta el billete de primera, que además sólo lo puedes usar una vez. El traje, en cambio, bien cuidado da para bastantes viajes. Así que, chicos, de punta en blanco, y que se note que sabéis llevar traje. Que no parezca que es la primera vez que vestís bien: la celadora tiene que pensar que hasta los pañales que llevasteis de niños eran a medida y diseñados por Trecci (Milano).
Segundo paso: business. Mucha gente comete el error de intentar la entrada en la sala VIP como quien entra al fútbol, con las manos en los bolsillos. Mal, mal, maaaaal. Business viene de busy, es decir, ocupado, luego, para que te tomen en serio, hay que estar ocupado, o-cu-pa-do, incluso estresado.
Antes, eso era difícil, pero, desde la invención de los teléfonos móviles, aparentar estrés se ha facilitado bastante. Lo más técnico es, medio minuto antes de acceder a la sala, marcar un número de teléfono de confianza.
- ¿Alfina?
- Sí, ¿qué tal? ¿Dónde estás?
- Estoy en el aeropuerto de Ekaterimburgo.
- ¿Y cuándo sales?
- Dentro de un rato. Te llamo ahora porque estoy intentando colarme en la sala VIP.
- Ya.
- Y conviene que me vean hablar por teléfono, sobre todo si es en un idioma extranjero.
- Bueno, tú verás.
- Sí, ahora estoy cruzando la puerta, y aquí está la celadora. Tú no te preocupes si voy hablando sólo sin mucho sentido, que es sólo para dar el pego.
- Que no te peguen a ti.
- Espero que no. Me han pedido la tarjeta de embarque, se la estoy teniendo que pasar, y le he metido la tarjeta plata de Aeroflot. Parece que mira y remira todo, pero no se decide a decirme nada. Me está mirando el traje, pero no dice nada. Ah, bueno, ya parece que me deja pasar, y me ha dado un cartoncito.
- ¿Un cartoncito?
- A ver qué es. Ah, es un vale de trescientos rublos para tomar algo en el restaurante de la sala VIP. Qué roñosos, no hay nada que picar si no es pagando o con el vale éste. En fin, por lo que me ha costado, tampoco me voy a quejar mucho. Bueno, ya he pasado, ya te llamaré luego, cuando llegue a Moscú. Nos vemos esta noche.
- Anda, que menudo eres...
Prueba coooonseguida. Ahora ya dejamos Ekaterimburgo de camino a Moscú, donde sin duda esperan nuevas aventuras.
En mi caso, yo pensaba que ese problema lo tenía resuelto. De hecho, a fuerza de tener más horas de vuelo que el Barón Rojo, Aeroflot me ha agraciado con una tarjeta plata, vigente hasta febrero del año próximo, que se supone permite el acceso a las salas VIP en los vuelos con la compañía de toda la vida. Bueno, eso era hasta que la crisis empezó: hace dos meses llegó un mensaje de Aeroflot a mi buzón de correo, en el cual la compañía indicaba que, lamentándolo mucho (y un cuerno), la tarjeta plata ya no daría acceso a la sala VIP en los vuelos nacionales.
Malum signum. Efectivamente, Ekaterimburgo - Moscú es un vuelo nacional. Así que, de sala VIP, ni pum. El caso es que uno se ha acostumbrado mal a entrar a la sala VIP y picar algo en un sillón cómodo antes de los vuelos, así que volver a las sillas duras se hace especialmente incómodo. Para eso, que no me hubieran dejado entrar nunca.
Pero, una vez más, se trata de conseguir, mediante una mimetización adecuada, el acceso a estas salas a pesar de los obstáculos que nos pondrán las celadoras, que para eso cobran.
Comencemos con una primera regla de juego: no vale comprar billete de primera. Eso es hacer trampa, además de que así no tiene ningún mérito. No, hay que comprar billete de turista, que es lo que convierte las cosas en emocionantes.
Primer paso: apariencia ¿Os acordáis del año pasado por estas fechas? En aquel entonces era prioritario buscar una apariencia desaliñada y de pobre de solemnidad. Aquí, eso sería un error gravísimo. Hay que ir vestido de punta en blanco, traje y corbata y mejor si el traje es de trescientos euros por lo menos. Parece caro, pero para recoger hay que sembrar, y más caro cuesta el billete de primera, que además sólo lo puedes usar una vez. El traje, en cambio, bien cuidado da para bastantes viajes. Así que, chicos, de punta en blanco, y que se note que sabéis llevar traje. Que no parezca que es la primera vez que vestís bien: la celadora tiene que pensar que hasta los pañales que llevasteis de niños eran a medida y diseñados por Trecci (Milano).
Segundo paso: business. Mucha gente comete el error de intentar la entrada en la sala VIP como quien entra al fútbol, con las manos en los bolsillos. Mal, mal, maaaaal. Business viene de busy, es decir, ocupado, luego, para que te tomen en serio, hay que estar ocupado, o-cu-pa-do, incluso estresado.
Antes, eso era difícil, pero, desde la invención de los teléfonos móviles, aparentar estrés se ha facilitado bastante. Lo más técnico es, medio minuto antes de acceder a la sala, marcar un número de teléfono de confianza.
- ¿Alfina?
- Sí, ¿qué tal? ¿Dónde estás?
- Estoy en el aeropuerto de Ekaterimburgo.
- ¿Y cuándo sales?
- Dentro de un rato. Te llamo ahora porque estoy intentando colarme en la sala VIP.
- Ya.
- Y conviene que me vean hablar por teléfono, sobre todo si es en un idioma extranjero.
- Bueno, tú verás.
- Sí, ahora estoy cruzando la puerta, y aquí está la celadora. Tú no te preocupes si voy hablando sólo sin mucho sentido, que es sólo para dar el pego.
- Que no te peguen a ti.
- Espero que no. Me han pedido la tarjeta de embarque, se la estoy teniendo que pasar, y le he metido la tarjeta plata de Aeroflot. Parece que mira y remira todo, pero no se decide a decirme nada. Me está mirando el traje, pero no dice nada. Ah, bueno, ya parece que me deja pasar, y me ha dado un cartoncito.
- ¿Un cartoncito?
- A ver qué es. Ah, es un vale de trescientos rublos para tomar algo en el restaurante de la sala VIP. Qué roñosos, no hay nada que picar si no es pagando o con el vale éste. En fin, por lo que me ha costado, tampoco me voy a quejar mucho. Bueno, ya he pasado, ya te llamaré luego, cuando llegue a Moscú. Nos vemos esta noche.
- Anda, que menudo eres...
Prueba coooonseguida. Ahora ya dejamos Ekaterimburgo de camino a Moscú, donde sin duda esperan nuevas aventuras.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
Inventores
Para la última entrada en Ekaterimburgo, aquí tenemos al que se considera aquí como inventor de la radio, Popov. Sin embargo, a los que hemos estudiado con libros de texto españoles este señor no nos suena de nada, porque se nos enseñó que el inventor de la radio había sido Guillermo Marconi, un señor italiano.
Buena parte de los inventores rusos son responsabilidad de una de las personas más influyentes en la historia local, Pepe Stalin, y de sus derivas ideológicas posteriores a la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. Es sabido que el movimiento obrero es internacionalista, y así es como los primeros bolcheviques, llegados al poder, no se cansaban de repetir aquello de "¡Proletarios de todo el mundo, uníos!".
Sin embargo, la cosa no duró demasiado. En los años inmediatamente anteriores a la guerra mundial, y durante la misma, las ideas patrióticas y nacionalistas rusas fueron reforzadas a piñón, hasta el punto de que en 1948 empezó una campaña, que al menos no fue tan sanguinaria como otras que había habido en la URSS. Se trataba de la "lucha contra la genuflexión frente a Occidente" (sí, uno pensaría que los efectos de la campaña todavía duran). La prensa comenzó a criticar a las personalidades demasiado aficionadas al arte occidental. En muchas minucias cotidianas se veían manifestaciones de esa "genuflexión", como por ejemplo, en llamar a un tipo de pan "francés"(французская булка). Pasó a llamarse "urbano" (городская булка). Para adelantar las cosas, en 1947 se había prohibido a los ciudadanos soviéticos casarse con extranjeros. Sí, hijos, sí, no os lo vais a creer, pero uno de los motivos que han traído aquí a tantos españolitos, algunos de ellos lectores asiduos de estas pantallas, era delito hasta no hace demasiado.
Y luego llegó lo de los inventores. Empezó a machacarse con que fue en Rusia donde se inventaron el barco de vapor, el teléfono, la radio y los aviones. Para casi cualquier invención o descubrimiento, ya fuera la penicilina o la lámpara eléctrica, resultó que había habido un ruso que lo había inventado antes. Y ahí entra Popov, un señor de la región de Ekaterimburgo que pasa aquí por ser el inventor de la radio, frente a la opinión del resto del mundo, que, de todas formas, tampoco es que lo tenga muy claro, la verdad sea dicha.
El pueblo ruso, por su parte, iba un poco más a la suya y, con bastante cashondeo, decía sobre esta campaña: "¿Rusia? ¡Rusia es el lugar de origen de los elefantes!" Pero a los chistes de la época soviética le dedicaré otra entrada, sobre todo al humor gráfico, que como testimonio es impresionante.
De momento, y para acabar, nos podemos quedar con este poema de Sergey Mijalkov, que es de aquellos años... y se nota:
Мы знаем, есть ещё семейки,
Где наше хают и бранят,
Где с умилением глядят
На иностранные наклейки,
А сало - русское едят!
Que, traducido con cierta libertad, es:
Sabemos que aún hay familias,
en que denigran e insultan lo nuestro,
en que miran con delicia
las etiquetas de fuera,
¡pero su tocino es ruso!
Buena parte de los inventores rusos son responsabilidad de una de las personas más influyentes en la historia local, Pepe Stalin, y de sus derivas ideológicas posteriores a la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. Es sabido que el movimiento obrero es internacionalista, y así es como los primeros bolcheviques, llegados al poder, no se cansaban de repetir aquello de "¡Proletarios de todo el mundo, uníos!".
Sin embargo, la cosa no duró demasiado. En los años inmediatamente anteriores a la guerra mundial, y durante la misma, las ideas patrióticas y nacionalistas rusas fueron reforzadas a piñón, hasta el punto de que en 1948 empezó una campaña, que al menos no fue tan sanguinaria como otras que había habido en la URSS. Se trataba de la "lucha contra la genuflexión frente a Occidente" (sí, uno pensaría que los efectos de la campaña todavía duran). La prensa comenzó a criticar a las personalidades demasiado aficionadas al arte occidental. En muchas minucias cotidianas se veían manifestaciones de esa "genuflexión", como por ejemplo, en llamar a un tipo de pan "francés"(французская булка). Pasó a llamarse "urbano" (городская булка). Para adelantar las cosas, en 1947 se había prohibido a los ciudadanos soviéticos casarse con extranjeros. Sí, hijos, sí, no os lo vais a creer, pero uno de los motivos que han traído aquí a tantos españolitos, algunos de ellos lectores asiduos de estas pantallas, era delito hasta no hace demasiado.
Y luego llegó lo de los inventores. Empezó a machacarse con que fue en Rusia donde se inventaron el barco de vapor, el teléfono, la radio y los aviones. Para casi cualquier invención o descubrimiento, ya fuera la penicilina o la lámpara eléctrica, resultó que había habido un ruso que lo había inventado antes. Y ahí entra Popov, un señor de la región de Ekaterimburgo que pasa aquí por ser el inventor de la radio, frente a la opinión del resto del mundo, que, de todas formas, tampoco es que lo tenga muy claro, la verdad sea dicha.
El pueblo ruso, por su parte, iba un poco más a la suya y, con bastante cashondeo, decía sobre esta campaña: "¿Rusia? ¡Rusia es el lugar de origen de los elefantes!" Pero a los chistes de la época soviética le dedicaré otra entrada, sobre todo al humor gráfico, que como testimonio es impresionante.
De momento, y para acabar, nos podemos quedar con este poema de Sergey Mijalkov, que es de aquellos años... y se nota:
Мы знаем, есть ещё семейки,
Где наше хают и бранят,
Где с умилением глядят
На иностранные наклейки,
А сало - русское едят!
Que, traducido con cierta libertad, es:
Sabemos que aún hay familias,
en que denigran e insultan lo nuestro,
en que miran con delicia
las etiquetas de fuera,
¡pero su tocino es ruso!
lunes, 10 de noviembre de 2008
Pescadores
El río de Ekaterimburgo es el Iset, que es esa corriente de agua poco caudalosa junto a la que esos tres abueletes están pescando. La verdad es que el río, después de haber visto los monstruosos ríos rusos, es muy modesto.
Pero eso parece que a los tres pescadores de la foto les importa poco. Se les ve contentos, esperando a que piquen, mientras entretienen la espera, al parecer, conversando sobre capturas pasadas y viendo cómo su imagen se refleja en las grisáceas aguas del río.
Y es que, así como España tiene un problema de cantidad de agua, Rusia lo tiene de calidad de las mismas. Encontrar agua decente es algo problemático, como ya nos dimos cuenta en el hotel de Ekaterimburgo, en que, al ducharnos, el agua olía más a metal que un concierto heavy.
Los pescadores, por lo visto, no estaban pensando en comerse lo que pescaran...
... sobre todo teniendo en cuenta que estaban pescando en pleno centro, junto a la desembocadura de la cloaca, y directamente del agua de la alcantarilla.
Porque, si se solieran comer lo que pescan, dudo mucho que hubieran llegado a abuelos.
(En cuanto a los que se bañan en las aguas de desecho de la central térmica, porque está más calentita, prefiero que lo narren testigos presenciales. A mí sólo me lo contaron...)
Pero eso parece que a los tres pescadores de la foto les importa poco. Se les ve contentos, esperando a que piquen, mientras entretienen la espera, al parecer, conversando sobre capturas pasadas y viendo cómo su imagen se refleja en las grisáceas aguas del río.
Y es que, así como España tiene un problema de cantidad de agua, Rusia lo tiene de calidad de las mismas. Encontrar agua decente es algo problemático, como ya nos dimos cuenta en el hotel de Ekaterimburgo, en que, al ducharnos, el agua olía más a metal que un concierto heavy.
Los pescadores, por lo visto, no estaban pensando en comerse lo que pescaran...
... sobre todo teniendo en cuenta que estaban pescando en pleno centro, junto a la desembocadura de la cloaca, y directamente del agua de la alcantarilla.
Porque, si se solieran comer lo que pescan, dudo mucho que hubieran llegado a abuelos.
(En cuanto a los que se bañan en las aguas de desecho de la central térmica, porque está más calentita, prefiero que lo narren testigos presenciales. A mí sólo me lo contaron...)
viernes, 7 de noviembre de 2008
Mecenas religiosos
Ekaterimburgo es una ciudad en la que se está construyendo a base de bien. Las grúas abundan, los beneficios empresariales han sido jugosos durantes los últimos años, y los jerifaltes de la gran empresa, incapaces de gastar todos sus beneficios, se dedican a las obras de caridad. Una de las obras de caridad más populares entre la élite empresarial consiste en financiar la construcción de iglesias, que siempre visten mucho y, tras setenta y pico años de estar muy mal vistas, ahora hay escasez.
Traduzco el cartel contiguo, para que el público hispanohablante contemple la munificencia del empresariado local: "El templo y campanario de San Maximiliano ("El Gran Predicador") se está erigiendo gracias a las donaciones de la Compañía Minerometalúrgica de los Urales y de la Compañía Cuprífera de los Urales, por decreto del alcalde de Ekaterimburgo A. M. Chernetsky y con la bendición de Su Eminencia Vikentii, Arzobispo de Ekaterimburgo y Verjotursk."
Entretanto, ha llegado la crisis también a Rusia, las empresas han visto sus beneficios disminuir rápidamente, así que tanto la Compañía Minerometalúrgica de los Urales, como la Compañía Cuprífera del mismo lugar han resuelto espaciar sus donaciones para la construcción del templo. Los andamios exteriores han sido retirados, para su uso en otras construcciones, de las que dan dinero, los interiores permanecen allí no se sabe muy bien para qué, y las grúas han sido desplazadas a otros menesteres más lucrativos. Los trabajadores, por otra parte, han debido ser enviados a sus casas a la espera de que la munificencia empresarial se reanude de alguna manera, porque allí no había ni un alma.
- Estooo... ¿y si quitáramos el cartel? Es que estamos quedando fatal...
- Hombre, pues sí que deberíamos. Pero es que nos costó tres mil euros hacerlo.
- ¿Tres mil euros? ¿Tres mil?
- Pues... sí.
- Pero, ¿quién os ha hecho ese cartel?
- Pues... bueno, fue una empresa... que hace carteles. Sí, hace carteles. Claro, bueno, ha habido que pagar no sólo por el cartel, sino por más cosas. Permisos, y eso. Y el que nos buscó la empresa también quería algo. Y el que le buscó la empresa al que nos buscó la empresa... bueno, también era justo que tuviera una comisión.
- Ya.
- Entonces, ¿qué hacemos?
- Hombre, si ha costado tres mil euros, pues habrá que dejar el cartel.
- Eso pensaba yo.
Traduzco el cartel contiguo, para que el público hispanohablante contemple la munificencia del empresariado local: "El templo y campanario de San Maximiliano ("El Gran Predicador") se está erigiendo gracias a las donaciones de la Compañía Minerometalúrgica de los Urales y de la Compañía Cuprífera de los Urales, por decreto del alcalde de Ekaterimburgo A. M. Chernetsky y con la bendición de Su Eminencia Vikentii, Arzobispo de Ekaterimburgo y Verjotursk."
Entretanto, ha llegado la crisis también a Rusia, las empresas han visto sus beneficios disminuir rápidamente, así que tanto la Compañía Minerometalúrgica de los Urales, como la Compañía Cuprífera del mismo lugar han resuelto espaciar sus donaciones para la construcción del templo. Los andamios exteriores han sido retirados, para su uso en otras construcciones, de las que dan dinero, los interiores permanecen allí no se sabe muy bien para qué, y las grúas han sido desplazadas a otros menesteres más lucrativos. Los trabajadores, por otra parte, han debido ser enviados a sus casas a la espera de que la munificencia empresarial se reanude de alguna manera, porque allí no había ni un alma.
- Estooo... ¿y si quitáramos el cartel? Es que estamos quedando fatal...
- Hombre, pues sí que deberíamos. Pero es que nos costó tres mil euros hacerlo.
- ¿Tres mil euros? ¿Tres mil?
- Pues... sí.
- Pero, ¿quién os ha hecho ese cartel?
- Pues... bueno, fue una empresa... que hace carteles. Sí, hace carteles. Claro, bueno, ha habido que pagar no sólo por el cartel, sino por más cosas. Permisos, y eso. Y el que nos buscó la empresa también quería algo. Y el que le buscó la empresa al que nos buscó la empresa... bueno, también era justo que tuviera una comisión.
- Ya.
- Entonces, ¿qué hacemos?
- Hombre, si ha costado tres mil euros, pues habrá que dejar el cartel.
- Eso pensaba yo.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Con las zorras
El equipo de baloncesto femenino de Ekaterimburgo son las zorras. Menos risitas, que en ruso no suena exactamente igual que en otros idiomas, especialmente en castellano.
Se llaman las zorras no por lo que estáis pensando, no, ni tampoco porque sus animadoras, ésas de la foto de la izquierda, se dediquen todo el partido a dar saltitos y gritar mientras el equipo contrario intenta atacar o lanzar tiros libres, y las del equipo contrario les hayan puesto ese apodo.
Es más sencillo: se llaman las zorras porque su mascota es realmente una zorra.
Ahí tenemos a la mascota. En realidad, cuando terminó el partido, descubrimos que la zorra en realidad era un impostor, porque nos cruzamos con ella en los pasillos de salida del estadio y resultó que era un chaval rubio que se quitó la cabeza postiza de zorra y estaba sudando como un pollo, el pobre.
Al lado tenemos a la supuesta mascota del equipo visitante. El equipo visitante era nada menos que el campeón español, el Ros Casares Valencia, que no sabía yo que tuviera mascota alguna, pero que se ve que le pusieron una para hacer compañía al impostor que hacía de zorra. También estaba por allí alguien disfrazado de Bob Esponja y algún otro al que no reconocí. La verdad es que marcha había toda la que hiciera falta.
¿Y cómo es que un equipo de baloncesto femenino atrae a tantísima gente? El campo estaba lleno, con una afición la mar de ruidosa, y el ambiente era tremendo. Estoy seguro de que en España no hay un sólo equipo de baloncesto femenino con una afición ni remotamente tan numerosa como la de las zorras.
Bueno, pues parece que el único equipo decente de todo Ekaterimburgo es ése. Ni fútbol ni baloncesto masculino, ni nada de nada... pero, eso sí, en baloncesto femenino son las número uno.
El partido terminó bien para el equipo local. Después de ir perdiendo, incluso por bastante diferencia, lograron remontar en el tercer cuarto y ponerse por delante en el cuarto. En el último segundo las valencianas lograron empatar, pero en la prórroga ya no hubo nada que hacer y las zorras se impusieron con relativa sencillez. El público estaba encantado. Bueno, excepto ese individuo de la foto con el pañuelo palestino, que parece salido de una herriko taberna y que, cruzado de brazos y con el rictus ceñudo, no parece compartir la alegría del resto de la gente.
Si miráis eso que lleva en la mano, seguro que adivináis el porqué de su cabreo.
Se llaman las zorras no por lo que estáis pensando, no, ni tampoco porque sus animadoras, ésas de la foto de la izquierda, se dediquen todo el partido a dar saltitos y gritar mientras el equipo contrario intenta atacar o lanzar tiros libres, y las del equipo contrario les hayan puesto ese apodo.
Es más sencillo: se llaman las zorras porque su mascota es realmente una zorra.
Ahí tenemos a la mascota. En realidad, cuando terminó el partido, descubrimos que la zorra en realidad era un impostor, porque nos cruzamos con ella en los pasillos de salida del estadio y resultó que era un chaval rubio que se quitó la cabeza postiza de zorra y estaba sudando como un pollo, el pobre.
Al lado tenemos a la supuesta mascota del equipo visitante. El equipo visitante era nada menos que el campeón español, el Ros Casares Valencia, que no sabía yo que tuviera mascota alguna, pero que se ve que le pusieron una para hacer compañía al impostor que hacía de zorra. También estaba por allí alguien disfrazado de Bob Esponja y algún otro al que no reconocí. La verdad es que marcha había toda la que hiciera falta.
¿Y cómo es que un equipo de baloncesto femenino atrae a tantísima gente? El campo estaba lleno, con una afición la mar de ruidosa, y el ambiente era tremendo. Estoy seguro de que en España no hay un sólo equipo de baloncesto femenino con una afición ni remotamente tan numerosa como la de las zorras.
Bueno, pues parece que el único equipo decente de todo Ekaterimburgo es ése. Ni fútbol ni baloncesto masculino, ni nada de nada... pero, eso sí, en baloncesto femenino son las número uno.
El partido terminó bien para el equipo local. Después de ir perdiendo, incluso por bastante diferencia, lograron remontar en el tercer cuarto y ponerse por delante en el cuarto. En el último segundo las valencianas lograron empatar, pero en la prórroga ya no hubo nada que hacer y las zorras se impusieron con relativa sencillez. El público estaba encantado. Bueno, excepto ese individuo de la foto con el pañuelo palestino, que parece salido de una herriko taberna y que, cruzado de brazos y con el rictus ceñudo, no parece compartir la alegría del resto de la gente.
Si miráis eso que lleva en la mano, seguro que adivináis el porqué de su cabreo.
lunes, 3 de noviembre de 2008
En los Urales
La semana pasada, mis pasos pecadores me han llevado a la capital de los Urales, Ekaterimburgo. Ekaterimburgo es una ciudad relativamente joven, que no llega a los tres siglos, y que, cuando la acaben, posiblemente quedará muy bien. Dios mío, en pocos sitios he visto tantas grúas como allí.
El que quiera saber, que vaya a Salamanca; pero yo no me resisto a dar mi opinión de aquello. Hombre, tres días no dan para mucho, pero algo es algo. De momento, llama la atención que el plano de la ciudad no parece una diana, como Moscú, ni un arco, como San Petersburgo, sino una parrilla o un tablero de ajedrez. Yo, con mis prejuicios ibéricos, pensaba que las ciudades deben tener una plaza mayor. Ekaterimburgo no es que no tenga plaza mayor, es que prácticamente no tiene plazas, sino líneas rectas de aquí para allá. El río que la cruza no es un monstruo caudaloso como el Moscova, el Volga o el Neva, sino el Iset, que es tirando a birriosillo y está por canalizar, incluso en el centro. El Júcar es mayor, vaya.
La arquitectura es la repera. Los edificios modernos de cristal y acero están surgiendo como hongos, hay grúas por todos los sitios y abundan los centros comerciales que pa' qué; junto a estas moles modernas, que surgen en el mismísimo centro, hay edificios más antiguos: unos han sido restaurados con gusto extremo y han recuperado el esplendor que debieron tener; otros, los más, nunca tuvieron esplendor y con el tiempo se han ido haciendo cada vez más grises, si es que es posible ser más gris todavía; hay casas de madera tambaleantes; hay, igualmente, edificios decrépitos, que a simple vista se ve que amenazan ruina; y finalmente hay algunos en que la amenaza de ruina se ha hecho realidad y se caen literalmente a cachos. Los contrastes son brutales y es difícil pensar qué aspecto puede tener la ciudad dentro de unos años, cuando la tengan un poco más avanzada de lo que está ahora.
En plan turístico, la cosa está chunga. Lo más destacado es el brutal asesinato de los señores de la escultura de la foto, el emperador Nicolás II y su familia, convertidos en fiambres por una cuadrilla de cobardes. En aquel tiempo, en plena guerra civil, los blancos de la legión checoslovaca avanzaban a la carrera y sólo una semana después conquistaron Ekaterimburgo, por lo que los rojos decidieron no arriesgarse y apiolar sumariamente a la familia imperial. Por lo demás, era una táctica que los rojos volvieron a aplicar en el caso del almirante Kolchak, igualmente ejecutado sumariamente antes de que llegase el ejército blanco que aspiraba a liberarlo. Ya se ve que caer prisionero de según quien no era un chollo (hay que decir que los blancos tampoco eran precisamente hermanitas de la caridad).
En el lugar de la ejecución hay ahora un pedazo de catedral, que ha sustituido a la casa que alojó a los prisioneros y que había sido hecha demoler por Yeltsin. A pesar de que no tiene ni diez años, es el edificio posiblemente más emblemático de la ciudad, lo que no dice mucho de su riqueza histórica. De cualquier manera, la ciudad da mucho de sí, lo que se verá a lo largo de las próximas entradas.
El que quiera saber, que vaya a Salamanca; pero yo no me resisto a dar mi opinión de aquello. Hombre, tres días no dan para mucho, pero algo es algo. De momento, llama la atención que el plano de la ciudad no parece una diana, como Moscú, ni un arco, como San Petersburgo, sino una parrilla o un tablero de ajedrez. Yo, con mis prejuicios ibéricos, pensaba que las ciudades deben tener una plaza mayor. Ekaterimburgo no es que no tenga plaza mayor, es que prácticamente no tiene plazas, sino líneas rectas de aquí para allá. El río que la cruza no es un monstruo caudaloso como el Moscova, el Volga o el Neva, sino el Iset, que es tirando a birriosillo y está por canalizar, incluso en el centro. El Júcar es mayor, vaya.
La arquitectura es la repera. Los edificios modernos de cristal y acero están surgiendo como hongos, hay grúas por todos los sitios y abundan los centros comerciales que pa' qué; junto a estas moles modernas, que surgen en el mismísimo centro, hay edificios más antiguos: unos han sido restaurados con gusto extremo y han recuperado el esplendor que debieron tener; otros, los más, nunca tuvieron esplendor y con el tiempo se han ido haciendo cada vez más grises, si es que es posible ser más gris todavía; hay casas de madera tambaleantes; hay, igualmente, edificios decrépitos, que a simple vista se ve que amenazan ruina; y finalmente hay algunos en que la amenaza de ruina se ha hecho realidad y se caen literalmente a cachos. Los contrastes son brutales y es difícil pensar qué aspecto puede tener la ciudad dentro de unos años, cuando la tengan un poco más avanzada de lo que está ahora.
En plan turístico, la cosa está chunga. Lo más destacado es el brutal asesinato de los señores de la escultura de la foto, el emperador Nicolás II y su familia, convertidos en fiambres por una cuadrilla de cobardes. En aquel tiempo, en plena guerra civil, los blancos de la legión checoslovaca avanzaban a la carrera y sólo una semana después conquistaron Ekaterimburgo, por lo que los rojos decidieron no arriesgarse y apiolar sumariamente a la familia imperial. Por lo demás, era una táctica que los rojos volvieron a aplicar en el caso del almirante Kolchak, igualmente ejecutado sumariamente antes de que llegase el ejército blanco que aspiraba a liberarlo. Ya se ve que caer prisionero de según quien no era un chollo (hay que decir que los blancos tampoco eran precisamente hermanitas de la caridad).
En el lugar de la ejecución hay ahora un pedazo de catedral, que ha sustituido a la casa que alojó a los prisioneros y que había sido hecha demoler por Yeltsin. A pesar de que no tiene ni diez años, es el edificio posiblemente más emblemático de la ciudad, lo que no dice mucho de su riqueza histórica. De cualquier manera, la ciudad da mucho de sí, lo que se verá a lo largo de las próximas entradas.