Tras dos semanas en España, dedicada la última de ellas a leer legajos viejos, pergeñar documentos destinados a las notarías, preparar declaraciones tributarias, visitar cementerios y marmolistas y a correr un buen porrón de kilómetros por las tardes, para variar, ha llegado el momento de volver a Rusia. Y he aquí que nos encontramos con que tenemos que tomar un avión, disponemos de veinte kilos de franquicia de equipaje (la tropa lleva ya una semana por allí; si no, podrían llegar a cien) y sería una pena desaprovecharlos. Teniendo en cuenta que a Valencia yo viajo prácticamente con las manos en los bolsillos, porque allí tengo de todo, habrá que concentrarse en llevar a Rusia cosas de comer. Sí, ésas con las que no se juega.
Como ya sabéis los que leéis estas entradas, mi actividad culinaria en Moscú es tendente a nostálgica y patriotera, y para ello necesito productos nacionales. Por eso, voy a contaros qué hay en mi maleta. No tanto porque os enteréis, que me trae más o menos sin cuidado, sino porque os deis cuenta de las cosas que se me han olvidado y me sugiráis mejoras en la cesta de la compra. A lo mejor así, entre todos los españoles que pululamos por Moscú podemos establecer una compra estándar y compensar las carencias de productos de la tierra que podamos padecer.
Pues bien, vamos a ver la selección de productos:
1. En atención a las fechas que nos encontramos, dos panquemados de Alberique como la copa de un pino, acompañados de una cazuela de arnadí de boniato. Y es que después de las fallas ha llegado la Pascua, y no hay Pascua sin mona, ni mejor mona que la de Alberique.
Lo que no sé es cómo llegarán los panquemados. Me temo que un pelín aplastados, pero ya os contaré.
2. Fresones a discreción. Un cajoncillo de dos kilos recién traídos de Huelva. En Rusia también hay, pero son carísimos y saben a pepino (cosa que cabrea más que el precio que tienen, que ya es decir). Ya llegará la temporada de la fresa en Rusia y será hora de hacer el viaje al revés y llevarlas a España.
3. Queso. Esta vez no traigo Cabrales, porque, con las nuevas medidas de seguridad en los aeropuertos, no estoy yo muy seguro de que lo confundan con alguna arma química y me detengan. Pero igualmente hay clases para escoger y son bastante más baratas que en Rusia.
4. Jamón. Yo llevo el de york para hacer sandwiches y dejo a Alfina encargarse del ibérico, que lo controla mejor. Como tenía sitio al lado de los panquemados y no podía poner nada duro para no estrujarlos, metí también una barra de pan de molde (efectivamente, no es nada fácil conseguir pan de molde del bueno en Moscú), a ver si el tiempo lo permite y podemos ir de merienda por ahí.
5. Aceite de oliva. Esta vez no es para mí, que tengo una lata de cinco litros en Moscú, sino por un encargo, pero igualmente es un ingrediente importante.
6. Romero y tomillo. Tampoco es para mí, sino por un encargo. Pero no es mala idea, no; a ver si la próxima vez arramblo, que al final uno se harta del eneldo, hierbecilla única que nos ponen en Rusia hasta en la sopa. Literalmente.
7. Hemoal... bueno, esto no se come. Iba a decir que no era para mí, sino por un encargo, pero no me ibais a creer, así que pensad lo que queráis. Hala, a sufrir en silencio.
8. Embutido, a saco. Morcillas, para el arroz al horno; longanizas, para darse un homenaje; chorizo, para añadir a las lentejas; fuet, aunque éste ya ha aparecido por Moscú. Vamos, una dosis elevada de colesterol.
9. Almendra molida, para no perder mucho tiempo deshaciendo almendra en la cocina.
10. Calabaza, ahora que en Moscú no es época, para hacerse un homenaje en forma de arnadí.
En fin, que ésa es la cesta de la compra, pero se admiten sugerencias. En cualquier caso, en la próxima entrada me referiré a los productos que esta vez no han entrado en la cesta.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
sábado, 29 de marzo de 2008
miércoles, 26 de marzo de 2008
Afirmación identitaria
Al poco tiempo tuve que volver a la paraeta:
- Otras dos cajas de chinos, por favor.
Y, finalmente, ya tuve que ponerme serio:
- Chiquetes, tornem a casa, que ja és hora de sopar. (Niñas, volvamos a casa, que ya es hora de cenar)
- Sí, pero, ¿tirarem més petardos?
Al día siguiente, volvimos a la mascletà.
- ¿Aon vas? (Adónde vas?)- le dije a Ro, que la víspera quería alejarse más y más.
- ¡Més prop! (¡Más cerca!)
- ¡Pero si estem a cinc metros de les carcases! (¡Pero si estamos a cinco metros de las carcasas!)
En fin, que el olor a pólvora, como otras tantas veces, había obrado la conversión del neófito, y ya tenía a dos peligrosas falleritas en la familia. A lo mejor era el momento de un acto identitario... pues sí, claro que sí.
- Chiquetes... (Niñas...)
- ¿Qué, papà?
- ¿Vos agraden les falles? (¿Os gustan las fallas?)
- Síiiiii...
- ¡NO VOS ESTIC SENTINT! (¡NO OS ESTOY OYENDO!)
- ¡SÍ, SENYOR!
- ¡MÉS FORT! (¡MÁS ALTO!)
- ¡SÍ SENYOR!
- ¿I QUÉ ÉS VALENCIA?
- ¡VALENCIA ÉS LA MILLOR TERRETA I LA MÉS BONICA DEL MÓN, SENYOR! (¡VALENCIA ES LA MEJOR TIERRA Y LA MÁS BONITA DEL MUNDO, SEÑOR!)
- Molt bé... (Muy bien...)
Bueno, por este viaje, objetivo conseguido. Ya podemos estar unos meses en Moscú con tranquilidad identitaria.
- Otras dos cajas de chinos, por favor.
Y, finalmente, ya tuve que ponerme serio:
- Chiquetes, tornem a casa, que ja és hora de sopar. (Niñas, volvamos a casa, que ya es hora de cenar)
- Sí, pero, ¿tirarem més petardos?
Al día siguiente, volvimos a la mascletà.
- ¿Aon vas? (Adónde vas?)- le dije a Ro, que la víspera quería alejarse más y más.
- ¡Més prop! (¡Más cerca!)
- ¡Pero si estem a cinc metros de les carcases! (¡Pero si estamos a cinco metros de las carcasas!)
En fin, que el olor a pólvora, como otras tantas veces, había obrado la conversión del neófito, y ya tenía a dos peligrosas falleritas en la familia. A lo mejor era el momento de un acto identitario... pues sí, claro que sí.
- Chiquetes... (Niñas...)
- ¿Qué, papà?
- ¿Vos agraden les falles? (¿Os gustan las fallas?)
- Síiiiii...
- ¡NO VOS ESTIC SENTINT! (¡NO OS ESTOY OYENDO!)
- ¡SÍ, SENYOR!
- ¡MÉS FORT! (¡MÁS ALTO!)
- ¡SÍ SENYOR!
- ¿I QUÉ ÉS VALENCIA?
- ¡VALENCIA ÉS LA MILLOR TERRETA I LA MÉS BONICA DEL MÓN, SENYOR! (¡VALENCIA ES LA MEJOR TIERRA Y LA MÁS BONITA DEL MUNDO, SEÑOR!)
- Molt bé... (Muy bien...)
Bueno, por este viaje, objetivo conseguido. Ya podemos estar unos meses en Moscú con tranquilidad identitaria.
lunes, 24 de marzo de 2008
Fadrines o dievushkillas
A uno siempre le asalta la duda al ver a Abi, Ro y Ame tan integrados en el ambiente moscovita de turno ¿No estarán perdiendo sus raíces? A ver si Abi y Ro se me van a convertir en "dievushkas", en lugar de las "chiquetes" que son, y si Ame va a evolucionar a "pareñ", en lugar de "fadrí". No, no, hasta ahí podíamos llegar.
Aparecimos por Valencia en plena semana fallera, en parte porque estaba preparado, y en parte porque las desgracias familiares vienen cuando vienen. El caso es que aquello era la auténtica prueba de fuego de la condición de la tropa, porque por la calle sonaba "Paquito el Chocolatero" a toda hora; entre traca y traca, la plantà fue un hecho al dia siguiente a la llegada, y todo quisqui iba, como poco, con blusón y pañuelo, mientras la Geperudeta esperaba que la cubrieran de flores. Vamos, la quintaesencia de Valencia en fiestas.
- Vinga, chiquets, anem més prop de la mascletà (Vamos, niños, vamos más cerca de la mascletà).
- No, no, mos quedem aci. (No, no, nos quedamos aquí)
- ¿No voleu anar més prop? (¿No queréis ir más cerca?) ¡Si estem a mig kilómetro! (¡Si estamos a medio kilómetro!)
Y así escuchamos la mascletà desde la quinta porra y, claro, no se oía bien; pero la tropa se tapaba los oídos como si aquello fuera un estruendo insoportable. La cosa se ponía mal: se estaban convirtiendo en dievushkas, horror, pavor y terror.
Yendo por la calle, obviamente, cada metro alguien tiraba un petardo. Yo ya no les hacía ni caso, salvo que fuesen realmente fuertes, en cuyo caso lo normal es mover la cabeza en señal de aprobación. De hecho, yo creo que ETA no pone coches bomba en Valencia en fallas porque la explosión no se iba a notar apenas y, como mucho, habría alguien que diría algo así como "Jo, tíos, qué bueno ¿Tenéis más de ésos? ¿Dónde los compráis?". Pero las niñas no estaban tan seguras de que lo de los petardos hubiera que aprobarlo.
- A mi no me agraden les falles. N'hi ha molt de soroll - decía Ro (A mí no me gustan las fallas. Hay mucho ruido).
- A mi tampoc. Tinc por d'anar pel carrer - añadía Abi (A mí tampoco. Tengo miedo de ir por la calle).
Bien. Antes de dar por perdida la batalla, había que hacer un último intento de conversión. Y así, al pasar por una paraeta, me metí en ella y dije al chaval que la atendía:
- Ponme cinco cajas de bombitas, dos de chinos, tres de fuentes, un mechero y una mecha.
Aparecimos por Valencia en plena semana fallera, en parte porque estaba preparado, y en parte porque las desgracias familiares vienen cuando vienen. El caso es que aquello era la auténtica prueba de fuego de la condición de la tropa, porque por la calle sonaba "Paquito el Chocolatero" a toda hora; entre traca y traca, la plantà fue un hecho al dia siguiente a la llegada, y todo quisqui iba, como poco, con blusón y pañuelo, mientras la Geperudeta esperaba que la cubrieran de flores. Vamos, la quintaesencia de Valencia en fiestas.
- Vinga, chiquets, anem més prop de la mascletà (Vamos, niños, vamos más cerca de la mascletà).
- No, no, mos quedem aci. (No, no, nos quedamos aquí)
- ¿No voleu anar més prop? (¿No queréis ir más cerca?) ¡Si estem a mig kilómetro! (¡Si estamos a medio kilómetro!)
Y así escuchamos la mascletà desde la quinta porra y, claro, no se oía bien; pero la tropa se tapaba los oídos como si aquello fuera un estruendo insoportable. La cosa se ponía mal: se estaban convirtiendo en dievushkas, horror, pavor y terror.
Yendo por la calle, obviamente, cada metro alguien tiraba un petardo. Yo ya no les hacía ni caso, salvo que fuesen realmente fuertes, en cuyo caso lo normal es mover la cabeza en señal de aprobación. De hecho, yo creo que ETA no pone coches bomba en Valencia en fallas porque la explosión no se iba a notar apenas y, como mucho, habría alguien que diría algo así como "Jo, tíos, qué bueno ¿Tenéis más de ésos? ¿Dónde los compráis?". Pero las niñas no estaban tan seguras de que lo de los petardos hubiera que aprobarlo.
- A mi no me agraden les falles. N'hi ha molt de soroll - decía Ro (A mí no me gustan las fallas. Hay mucho ruido).
- A mi tampoc. Tinc por d'anar pel carrer - añadía Abi (A mí tampoco. Tengo miedo de ir por la calle).
Bien. Antes de dar por perdida la batalla, había que hacer un último intento de conversión. Y así, al pasar por una paraeta, me metí en ella y dije al chaval que la atendía:
- Ponme cinco cajas de bombitas, dos de chinos, tres de fuentes, un mechero y una mecha.
miércoles, 19 de marzo de 2008
Doce rusos en Bilbao (III): modelos de negocio
- ¿Y usted de qué trabaja? - le dijo Nizhny Tagil a Ivánovo.
- ¿Yo? Yo soy tecnólogo de mi fábrica - dijo Ivánovo.
- ¿Y eso qué es? ¿Jefe de obra? - Nizhny Tagil estaba especialmente retador, y más con lo que había trasegado, mientras que Ivánovo, que no habia probado gota y parecía que ésa era su costumbre, tenía que cargar con la cruz de conversar con él durante la cena.
- No. Tengo autoridad sobre la planta. De hecho, el jefe de obra está sometido a mí jerárquicamente.
- ¡Pf! - y Nizhny Tagil sacudió la cabeza con desaprobación - Vaya cosa, tecnólogo.
- Tecnólogo, sí.
- ¿Y de dónde sácáis los ejes? - Nizhny Tagil seguía rascando.
- Los compramos en Inglaterra.
- ¿En Inglaterra?
- Sí. Y luego los montamos.
- ¡Vaya cosa! ¡Vosotros no sois una fábrica! ¡Vosotros sois una línea de montaje, y ya es mucho!
- No estoy de acuerdo. Compramos los ejes y otras piezas fuera, sí; en Inglaterra, o en Japón. Pero también les vendemos el producto terminado. Se llama coo-pe-ra-ción - Ivánovo, con todo lo buena persona que era, estaba llegando al límite.
- ¿Cooperación? ¡Se llama traición! ¡Estáis creando puestos de trabajo en el extranjero! ¡Lo que tenéis que hacer es hacerlo todo vosotros mismos! ¿Voy a comprar piezas de hierro a los extranjeros? ¿Yo? ¿Yo, que estoy sentado sobre minas de hierro? No, no y no: yo voy a crear puestos de trabajo en Rusia.
- Pues véndales el hierro, y cómpreles la pieza terminada. Ellos la hacen bien, pero el producto terminado lo hacemos nosotros más barato, y ellos nos lo compran. Insisto, cooperación.
- ¡A hacer puñetas con tu cooperación! ¡Todo se puede hacer en Rusia! ¡Todo! ¡Tenemos hierro, tenemos gente y tenemos tecnología! ¡Somos los mejores! Y no necesitamos tu famosa cooperación, tecnólogo, porque nosotros lo podemos hacer todo, sin necesidad de quitar trabajo a los rusos y dárselo a los extranjeros. Los extranjeros no saben hacer nada mejor que nosotros. Nosotros somos mejores.
"Jo, pensé, qué tío ¡Cómo se adapta! No lleva ni un día en Bilbao, y ya parece que haya nacido aquí, en el mismo centro."
- ¿Yo? Yo soy tecnólogo de mi fábrica - dijo Ivánovo.
- ¿Y eso qué es? ¿Jefe de obra? - Nizhny Tagil estaba especialmente retador, y más con lo que había trasegado, mientras que Ivánovo, que no habia probado gota y parecía que ésa era su costumbre, tenía que cargar con la cruz de conversar con él durante la cena.
- No. Tengo autoridad sobre la planta. De hecho, el jefe de obra está sometido a mí jerárquicamente.
- ¡Pf! - y Nizhny Tagil sacudió la cabeza con desaprobación - Vaya cosa, tecnólogo.
- Tecnólogo, sí.
- ¿Y de dónde sácáis los ejes? - Nizhny Tagil seguía rascando.
- Los compramos en Inglaterra.
- ¿En Inglaterra?
- Sí. Y luego los montamos.
- ¡Vaya cosa! ¡Vosotros no sois una fábrica! ¡Vosotros sois una línea de montaje, y ya es mucho!
- No estoy de acuerdo. Compramos los ejes y otras piezas fuera, sí; en Inglaterra, o en Japón. Pero también les vendemos el producto terminado. Se llama coo-pe-ra-ción - Ivánovo, con todo lo buena persona que era, estaba llegando al límite.
- ¿Cooperación? ¡Se llama traición! ¡Estáis creando puestos de trabajo en el extranjero! ¡Lo que tenéis que hacer es hacerlo todo vosotros mismos! ¿Voy a comprar piezas de hierro a los extranjeros? ¿Yo? ¿Yo, que estoy sentado sobre minas de hierro? No, no y no: yo voy a crear puestos de trabajo en Rusia.
- Pues véndales el hierro, y cómpreles la pieza terminada. Ellos la hacen bien, pero el producto terminado lo hacemos nosotros más barato, y ellos nos lo compran. Insisto, cooperación.
- ¡A hacer puñetas con tu cooperación! ¡Todo se puede hacer en Rusia! ¡Todo! ¡Tenemos hierro, tenemos gente y tenemos tecnología! ¡Somos los mejores! Y no necesitamos tu famosa cooperación, tecnólogo, porque nosotros lo podemos hacer todo, sin necesidad de quitar trabajo a los rusos y dárselo a los extranjeros. Los extranjeros no saben hacer nada mejor que nosotros. Nosotros somos mejores.
"Jo, pensé, qué tío ¡Cómo se adapta! No lleva ni un día en Bilbao, y ya parece que haya nacido aquí, en el mismo centro."
lunes, 17 de marzo de 2008
Doce rusos en Bilbao (II): En el Guggenheim
Como habíamos dicho antes, el grupo de rusos que me acompañaba en Bilbao era de perfil técnico, a excepción de la chica, que, como filóloga germana, era de letras y a la que se podía suponer una sensibilidad artística mayor que al resto. Desde luego, yo me preguntaba qué hacía una filóloga en semejante grupo y, ya puestos, también se lo pregunté a ella:
- Wie lange arbeiten Sie schon mit diesen Leuten? (¿Cuánto tiempo lleva usted trabajando con estas personas?)
- Wie lange? (¿Cuánto tiempo?)
- Ja. (Sí)
- Sechs Monaten, ungefähr. (Seis meses, más o menos)
- Und wie erlebt eine Germanistin den Alltag in einer so technischen Umgebung? (¿Y cómo es el día a día de una filóloga germánica en un ambiente tan técnico?)
- Ganz normal. (Totalmente normal)
- Wirklich? (¿De verdad?)
- Ja. Warum denn nicht? (Sí, ¿por qué no?)
- Ich nehme an, Sie sind mit ihnen zum ersten Mal in einem Museum. (Entiendo que ésta es la primera vez que está usted con ellos en un museo)
- So ist es. (Así es)
- Dann werden wir sehen, wie sie heute reagieren. (Pues vamos a ver cómo reaccionan hoy)
La cosa comenzó potente. Pasamos todos juntos a la nave principal, la de la foto, donde hay unas enormes estructuras metálicas. Los rusos se pusieron a verlas. Casi todos parecían muy interesados, pero no diría yo que en la dimensión artística de la obra.
- ¿Qué aleación habran utilizado? - preguntó Yaroslavl.
- Parece el tipo de estructura que utilizábamos en los astilleros cuando trabajaba allí - repuso Elektrostal.
- Pero, ¿realmente es metal? - inquirió Ivánovo.
Rostov dio unos toquecitos suaves con la mano, como unas palmaditas de nada, en la estructura.
- No suena a metal.
- ¿Cómo que no? - dijo Nizhny Tagil, mientras daba un puñetazo con todas sus fuerzas en la estructura, arrancando un tañido profundo - ¡Claro que es de metal! Lo que pasa es que hay que darle fuerte.
- Estooo, creo que será mejor que nos vayamos a otra sala - propuse, mientras con el rabillo del ojo veía a una celadora acercarse hacia nosotros desde el otro extremo de la sala, probablemente no para felicitar a Nizhny Tagil por el sonido que había logrado obtener.
- No estaba mal esta sala, no - dijo Perm.
- Sí, se ve que son buenos fundidores - concluyó Ural, mientras salíamos de la sala. La celadora echó al aire un suspiro y, al ver que nos íbamos, desistió de perseguirnos.
Luego pasamos a otra sala, en la que habían unos cuadros muy chulos hechos con platos pintados. Uno era un autorretrato del autor.
- Aber das ist doch prima! (¡Pero si esto es estupendo!) - le dije a la filóloga.
- ¿Qué es esto? - preguntó, con evidente desagrado, Nizhny Tagil.
- Es un autorretrato del autor, que tiene toda una serie realizada con platos - dijo la chica, que había alquilado una audioguía e iba escuchando la versión alemana y tratando de explicar las cosas a los demás, traduciendo al ruso sobre la marcha.
A todo esto, Yaroslavl, Ivánovo, Ekaterimburg y Perm se habían ido por su cuenta y ya no los volvimos a ver hasta la exposición del surrealismo del cuarto piso.
Ural volvía a tener ganas de fumar y ya no veía tan claro que le gustara el museo.
Rostov se puso muy cerquita de la chica, pero no parecía que fuera por escuchar las explicaciones.
Moscú y Elektrostal comentaban que el museo se veía interesante, pero que ellos habían sido educados de otra manera más conservadora.
Entonces se oyó a una celadora, muy nerviosa, poniendo el grito en el cielo. Me di la vuelta y la oí dirigiéndose en castellano a Nizhny Tagil, que no entendía ni jota.
Al dar la vuelta a una sala había una estructura tubular atravesando una pequeña pared de cemento. Nizhny Tagil estaba junto a ella y la celadora junto a él.
- ¡No se pueden tocar las obras! - decía la celadora. Llegué corriendo y se lo traduje a Nizhny Tagil.
- ¿No? Entonces, ¿para qué las exponen?
- ¿Qué ha dicho? - me preguntó la celadora.
- Dice que lo siente mucho y que no sabía que estaba prohibido -traduje de manera, como se ve, algo libre.
- Pues dígale que no se toca.
- Dice que las exponen para que el público las vea - le dije a Nizhny Tagil.
- Pues vaya birria.
- Dice el señor que hace usted muy bien su trabajo - le dije a la celadora-. Este señor es de una ciudad de Rusia y ha venido a Bilbao a ver el museo.
La celadora se calmó un poco.
- Venga, ya nos vamos de la sala.
Al salir de la sala, Nizhny Tagil parecía poco dispuesto a seguir familiarizándose con el arte moderno.
- Yo me voy. Les espero fuera ¿Para qué me voy a quedar? ¿Para ver platos rotos?
Ural vio el cielo abierto y salió con él acariciando su mechero.
- Ein hervorragend ausgebildeter Mensch. Er wird sich dieses Besuches mit Tränen erinnern (Una persona excelentemente formada. Se acordará con lágrimas de esta visita) - le dije a la filóloga con toda la sorna de que era capaz.
- Ach, die sind alle wie Kinder (Son todos como niños).
- Aber Sie haben wohl doch gesagt, dass Sie bisher keine kulturelle Schwierigkeiten im Umgang mit diesen Naturwissenschaftlern gefunden haben. (Pero usted dijo que hasta ahora no se había encontrado con dificultades de tipo cultural en el trato con esta gente de ciencias).
- Eben. Bisher (Eso es. Hasta ahora)
Rostov se puso junto a unos tubos de metal que había en otra sala.
- ¿Y esto es arte moderno? - le preguntó a la filóloga, que seguía intentando aclararse con la audioguía.
- Sí.
- Ah, pues entonces estoy rodeado de arte moderno en la fábrica de helicópteros, sobre todo cuando los obreros se dejan algo a medio hacer.
La visita siguió sin mayores novedades. Encontramos a los cuatro en las salas del surrealismo y Moscú se unió a ellos. Rostov seguía pegado a la filóloga y yo me quedé con Elektrostal, que era un señor bastante tranquilo y poco conflictivo, viendo las últimas salas del museo.
Finalmente salimos, pero allí no estaban Nizhny Tagil ni Ural. Los volvimos a ver cuando quedamos para cenar, y Nizhny Tagil presentaba un sospechoso olor a alcohol. Ural no, probablemente porque el pestazo a tabaco lo ocultaba.
Y claro, durante la cena estuvieron bastante... particulares, sobre todo nuestro amigo Nizhny Tagil, que ya ha quedado claro que suple su escasa visión de mundo con un carácter franco y poco dado a disimulos. Pero eso ya lo dejo para la siguiente entrada.
- Wie lange arbeiten Sie schon mit diesen Leuten? (¿Cuánto tiempo lleva usted trabajando con estas personas?)
- Wie lange? (¿Cuánto tiempo?)
- Ja. (Sí)
- Sechs Monaten, ungefähr. (Seis meses, más o menos)
- Und wie erlebt eine Germanistin den Alltag in einer so technischen Umgebung? (¿Y cómo es el día a día de una filóloga germánica en un ambiente tan técnico?)
- Ganz normal. (Totalmente normal)
- Wirklich? (¿De verdad?)
- Ja. Warum denn nicht? (Sí, ¿por qué no?)
- Ich nehme an, Sie sind mit ihnen zum ersten Mal in einem Museum. (Entiendo que ésta es la primera vez que está usted con ellos en un museo)
- So ist es. (Así es)
- Dann werden wir sehen, wie sie heute reagieren. (Pues vamos a ver cómo reaccionan hoy)
La cosa comenzó potente. Pasamos todos juntos a la nave principal, la de la foto, donde hay unas enormes estructuras metálicas. Los rusos se pusieron a verlas. Casi todos parecían muy interesados, pero no diría yo que en la dimensión artística de la obra.
- ¿Qué aleación habran utilizado? - preguntó Yaroslavl.
- Parece el tipo de estructura que utilizábamos en los astilleros cuando trabajaba allí - repuso Elektrostal.
- Pero, ¿realmente es metal? - inquirió Ivánovo.
Rostov dio unos toquecitos suaves con la mano, como unas palmaditas de nada, en la estructura.
- No suena a metal.
- ¿Cómo que no? - dijo Nizhny Tagil, mientras daba un puñetazo con todas sus fuerzas en la estructura, arrancando un tañido profundo - ¡Claro que es de metal! Lo que pasa es que hay que darle fuerte.
- Estooo, creo que será mejor que nos vayamos a otra sala - propuse, mientras con el rabillo del ojo veía a una celadora acercarse hacia nosotros desde el otro extremo de la sala, probablemente no para felicitar a Nizhny Tagil por el sonido que había logrado obtener.
- No estaba mal esta sala, no - dijo Perm.
- Sí, se ve que son buenos fundidores - concluyó Ural, mientras salíamos de la sala. La celadora echó al aire un suspiro y, al ver que nos íbamos, desistió de perseguirnos.
Luego pasamos a otra sala, en la que habían unos cuadros muy chulos hechos con platos pintados. Uno era un autorretrato del autor.
- Aber das ist doch prima! (¡Pero si esto es estupendo!) - le dije a la filóloga.
- ¿Qué es esto? - preguntó, con evidente desagrado, Nizhny Tagil.
- Es un autorretrato del autor, que tiene toda una serie realizada con platos - dijo la chica, que había alquilado una audioguía e iba escuchando la versión alemana y tratando de explicar las cosas a los demás, traduciendo al ruso sobre la marcha.
A todo esto, Yaroslavl, Ivánovo, Ekaterimburg y Perm se habían ido por su cuenta y ya no los volvimos a ver hasta la exposición del surrealismo del cuarto piso.
Ural volvía a tener ganas de fumar y ya no veía tan claro que le gustara el museo.
Rostov se puso muy cerquita de la chica, pero no parecía que fuera por escuchar las explicaciones.
Moscú y Elektrostal comentaban que el museo se veía interesante, pero que ellos habían sido educados de otra manera más conservadora.
Entonces se oyó a una celadora, muy nerviosa, poniendo el grito en el cielo. Me di la vuelta y la oí dirigiéndose en castellano a Nizhny Tagil, que no entendía ni jota.
Al dar la vuelta a una sala había una estructura tubular atravesando una pequeña pared de cemento. Nizhny Tagil estaba junto a ella y la celadora junto a él.
- ¡No se pueden tocar las obras! - decía la celadora. Llegué corriendo y se lo traduje a Nizhny Tagil.
- ¿No? Entonces, ¿para qué las exponen?
- ¿Qué ha dicho? - me preguntó la celadora.
- Dice que lo siente mucho y que no sabía que estaba prohibido -traduje de manera, como se ve, algo libre.
- Pues dígale que no se toca.
- Dice que las exponen para que el público las vea - le dije a Nizhny Tagil.
- Pues vaya birria.
- Dice el señor que hace usted muy bien su trabajo - le dije a la celadora-. Este señor es de una ciudad de Rusia y ha venido a Bilbao a ver el museo.
La celadora se calmó un poco.
- Venga, ya nos vamos de la sala.
Al salir de la sala, Nizhny Tagil parecía poco dispuesto a seguir familiarizándose con el arte moderno.
- Yo me voy. Les espero fuera ¿Para qué me voy a quedar? ¿Para ver platos rotos?
Ural vio el cielo abierto y salió con él acariciando su mechero.
- Ein hervorragend ausgebildeter Mensch. Er wird sich dieses Besuches mit Tränen erinnern (Una persona excelentemente formada. Se acordará con lágrimas de esta visita) - le dije a la filóloga con toda la sorna de que era capaz.
- Ach, die sind alle wie Kinder (Son todos como niños).
- Aber Sie haben wohl doch gesagt, dass Sie bisher keine kulturelle Schwierigkeiten im Umgang mit diesen Naturwissenschaftlern gefunden haben. (Pero usted dijo que hasta ahora no se había encontrado con dificultades de tipo cultural en el trato con esta gente de ciencias).
- Eben. Bisher (Eso es. Hasta ahora)
Rostov se puso junto a unos tubos de metal que había en otra sala.
- ¿Y esto es arte moderno? - le preguntó a la filóloga, que seguía intentando aclararse con la audioguía.
- Sí.
- Ah, pues entonces estoy rodeado de arte moderno en la fábrica de helicópteros, sobre todo cuando los obreros se dejan algo a medio hacer.
La visita siguió sin mayores novedades. Encontramos a los cuatro en las salas del surrealismo y Moscú se unió a ellos. Rostov seguía pegado a la filóloga y yo me quedé con Elektrostal, que era un señor bastante tranquilo y poco conflictivo, viendo las últimas salas del museo.
Finalmente salimos, pero allí no estaban Nizhny Tagil ni Ural. Los volvimos a ver cuando quedamos para cenar, y Nizhny Tagil presentaba un sospechoso olor a alcohol. Ural no, probablemente porque el pestazo a tabaco lo ocultaba.
Y claro, durante la cena estuvieron bastante... particulares, sobre todo nuestro amigo Nizhny Tagil, que ya ha quedado claro que suple su escasa visión de mundo con un carácter franco y poco dado a disimulos. Pero eso ya lo dejo para la siguiente entrada.
viernes, 14 de marzo de 2008
Cocina para exiliados (XI): ensalada mixta.
Uno pensaría que los rusos son unos consumados maestros en las ensaladas ¿No es, acaso, universalmente conocida la ensaladilla rusa? Pues, sin embargo, resulta que la ensaladilla rusa no se conoce, tal como la hacemos nosotros, en Rusia. Lo más parecido es la llamada ensalada "Olivier", inventada por un cocinero francés afincado en Rusia y llamado, precisamente, Olivier; también guarda relación con nuestra ensaladilla rusa la llamada ensalada "stolichny" (capitalina, o moscovita, como prefiramos), fruto de la rivalidad entre dos cocineros, el mencionado Olivier e Ivanov, un pinche suyo que trató de rivalizar con su maestro francés. Pero ésa es otra historia, que ya llegará el momento de contar.
En realidad, la cocina mediterránea pilla bastante a trasmano en Rusia, lo cual no nos debería extrañar, porque Rusia no tiene salida al Mediterráneo, salvo que consideremos como tal al Mar Negro y, aún así, sólo es un cachito. La gran mayoría del país se encuentra a muchísimos husos horarios y a un montón de grados de temperaturas de las zonas donde predomina el clima mediterráneo.
Y así, hacerse una ensalada mixta, que los más patriotas llaman (o llamamos, vaya) ensalada valenciana, no es una tarea especialmente fácil y, sobre todo, especialmente barata. Vayamos a por los ingredientes:
1. Lechuga, indispensable.
2. Tomate, lo mismo.
3. Cebolla. Y cruda, nada de mariconadas.
4. Oliv... digo, aceitunas. Verdes o negras, según guste.
5. La zanahoria rallada le viene muy bien.
6. Atún.
7. Un huevo duro por comensal. Duro con esas proteínas.
El aliño, que sea sal, aceite de oliva y vinagre. Y nada más, que todo lo demás viene del diablo.
En Rusia, no encontraremos problemas para hacernos con huevos, cebollas y zanahorias. El atún, igualito que en España, lo encontraremos enlatado. El problema puede llegar con los otros tres ingredientes.
El primero son las lechugas. En Rusia, casi cualquier hierba verde se conoce como "salad" y se supone que se puede echar a la en-salad-a, pero lo cierto es que encontrar lechugas, tal y como yo entiendo que es una lechuga, no es tarea fácil, tanto más cuanto que parece no haber palabra en ruso para identificar exactamente lo que quiero. Y eso es una curiosidad semejante al hecho de que en ruso hay más de una palabra -y no son sinónimos- para lo que en castellano llamamos simplemente salmón. Y es que cada uno tiene sus productos y los mima encomendándoles más palabras de su vocabulario.
Vamos el caso es que en la mayoría de las ocasiones uno tiene que resignarse a subproductos, como la lechuga iceberg, que será muy chula en Murcia, pero que, para cuando consigue llegar a Moscú, parece que haya adelgazado en calidad y volumen lo que ha engordado en precio. O como la lechuga china, que los chinos probablemente utilizan para torturar disidentes. Lo más apañado es hacerse con las macetitas con cuatro hojitas amarillentas que venden en las verdulerías, procedentes de los invernaderos, mientras esperamos tiempos mejores para nuestra despensa.
Lo del tomate es todavía peor, porque, bueno, los hierbajos los podrás disimular, pero una ensalada mixta sin tomate es... no sé, como un huevo frito sin pan. Y el caso es que tomates hay, y muy buenos y no demasiado caros, pero sólo durante unos meses al año, hacia el final del verano y principios de otoño, en que casi todo el mundo lo cultiva en sus dachas sin conservantes ni nada parecido y está de muerte. Pero, claro, fuera de esos meses la cosa cambia, y uno no va a renunciar a su dosis de vitaminas atomatadas por el mero de hecho de no ser temporada. Al fin y al cabo, en España estamos, en este aspecto, muy mal acostumbrados.
Los tomates en invierno empezaron a existir en Moscú a principios de los noventa, cuando a los moscovitas se les dejó comprar en las tiendas reservadas a los extranjeros y empezaron a surgir, como balbuciendo, algunos supermercados a cuyos dueños sólo les faltaba el parche en el ojo, tales eran los precios que ponían a sus cosas. Uno se los podía encontrar por lo que hoy son ocho euros el kilo, o más, y lo bueno es que se vendían.
Entretanto, los tomates están por todos los sitios, se cultivan en invernaderos no muy lejanos de Moscú (será por energía para hacerlos funcionar...) y saben tan poco a tomate como sus homológos españoles de la misma calaña. En lo que se diferencian es en el precio que, sin ser los ocho euros de su época gloriosa, tampoco es el euro y medio, todo lo más, que nos encontramos en España. No, hacia los tres euros es el precio estándar.
Nos faltarían unas aceitunillas. Lo que es marinadas, como es norma es España, no las encontraremos fácilmente. Alternativamente, uno podría pensar en hacer la salmuera uno mismo, pero, para que sirva de algo, tendría que tener aceitunas crudas, y el olivo más cercano a Moscú debe estar por Bulgaria. En fin, que lo que toca es tirar de lata.
¡Y será por latas! Los aceituneros españoles han creado para su exportación a Rusia las versiones más perversas de aceitunas rellenas, y no sólo las tradicionales de anchoa, sino también de atún, que están pasables, y engendros propios de alguna mente enferma, como las rellenas de queso o de almendra (¡Lástima de aceituna y de almendra!), elaboradas en España por indicación de los distribuidores rusos, que han dicho al fabricante que las quieren así y, claro, quien paga manda.
En fin, que aproveche y la próxima entrada, sí, ya será la continuación de los rusos haciendo cositas por Bilbao.
En realidad, la cocina mediterránea pilla bastante a trasmano en Rusia, lo cual no nos debería extrañar, porque Rusia no tiene salida al Mediterráneo, salvo que consideremos como tal al Mar Negro y, aún así, sólo es un cachito. La gran mayoría del país se encuentra a muchísimos husos horarios y a un montón de grados de temperaturas de las zonas donde predomina el clima mediterráneo.
Y así, hacerse una ensalada mixta, que los más patriotas llaman (o llamamos, vaya) ensalada valenciana, no es una tarea especialmente fácil y, sobre todo, especialmente barata. Vayamos a por los ingredientes:
1. Lechuga, indispensable.
2. Tomate, lo mismo.
3. Cebolla. Y cruda, nada de mariconadas.
4. Oliv... digo, aceitunas. Verdes o negras, según guste.
5. La zanahoria rallada le viene muy bien.
6. Atún.
7. Un huevo duro por comensal. Duro con esas proteínas.
El aliño, que sea sal, aceite de oliva y vinagre. Y nada más, que todo lo demás viene del diablo.
En Rusia, no encontraremos problemas para hacernos con huevos, cebollas y zanahorias. El atún, igualito que en España, lo encontraremos enlatado. El problema puede llegar con los otros tres ingredientes.
El primero son las lechugas. En Rusia, casi cualquier hierba verde se conoce como "salad" y se supone que se puede echar a la en-salad-a, pero lo cierto es que encontrar lechugas, tal y como yo entiendo que es una lechuga, no es tarea fácil, tanto más cuanto que parece no haber palabra en ruso para identificar exactamente lo que quiero. Y eso es una curiosidad semejante al hecho de que en ruso hay más de una palabra -y no son sinónimos- para lo que en castellano llamamos simplemente salmón. Y es que cada uno tiene sus productos y los mima encomendándoles más palabras de su vocabulario.
Vamos el caso es que en la mayoría de las ocasiones uno tiene que resignarse a subproductos, como la lechuga iceberg, que será muy chula en Murcia, pero que, para cuando consigue llegar a Moscú, parece que haya adelgazado en calidad y volumen lo que ha engordado en precio. O como la lechuga china, que los chinos probablemente utilizan para torturar disidentes. Lo más apañado es hacerse con las macetitas con cuatro hojitas amarillentas que venden en las verdulerías, procedentes de los invernaderos, mientras esperamos tiempos mejores para nuestra despensa.
Lo del tomate es todavía peor, porque, bueno, los hierbajos los podrás disimular, pero una ensalada mixta sin tomate es... no sé, como un huevo frito sin pan. Y el caso es que tomates hay, y muy buenos y no demasiado caros, pero sólo durante unos meses al año, hacia el final del verano y principios de otoño, en que casi todo el mundo lo cultiva en sus dachas sin conservantes ni nada parecido y está de muerte. Pero, claro, fuera de esos meses la cosa cambia, y uno no va a renunciar a su dosis de vitaminas atomatadas por el mero de hecho de no ser temporada. Al fin y al cabo, en España estamos, en este aspecto, muy mal acostumbrados.
Los tomates en invierno empezaron a existir en Moscú a principios de los noventa, cuando a los moscovitas se les dejó comprar en las tiendas reservadas a los extranjeros y empezaron a surgir, como balbuciendo, algunos supermercados a cuyos dueños sólo les faltaba el parche en el ojo, tales eran los precios que ponían a sus cosas. Uno se los podía encontrar por lo que hoy son ocho euros el kilo, o más, y lo bueno es que se vendían.
Entretanto, los tomates están por todos los sitios, se cultivan en invernaderos no muy lejanos de Moscú (será por energía para hacerlos funcionar...) y saben tan poco a tomate como sus homológos españoles de la misma calaña. En lo que se diferencian es en el precio que, sin ser los ocho euros de su época gloriosa, tampoco es el euro y medio, todo lo más, que nos encontramos en España. No, hacia los tres euros es el precio estándar.
Nos faltarían unas aceitunillas. Lo que es marinadas, como es norma es España, no las encontraremos fácilmente. Alternativamente, uno podría pensar en hacer la salmuera uno mismo, pero, para que sirva de algo, tendría que tener aceitunas crudas, y el olivo más cercano a Moscú debe estar por Bulgaria. En fin, que lo que toca es tirar de lata.
¡Y será por latas! Los aceituneros españoles han creado para su exportación a Rusia las versiones más perversas de aceitunas rellenas, y no sólo las tradicionales de anchoa, sino también de atún, que están pasables, y engendros propios de alguna mente enferma, como las rellenas de queso o de almendra (¡Lástima de aceituna y de almendra!), elaboradas en España por indicación de los distribuidores rusos, que han dicho al fabricante que las quieren así y, claro, quien paga manda.
En fin, que aproveche y la próxima entrada, sí, ya será la continuación de los rusos haciendo cositas por Bilbao.
martes, 11 de marzo de 2008
Doce rusos en Bilbao
El grupo era bastante diverso. Dos eran de Moscú o de sus alrededores inmediatos, pero los demás eran de ciudades menores (Ivánovo, Yaroslavl, Perm, Rostov, incluso Nizhny Tagil...). Once eran hombres, de los que sólo uno hablaba inglés, y los once eran ingenieros de formación; y había una mujer, filóloga germánica, jovencita ella, que hablaba muy bien en alemán y algo peor en inglés y que era quien pastoreaba al grupo, sobre todo cuando yo me escaqueaba o me dedicaba a hacer de intérprete en cualquier circunstancia.
Llegamos, pues, a Bilbao, nos metimos en el hotel y enseguida nos fuimos a comer. Senté a los doce en una mesa del café Iruña y me puse hacia el centro. Aquello parecía una caricatura de la Última Cena. El camarero se acercó algo inquieto, pero se alivió algo cuando se dio cuenta de que al menos uno hablaba castellano.
- A ver, ¿qué os pongo?
Así me gusta. Nada que "¿Qué van a tomar los señores?" ni de "¿Vos querés que os traiga la carta?". Eso es un camarero español tradicional, y lo demás perversiones del original.
- Voy a preguntar.
Y me dirigí a los rusos. Comencé a traducirles la carta mal que bien, pero como vi que no se aclaraban, la cosa tardaba y ya eran las tres y media, abordé al camarero y le dije:
- Ven p'acá. De primero, ensalada mixta para todos, y de segundo, dorada para todos. Nos pones tres platos de ibérico repartidos por la mesa y otros tres de Idiazábal. Para beber, vino.
- ¿Os pongo unas botellas de agua?
- Adelante.
El camarero se fue contentísimo, por lo fácil que iba a resultar servir aquello. Al poco tiempo comenzó a aparecer la comida, empezando por el queso y el jamón.
- ¿Y esto que es? -preguntó Ivánovo, señalando el jamón- ¿Bacon?
- No, es jamón -respondí.
- ¿Jamón?
- Es carne de cerdo, de la pierna del cerdo.
Ivánovo lo probó con inseguridad.
- No está mal ¿Está ahumado?
Aquí ya me faltaron las palabras en ruso para decir "curado". Intenté explicarles algo el proceso de producción, pero me di cuenta de que se estaban pasando al queso.
Llegó el vino, un Rioja estupendo, nos servimos todos y a todos les gustó, aunque seguro que alguno echó de menos algo un poquito más fuerte. Pero entonces el camata trajo el agua, y Nizhny Tagil, que estaba sentado a mi lado, abrió mucho los ojos.
- ¿Agua con el vino? - preguntó, poco menos que indignado.
- ¿No? - le dije, aunque hablé con un poco de dificultad, porque tenía la boca llena de ibérico, visto que no estaba teniendo mucho éxito entre los comensales.
Ural llevaba un buen rato inquieto y se salió a la calle, evidentemente para fumar, seguido inmediatamente por la chica, que tenía las mismas intenciones y que debía llevar un rato esperando a que alguien se decidiera. También se levantó Rostov, pero éste más bien porque lo que quería era ligar con la chica. A todo esto, poco a poco los comensales se iban animando y, en vista de que los primeros platos no venían, iban dando buena cuenta del queso y un poco menos del jamón. Pero del jamón ya me encargaba yo, para que no sufrieran.
Trajeron la ensalada.
- ¡Oh, cuántos vegetales? - dijo Perm.
- ¿Todo esto son vegetales? - me preguntó Yaroslavl.
- Estoo... no, eso de ahí es atún.
Como había hambre, y de buena parte del jamón ya me había encargado yo, dejaron de hacer preguntas tontas y se pusieron manos a la obra. Pronto llegó el segundo.
- ¿Y esto qué es?
- Esto es pescado.
- ¿Y qué pescado?
- Bueno, en español se llama "dorada".
- ¿Y en ruso qué pez es éste?
"¡Leches! ¿Y yo qué sé?", pensé, rebuscando en vano.
- En los restaurantes de Moscú también hay dorada - dijo el que era de Moscú-, pero es muy cara. Yo nunca la había comido. Bueno, al menos en la carta de los restaurantes pone "dorada".
- Sí, sí, pero ¿qué pez es? - insistió Nizhny Tagil, que era un cincuentón bastante faltón y evidentemente poco viajado.
- Pues en ruso no lo sé - dije.
Y Nizhny Tagil me miró como diciendo "Pues vaya inútil que me han sentado al lado".
(Por cierto, ahora sé que en ruso también se dice "dorada", o bien con el término técnico "aurata". El de Nizhny Tagil no se coscó, aunque, teniendo en cuenta que Nizhny Tagil está a varios miles de kilómetros del hábitat habitual de la dorada, tampoco hay que eprochárselo demasiado).
Al final, se lo comieron todo, les di de postre tarta de San Marcos para todos, a pesar de los lamentos de la jovencita, que decía que era "ein kleines Mädchen" y quería guardar la línea, se lo hice comer todo y salimos de allí.
La clave de lo sucedido me la dio al día siguiente, cenando, mi amigo Xabier, bilbaíno a más no poder con el que me escaqueé para cenar.
- Es que es perder el tiempo. A los guiris no hay que darles de comer, porque no lo aprecian. Llevé a comer a un sueco, dijo que le gustaba el jamón, pedí jamón, y el tío va y quita lo blanco ¡Lo blanco! ¿Será posible? - decía Xabier indignado y con toda la razón del mundo.
Pero volvamos con el grupo de rusos, que, tambaleándose después de la comilona, camina por la ría en dirección al Guggenheim con la intención de visitarlo.
Pero lo que pasó en el Guggenheim, que tiene todavía menos desperdicio que el jamón ibérico, lo dejo para la siguiente entrada.
Llegamos, pues, a Bilbao, nos metimos en el hotel y enseguida nos fuimos a comer. Senté a los doce en una mesa del café Iruña y me puse hacia el centro. Aquello parecía una caricatura de la Última Cena. El camarero se acercó algo inquieto, pero se alivió algo cuando se dio cuenta de que al menos uno hablaba castellano.
- A ver, ¿qué os pongo?
Así me gusta. Nada que "¿Qué van a tomar los señores?" ni de "¿Vos querés que os traiga la carta?". Eso es un camarero español tradicional, y lo demás perversiones del original.
- Voy a preguntar.
Y me dirigí a los rusos. Comencé a traducirles la carta mal que bien, pero como vi que no se aclaraban, la cosa tardaba y ya eran las tres y media, abordé al camarero y le dije:
- Ven p'acá. De primero, ensalada mixta para todos, y de segundo, dorada para todos. Nos pones tres platos de ibérico repartidos por la mesa y otros tres de Idiazábal. Para beber, vino.
- ¿Os pongo unas botellas de agua?
- Adelante.
El camarero se fue contentísimo, por lo fácil que iba a resultar servir aquello. Al poco tiempo comenzó a aparecer la comida, empezando por el queso y el jamón.
- ¿Y esto que es? -preguntó Ivánovo, señalando el jamón- ¿Bacon?
- No, es jamón -respondí.
- ¿Jamón?
- Es carne de cerdo, de la pierna del cerdo.
Ivánovo lo probó con inseguridad.
- No está mal ¿Está ahumado?
Aquí ya me faltaron las palabras en ruso para decir "curado". Intenté explicarles algo el proceso de producción, pero me di cuenta de que se estaban pasando al queso.
Llegó el vino, un Rioja estupendo, nos servimos todos y a todos les gustó, aunque seguro que alguno echó de menos algo un poquito más fuerte. Pero entonces el camata trajo el agua, y Nizhny Tagil, que estaba sentado a mi lado, abrió mucho los ojos.
- ¿Agua con el vino? - preguntó, poco menos que indignado.
- ¿No? - le dije, aunque hablé con un poco de dificultad, porque tenía la boca llena de ibérico, visto que no estaba teniendo mucho éxito entre los comensales.
Ural llevaba un buen rato inquieto y se salió a la calle, evidentemente para fumar, seguido inmediatamente por la chica, que tenía las mismas intenciones y que debía llevar un rato esperando a que alguien se decidiera. También se levantó Rostov, pero éste más bien porque lo que quería era ligar con la chica. A todo esto, poco a poco los comensales se iban animando y, en vista de que los primeros platos no venían, iban dando buena cuenta del queso y un poco menos del jamón. Pero del jamón ya me encargaba yo, para que no sufrieran.
Trajeron la ensalada.
- ¡Oh, cuántos vegetales? - dijo Perm.
- ¿Todo esto son vegetales? - me preguntó Yaroslavl.
- Estoo... no, eso de ahí es atún.
Como había hambre, y de buena parte del jamón ya me había encargado yo, dejaron de hacer preguntas tontas y se pusieron manos a la obra. Pronto llegó el segundo.
- ¿Y esto qué es?
- Esto es pescado.
- ¿Y qué pescado?
- Bueno, en español se llama "dorada".
- ¿Y en ruso qué pez es éste?
"¡Leches! ¿Y yo qué sé?", pensé, rebuscando en vano.
- En los restaurantes de Moscú también hay dorada - dijo el que era de Moscú-, pero es muy cara. Yo nunca la había comido. Bueno, al menos en la carta de los restaurantes pone "dorada".
- Sí, sí, pero ¿qué pez es? - insistió Nizhny Tagil, que era un cincuentón bastante faltón y evidentemente poco viajado.
- Pues en ruso no lo sé - dije.
Y Nizhny Tagil me miró como diciendo "Pues vaya inútil que me han sentado al lado".
(Por cierto, ahora sé que en ruso también se dice "dorada", o bien con el término técnico "aurata". El de Nizhny Tagil no se coscó, aunque, teniendo en cuenta que Nizhny Tagil está a varios miles de kilómetros del hábitat habitual de la dorada, tampoco hay que eprochárselo demasiado).
Al final, se lo comieron todo, les di de postre tarta de San Marcos para todos, a pesar de los lamentos de la jovencita, que decía que era "ein kleines Mädchen" y quería guardar la línea, se lo hice comer todo y salimos de allí.
La clave de lo sucedido me la dio al día siguiente, cenando, mi amigo Xabier, bilbaíno a más no poder con el que me escaqueé para cenar.
- Es que es perder el tiempo. A los guiris no hay que darles de comer, porque no lo aprecian. Llevé a comer a un sueco, dijo que le gustaba el jamón, pedí jamón, y el tío va y quita lo blanco ¡Lo blanco! ¿Será posible? - decía Xabier indignado y con toda la razón del mundo.
Pero volvamos con el grupo de rusos, que, tambaleándose después de la comilona, camina por la ría en dirección al Guggenheim con la intención de visitarlo.
Pero lo que pasó en el Guggenheim, que tiene todavía menos desperdicio que el jamón ibérico, lo dejo para la siguiente entrada.
lunes, 10 de marzo de 2008
Ora pro nobis
No sé dónde estaré el próximo 24 de octubre, pero sí sé que, si Dios quiere, estaré cocinando un arnadí con un 98 hecho con piñones, igual que el año pasado lo hice con el 97 y el anterior lo había hecho con el 96, último año en que ella lo pudo probar.
Cuando me vine a Rusia, todo el mundo hizo más o menos una mueca, menos ella, que se limitó a decir "¡Qué llunt!". Luego, cada vez que iba a verla, siempre tenía una palabra de ánimo y otra de deseo de que volviera pronto. Y, finalmente, al despedirnos cada vez, la misma pregunta: "¿Hasta cuándo?" Y la misma respuesta por mi parte, hasta las próximas vacaciones, o los próximos exámenes, o vaya usted a saber qué motivo de pasar por Valencia. Y, siempre, si Dios quiere.
Hacia el final, en los últimos meses, ya sólo recordaba aquellos tres años, de 1936 a 1939, vividos intensamente, sabiendo que entonces cualquier día podía ser el último, como lo fue para otros. Y aquellos días de su infancia en Sueca, jugando con las niñas que encontró a su llegada y que nunca dejaron de ser sus amigas.
Siempre decía que le pedía a la Virgen que pasara lo que pasara, pero que le dejara una puerta, por pequeña que fuera, para poder pasar, que ella pasaría por ahí. La Virgen, estoy seguro, le ha abierto una puerta enorme para llegar al Cielo desde donde seguirá ayudándonos a los demás como siempre lo hizo. Gracias, abuelita. Hasta siempre, hasta cada día.
Cuando me vine a Rusia, todo el mundo hizo más o menos una mueca, menos ella, que se limitó a decir "¡Qué llunt!". Luego, cada vez que iba a verla, siempre tenía una palabra de ánimo y otra de deseo de que volviera pronto. Y, finalmente, al despedirnos cada vez, la misma pregunta: "¿Hasta cuándo?" Y la misma respuesta por mi parte, hasta las próximas vacaciones, o los próximos exámenes, o vaya usted a saber qué motivo de pasar por Valencia. Y, siempre, si Dios quiere.
Hacia el final, en los últimos meses, ya sólo recordaba aquellos tres años, de 1936 a 1939, vividos intensamente, sabiendo que entonces cualquier día podía ser el último, como lo fue para otros. Y aquellos días de su infancia en Sueca, jugando con las niñas que encontró a su llegada y que nunca dejaron de ser sus amigas.
Siempre decía que le pedía a la Virgen que pasara lo que pasara, pero que le dejara una puerta, por pequeña que fuera, para poder pasar, que ella pasaría por ahí. La Virgen, estoy seguro, le ha abierto una puerta enorme para llegar al Cielo desde donde seguirá ayudándonos a los demás como siempre lo hizo. Gracias, abuelita. Hasta siempre, hasta cada día.
domingo, 9 de marzo de 2008
Guerras de ayer y de hoy
Lo siento, chicos. Ya sé que Botas me advirtió de que estas entradas laaaargas y técnicas no le interesan a nadie, pero es que yo soy así. Los que me conocen ya saben que la historia me pierde, pero esta entrada, además de ilustrar un período muy poco conocido de la historia rusa, más que nada va de periodismo.
Sí, de periodismo. Hara cosa de un mes, tras copiar un artículo del Moscow Times, dije que un día hablaría sobre mi verdadero periódico favorito, que no era el Moscow Times. Es el "Ekonomika i Zhizn", que, en materia de prensa económica, es fresco, no se anda con chiquitas y es tremendamente práctico. Eso sí, no está libre de sesgos, como vamos a ver; pero claro, el que esté libre de sesgos, que tire la primera piedra.
El Ekonomika i Zhizn (que, traducido, quiere decir algo así como "La economía y la vida") es un semanario fundado en los años veinte del siglo pasado, cuando Lenin, forzado por las circunstancias, aflojó un poco la garra y permitió algunos elementos parecidos a la propiedad privada (la llamada NEP). Evidentemente, lo que decía entonces y lo que dice ahora son dos mundos distintos, hasta el punto de que, con relativa frecuencia, en el periódico aparece una sección especialmente chocante, cual es la titulada "Экономика и духовность", o sea, "Economía y espiritualidad". En ella, se tratan temas históricos, más concretamente prerrevolucionarios, se entrevista a algún pope o a algún obispo y se destaca el buen hacer de algún ministro de Hacienda o Economía, o de algún alto cargo en general, de los gobiernos zaristas. Vamos, que si se hubieran atrevido a hacer algo remotamente parecido a eso en su período fundacional, a la redacción entera la hubieran enviado a descubrir minas de oro en Siberia, descalzos y en camiseta.
Ya escribí no hace demasiado que los rusos y los ingleses andan últimamente un poco más enfurruñados que de costumbre y que se hacen la puñeta sin llegar a las manos, pero sí intentando que el otro tropiece. A esto hay que añadir una noticia bastante conocida, el apoyo ruso al programa nuclear de Irán, que ha preocupado bastante a los gobiernos, como el británico, entre otros varios, que no esperan nada bueno para ellos de semejante programa nuclear. Sumando una cosa y otra, y echando un vistazo a los libros viejos, los redactores de esta sección del semanario han encontrado una historia muy apropiada para dar coba a la política exterior rusa. Ahí va traducida, y observemos el sesgo proiraní y antibritánico del artículo. No tiene desperdicio y, además, está bien contado.
Para que se aclare el personal, al principio de la entrada va un mapa ilustrativo, que he tomado de la Wikipedia y que he retocado algo. La línea negra gruesa es la frontera ruso-persa anterior a la guerra, mientras que la roja es la frontera posterior al tratado, que hoy sigue siendo la frontera septentrional de Irán, ya no con Rusia, sino con Armenia y Azerbaiyán. Con un cuadrado rojo, probablemente sólo visible en la foto ampliada, se han marcado las poblaciones que aparecen en los comentarios, Shusha (que resistió los ataques persas mucho mejor de lo que ocurriría contra los armenios, en la guerra de 1991-1994), Elizavetpol (hoy Gäncä) y la capital del actual Azerbaiyán, Bakú. Si os gusta la historia, que os aproveche. Si no os gusta, lo siento, pero el gustazo que me he dado traduciendo y escribiendo esto no me lo quita nadie.
Sí, de periodismo. Hara cosa de un mes, tras copiar un artículo del Moscow Times, dije que un día hablaría sobre mi verdadero periódico favorito, que no era el Moscow Times. Es el "Ekonomika i Zhizn", que, en materia de prensa económica, es fresco, no se anda con chiquitas y es tremendamente práctico. Eso sí, no está libre de sesgos, como vamos a ver; pero claro, el que esté libre de sesgos, que tire la primera piedra.
El Ekonomika i Zhizn (que, traducido, quiere decir algo así como "La economía y la vida") es un semanario fundado en los años veinte del siglo pasado, cuando Lenin, forzado por las circunstancias, aflojó un poco la garra y permitió algunos elementos parecidos a la propiedad privada (la llamada NEP). Evidentemente, lo que decía entonces y lo que dice ahora son dos mundos distintos, hasta el punto de que, con relativa frecuencia, en el periódico aparece una sección especialmente chocante, cual es la titulada "Экономика и духовность", o sea, "Economía y espiritualidad". En ella, se tratan temas históricos, más concretamente prerrevolucionarios, se entrevista a algún pope o a algún obispo y se destaca el buen hacer de algún ministro de Hacienda o Economía, o de algún alto cargo en general, de los gobiernos zaristas. Vamos, que si se hubieran atrevido a hacer algo remotamente parecido a eso en su período fundacional, a la redacción entera la hubieran enviado a descubrir minas de oro en Siberia, descalzos y en camiseta.
Ya escribí no hace demasiado que los rusos y los ingleses andan últimamente un poco más enfurruñados que de costumbre y que se hacen la puñeta sin llegar a las manos, pero sí intentando que el otro tropiece. A esto hay que añadir una noticia bastante conocida, el apoyo ruso al programa nuclear de Irán, que ha preocupado bastante a los gobiernos, como el británico, entre otros varios, que no esperan nada bueno para ellos de semejante programa nuclear. Sumando una cosa y otra, y echando un vistazo a los libros viejos, los redactores de esta sección del semanario han encontrado una historia muy apropiada para dar coba a la política exterior rusa. Ahí va traducida, y observemos el sesgo proiraní y antibritánico del artículo. No tiene desperdicio y, además, está bien contado.
EN COMPENSACIÓN DE LAS PÉRDIDAS
Casi todo el siglo XVIII Persia, instigada por Gran Bretaña, guerreó constantemente con Rusia, manteniendo en peligro el Cáucaso. Los georgianos, los armenios y muchos pueblos de las montañas estuvieron al límite de la destrucción. Sólo en 1813, tras una serie de brillantes victorias de los rusos, se firmó finalmente el tratado de Gulistán, de acuerdo con el cual Persia se obligó a devolver a todos los prisioneros rusos y reconoció la integración de Georgia Oriental y de una gran parte de Azerbaiyán en el Imperio ruso. Por primera vez, Rusia también adquirió el derecho exclusivo de mantener una flota de guerra en el Mar Caspio, sobre el cual se declaró la libertad de navegación comercial. Durante cuatro años, Persia, con el apoyo de Inglaterra, luchó por la revisión de las cláusulas del tratado de Gulistán, hasta que, finalmente, éste entró en vigor. Parecía que la paz iba a ser entonces larga y sólida, pero, apenás llegó a Teherán la noticia de la sublevación de los decembristas, las fortalezas fronterizas rusas se vieron sitiadas. Sin declaración de guerra, las tropas iraníes avanzaron hacia Karabaj y Bakú. Elizabetpol fue ocupada, Shusha fue sometida a asedio, pero ocurrió que el ejército ruso, de ocho mil soldados, destrozó el ejército enemigo, de 35.000 hombres, que atacaba, dirigido por el príncipe heredero Abas-Mirza. Tras ello, las unidades rusas avanzaron rápidamente hacia el interior de Irán. Ya sólo podía hablarse de rendición sin condiciones. Pero he aquí que nuevamente se entrometió la "diplomacia occidental".
El embajador inglés echaba chispas, gritando al ministro iraní como si fuese un simple muchacho: "¡Es insensato! ¿Por qué emprendieron esta temeridad? ¿Acaso no les habíamos advertido de que había que actuar con mayor cuidado? ¡Ahora los rusos les pedirán a ustedes la luna! ¡Y ustedes tendrán que traérsela!" Como respuesta, el ministro abrió los brazos...
Los temores del diplomático británico estaban perfectamente fundamentados. Habiendo rechazado un ataque traidor, Rusia había ganado el derecho legítimo a resolver para siempre la "cuestión iraní". Ya en el primer encuentro, los diplomáticos rusos exigieron que se permitiera a la marina de guerra rusa la navegación sin obstáculos por todas las vías navegables del Mar Caspio y la cesión a Rusia de los janatos de Najicheván y Ereván.
Además, los negociadores rusos exigieron de Teherán la plena libertad de movimiento y comercio para los comerciantes rusos por todo el territorio de Persia, así como una contribución increíble para aquellos tiempos: ¡veinte millones de rublos!
En la elaboración de los puntos del nuevo tratado, a propuesta del general Paskevich, jefe de los ejércitos rusos, intervino también Aleksandr Griboedov, "persona de raras cualidades y probada honradez". Las condiciones que propuso eran bastante duras. Amenazando a los persas con "una revuelta a cambio de la que habían provocado ellos en nuestro país", Griboedov insistió en la ampliación del territorio ruso moviendo las fronteras "más al sur del río Araks". Le pareció justo exigir de Persia el pago de la mitad de la contribución aun antes de la firma final del tratado.
Las propuestas formuladas por Aleksandr Sergeevich provocaron la furia del Sha. "¡Malditos infieles! ¡Nunca obtendrán lo que piden!", gritaba histéricamente. "¡Sólo tenéis que continuar la lucha!", decían los ingleses, echando aceite al fuego. "La corona británica os prestará toda la ayuda necesaria".
A principios de 1828, las acciones militares se reanudaron, pero inmediatamente quedó claro que los argumentos de los cañones rusos eran más convincentes que las promesas inglesas. El Sha necesitó muy poco tiempo para "cambiar de opinión". Ciertamente, hizo un intento de suavizar las condiciones del convenio, trasladando a Paskevich su redacción "conciliadora" del tratado de paz. Pero sólo consiguió provocar la ira del general ruso. "¡En el tratado no habrá ningún cambio!", dijo tajantemente al enviado persa.
Cuando, tras ello, los cañones rusos volvieron a hablar en la lengua de los proyectiles, al Sha sólo le quedó esperar la prometida ayuda de los ingleses, pero en éstos, como es sabido, los hechos no suelen corresponderse con las palabras. En ese momento aún no resolvieron actuar abiertamente contra Rusia, como hicieron un cuarto de siglo después, así que el Sha tuvo que firmar un decreto sobre la "reanudación de las conversaciones de paz". Para "confirmar la seriedad" de semejantes intenciones, los rusos exigieron iniciar el "pago de la contribución" en calidad de garantía.
Y por enésima vez la mirada del Sha se dirigió a los ingleses: algo dirán ahora los "promisores". Pero no escuchó nada que le animara. El embajador inglés Mac Donald se lavó las manos ilustrativamente en presencia de Griboedov y de los negociadores del Sha. Como resultado, ya el 30 de enero se entregaron en total ¡siete millones de rublos! a las avanzadillas rusas. En respuesta, Paskevich, acompañado por los diplomáticos Obrezkov y Griboedov, acudió al poblado de Turkmanchay (cerca de Tabriz) para realizar una ronda final de conversaciones.
Los debates se prolongaron tres días. Los diplomáticos persas aún intentaron ganarse siquiera alguna indulgencia. Pero sólo lograron que el texto del tratado se llenara de "expresiones propias de un fiel súbdito". Así, por ejemplo, se decía sobre el pago de la contribución: "El Sha de Persia, en atención de los sacrificios significativos causados al Imperio Ruso por la guerra surgida entre ambos estados, y también por las pérdidas y perjuicios sufridos por los súbditos rusos, se obliga a recompensar a aquéllos con una reparación en dinero".
Por el tratado, firmado finalmente en la noche del 9 al 10 de febrero, Rusia obtuvo "bajo soberanía plena" el janato de Ereván "a un lado y a otro del Araks" y el janato de Najicheván. Todos los prisioneros de guerra capturados en la última guerra o en la anterior, así como los súbditos de ambos gobiernos que hubieran sido tomados prisioneros mutuamente, debían ser liberados y devueltos en el plazo de cuatro meses.
También se satisficieron otras exigencias de la parte rusa, entre las cuales la más importante era el tratado de comercio que permitió a los comerciantes rusos viajar libremente y comerciar por todo el territorio de Persia. Además, los enviados rusos consiguieron de paso firmar un protocolo sobre el ceremonial de la embajada, según el cual a los diplomáticos rusos se les otorgaba el derecho a permanecer vestidos a la europea al ser recibidos por el Sha.
* * *
"¡Ha logrado usted por la fuerza de la palabra más que otros con los cañones!", dirá a Griboedov Nicolás I al recibirle en palacio. "¡Fantástica, honrosa paz!", concuerda, asintiendo con la cabeza, el ministro de Asuntos Exteriores Nesselrode...
Los acuerdos de 1828 pusieron el fundamento de la soberanía de las repúblicas transcaucásicas, el futuro de cuyos pueblos no parecía despejado en absoluto. Por espacio de muchos años determinaron las relaciones entre Rusia e Irán, otorgando beneficios económicos mutuos a ambos países. Las antiguas pretensiones y ofensas fueron dadas al olvido; por contra, las relaciones comerciales se desarrollaron con tal dinamismo que hasta la mismísima revolución no hubo un solo intento (!) de alterar las condiciones de la paz de Turkmanchay.
Es más, resultó que Irán incluso obtuvo más beneficios de sus lazos con Rusia que el mismo país vencedor: ¡hasta 1917 el saldo comercial fue favorable a Irán!
En la época soviética no se rompieron los lazos que se habían creado entre nuestros países. Proyectos conjuntos de extracción de recursos naturales, energía atómica, colaboración militar, comercio beneficioso para ambas partes... todo ello se ha convertido en garantía de unas relaciones sólidas, de buenos vecinos, que, esperamos, nada ensombrezca tampoco en el futuro.
Para que se aclare el personal, al principio de la entrada va un mapa ilustrativo, que he tomado de la Wikipedia y que he retocado algo. La línea negra gruesa es la frontera ruso-persa anterior a la guerra, mientras que la roja es la frontera posterior al tratado, que hoy sigue siendo la frontera septentrional de Irán, ya no con Rusia, sino con Armenia y Azerbaiyán. Con un cuadrado rojo, probablemente sólo visible en la foto ampliada, se han marcado las poblaciones que aparecen en los comentarios, Shusha (que resistió los ataques persas mucho mejor de lo que ocurriría contra los armenios, en la guerra de 1991-1994), Elizavetpol (hoy Gäncä) y la capital del actual Azerbaiyán, Bakú. Si os gusta la historia, que os aproveche. Si no os gusta, lo siento, pero el gustazo que me he dado traduciendo y escribiendo esto no me lo quita nadie.
viernes, 7 de marzo de 2008
Diseñadores
Hoy toca entrada enlatada: estoy fuera de Moscú, apenas tengo conexión y no puedo ni escribir casi ni contestar a los comentaristas. Y la cosa va de diseñadores, como los que perpetraron el cuarto de baño de la mejor habitación, lujo total, del mejor hotel de Ivánovo, el Soyuz, donde tuve la suerte de alojarme hace un par de semanas.
¿No veis nada raro?
¿No veis nada raro?
miércoles, 5 de marzo de 2008
Violencia
¿Es Moscú una ciudad segura? Se trata de una pregunta bastante frecuente entre los que no han estado nunca por aquí, pero van a estarlo. Y los que sí están por aquí normalmente contestan que Moscú es, efectivamente, una ciudad segura, y que a ellos nunca les ha pasado nada, con esa seguridad propia del que se las da un poco de machote.
Sin embargo, eso no es cierto del todo. Moscú es una ciudad mucho más insegura de lo que los confiados extranjeros, metidos en su circuito particular, creen. Sin ir más lejos, la foto que ilustra la entrada de ayer estuvo a punto de traer malas consecuencias al fotógrafo.
La hice el lunes de la semana pasada, que era en Moscú día festivo, y yo volvía hacia casa sin demasiada prisa. No había mucha gente por la calle y todo parecía tranquilo. En un patio interior entre unos cuantos edificios, que suele tomarse como atajo, vi el montón de nieve asquerosa a medio derretir y se me ocurrió que, como foto-documento, era inmejorable, así que saqué la cámara, hice la foto y aún no había alcanzado a guardarla, cuando aparecieron caminando hacia mí dos individuos abrazados y con pinta de haber pasado una tarde embriagadora.
- Ну как, сфотографировался? (¿Qué? ¿Sacando fotos?)
- Да (Sí) - respondí casi al cruzarme con ellos.
Al cruzarme, uno de ellos, el que estaba más cerca de mí, inclinó el hombro y nos chocamos. Seguí adelante.
- Казёл! (¡Cabrón!)- sonó a mi espalda.
Avivé el paso. Oí que, por detrás, los dos maromos, más despejados de lo que me había parecido, me seguían, así que dejé de andar y eché a correr.
- Иди сюда! (¡Ven aquí!)
Me persiguieron como cincuenta metros, después de lo cual oí bien claros sus jadeos, que me indicaron que había llegado su límite. O sea, que esta vez salí con bien del asunto y pensé que ya había amortizado la cinta de correr, porque venía del banco y llevaba veinticinco mil rublos en el bolsillo.
Lo malo de estos malos encuentros es que este tipo de gente, demasiado frecuente en las calles de Moscú, tanto más cuanto que más nos alejamos del centro, es intrínsecamente violenta. Y tampoco debe pensarse que el centro está a salvo de este tipo de aventuras, porque esto sucedió, literalmente, a cincuenta metros de la Tverskaya. Y es que esta gente primero pega y luego mira si, ya de paso, pueden llevarse algo de pasta, o una cámara, o todo lo que encuentren, y luego ya verán lo que les sirve y lo que no les sirve. En realidad, más que robar, lo que quieren es pelea, y hasta me consta que a veces ni siquiera roban, y otras no roban todo lo que podrían, pero a ti ya te han dejado en el suelo y, si has tenido suerte, sólo con unos cuantos golpes.
¿Es, pues, Moscú, una ciudad segura? Yo creo que no lo es. Es posible, sí, que la frecuencia de malos encuentros no sea muy superior a la que hay en otros sitios, pero lo que sí es seguro es que la integridad física de la víctima corre mucho más peligro aquí que en cualquier otro lugar que haya conocido. Así que, forasteros, guardaos de los que os digan que en Moscú no pasa nada e id prevenidos cuando paseéis en solitario. Porque, a veces, podrás librarte corriendo, como yo el otro día, pero otras veces no habrá escapatoria y te va a tocar recibir.
Sin embargo, eso no es cierto del todo. Moscú es una ciudad mucho más insegura de lo que los confiados extranjeros, metidos en su circuito particular, creen. Sin ir más lejos, la foto que ilustra la entrada de ayer estuvo a punto de traer malas consecuencias al fotógrafo.
La hice el lunes de la semana pasada, que era en Moscú día festivo, y yo volvía hacia casa sin demasiada prisa. No había mucha gente por la calle y todo parecía tranquilo. En un patio interior entre unos cuantos edificios, que suele tomarse como atajo, vi el montón de nieve asquerosa a medio derretir y se me ocurrió que, como foto-documento, era inmejorable, así que saqué la cámara, hice la foto y aún no había alcanzado a guardarla, cuando aparecieron caminando hacia mí dos individuos abrazados y con pinta de haber pasado una tarde embriagadora.
- Ну как, сфотографировался? (¿Qué? ¿Sacando fotos?)
- Да (Sí) - respondí casi al cruzarme con ellos.
Al cruzarme, uno de ellos, el que estaba más cerca de mí, inclinó el hombro y nos chocamos. Seguí adelante.
- Казёл! (¡Cabrón!)- sonó a mi espalda.
Avivé el paso. Oí que, por detrás, los dos maromos, más despejados de lo que me había parecido, me seguían, así que dejé de andar y eché a correr.
- Иди сюда! (¡Ven aquí!)
Me persiguieron como cincuenta metros, después de lo cual oí bien claros sus jadeos, que me indicaron que había llegado su límite. O sea, que esta vez salí con bien del asunto y pensé que ya había amortizado la cinta de correr, porque venía del banco y llevaba veinticinco mil rublos en el bolsillo.
Lo malo de estos malos encuentros es que este tipo de gente, demasiado frecuente en las calles de Moscú, tanto más cuanto que más nos alejamos del centro, es intrínsecamente violenta. Y tampoco debe pensarse que el centro está a salvo de este tipo de aventuras, porque esto sucedió, literalmente, a cincuenta metros de la Tverskaya. Y es que esta gente primero pega y luego mira si, ya de paso, pueden llevarse algo de pasta, o una cámara, o todo lo que encuentren, y luego ya verán lo que les sirve y lo que no les sirve. En realidad, más que robar, lo que quieren es pelea, y hasta me consta que a veces ni siquiera roban, y otras no roban todo lo que podrían, pero a ti ya te han dejado en el suelo y, si has tenido suerte, sólo con unos cuantos golpes.
¿Es, pues, Moscú, una ciudad segura? Yo creo que no lo es. Es posible, sí, que la frecuencia de malos encuentros no sea muy superior a la que hay en otros sitios, pero lo que sí es seguro es que la integridad física de la víctima corre mucho más peligro aquí que en cualquier otro lugar que haya conocido. Así que, forasteros, guardaos de los que os digan que en Moscú no pasa nada e id prevenidos cuando paseéis en solitario. Porque, a veces, podrás librarte corriendo, como yo el otro día, pero otras veces no habrá escapatoria y te va a tocar recibir.
lunes, 3 de marzo de 2008
Mugre
Comienza marzo. Y marzo es un mes lleno de peligros de lo más molesto. No es de extrañar que el tono de las próximas entradas sea algo más lúgubre que de costumbre, pero ya se pasará.
Qué bonito debe de ser Moscú en invierno, con todo lleno de nieve.
Y un cuerno. A lo mejor, si la nieve fuese blanca, pues sí, pero la nieve en Moscú no es blanca. Quizá lo sea en otras ciudades rusas más, digamos, civilizadas, o bien en el bosque puro y duro; pero en Moscú... uf, Moscú es otra cosa.
La nieve en Moscú pierde su blancura enseguida y se convierte en una masa entre gris y marrón, que los barrenderos van apartando de las aceras y amontonando en los rincones de los edificios. Allí les pilla el deshielo, como el que estamos sufriendo ahora.
Y, en el deshielo, la nieve, lo que era blanco en la masa informe, se va derritiendo y desaparece, y lo que queda es toda la mugre, colillas, botellas, papeles, hojarasca y envases de todo tipo que los moscovitas han ido tirando a la calle durante todo el invierno y que los barrenderos han incluido en el montón como quien esconde la porquería debajo de la alfombra.
Qué bonito debe ser Moscú, con todo lleno de nieve.
Y unas narices.
Por cierto que la foto que ilustra esta entrada casi me cuesta un disgusto. Pero del casi disgusto ya escribiré la próxima vez.
Y, de las elecciones de ayer, podéis ir a informaros a cualquier sitio, porque todo el mundo habla de ellas. A mí no me parecen un acontecimiento relevante, y a los millones de rusos que no han votado o lo han hecho de manera mecánica y rutinaria, evidentemente tampoco se lo parece.
Qué bonito debe de ser Moscú en invierno, con todo lleno de nieve.
Y un cuerno. A lo mejor, si la nieve fuese blanca, pues sí, pero la nieve en Moscú no es blanca. Quizá lo sea en otras ciudades rusas más, digamos, civilizadas, o bien en el bosque puro y duro; pero en Moscú... uf, Moscú es otra cosa.
La nieve en Moscú pierde su blancura enseguida y se convierte en una masa entre gris y marrón, que los barrenderos van apartando de las aceras y amontonando en los rincones de los edificios. Allí les pilla el deshielo, como el que estamos sufriendo ahora.
Y, en el deshielo, la nieve, lo que era blanco en la masa informe, se va derritiendo y desaparece, y lo que queda es toda la mugre, colillas, botellas, papeles, hojarasca y envases de todo tipo que los moscovitas han ido tirando a la calle durante todo el invierno y que los barrenderos han incluido en el montón como quien esconde la porquería debajo de la alfombra.
Qué bonito debe ser Moscú, con todo lleno de nieve.
Y unas narices.
Por cierto que la foto que ilustra esta entrada casi me cuesta un disgusto. Pero del casi disgusto ya escribiré la próxima vez.
Y, de las elecciones de ayer, podéis ir a informaros a cualquier sitio, porque todo el mundo habla de ellas. A mí no me parecen un acontecimiento relevante, y a los millones de rusos que no han votado o lo han hecho de manera mecánica y rutinaria, evidentemente tampoco se lo parece.