En otra ocasión, la llamada equivocada ya fue mucho más inquietante. Ni siquiera estoy en condiciones de saber si fue equivocada de verdad.
- ¿Diga?
- ¿Sí?
- ¿Con quién quiere hablar?
- No estoy seguro.
Me quedé algo mosqueado.
- ¿Usted a dónde llama?
- Bueno, quería hablar con usted.
- Venga, seguramente se ha equivocado.
- Pero usted es extranjero, ¿no?
- Pues sí.
- Quería hablar con usted.
El mosqueo continuaba. Y aumentaba.
- ¿De qué?
Mi interlocutor hizo una pausa.
- Cuestiones diplomáticas.
- ¿Diplomáticas? ¿Usted dónde cree que está llamando?
- Creo que llamo a la Embajada de Noruega.
- Pues mire, no. Ni embajada, ni Noruega. Soy español.
- Ah, español... - y el hombre comenzó a hablar mucho más lentamente.
- Venga, se ha equivocado - y colgué.
A los dos días, sonó el teléfono.
- ¿Diga?
- Soy su conocido por teléfono. El del otro día.
- ¿Y qué quiere ahora?
- Comentar algún aspecto.
- ¿Y si yo no quiero?
- He estado viendo la televisión. Echaban un reportaje.
- ¿Usted no está chiflado?
- Puede, puede...
- Ande, déjeme en paz - y colgué.
A la semana, pasada medianoche, suena el teléfono.
- ¿Sí? - dije con voz de recién despertado.
- Soy yo.
- ¿Usted?
- Su conocido por teléfono.
- Oiga, usted está loco. Loco del todo. Pero, ¿sabe qué hora es?
- ¿Es tarde para usted?
- Mire, idiota, son más de las doce. Hay niños pequeños durmiendo. Váyase a la mierda - y colgué.
Siguió llamando regularmente, a veces a deshora, a veces no. Yo le ponía verde, pero a él todo parecía darle lo mismo. Cuando volvimos aquel año, después de las vacaciones de Navidad, encontramos un mensaje suyo en el contestador felicitándonos el año nuevo: "Soy su conocido por teléfono. Qué lástima que no estén. Sólo quería... bueno, quería desearles un buen año." Pero todo esto lo decía con una voz apagada, marcando las sílabas, algo cortante. Jamás dijo su nombre, y nunca supe si era un espía, cosa que llegué a pensar, si no fuera porque no hay nada que espiarme, un chiflado (algo de eso había, desde luego), un sicópata inofensivo (que era lo más probable) o una persona aburrida, desocupada y fuera de onda. En todo caso, sus llamadas se fueron espaciando poco a poco, y nuestra última mudanza, que llevó consigo un cambio definitivo de número de teléfono y la baja del número anterior, nos libró de él. Y espero que nos librara para siempre.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 31 de enero de 2007
lunes, 29 de enero de 2007
Gente equivocada (I)
Una de las cosas que pasa en Moscú con más frecuencia que en otros sitios son las llamadas telefónicas de gente que se ha equivocado de número. En España, recuerdo que hace tiempo pasaba bastante a menudo, pero, desde que todo quisqui llama con el móvil y éstos tienen no sé cuántas memorias, la cosa se ha puesto más seria y el número de llamadas equivocadas se ha reducido.
En Moscú, que tiene una penetración de móviles muy superior al 100% y unas tarifas de llamadas bastante inferiores a las españolas, sin embargo, las llamadas equivocadas subsisten con una tozudez asombrosa. Yo me suelo equivocar poco (también es verdad que llamo lo menos que puedo), pero a mi casa llaman preguntando por gente que no vive aquí casi cada día.
Lo que son motivos, pues hay varios. El primero es que las instalaciones de la red fija todavía son muy cochambrosas, aunque las van mejorando. Así, hay la tira de gente que honradamente está llamando a otro número y cae en el tuyo. La cosa se arregla con un "No es aquí" ("Вы не туда попали" - Vy ñe tudá papali, literalmente algo así como "No ha ido a parar usted allí), con un "Perdone" y con un "No pasa nada".
Como la cosa se repite mucho, a veces me ha entrado algo de mala idea, sobre todo cuando el que se equivoca es tirando a maleducado.
- No es aquí -dije yo.
- ¿Cómo que no? ¿Usted qué sabe? -repuso el otro, con un tono de voz como si el Spartak acabara de perder por goleada contra el Zenit.
- Oiga, ¿cómo no voy a saberlo? ¡Que es mi casa!
- Dígame ahora mismo a dónde estoy llamando.
- Está usted llamando a la Embajada de Rusia en Sudáfrica. Cada minuto de esta conversación le está costando tres dólares.
¡Anda que no colgó rápido!
En Moscú, que tiene una penetración de móviles muy superior al 100% y unas tarifas de llamadas bastante inferiores a las españolas, sin embargo, las llamadas equivocadas subsisten con una tozudez asombrosa. Yo me suelo equivocar poco (también es verdad que llamo lo menos que puedo), pero a mi casa llaman preguntando por gente que no vive aquí casi cada día.
Lo que son motivos, pues hay varios. El primero es que las instalaciones de la red fija todavía son muy cochambrosas, aunque las van mejorando. Así, hay la tira de gente que honradamente está llamando a otro número y cae en el tuyo. La cosa se arregla con un "No es aquí" ("Вы не туда попали" - Vy ñe tudá papali, literalmente algo así como "No ha ido a parar usted allí), con un "Perdone" y con un "No pasa nada".
Como la cosa se repite mucho, a veces me ha entrado algo de mala idea, sobre todo cuando el que se equivoca es tirando a maleducado.
- No es aquí -dije yo.
- ¿Cómo que no? ¿Usted qué sabe? -repuso el otro, con un tono de voz como si el Spartak acabara de perder por goleada contra el Zenit.
- Oiga, ¿cómo no voy a saberlo? ¡Que es mi casa!
- Dígame ahora mismo a dónde estoy llamando.
- Está usted llamando a la Embajada de Rusia en Sudáfrica. Cada minuto de esta conversación le está costando tres dólares.
¡Anda que no colgó rápido!
sábado, 27 de enero de 2007
Invierno a oscuras
Ahora que la nieve ha llegado y ya hace un frío que pela, como que apetece más ver los toros desde la barrera. Apetecía más el año pasado por estas fechas, en que estábamos a treinta y pico bajo cero, mientras que hoy estaremos a ocho o nueve mal contados; pero este año, supongo que por la falta de costumbre con el frío, sigue apeteciendo, fuera de alguna batalla de bolas de nieve con confección inmediata de muñeco de nieve. Ro, sin ir más lejos, es una auténtica especialista en materia de virguerías con nieve, desde castillos hasta bolas gigantescas.
A todo esto, anteayer, en plena tormenta de nieve y con las temperaturas en plena pendiente de bajada, llego a casa y resulta que nos han cortado la luz. Tras bastante rascar, resultó que el encargado de mantenimiento del bloque se había olvidado de dárnosla de nuevo después de un pequeño corte durante el día, que el hombre ya se había ido a su casa y que el armarito con las conexiones estaba cerrado a cal y canto y nadie allí sabía dónde podía estar la llave. A doña Margarita querría ver yo por aquí para ajustarle las cuentas al indocumentado del encargado de mantenimiento.
Es curioso lo dependientes que podemos llegar a ser de la energía eléctrica. De repente, no había nada que se pudiera hacer. Nada. Nos alumbramos con velas, hice una cena fría -la cocina también es eléctrica- a base de bocadillos de manchego y chorizo (echando mano de las reservas estratégicas para las grandes ocasiones), y ya nos dedicamos a contar cuentos a los niños a la usanza de nuestras bisabuelas. Ni tele, ni vídeo, ni ordenador, ni libros, ni lavavajillas, ni lavadora, ni todos los electrodomésticos que nos hacen la vida más cómoda, aunque, a veces, nos distraen de lo esencial.
Una situación apurada, de todas formas, que requiere que todo el mundo ponga de su parte. Y viene a la memoria cuando, hace unos días, Ame entró en nuestra habitación y dijo con su media lengua de tres años.
- Mamá, cuenta conmigo.
Nos quedámos mirándole ¡Qué mono!
- ¿Puedo contar contigo? -le preguntó su madre.
- Sí, mamá, cuenta conmigo. Yo no sé contar bien. Tú ayudas. Uno, dos...
A todo esto, anteayer, en plena tormenta de nieve y con las temperaturas en plena pendiente de bajada, llego a casa y resulta que nos han cortado la luz. Tras bastante rascar, resultó que el encargado de mantenimiento del bloque se había olvidado de dárnosla de nuevo después de un pequeño corte durante el día, que el hombre ya se había ido a su casa y que el armarito con las conexiones estaba cerrado a cal y canto y nadie allí sabía dónde podía estar la llave. A doña Margarita querría ver yo por aquí para ajustarle las cuentas al indocumentado del encargado de mantenimiento.
Es curioso lo dependientes que podemos llegar a ser de la energía eléctrica. De repente, no había nada que se pudiera hacer. Nada. Nos alumbramos con velas, hice una cena fría -la cocina también es eléctrica- a base de bocadillos de manchego y chorizo (echando mano de las reservas estratégicas para las grandes ocasiones), y ya nos dedicamos a contar cuentos a los niños a la usanza de nuestras bisabuelas. Ni tele, ni vídeo, ni ordenador, ni libros, ni lavavajillas, ni lavadora, ni todos los electrodomésticos que nos hacen la vida más cómoda, aunque, a veces, nos distraen de lo esencial.
Una situación apurada, de todas formas, que requiere que todo el mundo ponga de su parte. Y viene a la memoria cuando, hace unos días, Ame entró en nuestra habitación y dijo con su media lengua de tres años.
- Mamá, cuenta conmigo.
Nos quedámos mirándole ¡Qué mono!
- ¿Puedo contar contigo? -le preguntó su madre.
- Sí, mamá, cuenta conmigo. Yo no sé contar bien. Tú ayudas. Uno, dos...
jueves, 25 de enero de 2007
Yo, consultor
Yo, consultor, me confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos lectores, que he sido muy aburrido de pensamiento, palabra (sobre todo palabra), obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, estos dos pollos han caído redondos y poco menos que roncando; por eso ruego a san Eulogio, a los otros santos, y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor para que me dé algo más de salero al hablar, o una sobredosis de café a mis oyentes. Amén.
Sí, señor, un día profesionalmente duro. O ha sido falta de salero propio, o ha sido el cambio de tiempo la causa de que los dos pollos se nos durmieran ¿Veis por la ventana? ¡Sí, señor! Por fin ha nevado en Moscú, y de hecho sigue haciéndolo sin parar: las máquinas quitanieves están a marchas forzadas, pero no dan abasto.
Y lo de los dos, digamos, clientes, que han preferido echar una cabezadita antes que seguir escuchando nuestra verborrea, pues qué le vamos a hacer. En su disculpa diremos que fue después de la comida, aunque se supone que el español aficionado a la siesta soy yo. En fin, como diría cualquier responsable de cobros, mientras paguen...
(Sí, la foto se la saqué porque a veces tengo muy mala leche ¿Pasa algo?)
Sí, señor, un día profesionalmente duro. O ha sido falta de salero propio, o ha sido el cambio de tiempo la causa de que los dos pollos se nos durmieran ¿Veis por la ventana? ¡Sí, señor! Por fin ha nevado en Moscú, y de hecho sigue haciéndolo sin parar: las máquinas quitanieves están a marchas forzadas, pero no dan abasto.
Y lo de los dos, digamos, clientes, que han preferido echar una cabezadita antes que seguir escuchando nuestra verborrea, pues qué le vamos a hacer. En su disculpa diremos que fue después de la comida, aunque se supone que el español aficionado a la siesta soy yo. En fin, como diría cualquier responsable de cobros, mientras paguen...
(Sí, la foto se la saqué porque a veces tengo muy mala leche ¿Pasa algo?)
martes, 23 de enero de 2007
Guía práctica contra milicianos (II)
(continúa la entrada anterior. Y sí, el de la foto no es un miliciano de tráfico, sino de los otros, a la caza de emigrantes e, incidentalmente, de algún maleante)
El miliciano salió cansinamente de su coche y se acercó al mío. Las dos primeras condiciones, lo que es yo, las cumplía: iba a 50 por hora, todo lo más, y con todos y cada uno de los papeles en regla.
El siguiente dilema es ¿salgo del coche y espero al miliciano en la calle o me atrinchero en el interior? La bibliografía sobre el particular que pude leer cuando comencé a conducir por Moscú insistía en que era mejor salir del coche y esperar al miliciano con una sonrisa en el exterior. Así, se supone, la comunicación sería mejor, más amistosa; el miliciano se sentiría tratado de manera afable y tendería, él mismo, a la afabilidad.
Pamplinas. El consejo lo debió escribir un miliciano. La primera vez que me vi en semejante tesitura, salí del coche y el miliciano insistía en que iba a más velocidad que la permitida, e incluso me enseñó un rádar que sólo podía estar falsificado. Aquel día me salvó que era la fiesta de la victoria y el hombre estaba de buen humor. La segunda vez no me salvó nadie, en parte porque acababa de hacer un cambio de sentido glorioso, saltándome delante del miliciano una doble línea continúa. La tercera vez, que no había hecho nada, tuve un cabreo impresionante con el idiota que me paró, que insistía en que me había pasado el límite de velicidad, y desde entonces decidí que ya no salía más del coche.
Y, así, tercera norma: si vas en coche y no eres culpable de nada, quédate en él.
Esto se justifica también por la cuarta norma: usa la empatía con el miliciano. Ponte en su lugar. El miliciano está en una situación peliaguda: en la gran mayoría de los casos, está buscando gente que haya cometido infracciones y, por tanto, sea susceptible de querer untarle. Paralelamente, no vamos a excluir que esté velando por el cumplimiento de la ley. Todo podría ser. Si, a primera vista, ve que opones resistencia y que no le vas a ofrecer tan fácilmente un soborno, entenderá que está perdiendo el tiempo, que podría aprovechar mucho mejor tratando de interceptar a otros potenciales infractores, y no insistirá demasiado.
Con el miliciano que verifica documentaciones a pie de calle, pasa lo mismo. Estar de pie a la salida de una estación de metro atisbando sospechosos y parando gente es un trabajo miserable. Si eres uno de los que detiene, estás en regla y no encuentra fácil convencerte de lo contrario, te dejará en paz. La alternativa sería llevarte detenido a la comisaría, pero eso significaría irse él también hacia allá y perder la oportunidad de seguir parando gente, con los potenciales ingresos que ello supondría. Seguro que no va a cometer ese error.
- ¡Buenos días! -dijo el miliciano, una vez hube bajado la ventanilla- Cuarta sección.
- ¿Qué dice? -pregunté.
- ¿Qué?
- Que no le he oído ¿Puede repetirlo?
- Ah, bueno. Que soy de la cuarta sección.
- Encantado.
- ¡Que soy de la cuarta sección! -ya se estaba poniendo un poco intranquilo.
- ¿Y qué quiere?
- Ver los documentos.
- ¿Cuáles?
El miliciano se paró. La cosa se le estaba complicando.
Quinta norma: Hay que tener alguna salida fuera de lo habitual preparada. Yo hago una mezcla entre hacerme el ignorante y chulearlos un poco, pero reconozco que la táctica tiene sus peligros. A los milicianos de a pie, cuando me piden los documentos, les pido yo los suyos y me aprendo bien sus nombres. No les hace ni puñetera gracia, y alguno ha intentado tomar las represalias que ha podido. El caso es que el miliciano tenga que desviarse del tratamiento estándar, y de paso perciba (y ya lo creo que lo perciben: andan muy bien de olfato) que no representas ningún peligro, que no eres terrorista ni estás borracho y que no va a ser fácil que te des cuenta de la conveniencia de gratificarle.
- El pasaporte técnico del coche.
- Ah, bueno. Ahora se lo doy.
Saqué del bolsillo el documento que me pedía.
- Mmmm... parece que está en orden. Oiga, ¿y el coche está a su nombre?
- No, al de mi mujer.
- Ah, al de su mujer.
Ya se le veía derrotado. Si hubiera querido, hubiera podido pedirme el poder de Alfina por el que me dejaba conducirlo, que lo tenía en la guantera. O el carné de conducir (reconocen el carné español). O, al menos, decirme que el coche estaba sucio (eso también está prohibido, pero con el tiempo lluvioso y el barrizal que está hecho Moscú, todos los coches están sucios). El caso es que ya decidió que había perdido demasiado tiempo conmigo.
- Muchas gracias - y me devolvió el documento.
- A usted.
Volvió a su coche y se reunió con sus compañeros. Yo quité los intermitentes, metí primera y salí de allí sin bajas en mi billetero. No siempre ha sido así, pero, el otro día, me volví a librar.
El miliciano salió cansinamente de su coche y se acercó al mío. Las dos primeras condiciones, lo que es yo, las cumplía: iba a 50 por hora, todo lo más, y con todos y cada uno de los papeles en regla.
El siguiente dilema es ¿salgo del coche y espero al miliciano en la calle o me atrinchero en el interior? La bibliografía sobre el particular que pude leer cuando comencé a conducir por Moscú insistía en que era mejor salir del coche y esperar al miliciano con una sonrisa en el exterior. Así, se supone, la comunicación sería mejor, más amistosa; el miliciano se sentiría tratado de manera afable y tendería, él mismo, a la afabilidad.
Pamplinas. El consejo lo debió escribir un miliciano. La primera vez que me vi en semejante tesitura, salí del coche y el miliciano insistía en que iba a más velocidad que la permitida, e incluso me enseñó un rádar que sólo podía estar falsificado. Aquel día me salvó que era la fiesta de la victoria y el hombre estaba de buen humor. La segunda vez no me salvó nadie, en parte porque acababa de hacer un cambio de sentido glorioso, saltándome delante del miliciano una doble línea continúa. La tercera vez, que no había hecho nada, tuve un cabreo impresionante con el idiota que me paró, que insistía en que me había pasado el límite de velicidad, y desde entonces decidí que ya no salía más del coche.
Y, así, tercera norma: si vas en coche y no eres culpable de nada, quédate en él.
Esto se justifica también por la cuarta norma: usa la empatía con el miliciano. Ponte en su lugar. El miliciano está en una situación peliaguda: en la gran mayoría de los casos, está buscando gente que haya cometido infracciones y, por tanto, sea susceptible de querer untarle. Paralelamente, no vamos a excluir que esté velando por el cumplimiento de la ley. Todo podría ser. Si, a primera vista, ve que opones resistencia y que no le vas a ofrecer tan fácilmente un soborno, entenderá que está perdiendo el tiempo, que podría aprovechar mucho mejor tratando de interceptar a otros potenciales infractores, y no insistirá demasiado.
Con el miliciano que verifica documentaciones a pie de calle, pasa lo mismo. Estar de pie a la salida de una estación de metro atisbando sospechosos y parando gente es un trabajo miserable. Si eres uno de los que detiene, estás en regla y no encuentra fácil convencerte de lo contrario, te dejará en paz. La alternativa sería llevarte detenido a la comisaría, pero eso significaría irse él también hacia allá y perder la oportunidad de seguir parando gente, con los potenciales ingresos que ello supondría. Seguro que no va a cometer ese error.
- ¡Buenos días! -dijo el miliciano, una vez hube bajado la ventanilla- Cuarta sección.
- ¿Qué dice? -pregunté.
- ¿Qué?
- Que no le he oído ¿Puede repetirlo?
- Ah, bueno. Que soy de la cuarta sección.
- Encantado.
- ¡Que soy de la cuarta sección! -ya se estaba poniendo un poco intranquilo.
- ¿Y qué quiere?
- Ver los documentos.
- ¿Cuáles?
El miliciano se paró. La cosa se le estaba complicando.
Quinta norma: Hay que tener alguna salida fuera de lo habitual preparada. Yo hago una mezcla entre hacerme el ignorante y chulearlos un poco, pero reconozco que la táctica tiene sus peligros. A los milicianos de a pie, cuando me piden los documentos, les pido yo los suyos y me aprendo bien sus nombres. No les hace ni puñetera gracia, y alguno ha intentado tomar las represalias que ha podido. El caso es que el miliciano tenga que desviarse del tratamiento estándar, y de paso perciba (y ya lo creo que lo perciben: andan muy bien de olfato) que no representas ningún peligro, que no eres terrorista ni estás borracho y que no va a ser fácil que te des cuenta de la conveniencia de gratificarle.
- El pasaporte técnico del coche.
- Ah, bueno. Ahora se lo doy.
Saqué del bolsillo el documento que me pedía.
- Mmmm... parece que está en orden. Oiga, ¿y el coche está a su nombre?
- No, al de mi mujer.
- Ah, al de su mujer.
Ya se le veía derrotado. Si hubiera querido, hubiera podido pedirme el poder de Alfina por el que me dejaba conducirlo, que lo tenía en la guantera. O el carné de conducir (reconocen el carné español). O, al menos, decirme que el coche estaba sucio (eso también está prohibido, pero con el tiempo lluvioso y el barrizal que está hecho Moscú, todos los coches están sucios). El caso es que ya decidió que había perdido demasiado tiempo conmigo.
- Muchas gracias - y me devolvió el documento.
- A usted.
Volvió a su coche y se reunió con sus compañeros. Yo quité los intermitentes, metí primera y salí de allí sin bajas en mi billetero. No siempre ha sido así, pero, el otro día, me volví a librar.
domingo, 21 de enero de 2007
Guía práctica contra milicianos (I)
A veces, basta con escribir una entrada sobre la policía de tráfico, como la última, para convertirte en víctima de ellos. Y así, esta mañana, cuando circulaba tranquilamente por una avenida de seis carriles, me ha abordado un coche de los de tráfico (los DPS, antiguos GAI), me ha adelantado, se me ha puesto delante, me han hecho señal de detenerme y, cuando lo he tenido que hacer, ha salido uno de los ocupantes del coche y se me ha acercado con cara de estar trabajando en domingo.
Hagamos un paréntesis en el relato, ya que eso nos plantea el problema de qué hacer ante situaciones semejantes. Hay que mencionar que, después de algunos meses de actividad reducida, la milicia y todo tipo de cuerpos policiales y parapoliciales llevan un par de días algo nerviosos. Al parecer, les han llegado informaciones acerca de que se estaba preparando un ataque terrorista en el transporte público, con lo que los milicianos se han puesto las pilas, y los de tráfico, aunque el transporte público no es prácticamente víctima de sus desvelos, no han querido ser menos y se han puesto a molestar aún más que de costumbre. Vamos a dar algunas indicaciones para salir indemne y con el billetero incólume de estos malos encuentros, no sólo con los de tráfico, sino con cualquier quillo que se nos acerque con intención de tocarnos... la moral, por medio del control de documentos.
Primera norma: Llevar los papeles en regla y cumplir las normas. Si no los llevas, o no están en regla, o realmente has cometido una infracción de tráfico como una catedral, ya puedes ir echando mano a la cartera. Las alternativas son sumamente desagradables, y van desde una estancia en la jefatura a una peregrinación por bancos y entidades con gente mal encarada, en pos de recuperar el permiso de conducir que previamente el policía de tráfico habrá confiscado.
Pero bueno, si llevas el pasaporte, el visado, o el permiso de residencia, el papelajo del registro de extranjeros debidamente sellado, el documento técnico del coche, el carné de conducir, la póliza del seguro obligatorio, y el poder para conducir el coche, caso de que no esté a tu nombre, tienes posibilidades de salir adelante con el bolsillo indemne.
Segunda norma: No perder la calma. Eso es importante. Los bolsillos de los milicianos están llenos de billetes procedentes de ciudadanos, normalmente guiris yogurines, que tenían los documentos en regla, pero se cagaron literalmente por la pata abajo al ver aparecer un señor tocado por una gorra de plato mucho más grande que una chapela y que hablaba raro y de mal humor. Hay que mantenerse tranquilo, sabedor de que el colega quiere buscarte las cosquillas y, si te las encuentra, hacerte pasar un mal rato. Así pues, mejor que no las manifiestes.
Como se hace tarde, y el tema es enjundioso, mejor será que quede la continuación para la próxima entrada. Hasta la próxima, pues.
Hagamos un paréntesis en el relato, ya que eso nos plantea el problema de qué hacer ante situaciones semejantes. Hay que mencionar que, después de algunos meses de actividad reducida, la milicia y todo tipo de cuerpos policiales y parapoliciales llevan un par de días algo nerviosos. Al parecer, les han llegado informaciones acerca de que se estaba preparando un ataque terrorista en el transporte público, con lo que los milicianos se han puesto las pilas, y los de tráfico, aunque el transporte público no es prácticamente víctima de sus desvelos, no han querido ser menos y se han puesto a molestar aún más que de costumbre. Vamos a dar algunas indicaciones para salir indemne y con el billetero incólume de estos malos encuentros, no sólo con los de tráfico, sino con cualquier quillo que se nos acerque con intención de tocarnos... la moral, por medio del control de documentos.
Primera norma: Llevar los papeles en regla y cumplir las normas. Si no los llevas, o no están en regla, o realmente has cometido una infracción de tráfico como una catedral, ya puedes ir echando mano a la cartera. Las alternativas son sumamente desagradables, y van desde una estancia en la jefatura a una peregrinación por bancos y entidades con gente mal encarada, en pos de recuperar el permiso de conducir que previamente el policía de tráfico habrá confiscado.
Pero bueno, si llevas el pasaporte, el visado, o el permiso de residencia, el papelajo del registro de extranjeros debidamente sellado, el documento técnico del coche, el carné de conducir, la póliza del seguro obligatorio, y el poder para conducir el coche, caso de que no esté a tu nombre, tienes posibilidades de salir adelante con el bolsillo indemne.
Segunda norma: No perder la calma. Eso es importante. Los bolsillos de los milicianos están llenos de billetes procedentes de ciudadanos, normalmente guiris yogurines, que tenían los documentos en regla, pero se cagaron literalmente por la pata abajo al ver aparecer un señor tocado por una gorra de plato mucho más grande que una chapela y que hablaba raro y de mal humor. Hay que mantenerse tranquilo, sabedor de que el colega quiere buscarte las cosquillas y, si te las encuentra, hacerte pasar un mal rato. Así pues, mejor que no las manifiestes.
Como se hace tarde, y el tema es enjundioso, mejor será que quede la continuación para la próxima entrada. Hasta la próxima, pues.
viernes, 19 de enero de 2007
Policías de tráfico
Esta mañana, yendo por Strastnoy Bulvar, y esperando a que el semáforo se pusiera verde, apareció un policía de tráfico y se plantó junto al coche vecino al nuestro, un Audi 4 de cinco estrellas y un cometa, por lo menos. Miró por la ventanilla al conductor y éste, ni corto ni perezoso, y sin cruzar palabra con el agente, la abrió un poco y le alargó un billete, creo que de quinientos rublos.
- ¿Eso no es un billete? -preguntó Alfina.
- Pues lo parece, sí.
- ¡Qué fuerte!
- Lo que no entiendo es cómo aparece el policía y va derecho al coche ése.
- Se habrá saltado el semáforo de ahí detrás.
Hasta para el policía debió ser demasiado descarada la forma en que el conductor del Audi quería deshacerse de él, así que, eso sí, sin rechazar el billete, hizo el paripé de pedirle la documentación. El conductor le pasó cualquier cosa, el policía le echó una sonrisita de complicidad y, en esto, el semáforo se puso en verde, nosotros nos pusimos en marcha, y el que iba inmediatamente tras el Audi hizo sonar el claxon con impaciencia, así que el policía dio el paripé por concluido y dejó de entorpecer el tráfico.
Hace unos meses, en el panfleto proyanqui de Moscú, leí unas encuestas, creo recordar que del centro Levada, presentadas con motivo del septuagésimo aniversario de la creación del cuerpo, que se celebró el año pasado. Debieron presentarlas en inglés o en voz muy bajita, porque los del panfleto oficial, la Rossiyskaya Gazeta, tan amarillo que parece un periódico con hepatitis, no se dieron por enterados, o yo no encontré la cita. El caso es que, según dichas encuestas, de cada diez contactos entre los ciudadanos y la policía de tráfico, siete terminan en soborno.
Lo bueno de los rusos es que, en lugar de calentarse y linchar en grupo al primer policía que se encontraran por la calle, que es lo que me ha pedido el cuerpo las veces en que me vi en la tesitura de sobornar o pasarlas canutas (ya las contaré otro día), se dedican a inventarse chistes, cosa, desde luego, mucho más provechosa.
Un estudiante terminó la escuela y decidió que quería ser policía de tráfico. Ingresó en el cuerpo sin demasiados problemas, le pusieron a controlar el tráfico y empezó a trabajar sin aparente novedad. Pasó un mes, pasó un segundo mes... y en ninguno de los dos pasó por habilitación a retirar su sueldo.
El encargado de la caja se mosqueó cuando el tercer mes tampoco pasó por allí. Fue a buscarlo y le dijo:
- Oye, Misha, que hace tres meses que trabajas con nosotros y no has pasado a recoger el sueldo ninguno de los tres. Pasa por caja y cobra.
Misha se le queda mirando sin decir nada. Se da la vuelta y se pone a andar pensativo por el pasillo, hasta que se cruza con su compañero de patrulla. Entonces le dice:
- Igor, parece que, además, ¡hay sueldo!
- ¿Eso no es un billete? -preguntó Alfina.
- Pues lo parece, sí.
- ¡Qué fuerte!
- Lo que no entiendo es cómo aparece el policía y va derecho al coche ése.
- Se habrá saltado el semáforo de ahí detrás.
Hasta para el policía debió ser demasiado descarada la forma en que el conductor del Audi quería deshacerse de él, así que, eso sí, sin rechazar el billete, hizo el paripé de pedirle la documentación. El conductor le pasó cualquier cosa, el policía le echó una sonrisita de complicidad y, en esto, el semáforo se puso en verde, nosotros nos pusimos en marcha, y el que iba inmediatamente tras el Audi hizo sonar el claxon con impaciencia, así que el policía dio el paripé por concluido y dejó de entorpecer el tráfico.
Hace unos meses, en el panfleto proyanqui de Moscú, leí unas encuestas, creo recordar que del centro Levada, presentadas con motivo del septuagésimo aniversario de la creación del cuerpo, que se celebró el año pasado. Debieron presentarlas en inglés o en voz muy bajita, porque los del panfleto oficial, la Rossiyskaya Gazeta, tan amarillo que parece un periódico con hepatitis, no se dieron por enterados, o yo no encontré la cita. El caso es que, según dichas encuestas, de cada diez contactos entre los ciudadanos y la policía de tráfico, siete terminan en soborno.
Lo bueno de los rusos es que, en lugar de calentarse y linchar en grupo al primer policía que se encontraran por la calle, que es lo que me ha pedido el cuerpo las veces en que me vi en la tesitura de sobornar o pasarlas canutas (ya las contaré otro día), se dedican a inventarse chistes, cosa, desde luego, mucho más provechosa.
Un estudiante terminó la escuela y decidió que quería ser policía de tráfico. Ingresó en el cuerpo sin demasiados problemas, le pusieron a controlar el tráfico y empezó a trabajar sin aparente novedad. Pasó un mes, pasó un segundo mes... y en ninguno de los dos pasó por habilitación a retirar su sueldo.
El encargado de la caja se mosqueó cuando el tercer mes tampoco pasó por allí. Fue a buscarlo y le dijo:
- Oye, Misha, que hace tres meses que trabajas con nosotros y no has pasado a recoger el sueldo ninguno de los tres. Pasa por caja y cobra.
Misha se le queda mirando sin decir nada. Se da la vuelta y se pone a andar pensativo por el pasillo, hasta que se cruza con su compañero de patrulla. Entonces le dice:
- Igor, parece que, además, ¡hay sueldo!
miércoles, 17 de enero de 2007
Falsos amigos rusos
Ya vueltos a Rusia, para felicidad de los señores Ferri, vuelve la rutina habitual. Y nos topamos de nuevo con que la gente, por la calle, no habla castellano, sino, vaya por Dios, ruso. Y es que una de las mayores dificultades del estudioso de la realidad rusa consiste en desentrañar los misterios de la lengua, poco accesible al español medio. Estas líneas tratan de arrojar algo de luz sobre el particular, haciendo hincapié en la necesidad de evitar malentendidos. Sí, se trata de "falsos amigos", además bastante malsonantes. Veamos algunos ejemplos característicos:
Póyas (пояс): Contra lo que pudiera suponerse a primera vista, el vocablo mencionado no hace referencia a una pluralidad de genitales masculinos. Simplemente, significa "cinturón".
Stats marikóm (стать моряком): Esta expresión no tiene nada que ver con el afeminamiento o las desviaciones sexuales de según quién. Su traducción correcta es "enrolarse en un buque" o, más literalmente, "hacerse marino".
Sa kavróm (за ковром): No se trata de ningún epíteto relativo a la infidelidad de la pareja del aludido, sino que significa "detrás de la alfombra".
Ne pútai (не путай!): Tampoco tiene nada que ver con la profesión más antigua del mundo. Igualmente sería falso traducirlo por "no me putees" o algo así, sino que lo más adecuado es "no te confundas".
Y, finalmente, la expresión más frecuente del grupo.
Jóda niet (хода нет): Efectivamente, se trata de una prohibición, pero no de lo que parece sugerir la frase, entendida en castellano. Quiere decir "prohibido el paso" y se limita a impedir el acceso al lugar situado tras la inscripción. Con tal de no ir más allá, uno puede hacer lo que mejor le parezca. Incluso eso que parece decir...
Póyas (пояс): Contra lo que pudiera suponerse a primera vista, el vocablo mencionado no hace referencia a una pluralidad de genitales masculinos. Simplemente, significa "cinturón".
Stats marikóm (стать моряком): Esta expresión no tiene nada que ver con el afeminamiento o las desviaciones sexuales de según quién. Su traducción correcta es "enrolarse en un buque" o, más literalmente, "hacerse marino".
Sa kavróm (за ковром): No se trata de ningún epíteto relativo a la infidelidad de la pareja del aludido, sino que significa "detrás de la alfombra".
Ne pútai (не путай!): Tampoco tiene nada que ver con la profesión más antigua del mundo. Igualmente sería falso traducirlo por "no me putees" o algo así, sino que lo más adecuado es "no te confundas".
Y, finalmente, la expresión más frecuente del grupo.
Jóda niet (хода нет): Efectivamente, se trata de una prohibición, pero no de lo que parece sugerir la frase, entendida en castellano. Quiere decir "prohibido el paso" y se limita a impedir el acceso al lugar situado tras la inscripción. Con tal de no ir más allá, uno puede hacer lo que mejor le parezca. Incluso eso que parece decir...
sábado, 13 de enero de 2007
Última estampa navideña
Finalmente, sí, vinieron los Reyes Magos, después de habernos cerciorado una vez más de su existencia en la cabalgata de Valencia, y trajeron a Ro su guitarra y a Abi una muñeca "casi" como la que había pedido, pero no le importó la diferencia. A Ame, a falta de carta (que sólo llegará, claro, cuando el chico sepa escribir), le trajeron un xilófono infantil, que es recurso socorrido, así que durante un tiempo hubo bastante ruido por la casa. A nuestros vecinos de rellano, los señores Ferri, debimos haber escrito que les dejaran un tubo de aspirinas tamaño familiar, pero se nos olvidó.
Quizá por eso, cuando, un par de días después, me encontré con ellos en el rellano, la señora Ferri, que es un pedazo de pan y de una amabilidad de las que no quedan, me dijo, después de saludarme y sin dejar de sonreír:
- ¿Y cuándo os vais hacia Rusia? ¿Ya pronto?
Quizá por eso, cuando, un par de días después, me encontré con ellos en el rellano, la señora Ferri, que es un pedazo de pan y de una amabilidad de las que no quedan, me dijo, después de saludarme y sin dejar de sonreír:
- ¿Y cuándo os vais hacia Rusia? ¿Ya pronto?
miércoles, 3 de enero de 2007
Estampas navideñas (V)
Queridos Reyes Magos:
Quiero una guitarra, por favor.
Ro
Estilo lacónico, muy propio de alguien con confianza en sí mismo y con las ideas claras, aunque con los conceptos sociales todavía incipientes: es Ro en estado puro.
- ¿Tiene guitarras para niño?
- Sí, ¿de qué edad es?
- Seis años, pero es una niña más bien de pequeña estatura.
- Me queda ésta.
- Bien ¿Tiene fundas?
- ¡Mariano! ¿Tenemos fundas para guitarras de niño?
Mariano saca una funda adecuada.
- ¿Y una cinta para sujetarla?
- Mmmm... con esta guitarra sólo le vendrá bien ésta, que se sujeta con un gancho. Si no, tendrá que hacer un agujero en la guitarra para meter un clavo.
- Mejor no. Me llevo la que dice usted.
Prueba conseguida. Uno a cero.
Queridos Reyes Magos:
Quiero una muñeca que se llama Elina que tiene alas y se le quitan y se le ponen piernas.
Soy tu pequeña amiga Abi.
Aquí ya vemos un elemento de astucia y de querer ganarse la voluntad del interlocutor con la última frase. Esta cría tiene muchísimo peligro...
- Necesito una muñeca que se llama Elina.
- No la conozco.
- ¿No?
- No, no la tenemos.
Muchas, pero muchas tiendas de juguetes después, comencé a ver las cosas algo más claras. Tras sorprender alguna conversación de Abi con sus hermanos o primos, resultó que se trataba de un juguete que había visto en una tienda el año pasado. Y, claro, ni rastro. Finalmente, la muñeca apareció... ahora veremos si era la correcta, porque en la tienda no me dejaron probar lo de las alas. Seguiré informando.
¿Y Ame?
Parque del Retiro, Madrid. Paseo familiar, y un personaje disfrazado de rey mago nos aborda (no era el de verdad, que todo el mundo sabe que llega a Valencia por el puerto, claro que sí).
- ¡Hola, niños!
- ¡Hola! -dicen.
- ¿Qué tal? ¿Tú cómo te llamas?
- Ro.
- ¿Y qué has pedido?
- Una guitarra.
- ¿Y tú?
- Abi.
- ¿Y qué has puesto en la carta?
- Una muñeca que se le quitan las alas y se le cambia la cola por unas piernas.
- ¿Y tú cómo te llamas?
- Ame.
- ¿Y qué has pedido?
Ame se le quedó mirando ¿Qué hacía un rey mago en Madrid, si siempre los había visto en Valencia? Abrió la boca, le señaló y dijo con su media lengua:
- En Valencia.
- Ah, has pedido un equipo del Valencia.
- Sí.
- Pues nada, sed obedientes y acostaos pronto el día cinco.
Seguimos camino.
- Eixe rei no era de veres.
- No, Abi, si fora de veres sabria lo que heu demanat i no preguntaria.
- Clar, tu els vares donar ja la carta.
- L'atre dia, sí, senyor.
Y, además, si fuera el rey mago de verdad no hubiera sugerido eso de pedir un equipo del Valencia. Eso nunca, nunca, nunca, entrará en mi casa por mi voluntad.
Viva el Levante.
Quiero una guitarra, por favor.
Ro
Estilo lacónico, muy propio de alguien con confianza en sí mismo y con las ideas claras, aunque con los conceptos sociales todavía incipientes: es Ro en estado puro.
- ¿Tiene guitarras para niño?
- Sí, ¿de qué edad es?
- Seis años, pero es una niña más bien de pequeña estatura.
- Me queda ésta.
- Bien ¿Tiene fundas?
- ¡Mariano! ¿Tenemos fundas para guitarras de niño?
Mariano saca una funda adecuada.
- ¿Y una cinta para sujetarla?
- Mmmm... con esta guitarra sólo le vendrá bien ésta, que se sujeta con un gancho. Si no, tendrá que hacer un agujero en la guitarra para meter un clavo.
- Mejor no. Me llevo la que dice usted.
Prueba conseguida. Uno a cero.
Queridos Reyes Magos:
Quiero una muñeca que se llama Elina que tiene alas y se le quitan y se le ponen piernas.
Soy tu pequeña amiga Abi.
Aquí ya vemos un elemento de astucia y de querer ganarse la voluntad del interlocutor con la última frase. Esta cría tiene muchísimo peligro...
- Necesito una muñeca que se llama Elina.
- No la conozco.
- ¿No?
- No, no la tenemos.
Muchas, pero muchas tiendas de juguetes después, comencé a ver las cosas algo más claras. Tras sorprender alguna conversación de Abi con sus hermanos o primos, resultó que se trataba de un juguete que había visto en una tienda el año pasado. Y, claro, ni rastro. Finalmente, la muñeca apareció... ahora veremos si era la correcta, porque en la tienda no me dejaron probar lo de las alas. Seguiré informando.
¿Y Ame?
Parque del Retiro, Madrid. Paseo familiar, y un personaje disfrazado de rey mago nos aborda (no era el de verdad, que todo el mundo sabe que llega a Valencia por el puerto, claro que sí).
- ¡Hola, niños!
- ¡Hola! -dicen.
- ¿Qué tal? ¿Tú cómo te llamas?
- Ro.
- ¿Y qué has pedido?
- Una guitarra.
- ¿Y tú?
- Abi.
- ¿Y qué has puesto en la carta?
- Una muñeca que se le quitan las alas y se le cambia la cola por unas piernas.
- ¿Y tú cómo te llamas?
- Ame.
- ¿Y qué has pedido?
Ame se le quedó mirando ¿Qué hacía un rey mago en Madrid, si siempre los había visto en Valencia? Abrió la boca, le señaló y dijo con su media lengua:
- En Valencia.
- Ah, has pedido un equipo del Valencia.
- Sí.
- Pues nada, sed obedientes y acostaos pronto el día cinco.
Seguimos camino.
- Eixe rei no era de veres.
- No, Abi, si fora de veres sabria lo que heu demanat i no preguntaria.
- Clar, tu els vares donar ja la carta.
- L'atre dia, sí, senyor.
Y, además, si fuera el rey mago de verdad no hubiera sugerido eso de pedir un equipo del Valencia. Eso nunca, nunca, nunca, entrará en mi casa por mi voluntad.
Viva el Levante.
Estampas navideñas (IV): Marketing y mendicidad
A la salida de una librería religiosa de la plaza de la Reina, y aprovechando que estaba yo desatando la bicicleta de la farola, me abordó una gitana probablemente rumana:
- Tú escucha, tú escucha, yo no pido dinero.
- A ver... -respondí, mirando con cierta aprensión sus colmillos de oro.
- Yo no pedir dinero, sólo quiero una pregunta.
Pausa. La bicicleta ya estaba desatada, pero bueno, me quedé a ver qué quería.
- ¿Tú no puedes comprar pañales para bebé? Yo tengo bebé pequeñito, se está mojando. Ahí está la farmacia.
- Señora, va a ser que no.
Monté en la bicicleta, seguí por la plaza de la Reina, luego por la del Arzobispo, llegué a la Basílica de la Virgen, pasé por la Puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia y, a pocos metros de ella, otra gitana rumana me detuvo. Y mira que había gente allí; debo tener aspecto cándido y dadivoso, porque, de lo contrario, no me explico tanta afición de las gitanas rumanas por mi persona.
- Oye, espera, yo no pido dinero...
- ¿Otra vez?
- Sólo una pregunta.
- Venga.
- ¿Tú no puedes comprar pañales para bebé pequeñito? Está mojando... ahí está la farmacia. Si no compras, puedes dar dinero para yo ir a comprar.
- Señora, su estrategia de marketing adolece de cierta falta de variedad.
La gitana se me quedó mirando.
- Quiero decir -dije, procurando ser menos borde y más accesible- que deberían ser más originales.
Y me fui en la bicicleta, esquivando a los numerosos transeúntes que caminaban entre la Catedral y la Basílica.
- Tú escucha, tú escucha, yo no pido dinero.
- A ver... -respondí, mirando con cierta aprensión sus colmillos de oro.
- Yo no pedir dinero, sólo quiero una pregunta.
Pausa. La bicicleta ya estaba desatada, pero bueno, me quedé a ver qué quería.
- ¿Tú no puedes comprar pañales para bebé? Yo tengo bebé pequeñito, se está mojando. Ahí está la farmacia.
- Señora, va a ser que no.
Monté en la bicicleta, seguí por la plaza de la Reina, luego por la del Arzobispo, llegué a la Basílica de la Virgen, pasé por la Puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia y, a pocos metros de ella, otra gitana rumana me detuvo. Y mira que había gente allí; debo tener aspecto cándido y dadivoso, porque, de lo contrario, no me explico tanta afición de las gitanas rumanas por mi persona.
- Oye, espera, yo no pido dinero...
- ¿Otra vez?
- Sólo una pregunta.
- Venga.
- ¿Tú no puedes comprar pañales para bebé pequeñito? Está mojando... ahí está la farmacia. Si no compras, puedes dar dinero para yo ir a comprar.
- Señora, su estrategia de marketing adolece de cierta falta de variedad.
La gitana se me quedó mirando.
- Quiero decir -dije, procurando ser menos borde y más accesible- que deberían ser más originales.
Y me fui en la bicicleta, esquivando a los numerosos transeúntes que caminaban entre la Catedral y la Basílica.
lunes, 1 de enero de 2007
Estampas navideñas (III)
Conduciendo por la Avenida del Cid, saliendo de Valencia, mientras suena la radio, uno de esos programas típicos de estas fechas en los que llaman los oyentes y cuentan cómo van a pasar las fiestas, en este caso la Nochevieja. Que si uno estaba fuera y vuelve a La Coruña con su familia, que si otro estaba en Sudamérica y este año va a poder celebrarlo en familia... todo muy entrañable. Entonces llamó un nuevo oyente:
- Pues yo voy a estar trabajando.
- ¡Oooooh! Lo sentimos -dijo la locutora.
- Sí, estaré con los compañeros poniendo un control de alcoholemia. Soy guardia civil.
- ¡Anda!
- ¡Jo, jo! Y es que esa noche caen todos... de cada cien que paramos, por lo menos noventa dan positivo en el control ¡Y ponen una cara cuando los paran! Es como cuando tienen que pasar la ITV... ¡Ja, ja, ja! Todos comienzan "Huy, agente, fíjese, pues igual doy positivo y todo. Yo no bebo nunca, pero hoy, claro, con el champán..." Y ya lo creo que dan positivo ¡No se nos pasa uno!
- ¿Y esa noche no tenéis algo de indulgencia?
- Nada. Son un peligro, y la gente tiene que saber que pueden causar un accidente a gente que no haya bebido. Eso de que no beba uno para que pueda conducir no sirve para nada si hay gente que conduce borracha.
- Claro...
- ¡Y lo bueno es que ahora también detectamos las drogas! ¡Ja, ja, ja! Paramos a un tío, el tío sopla tan tranquilo, da negativo, parece que no pasa nada, y entonces le digo "Ponga un poco de saliva aquí, por favor". ¡Cómo les cambia la cara! ¡Ja, ja, ja! Y, claro, lo pasamos a la unidad del SAMU que va con nosotros, lo analizan allí mismo, y da positivo a saco... ¡Jo, jo! Entonces llegan los intentos de soborno, con vinos caros... ¡ja, ja, ja! Pero del multazo ya no les salva nadie...
Uf, qué peligro...
- Pues yo voy a estar trabajando.
- ¡Oooooh! Lo sentimos -dijo la locutora.
- Sí, estaré con los compañeros poniendo un control de alcoholemia. Soy guardia civil.
- ¡Anda!
- ¡Jo, jo! Y es que esa noche caen todos... de cada cien que paramos, por lo menos noventa dan positivo en el control ¡Y ponen una cara cuando los paran! Es como cuando tienen que pasar la ITV... ¡Ja, ja, ja! Todos comienzan "Huy, agente, fíjese, pues igual doy positivo y todo. Yo no bebo nunca, pero hoy, claro, con el champán..." Y ya lo creo que dan positivo ¡No se nos pasa uno!
- ¿Y esa noche no tenéis algo de indulgencia?
- Nada. Son un peligro, y la gente tiene que saber que pueden causar un accidente a gente que no haya bebido. Eso de que no beba uno para que pueda conducir no sirve para nada si hay gente que conduce borracha.
- Claro...
- ¡Y lo bueno es que ahora también detectamos las drogas! ¡Ja, ja, ja! Paramos a un tío, el tío sopla tan tranquilo, da negativo, parece que no pasa nada, y entonces le digo "Ponga un poco de saliva aquí, por favor". ¡Cómo les cambia la cara! ¡Ja, ja, ja! Y, claro, lo pasamos a la unidad del SAMU que va con nosotros, lo analizan allí mismo, y da positivo a saco... ¡Jo, jo! Entonces llegan los intentos de soborno, con vinos caros... ¡ja, ja, ja! Pero del multazo ya no les salva nadie...
Uf, qué peligro...