En otra ocasión, la llamada equivocada ya fue mucho más inquietante. Ni siquiera estoy en condiciones de saber si fue equivocada de verdad.
- ¿Diga?
- ¿Sí?
- ¿Con quién quiere hablar?
- No estoy seguro.
Me quedé algo mosqueado.
- ¿Usted a dónde llama?
- Bueno, quería hablar con usted.
- Venga, seguramente se ha equivocado.
- Pero usted es extranjero, ¿no?
- Pues sí.
- Quería hablar con usted.
El mosqueo continuaba. Y aumentaba.
- ¿De qué?
Mi interlocutor hizo una pausa.
- Cuestiones diplomáticas.
- ¿Diplomáticas? ¿Usted dónde cree que está llamando?
- Creo que llamo a la Embajada de Noruega.
- Pues mire, no. Ni embajada, ni Noruega. Soy español.
- Ah, español... - y el hombre comenzó a hablar mucho más lentamente.
- Venga, se ha equivocado - y colgué.
A los dos días, sonó el teléfono.
- ¿Diga?
- Soy su conocido por teléfono. El del otro día.
- ¿Y qué quiere ahora?
- Comentar algún aspecto.
- ¿Y si yo no quiero?
- He estado viendo la televisión. Echaban un reportaje.
- ¿Usted no está chiflado?
- Puede, puede...
- Ande, déjeme en paz - y colgué.
A la semana, pasada medianoche, suena el teléfono.
- ¿Sí? - dije con voz de recién despertado.
- Soy yo.
- ¿Usted?
- Su conocido por teléfono.
- Oiga, usted está loco. Loco del todo. Pero, ¿sabe qué hora es?
- ¿Es tarde para usted?
- Mire, idiota, son más de las doce. Hay niños pequeños durmiendo. Váyase a la mierda - y colgué.
Siguió llamando regularmente, a veces a deshora, a veces no. Yo le ponía verde, pero a él todo parecía darle lo mismo. Cuando volvimos aquel año, después de las vacaciones de Navidad, encontramos un mensaje suyo en el contestador felicitándonos el año nuevo: "Soy su conocido por teléfono. Qué lástima que no estén. Sólo quería... bueno, quería desearles un buen año." Pero todo esto lo decía con una voz apagada, marcando las sílabas, algo cortante. Jamás dijo su nombre, y nunca supe si era un espía, cosa que llegué a pensar, si no fuera porque no hay nada que espiarme, un chiflado (algo de eso había, desde luego), un sicópata inofensivo (que era lo más probable) o una persona aburrida, desocupada y fuera de onda. En todo caso, sus llamadas se fueron espaciando poco a poco, y nuestra última mudanza, que llevó consigo un cambio definitivo de número de teléfono y la baja del número anterior, nos libró de él. Y espero que nos librara para siempre.
Alf me has recordado una canción de Miguel Ríos sobre una historia similar, seguro que la has escuchado, se llama Santa Lucía. Claro que aquella era mucho más romántica...
ResponderEliminarQue inquietante ¿no? Este tipo.. A mí que estaba solo y aburrido y tal vez algo tocado de vodka y llamó a un número al azar...
Besossssss
OIGA, SOY SU CONOCIDO DEL BLOG DE AL LADO... ¿PODEMOS COMENTAR LOS ASPECTOS?
ResponderEliminarEsther, no, tocado de vodka te aseguro que no estaba. Es uno de los rusos más sereno que me he encontrado; eso sí, de inquietante te aseguro que tiene un rato.
ResponderEliminarAchab, Dios mío ¡Era usted!