sábado, 7 de octubre de 2023

Sínodos

Los obispos de todo el mundo, también algunos belgas, andan estos días por Roma reunidos en un club llamado "Sínodo sobre la sinodalidad", que no es un trabalenguas, pero sólo porque no es difícil de pronunciar. Se le acerca algo en el sentido de que es una denominación indigesta, confusa y de difícil comprensión, que se supone que debe servir para meditar sobre cómo se hacen reuniones en la Iglesia Católica, o eso es lo que me inspira el título. Pero vaya usted a saber de qué terminan discutiendo finalmente.

El sínodo de marras fue precedido, en teoría, por un proceso de consultas amplio como pocos antes. De abajo arriba. Se hizo una primera consulta por parroquias, y los sacerdotes responsables de las mismas nos preguntaron a los fieles qué temas nos preocupaban. Es más: también se nos animó a que preguntáramos a los que se habían separado de la Iglesia, para enterarnos de qué les había llevado a dicha decisión y qué les preocupaba a ellos. Yo no sé si responderían muchos de a los que la Iglesia les da tres patadas, pero lo cierto es que, después del primer proceso de consultas, ya no se volvió a hablar del asunto.

Como es bien sabido y debería resultar evidente para cualquiera que siga las entradas de esta bitácora con cierta regularidad, no me cuento precisamente entre los que abogan por una "actualización" de la doctrina católica para adecuarla a lo que el mundo piensa en el siglo XXI. Cuando me llegó la posibilidad de aportar mi granito de arena a las discusiones sobre qué debería tratarse en el sínodo, respondí presto a la invitación de mi párroco con un correo vibrante, en el que expresé precisamente eso: que no debíamos cambiar una coma de la doctrina de siempre por el mero hecho de que el mundo no la aprobaba, porque tampoco la aprobaba en el siglo I, y a Nuestro Señor no le tembló la mano para revelarla como era, mal que le pesara al mundo. Y que así se nos notaría más que éramos católicos, no como ahora, que tratamos de disimularlo en lo posible.

No sé si alguien más se manifestaría en el mismo sentido. Yo conozco a más gente que comparte, aproximadamente, mi opinión, aunque ignoro si respondieron a la invitación que sus respectivos párrocos debieron hacerles para que se manifestaran.

Sea como fuere, hace unas semanas, pasé por la parroquia cercana a mi casa y descubrí un folletito en el que se enumeraban las conclusiones de la diócesis para discutir en el seno de la Iglesia Católica en Bélgica y luego integrarlas en las conclusiones para todo el sínodo universal. Lo leí ávidamente y me quedé con una impresión agridulce. Desde luego, no había ni rastro de posiciones cercanas a la mía, pero tampoco había demasiadas barbaridades, cosa de temer habida cuenta de la deriva de la que ya estuve escribiendo el año pasado. Si la puerta para acoger mi posición, tan beligerante, estaba cerrada, la de las barbaridades sólo estaba entreabierta. No sé a los demás que leyeran el panfletillo, pero a mí me dio la impresión de que el proceso de consultas había sido una mera formalidad para que los de siempre escribieran sus vaguedades buenistas de costumbres.

No tengo ni idea de lo que pasará este mes en Roma, aparte de que el Papa ha dicho que las cuestiones morales no forman parte de lo que se va a discutir en el sínodo. No sé si ha dicho exactamente eso, o es una de esas frases suyas que se pueden interpretar de distintas maneras y que cada cual entiende a su manera. Lo que sí sé es que, entre "dubia" de cardenales muy prestigiosos, respuestas ambiguas y que, entre tanta gente que hay por allí, hay muchos que quieren hablar precisamente de eso y yo no comprendo cómo el Papa va a impedir que se traten esos asuntos. Que lo del cambio climático y su última exhortación apostólica estará muy bien, pero no tengo yo muy claro que el Papa no se esté metiendo en un jardín que no corresponde a su negociado.

No corren buenos tiempos para los adalides del lenguaje claro y los adeptos al refrán de "al pan, pan; y al vino, vino". Me temo que nos esperan tiempos de mucha ambigüedad. Y la Verdad no está en las proposiciones ambiguas.

Cinco belgas hay en el sínodo. Tres miembros y dos expertos, uno de los cuales es una mujer, virgen consagrada. De los tres miembros, destaca el arzobispo emérito de Malinas-Bruselas, el cardenal De Kesel. Uno de los tres miembros no es obispo. De hecho, ni siquiera es presbítero, sino diácono permanente, flamenco, y se supone que especialista en materia de juventud y familia.

Los tres miembros belgas del sínodo son flamencos. Los dos expertos son valones.

No quiero ser agorero, pero estoy prácticamente seguro de que tres flamencos que se han hecho famosos últimamente por desarrollar una pastoral, con bendición incluida, de parejas homosexuales no van a discutir únicamente del papel de los sínodos en la vida de la Iglesia, que tiene pinta de ser un tema coñazo donde los haya.

En fin, seguiremos informando, pero hoy se hace tarde.

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