Por fin Bélgica está en un puesto destacado en el concierto de las naciones, al ser desde hace unos días el país del mundo con más número de muertes por coronavirus por millón de habitantes, para gran consuelo del gobierno español, relegado ahora a la segunda posición.
No parecen, sin embargo, muy preocupadas las autoridades belgas. Ellas aducen que, a diferencia de otros países, sin señalar, en Bélgica se cuenta a todo el mundo, sospechosos incluidos y que, por esa razón, es de lo más normal que salgan cifras más elevadas.
A los que paseamos, corremos o montamos en bicicleta y vemos que el pueblo, al menos el bruselense, hace mangas y capirotes de las medidas de distancia social, y lleva unas máscaras, cuando las lleva, que no son sino un cacho de tela atado con unas gomas, no nos parece tan extraño que Bélgica lidere el mundo en este punto.
Lo que sí parece claro es que el sistema belga de salud pública es mucho mejor de lo que muchos pensábamos. No se perciben agobios de ningún tipo y, así, no es de extrañar que las medidas, que ya se ve que no eran ni mucho menos como las españolas, se estén relajando, sin que nadie esté delatando a quienes no terminan de respetarlas y sin que haya talibanes gritando ¡vivan las cadenas!
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 29 de abril de 2020
miércoles, 22 de abril de 2020
La sala capitular y Brabante
Qué buen momento sigue siendo éste para evadirse del encierro, aunque sea benigno, y volver la vista atrás, a los tiempos en que podíamos interactuar con otros congéneres, y no necesariamente con quienes compartimos vivienda.
En la sala capitular del ayuntamiento de Bruselas nos habíamos quedado revisando los nombres de los mandamases que habían gobernado en Bruselas, y habíamos llegado hasta Godofredo, hermano de Enrique III, ése que murió por ir de sobrado en una justa. Este Godofredo recibió el sobrenombre de el Valiente, el Grande y el Barbudo. Yo diría que los dos primeros sobrenombres tienen un pelín de peloteo, mientras que el tercero parece mucho más objetivo. Es el caso, pues, que éste nuestro Godofredo, que comenzó a gobernar en el año de gracia de 1095, como ya se dijo en una entrada anterior, tuvo la notable cualidad de intervenir en casi todos los follones de su época, que eran muchísimos y, por si fuera poco, se las apañó para unirse prácticamente siempre con el bando perdedor. Sin embargo, aun perdiendo casi todas las guerras en que participó, se las compuso para sobrevivir, e incluso para aumentar algo sus dominios. En su época se convocó la primera cruzada, con amplia participación de la nobleza de la zona, pero nuestro Godofredo, que por cierto era archienemigo del obispo de Lieja, hizo oídos sordos a los llamamientos cruzados y siguió batiéndose el cobre por estos pagos.
Le sucedió su hijo, Godofredo II, que siguió pegándose con todo quisqui entre 1139 y 1142, en que murió, curiosamente no de resultas de ninguna herida en combate, sino de una hepatitis. Una cosa que hizo bien fue casarse con la cuñada del Emperador, porque, con semejante enchufe, fue nombrado duque de la Lorena Inferior, un título por el que su padre estuvo peleando toda su vida (con poco éxito). Pasó, pues, de ser un señorcillo de relativa importancia a la Liga de Campeones del Sacro Imperio y, si no, echemos un vistazo al mapa que ilustra esta entrada, que muestra los dominios, más o menos nominales, de dicho ducado.
¿Y Bruselas? Pues Bruselas la encontraréis bajo el nombre de Bruocsella hacia el Oeste del ducado. Entonces debía ser una villa del montón, lejos del renombre actual. Los nombres de las ciudades del mapa son chulísimos, por cierto, así que es muy conveniente ampliarlo y verlo bien. Encontraremos cerca de Bruocsella puntos como Tobace (hoy Tubize), o Andwerpa (Amberes), o incluso el rimbombante Mons Castrilocus (hoy simplemente Mons, o Bergen, según sea nuestro paradigma lingüístico). Si pasamos al vecino condado de Flandes, según se mira al Oeste, encontraremos lugares como Insula (que, lógicamente, es Lille, o Rijsel en flamenco), o como las vecinas Tornacum (Tournai, claramente) o Cornacum (Cortrique, Kortrijk en vernáculo).
¿Y al Este? Allí encontraremos la ciudad más importante de la zona, Lovon (Lovaina, Leuven en flamenco). Si nos seguimos desplazando hacia el Este llegaremos a otro peso pesado entre las actuales ciudades belgas, nada menos que Luticha, que al lector de hoy quizá no le diga nada, pero hoy es la ciudad de Lieja (Liège en el francés que se habla en ella, pero, por ejemplo, en alemán es Lüttich), y entonces era la sede de un obispado prácticamente independiente, y lo siguió siendo hasta la Revolución Francesa. Poco más allá nos topamos con Trajectum, hoy Mastrique, aunque incluso en español se la conoce más como Maastricht.
Y finalmente llegamos a Aquisgranum, obviamente Aquisgrán (o Aachen, o Aix-la-Chapelle, o hasta Aken, según nuestro régimen lingüístico), seguramente la sede principal de la Lorena-Lotaringia, que ya había sido la capital imperial con Carlomagno...
Lo vamos a dejar aquí, pero quizá volvamos al mapa en otra ocasión, pues tiene mucha más miga. Creo que se nota que hay ganas de salir a viajar por ahí, algo imposible en estos tiempos de confinamiento, ni siquiera en un país tan despreocupado como es Bélgica, pero pronto seguiremos repasando las menciones de las paredes del ayuntamiento de Bruselas a los que han mandado en esta villa.
En la sala capitular del ayuntamiento de Bruselas nos habíamos quedado revisando los nombres de los mandamases que habían gobernado en Bruselas, y habíamos llegado hasta Godofredo, hermano de Enrique III, ése que murió por ir de sobrado en una justa. Este Godofredo recibió el sobrenombre de el Valiente, el Grande y el Barbudo. Yo diría que los dos primeros sobrenombres tienen un pelín de peloteo, mientras que el tercero parece mucho más objetivo. Es el caso, pues, que éste nuestro Godofredo, que comenzó a gobernar en el año de gracia de 1095, como ya se dijo en una entrada anterior, tuvo la notable cualidad de intervenir en casi todos los follones de su época, que eran muchísimos y, por si fuera poco, se las apañó para unirse prácticamente siempre con el bando perdedor. Sin embargo, aun perdiendo casi todas las guerras en que participó, se las compuso para sobrevivir, e incluso para aumentar algo sus dominios. En su época se convocó la primera cruzada, con amplia participación de la nobleza de la zona, pero nuestro Godofredo, que por cierto era archienemigo del obispo de Lieja, hizo oídos sordos a los llamamientos cruzados y siguió batiéndose el cobre por estos pagos.
Le sucedió su hijo, Godofredo II, que siguió pegándose con todo quisqui entre 1139 y 1142, en que murió, curiosamente no de resultas de ninguna herida en combate, sino de una hepatitis. Una cosa que hizo bien fue casarse con la cuñada del Emperador, porque, con semejante enchufe, fue nombrado duque de la Lorena Inferior, un título por el que su padre estuvo peleando toda su vida (con poco éxito). Pasó, pues, de ser un señorcillo de relativa importancia a la Liga de Campeones del Sacro Imperio y, si no, echemos un vistazo al mapa que ilustra esta entrada, que muestra los dominios, más o menos nominales, de dicho ducado.
¿Y Bruselas? Pues Bruselas la encontraréis bajo el nombre de Bruocsella hacia el Oeste del ducado. Entonces debía ser una villa del montón, lejos del renombre actual. Los nombres de las ciudades del mapa son chulísimos, por cierto, así que es muy conveniente ampliarlo y verlo bien. Encontraremos cerca de Bruocsella puntos como Tobace (hoy Tubize), o Andwerpa (Amberes), o incluso el rimbombante Mons Castrilocus (hoy simplemente Mons, o Bergen, según sea nuestro paradigma lingüístico). Si pasamos al vecino condado de Flandes, según se mira al Oeste, encontraremos lugares como Insula (que, lógicamente, es Lille, o Rijsel en flamenco), o como las vecinas Tornacum (Tournai, claramente) o Cornacum (Cortrique, Kortrijk en vernáculo).
¿Y al Este? Allí encontraremos la ciudad más importante de la zona, Lovon (Lovaina, Leuven en flamenco). Si nos seguimos desplazando hacia el Este llegaremos a otro peso pesado entre las actuales ciudades belgas, nada menos que Luticha, que al lector de hoy quizá no le diga nada, pero hoy es la ciudad de Lieja (Liège en el francés que se habla en ella, pero, por ejemplo, en alemán es Lüttich), y entonces era la sede de un obispado prácticamente independiente, y lo siguió siendo hasta la Revolución Francesa. Poco más allá nos topamos con Trajectum, hoy Mastrique, aunque incluso en español se la conoce más como Maastricht.
Y finalmente llegamos a Aquisgranum, obviamente Aquisgrán (o Aachen, o Aix-la-Chapelle, o hasta Aken, según nuestro régimen lingüístico), seguramente la sede principal de la Lorena-Lotaringia, que ya había sido la capital imperial con Carlomagno...
Lo vamos a dejar aquí, pero quizá volvamos al mapa en otra ocasión, pues tiene mucha más miga. Creo que se nota que hay ganas de salir a viajar por ahí, algo imposible en estos tiempos de confinamiento, ni siquiera en un país tan despreocupado como es Bélgica, pero pronto seguiremos repasando las menciones de las paredes del ayuntamiento de Bruselas a los que han mandado en esta villa.
viernes, 17 de abril de 2020
Democracia eclesial
En realidad, el arquitecto que proyectó San Marcos es un profesional que vive en Uccle, no demasiado lejos del templo que imaginó, y por lo visto debió ser un arquitecto popular entre los responsables de construir lugares de culto en el sur de la región de Bruselas. Otro ejemplo de su trayectoria es una parroquia de Forest, un municipio vecino de Uccle, en el cual se encuentra el templo del Santo Cura de Ars. No sé exactamente que pensará desde el cielo San Juan María Vianney al contemplar cómo funciona la parroquia que lleva su nombre, pero sospecho que estará lejos de mostrar regocijo.
Como edificio, es difícil llamarlo bonito, pero tampoco parece el típico adefesio buscado a propósito. Simplemente tiene pinta de edificio funcional, que aloja no sólo el templo propiamente dicho, sino también una pequeña escuela primaria, que no cerró sino muy recientemente. Sin embargo, aquí lo que llama la atención es el funcionamiento interno de la comunidad.
Veamos, a este respecto, lo que dice el antiguo párroco del lugar, ya jubilado. La traducción es mía:
A petición nuestra (se trata de una publicación unitarista, herética pues, como era de esperar), Henri Solé (el párroco) ha tenido a bien aportar algunas informaciones sobre el funcionamiento de esta parroquia:
Soy un antiguo cura de esta parroquia hasta mi jubilación, a la que accedí en 1999. La parroquia se administra en libertad y elige regularmente a sus responsables desde hace cincuenta años. Por tanto, cuando me marché, rechazó el nombramiento de un nuevo cura y es asistida con regularidad por diversos sacerdotes amigos... que desgraciadamente están envejeciendo como todos nuestros responsables eclesiásticos.
Colabora con la unidad pastoral de Forest, pero sin ser miembro de ella.
Es libre en sus palabras y responsabilidades. Acaba de llevar a cabo el acogimiento de treinta indocumentados que ha estado recibiendo a lo largo de cinco años y que tienen ahora sus permisos de residencia y de trabajo en orden.
Aparte de esto, pretende respetar las opiniones y compromisos de cada uno y no cree poseer la verdad, aunque se esfuerza en seguir a Jesús y su evangelio.
El artículo es de 2012, pero uno lee las últimas novedades de la parroquia (ahora cerrada a cal y canto, como todas) y las cosas no parecen haber cambiado nada: el mismo grupo rebelde (y menguante, con total seguridad) que se hizo fuerte cuando se fue el párroco que debió soliviantarlos, y que el arzobispado parece que no tuvo narices de poner en su sitio, sigue haciendo lo que le da la real gana.
Se empieza oficiando en un sitio feo y, lógicamente, se termina convertido en una ONG y dejando la verdad para los otros, porque no les interesa la verdad, sino hacer lo que mejor les parezca.
Como edificio, es difícil llamarlo bonito, pero tampoco parece el típico adefesio buscado a propósito. Simplemente tiene pinta de edificio funcional, que aloja no sólo el templo propiamente dicho, sino también una pequeña escuela primaria, que no cerró sino muy recientemente. Sin embargo, aquí lo que llama la atención es el funcionamiento interno de la comunidad.
Veamos, a este respecto, lo que dice el antiguo párroco del lugar, ya jubilado. La traducción es mía:
A petición nuestra (se trata de una publicación unitarista, herética pues, como era de esperar), Henri Solé (el párroco) ha tenido a bien aportar algunas informaciones sobre el funcionamiento de esta parroquia:
Soy un antiguo cura de esta parroquia hasta mi jubilación, a la que accedí en 1999. La parroquia se administra en libertad y elige regularmente a sus responsables desde hace cincuenta años. Por tanto, cuando me marché, rechazó el nombramiento de un nuevo cura y es asistida con regularidad por diversos sacerdotes amigos... que desgraciadamente están envejeciendo como todos nuestros responsables eclesiásticos.
Colabora con la unidad pastoral de Forest, pero sin ser miembro de ella.
Es libre en sus palabras y responsabilidades. Acaba de llevar a cabo el acogimiento de treinta indocumentados que ha estado recibiendo a lo largo de cinco años y que tienen ahora sus permisos de residencia y de trabajo en orden.
Aparte de esto, pretende respetar las opiniones y compromisos de cada uno y no cree poseer la verdad, aunque se esfuerza en seguir a Jesús y su evangelio.
El artículo es de 2012, pero uno lee las últimas novedades de la parroquia (ahora cerrada a cal y canto, como todas) y las cosas no parecen haber cambiado nada: el mismo grupo rebelde (y menguante, con total seguridad) que se hizo fuerte cuando se fue el párroco que debió soliviantarlos, y que el arzobispado parece que no tuvo narices de poner en su sitio, sigue haciendo lo que le da la real gana.
Se empieza oficiando en un sitio feo y, lógicamente, se termina convertido en una ONG y dejando la verdad para los otros, porque no les interesa la verdad, sino hacer lo que mejor les parezca.
sábado, 11 de abril de 2020
Contumacia
Hay gente muy contumaz en este mundo y, al formar Bélgica parte de este mundo, es evidente que hay gente contumaz en Bélgica. La hay entre los arquitectos, sí, que desde la década de 1960 han convertido Bruselas en un campo de experimentación a costa de lo que debió de ser esta ciudad en el período de entreguerras. Ni los alemanes le hicieron tanto daño a esta villa como los arquitectos de la postguerra y, así, no es de extrañar que varios de ellos, incapaces de reconocer el desaguisado que han perpetrado, tratan, no sólo de justificar sus acciones, sino de hacerlas pasar por el no va más y el colmo de los colmos. Y la gente se lo cree, claro.
Hablábamos el otro día de San Marcos, un templo al ralentí que está en marcha no más de un día por semana, y que ya dijimos que es un ejemplo como hay pocos de destarifo y despilfarro. La foto que ilustra dicha entrada la pude haber sacado yo mismo con mi mecanismo, pero lo cierto es que voy a confesarme de algo, y es de que la obtuve de una página web muy recomendable en lo suyo, que es reivindicar las transformaciones arquitectónicas de la Bruselas de los años cincuenta a setenta del siglo pasado. Pero en mi descarga está que ellos también la obtuvieron de otro sitio. Si el fotógrafo ve esto, que levante la mano, e iré yo mismo a San Marcos a obtener una foto parecida y retirar ésa.
Supongo que es cuestión de gustos, y el mío es muy diferente al del autor, pero de eso ya escribiré en otra ocasión, porque no faltarán ocasiones para ello. Lo que me llama la atención son las ganas de los responsables eclesiásticos de esos mismos años de lanzarse a hacer el canelo edificando templos a cual más feo. Que sí, que a Dios se le puede adorar en muchísimos sitios, también en los feos, y no hay hoy quien construya una catedral gótica, o neogótica, pero una cosa es eso y otra es construir adefesios de atractivo más que dudoso.
En la página en cuestión se encuentran ejemplos de libro de lo dicho, por ejemplo, la imagen que ilustra este texto y que corresponde al templo de Nuestra Señora de Stokkel. Con cierto orgullo, los autores de la página antedicha hacen notar que, de no ser por la cruz de hormigón que culmina la obra, el edificio podría pasar por un pabellón de deportes, cosa ciertísima, pero no acabo yo de ver dónde está el orgullo en tal desaguisado. Además, el desaguisado es aún peor, porque el resultado final no tuvo mucho que ver con el proyecto inicial, que se corresponde con la maqueta de ahí abajo.
El proyecto no puedo realizarse porque el ingeniero se equivocó en sus cálculos, así que los arquitectos (René Aerts y Paul Ramon) debieron aligerar algo la construcción y cualquiera diría que, efectivamente, copiaron los planos de un palacio de deportes que hubieran diseñado en algún momento (creo haber entrado en alguno sospechosamente parecido). El proyecto, si se quiere, tenía un pasar; el templo final es difícil de tragar salvo para alguien con unos criterios estéticos poco corrientes entre el pueblo fiel.
De todo esto, sin embargo, lo que me admira es la paciencia de los responsables del arzobispado, tragando con todas estas cosas. La concepción del edificio se remonta a 1957 y la construcción se realizó entre 1962 y 1967. En aquel entonces, la Iglesia Católica en Bélgica no estaba todavía en la calamitosa situación a la que hoy se ve reducida, sino que tenía una fuerza apreciable, así que sólo puedo concluir que había gente con mando en plaza a la que realmente le gustaban engendros como el de la foto.
San Marcos no es un caso tan extremo, pero, ¡leches!, ¿eso atrae a alguien? No sé, hace pocos días estuve charlando por teléfono con un sacerdote, a quien me quejaba, igual que lo hago aquí, de que los templos están cerrados.
- Mire, padre -decía yo-, cerca de mi casa está San Marcos, pero está completamente cerrado.
- Ah, San Marcos, un templo muy... bonito.
- Bonito... bueno, eso es opinable.
- Pero al menos es grande.
- Eso sí que lo tiene.
Y grande es un rato, sí. Tanto, que al reducirse la feligresía, y para que no luciera vacío, los distintos encargados de la cura de almas decidieron reducir oficios, en lugar de luchar por aumentar el número de fieles, y así se ha llegado a la situación actual, en que San Marcos se abre los domingos por la mañana, y pare usted de contar. Y, en estos tiempos de confinamiento light, ni siquiera eso. Quién iba a pensar que se llegaría a esto en 1970, cuando se terminó de construir.
La frase La belleza nos salvará llega a nosotros, desde el clasicismo griego, a través de Dostoyevsky, que la puso en boca del príncipe Myshkin, protagonista de El idiota, novela que no está entre sus obras más conocidas, pero que merece una leída. Uno de los que la ha citado en este siglo, en 2002, ha sido el entonces cardenal Ratzinger, más conocido a partir del año siguiente como Benedicto XVI. Efectivamente, el arte cristiano se encuentra ante una encrucijada. Sí, la belleza se encuentra en la verdad y el amor, y no siempre en la belleza física, pero eso no significa que debamos aplaudir ese culto al feísmo que tanto se extendió en los años que giraron en torno a esta época. Y que, me temo, los responsables de aquello persisten en jalear, siquiera sea para no reconocer que algo de lo han hecho haya sido un error.
En fin, tras haberme desahogado un rato, y haber rebuscado entre fotos de iglesias a cual más desesperantes, he de reconocer que San Marcos no es el peor ejemplo ni mucho menos, pero, donde esté una iglesia con planta en cruz e imaginería clásica, como las que todavía hay en cualquier pueblo, no debería haber sitio para edificios que más parecen edificados para ufanar a los arquitectos que los concibieron que para gloria de Dios.
Pero, para gloria de Dios, tenemos esta noche, así que, adelantándome unas pocas horas, ¡feliz Pascua florida!
Hablábamos el otro día de San Marcos, un templo al ralentí que está en marcha no más de un día por semana, y que ya dijimos que es un ejemplo como hay pocos de destarifo y despilfarro. La foto que ilustra dicha entrada la pude haber sacado yo mismo con mi mecanismo, pero lo cierto es que voy a confesarme de algo, y es de que la obtuve de una página web muy recomendable en lo suyo, que es reivindicar las transformaciones arquitectónicas de la Bruselas de los años cincuenta a setenta del siglo pasado. Pero en mi descarga está que ellos también la obtuvieron de otro sitio. Si el fotógrafo ve esto, que levante la mano, e iré yo mismo a San Marcos a obtener una foto parecida y retirar ésa.
Supongo que es cuestión de gustos, y el mío es muy diferente al del autor, pero de eso ya escribiré en otra ocasión, porque no faltarán ocasiones para ello. Lo que me llama la atención son las ganas de los responsables eclesiásticos de esos mismos años de lanzarse a hacer el canelo edificando templos a cual más feo. Que sí, que a Dios se le puede adorar en muchísimos sitios, también en los feos, y no hay hoy quien construya una catedral gótica, o neogótica, pero una cosa es eso y otra es construir adefesios de atractivo más que dudoso.
En la página en cuestión se encuentran ejemplos de libro de lo dicho, por ejemplo, la imagen que ilustra este texto y que corresponde al templo de Nuestra Señora de Stokkel. Con cierto orgullo, los autores de la página antedicha hacen notar que, de no ser por la cruz de hormigón que culmina la obra, el edificio podría pasar por un pabellón de deportes, cosa ciertísima, pero no acabo yo de ver dónde está el orgullo en tal desaguisado. Además, el desaguisado es aún peor, porque el resultado final no tuvo mucho que ver con el proyecto inicial, que se corresponde con la maqueta de ahí abajo.
El proyecto no puedo realizarse porque el ingeniero se equivocó en sus cálculos, así que los arquitectos (René Aerts y Paul Ramon) debieron aligerar algo la construcción y cualquiera diría que, efectivamente, copiaron los planos de un palacio de deportes que hubieran diseñado en algún momento (creo haber entrado en alguno sospechosamente parecido). El proyecto, si se quiere, tenía un pasar; el templo final es difícil de tragar salvo para alguien con unos criterios estéticos poco corrientes entre el pueblo fiel.
De todo esto, sin embargo, lo que me admira es la paciencia de los responsables del arzobispado, tragando con todas estas cosas. La concepción del edificio se remonta a 1957 y la construcción se realizó entre 1962 y 1967. En aquel entonces, la Iglesia Católica en Bélgica no estaba todavía en la calamitosa situación a la que hoy se ve reducida, sino que tenía una fuerza apreciable, así que sólo puedo concluir que había gente con mando en plaza a la que realmente le gustaban engendros como el de la foto.
San Marcos no es un caso tan extremo, pero, ¡leches!, ¿eso atrae a alguien? No sé, hace pocos días estuve charlando por teléfono con un sacerdote, a quien me quejaba, igual que lo hago aquí, de que los templos están cerrados.
- Mire, padre -decía yo-, cerca de mi casa está San Marcos, pero está completamente cerrado.
- Ah, San Marcos, un templo muy... bonito.
- Bonito... bueno, eso es opinable.
- Pero al menos es grande.
- Eso sí que lo tiene.
Y grande es un rato, sí. Tanto, que al reducirse la feligresía, y para que no luciera vacío, los distintos encargados de la cura de almas decidieron reducir oficios, en lugar de luchar por aumentar el número de fieles, y así se ha llegado a la situación actual, en que San Marcos se abre los domingos por la mañana, y pare usted de contar. Y, en estos tiempos de confinamiento light, ni siquiera eso. Quién iba a pensar que se llegaría a esto en 1970, cuando se terminó de construir.
La frase La belleza nos salvará llega a nosotros, desde el clasicismo griego, a través de Dostoyevsky, que la puso en boca del príncipe Myshkin, protagonista de El idiota, novela que no está entre sus obras más conocidas, pero que merece una leída. Uno de los que la ha citado en este siglo, en 2002, ha sido el entonces cardenal Ratzinger, más conocido a partir del año siguiente como Benedicto XVI. Efectivamente, el arte cristiano se encuentra ante una encrucijada. Sí, la belleza se encuentra en la verdad y el amor, y no siempre en la belleza física, pero eso no significa que debamos aplaudir ese culto al feísmo que tanto se extendió en los años que giraron en torno a esta época. Y que, me temo, los responsables de aquello persisten en jalear, siquiera sea para no reconocer que algo de lo han hecho haya sido un error.
En fin, tras haberme desahogado un rato, y haber rebuscado entre fotos de iglesias a cual más desesperantes, he de reconocer que San Marcos no es el peor ejemplo ni mucho menos, pero, donde esté una iglesia con planta en cruz e imaginería clásica, como las que todavía hay en cualquier pueblo, no debería haber sitio para edificios que más parecen edificados para ufanar a los arquitectos que los concibieron que para gloria de Dios.
Pero, para gloria de Dios, tenemos esta noche, así que, adelantándome unas pocas horas, ¡feliz Pascua florida!
martes, 7 de abril de 2020
La incultura como ausencia de culto
La Semana Santa en Bruselas está siendo posiblemente aún más triste de lo que lo puede estar siendo en cualquier otro país.
Una cosa es que prohíban las celebraciones religiosas, mantengas o no la distancia social. Pero es que uno diría que hay incluso cierta delectación entre los responsables eclesiásticos belgas, que se supone que tienen la obligación de mantener los templos abiertos para permitir las oraciones de los fieles, aunque sea dejando dos metros entre ellos.
Para ser sinceros, si el problema fuera ése, bastaría con celebrar misa en los horarios ordinarios, pero utilizando las naves principales de los templos, en lugar de las capillitas laterales que muchos usan para tener a la parroquia más apretada. Si fuera la gente de costumbre, con agregar una misa o dos más, cabría toda la feligresía dejando entre fiel y fiel los dos metros de rigor, porque sí, la iglesia católica en Bélgica está muy venida a menos, qué le vamos a hacer. Y, si hablamos de misas diarias, no es que yo las frecuente demasiado tampoco, pero dos metros parece una distancia mucho más que razonable para separar fieles. Y hasta tres o cuatro. Serà per metres, tu.
En Uccle, que tiene una extensión importante, y que, si nos limitamos a la extensión territorial, es el municipio mayor de la región de Bruselas, no tengo muy claro que el presbiterio local esté cooperando con la feligresía a la hora de la atención a las ovejas. Bien puedo equivocarme, porque ni mucho menos he escudriñado todas las capillas y templos del municipio, ni su horario de apertura. Pero, si tengo que juzgar por lo que tengo más cerca de casa, se trata de San Marcos, templo ilustrado en la foto de arriba, moderno y de gran capacidad que, si ya de ordinario está sumamente desaprovechado, estos días está directamente cerrado.
Digo que de ordinario está desaprovechado porque el número de eucaristías semanales que tienen lugar en él es exactamente una: el domingo a las once de la mañana. Nada de misa diaria, ni en sábado o domingo por la tarde. Una. Una y no más.
Un día, hace poco, salí de casa a hacer la compra al supermercado que está justo al lado, y me acerqué a ver si había manera de entrar, o si había un horario, o algo. No había manera de entrar, vamos, que ni el coronavirus podría pasar, ni creo que le interesara, porque muchas víctimas no iba a encontrar dentro. En la puerta, por la parte de dentro, había pegado un letrero que decía que la Conferencia Episcopal Belga había anunciado que no habría misas con fieles, y que los templos permanecerían abiertos en el horario habitual de misa. Así que me volví, claro.
El siguiente domingo, a las once y poco, me acerqué nuevamente a San Marcos, con el mismo resultado. Desmintiendo lo que estaba escrito en el mismo letrero que seguía fijo en la puerta, San Marcos seguía cerrado a cal y canto.
Otro día escribiré sobre San Marcos y otros congéneres de su misma especie desde el punto de vista arquitectónico. Entretanto, seguiré buscando oratorios en esta unidad pastoral, pero he de reconocer que la cosa pinta mal. Por si no había quedado claro, esto no es precisamente Polonia.
Una cosa es que prohíban las celebraciones religiosas, mantengas o no la distancia social. Pero es que uno diría que hay incluso cierta delectación entre los responsables eclesiásticos belgas, que se supone que tienen la obligación de mantener los templos abiertos para permitir las oraciones de los fieles, aunque sea dejando dos metros entre ellos.
Para ser sinceros, si el problema fuera ése, bastaría con celebrar misa en los horarios ordinarios, pero utilizando las naves principales de los templos, en lugar de las capillitas laterales que muchos usan para tener a la parroquia más apretada. Si fuera la gente de costumbre, con agregar una misa o dos más, cabría toda la feligresía dejando entre fiel y fiel los dos metros de rigor, porque sí, la iglesia católica en Bélgica está muy venida a menos, qué le vamos a hacer. Y, si hablamos de misas diarias, no es que yo las frecuente demasiado tampoco, pero dos metros parece una distancia mucho más que razonable para separar fieles. Y hasta tres o cuatro. Serà per metres, tu.
En Uccle, que tiene una extensión importante, y que, si nos limitamos a la extensión territorial, es el municipio mayor de la región de Bruselas, no tengo muy claro que el presbiterio local esté cooperando con la feligresía a la hora de la atención a las ovejas. Bien puedo equivocarme, porque ni mucho menos he escudriñado todas las capillas y templos del municipio, ni su horario de apertura. Pero, si tengo que juzgar por lo que tengo más cerca de casa, se trata de San Marcos, templo ilustrado en la foto de arriba, moderno y de gran capacidad que, si ya de ordinario está sumamente desaprovechado, estos días está directamente cerrado.
Digo que de ordinario está desaprovechado porque el número de eucaristías semanales que tienen lugar en él es exactamente una: el domingo a las once de la mañana. Nada de misa diaria, ni en sábado o domingo por la tarde. Una. Una y no más.
Un día, hace poco, salí de casa a hacer la compra al supermercado que está justo al lado, y me acerqué a ver si había manera de entrar, o si había un horario, o algo. No había manera de entrar, vamos, que ni el coronavirus podría pasar, ni creo que le interesara, porque muchas víctimas no iba a encontrar dentro. En la puerta, por la parte de dentro, había pegado un letrero que decía que la Conferencia Episcopal Belga había anunciado que no habría misas con fieles, y que los templos permanecerían abiertos en el horario habitual de misa. Así que me volví, claro.
El siguiente domingo, a las once y poco, me acerqué nuevamente a San Marcos, con el mismo resultado. Desmintiendo lo que estaba escrito en el mismo letrero que seguía fijo en la puerta, San Marcos seguía cerrado a cal y canto.
Otro día escribiré sobre San Marcos y otros congéneres de su misma especie desde el punto de vista arquitectónico. Entretanto, seguiré buscando oratorios en esta unidad pastoral, pero he de reconocer que la cosa pinta mal. Por si no había quedado claro, esto no es precisamente Polonia.
jueves, 2 de abril de 2020
Seguimos en la sala capitular
Pues sí, parece un buen momento para ceder a la nostalgia y volver a la sala capitular del ayuntamiento de Bruselas, en aquellos tiempos en que podíamos interactuar con otros congéneres, no sólo con los que compartimos vivienda.
Bueno, yo no sé si es muy correcto llamar sala capitular a un salón que está es un edificio que siempre fue civil, pero voy a seguir usando esta denominación por comodidad y porque, la verdad, llamarlo salón de actos, que sería más propio, creo que empobrece un poco la cuestión.
Es cierto que el objetivo de toda la ceremonia era vestir de rociero al Manneken Pis, y alrededor de tal objetivo se habían congregado todos los asistentes, pero ya hemos que había uno que se había olvidado de lo que le había traído allí y se estaba dedicando a observar las paredes de la estancia y a descifrar las letras que la adornaban.
El segundo conde de Bruselas, sucesor de su padre Lamberto el Barbudo, fue Enrique, su hijo mayor, que fue tan peleón como su padre y que se puso a vengar la derrota de éste en la que perdió la vida. El emperador del Sacro Imperio era su tocayo Enrique II, que no estaba por la tarea de ocuparse de lo que pasaba en aquel rincón del Imperio. Por pesado, Enrique de Lovaina (y Bruselas) consigue mantener sus dominios, que gobernará hasta ser asesinado en 1038, a cambio de no seguir dando la lata y declararse vasallo del Emperador, cosa que hará sin dudarlo.
Le sucedió su hijo Otón, pero por poco tiempo, porque se supone que falleció en 1040 e incluso no se tiene nada claro que existiera. No lo tendrán claro los historiadores, pero quienquiera que encargara las pinturas de la sala capitular incluyó a Otón en la lista, así que lo mantendré. Obviamente, si ni siquiera se tiene claro que existiese, es porque no se tienen noticias de nada que hiciera en los dos años que se supone que gobernó. Un Favila de la vida, vamos.
El siguiente conde de Bruselas fue el tío de Otón, hermano de su padre Enrique e hijo segundo de Lamberto el Barbudo, que también se llamaba Lamberto, y que figura como Lamberto II en la pared de la sala. De éste ya se tienen más noticias, y hasta parece que en su tiempo ya existía una iglesia dedicada a San Miguel, a la que él añadió un capítulo dedicado a Santa Gúdula. A Lamberto II le gustaban las iglesias, pero mucho más las posesiones y rentas de las mismas, que fue añadiendo a sus posesiones a la mínima que pudo. Como su padre y su hermano en su momento, se vino arriba y se unió a Balduino V, conde de Flandes, un noble más turbulento aún que él mismo y que se rebeló contra el Emperador, Enrique III en aquel momento. Enrique III decidió prestar atención a aquellos sucesos y entró en los Países Bajos con un ejército hambriento y ganas de gresca. Nuestro Lamberto II le hizo frente cerca de Tournai, con tan poca fortuna que los imperiales tomaron Tournai en junio de 1054 y Lamberto II pereció en la batalla y pasó a criar malvas y, mucho más adelante, a adornar con su nombre la sala capitular del ayuntamiento de Bruselas.
Enrique II, el Ceñido (1054 - 1078), es el siguiente de la lista, hijo de Lamberto II. Éste se metió en menos líos que sus ancestros y debió morir tranquilamente en su cama, sucedido por su hijo Enrique III (1078 - 1095), que también debió pensar que para qué meterse en líos, y se dedicó a administrar sus dominios, combatir a los bandidos y a dejarse de guerras con los vecinos. Para compensar, pasaba por ser un combatiente de cuidado en las justas y torneos. No es de extrañar que, cuando el castellano de Tournai le invitó a un torneo, y los torneos en la Edad Media no eran precisamente de ajedrez, se fuera para allá lanza en ristre. Se le ocurrió desafiar a un tal Gosuin de Forest, que no vio claro eso de pelear contra un tipo tan célebre contra Enrique III, que además podía ser su señor (Forest está hoy en la región de Bruselas) y se excusó.
Enrique III se vino arriba, lo que parece que le venía de familia, y le dijo de todo, menos bonito. Le insultó, le amenazó... Gosuin no tuvo más remedio que luchar y, puesto a ello, le atravesó a Enrique III el corazón de un lanzazo. Enrique III, obviamente, se quedó allí mismo. Gosuin de Forest debió salir de puntillas de Tournai, pero, sea como fuere, no parece que este incidente le perjudicara demasiado, porque su hijo, Gerardo de Forest, dio un braguetazo importante y se convirtió en propietario de Lalaing, que fue elevado a señorío en época de su nieto.
Pero volvamos a Bruselas. Enrique III murió sin hijos varones, así que le sucedió su hermano Godofredo (1095 - 1139), que vivió hasta casi los ochenta años, algo tremendo en la Edad Media. Con Godofredo cambiamos de siglo, y parece también un momento oportuno para cambiar de entrada. Hasta la próxima, pues.
Bueno, yo no sé si es muy correcto llamar sala capitular a un salón que está es un edificio que siempre fue civil, pero voy a seguir usando esta denominación por comodidad y porque, la verdad, llamarlo salón de actos, que sería más propio, creo que empobrece un poco la cuestión.
Es cierto que el objetivo de toda la ceremonia era vestir de rociero al Manneken Pis, y alrededor de tal objetivo se habían congregado todos los asistentes, pero ya hemos que había uno que se había olvidado de lo que le había traído allí y se estaba dedicando a observar las paredes de la estancia y a descifrar las letras que la adornaban.
El segundo conde de Bruselas, sucesor de su padre Lamberto el Barbudo, fue Enrique, su hijo mayor, que fue tan peleón como su padre y que se puso a vengar la derrota de éste en la que perdió la vida. El emperador del Sacro Imperio era su tocayo Enrique II, que no estaba por la tarea de ocuparse de lo que pasaba en aquel rincón del Imperio. Por pesado, Enrique de Lovaina (y Bruselas) consigue mantener sus dominios, que gobernará hasta ser asesinado en 1038, a cambio de no seguir dando la lata y declararse vasallo del Emperador, cosa que hará sin dudarlo.
Le sucedió su hijo Otón, pero por poco tiempo, porque se supone que falleció en 1040 e incluso no se tiene nada claro que existiera. No lo tendrán claro los historiadores, pero quienquiera que encargara las pinturas de la sala capitular incluyó a Otón en la lista, así que lo mantendré. Obviamente, si ni siquiera se tiene claro que existiese, es porque no se tienen noticias de nada que hiciera en los dos años que se supone que gobernó. Un Favila de la vida, vamos.
El siguiente conde de Bruselas fue el tío de Otón, hermano de su padre Enrique e hijo segundo de Lamberto el Barbudo, que también se llamaba Lamberto, y que figura como Lamberto II en la pared de la sala. De éste ya se tienen más noticias, y hasta parece que en su tiempo ya existía una iglesia dedicada a San Miguel, a la que él añadió un capítulo dedicado a Santa Gúdula. A Lamberto II le gustaban las iglesias, pero mucho más las posesiones y rentas de las mismas, que fue añadiendo a sus posesiones a la mínima que pudo. Como su padre y su hermano en su momento, se vino arriba y se unió a Balduino V, conde de Flandes, un noble más turbulento aún que él mismo y que se rebeló contra el Emperador, Enrique III en aquel momento. Enrique III decidió prestar atención a aquellos sucesos y entró en los Países Bajos con un ejército hambriento y ganas de gresca. Nuestro Lamberto II le hizo frente cerca de Tournai, con tan poca fortuna que los imperiales tomaron Tournai en junio de 1054 y Lamberto II pereció en la batalla y pasó a criar malvas y, mucho más adelante, a adornar con su nombre la sala capitular del ayuntamiento de Bruselas.
Enrique II, el Ceñido (1054 - 1078), es el siguiente de la lista, hijo de Lamberto II. Éste se metió en menos líos que sus ancestros y debió morir tranquilamente en su cama, sucedido por su hijo Enrique III (1078 - 1095), que también debió pensar que para qué meterse en líos, y se dedicó a administrar sus dominios, combatir a los bandidos y a dejarse de guerras con los vecinos. Para compensar, pasaba por ser un combatiente de cuidado en las justas y torneos. No es de extrañar que, cuando el castellano de Tournai le invitó a un torneo, y los torneos en la Edad Media no eran precisamente de ajedrez, se fuera para allá lanza en ristre. Se le ocurrió desafiar a un tal Gosuin de Forest, que no vio claro eso de pelear contra un tipo tan célebre contra Enrique III, que además podía ser su señor (Forest está hoy en la región de Bruselas) y se excusó.
Enrique III se vino arriba, lo que parece que le venía de familia, y le dijo de todo, menos bonito. Le insultó, le amenazó... Gosuin no tuvo más remedio que luchar y, puesto a ello, le atravesó a Enrique III el corazón de un lanzazo. Enrique III, obviamente, se quedó allí mismo. Gosuin de Forest debió salir de puntillas de Tournai, pero, sea como fuere, no parece que este incidente le perjudicara demasiado, porque su hijo, Gerardo de Forest, dio un braguetazo importante y se convirtió en propietario de Lalaing, que fue elevado a señorío en época de su nieto.
Pero volvamos a Bruselas. Enrique III murió sin hijos varones, así que le sucedió su hermano Godofredo (1095 - 1139), que vivió hasta casi los ochenta años, algo tremendo en la Edad Media. Con Godofredo cambiamos de siglo, y parece también un momento oportuno para cambiar de entrada. Hasta la próxima, pues.