Feliz Navidad a los -escasitos, lógicamente- lectores de esta bitácora que han logrado superar la penuria de entradas de los últimos años y que de vez en cuando todavía asoman su mirada por estas pantallas. Que el Señor, cuyo cumpleaños celebramos hoy, les acompañe en sus vidas, y que no se olvide del autor que pergeña estas entradas, que ha tenido un año 2019 en el que le han pasado muchas cosas, algunas buenas y otras no tanto, pero que siempre ha tenido buena intención. Que sí, que el infierno está lleno de buenas intenciones, pero el cielo está más lleno todavía.
Sin que sirva de precedente, voy a hacer un propósito, que es el de recobrar un poco esa mirada de asombro que es precisa en un autor de bitácora que quiera escribir con un poco de interés. Que el país no ayuda tanto como Rusia, vale, pero también es verdad que da de sí un poco más de lo que parece.
Dicho esto, feliz Navidad, y nos vemos en nuevas aventuras.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
martes, 24 de diciembre de 2019
lunes, 23 de diciembre de 2019
Volviendo a meterme en berenjenales
Acabo de llegar a España, donde el personal, por lo que se lee, parece bastante soliviantado con la última sentencia del Tribunal de Luxemburgo, que a Junqueras no le va a permitir comer el turrón fuera de la trena, pero que a los dos residentes en Waterloo, Puigdemont y Comín, y dentro de pocas semanas a la residente en Escocia, Ponsatí, les ha abierto las puertas del Parlamento Europeo. Y la gente está muy soliviantada.
En esta bitácora se han tratado en alguna ocasión asuntos de Derecho Penal, que nunca ha sido mi especialidad... hasta que hace algún tiempo que me dedico a asuntos relacionados con él. Las dos veces, que yo recuerde, en que se han tratado estos asuntos fueron la excarcelación de Iñaki De Juana Chaos y la prisión de las Pussy Riot. En las dos ocasiones he estado en contra de la opinión mayoritaria en mi país, que hubiera mantenido en prisión al tal De Juana con cualquier pretexto peregrino, y hubiera excarcelado inmediatamente a las Pussy Riot, porque no hay derecho a que Putin, ese tiranuelo, mantenga en la trena a esas pobres niñas por el mero hecho de profanar una iglesia.
Si la primera entrada me enajenó las simpatías de la derecha, la segunda me dejó sin las de la izquierda, y mucho me temo que ésta tercera me enajenará las de todos, excepto las de una minoría independentista que, de todas formas, a quien no cae simpática es a mí mismo. Pero, ¡qué le vamos a hacer!
Todo este asunto (y muchos más, pero quedémonos en éste) es susceptible de interpretarse bajo una interesante disyuntivo: ¿qué debe prevalecer, lo que dice la norma positiva, o lo que dice el principio general del derecho aplicable al caso?
Prácticamente todos los unionistas, españolistas, o como los queramos llamar, dicen al unísono que la norma positiva debe ser respetada a pies juntillas, es decir, que Oriol Junqueras no era diputado hasta haber cumplido todos los trámites, incluyendo el acatamiento a la Constitución. Hasta entonces, ahí no hay ningún diputado y, lógicamente, tampoco hay inmunidad que valga, por lo que, simplemente impidiéndole salir de su prisión preventiva para personarse en el acto de acatamiento, el poder judicial español se ha puesto en medio de la proclamación de Junqueras y la ha hecho imposible. Genial.
No está de más recordar en este punto que Oriol Junqueras también fue elegido diputado al Congreso en una de las sucesivas elecciones (las de abril de 2019, concretamente), con las que los españoles nos hemos entretenido este año. En dichas elecciones, ya con Junqueras procesado y bien procesado, no hubo inconveniente en dejarle salir y personarse en el Congreso, prestar los acatamientos que quiso, acceder a la condición plena de diputado y, acto seguido, volver a la trena a esperar sentencia. No está, digo, de más recordarlo, y bien que lo hace el TJUE en el punto 22 de la sentencia. Por cierto, no está de más leer la sentencia, que se puede encontrar aquí.
Escarmentados por el ridículo sucesivo que ha ido haciendo el Estado español en la saga interminable de la persecución de Puigdemont y Comín, era hasta cierto punto comprensible que no quisieran repetir la experiencia con Junqueras. Habría habido que permitirle ir a Estrasburgo el 2 de julio, como muy tarde, para que participara en la sesión constitutiva del Parlamento Europeo, y a saber, piensa la fiscalía, si no se lo pensaría mejor antes de volver a España y no se quedaría por allí a unirse a sus compinches en su fuga. El que no lo tenga claro, que se lea el punto 35 de la sentencia. A todo esto, hasta entonces Junqueras no había dado el menor indicio de que fuera a proceder así, como no fuera el efecto imitación de los otros prófugos,lo cual sea dicho no es poco, vale.
Hasta aquí la postura positivista. Adelanto que no es la mía, como sabe quien haya seguido esta bitácora desde sus comienzos. Uno tiene la mala costumbre de intentar ser consecuente, por muy antipática que le caiga la persona afectada. Nuevamente, ¡qué le vamos a hacer!
La otra postura es la que da más valor a los principios generales que a la norma jurídica estricta. En opinión de éstos, para ser diputado, lo que es necesario es que haya suficiente gente que te haya votado. El resto son añadidos. Indudablemente, a Junqueras le votó gente más que suficiente, y la prueba es que la segunda de la lista, Diana Riba, que es la esposa de Raül Romeva, otro de los presos, hace varios meses que está sentada en su escaño sin el menor problema.
Podríamos llamar a esta postura iusnaturalista si el Derecho Natural no estuviera en las horas bajas en las que está actualmente, pero creo que igualmente se entiende. El Tribunal, que no olvidemos que está compuesto por jueces a quienes se les supone una gran competencia en Derecho Internacional, ha decidido decantarse por esta segunda opción, y lo deja muy claro en los puntos 63 y 83 de la sentencia. No olvidemos tampoco que en Derecho Internacional el positivismo no ha triunfado, y que la vigencia de los principios generales del Derecho Internacional, así como la prevalencia de la costumbre sobre la ley, son cuestiones admitidas, por mucho que esas cosas chirríen a los tertulianos sabelotodo que infestan nuestros medios de comunicación.
Como el TJUE no quiere excederse en el bofetón, dice en su punto 91 que, para mantener la prisión provisional, había que haber solicitado inmediatamente el levantamiento de la inmunidad. Yo veo ahí un salto lógico, pero puedo entender que la protección del orden público exija el mantenimiento de la prisión provisional. Eso sí, nuevamente estamos aplicando aquí un principio general por delante de la norma positiva, con lo que pasaríamos al proceloso mundo de qué ocurre cuando dos principios generales chocan entre sí, pero eso, si acaso, se quedará para otro día.
El argumento en contra es qué sucede si un diputado electo decide no acatar la Constitución en absoluto, y no porque se lo impidan, como a Junqueras, sino porque no le da la realísima gana. Es posible que veamos este supuesto próximamente si Puigdemont y Comín, a quienes se ha visto alegremente hacerse selfis con su credencial de eurodiputado, siguen escaqueándose de ese acatamiento que, si se da, desde luego que suscitaría dudas sobre su sinceridad.
En fin, sinceramente, yo en su día pensé que, tras las elecciones europeas, a Junqueras, que estaba aguantando el chaparrón desde el banquillo de los acusados, se le daría un tratamiento diferente, y más benévolo, del que recibían Puigdemont y Comín. Si las autoridades españolas hubieran andado listas, le hubieran dejado acatar la Constitución y se la hubieran jugado dejándole ir a Estrasburgo (o enviando el suplicatorio cuanto antes al Parlamento, pero, claro, para eso hubieran debido saber qué iba a decir el tribunal). Como mucho, se hubiera fugado, lo cual tampoco le hubiera acarreado las simpatías de los otros diputados, pero al menos nos hubiéramos ahorrado el sonrojo de tener que leer esta sentencia.
Vamos, que el culebrón tiene que continuar, porque está claro que esto no va a terminar aquí.
En esta bitácora se han tratado en alguna ocasión asuntos de Derecho Penal, que nunca ha sido mi especialidad... hasta que hace algún tiempo que me dedico a asuntos relacionados con él. Las dos veces, que yo recuerde, en que se han tratado estos asuntos fueron la excarcelación de Iñaki De Juana Chaos y la prisión de las Pussy Riot. En las dos ocasiones he estado en contra de la opinión mayoritaria en mi país, que hubiera mantenido en prisión al tal De Juana con cualquier pretexto peregrino, y hubiera excarcelado inmediatamente a las Pussy Riot, porque no hay derecho a que Putin, ese tiranuelo, mantenga en la trena a esas pobres niñas por el mero hecho de profanar una iglesia.
Si la primera entrada me enajenó las simpatías de la derecha, la segunda me dejó sin las de la izquierda, y mucho me temo que ésta tercera me enajenará las de todos, excepto las de una minoría independentista que, de todas formas, a quien no cae simpática es a mí mismo. Pero, ¡qué le vamos a hacer!
Todo este asunto (y muchos más, pero quedémonos en éste) es susceptible de interpretarse bajo una interesante disyuntivo: ¿qué debe prevalecer, lo que dice la norma positiva, o lo que dice el principio general del derecho aplicable al caso?
Prácticamente todos los unionistas, españolistas, o como los queramos llamar, dicen al unísono que la norma positiva debe ser respetada a pies juntillas, es decir, que Oriol Junqueras no era diputado hasta haber cumplido todos los trámites, incluyendo el acatamiento a la Constitución. Hasta entonces, ahí no hay ningún diputado y, lógicamente, tampoco hay inmunidad que valga, por lo que, simplemente impidiéndole salir de su prisión preventiva para personarse en el acto de acatamiento, el poder judicial español se ha puesto en medio de la proclamación de Junqueras y la ha hecho imposible. Genial.
No está de más recordar en este punto que Oriol Junqueras también fue elegido diputado al Congreso en una de las sucesivas elecciones (las de abril de 2019, concretamente), con las que los españoles nos hemos entretenido este año. En dichas elecciones, ya con Junqueras procesado y bien procesado, no hubo inconveniente en dejarle salir y personarse en el Congreso, prestar los acatamientos que quiso, acceder a la condición plena de diputado y, acto seguido, volver a la trena a esperar sentencia. No está, digo, de más recordarlo, y bien que lo hace el TJUE en el punto 22 de la sentencia. Por cierto, no está de más leer la sentencia, que se puede encontrar aquí.
Escarmentados por el ridículo sucesivo que ha ido haciendo el Estado español en la saga interminable de la persecución de Puigdemont y Comín, era hasta cierto punto comprensible que no quisieran repetir la experiencia con Junqueras. Habría habido que permitirle ir a Estrasburgo el 2 de julio, como muy tarde, para que participara en la sesión constitutiva del Parlamento Europeo, y a saber, piensa la fiscalía, si no se lo pensaría mejor antes de volver a España y no se quedaría por allí a unirse a sus compinches en su fuga. El que no lo tenga claro, que se lea el punto 35 de la sentencia. A todo esto, hasta entonces Junqueras no había dado el menor indicio de que fuera a proceder así, como no fuera el efecto imitación de los otros prófugos,lo cual sea dicho no es poco, vale.
Hasta aquí la postura positivista. Adelanto que no es la mía, como sabe quien haya seguido esta bitácora desde sus comienzos. Uno tiene la mala costumbre de intentar ser consecuente, por muy antipática que le caiga la persona afectada. Nuevamente, ¡qué le vamos a hacer!
La otra postura es la que da más valor a los principios generales que a la norma jurídica estricta. En opinión de éstos, para ser diputado, lo que es necesario es que haya suficiente gente que te haya votado. El resto son añadidos. Indudablemente, a Junqueras le votó gente más que suficiente, y la prueba es que la segunda de la lista, Diana Riba, que es la esposa de Raül Romeva, otro de los presos, hace varios meses que está sentada en su escaño sin el menor problema.
Podríamos llamar a esta postura iusnaturalista si el Derecho Natural no estuviera en las horas bajas en las que está actualmente, pero creo que igualmente se entiende. El Tribunal, que no olvidemos que está compuesto por jueces a quienes se les supone una gran competencia en Derecho Internacional, ha decidido decantarse por esta segunda opción, y lo deja muy claro en los puntos 63 y 83 de la sentencia. No olvidemos tampoco que en Derecho Internacional el positivismo no ha triunfado, y que la vigencia de los principios generales del Derecho Internacional, así como la prevalencia de la costumbre sobre la ley, son cuestiones admitidas, por mucho que esas cosas chirríen a los tertulianos sabelotodo que infestan nuestros medios de comunicación.
Como el TJUE no quiere excederse en el bofetón, dice en su punto 91 que, para mantener la prisión provisional, había que haber solicitado inmediatamente el levantamiento de la inmunidad. Yo veo ahí un salto lógico, pero puedo entender que la protección del orden público exija el mantenimiento de la prisión provisional. Eso sí, nuevamente estamos aplicando aquí un principio general por delante de la norma positiva, con lo que pasaríamos al proceloso mundo de qué ocurre cuando dos principios generales chocan entre sí, pero eso, si acaso, se quedará para otro día.
El argumento en contra es qué sucede si un diputado electo decide no acatar la Constitución en absoluto, y no porque se lo impidan, como a Junqueras, sino porque no le da la realísima gana. Es posible que veamos este supuesto próximamente si Puigdemont y Comín, a quienes se ha visto alegremente hacerse selfis con su credencial de eurodiputado, siguen escaqueándose de ese acatamiento que, si se da, desde luego que suscitaría dudas sobre su sinceridad.
En fin, sinceramente, yo en su día pensé que, tras las elecciones europeas, a Junqueras, que estaba aguantando el chaparrón desde el banquillo de los acusados, se le daría un tratamiento diferente, y más benévolo, del que recibían Puigdemont y Comín. Si las autoridades españolas hubieran andado listas, le hubieran dejado acatar la Constitución y se la hubieran jugado dejándole ir a Estrasburgo (o enviando el suplicatorio cuanto antes al Parlamento, pero, claro, para eso hubieran debido saber qué iba a decir el tribunal). Como mucho, se hubiera fugado, lo cual tampoco le hubiera acarreado las simpatías de los otros diputados, pero al menos nos hubiéramos ahorrado el sonrojo de tener que leer esta sentencia.
Vamos, que el culebrón tiene que continuar, porque está claro que esto no va a terminar aquí.
jueves, 19 de diciembre de 2019
Huelga decirlo
Es absolutamente lamentable, pero me veo obligado a abandonar la serie optimista de cosas buenas que tiene Bélgica y a pasar a la tónica habitual de esta bitácora y a fruncir el ceño ante las cosas que se ven por este país que me acoge.
Toda esta semana en que estamos la he pasado en el extranjero. El extranjero con respecto a Bélgica, se entiende. Vamos, que he estado un par de días en Estrasburgo, que está en Francia, mal que le pese a los irredentistas alemanes, y ahora mismo vengo de Luxemburgo, que hasta hoy, y por la razón que sea, es un país independiente. Sí, ya sé que Luxemburgo es conocido hoy en España por la sentencia que ha convertido al señor Junqueras en diputado europeo, y de la que escribiría más si la hubiera leído, pero el caso es que es ahí donde he pasado la última noche, más ocupado en descansar del trajín que llevaba encima que de disfrutar de la ciudad de Luxemburgo, que por cierto tiene muchas cosas que valen la pena.
La noticia en Francia era la huelga. Yo, en Estrasburgo, la verdad es que no he notado nada, porque a ver quién es el insensato que deja de trabajar en pleno marché de Noël, con los ingresos que eso deja. Si acaso, lo que he notado es que había mucha menos gente que otros años, y en particular, mucha menos gente que el año pasado, en que un sarraceno tarado decidió por su cuenta y riesgo irse a reunir con Mahoma por la vía rápida.
Supongo que, en previsión de que otros de su misma especie pudieran seguir su ejemplo, el pueblo ha resuelto retraerse del mercadillo de Navidad, por si las moscas. Pero los comercios, restaurantes, puestecillos y hoteles estaban todos abiertos a pleno gas, en abierta actitud esquirola y a despecho de que Macron aumente la edad de la jubilación. Si hay indignados por eso, y no digo que no, el nivel de indignación estaba debajo de los registros precisos para ponerse en huelga.
En todo caso, las huelgas en Francia son algo civilizado. Los convocantes hacen saber a la autoridad gubernativa su intención de llevar a cabo los paros, y luego hay unos servicios mínimos, y unas manifestaciones debidamente autorizadas. Ah, y todo eso se sabe con antelación.
En Bélgica, no.
En Bélgica, por lo visto, hay un mecanismo que es igual que la huelga, en el sentido de que el trabajador no cumple con sus deberes, y obviamente no cobra, o sea, igual que en la huelga. Pero, diría yo que para rendir tributo a la improvisación local, no se llama huelga, sino, ojo al dato, interrupción espontánea del trabajo. Ya me tocó sufrirlo el año pasado con motivo de la bromita que nos gastaron los trabajadores de tierra del aeropuerto de Zaventem, pero aquello fue una aventura bastante complicada, que terminó con un desplazamiento accidentado y retrasado que seguramente contaré otro día cuando tenga aún más motivos de queja contra Vueling, esa compañía con los precios de una línea normal y los servicios de una de bajo coste.
Hoy, los que están de huelga son los ferroviarios. Claro, una huelga general de varios días en Francia, aunque sólo la siga el sector público, es noticia en los periódicos de todo el mundo, y oscurece cualquier conflicto laboral, y no digamos si tiene lugar en el paisito del Norte. Quizá sea por eso que, al planear el viaje, no había previsto el contratiempo. El resultado es que he tenido que adelantar un par de horas mi retorno, ante el riesgo de pasar la noche en Luxemburgo (o en Arlon, lo que es bastante peor), porque los trenes se iban tachando de los paneles a ojos vista.
Para ser justos, esta huelga no es salvaje. Ha tenido preaviso y hasta servicios mínimos. Tres días completos antes del inicio de la huelga, los trabajadores deben indicar si desean seguirla, lo cual ya es bastante más de lo que ocurriría en España. Si hay demasiados trabajadores en huelga y no se pueden garantizar los servicios mínimos, entonces la SNCB, que tal es el nombre de la compañía belga de ferrocarriles, debe apañarse como mejor le parezca. En este caso da la impresión de que no ha sido necesario, y la mejor prueba de ello es que estoy en un tren que circula sin mayor novedad y que dentro de un rato me debería dejar en Bruselas para continuar con nuevas aventuras.
Pero de ésas tocará escribir otro día. Seguro que serán chulas, porque, como ya estamos descubriendo, Bélgica tiene muchas cosas buenas, ¿verdad?
Toda esta semana en que estamos la he pasado en el extranjero. El extranjero con respecto a Bélgica, se entiende. Vamos, que he estado un par de días en Estrasburgo, que está en Francia, mal que le pese a los irredentistas alemanes, y ahora mismo vengo de Luxemburgo, que hasta hoy, y por la razón que sea, es un país independiente. Sí, ya sé que Luxemburgo es conocido hoy en España por la sentencia que ha convertido al señor Junqueras en diputado europeo, y de la que escribiría más si la hubiera leído, pero el caso es que es ahí donde he pasado la última noche, más ocupado en descansar del trajín que llevaba encima que de disfrutar de la ciudad de Luxemburgo, que por cierto tiene muchas cosas que valen la pena.
La noticia en Francia era la huelga. Yo, en Estrasburgo, la verdad es que no he notado nada, porque a ver quién es el insensato que deja de trabajar en pleno marché de Noël, con los ingresos que eso deja. Si acaso, lo que he notado es que había mucha menos gente que otros años, y en particular, mucha menos gente que el año pasado, en que un sarraceno tarado decidió por su cuenta y riesgo irse a reunir con Mahoma por la vía rápida.
Supongo que, en previsión de que otros de su misma especie pudieran seguir su ejemplo, el pueblo ha resuelto retraerse del mercadillo de Navidad, por si las moscas. Pero los comercios, restaurantes, puestecillos y hoteles estaban todos abiertos a pleno gas, en abierta actitud esquirola y a despecho de que Macron aumente la edad de la jubilación. Si hay indignados por eso, y no digo que no, el nivel de indignación estaba debajo de los registros precisos para ponerse en huelga.
En todo caso, las huelgas en Francia son algo civilizado. Los convocantes hacen saber a la autoridad gubernativa su intención de llevar a cabo los paros, y luego hay unos servicios mínimos, y unas manifestaciones debidamente autorizadas. Ah, y todo eso se sabe con antelación.
En Bélgica, no.
En Bélgica, por lo visto, hay un mecanismo que es igual que la huelga, en el sentido de que el trabajador no cumple con sus deberes, y obviamente no cobra, o sea, igual que en la huelga. Pero, diría yo que para rendir tributo a la improvisación local, no se llama huelga, sino, ojo al dato, interrupción espontánea del trabajo. Ya me tocó sufrirlo el año pasado con motivo de la bromita que nos gastaron los trabajadores de tierra del aeropuerto de Zaventem, pero aquello fue una aventura bastante complicada, que terminó con un desplazamiento accidentado y retrasado que seguramente contaré otro día cuando tenga aún más motivos de queja contra Vueling, esa compañía con los precios de una línea normal y los servicios de una de bajo coste.
Hoy, los que están de huelga son los ferroviarios. Claro, una huelga general de varios días en Francia, aunque sólo la siga el sector público, es noticia en los periódicos de todo el mundo, y oscurece cualquier conflicto laboral, y no digamos si tiene lugar en el paisito del Norte. Quizá sea por eso que, al planear el viaje, no había previsto el contratiempo. El resultado es que he tenido que adelantar un par de horas mi retorno, ante el riesgo de pasar la noche en Luxemburgo (o en Arlon, lo que es bastante peor), porque los trenes se iban tachando de los paneles a ojos vista.
Para ser justos, esta huelga no es salvaje. Ha tenido preaviso y hasta servicios mínimos. Tres días completos antes del inicio de la huelga, los trabajadores deben indicar si desean seguirla, lo cual ya es bastante más de lo que ocurriría en España. Si hay demasiados trabajadores en huelga y no se pueden garantizar los servicios mínimos, entonces la SNCB, que tal es el nombre de la compañía belga de ferrocarriles, debe apañarse como mejor le parezca. En este caso da la impresión de que no ha sido necesario, y la mejor prueba de ello es que estoy en un tren que circula sin mayor novedad y que dentro de un rato me debería dejar en Bruselas para continuar con nuevas aventuras.
Pero de ésas tocará escribir otro día. Seguro que serán chulas, porque, como ya estamos descubriendo, Bélgica tiene muchas cosas buenas, ¿verdad?
miércoles, 18 de diciembre de 2019
Cosas buenas de Bruselas: sentido del humor
No sé si en España es algo muy conocidos, pero los belgas son tenidos por graciosos entre sus vecinos. Y no es para menos. Están rodeados de pueblos que, la verdad, son un poco como para darles de comer aparte y que se consideran el ombligo del mundo. No sé muy bien si creerse el ombligo del mundo es compatible con disponer de un sentido del humor de notable alto o superior, pero yo diría que no.
Los belgas no se creen el ombligo del mundo. Están rodeados de franceses, alemanes y holandeses, y se las han apañado para existir, e incluso para haber arrancado a cada uno de sus vecinos un trocito de su país. Y ahí los tienes. Uno va a los Países Bajos y se encuentra con un país, digamos, que ha hecho de la tacañería su seña de identidad, así como de su habilidad para los negocios y de haber creado un imperio económico. Uno va a Alemania y se da cuenta de que los alemanes se creen el centro de mundo, gracias a su industria y a que sus produkten se venden por todo el mundo con una imagen de calidad del quince por el mero hecho de que se han fabricado en su suelo. Y uno va a Francia (y no digamos si va a París) y poco menos que los franceses se asombran de que haya gente que se atreva a levantar la cabeza a pesar de no ser francés.
Los belgas, no. Los belgas parecen conscientes de que su país, en el fondo, es un tapón sin personalidad, creado para que sus vecinos se corten un poco a la hora de declararse la guerra. Ser un tapón no es algo de lo que se pueda estar muy orgulloso, pero, como no se puede ir por la vida pensando en lo birria que eres, los belgas resuelven el problema tomándoselo todo a chufla. Y, oye, eso es muy bueno.
Los belgas transforman en humor la gran mayoría de los defectos de los que son conscientes. Claro, de algunos defectos ni siquiera se han dado cuenta, y así es difícil burlarse de ellos, pero ellos ponen de su parte lo que pueden.
Sin ir más lejos, los gerentes de un teatro no tienen más que un solo cuarto de baño, y no hay espacio para montar uno para hombres y otro para mujeres. El alemán, un tipo tirando a sosainas, pero enormemente práctico, simplemente pondría una placa con las letras 'WC'. El belga no. El belga te pone un cartel como el de la imagen para liarte y reírse un poco contigo: el resultado es el mismo, un cuarto de baño donde puede entrar cualquiera sin distinción de sexo, o sea, lo que tenemos todos en casa, pero al menos te la han liado un poquito.
¿Y el francés? Habrá de todo, pero me parece que el francés renuncia a abrir el teatro, porque dónde se ha visto un teatro que no tiene cuarto de baño para hombres y uno separado para las mujeres, y qué falta de dignidad impropia de Francia es ésa. Probablemente vende el edificio del teatro a alguien que pasa por allí y que seguramente es un belga.
Los belgas no se creen el ombligo del mundo. Están rodeados de franceses, alemanes y holandeses, y se las han apañado para existir, e incluso para haber arrancado a cada uno de sus vecinos un trocito de su país. Y ahí los tienes. Uno va a los Países Bajos y se encuentra con un país, digamos, que ha hecho de la tacañería su seña de identidad, así como de su habilidad para los negocios y de haber creado un imperio económico. Uno va a Alemania y se da cuenta de que los alemanes se creen el centro de mundo, gracias a su industria y a que sus produkten se venden por todo el mundo con una imagen de calidad del quince por el mero hecho de que se han fabricado en su suelo. Y uno va a Francia (y no digamos si va a París) y poco menos que los franceses se asombran de que haya gente que se atreva a levantar la cabeza a pesar de no ser francés.
Los belgas, no. Los belgas parecen conscientes de que su país, en el fondo, es un tapón sin personalidad, creado para que sus vecinos se corten un poco a la hora de declararse la guerra. Ser un tapón no es algo de lo que se pueda estar muy orgulloso, pero, como no se puede ir por la vida pensando en lo birria que eres, los belgas resuelven el problema tomándoselo todo a chufla. Y, oye, eso es muy bueno.
Los belgas transforman en humor la gran mayoría de los defectos de los que son conscientes. Claro, de algunos defectos ni siquiera se han dado cuenta, y así es difícil burlarse de ellos, pero ellos ponen de su parte lo que pueden.
Sin ir más lejos, los gerentes de un teatro no tienen más que un solo cuarto de baño, y no hay espacio para montar uno para hombres y otro para mujeres. El alemán, un tipo tirando a sosainas, pero enormemente práctico, simplemente pondría una placa con las letras 'WC'. El belga no. El belga te pone un cartel como el de la imagen para liarte y reírse un poco contigo: el resultado es el mismo, un cuarto de baño donde puede entrar cualquiera sin distinción de sexo, o sea, lo que tenemos todos en casa, pero al menos te la han liado un poquito.
¿Y el francés? Habrá de todo, pero me parece que el francés renuncia a abrir el teatro, porque dónde se ha visto un teatro que no tiene cuarto de baño para hombres y uno separado para las mujeres, y qué falta de dignidad impropia de Francia es ésa. Probablemente vende el edificio del teatro a alguien que pasa por allí y que seguramente es un belga.
miércoles, 11 de diciembre de 2019
Cosas buenas de Bruselas: pagando
Bruselas no es una ciudad cara.
Y no entiendo por qué no, seamos claros. Porque vemos los precios de la vivienda en las ciudades geográficamente próximas, y es como para que se le ericen a uno los cabellos. París, Londres... pero, ¿quién se compra una vivienda en París o Londres? ¿Y en Madrid? ¿Cómo lo hacen? ¡Pero si es que un sitio como Luxemburgo, donde no vive más gente que en Alicante, con todos los respetos para Alicante, está desbocado!
Pues Bruselas no es especialmente cara. Vale, estoy seguro que en Norilsk uno compra algo por cuatro chavos, pero es que en Norilsk lo único que puedes encontrar son unos pisos deprimentes para aguantar hasta que la cirrosis acaba contigo. No hay viviendas de postín, porque no hay gente de postín: si eres gente de postín, no vives en Norilsk. Estoy seguro de que los capitostes de las minas de níquel sólo se desplazan allí cuando no hay más remedio, y si pueden se van en el mismo avión privado que les trajo y ni siquiera hacen noche por allí.
En Salvacañete los precios deben también ser bastante moderados, sí. Claro que lo son. Queda una quinta parte, con suerte, de la población que llegó a tener hace un siglo. No voy mucho por allí últimamente, pero me da la impresión de que allí no hay ni okupas. Con la de casas libres que debe haber, no habrá ningún problema en que alguien te venda una por menos precio aún del que se debe pagar en Norilsk.
En Bruselas, se paga un precio, sí, pero no es muy desproporcionado en relación con los salarios que se cobran. Todo depende de las ínfulas que tengas: si te vas a vivir a Molenbeek, a un piso rodeado de islamistas, la verdad es que se ven ofertas muy jugosas. Claro, si lo que quieres es ir a Waterloo (que no es Bruselas, pero está cerca), como el amigo exiliado y su colega, entonces sí que toca aflojar la mosca, pero aún así los precios no son la locura que tiene uno que ver en París o Londres, no. Habrá que convenir que, puestos a elegir lugar de exilio, Puigdemont ha escogido un lugar idóneo, aunque den lugar a chistes fáciles a propósito de la batalla que acabó de hundir a Napoléon.
Lo que no es vivienda, es más caro que en España, sí, pero menos que otros muchos sitios. Salir a un restaurante requiere tener el bolsillo lleno, pero, sobre todo, lo que requiere es tener mucha paciencia y, en todo caso, hay sitios buenos y rápidos, de verdad. Cuando se los descubre, se reconcilia uno con el país.
¿Ah, sí? ¿Que después de haber despotricado a base de bien de la hostelería bruselense, ahora viene el arrepentimiento? Pues sí y, como muestra, en algún momento voy a hablar bien de un restaurante bruselense. Y quizá ese momento esté próximo.
No me atrevo a decir que será en la próxima entrada, porque a saber qué puede pasar y porque hasta yo me estoy extrañando de esta racha de entradas consecutivas, pero, bueno, ¿por qué no?
Y no entiendo por qué no, seamos claros. Porque vemos los precios de la vivienda en las ciudades geográficamente próximas, y es como para que se le ericen a uno los cabellos. París, Londres... pero, ¿quién se compra una vivienda en París o Londres? ¿Y en Madrid? ¿Cómo lo hacen? ¡Pero si es que un sitio como Luxemburgo, donde no vive más gente que en Alicante, con todos los respetos para Alicante, está desbocado!
Pues Bruselas no es especialmente cara. Vale, estoy seguro que en Norilsk uno compra algo por cuatro chavos, pero es que en Norilsk lo único que puedes encontrar son unos pisos deprimentes para aguantar hasta que la cirrosis acaba contigo. No hay viviendas de postín, porque no hay gente de postín: si eres gente de postín, no vives en Norilsk. Estoy seguro de que los capitostes de las minas de níquel sólo se desplazan allí cuando no hay más remedio, y si pueden se van en el mismo avión privado que les trajo y ni siquiera hacen noche por allí.
En Salvacañete los precios deben también ser bastante moderados, sí. Claro que lo son. Queda una quinta parte, con suerte, de la población que llegó a tener hace un siglo. No voy mucho por allí últimamente, pero me da la impresión de que allí no hay ni okupas. Con la de casas libres que debe haber, no habrá ningún problema en que alguien te venda una por menos precio aún del que se debe pagar en Norilsk.
En Bruselas, se paga un precio, sí, pero no es muy desproporcionado en relación con los salarios que se cobran. Todo depende de las ínfulas que tengas: si te vas a vivir a Molenbeek, a un piso rodeado de islamistas, la verdad es que se ven ofertas muy jugosas. Claro, si lo que quieres es ir a Waterloo (que no es Bruselas, pero está cerca), como el amigo exiliado y su colega, entonces sí que toca aflojar la mosca, pero aún así los precios no son la locura que tiene uno que ver en París o Londres, no. Habrá que convenir que, puestos a elegir lugar de exilio, Puigdemont ha escogido un lugar idóneo, aunque den lugar a chistes fáciles a propósito de la batalla que acabó de hundir a Napoléon.
Lo que no es vivienda, es más caro que en España, sí, pero menos que otros muchos sitios. Salir a un restaurante requiere tener el bolsillo lleno, pero, sobre todo, lo que requiere es tener mucha paciencia y, en todo caso, hay sitios buenos y rápidos, de verdad. Cuando se los descubre, se reconcilia uno con el país.
¿Ah, sí? ¿Que después de haber despotricado a base de bien de la hostelería bruselense, ahora viene el arrepentimiento? Pues sí y, como muestra, en algún momento voy a hablar bien de un restaurante bruselense. Y quizá ese momento esté próximo.
No me atrevo a decir que será en la próxima entrada, porque a saber qué puede pasar y porque hasta yo me estoy extrañando de esta racha de entradas consecutivas, pero, bueno, ¿por qué no?
lunes, 9 de diciembre de 2019
Cosas buenas de Bruselas
Siguiendo con el tema de la última entrada, ¡ya está bien de quejarse! Esta bitácora se había convertido en una especie de Muro de las Lamentaciones, en la que el autor ha estado desahogando todas las frustraciones que le producía su residencia en Bruselas, esa ciudad en la que, como quien no quiere la cosa, hace poco que ha cumplido siete años, siete, como las plagas de Egipto y como los años de vacas gordas y de vacas flacas.
Bueno, quizá no todas las frustraciones. Pero sólo porque estos siete años han sido bastante estresantes, y no ha dado tiempo a dedicarle a la bitácora todo lo que debería ser. Hay frustraciones que seguro que no he expresado aquí.
El caso es que, leches, Bruselas no puede estar tan mal. A pesar de la gestión de residuos sólidos, de las dificultades para encontrar a alguien que te resuelva una chapuza, del tiempo de espera en los restaurantes o de los cuatrocientos días anuales de lluvia, hay algo más de un millón de personas que están aquí, y no en Norilsk ni en Salvacañete, así que algo tiene que haber aquí, en Bruselas, que atrae a tanta peña, aunque sean terroristas islámicos o huidos de la justicia española. Y éstos, además, ni siquiera están en Bruselas (aunque la visitan con cierta frecuencia), sino en Waterloo. Un día esta bitácora se acercará por allí, sin acritud, a ver qué tal está la zona por donde viven los otros exiliados.
En realidad, no hace falta acercarse de nuevo para saberlo: Waterloo es un lugar atestado de casoplones en donde vive quien puede pagárselo, que no es todo el mundo, para aislarse un poco del bullicio bruselense.
Pero ya me estaba yendo del tema. Esto debe ser la edad, que no perdona.
En fin, que Bruselas tiene que estar bien a la fuerza, y que hay que preguntarse por qué lo está, y la primera respuesta a esta pregunta está clara: el vil metal, como ya quedó dicho hace poco.
Sí, no sé si los salarios que se pagan (y se cobran) en Bruselas son mejores que los de Norilsk, porque para que alguien acepte ir a Norilsk hay que aflojar la mosca a base de bien, pero definitivamente son mejores que los que se ofrecen en Salvacañete, suponiendo que en Salvacañete la actividad económica dé para que haya un mercado de trabajo significativo, que creo que no.
El caso es que en Bruselas hay pasta. Gansa. Un sector público explosivo y mimado, un ejército de lobistas que hay que mantener, embajadas a tutiplén, no sólo ante Bélgica, sino ante la Unión Europea y ante la OTAN, y todo tipo de belgas ricos, porque no todos están en Roda de Isábena saqueando catedrales medievales, como aquel vivales.
Y la pasta atrae a la pasta. Ese ejército de ricachones necesita que lo mimen: necesita restaurantes, teatros, conciertos... en fin, lo que vienen haciendo los ricos desde que se inventó el dinero. También necesitan fontaneros, albañiles y electricistas, pero esta parte está peor resuelta, como ya sabemos.
Vamos, que en Bruselas se mueve pasta. No lo digáis por ahí, pero me parece que hay bastante peña que supera holgadamente los cinco mil bichos al mes, cosa que en Salvacañete es completamente ilusoria. Y Salvacañete será sanísimo con los aires de la Serranía de Cuenca soplando allí mismo, y tendrán unas lentejas con chorizo y unos embutidos de matanza que tirarán de espaldas, pero, oye, la pela es la pela, y no hay color.
Pero sigamos con cosas buenas que tiene Bruselas.
En Bruselas, no es que el trabajo esté bien remunerado, es que además suele ser muy interesante y, lo que no es poco, hay trabajo. En Norilsk, también hay trabajo, vale, pero consiste en la extracción de níquel a base de azufre, y las tardes consisten en olvidarse de los días a base de cogorza y anestesia. Aquí lo malo (o lo bueno, claro) es que a mi generación la mandaron a la universidad. Antes de que yo pisara las aulas de la Facultad de Derecho, repaso mis ancestros por vía paterna, y nadie tenía ni el bachillerato, cuánto menos una licenciatura; por vía materna, vale, parece que hay algún caso con estudios, pero podrían ser sólo rumores.
Yo reconozco que mis padres hicieron un pedazo de esfuerzo por mandarme a la universidad y sacarme de destripar terrones en Benicountrí o en Salvacañete, pero el resultado es que uno sale de la facultad con el título bajo el brazo, ¿y ahora qué? Como se me ocurriera ir a Salvacañete a cuidar cabras o a Benicountrí a desbrozar naranjos, ¿para qué tanto estudio? Total, que resulta que en Salvacañete no hay abogados ni falta que hacen, con lo que, tras desesperarse bastante buscando curro y encontrando ocupaciones mal pagadas y poco consideradas, termina uno, sin saber cómo, mirando un poco más lejos, y -vale, tras pasar por una ciudad como Moscú, que es un caso aparte- aterrizando en Bruselas para trabajar en lo que había estudiado. Veinte años después, vale, pero veinte años no es nada y, total, nunca es tarde.
Y mi trabajo es interesante. Me temo que mucho más que cualquier oficio que se pudiera encontrar en Salvacañete. Que sí, que le echo un montón de horas (y así va la bitácora de abandonada), pero, oye, no veo que en España la gente llegue mucho antes que yo a su casa, y quizá lleguen menos contentos. Así que, sí, Bruselas es el rompeolas de Europa, aquí pasan cosas y, estando aquí, uno participa de alguna manera en ellas.
Y sí, seguiremos viendo cosas buenas de Bruselas.
Bueno, quizá no todas las frustraciones. Pero sólo porque estos siete años han sido bastante estresantes, y no ha dado tiempo a dedicarle a la bitácora todo lo que debería ser. Hay frustraciones que seguro que no he expresado aquí.
El caso es que, leches, Bruselas no puede estar tan mal. A pesar de la gestión de residuos sólidos, de las dificultades para encontrar a alguien que te resuelva una chapuza, del tiempo de espera en los restaurantes o de los cuatrocientos días anuales de lluvia, hay algo más de un millón de personas que están aquí, y no en Norilsk ni en Salvacañete, así que algo tiene que haber aquí, en Bruselas, que atrae a tanta peña, aunque sean terroristas islámicos o huidos de la justicia española. Y éstos, además, ni siquiera están en Bruselas (aunque la visitan con cierta frecuencia), sino en Waterloo. Un día esta bitácora se acercará por allí, sin acritud, a ver qué tal está la zona por donde viven los otros exiliados.
En realidad, no hace falta acercarse de nuevo para saberlo: Waterloo es un lugar atestado de casoplones en donde vive quien puede pagárselo, que no es todo el mundo, para aislarse un poco del bullicio bruselense.
Pero ya me estaba yendo del tema. Esto debe ser la edad, que no perdona.
En fin, que Bruselas tiene que estar bien a la fuerza, y que hay que preguntarse por qué lo está, y la primera respuesta a esta pregunta está clara: el vil metal, como ya quedó dicho hace poco.
Sí, no sé si los salarios que se pagan (y se cobran) en Bruselas son mejores que los de Norilsk, porque para que alguien acepte ir a Norilsk hay que aflojar la mosca a base de bien, pero definitivamente son mejores que los que se ofrecen en Salvacañete, suponiendo que en Salvacañete la actividad económica dé para que haya un mercado de trabajo significativo, que creo que no.
El caso es que en Bruselas hay pasta. Gansa. Un sector público explosivo y mimado, un ejército de lobistas que hay que mantener, embajadas a tutiplén, no sólo ante Bélgica, sino ante la Unión Europea y ante la OTAN, y todo tipo de belgas ricos, porque no todos están en Roda de Isábena saqueando catedrales medievales, como aquel vivales.
Y la pasta atrae a la pasta. Ese ejército de ricachones necesita que lo mimen: necesita restaurantes, teatros, conciertos... en fin, lo que vienen haciendo los ricos desde que se inventó el dinero. También necesitan fontaneros, albañiles y electricistas, pero esta parte está peor resuelta, como ya sabemos.
Vamos, que en Bruselas se mueve pasta. No lo digáis por ahí, pero me parece que hay bastante peña que supera holgadamente los cinco mil bichos al mes, cosa que en Salvacañete es completamente ilusoria. Y Salvacañete será sanísimo con los aires de la Serranía de Cuenca soplando allí mismo, y tendrán unas lentejas con chorizo y unos embutidos de matanza que tirarán de espaldas, pero, oye, la pela es la pela, y no hay color.
Pero sigamos con cosas buenas que tiene Bruselas.
En Bruselas, no es que el trabajo esté bien remunerado, es que además suele ser muy interesante y, lo que no es poco, hay trabajo. En Norilsk, también hay trabajo, vale, pero consiste en la extracción de níquel a base de azufre, y las tardes consisten en olvidarse de los días a base de cogorza y anestesia. Aquí lo malo (o lo bueno, claro) es que a mi generación la mandaron a la universidad. Antes de que yo pisara las aulas de la Facultad de Derecho, repaso mis ancestros por vía paterna, y nadie tenía ni el bachillerato, cuánto menos una licenciatura; por vía materna, vale, parece que hay algún caso con estudios, pero podrían ser sólo rumores.
Yo reconozco que mis padres hicieron un pedazo de esfuerzo por mandarme a la universidad y sacarme de destripar terrones en Benicountrí o en Salvacañete, pero el resultado es que uno sale de la facultad con el título bajo el brazo, ¿y ahora qué? Como se me ocurriera ir a Salvacañete a cuidar cabras o a Benicountrí a desbrozar naranjos, ¿para qué tanto estudio? Total, que resulta que en Salvacañete no hay abogados ni falta que hacen, con lo que, tras desesperarse bastante buscando curro y encontrando ocupaciones mal pagadas y poco consideradas, termina uno, sin saber cómo, mirando un poco más lejos, y -vale, tras pasar por una ciudad como Moscú, que es un caso aparte- aterrizando en Bruselas para trabajar en lo que había estudiado. Veinte años después, vale, pero veinte años no es nada y, total, nunca es tarde.
Y mi trabajo es interesante. Me temo que mucho más que cualquier oficio que se pudiera encontrar en Salvacañete. Que sí, que le echo un montón de horas (y así va la bitácora de abandonada), pero, oye, no veo que en España la gente llegue mucho antes que yo a su casa, y quizá lleguen menos contentos. Así que, sí, Bruselas es el rompeolas de Europa, aquí pasan cosas y, estando aquí, uno participa de alguna manera en ellas.
Y sí, seguiremos viendo cosas buenas de Bruselas.
viernes, 6 de diciembre de 2019
Ventajas de vivir en Bélgica
A quien haya leído la gran mayoría de las entradas de esta bitácora le puede parecer que el autor de las mismas, yo mismo, es un tipo amargado que no hace sino quejarse, y que no está contento en ningún sitio. Se quejaba amargamente de Rusia, aunque le veía las ventajas culturales, vale, y ahora no hace sino despotricar de Bélgica y de los belgas. Si tan mal está allá donde va, dirá el lector, que se vaya a España y se deje de monsergas.
Estos últimos días he estado releyendo las entradas belgas de esta bitácora, que son aproximadamente las últimas doscientas, porque ya se sabe que como Rusia no hay nada en lo tocante a cosas sorprendentes y curiosas, y aquí hay mucha menos materia que suspenda el ánimo, como no sea hasta qué punto se puede despreciar al cliente impunemente en este país. Y, así, si en Moscú escribía a troche y moche, aquí los temas son más limitados y las entradas mucho más espaciadas, también porque aquí estoy mucho más ocupado de lo que jamás estuve en Moscú.
La conclusión a la que he llegado después de tanto leer es que antes escribía mejor, vale, y además que si estoy tan ocupado es porque en esta bendita ciudad no hay más remedio que apañárselas uno solo si quiere hacer cosas. Y, además, que la mayoría de las entradas son de lo más plañidero y quejica, y que no parece sino que esto es un sinvivir y un valle de lágrimas. Bueno, de lágrimas no sé, pero llover ya os digo que llueve.
Y no es para tanto.
Porque, si lo fuera, ¿a santo de qué iba a tener Bélgica la densidad de población que presenta, que ni de lejos se le acerca la española? Tanta gente no debe estar equivocada, y yo mismo tampoco, así que algún motivo tendremos para permanecer por estos pagos a pesar de la morriña que nos embarga cuando pensamos en la horchata y el arroz a banda.
La ventaja más evidente de estar por aquí es el vil metal, fuerza es reconocerlo. Que no os engañen: el residente de aquí que blasone de que no le mueve el dinero para permanecer en Bruselas, o es un hipócrita, o es, no sé, sacerdote, por lo menos...
Pero tiene que haber más, y ¿qué mejor lugar para escudriñarla que esta bitácora, reconvertida de sección de quejas en alabanzas a este jardín del Edén?
Lo iremos viendo, lo iremos viendo, ahora que me parece que estoy algo más desahogado.
O no...
Estos últimos días he estado releyendo las entradas belgas de esta bitácora, que son aproximadamente las últimas doscientas, porque ya se sabe que como Rusia no hay nada en lo tocante a cosas sorprendentes y curiosas, y aquí hay mucha menos materia que suspenda el ánimo, como no sea hasta qué punto se puede despreciar al cliente impunemente en este país. Y, así, si en Moscú escribía a troche y moche, aquí los temas son más limitados y las entradas mucho más espaciadas, también porque aquí estoy mucho más ocupado de lo que jamás estuve en Moscú.
La conclusión a la que he llegado después de tanto leer es que antes escribía mejor, vale, y además que si estoy tan ocupado es porque en esta bendita ciudad no hay más remedio que apañárselas uno solo si quiere hacer cosas. Y, además, que la mayoría de las entradas son de lo más plañidero y quejica, y que no parece sino que esto es un sinvivir y un valle de lágrimas. Bueno, de lágrimas no sé, pero llover ya os digo que llueve.
Y no es para tanto.
Porque, si lo fuera, ¿a santo de qué iba a tener Bélgica la densidad de población que presenta, que ni de lejos se le acerca la española? Tanta gente no debe estar equivocada, y yo mismo tampoco, así que algún motivo tendremos para permanecer por estos pagos a pesar de la morriña que nos embarga cuando pensamos en la horchata y el arroz a banda.
La ventaja más evidente de estar por aquí es el vil metal, fuerza es reconocerlo. Que no os engañen: el residente de aquí que blasone de que no le mueve el dinero para permanecer en Bruselas, o es un hipócrita, o es, no sé, sacerdote, por lo menos...
Pero tiene que haber más, y ¿qué mejor lugar para escudriñarla que esta bitácora, reconvertida de sección de quejas en alabanzas a este jardín del Edén?
Lo iremos viendo, lo iremos viendo, ahora que me parece que estoy algo más desahogado.
O no...