miércoles, 18 de diciembre de 2019

Cosas buenas de Bruselas: sentido del humor

No sé si en España es algo muy conocidos, pero los belgas son tenidos por graciosos entre sus vecinos. Y no es para menos. Están rodeados de pueblos que, la verdad, son un poco como para darles de comer aparte y que se consideran el ombligo del mundo. No sé muy bien si creerse el ombligo del mundo es compatible con disponer de un sentido del humor de notable alto o superior, pero yo diría que no.

Los belgas no se creen el ombligo del mundo. Están rodeados de franceses, alemanes y holandeses, y se las han apañado para existir, e incluso para haber arrancado a cada uno de sus vecinos un trocito de su país. Y ahí los tienes. Uno va a los Países Bajos y se encuentra con un país, digamos, que ha hecho de la tacañería su seña de identidad, así como de su habilidad para los negocios y de haber creado un imperio económico. Uno va a Alemania y se da cuenta de que los alemanes se creen el centro de mundo, gracias a su industria y a que sus produkten se venden por todo el mundo con una imagen de calidad del quince por el mero hecho de que se han fabricado en su suelo. Y uno va a Francia (y no digamos si va a París) y poco menos que los franceses se asombran de que haya gente que se atreva a levantar la cabeza a pesar de no ser francés.

Los belgas, no. Los belgas parecen conscientes de que su país, en el fondo, es un tapón sin personalidad, creado para que sus vecinos se corten un poco a la hora de declararse la guerra. Ser un tapón no es algo de lo que se pueda estar muy orgulloso, pero, como no se puede ir por la vida pensando en lo birria que eres, los belgas resuelven el problema tomándoselo todo a chufla. Y, oye, eso es muy bueno.

Los belgas transforman en humor la gran mayoría de los defectos de los que son conscientes. Claro, de algunos defectos ni siquiera se han dado cuenta, y así es difícil burlarse de ellos, pero ellos ponen de su parte lo que pueden.

Sin ir más lejos, los gerentes de un teatro no tienen más que un solo cuarto de baño, y no hay espacio para montar uno para hombres y otro para mujeres. El alemán, un tipo tirando a sosainas, pero enormemente práctico, simplemente pondría una placa con las letras 'WC'. El belga no. El belga te pone un cartel como el de la imagen para liarte y reírse un poco contigo: el resultado es el mismo, un cuarto de baño donde puede entrar cualquiera sin distinción de sexo, o sea, lo que tenemos todos en casa, pero al menos te la han liado un poquito.

¿Y el francés? Habrá de todo, pero me parece que el francés renuncia a abrir el teatro, porque dónde se ha visto un teatro que no tiene cuarto de baño para hombres y uno separado para las mujeres, y qué falta de dignidad impropia de Francia es ésa. Probablemente vende el edificio del teatro a alguien que pasa por allí y que seguramente es un belga.

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