Esta vez el dibujante de tebeo es español, pero esta escena es tan ilustrativa de lo que ha hecho la policía belga (cualquiera de todas las que tienen) durante las últimas semanas, deteniendo gente a troche y moche para que luego los jueces los vayan soltando sistemáticamente, que no me resisto a ponerla aquí.
Luego supongo, o quiero suponer, por la cuenta que me trae al vivir aquí, que las cosas no son exactamente así, pero han dado una impresión que se parecía peligrosamente a que no sabían qué hacer y se ponían a recuperar el terreno perdido en los últimos veinte años.
Pero no exageremos tampoco: al menos, que yo sepa, ninguno de los detenidos era la suegra de ningún policía.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
martes, 26 de abril de 2016
viernes, 22 de abril de 2016
Represalias
Las comparaciones son odiosas, sí, pero, cuando escribes un examen, y yo llevo varios cientos a mis espaldas, una de las cosas más apreciadas por los correctores es la capacidad de relacionar conocimientos, lo cual, en muchas ocasiones, nos lleva a comparar. Así que yo creo que eso de que las comparaciones son odiosas es una frase que utilizan sobre todo aquéllos que corren peligro de salir vapuleados de las comparaciones.
Por lo tanto, aquí va una comparación de dos países en que ha habido un atentado terrorista-islamista en sus respectivos aeropuertos principales. Los dos países son, como casi siempre, Bélgica y Rusia.
El otro día se produjo la dimisión de la ministra belga de Transportes, que es la señora de la foto, Jacqueline Galant, por haber hecho caso omiso de todos los informes que le decían que la seguridad del aeropuerto de Zavemtem era una calamidad. Para eso no era necesario, ciertamente, hacer informes, sino que bastaba con pasarse por allí, pero es cierto que en algún sitio tienes que empezar a controlar, y en ese sitio tienes una cola y aglomeraciones de gente sí o sí.
La señora de la foto es un típico producto partitocrático. Su padre era alcalde con los social-cristianos, y ella se pasó al Movimiento Reformador, el actual partido en el gobierno, liberal, masoncillo, y todas esas cosas que se les suponen. Entró de ayudante del entonces ministro de Asuntos Exteriores, y padre del actual primer ministro, Louis Michel, y medró rápidamente hasta sustituir a su padre como alcaldesa (y ahí sigue, por cierto, que los cargos no son incompatibles), y luego acceder al cargo de ministra de Transportes en el gobierno del hijo de su antiguo jefe. Algo sabrá de transportes, ciertamente, pero una cosa es construir un carril-bici en su pueblo y otra ocuparse de las líneas férreas y los aeropuertos de todo un país, aunque sea pequeñito, como lo es éste.
En Rusia, no se andan con chiquitas: el atentado similar tuvo lugar en 2011 en Domodiédovo, y quien ha pagado allí el pato ha sido el dueño del aeropuerto, Dmitry Kamenschik. Sí, el dueño. Allí, durante los salvajes años noventa, pasaron cosas de aúpa, y una de ellas de ellas fue que uno de los aeropuertos más importantes del país acabó en manos de, básicamente, una persona física, el de la foto, que era dueño de probablemente la principal agencia de viajes de Rusia entonces, East-Line (la de veces que les habré comprado billetes... era mucho más fácil que ir a Aeroflot). En lugar de meterse en el petróleo o en el aluminio, como otros, Kamenschik se dedicó al sector servicios, y hay que reconocer que, en Rusia, la aparición de su agencia de viajes fue un cambio muy agradable. No es de extrañar, viendo las alternativas, que los negocios le fueran de maravilla.
Kamenschik es muy probablemente un típico producto de la Rusia de los noventa, pero el tío se lo curró. cuando él tomó el mando, Domodiédovo era un completo estercolero, un pesebre infecto indigno, no ya de Moscú, sino de Salvacañete. En pocos años lo dejó impecable, superó claramente a Sheremetyevo, el aeropuerto de Aeroflot, que tuvo que renovarse o morir, y hasta ganó al gobierno tres juicios por la propiedad del aeropuerto. En Rusia, ganar, no tres, sino un solo juicio al gobierno tiene un mérito sin parangón alguno. Pues él lo logró.
Tendrá que ganar un cuarto, porque el asuntillo del atentado ha dado con sus huesos en... no, no en la cárcel, al menos no de momento. Está en arresto domiciliario, y se lo acaban de prolongar. Yo, personalmente, le deseo suerte. Porque ése, de transportes, sí que sabe un rato. En cambio, de detener terroristas suicidas decididos a todo no tiene ni idea, pero me temo que de eso no sabe ni él, ni prácticamente nadie.
Por lo tanto, aquí va una comparación de dos países en que ha habido un atentado terrorista-islamista en sus respectivos aeropuertos principales. Los dos países son, como casi siempre, Bélgica y Rusia.
El otro día se produjo la dimisión de la ministra belga de Transportes, que es la señora de la foto, Jacqueline Galant, por haber hecho caso omiso de todos los informes que le decían que la seguridad del aeropuerto de Zavemtem era una calamidad. Para eso no era necesario, ciertamente, hacer informes, sino que bastaba con pasarse por allí, pero es cierto que en algún sitio tienes que empezar a controlar, y en ese sitio tienes una cola y aglomeraciones de gente sí o sí.
La señora de la foto es un típico producto partitocrático. Su padre era alcalde con los social-cristianos, y ella se pasó al Movimiento Reformador, el actual partido en el gobierno, liberal, masoncillo, y todas esas cosas que se les suponen. Entró de ayudante del entonces ministro de Asuntos Exteriores, y padre del actual primer ministro, Louis Michel, y medró rápidamente hasta sustituir a su padre como alcaldesa (y ahí sigue, por cierto, que los cargos no son incompatibles), y luego acceder al cargo de ministra de Transportes en el gobierno del hijo de su antiguo jefe. Algo sabrá de transportes, ciertamente, pero una cosa es construir un carril-bici en su pueblo y otra ocuparse de las líneas férreas y los aeropuertos de todo un país, aunque sea pequeñito, como lo es éste.
En Rusia, no se andan con chiquitas: el atentado similar tuvo lugar en 2011 en Domodiédovo, y quien ha pagado allí el pato ha sido el dueño del aeropuerto, Dmitry Kamenschik. Sí, el dueño. Allí, durante los salvajes años noventa, pasaron cosas de aúpa, y una de ellas de ellas fue que uno de los aeropuertos más importantes del país acabó en manos de, básicamente, una persona física, el de la foto, que era dueño de probablemente la principal agencia de viajes de Rusia entonces, East-Line (la de veces que les habré comprado billetes... era mucho más fácil que ir a Aeroflot). En lugar de meterse en el petróleo o en el aluminio, como otros, Kamenschik se dedicó al sector servicios, y hay que reconocer que, en Rusia, la aparición de su agencia de viajes fue un cambio muy agradable. No es de extrañar, viendo las alternativas, que los negocios le fueran de maravilla.
Kamenschik es muy probablemente un típico producto de la Rusia de los noventa, pero el tío se lo curró. cuando él tomó el mando, Domodiédovo era un completo estercolero, un pesebre infecto indigno, no ya de Moscú, sino de Salvacañete. En pocos años lo dejó impecable, superó claramente a Sheremetyevo, el aeropuerto de Aeroflot, que tuvo que renovarse o morir, y hasta ganó al gobierno tres juicios por la propiedad del aeropuerto. En Rusia, ganar, no tres, sino un solo juicio al gobierno tiene un mérito sin parangón alguno. Pues él lo logró.
Tendrá que ganar un cuarto, porque el asuntillo del atentado ha dado con sus huesos en... no, no en la cárcel, al menos no de momento. Está en arresto domiciliario, y se lo acaban de prolongar. Yo, personalmente, le deseo suerte. Porque ése, de transportes, sí que sabe un rato. En cambio, de detener terroristas suicidas decididos a todo no tiene ni idea, pero me temo que de eso no sabe ni él, ni prácticamente nadie.
sábado, 16 de abril de 2016
Las joyas de la Castafiore
'Las joyas de la Castafiore', uno de los últimos álbumes de Tintín, es bastante diferente a los demás. En lugar de desparramarse por todo el ancho mundo, la acción tiene lugar prácticamente por completo en el castillo de Moulinsart, residencia del capitán Haddock y, por añadidura, de Tintín y del profesor Tornasol. Le falta poco para cumplir las tres unidades del teatro clásico, cosa insólita en casi cualquier tebeo, y no digamos en Tintín.
No salir de Bélgica permité a Hergé lo que estoy seguro es un desahogo profundo, porque lo he vivido, y lo sigo viviendo, prácticamente a diario. Veamos una escena.
Dejando aparte lo del teléfono, porque ya llegará el momento de hablar de Belgacom y sus esbirros, centrémonos en el marmolista, señor Boullu, pero sirve para electricista, albañil, fontanero y todo tipo de currito doméstico. Son muy amables, y prometen servir al cliente con enorme diligencia. Sigamos viendo. Un par de escenas después, es el capitán Haddock quien se tropieza con el escalón roto, con mucha peor suerte que el profesor Tornasol, porque se hace un esguince y no puede irse a Italia, a donde estaba saliendo de estampida para no tener que coincidir en su castillo con la Castafiore, que venía de visita. No sólo coincide con ella, sino con el plomo de Serafín Latón, agente de seguros que viene a visitarle, otro tipo belga como pocos.
Las esperanzas del capitán Haddock en la profesionalidad de su marmolista parecen irse desvaneciendo. Ojo a la excusa del marmolista.
Pero eso no es todo. El marmolista acaba por pasar de ponerse al teléfono y utilizar un escudo humano, lo cual, ahora que llevamos semanas para poner la encimera de la cocina y mi paciencia se ha terminado, me pone del humor que puede suponerse. Y ojalá la encimera fuera todo lo que faltara.
Varias páginas después, se ha hecho público un falso compromiso de boda entre el capitán Haddock y Bianca Castafiore, el castillo se ha llenado de periodistas, la Castafiore ha perdido, y encontrado, sus joyas, Hernández y Fernández han vuelto a hacer el ridículo... y el peldaño sigue sin arreglar, pero el marmolista tiene excelentes razones para no hacerlo.
Siguen pasando las páginas, los acontecimientos se han precipitado, y el capitán Haddock incluso se ha recuperado del esguince... pero el peldaño sigue sin arreglarse, y lo que te rondaré, morena.
Normalmente, los álbumes de Tintín acaban bien. Éste acaba así, como se ve en la siguiente imagen, y le cedo la pluma a Hergé. Yo no tengo ninguna duda de que sabía de lo que estaba hablando, y doy fe de que Bruselas está plagada, porque son una plaga, de los señores Boullu de la vida. Y todos tienen trabajo, tú...
No salir de Bélgica permité a Hergé lo que estoy seguro es un desahogo profundo, porque lo he vivido, y lo sigo viviendo, prácticamente a diario. Veamos una escena.
Dejando aparte lo del teléfono, porque ya llegará el momento de hablar de Belgacom y sus esbirros, centrémonos en el marmolista, señor Boullu, pero sirve para electricista, albañil, fontanero y todo tipo de currito doméstico. Son muy amables, y prometen servir al cliente con enorme diligencia. Sigamos viendo. Un par de escenas después, es el capitán Haddock quien se tropieza con el escalón roto, con mucha peor suerte que el profesor Tornasol, porque se hace un esguince y no puede irse a Italia, a donde estaba saliendo de estampida para no tener que coincidir en su castillo con la Castafiore, que venía de visita. No sólo coincide con ella, sino con el plomo de Serafín Latón, agente de seguros que viene a visitarle, otro tipo belga como pocos.
Las esperanzas del capitán Haddock en la profesionalidad de su marmolista parecen irse desvaneciendo. Ojo a la excusa del marmolista.
Pero eso no es todo. El marmolista acaba por pasar de ponerse al teléfono y utilizar un escudo humano, lo cual, ahora que llevamos semanas para poner la encimera de la cocina y mi paciencia se ha terminado, me pone del humor que puede suponerse. Y ojalá la encimera fuera todo lo que faltara.
Varias páginas después, se ha hecho público un falso compromiso de boda entre el capitán Haddock y Bianca Castafiore, el castillo se ha llenado de periodistas, la Castafiore ha perdido, y encontrado, sus joyas, Hernández y Fernández han vuelto a hacer el ridículo... y el peldaño sigue sin arreglar, pero el marmolista tiene excelentes razones para no hacerlo.
Siguen pasando las páginas, los acontecimientos se han precipitado, y el capitán Haddock incluso se ha recuperado del esguince... pero el peldaño sigue sin arreglarse, y lo que te rondaré, morena.
Normalmente, los álbumes de Tintín acaban bien. Éste acaba así, como se ve en la siguiente imagen, y le cedo la pluma a Hergé. Yo no tengo ninguna duda de que sabía de lo que estaba hablando, y doy fe de que Bruselas está plagada, porque son una plaga, de los señores Boullu de la vida. Y todos tienen trabajo, tú...
lunes, 11 de abril de 2016
El dibujante
Si en algo son profesionales los belgas, es como dibujantes de historietas o de tebeos, que así debería decirse 'comic' en castellano. Ahí sí: ahí destacan por encima de cualquier otro país. Los pitufos salieron de aquí, al igual que el Marsupilami, Gastón Elgafe, Spirou... y Tintín, que es el más antiguo y seguramente el más representativo.
Tintín es un caso especial. Creo que leí todos los álbumes -menos el primero, 'Tintín en el país de los sóviets', que creo que ni siquiera estaba publicado en castellano- cuando tenía trece o catorce años; entonces mis gustos no eran muy sutiles, y los tebeos que leía eran los de Mortadelo y Filemón y otros por el estilo, normalmente del mismo autor, que, qué le vamos a hacer, son graciosos, sí, pero de una gracia un poco bestia.
Así pues, mi primera lectura de la serie de Tintín no me impresionó demasiado. Pero, entretanto, las cosas han cambiado mucho. Durante las pasadas Navidades, en plena vorágine de obras interminables en la casa que habíamos comprado, con su correspondiete llanto y rechinar de dientes, y con la paciencia por debajo de los mínimos vitales, cayó en mis manos de nuevo la obra de Hergé, la fui leyendo con otros ojos y ¡Dios mío, qué diferencia! vivir en Bélgica ha cambiado totalmente mi perspectiva y, por ende, también mi visión de Tintín. Ahora lo aprecio muchísimo, y no sé si eso tiene que ver con mi progresiva madurez como persona, o con reconocer en alguno de los personajes de Hergé la purísima realidad belga, cosa que a mis tiernos catorce años ni siquiera pensaba que llegaría a experimentar algún día.
Probablemente, Hergé estaba bastante descontento de la realidad que lo rodeaba. Su vida es un rosario de contradicciones y de situaciones alejadas de lo que posiblemente hubiera preferido. Géorges Rémi, que tal era su verdadero nombre (su seudónimo son sus iniciales, con el apellido delante, como es habitual aquí), es un ejemplo de libro de la actitud de 'pienso una cosa, pero hago otra'. Supongo que, en España, hubiera sido político pepero.
Hergé, como casi toda Bélgica en 1907, año en que nuestro dibujante vino al mundo, nació y fue educado católico, y pasó toda su juventud militando en organizaciones católicas. Tintín apareció en una publicación juvenil de la Iglesia con un ánimo anticomunista no disimulado en absoluto, basta con ver el primer álbum. Pero, a partir de la segunda mitad de la década de los cincuenta del siglo pasado, la vida privada de Hergé dejó de estar de acuerdo con su religión. Se separó de su esposa, que era hija de uno de sus primeros editores, y se arrejuntó con una de las coloreadoras de su estudio, Fanny Vlaeminck, casi tres décadas menor que él, con la que no se puso casar (civilmente, eso sí) hasta otro par de décadas más tarde. Hoy, esto no escandaliza a nadie, yo diría que por desgracia, pero, en el momento en que sucedió, supongo que sí que desagradaría a la sociedad belga más conservadora. La cuestión para Hergé es que él mismo era un destacado miembro de esa sociedad conservadora, y esa contradicción entre los valores cristianos de fidelidad que había profesado y la realidad de su vida privada le ocasionó una serie de problemas y de angustias interiores, que le llevaron a recibir ayuda profesional.
En esta situación, Tintín era un desahogo imprescindible. Tintín era un claro trasunto de lo que Hergé había sido educado para llegar a ser, luchando por el bien y derrotando villanos, en un contexto donde el sexo, que es lo que había hecho fallar a Hergé, estaba totalmente ausente. Se ha destacado muchas veces que no hay caracteres femeninos en Tintín, fuera de Bianca Castafiore, que es otra cosa, y se ha apuntado a cierta misoginia de Hergé. Yo no la creo probable. Los caracteres femeninos en Tintín simplemente no aparecen, ni para bien ni para mal, y yo quiero pensar que si no lo hacen es porque Hergé, siendo Tintín su propio trasunto, no quiso entrar a imaginar cómo resolvería Tintín sus relaciones con el sexo opuesto, algo que a él mismo evidentemente le atormentaba.
Sea como fuere, Tintín me encanta. Muchos de sus álbumes, tras un comienzo en una ciudad que evidentemente es Bruselas, se desarrollan por el ancho mundo, pero hay uno, precisamente uno de los últimos, en que Tintín no sale de Bélgica y, si Tintín es el desahogo de Hergé, no cabe duda de que Hergé tenía problemas parecidos a los que hemos estado teniendo nosotros.
Pero hoy ya se hace tarde, así que pasaremos a ver esa obra en la próxima entrada.
Tintín es un caso especial. Creo que leí todos los álbumes -menos el primero, 'Tintín en el país de los sóviets', que creo que ni siquiera estaba publicado en castellano- cuando tenía trece o catorce años; entonces mis gustos no eran muy sutiles, y los tebeos que leía eran los de Mortadelo y Filemón y otros por el estilo, normalmente del mismo autor, que, qué le vamos a hacer, son graciosos, sí, pero de una gracia un poco bestia.
Así pues, mi primera lectura de la serie de Tintín no me impresionó demasiado. Pero, entretanto, las cosas han cambiado mucho. Durante las pasadas Navidades, en plena vorágine de obras interminables en la casa que habíamos comprado, con su correspondiete llanto y rechinar de dientes, y con la paciencia por debajo de los mínimos vitales, cayó en mis manos de nuevo la obra de Hergé, la fui leyendo con otros ojos y ¡Dios mío, qué diferencia! vivir en Bélgica ha cambiado totalmente mi perspectiva y, por ende, también mi visión de Tintín. Ahora lo aprecio muchísimo, y no sé si eso tiene que ver con mi progresiva madurez como persona, o con reconocer en alguno de los personajes de Hergé la purísima realidad belga, cosa que a mis tiernos catorce años ni siquiera pensaba que llegaría a experimentar algún día.
Probablemente, Hergé estaba bastante descontento de la realidad que lo rodeaba. Su vida es un rosario de contradicciones y de situaciones alejadas de lo que posiblemente hubiera preferido. Géorges Rémi, que tal era su verdadero nombre (su seudónimo son sus iniciales, con el apellido delante, como es habitual aquí), es un ejemplo de libro de la actitud de 'pienso una cosa, pero hago otra'. Supongo que, en España, hubiera sido político pepero.
Hergé, como casi toda Bélgica en 1907, año en que nuestro dibujante vino al mundo, nació y fue educado católico, y pasó toda su juventud militando en organizaciones católicas. Tintín apareció en una publicación juvenil de la Iglesia con un ánimo anticomunista no disimulado en absoluto, basta con ver el primer álbum. Pero, a partir de la segunda mitad de la década de los cincuenta del siglo pasado, la vida privada de Hergé dejó de estar de acuerdo con su religión. Se separó de su esposa, que era hija de uno de sus primeros editores, y se arrejuntó con una de las coloreadoras de su estudio, Fanny Vlaeminck, casi tres décadas menor que él, con la que no se puso casar (civilmente, eso sí) hasta otro par de décadas más tarde. Hoy, esto no escandaliza a nadie, yo diría que por desgracia, pero, en el momento en que sucedió, supongo que sí que desagradaría a la sociedad belga más conservadora. La cuestión para Hergé es que él mismo era un destacado miembro de esa sociedad conservadora, y esa contradicción entre los valores cristianos de fidelidad que había profesado y la realidad de su vida privada le ocasionó una serie de problemas y de angustias interiores, que le llevaron a recibir ayuda profesional.
En esta situación, Tintín era un desahogo imprescindible. Tintín era un claro trasunto de lo que Hergé había sido educado para llegar a ser, luchando por el bien y derrotando villanos, en un contexto donde el sexo, que es lo que había hecho fallar a Hergé, estaba totalmente ausente. Se ha destacado muchas veces que no hay caracteres femeninos en Tintín, fuera de Bianca Castafiore, que es otra cosa, y se ha apuntado a cierta misoginia de Hergé. Yo no la creo probable. Los caracteres femeninos en Tintín simplemente no aparecen, ni para bien ni para mal, y yo quiero pensar que si no lo hacen es porque Hergé, siendo Tintín su propio trasunto, no quiso entrar a imaginar cómo resolvería Tintín sus relaciones con el sexo opuesto, algo que a él mismo evidentemente le atormentaba.
Sea como fuere, Tintín me encanta. Muchos de sus álbumes, tras un comienzo en una ciudad que evidentemente es Bruselas, se desarrollan por el ancho mundo, pero hay uno, precisamente uno de los últimos, en que Tintín no sale de Bélgica y, si Tintín es el desahogo de Hergé, no cabe duda de que Hergé tenía problemas parecidos a los que hemos estado teniendo nosotros.
Pero hoy ya se hace tarde, así que pasaremos a ver esa obra en la próxima entrada.
viernes, 8 de abril de 2016
La guerra santa a la belga
Lo interesante, lo realmente interesante de Bruselas y de Bélgica es que representa en grado sumo el fracaso de un modelo que, a pesar de la tozudísima evidencia, sus gobernantes se empeñan en perpetuar. Un modelo en el que nadie es responsable de nada, en que los errores aparecen por arte de magia, sin que nadie reconozca, no ya estar detrás de ellos, sino que realmente se trate de errores; un modelo en que las cosas bien hechas apenas existen, y las que llegan a suceder se realizan a regañadientes y con un esfuerzo ímprobo. Un país donde reina la chapuza y que vive de las inercias de tiempos mejores.
Lo curioso es que el hecho de que esta sociedad rebose de gente despreocupada e irresponsable ha venido a jugar en su favor a la hora de sufrir un atentado terrorista como el de hace unos días. Lo que voy a escribir es un poco mala sombra (o muy mala sombra, vale), pero, en un país eficiente, los muertos no se contarían por decenas, sino por centenares y hasta por miles.
Tomemos Noruega. Yo no he estado nunca en Noruega, pero tiene imagen de país serio, donde la gente sabe lo que hace. El terrorista noruego por excelencia es Andreas Breivik, blanco y masón él, que además tiene el hándicap de que, al no ser suicida, su capacidad de perjudicar es menor. Pues este pollo (al que, obviamente, no quiero tener cerca) primero hace explotar una bomba en plena sede gubernamental en Oslo, con lo que mueren ocho personas. Acto seguido, sin cómplices ni nada parecido, se planta él solo armado con una pistola y un rifle en una isla donde están de campamento, ajenos a lo que se les viene encima, una colla de jóvenes sociatas, y se carga a 69 de ellos antes de ser detenido sin ofrecer resistencia. Productividad.
Y, ojo, el tío era -es- un aficionado y, por lo visto, hasta entonces no había matado ni una mosca. Pero se ve que sabía lo que hacía y estaba bien preparado. Vamos, lo que hizo fue una burrada, que quede claro, pero anda que no la hizo a conciencia.
Volvamos a Bruselas, más concretamente a Schaerbeek, y a la mañana del pasado 22 de marzo.
Tenemos a cuatro belgas, musulmanes ellos, y de origen moro, con una vasta disponibilidad de explosivos, hasta el punto de que su pisito de Schaerbeek estaría bajo el amparo de Santa Bárbara de no ser por su condición de mahometanos. Por si fuera poco, están tan convencidos de lo suyo que están decididos a perder la vida en el intento y, de hecho, su modus operandi no deja lugar a dudas sobre el poco futuro que les queda en este valle de lágrimas.
Uno de ellos toma el metro y vendrá a reventar en la estación de Maelbeek, como sabemos, llevándose por delante a veinte personas y dejando 106 heridos y una ciudad traumatizada hasta hoy.
Los otros tres tienen el aeropuerto de Bruselas-Zaventem, uno de los más importantes de Europa, como objetivo. No se les ocurre comprar o alquilar una furgoneta o una camioneta (total, serà per diners, teniendo en cuenta lo que les quedaba por disfrutar de la vida), sino que piden un taxi. Un taxi. De hecho, piden un taxi grande, un monovolumen, con el fin de meter más explosivos y armar una escabechina de categoría especial.
Aquí, los esbirros del Estado Islámico pinchan en hueso. La compañía de taxis es belga y, quizá por ello, quizá porque Dios es misericordioso (más que Alá, desde luego), el dependiente se equivoca y, en lugar de una furgoneta, envía a los turistas islámicos un taxi normalito, con el resultado de que la maleta más gorda no cabe de ninguna manera y los sarracenos se ven obligados a subirla de vuelta a su piso, donde la encontrará la policía varias horas después. Así, la nula profesionalidad de la compañía de taxis nos ha salvado de una buena.
Los tres terroristas llegan al aeropuerto, se acercan a los mostradores de facturación, y dos de ellos profieren un berrido en árabe y ¡pum! vuelan, dejando catorce muertos y un número no exactamente determinado de heridos (las autoridades, belgas ellas, han dado todo tipo de cifras). El tercer terrorista suicida, que, además, parece ser el que iba más cargadito de dinamita, se escabulle y hoy es el día en que no se le ha encontrado aún. Los antecedentes de su colega Salah Abdeslán, otro terrorista suicida que sobrevivie a su propio atentado, apuntan a que igual está al lado mismo del aeropuerto, o charlando con los policías tranquilamente.
Las comparaciones son odiosas, pero todo indica que, si en lugar de estos cuatro pollos, hubiera habido cuatro tipos como Andreas Breivik, estaríamos hablando de una desgracia mucho mayor. Y no es islamofobia, líbreme Dios, que los terroristas de Madrid de 2004, o los de las Torres Gemelas en 2001, eran igual de musulmanes que estos figuras, pero se las arreglaron para hacer muchísimo más daño.
Pues sí. Uno se imagina al ministerio (o visirato, o como se diga) de Guerra Santa del Estado Islámico, concretamente la Dirección General de Ataques Suicidas a Infieles, y no me los imagino muy contentos, no.
- El califa está que trina, Abdul.
- Ya... pero, claro...
- Ya es el segundo ataque en que sobrevive nuestro guerrero ¿Qué clase de inmolación es ésa? ¡Estamos haciendo el ridículo!
- Es que... nos dijeron que sabían hacerlo... que lo harían bien...
- ¡Lárgate!
Abdul se larga, y el visir se queda pensativo.
"Ya sabía yo que contratando belgas íbamos a hacer una chapuza. Le dije que contratara alemanes, aunque fueran más caros."
Lo curioso es que el hecho de que esta sociedad rebose de gente despreocupada e irresponsable ha venido a jugar en su favor a la hora de sufrir un atentado terrorista como el de hace unos días. Lo que voy a escribir es un poco mala sombra (o muy mala sombra, vale), pero, en un país eficiente, los muertos no se contarían por decenas, sino por centenares y hasta por miles.
Tomemos Noruega. Yo no he estado nunca en Noruega, pero tiene imagen de país serio, donde la gente sabe lo que hace. El terrorista noruego por excelencia es Andreas Breivik, blanco y masón él, que además tiene el hándicap de que, al no ser suicida, su capacidad de perjudicar es menor. Pues este pollo (al que, obviamente, no quiero tener cerca) primero hace explotar una bomba en plena sede gubernamental en Oslo, con lo que mueren ocho personas. Acto seguido, sin cómplices ni nada parecido, se planta él solo armado con una pistola y un rifle en una isla donde están de campamento, ajenos a lo que se les viene encima, una colla de jóvenes sociatas, y se carga a 69 de ellos antes de ser detenido sin ofrecer resistencia. Productividad.
Y, ojo, el tío era -es- un aficionado y, por lo visto, hasta entonces no había matado ni una mosca. Pero se ve que sabía lo que hacía y estaba bien preparado. Vamos, lo que hizo fue una burrada, que quede claro, pero anda que no la hizo a conciencia.
Volvamos a Bruselas, más concretamente a Schaerbeek, y a la mañana del pasado 22 de marzo.
Tenemos a cuatro belgas, musulmanes ellos, y de origen moro, con una vasta disponibilidad de explosivos, hasta el punto de que su pisito de Schaerbeek estaría bajo el amparo de Santa Bárbara de no ser por su condición de mahometanos. Por si fuera poco, están tan convencidos de lo suyo que están decididos a perder la vida en el intento y, de hecho, su modus operandi no deja lugar a dudas sobre el poco futuro que les queda en este valle de lágrimas.
Uno de ellos toma el metro y vendrá a reventar en la estación de Maelbeek, como sabemos, llevándose por delante a veinte personas y dejando 106 heridos y una ciudad traumatizada hasta hoy.
Los otros tres tienen el aeropuerto de Bruselas-Zaventem, uno de los más importantes de Europa, como objetivo. No se les ocurre comprar o alquilar una furgoneta o una camioneta (total, serà per diners, teniendo en cuenta lo que les quedaba por disfrutar de la vida), sino que piden un taxi. Un taxi. De hecho, piden un taxi grande, un monovolumen, con el fin de meter más explosivos y armar una escabechina de categoría especial.
Aquí, los esbirros del Estado Islámico pinchan en hueso. La compañía de taxis es belga y, quizá por ello, quizá porque Dios es misericordioso (más que Alá, desde luego), el dependiente se equivoca y, en lugar de una furgoneta, envía a los turistas islámicos un taxi normalito, con el resultado de que la maleta más gorda no cabe de ninguna manera y los sarracenos se ven obligados a subirla de vuelta a su piso, donde la encontrará la policía varias horas después. Así, la nula profesionalidad de la compañía de taxis nos ha salvado de una buena.
Los tres terroristas llegan al aeropuerto, se acercan a los mostradores de facturación, y dos de ellos profieren un berrido en árabe y ¡pum! vuelan, dejando catorce muertos y un número no exactamente determinado de heridos (las autoridades, belgas ellas, han dado todo tipo de cifras). El tercer terrorista suicida, que, además, parece ser el que iba más cargadito de dinamita, se escabulle y hoy es el día en que no se le ha encontrado aún. Los antecedentes de su colega Salah Abdeslán, otro terrorista suicida que sobrevivie a su propio atentado, apuntan a que igual está al lado mismo del aeropuerto, o charlando con los policías tranquilamente.
Las comparaciones son odiosas, pero todo indica que, si en lugar de estos cuatro pollos, hubiera habido cuatro tipos como Andreas Breivik, estaríamos hablando de una desgracia mucho mayor. Y no es islamofobia, líbreme Dios, que los terroristas de Madrid de 2004, o los de las Torres Gemelas en 2001, eran igual de musulmanes que estos figuras, pero se las arreglaron para hacer muchísimo más daño.
Pues sí. Uno se imagina al ministerio (o visirato, o como se diga) de Guerra Santa del Estado Islámico, concretamente la Dirección General de Ataques Suicidas a Infieles, y no me los imagino muy contentos, no.
- El califa está que trina, Abdul.
- Ya... pero, claro...
- Ya es el segundo ataque en que sobrevive nuestro guerrero ¿Qué clase de inmolación es ésa? ¡Estamos haciendo el ridículo!
- Es que... nos dijeron que sabían hacerlo... que lo harían bien...
- ¡Lárgate!
Abdul se larga, y el visir se queda pensativo.
"Ya sabía yo que contratando belgas íbamos a hacer una chapuza. Le dije que contratara alemanes, aunque fueran más caros."