El español, en su casa y rodeado de los suyos, puede ser bastante prudente y medir sus palabras, que, aunque se las lleve el viento, quién sabe a dónde se las va a llevar y dónde van a quedar recogidas en estos tiempos de grabadoras y redes sociales. Ya sé que no todo el mundo es así y que hay gente incapaz de callarse y de soltar las mayores barbaridades en el lugar más inadecuado, pero eso es relativamente poco frecuente y no hay que tomarlo como regla general.
En el extranjero, sin embargo, las cosas cambian. En el extranjero, los españoles somos mucho más desinhibidos que en casa. Contamos con que la gente no nos entiende y que, aunque nuestros interlocutores (o simples oyentes) hayan estudiado español, somos tan endiabladamente rápidos al hablar que no se enterarán de la misa la media. Así que somos capaces de soltar cuatro frescas con cierta garantía de impunidad.
En Rusia, por ejemplo, incluso en Moscú, tú ibas por la calle con otro español y podías estar despotricando de los rusos, de las rusas, del país y de lo mal que estaba todo montado, en la confianza de que ya no había ningún agente de la KGB siguiéndote y que lo que dijeras no te iba a suponer ningún disgusto en forma, por ejemplo, de expulsión del país o, lo que es peor, de corte de la calefacción. A veces te podías llevar algún disgusto, como cuando Roberto y yo estábamos comiendo en un restaurante regido por un jefe de aspecto oriental, y estaban tardando un poco en traernos la comida.
- A ver si el p*t* chino se da un poco de prisa, j*d*r - manifestó Roberto sus deseos en el académico castellano que solía utilizar.
El aludido giró la cabeza y no dijo una palabra, pero, cuando nos trajo finalmente la comida, añadió una disculpa.
- Perdonen por el retraso. Es que tenemos un cocinero enfermo.
Lo dijo en un castellano prácticamente perfecto. Luego supimos que lo había estado estudiando varios años y que varios de sus compañeros eran cubanos. Roberto asumió la metedura de pata, tragó saliva y allí no pasó nada.
En Bélgica, hablar castellano no garantiza la impunidad de lo que digas tanto como en Rusia. No es que mucha gente hable castellano, que también, sino que Bélgica en general, y Bruselas en particular, está trufada de hispanohablantes en general, y de españoles en particular, y algunos están muy mimetizados con el ambiente y disimulan cosa mala lo que son. Tienen un peligro que pá' qué.
Sin embargo, los pardillos imprudentes no escasean, y eso que una parte de la fauna española que puebla los otrora Países Bajos Españoles son políticos bragados en un montón de batallas, que dan la cara ante la prensa y sus contrincantes y que no tienen nada que aprender en lo tocante a astucias y navajazos varios.
El otro día, sin ir más lejos, estaba en el tren volviendo tranquilamente a Bruselas y enfrascado en mis estudios y elucubraciones, cuando oí algo de revuelo en el vagón en el que me encontraba. Por pura casualidad, me había sentado justo al lado del espacio del vagón adecuado para minusválidos. Normalmente, a falta de minusválidos, discapacitados, tullidos, o como quiera que se hagan llamar ahora, el espacio en cuestión se queda vacío y es ocupado por las maletas de quienes son demasiado perezosos para levantarlas y situarlas en los compartimentos superiores.
En esta ocasión, sin embargo, no fue así. Los encargados del tren retiraron las maletas y, poco después, introdujeron en el vagón y colocaron en el espacio en cuestión una silla de ruedas, ocupada por un hombre de entre treinta y cuarenta años, aunque su edad era bastante difícil de precisar, de cuerpo muy pequeño y movimientos lentos, cabeza apoyada en un reposacabezas y que, en general, tenía un aspecto poco corriente. Yo giré la cabeza y reconocí a un político español cuyo nombre no citaré por respeto al tradicional anonimato que rige sin excepciones en esta bitácora, pero cuya bitácora, a su vez, creo recordar que había sido seguida con regularidad por uno de los lectores que tienen (o tenían, vaya usted a saber) estas pantallas.
El tal político discapacitado fue situado, pues, en el lugar oportuno, y frente a él se situó su esposa, que hablaba con acento sudamericano. A su lado se sentó el que probablemente era su ayudante, o un asistente. El político despidió a los encargados del tren en un francés más que correcto, y el tren partió poco después.
Yo, que no voy buscando la compañía de los poderosos, por muy al lado que los tenga, seguí escribiendo un informe que tenía que presentar al día siguiente, haciendo caso omiso de su presencia. Y ellos, el político y sus compañeros, que no creyeron que a su lado hubiera nadie que entendiera el español, empezaron a hablar a sus anchas.
El lector avezado, y desde luego quienes hayan identificado a nuestro personaje a pesar de mis denodados esfuerzos por preservar su anonimato, ya sabrá que el susodicho político pertenece a un partido político que obtuvo un notable éxito en las últimas elecciones europeas, y que se ha hecho muy conocido en España al situarlo varios sondeos como posible lista más votada si las elecciones a Cortes Generales se celebraran hoy.
Así las cosas, mi informe iba avanzando con bastante rapidez, y yo no pude evitar poner la oreja y escuchar la conversación de quien, de hacer caso a los sondeos, de aquí a poco va a ocupar un cargo de altísima responsabilidad en el que, a pesar de todos los años que llevo dando tumbos por esos mundos, no dejará nunca de ser mi país.
La conversación, en realidad, fue lo que los anglosajones llaman un brainstorming, y los españoles debemos llamar tormenta (o lluvia) de ideas, pero desgraciadamente también terminamos por llamar brainstorming. Al parecer, el partido político al que pertence nuestro personaje estaba dilucidando el eslogan que iban a utilizar en alguna próxima campaña electoral, de las que en España vamos a estar sobrados en el año que comienza dentro de unos días.
La conclusión a la que llegué es que nuestro personaje, que no es tonto, es difícil de contentar con cualquier cosa. Es bastante exigente y entiendo que hace bien, porque para ello cobra. Llegué a otra conclusión, y es que nuestro personaje realmente cree lo que piensa, lo cual es digno de aplauso, desde luego, pero, dependiendo de lo que piense, puede tener su punto de peligro. Por ejemplo:
- El eslogan podría ser "El año de la decencia." - le sugirió su asistente.
- Bueno, vale, -dijo el político- pero eso de la decencia es algo muy peligroso. Porque, ¿quién define lo que es la decencia? Si la decencia es lo que dice la Biblia, entonces eso no vale. La decencia tiene que ser algo que definamos nosotros.
Es poco probable que nuestro político haya leído la Biblia, en la que desde luego no hay ninguna definición de nada, y tampoco de decencia. Sin embargo, esa forma de razonar me lleva a una tercera conclusión, lamentablemente hegemónica en cualquiera que sea (o más bien se considere) de izquierdas en España, y que nuestro personaje, y sus compañeros de partido, tienen algo en contra de la Religión. Mejor dicho, tienen algo en contra del Cristianismo, porque religión tienen, y todo indican que lo que pretenden es reemplazar la actual por una en la que las normas morales - y la decencia - sean definidas por ellos.
Quizá ellos crean ser originales, pero la verdad es que si realmente hubieran leído (y entendido) la Biblia, ya se darían cuenta de que precisamente eso, definir qué está bien y qué está mal, es la prerrogativa de Dios, y que pretender imponer su propia definición supone, lo llamen como lo llamen, sustituir a Dios, lo cual precisamente, es la tentación con la cual la serpiente engañó a Eva.
Si ya desde el Génesis esto es así, tenemos, sin remontarnos a tanto, que la pretensión de toda Revolución es sustituir las normas morales y el sistema de valores imperantes por los propios. Los jacobinos franceses lo hicieron, y hasta cambiaron el calendario; y de los bolcheviques mejor no digo mucho.
El problema no es sólo el cambio en el sistema de valores, que también, sino que los revolucionarios (y estos chicos son herederos de los revolucionarios) no suelen ser muy respetuosos con los disidentes. Los tormentos más espantosos del Antiguo Régimen son cosquillas en la planta de los pies, comparados con los genocidios que, en nombre del progreso, ha padecido la Humanidad en los últimos dos siglos largos.
Es posible que quien lea esto opine que no hay para tanto, y que en las circunstancias actuales no es concebible que se repitan los horrores de otras fechas. Es más, dirán, el propio partido político al que pertenece el protagonista de estas líneas ha moderado notablemente su discurso, y el programa finalmente aprobado en su congreso fundacional está muy lejos de las medidas que propugnaban en el programa con el cual se presentaron a las elecciones europeas.
Puede. Ojalá. Pero no me lo creo ni un poquito y, si no, podemos seguir escuchando a nuestro político, fuera de micrófono e ignorante de que un disimulado compatriota, metro y medio más allá de su silla de ruedas, y aparentemente concentrado en sus asuntos, no perdía ripio de la tormenta de ideas que el político y su asistente estaban desarrollando.
- ¿Y si, en vez de El año de la decencia, ponemos El año que recuperaste la dignidad? - espetó el asistente.
- Puede ser, puede ser... - dijo el político.
Tras una breve meditación, prosiguió con éstas, o muy parecidas, palabras:
- Mira, para mí, en nuestro programa, lo más importante es apoyar a las personas que están durmiendo debajo de un puente. Eso que decimos tanto, de la democracia directa y todo eso, para mí es muy secundario. Lo importante es apoyar a los marginados.
Lenin podría haber dicho estas palabras y, de hecho, estoy prácticamente seguro de que las dijo en algún momento, porque, una vez más, lo que dice nuestro héroe tiene muy poco de original. Es una perífrasis de uno de los principios más diabólicos (y, lamentablemente, más en uso) que se aplican desde que el mundo el mundo: El fin justifica los medios. La formulación clásica de este principio es la de Maquiavelo, pero tras él lo han seguido todos los filántropos que, para alcanzar un fin admisiblemente bueno, no dudan en romper todos los huevos que hagan falta, aunque en el camino causen más perjuicio que el bien que van a hacer.
Indudablemente, apoyar a los marginados está muy bien. Así lo hiciéramos todos, porras. El problema es que un revolucionario no duda en pasar por encima de lo que sea para conseguirlo. Si hay que renunciar a la democracia directa, se renuncia; si hay que extender la pobreza y dar caña a los ricos y potentados, se hace; si hay que hacer creer al votante que no somos tan malos y que nosotros mismos creemos que nuestro programa de mayo era una exgeración, se hace ¿Por qué no? Decir la verdad es mucho menos importante que el fin último.
Los maestros están ahí para guiarnos. Lenin es el auténtico prototipo de revolucionario de manual, y éstos lo siguen a pies juntillas, con sólo ligeros cambios cosméticos. Todo el poder a los sóviets (soy consciente de que 'sóviet' sólo quiere decir 'consejo' en ruso, cosa que suena mucho más inofensiva) casa estupendamente con el papel de los 'círculos', con tal de sustituir una palabra por otra. Es más, la palabra, 'círculos', en España, y aún hoy, es la típica organización... del carlismo, no precisamente del bolchevismo.
Rebajar el programa de máximos es otra maniobra típicamente leninista. Lenin, un tío con una flexibilidad táctica increíble, se tragó durante varios años sus principios y lanzó la NEP, que él debía considerar un sistema asquerosamente capitalista, con tal de salvar los muebles y sobrevivir. Pero, en cuanto fue posible, la NEP se fue a hacer gárgaras y comenzaron las purgas en gran escala.
Yo no es que sea el que el corre más peligro si estos chicos llegan al gobierno, pero, en cuanto alguno de ellos diga ante un contratiempo Dos pasos adelante, un paso atrás o la no menos clásica Libertad, ¿para qué?, más vale prepararse para lo peor.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
domingo, 28 de diciembre de 2014
jueves, 25 de diciembre de 2014
Feliz Navidad
Eso que vaya por delante. No sé si queda algún lector, después del ritmo tremendamente parsimonioso que estoy llevando en los últimos meses, pero, si queda algún lector, le deseo una feliz Navidad. Que piense en por qué estamos haciendo esto, y en cuál es el motivo que nos mueve a juntarnos todos por estas fechas y cantar villancicos, el que lo haga.
El ritmo parsimonioso de la bitácora tiene mucho que ver, o así lo quiero ver, con mi adaptación a Bélgica. Los belgas son de natural parsimonioso. Muy relajado. Los belgas no se dan prisa en hacer las cosas, e ir contra corriente e intentar darse prisa uno mismo no lleva a más que a la amargura y a un montón de disgustos, así que lo mejor es dejarse llevar y, si el señor del concesionario, por ejemplo, dice que tarda cuatro meses en traerte el coche que supuestamente tiene en stock, lo aceptas y no haces preguntas fuera de lugar. De hecho, casi cualquier pregunta está fuera de lugar.
- ¿El coche? Ahora estamos en octubre, con lo cual normalmente lo tendrá hacia el 15 de enero. Venga entonces.
- Qué bien ¿Por la mañana o por la tarde?
Y así sucesivamente. Bélgica está como está porque la gente no se toma el país muy en serio, ni se apura. Esta tendencia no puede menos que reflejarse en la bitácora. Después de todo, técnicamente ya no es una bitácora rusa, aunque sigo mirando de reojo lo que sucede por allá, sino una bitácora belga. Así que vamos a vivir la vida caribeña y no nos hagamos mala sangre.
Y quién sabe. A lo mejor el motivo de la escasez de entradas, que no de temas sobre los que escribir, es que últimamente no le puedo dedicar mucho tiempo a asuntos (y la bitácora es uno de ellos) que no tienen que ver con mis obligaciones en sentido estricto. De manera que podría ser que en el futuro, ojalá, comience a tener algo de tiempo libre y pueda dedicarlo a escribir en la lengua que controlo más, que es, precisamente, ésta en la que está escita la bitácora, aunque mi profesión me obliga a escribir en otras tres, en las que estoy mejorando muchísimo a la fuerza, pero en las que siempre me desenvolveré peor.
Entretanto, laus Deo y seguiremos escribiendo ad maiorem Dei gloriam.
viernes, 12 de diciembre de 2014
Y más huelgas
En Bélgica seguimos de huelga. El lunes hubo huelga de transportes, ayer huelga de no sé muy bien qué, pero hubo lío, y el lunes que viene, día 15, es la madre de todas las huelgas, una huelga general que promete paralizar el país. A mí no me debería afectar demasiado, porque precisamente el lunes me iba de viaje de trabajo a Alsacia, pero parece que no va a ser sencillo desplazarse. Yo, que suelo hacerlo en tren, no podré hacerlo en esta ocasión, porque los maquinistas y controladores ferroviarios son dos de los colectivos más ferozmente sindicalizados, y no creo que hagan ni los servicios mínimos, suponiendo que tal cosa exista.
La alternativa hubiera sido el autobús. Alguno se fletó desde el trabajo para apañarse con esto, pero el lunes pasado, en el ensayo de la huelga, resultó que los huelguistas no se conforman con no trabajar ellos, sino que no soportan que alguien lo haga, y montaron piquetes. En España, por lo menos, tienen la prudencia de llamarlos 'informativos', cuya función es la de informar a los trabajadores de los motivos que les conducen a la huelga. Vale, ya que, más que informativos, los piquetes son 'persuasivos', pero al menos disimulan.
Aquí, ni eso.
Aquí, los piquetes ni siquiera guardan las apariencias y hacen ver que se dedican a informar a los potenciales esquiroles. Ni cortos ni perezosos, los piquetes se pusieron a cortar calles por aquí y por allá. En España, quiero pensar que a quien obrara así la Guardia Civil lo metería en vereda con un par de collejas, y despejaría la calle para que los esquiroles pudieran serlo; en cambio, en Bélgica las barreras cortan las calles hasta que los comandos se van porque tienen hambre, sed o frío, pero nunca porque las fuerzas del orden les evacúen. Eso sí que no. Aún está por confirmar que no sean las propias fuerzas del orden quienes les traigan unas mantitas para que se abriguen y puedan aguantar más tiempo a la intemperie.
Luego, cuando van al Sur, nos miran con desdén, como si ellos fueran la quintaesencia de la civilización.
Tanta huelga me hace recordar con cierta nostalgia la que estuve a punto de protagonizar en Rusia ¿Cómo? ¿Una huelga en Rusia, el paraíso proletario? Sí, porque lo del paraíso proletario ya quedó desmentido desde hace bastante tiempo, y porque mi patrón no era ruso, sino español, aunque con delegación en Rusia.
De buenas a primeras, nuestro empleador, que nos pagaba en dólares americanos, como tantísima gente lo hacía entonces (y posiblemente estén volviendo a hacer en estos días), decidió por su cuenta y riesgo, y a despecho de lo que pusiera en los contratos de trabajo del personal, cambiar la divisa de pago y pagarnos en euros. Hoy el euro está razonablemente consolidado, pero, en aquellos tiempos remotos, era una divisa incierta y de tipo de cambio inconstante, que en Rusia nadie se tomaba muy en serio. Además, nuestro empleador fijó el tipo de cambio que le dio la gana, no el que nosotros hubiéramos querido, que también era el que nos daba la gana, pero a nuestro favor. En fin, no voy a decir que nos moviéramos por la Justicia y la Verdad, que eso sería de lo más hipócrita. Lo que queríamos era cobrar lo más posible.
Sea como fuere, nuestros contratos estaban en dólares, y punto. Se montó algo de alboroto entre el personal, y se decidió votar una comisión paritaria. Era totalmente paritaria, tanto por nacionalidad (dos españoles y dos rusas) como por sexo (dos españolEs y dos rusAs).
De momento, los primeros pasos fueron sencillos. Solicitamos una entrevista con el jefe de la delegación y le dijimos que habíamos oído campanas y que estábamos moscas. El jefe de la delegación nos doró la píldora, nos mostró su enorme solidaridad y nos dijo que él no tomaba esas decisiones. Le faltó decir que no le pagaban para pensar, pero, bien mirado, no había falta que insistiera mucho sobre ese punto. Ya lo habíamos comprendido desde mucho tiempo antes.
Enviamos una carta de protesta a la sede central, allá por Madrid, firmada por la totalidad del personal. Ni puñetero caso.
Envíamos una segunda nota, amenazando con pasar a mayores. Corrió la suerte de la primera. Finalmente, nos enviaron una nota de respuesta redactada por algún ch*l*p*t* en la que el redactor se salía por la tangente con un arte notabilísimo y nos venía a recomendar abrir mucho la boca para tragarnos el cambio de divisa y un litro de ricino que nos metieran, y se reía abiertamente de lo que pudiéramos hacer.
De los cuatro delegados de la comisión, el tipo que más metido estaba en cuestiones jurídicas era quien redacta estas líneas. Según la legislación española, lo suyo era montar un conflicto colectivo y, si la jefatura se seguía haciendo la sorda, negociación, huelga en su caso... nada que no hayamos visto. Evidentemente, nada de silicona en la cerradura, que nosotros éramos más civilizados que los mastuerzos que hacen huelga por aquí.
Y, según la legislación rusa... ay, madre.
La legislación rusa era otra cosa, pero su descripción quedará para la próxima entrada, porque ahora tengo que preparar la boina y el trabuco para medirme a los piquetes que el lunes no van a dejarme fácilmente ir de trabajar, mire usted qué cosa, y que probablemente van a bloquear las salidas de Bruselas en cualquier dirección, Alsacia incluida.
La alternativa hubiera sido el autobús. Alguno se fletó desde el trabajo para apañarse con esto, pero el lunes pasado, en el ensayo de la huelga, resultó que los huelguistas no se conforman con no trabajar ellos, sino que no soportan que alguien lo haga, y montaron piquetes. En España, por lo menos, tienen la prudencia de llamarlos 'informativos', cuya función es la de informar a los trabajadores de los motivos que les conducen a la huelga. Vale, ya que, más que informativos, los piquetes son 'persuasivos', pero al menos disimulan.
Aquí, ni eso.
Aquí, los piquetes ni siquiera guardan las apariencias y hacen ver que se dedican a informar a los potenciales esquiroles. Ni cortos ni perezosos, los piquetes se pusieron a cortar calles por aquí y por allá. En España, quiero pensar que a quien obrara así la Guardia Civil lo metería en vereda con un par de collejas, y despejaría la calle para que los esquiroles pudieran serlo; en cambio, en Bélgica las barreras cortan las calles hasta que los comandos se van porque tienen hambre, sed o frío, pero nunca porque las fuerzas del orden les evacúen. Eso sí que no. Aún está por confirmar que no sean las propias fuerzas del orden quienes les traigan unas mantitas para que se abriguen y puedan aguantar más tiempo a la intemperie.
Luego, cuando van al Sur, nos miran con desdén, como si ellos fueran la quintaesencia de la civilización.
Tanta huelga me hace recordar con cierta nostalgia la que estuve a punto de protagonizar en Rusia ¿Cómo? ¿Una huelga en Rusia, el paraíso proletario? Sí, porque lo del paraíso proletario ya quedó desmentido desde hace bastante tiempo, y porque mi patrón no era ruso, sino español, aunque con delegación en Rusia.
De buenas a primeras, nuestro empleador, que nos pagaba en dólares americanos, como tantísima gente lo hacía entonces (y posiblemente estén volviendo a hacer en estos días), decidió por su cuenta y riesgo, y a despecho de lo que pusiera en los contratos de trabajo del personal, cambiar la divisa de pago y pagarnos en euros. Hoy el euro está razonablemente consolidado, pero, en aquellos tiempos remotos, era una divisa incierta y de tipo de cambio inconstante, que en Rusia nadie se tomaba muy en serio. Además, nuestro empleador fijó el tipo de cambio que le dio la gana, no el que nosotros hubiéramos querido, que también era el que nos daba la gana, pero a nuestro favor. En fin, no voy a decir que nos moviéramos por la Justicia y la Verdad, que eso sería de lo más hipócrita. Lo que queríamos era cobrar lo más posible.
Sea como fuere, nuestros contratos estaban en dólares, y punto. Se montó algo de alboroto entre el personal, y se decidió votar una comisión paritaria. Era totalmente paritaria, tanto por nacionalidad (dos españoles y dos rusas) como por sexo (dos españolEs y dos rusAs).
De momento, los primeros pasos fueron sencillos. Solicitamos una entrevista con el jefe de la delegación y le dijimos que habíamos oído campanas y que estábamos moscas. El jefe de la delegación nos doró la píldora, nos mostró su enorme solidaridad y nos dijo que él no tomaba esas decisiones. Le faltó decir que no le pagaban para pensar, pero, bien mirado, no había falta que insistiera mucho sobre ese punto. Ya lo habíamos comprendido desde mucho tiempo antes.
Enviamos una carta de protesta a la sede central, allá por Madrid, firmada por la totalidad del personal. Ni puñetero caso.
Envíamos una segunda nota, amenazando con pasar a mayores. Corrió la suerte de la primera. Finalmente, nos enviaron una nota de respuesta redactada por algún ch*l*p*t* en la que el redactor se salía por la tangente con un arte notabilísimo y nos venía a recomendar abrir mucho la boca para tragarnos el cambio de divisa y un litro de ricino que nos metieran, y se reía abiertamente de lo que pudiéramos hacer.
De los cuatro delegados de la comisión, el tipo que más metido estaba en cuestiones jurídicas era quien redacta estas líneas. Según la legislación española, lo suyo era montar un conflicto colectivo y, si la jefatura se seguía haciendo la sorda, negociación, huelga en su caso... nada que no hayamos visto. Evidentemente, nada de silicona en la cerradura, que nosotros éramos más civilizados que los mastuerzos que hacen huelga por aquí.
Y, según la legislación rusa... ay, madre.
La legislación rusa era otra cosa, pero su descripción quedará para la próxima entrada, porque ahora tengo que preparar la boina y el trabuco para medirme a los piquetes que el lunes no van a dejarme fácilmente ir de trabajar, mire usted qué cosa, y que probablemente van a bloquear las salidas de Bruselas en cualquier dirección, Alsacia incluida.
lunes, 8 de diciembre de 2014
Huelgas
En Bélgica se han declarado varias jornadas de huelga de aquí a fin de año. Después de un tiempo récord de sólo cuatro meses de nada tras las elecciones, los tropecientos partidos flamencos y valones, que no belgas, han conseguido pergeñar una coalición y formar un gobierno en el que no están los socialistas de ningún sitio. Ahora el gobierno belga es una coalición de distintos partidos liberales y sedicentes democristianos.
Pocas semanas tras subir al poder, y supongo que tras llevarse las manos a la cabeza por las perspectivas que se venían encima, el gobierno belga (habrá que llamarlo así) ha empezado a tomar medidas de reforma, lo que el vulgo en España llama recortes, y la más llamativa es el aumento de la edad de jubilación, pero hay más. Como en España, la natalidad del país está nutrida principalmente por los emigrantes, en este caso más sarracenos que hispanoamericanos, y los europeos que viven por aquí tienen los hijos justos y, a efectos de pervivencia del sistema de pensiones, muchos menos de los justos.
Nada, pues, que no nos suene en España. En España ha habido bastante más recortes, supongo que porque quien lleva la sartén por el mango es el gobierno central, mientras que en Bélgica el gobierno central tiene competencias bastante reducidas, pero las de seguridad social las conserva, y ahí, ¡hala!, tijeretazo que te crio.
En España recuerdo que hubo una o dos huelgas generales. La primera le tocó a Zapatero y la segunda a Rajoy. Recuerdo que el seguimiento fue modesto y que el país no quedó paralizado ni mucho menos. De hecho, tengo la impresión de que el gobierno valenciano, en alguna de las convocatorias que se produjeron, prefería que el seguimiento hubiera sido masivo, para ahorrar más en salarios de funcionarios. Al final, la gente hacía cuentas y pasaba de hacer huelgas, porque las cajas de resistencia son sólo para los sindicalistas, de los que en España apenas hay alguno, y no está el horno para bollos, ni para que te vayan descontando días de salario. Así que a agachar la cabeza y a currar, que hay que sacar adelante el país.
En cambio, en Bélgica, país con un alto nivel adquisitivo, la peña hace huelga. Desde que estoy aquí ya he visto unas cuantas, incluso a nivel de empresa, y los sindicatos han convocado huelgas de transporte todos los lunes hasta el 15 de diciembre, en que lo que hay convocada es una huelga general. El lunes pasado paralizaron la red ferroviaria, hoy lo están haciendo y el 15, además (porque lo de la red ferroviaria se da por hecho), quieren hacer lo propio con el aeropuerto de Zaventem.
La cosa es curiosa, porque los sindicatos, al menos las bandas con las que me he ido cruzando estos días, piden unos servicios públicos de calidad, igual que pasa en España. La verdad es que cualquier espectador desapasionado, y yo me considero desapasionado, se da cuenta de que la calidad de los servicios belgas es mediocre, con independencia de que sean públicos, privados, tirios o troyanos. Se da cuenta, además, de que no es sólo que sean mediocres, sino que, por si fuera poco, son carísimos, y que los servicios públicos son prestados por una administración hinchadísima y voraz, que vomita regulaciones a diestro y siniestro (en alguna de las próximas entradas veremos algo de esto) y que crucifica al administrado a fuerza de impuestos, porque esto hay que mantenerlo como sea.
Vamos, que Bélgica es el país de la desgana. Es uno de los pocos países del mundo para quienes el colonialismo fue una empresa económicamente beneficiosa, porque la mayoría de los demás no salieron ganando gran cosa, de modo que a bastante gente el dinero no es que le salga de las orejas, vale, pero hambre no pasan. Dedicarse a servir, que es lo que tienen los servicios, es algo bastante desagradable, cuando no directamente humillante. Tanto que se habla de los defectos de los españoles en el Siglo de Oro, y de que nadie quería desempeñar oficios serviles, y he aquí que nos vemos en las mismas en el siglo XXI y en el que era, en tiempos del Siglo de Oro español, el país más laborioso de Europa. Vivir para ver.
Entretanto estamos de huelga, algo que para mí es una novedad, porque en el paraíso de los trabajadores en el que he pasado la casi totalidad de mi vida laboral ni el más iluso se planteó la posibilidad de hacer huelga, aunque es cierto que una vez hubo un amago de hacerla, y hasta recuerdo haber tenido algún protagonismo en el amago.
Pero la narración de eso será mejor dejarla para otro día, porque hoy el tiempo apremio. Bueno, como notará quien siga la bitácora y se dé cuenta de que apenas hay actualizaciones, el tiempo apremia muchísimo más que hace unos años, pero hoy lo hace en particular.
Pocas semanas tras subir al poder, y supongo que tras llevarse las manos a la cabeza por las perspectivas que se venían encima, el gobierno belga (habrá que llamarlo así) ha empezado a tomar medidas de reforma, lo que el vulgo en España llama recortes, y la más llamativa es el aumento de la edad de jubilación, pero hay más. Como en España, la natalidad del país está nutrida principalmente por los emigrantes, en este caso más sarracenos que hispanoamericanos, y los europeos que viven por aquí tienen los hijos justos y, a efectos de pervivencia del sistema de pensiones, muchos menos de los justos.
Nada, pues, que no nos suene en España. En España ha habido bastante más recortes, supongo que porque quien lleva la sartén por el mango es el gobierno central, mientras que en Bélgica el gobierno central tiene competencias bastante reducidas, pero las de seguridad social las conserva, y ahí, ¡hala!, tijeretazo que te crio.
En España recuerdo que hubo una o dos huelgas generales. La primera le tocó a Zapatero y la segunda a Rajoy. Recuerdo que el seguimiento fue modesto y que el país no quedó paralizado ni mucho menos. De hecho, tengo la impresión de que el gobierno valenciano, en alguna de las convocatorias que se produjeron, prefería que el seguimiento hubiera sido masivo, para ahorrar más en salarios de funcionarios. Al final, la gente hacía cuentas y pasaba de hacer huelgas, porque las cajas de resistencia son sólo para los sindicalistas, de los que en España apenas hay alguno, y no está el horno para bollos, ni para que te vayan descontando días de salario. Así que a agachar la cabeza y a currar, que hay que sacar adelante el país.
En cambio, en Bélgica, país con un alto nivel adquisitivo, la peña hace huelga. Desde que estoy aquí ya he visto unas cuantas, incluso a nivel de empresa, y los sindicatos han convocado huelgas de transporte todos los lunes hasta el 15 de diciembre, en que lo que hay convocada es una huelga general. El lunes pasado paralizaron la red ferroviaria, hoy lo están haciendo y el 15, además (porque lo de la red ferroviaria se da por hecho), quieren hacer lo propio con el aeropuerto de Zaventem.
La cosa es curiosa, porque los sindicatos, al menos las bandas con las que me he ido cruzando estos días, piden unos servicios públicos de calidad, igual que pasa en España. La verdad es que cualquier espectador desapasionado, y yo me considero desapasionado, se da cuenta de que la calidad de los servicios belgas es mediocre, con independencia de que sean públicos, privados, tirios o troyanos. Se da cuenta, además, de que no es sólo que sean mediocres, sino que, por si fuera poco, son carísimos, y que los servicios públicos son prestados por una administración hinchadísima y voraz, que vomita regulaciones a diestro y siniestro (en alguna de las próximas entradas veremos algo de esto) y que crucifica al administrado a fuerza de impuestos, porque esto hay que mantenerlo como sea.
Vamos, que Bélgica es el país de la desgana. Es uno de los pocos países del mundo para quienes el colonialismo fue una empresa económicamente beneficiosa, porque la mayoría de los demás no salieron ganando gran cosa, de modo que a bastante gente el dinero no es que le salga de las orejas, vale, pero hambre no pasan. Dedicarse a servir, que es lo que tienen los servicios, es algo bastante desagradable, cuando no directamente humillante. Tanto que se habla de los defectos de los españoles en el Siglo de Oro, y de que nadie quería desempeñar oficios serviles, y he aquí que nos vemos en las mismas en el siglo XXI y en el que era, en tiempos del Siglo de Oro español, el país más laborioso de Europa. Vivir para ver.
Entretanto estamos de huelga, algo que para mí es una novedad, porque en el paraíso de los trabajadores en el que he pasado la casi totalidad de mi vida laboral ni el más iluso se planteó la posibilidad de hacer huelga, aunque es cierto que una vez hubo un amago de hacerla, y hasta recuerdo haber tenido algún protagonismo en el amago.
Pero la narración de eso será mejor dejarla para otro día, porque hoy el tiempo apremio. Bueno, como notará quien siga la bitácora y se dé cuenta de que apenas hay actualizaciones, el tiempo apremia muchísimo más que hace unos años, pero hoy lo hace en particular.
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Oído musical
Hace años, Ame era la estrella invitada habitual de esta bitácora, pero entretanto ha sido desplazado sin misericordia por su hermana mayor Abi, que apenas hay día que no suelte alguna perla digna de figurar en estas pantallas.
Abi es violinista desde los siete años. Apenas sabía hablar, y ya le atraía el asunto ése de la música.
- Yo quiero tocar un instrumento - decía, o más bien balbucía, a sus tres años.
- Ah, ¿si? ¿Y cuál? - preguntábamos - ¿El piano? ¿El triángulo?
- Yo quiero tocar la guitarra de palito.
Un momento de reflexión... aaaaahhhh... un violín. La guitarra de palito, qué bueno.
- Eso.
En cuanto fue posible, y aprovechando que en Moscú hay casi más escuelas de música que comisiones falleras en Valencia, metimos a Abi y a sus hermanos a una escuela de música. Sus hermanos iban a regañadientes, y aprendían el piano; Abi iba encantada, aprendía a tocar el violín y, como oído musical tiene todo el que haga falta, el solfeo lo domina sin problema alguno. Al dejar Moscú, sus hermanos dejaron la música, pero Abi no. Abi sigue con el violín, con el piano y está en una orquesta.
Lo que no tiene Abi es una cama decente. Tiene algo así como un somier plantado en el suelo con un colchón de cuerpo y medio encima. No es que no queramos comprarle una cama en condiciones, pero, como estamos alquilados y siempre pendientes de la próxima mudanza, tampoco queremos complicarnos la vida demasiado. Abi, que lo de las mudanzas y sus complicaciones parece no haberlo sufrido ni esperar padecerlo, ilusa ella, quiere una litera de cuerpo y medio que, según mis cálculos, apenas le cabría en su habitación habitual si quiere abrir la puerta. Yo no me opongo a lo de la litera, pero le digo que con una de un cuerpo va que arde, que ésa sí que le cabría.
Estuvimos en esa tienda de muebles que ya ha salido alguna vez en la bitácora, pero Abi seguía con dudas.
- Es que la que me dices es metálica.
- ¿Y qué?
- Que chirría un poco.
- ¿Y te molesta?
- Lo que me molesta es que no chirría en una nota.
- Eh... ¿en una nota?
- Sí. Si fuera un chirrido en mi, o en sol, pues vale, pero no: ni siquiera es un bemol. Y no quiero dormir en una cama que desafina al chirriar.
- Emmm... no sé. Igual le podemos decir al encargado que ajuste el chirrido. Que afine la cama, vamos.
- ¿Se puede?
No. Va a ser que no.
Abi es violinista desde los siete años. Apenas sabía hablar, y ya le atraía el asunto ése de la música.
- Yo quiero tocar un instrumento - decía, o más bien balbucía, a sus tres años.
- Ah, ¿si? ¿Y cuál? - preguntábamos - ¿El piano? ¿El triángulo?
- Yo quiero tocar la guitarra de palito.
Un momento de reflexión... aaaaahhhh... un violín. La guitarra de palito, qué bueno.
- Eso.
En cuanto fue posible, y aprovechando que en Moscú hay casi más escuelas de música que comisiones falleras en Valencia, metimos a Abi y a sus hermanos a una escuela de música. Sus hermanos iban a regañadientes, y aprendían el piano; Abi iba encantada, aprendía a tocar el violín y, como oído musical tiene todo el que haga falta, el solfeo lo domina sin problema alguno. Al dejar Moscú, sus hermanos dejaron la música, pero Abi no. Abi sigue con el violín, con el piano y está en una orquesta.
Lo que no tiene Abi es una cama decente. Tiene algo así como un somier plantado en el suelo con un colchón de cuerpo y medio encima. No es que no queramos comprarle una cama en condiciones, pero, como estamos alquilados y siempre pendientes de la próxima mudanza, tampoco queremos complicarnos la vida demasiado. Abi, que lo de las mudanzas y sus complicaciones parece no haberlo sufrido ni esperar padecerlo, ilusa ella, quiere una litera de cuerpo y medio que, según mis cálculos, apenas le cabría en su habitación habitual si quiere abrir la puerta. Yo no me opongo a lo de la litera, pero le digo que con una de un cuerpo va que arde, que ésa sí que le cabría.
Estuvimos en esa tienda de muebles que ya ha salido alguna vez en la bitácora, pero Abi seguía con dudas.
- Es que la que me dices es metálica.
- ¿Y qué?
- Que chirría un poco.
- ¿Y te molesta?
- Lo que me molesta es que no chirría en una nota.
- Eh... ¿en una nota?
- Sí. Si fuera un chirrido en mi, o en sol, pues vale, pero no: ni siquiera es un bemol. Y no quiero dormir en una cama que desafina al chirriar.
- Emmm... no sé. Igual le podemos decir al encargado que ajuste el chirrido. Que afine la cama, vamos.
- ¿Se puede?
No. Va a ser que no.
sábado, 8 de noviembre de 2014
El último pique
Bruselas está en los Países Bajos, pero uno recorre su planta urbana y pronto cae en la cuenta de que no es lo mismo 'bajo' que 'llano'. Efectivamente, el relieve de Bruselas está trufado de cuestas, algunas muy empinadas, y de rompepiernas constantes, hasta el punto de que bien se puede decir que no hay un metro llano. Mi trayecto de casa al trabajo es básicamente descendente, salvo una cuesta hacia el final, en Matongé, y naturalmente, y eso lo hemos supuesto enseguida, el retorno a casa es una subida con rampas más o menos duras que ponen a prueba la musculatura y las articulaciones de quienes las afrontamos en bicicleta. Qué lejos están los felices días juveniles de Valencia.
El ciclista urbano en Bruselas tiene muy poco que ver con el equivalente en España. Hay, sí, el jovenzuelo mochilero y la estudiante que trabaja a tiempo parcial, o el profesional recién licenciado, o recién llegado, que alquila un piso en el centro y que, mientras ahorra para la entrada de una vivienda en propiedad, tiene unas necesidades de desplazamiento que cubrir y no hay nada mejor que la bicicleta para satisfacerlas.
Pero eso no es todo. En Bruselas hay un notable número de personas entradas en años que es evidente que han circulado siempre en bicicleta (recordemos, deporte nacional) y que van a seguir haciéndolo mientras sus piernas les sostengan; hay, igualmente, una gran cantidad de profesionales que, con traje, corbata y zapatos negros, no tienen la menor vergüenza en montarse en el sillín e ir a su lugar de trabajo ¿Cuántos hay en Madrid que hagan lo mismo? Alguno habrá, no digo que no, pero vengo de estar unos días en Madrid, con un tiempo de escándalo para ser principios de noviembre, y que en cualquier otra ciudad hubiera sacado a la calle a legiones de ciclistas, y no he visto más que señales pintadas en el asfalto, dando la bienvenida a los ciclistas, pero ciclistas, lo que es ciclistas, no he visto ni uno en la ciudad.
Tanta cuesta, y alguna imprudencia que he cometido en mis entrenamientos y mis desplazamientos, han acabado por comprometer la salud de mis articulaciones, y más en particular de mi rodilla derecha. En tanto la recupero, debo circular con un desarrollo más modesto, y eso me obliga a aumentar la cadencia de pedaleo o a renunciar a los piques.
Desde aquellos tiempos en que, con mucha pena y trabajo, dejé detrás a mi pijo condiscípulo de ruso, suelo participar en los piques con todo lo que tengo. Estar simplemente poniendo un pedal delante de otro, mientras te van adelantando los demás ciclistas, es una escuela de humillación que, a no dudar, será muy beneficiosa para mi carácter, pero me saca de quicio. Me adelantan jovencitas que montan en bicis no mucho mejores que la famosa de mi tío Amalio, me adelantan ciclistas con mallas de entrenamiento, me adelantan profesionales con traje y corbata, como yo mismo, montados en bicis fantásticas (la mía es correcta, pero no fantástica), me adelantan todo tipo de bicicletas plegables, y en particular las Brompton que, para los no entendidos, son como el Rolls Royce de las bicicletas plegables. Un día, a media subida de Matongé, me adelantó a toda velocidad un señor gordo y calvo montado en una bici de paseo, y ahí ya me hubiera sumido en la desesperación de no haber distinguido que la bici que me había adelantado era eléctrica y que así cualquiera subía la calle Malibran sin despeinarse. En el caso del señor en cuestión, despeinarse era algo que, de todas formas, estaba fuera de sus posibilidades.
Sin embargo, la paciencia, la disciplina y la mortificación han ido dando sus frutos lentamente, y mi rodilla derecha, aunque hay días que sigue dando la lata, se ve que va mejorando; hay días, incluso, en que uno se levanta con el empuje de aquellos días en Valencia, dispuesto a comerse el mundo y a devorar kilómetros con el hambre de tiempos pretéritos. Y uno de esos días fue el de anteayer.
Anteayer salí de casa sin saber que tenía rodilla derecha, ni izquierda, ni ninguna. Anteayer monté en la bicicleta dispuesto a no dar un metro a nadie que tuviera la osadía de ponerse a mi altura, y no digamos a adelantarme. Una jovencita, en un descenso, se puso a mi altura en un semáforo con una bicicleta urbana de las que dan gusto verlas, y vestida con casco, mallas y todo lo necesario para montar: giré la cabeza frunciendo el ceño y esbozando una sonrisa y, cuando el semáforo se puso en verde, mi chaleco reflectante le dio la espalda enseguida y se alejó más y más de ella.
Pasé la plaza Flagey zigzagueando entre los coches y los autobuses y apelando a la preferencia de quienquiera que tenga la derecha, y afronté la subida de la calle Malibran, una subida con una pendiente suave que me encanta y que he subido con el plato grande más de una vez. A lo lejos divisé la silueta de un ciclista. "A ése lo adelanto antes de acabar la subida", me dije, y hundí el pie en el pedal con todas mis fuerzas. Efectivamente, me iba acercando al ciclista, y cada vez lo podía ver mejor. Era un chico delgado y alto, probablemente un estudiante, o quizá un profesional joven (muy joven, en este caso). Unas cuantas pedaladas más, y vi que iba montado sobre una bicicleta vieja, con unos guardabarros llenos de desconchados en la pintura; unas cuantas pedaladas vigorosas más, y ya no me limité al sentido de la vista, sino que el del oído me decía que aquella bicicleta parecía estar agonizando. No tenía marchas, faltaban un par de radios, los pedales hacían un ruido tremendamente sospechoso, de luces ni hablamos, y el ciclista que la montaba hacía de tripas corazón para llevarla a la cima de Malibran, la plaza Blyckaerts, y de allí Dios sabe adónde.
Un par de pedaladas más y me puse a su rueda, otra más y ya le hubiera adelantado como una exhalación, cuando debí recordar algún suceso del pasado, y entonces bajé la cabeza, levanté el pie, me puse a su ritmo, pero siempre detrás de él, y él llegó delante a la plaza Blyckaerts y ya allí nuestros caminos se separaron.
Un respeto.
El ciclista urbano en Bruselas tiene muy poco que ver con el equivalente en España. Hay, sí, el jovenzuelo mochilero y la estudiante que trabaja a tiempo parcial, o el profesional recién licenciado, o recién llegado, que alquila un piso en el centro y que, mientras ahorra para la entrada de una vivienda en propiedad, tiene unas necesidades de desplazamiento que cubrir y no hay nada mejor que la bicicleta para satisfacerlas.
Pero eso no es todo. En Bruselas hay un notable número de personas entradas en años que es evidente que han circulado siempre en bicicleta (recordemos, deporte nacional) y que van a seguir haciéndolo mientras sus piernas les sostengan; hay, igualmente, una gran cantidad de profesionales que, con traje, corbata y zapatos negros, no tienen la menor vergüenza en montarse en el sillín e ir a su lugar de trabajo ¿Cuántos hay en Madrid que hagan lo mismo? Alguno habrá, no digo que no, pero vengo de estar unos días en Madrid, con un tiempo de escándalo para ser principios de noviembre, y que en cualquier otra ciudad hubiera sacado a la calle a legiones de ciclistas, y no he visto más que señales pintadas en el asfalto, dando la bienvenida a los ciclistas, pero ciclistas, lo que es ciclistas, no he visto ni uno en la ciudad.
Tanta cuesta, y alguna imprudencia que he cometido en mis entrenamientos y mis desplazamientos, han acabado por comprometer la salud de mis articulaciones, y más en particular de mi rodilla derecha. En tanto la recupero, debo circular con un desarrollo más modesto, y eso me obliga a aumentar la cadencia de pedaleo o a renunciar a los piques.
Desde aquellos tiempos en que, con mucha pena y trabajo, dejé detrás a mi pijo condiscípulo de ruso, suelo participar en los piques con todo lo que tengo. Estar simplemente poniendo un pedal delante de otro, mientras te van adelantando los demás ciclistas, es una escuela de humillación que, a no dudar, será muy beneficiosa para mi carácter, pero me saca de quicio. Me adelantan jovencitas que montan en bicis no mucho mejores que la famosa de mi tío Amalio, me adelantan ciclistas con mallas de entrenamiento, me adelantan profesionales con traje y corbata, como yo mismo, montados en bicis fantásticas (la mía es correcta, pero no fantástica), me adelantan todo tipo de bicicletas plegables, y en particular las Brompton que, para los no entendidos, son como el Rolls Royce de las bicicletas plegables. Un día, a media subida de Matongé, me adelantó a toda velocidad un señor gordo y calvo montado en una bici de paseo, y ahí ya me hubiera sumido en la desesperación de no haber distinguido que la bici que me había adelantado era eléctrica y que así cualquiera subía la calle Malibran sin despeinarse. En el caso del señor en cuestión, despeinarse era algo que, de todas formas, estaba fuera de sus posibilidades.
Sin embargo, la paciencia, la disciplina y la mortificación han ido dando sus frutos lentamente, y mi rodilla derecha, aunque hay días que sigue dando la lata, se ve que va mejorando; hay días, incluso, en que uno se levanta con el empuje de aquellos días en Valencia, dispuesto a comerse el mundo y a devorar kilómetros con el hambre de tiempos pretéritos. Y uno de esos días fue el de anteayer.
Anteayer salí de casa sin saber que tenía rodilla derecha, ni izquierda, ni ninguna. Anteayer monté en la bicicleta dispuesto a no dar un metro a nadie que tuviera la osadía de ponerse a mi altura, y no digamos a adelantarme. Una jovencita, en un descenso, se puso a mi altura en un semáforo con una bicicleta urbana de las que dan gusto verlas, y vestida con casco, mallas y todo lo necesario para montar: giré la cabeza frunciendo el ceño y esbozando una sonrisa y, cuando el semáforo se puso en verde, mi chaleco reflectante le dio la espalda enseguida y se alejó más y más de ella.
Pasé la plaza Flagey zigzagueando entre los coches y los autobuses y apelando a la preferencia de quienquiera que tenga la derecha, y afronté la subida de la calle Malibran, una subida con una pendiente suave que me encanta y que he subido con el plato grande más de una vez. A lo lejos divisé la silueta de un ciclista. "A ése lo adelanto antes de acabar la subida", me dije, y hundí el pie en el pedal con todas mis fuerzas. Efectivamente, me iba acercando al ciclista, y cada vez lo podía ver mejor. Era un chico delgado y alto, probablemente un estudiante, o quizá un profesional joven (muy joven, en este caso). Unas cuantas pedaladas más, y vi que iba montado sobre una bicicleta vieja, con unos guardabarros llenos de desconchados en la pintura; unas cuantas pedaladas vigorosas más, y ya no me limité al sentido de la vista, sino que el del oído me decía que aquella bicicleta parecía estar agonizando. No tenía marchas, faltaban un par de radios, los pedales hacían un ruido tremendamente sospechoso, de luces ni hablamos, y el ciclista que la montaba hacía de tripas corazón para llevarla a la cima de Malibran, la plaza Blyckaerts, y de allí Dios sabe adónde.
Un par de pedaladas más y me puse a su rueda, otra más y ya le hubiera adelantado como una exhalación, cuando debí recordar algún suceso del pasado, y entonces bajé la cabeza, levanté el pie, me puse a su ritmo, pero siempre detrás de él, y él llegó delante a la plaza Blyckaerts y ya allí nuestros caminos se separaron.
Un respeto.
domingo, 2 de noviembre de 2014
El primer pique
Pues señor, he aquí que en felices tiempos pasados, en que estaba acabando mis estudios de licenciatura, mientras iba a clase de ruso por las tardes por Dios sabría que designios, me movía por Valencia en bicicleta. Hoy, eso no es sorprendente, porque es un vehículo que uno se encuentra por doquier en la ciudad; pero, entonces, los pocos que nos desplazábamos en bicicleta éramos unos auténticos pioneros, además de víctimas de las chuflas del resto de usuarios de la vía pública, que nos llamaban 'Lejarreta', 'Perico' o 'Induráin' mientras hacían gestos burlones con los brazos, como si movieran un manillar imaginario.
Como buen estudiante de familia modesta, y la mía tenía la virtud de la modestia en grado sumo, no tenía un duro, y bastante era que tuviera una peseta. En consecuencia, mi bicicleta no era precisamente la que usaban los mismos Lejarreta, Perico o Induráin, con los que nos comparaban los guasones de turno, en sus gestas en el Tour de Francia. Más bien no, y más valía quizá que así fuera, porque los ladrones de bicicletas, entonces como ahora, actuaban con total impunidad y no dejaban candado entero. Después de perder dos bicicletas de cierta enjundia, una tía abuela que me quedaba en el pueblo me preguntó si no me haría papel la bicicleta que llevaba el tío Amalio, su difunto esposo, cuando se paseaba por los campos.
La bicicleta era de color rojo, de talla menuda, porque el tío Amalio era tirando a corto de estatura, pedales bajos, unos frenos de varilla que nunca volveré a ver, sillín de cuero marrón, manillar oxidado, rodamientos lamentables y, en resumidas cuentas, una auténtica antigualla que hoy me quitarían de las manos, porque lo 'vintage' se ha puesto de moda, pero que en aquellos tiempos incitaba a la conmiseración de mis semejantes, cuando no directamente a la burla más cruel.
Como a caballo regalado no hay que mirarle el diente y como, de todas maneras, mi bolsa estaba tan vacía que la alternativa consistía en largos paseos entre mi casa, la facultad y los distintos destinos de mis desplazamientos, no le hice ascos al regalo y lo llevé del pueblo a la ciudad. Y es que el sentido del ridículo es proporcional a lo llenos que estén los bolsillos de uno. En mi caso, ambas magnitudes eran sumamente reducidas.
La bici, todo hay que decirlo, funcionaba. No se podía comparar en cuanto a velocidad a la bicicleta de carreras que me habían robado poco antes, pero era muy cómoda de llevar por ciudad. Todo fue bien hasta que comenzó el curso siguiente. En Derecho, entonces, la mía era prácticamente la única bicicleta de toda la facultad, porque la mayoría de los estudiantes de Derecho son tirando a gente bien, con posibles, y los que no lo son hacen lo necesario por aparentarlo o, al menos, por no quedar demasiado en evidencia, y las excepciones con aspecto de votar a Podemos, si es que Podemos hubiera existido en aquellos tiempos, éramos una minoría extravagante que sólo aprobábamos porque la mayoría de los exámenes eran escritos y porque, cuando eran orales, ya nos cuidábamos muy mucho de no parecer lo que realmente éramos. Y eso que estoy hablando de la facultad de la universidad pública, porque, cuando avistábamos algún estudiante de la privada, a veces me preguntaba si los dos pertenecíamos a la misma especie.
Como quedó dicho, por la tarde iba a clase de ruso, donde el ambiente era sensiblemente distinto. Allí el pijerío estaba ausente por completo, y quienes formaban parte del alumnado, con la casi única excepción de quien esto escribe, lo más probable es que hoy vayan a votar en masa a Podemos y, además, se les note con sólo ver las pintas que llevan; entonces votaban al Bloc, si hablaban algo parecido al valenciano, o al PCE y luego a EU, si no lo hablaban o la normalización de la lengua vernácula no era la razón de su existencia.
Pero aquel año ocurrió algo extraordinario.
El primer día de clase apareció un alumno muy original, vestido con ropa de marca, con un corte de pelo impecable, perfectamente peinado, que, según supe, hasta entonces había asistido a clase en un horario diferente. Los alumnos, greñudos y desaliñados, que estábamos en aquella aula lo mirábamos sorprendidos, como si fuese de otro planeta, y hasta cierto punto lo era; las alumnas, por su parte, por muy rojas que fueran -y lo eran-, no le quitaban ojo, pero digamos que su mirada era menos sorprendida que la nuestra, y más con pestañeo y sonrisa que pretendía ser agradable. Él, que, al contrario de sus condiscípulos, debía ser ducho en recibir pestañeos y caídas de ojos, se dejaba querer y, evidentemente, sus compañeros de clase de sexo masculino, si de ojitos se trataba, lo que le estábamos tomando era algo de ojeriza.
Ojeriza o no, al salir de clase resolví tomar contacto con el intruso.
- Hola, ¿qué tal? Soy Alfor ¿Tú eres nuevo en este grupo?
- Sí, soy David. Antes iba al grupo de mañana, pero en cuarto ya lo han quitado. Me he cambiado de grupo en la facultad y así también puedo venir aquí.
- ¿Y qué estudias?
- Derecho. Estoy en segundo.
Debí suponerlo.
- ¿Y tú qué estudias? - me preguntó él, probablemente suponiendo, por mi aspecto, que debía ser Filosofía, Historia o algo de ciencias. Yo le miré entornando un poco los ojos y dije:
- También Derecho. Estoy en cuarto.
- ¡Vaya! - y me miró nuevamente de arriba a abajo, como sin dar crédito completo a mis palabras - ¿Ya has elegido especialidad?
- Lo hice el año pasado. Derecho Privado.
- Yo tendré que elegir el año que viene. Ya me indicarás algo.
- Claro, ya hablaremos.
Descendimos juntos las escaleras de la escuela en medio de la avalancha de alumnos que abandonaban el edificio.
- ¿Hacia dónde vas? - le pregunté.
- Vivo en Patraix.
- Ah, yo vivo muy cerca de allí, pero yo voy en bicicleta.
- Ah, pues yo también.
Abrí mucho los ojos. Un estudiante de Derecho con ropa de marca y aspecto de pijo que, sin embargo, iba en bicicleta. Lo nunca visto.
Fuimos al aparcamiento de bicicletas, y quité el candado de la antigualla que había sido de mi tío Amalio. Mi compañero David, por su parte, le quitó el candado a la suya, que no era precisamente una antigualla. Se trataba de una bicicleta urbana con cuadro de aluminio, doce velocidades, frenos último modelo y todo lo que un ciclista urbano podría soñar. David se montó, se despidió con una sonrisita mirando con desdén mi vehículo, dio un par de pedaladas con un desarrollo que la bici del tío Amalio no podía imitar ni remotamente, y se alejo a todo trapo por la avenida.
Un borbotón de sangre subió a mi cabeza, monté en la bici del tío Amalio y me dije que por mis muertos, entre los que estaba el propio tío Amalio, que ese pijo no llegaba antes que yo a Patraix. A fuerza de meter una cadencia de pedaleo que ni el molinillo de Armstrong, le alcancé en un semáforo e intenté hacer ver, ocultando mis jadeos, que no estaba ni sofocado ni nada. Le saludé con una inclinación de cabeza, él miró nuevamente la bici del tío Amalio y, cuando el semáforo se puso en verde, debió entender que allí había en juego algo más que unos segundos de tiempo en casa y salió como una exhalación.
Yo apreté los dientes y las bielas todo lo que pude, pero la bici del tío Amalio tenía sus limitaciones, y los rodamientos de la caja del pedalier también los tenían. Cuando llegamos a la Gran Vía me llevaba una ventaja importante, y entonces, en un ardid desesperado, me metí por las callejuelas del barrio de Quart, donde hoy hay un bonito carril bici, pero entonces era un lugar bastante más salvaje para las dos ruedas, aunque, por lo menos, sin semáforos. Bueno, para ser exactos, sin semáforos que un ciclista con prisas no se pudiera saltar, a diferencia de los de la Gran Vía, que se cruzaban con calles principales, con lo había que ser directamente inconsciente o algo temerario para ignorarlos.
Lo conseguí. Al cruzar hacia Abastos, pasé hacia el antiguo mercado como un bólido y vi a David parado en un semáforo. Giré la cabeza, lo miré un instante, y seguí mi camino. El pijo repeinao, con su bicicleta puturrudefuá, se había quedado atrás.
David vino todavía unas cuantas veces más a clase, pero, como tantos alumnos de la escuela, desapareció hacia Navidad, a despecho de los ojitos que le hacían sus condiscípulas. Supongo que no le vería al ruso la menor utilidad para sus estudios de Derecho y preferiría concentrarse en los mismos, y también supongo que, puestos a elegir (y pudiendo hacerlo) quién le hiciera ojitos, pestañeos y morritos, las chicas puño en alto de la escuela quedaban muy por detrás de los pibones cañón que uno se podía encontrar en los primeros cursos de Derecho, entonces y, estoy seguro, hoy mismo.
A partir de entonces, sin embargo, algo también cambió en mi vida: los piques en bicicleta pasaron a formar parte de mis desplazamientos. La bici del tío Amalio, quién lo iba a decir, fue robada por un malnacido mucho antes de que el vintage estuviera de moda; desde entonces, me han robado una bicicleta más en Valencia (herencia de mi abuelastro y no menos vintage que la del tío Amalio), me desvalijaron otra, una plegable que había comprado por cuatro perras, y me robaron otra en Moscú. En Bruselas aún no he sufrido ninguna pérdida, pero soy consciente de que es casi imposible que esta situación de virginidad delictiva dure mucho tiempo, por muchos candados en u que me haya agenciado entretanto.
Y sí, Bruselas es lugar de piques. Entretanto, tengo una bicicleta urbana y pesada, sí, pero mejor incluso de la que tenía mi condiscípulo David en aquel lejano día de otoño; el problema es que tengo veinticinco años más sobre mis rodillas y llevo un par de meses medio lesionado, lo cual me limita mucho a la hora de participar en las carreras ciclistas urbanas.
Mucho, sí, pero no del todo. Lo veremos en alguna de las próximas entradas.
sábado, 18 de octubre de 2014
Piques
El deporte nacional belga, suponiendo que en Bélgica haya algo que se pueda considerar nacional, no es exactamente el fútbol, a pesar de todas las zarandajas que se cuenten sobre los Diablos Rojos; tampoco es el tenis femenino, a pesar de Kim Clijsters y Justine Henin, que por cierto ya hace algunos años que se retiraron. Y tampoco es la gymkhana burocrática, como podría suponer algún malpensado que haya estado siguiendo esta bitácora a lo largo de los dos últimos años. Aunque, lo de la gymkhana burocrática, quizá no sería mala idea proponerlo al COI para incluirla en el programa de dentro de unos cuantos Juegos Olímpicos, cuando terminen, todo podría ser, por celebrarse en Bruselas.
No. En realidad, el verdadero deporté nacional belga es el ciclismo.
No es para menos. Belga es el mayor monstruo de todos los tiempos, Eddy Merckx; belgas son las clásicas más reputadas del ProTour; belgas son algunos de los corredores más destacados de la última década, como Tom Boonen o Gilbert, por citar a los campeones del mundo. Al español que lea esto es probable que esos dos nombres no le suenen de nada y que crea que el ciclismo se termina en el Tour, el Giro y la Vuelta y sea forofo de Contador. Por favooooor...
En particular, Bruselas quizá sea la ciudad belga menos favorable para montar en bicicleta. Es la mayor, con una superficie enorme para la población que tiene, no hay un metro llano, y la infraestructura ciclista está en una situación que oscila entre insuficiente y lamentable. Las calles son estrechas, muchas de ellas adoquinadas, y además los robos de bicicletas son frecuentísimos. Eso por no hablar de que llueve con mucha frecuencia, y a veces hace frío y nieva y, cuando nieva sobre asfalto, pues todavía. Pero, cuando lo hace sobre adoquín, entonces que se salve quien pueda, porque la caída es impepinable.
Sin embargo, mucha gente va en bicicleta, y da gusto. Así cómo en Moscú podían pasar días sin encontrar a nadie que fuera, como yo, en bicicleta, aquí se pone un semáforo en rojo, y poco a poco van llegando ciclistas a las primeras posiciones. En Moscú, veías un ciclista a tu lado en un semáforo, y poco menos que lo abrazabas solidariamente; lo menos era una sonrisa de simpatía por alguien que sabes que, igual que tú, es un incomprendido y, por lo menos, le importa un bledo el qué dirán y pasa de contribuir a los atascos de la ciudad.
En Bruselas, no.
En Bruselas, cuando nos juntamos tres o cuatro (o más) ciclistas en un semáforo, no hay muchos signos de simpatía. Hay miradillas de reojo al modelo de bicicleta del vecino, o a la marcha que lleva puesta por ver sí arrancará rápido, o algún gesto de suficiencia, o miradas al disco del semáforo para salir de estampida en cuanto se ponga en verde. Porque lo que hay, y lo hay muchos, son piques. Se pone el semáforo en verde, y aquello parece la 'pole position' de una competición de Fórmula 1: todos nos lanzamos a demostrarles a los demás que nosotros somos mucho más rápidos que ellos.
Yo, al principio, no les hacía mucho caso. Que se cansen ellos, que ésa no es mi guerra, me decía. Pero ha ido pasando el tiempo, me he ido adaptando al medio, y he terminado por meterme en la vorágine de los piques ciclistas. Pero, antes de ponerme a glosar los piques belgas, creo que es conveniente confesarme de algo, y es que mi vena competitiva tiene un antecedente en mis lejanos tiempos de estudiante de ruso en Valencia.
Pero, como hoy se hace tarde, me temo que habrá que dejarlo para la siguiente entrada.
No. En realidad, el verdadero deporté nacional belga es el ciclismo.
No es para menos. Belga es el mayor monstruo de todos los tiempos, Eddy Merckx; belgas son las clásicas más reputadas del ProTour; belgas son algunos de los corredores más destacados de la última década, como Tom Boonen o Gilbert, por citar a los campeones del mundo. Al español que lea esto es probable que esos dos nombres no le suenen de nada y que crea que el ciclismo se termina en el Tour, el Giro y la Vuelta y sea forofo de Contador. Por favooooor...
En particular, Bruselas quizá sea la ciudad belga menos favorable para montar en bicicleta. Es la mayor, con una superficie enorme para la población que tiene, no hay un metro llano, y la infraestructura ciclista está en una situación que oscila entre insuficiente y lamentable. Las calles son estrechas, muchas de ellas adoquinadas, y además los robos de bicicletas son frecuentísimos. Eso por no hablar de que llueve con mucha frecuencia, y a veces hace frío y nieva y, cuando nieva sobre asfalto, pues todavía. Pero, cuando lo hace sobre adoquín, entonces que se salve quien pueda, porque la caída es impepinable.
Sin embargo, mucha gente va en bicicleta, y da gusto. Así cómo en Moscú podían pasar días sin encontrar a nadie que fuera, como yo, en bicicleta, aquí se pone un semáforo en rojo, y poco a poco van llegando ciclistas a las primeras posiciones. En Moscú, veías un ciclista a tu lado en un semáforo, y poco menos que lo abrazabas solidariamente; lo menos era una sonrisa de simpatía por alguien que sabes que, igual que tú, es un incomprendido y, por lo menos, le importa un bledo el qué dirán y pasa de contribuir a los atascos de la ciudad.
En Bruselas, no.
En Bruselas, cuando nos juntamos tres o cuatro (o más) ciclistas en un semáforo, no hay muchos signos de simpatía. Hay miradillas de reojo al modelo de bicicleta del vecino, o a la marcha que lleva puesta por ver sí arrancará rápido, o algún gesto de suficiencia, o miradas al disco del semáforo para salir de estampida en cuanto se ponga en verde. Porque lo que hay, y lo hay muchos, son piques. Se pone el semáforo en verde, y aquello parece la 'pole position' de una competición de Fórmula 1: todos nos lanzamos a demostrarles a los demás que nosotros somos mucho más rápidos que ellos.
Yo, al principio, no les hacía mucho caso. Que se cansen ellos, que ésa no es mi guerra, me decía. Pero ha ido pasando el tiempo, me he ido adaptando al medio, y he terminado por meterme en la vorágine de los piques ciclistas. Pero, antes de ponerme a glosar los piques belgas, creo que es conveniente confesarme de algo, y es que mi vena competitiva tiene un antecedente en mis lejanos tiempos de estudiante de ruso en Valencia.
Pero, como hoy se hace tarde, me temo que habrá que dejarlo para la siguiente entrada.
miércoles, 15 de octubre de 2014
El frasco de Babel (II)
Viene de aquí. Y sí, ya hace seis años de la primera parte de esta entrada.
Han pasado los años, y con el tiempo Abi se ha convertido en una quinceañera de rompe y rasga, con sus cositas de adolescente, sus momentos de mal humor, sus protestas y sus aseveraciones de que nadie la entiende.
Pero sigue siendo muy mona.
Y, sobre todo, sigue conservando algunos destellos de cuando era niña.
Como cuando descubrimos las bebidas más baratas de Bélgica, una marca blanca de la tienda más 'popular', que nos recuerda bastante a La Casera. La marca es tan sumamente blanca que cita el sabor a limón o algo así del mejunje, cosa que en francés de escribe 'citron', y en holandés casi igual, como se ve en la etiqueta de la imagen. Y he aquí que llega Abi y suelta:
- Papá, ¿por qué en la botella pone 'citroen', si no es un coche?
Igual que hace seis años, no te puedes fiar ni de las botellas. A la mínima te engañan.
Han pasado los años, y con el tiempo Abi se ha convertido en una quinceañera de rompe y rasga, con sus cositas de adolescente, sus momentos de mal humor, sus protestas y sus aseveraciones de que nadie la entiende.
Pero sigue siendo muy mona.
Y, sobre todo, sigue conservando algunos destellos de cuando era niña.
Como cuando descubrimos las bebidas más baratas de Bélgica, una marca blanca de la tienda más 'popular', que nos recuerda bastante a La Casera. La marca es tan sumamente blanca que cita el sabor a limón o algo así del mejunje, cosa que en francés de escribe 'citron', y en holandés casi igual, como se ve en la etiqueta de la imagen. Y he aquí que llega Abi y suelta:
- Papá, ¿por qué en la botella pone 'citroen', si no es un coche?
Igual que hace seis años, no te puedes fiar ni de las botellas. A la mínima te engañan.
lunes, 13 de octubre de 2014
Músicos acabados: la historia continúa
Seguramente, mientras haya músicos, habrá músicos acabados. Esta bitácora se ha ocupado extensamente de los músicos occidentales que, en el declinar de su trayectoria, han aparecido por Moscú con ánimo de llevarse sus últimas perrillas, señal inequívoca de que poca cosa iban a hacer en el panorama músical mundial y de que sus mejores contribuciones a la historia de la música ya habían sido hechas.
¿Y los músicos rusos qué? ¿Acaso no presentan, ellos también, señales de acabamiento? Naturalmente que sí, sólo que, en su caso, el signo de su próxima defunción no puede ser el de actuar en Moscú, porque es de los primeros sitios donde lo hacen y, en este caso, tendríamos de concluir que están acabados antes de empezar. En algunos casos puede ser cierto, ya lo creo, pero evidentemente no en todos.
Los propios grupos nos van dando pistas. En la foto tenemos el conocido grupo "Krematorii", que actuó el sábado pasado en Bruselas, pensando no sé en quién, porque el pasquín anunciador estaba en ruso, así que la mayoría de la población que, de todas formas, no ha oído hablar jamás de Armán Grigorián ni del grupo, parecía excluida de asistir a la representación.
Krematorii es un grupo muy veterano, con treinta años de existencia, música mejorable y, en general, no podemos decir que sea de la primerísima línea que componen monstruos como Mashina Vremeni, Kino, Nautilus o Voskresenye. Hay que decir que ninguno de ellos ha actuado en Bruselas, que yo sepa, y que Kino posiblemente ya no lo hará nunca, ni en Bruselas ni en ningún otro sitio. Krematorii, por su parte, es el típico grupo que tiene un líder, Armán Grigorián, en este caso, que expulsa y readmite músicos como quien no quiere la cosa. De la formación original de 1983 sólo queda él, y el resto de sus compañeros no llevan gran cosa en el grupo, un par de años a lo sumo. La lista de sus componentes históricos es más larga que la de votantes de Podemos que llevan traje y corbata.
Y, por tanto, queda la pregunta, ¿será Bruselas el lugar donde los músicos rusos vienen a demostrar que están acabados? No me queda claro, pero, como dentro de unos meses vea un cartel de Mashina Vremeni, me lo voy a comenzar a plantear muy seriamente.
¿Y los músicos rusos qué? ¿Acaso no presentan, ellos también, señales de acabamiento? Naturalmente que sí, sólo que, en su caso, el signo de su próxima defunción no puede ser el de actuar en Moscú, porque es de los primeros sitios donde lo hacen y, en este caso, tendríamos de concluir que están acabados antes de empezar. En algunos casos puede ser cierto, ya lo creo, pero evidentemente no en todos.
Los propios grupos nos van dando pistas. En la foto tenemos el conocido grupo "Krematorii", que actuó el sábado pasado en Bruselas, pensando no sé en quién, porque el pasquín anunciador estaba en ruso, así que la mayoría de la población que, de todas formas, no ha oído hablar jamás de Armán Grigorián ni del grupo, parecía excluida de asistir a la representación.
Krematorii es un grupo muy veterano, con treinta años de existencia, música mejorable y, en general, no podemos decir que sea de la primerísima línea que componen monstruos como Mashina Vremeni, Kino, Nautilus o Voskresenye. Hay que decir que ninguno de ellos ha actuado en Bruselas, que yo sepa, y que Kino posiblemente ya no lo hará nunca, ni en Bruselas ni en ningún otro sitio. Krematorii, por su parte, es el típico grupo que tiene un líder, Armán Grigorián, en este caso, que expulsa y readmite músicos como quien no quiere la cosa. De la formación original de 1983 sólo queda él, y el resto de sus compañeros no llevan gran cosa en el grupo, un par de años a lo sumo. La lista de sus componentes históricos es más larga que la de votantes de Podemos que llevan traje y corbata.
Y, por tanto, queda la pregunta, ¿será Bruselas el lugar donde los músicos rusos vienen a demostrar que están acabados? No me queda claro, pero, como dentro de unos meses vea un cartel de Mashina Vremeni, me lo voy a comenzar a plantear muy seriamente.
martes, 16 de septiembre de 2014
Adolescentes saboteadores
El período vacacional hace ya un par de semanas que ha tocado a su fin. Hemos vuelto a Bruselas, y todo el mundo se hace lenguas de lo bien que lo ha pasado en vacaciones, de lo preciosa que es Figueira y su 'praia', y de que ha hecho muy buen tiempo y que vuelven con las pilas cargadas.
Yo, por mi parte, tengo las pilas mucho más descargadas que antes de irme. He pasado dos semanas, padeciendo los cuarenta y pico grados que han caído en Valencia, acompañado de tres saboteadores que se negaban a ejecutar cualquier plan que implicara abandonar el salón del piso y aplicar un esfuerzo físico cualquiera, por mínimo que fuera. Y, claro, cuando cuatro personas se juntan en un espacio físico reducido, de temperatura elevada, sin aire acondicionado, y con el único objetivo de sentarse delante de una pantalla y ver lo que echan, es resultado es explosivo. Sobre todo cuando existe un mando a distancia y la posibilidad de escoger, entre distintas opciones (a cual más espantosa, pero ése es otro asunto), cuál queremos que aparezca en pantalla. No ha habido muertos porque hay unos límites morales, no sé si impuestos por la sociedad o por quién, que no se han sobrepasado. Por poco, vale, pero no se han sobrepasado.
Así que mis dos semanas de vacaciones han sido una agonía incesante, una lucha por apartar a mis tres vástagos de la pantalla y de conducirles a actividades más sanas que se negaban siquiera a plantearse. A duras penas conseguí llevarles al monte dos veces, y a montar en bicicleta por la ciudad, incluyendo un bonito trayecto hasta la playa, otras dos; el resto ya me fue imposible. El resultado no es sólo la tensión resultante de apretujarse en un espacio cerrado, sino que tengo la horrorosa sensación de haber perdido lamentablemente dos semanas de mi vida, y no dos semanas cualesquiera, no, sino las dos semanas que debían servir para poder decir, como mis compañeros de trabajo, que llego con las pilas cargadas después de haber disfrutado como un enano en Figueira o donde haga falta.
Lo único que puedo decir yo es que, comparado con lo que he pasado, las negociaciones con el comité de personal del curro son una balsa de aceite, y eso que los miembros del comité de personal son unos sindicalistas empecinados capaces de pasarse horas discutiendo la colocación de las comas en el convenio. Pues, al lado de mis hijos, son la benevolencia personificada. Casi tengo ganas de meterme en la próxima negociación que, después del entrenamiento veraniego que llevo, estoy seguro de que voy a ganar de calle.
Yo, por mi parte, tengo las pilas mucho más descargadas que antes de irme. He pasado dos semanas, padeciendo los cuarenta y pico grados que han caído en Valencia, acompañado de tres saboteadores que se negaban a ejecutar cualquier plan que implicara abandonar el salón del piso y aplicar un esfuerzo físico cualquiera, por mínimo que fuera. Y, claro, cuando cuatro personas se juntan en un espacio físico reducido, de temperatura elevada, sin aire acondicionado, y con el único objetivo de sentarse delante de una pantalla y ver lo que echan, es resultado es explosivo. Sobre todo cuando existe un mando a distancia y la posibilidad de escoger, entre distintas opciones (a cual más espantosa, pero ése es otro asunto), cuál queremos que aparezca en pantalla. No ha habido muertos porque hay unos límites morales, no sé si impuestos por la sociedad o por quién, que no se han sobrepasado. Por poco, vale, pero no se han sobrepasado.
Así que mis dos semanas de vacaciones han sido una agonía incesante, una lucha por apartar a mis tres vástagos de la pantalla y de conducirles a actividades más sanas que se negaban siquiera a plantearse. A duras penas conseguí llevarles al monte dos veces, y a montar en bicicleta por la ciudad, incluyendo un bonito trayecto hasta la playa, otras dos; el resto ya me fue imposible. El resultado no es sólo la tensión resultante de apretujarse en un espacio cerrado, sino que tengo la horrorosa sensación de haber perdido lamentablemente dos semanas de mi vida, y no dos semanas cualesquiera, no, sino las dos semanas que debían servir para poder decir, como mis compañeros de trabajo, que llego con las pilas cargadas después de haber disfrutado como un enano en Figueira o donde haga falta.
Lo único que puedo decir yo es que, comparado con lo que he pasado, las negociaciones con el comité de personal del curro son una balsa de aceite, y eso que los miembros del comité de personal son unos sindicalistas empecinados capaces de pasarse horas discutiendo la colocación de las comas en el convenio. Pues, al lado de mis hijos, son la benevolencia personificada. Casi tengo ganas de meterme en la próxima negociación que, después del entrenamiento veraniego que llevo, estoy seguro de que voy a ganar de calle.
jueves, 28 de agosto de 2014
Adolescencia
- Mamá - decía Abi por teléfono a su madre -, ya tengo quince años. Soy mayor. Quiero que me compréis zapatos de tacón.
- ...
-¿Que qué dice papá? Espera que baje del tobogán y le paso el teléfono.
- ...
- ¡Mamá! ¿De qué te ríes?
Es mayor. Ya.
- ...
-¿Que qué dice papá? Espera que baje del tobogán y le paso el teléfono.
- ...
- ¡Mamá! ¿De qué te ríes?
Es mayor. Ya.
viernes, 22 de agosto de 2014
Temperamento de vacaciones
El período de tranquilidad de la primera quincena de agosto ha tocado a su fin. Muchos entrenes, un par de viajecitos a ciudades cercanas, temperaturas en descenso, lluvias... los habitantes de Europa Central no notamos en demasía que haya llegado el verano. O bien es que no se ha quedado mucho tiempo. Jubilosos, nos quitamos casi toda la ropa, alegres de que en estas semanas de actividad reducida la etiqueta en el trabajo sea mucho menos estricta y podamos dejar los trajes en el perchero. Al poco tiempo, el júbilo fue decayendo, mientras uno recuperaba por las noches esa mantita que se había quitado poco menos de una semana antes, y por las mañanas veía unos nubarrones que no presagiaban nada bueno. O, al menos, nada seco.
Por fin, ha llegado el día de las vacaciones. Ya era hora. Del curro me voy directo al aeropuerto, sin pasar por casa ni cambiarme de ropa. Autobús, aeropuerto, avión, aeropuerto, metro, hasta que emerjo al exterior en Madrid, con sus treinta y pico grados, y yo con un jersey de cuello alto, que hasta entonces, con el aire acondicionado en todos los sitios, no me había molestado lo más mínimo.
Una niñita que va con su madre me mira asombrada, tira de la manga de su madre, y me señala ostensiblemente con el dedo. La madre se agacha y escucha lo que le dice la niña, que no deja de mirarme; luego le dice algo en voz baja. La niña se calla, pero sigue mirándome sin parar, hasta que nuestros caminos se desvían. Sólo entonces, entre jadeos, me quito el jersey y lo guardo en la mochila hasta fin de mes.
Creo que he hecho una buena obra. A partir de ahora, cuando la mamá de la niña entienda que hace frío y que su hija se tiene que poner un jersey, siempre podrá referirse a mí: "Ponte el jersey, hija. Acuérdate de aquel señor que viste a la salida del metro, lo bien abrigado que iba en verano."
Por fin, ha llegado el día de las vacaciones. Ya era hora. Del curro me voy directo al aeropuerto, sin pasar por casa ni cambiarme de ropa. Autobús, aeropuerto, avión, aeropuerto, metro, hasta que emerjo al exterior en Madrid, con sus treinta y pico grados, y yo con un jersey de cuello alto, que hasta entonces, con el aire acondicionado en todos los sitios, no me había molestado lo más mínimo.
Una niñita que va con su madre me mira asombrada, tira de la manga de su madre, y me señala ostensiblemente con el dedo. La madre se agacha y escucha lo que le dice la niña, que no deja de mirarme; luego le dice algo en voz baja. La niña se calla, pero sigue mirándome sin parar, hasta que nuestros caminos se desvían. Sólo entonces, entre jadeos, me quito el jersey y lo guardo en la mochila hasta fin de mes.
Creo que he hecho una buena obra. A partir de ahora, cuando la mamá de la niña entienda que hace frío y que su hija se tiene que poner un jersey, siempre podrá referirse a mí: "Ponte el jersey, hija. Acuérdate de aquel señor que viste a la salida del metro, lo bien abrigado que iba en verano."
martes, 19 de agosto de 2014
Pasteándose por Bruselas
No hay nada tan tranquilizador como pasarse la primera quincena de agosto en Bruselas. En el trabajo no queda casi nadie, porque todo el que puede ha tomado las de Villadiego; es más, en tu casa sólo quedas tú, porque tu familia era de los que podía, y también ha tomado las de Villadiego y te ha dejado con toda la casa para ti. Pero es que hay más: tus vecinos también se han ido, los colegios están cerrados a cal y canto, no hay autobuses escolares, casi todos los restaurantes están de vacaciones y la ciudad entera diríase que está en punto muerto.
En el trabajo, por fin puedes ponerte al día y sacar todo el trabajo pendiente (bueno, casi todo), e incluso salir a tu hora sin el menor remordimiento, también porque no te mira nadie cuando sales: no hay prácticamente nadie.
Como sales a tu hora, llegas a casa, donde ya digo que no hay nadie, más pronto que de costumbre. Otros años me había quedado alguna asignatura para septiembre de esa carrera que voy estudiando a trancas y barrancas, pero este año ni eso: lo aprobé todo en junio. Por mucho que haya que hacer por casa (siempre lo hay), sigue quedando tiempo, por lo que ha llegado el momento de hacer una cosa que estaba ahí, rondando: ponerse a correr un poquito más en serio. Durante el último año, me he estado pasteando bastante, saliendo dos días a la semana a rodar, y alguno de vez en cuando a hacer series, y eso que vivo al lado de un pedazo de bosque que da mucho de sí, pero, cuando no hay tiempo, no hay tiempo.
Ahora lo hay, ya lo creo que lo hay, así que vamos a ver cómo son las carreras 'populares' por aquí, después de haber visto en su día cómo eran en Moscú. Hay una en Bruselas en 5 de octubre, así que da tiempo de prepararla de forma bastante decente. Ya estuve a punto de correr los 20 kilómetros, pero vi que había más de cuarenta mil inscritos y decidí que ése no era mi rollo; en lugar de apelotonarme en las calles de Bruselas, total para pagar un pastón (correr aquí es realmente caro) por correr veinte kilómetros, decidí salir a trotar tranquilamente por el bosque. La carrera pasaba por el bosque, y efectivamente: me los crucé en su kilómetro siete, y realmente iban todos pegaditos. Yo no sé siquiera si corría el aire por entre ellos.
La del 5 de octubre espero que no sea tan 'popular'. Creo que se esperan unos doce mil participantes, que sigue siendo una barbaridad, pero al menos no son cuarenta mil.
Entretanto, ya llevo un par de semanas de preparación, y no me acordaba de lo cansado que era esto. Menos mal que estoy durmiendo mejor que nunca. Y lo voy a dejar aquí, porque no es que se haga tarde, es que no puedo ni con los párpados.
En el trabajo, por fin puedes ponerte al día y sacar todo el trabajo pendiente (bueno, casi todo), e incluso salir a tu hora sin el menor remordimiento, también porque no te mira nadie cuando sales: no hay prácticamente nadie.
Como sales a tu hora, llegas a casa, donde ya digo que no hay nadie, más pronto que de costumbre. Otros años me había quedado alguna asignatura para septiembre de esa carrera que voy estudiando a trancas y barrancas, pero este año ni eso: lo aprobé todo en junio. Por mucho que haya que hacer por casa (siempre lo hay), sigue quedando tiempo, por lo que ha llegado el momento de hacer una cosa que estaba ahí, rondando: ponerse a correr un poquito más en serio. Durante el último año, me he estado pasteando bastante, saliendo dos días a la semana a rodar, y alguno de vez en cuando a hacer series, y eso que vivo al lado de un pedazo de bosque que da mucho de sí, pero, cuando no hay tiempo, no hay tiempo.
Ahora lo hay, ya lo creo que lo hay, así que vamos a ver cómo son las carreras 'populares' por aquí, después de haber visto en su día cómo eran en Moscú. Hay una en Bruselas en 5 de octubre, así que da tiempo de prepararla de forma bastante decente. Ya estuve a punto de correr los 20 kilómetros, pero vi que había más de cuarenta mil inscritos y decidí que ése no era mi rollo; en lugar de apelotonarme en las calles de Bruselas, total para pagar un pastón (correr aquí es realmente caro) por correr veinte kilómetros, decidí salir a trotar tranquilamente por el bosque. La carrera pasaba por el bosque, y efectivamente: me los crucé en su kilómetro siete, y realmente iban todos pegaditos. Yo no sé siquiera si corría el aire por entre ellos.
La del 5 de octubre espero que no sea tan 'popular'. Creo que se esperan unos doce mil participantes, que sigue siendo una barbaridad, pero al menos no son cuarenta mil.
Entretanto, ya llevo un par de semanas de preparación, y no me acordaba de lo cansado que era esto. Menos mal que estoy durmiendo mejor que nunca. Y lo voy a dejar aquí, porque no es que se haga tarde, es que no puedo ni con los párpados.
viernes, 15 de agosto de 2014
Profesiones liberales
La presencia entre nosotros, en Europa Occidental, de conciudadanos de otros continentes tiene la virtud de ampliar nuestros horizontes culturales y de ponernos en contacto con menesteres y oficios que eran poco conocidos entre nosotros. Entre las profesiones que destacan últimamente en Bruselas tenemos la de comerciante de productos halal, que además se anuncia en castellano, no entiendo muy bien por qué y, por lo que nos ocupa hoy, la profesión de la imagen que ilustra esta entrada, y que procede de una hoja que apareció hace unos días en mi buzón. Se trata de los haidara, que yo pensaba al principio que era el apellido del señor que ofrecía sus servicios, pero se ve que no. Al parecer, los haidara son una especie de hechiceros africanos que saben de todo, como los tertulianos, y alguno ha venido a caer por aquí y, claro, ¿por qué no va a poder ejercer su oficio aquí, aunque esté lejos de la sabana? Pero veamos el texto de su anuncio:
Profesor haidara, vidente medium serio y eficaz, especialista en recuperaciones inmediatas y definitivas del ser amado, amor, conflicto familiar o conyugal, reconciliación, matrimonio, impotencia sexual, problemas con la justicia, protección contra los enemigos y los peligros, alcoholismo, desbloqueo personal y profesional, atracción de clientela para todos los comercios, fortuna, enfermedades. TRABAJO 100% GARANTIZADO, SERIO, resultados en siete días, posibilidad de desplazamiento. TEL 0474 40 98 16.
Y se llama 'especialista', el tío. Como sea multifacético, te arregla el grifo y te pinta la casa.
martes, 12 de agosto de 2014
Lo esencial
Cuando uno hojea el periódico de Luxemburgo, "L'essentiel", ya se da cuenta de que tiene dificultades. Como todo periódico local que se precie, tiene que poner alguna noticia de Luxemburgo en primera página. El 30 de julio, que es el día en que leí el diario en papel, la noticia del día era que el 60% de los candidatos había suspendido las oposiciones a maestro de escuela. Eso en letras enormes, en la cabecera; en letras más pequeñas, había una noticia secundaria, ésta de la sección de internacional: "Gaza se ve sometida a un diluvio de fuego", claramente menos importante para el periódico. En las páginas locales, aparte del notición de portada, una noticia destacada era que un camión se había averiado en la autopista y había provocado un atasco. Y luego otras noticias que se notaba a la legua que tenían en conserva para poner los días que realmente no hubiera nada, como que "el Estado financia los partidos políticos según su peso", cosa que es cierta todos los días, no sólo el 30 de julio, y que el avión sigue siendo el medio de transporte más seguro. Esta última noticia, después de leída, me deja un tufillo como que Luxair, la compañía de bandera del Gran Ducado, tenía algo que ver con su publicación, a juzgar por las menciones que se repiten.
Hoy día todo el mundo tiene su edición digital. De hecho, lo que no tiene todo el mundo es una edición en papel, pero ésa es otra guerra. En el caso de "L'essentiel", la edición digital es bastante parecida a la de la mayoría de los otros medios. La edición de hoy, 12 de agosto, ya muestra los problemas que tienen sus redactores para encontrar algo noticiable en Luxemburgo, supongo que no sólo en agosto. En cabecera, sale un robo de un coche. Parece que ayer por la mañana había habido otro. Aparte de eso, han conseguido encontrar un caso de meningitis, que inmediatamente ha pasado a la primera página. Eso está muy bien, porque pueden hacer seguimiento de la enfermedad y, cuando el paciente se cure (vaya, no contemplamos otra posibilidad), ya tienen otra noticia que subir a la portada.
Vamos, que en Luxemburgo, en verano, no pasa absolutamente nada, y me da la impresión de que, en el caso concreto de Luxemburgo, esta falta de acontecimientos (bendita falta) no se limita únicamente al verano.
Hoy día todo el mundo tiene su edición digital. De hecho, lo que no tiene todo el mundo es una edición en papel, pero ésa es otra guerra. En el caso de "L'essentiel", la edición digital es bastante parecida a la de la mayoría de los otros medios. La edición de hoy, 12 de agosto, ya muestra los problemas que tienen sus redactores para encontrar algo noticiable en Luxemburgo, supongo que no sólo en agosto. En cabecera, sale un robo de un coche. Parece que ayer por la mañana había habido otro. Aparte de eso, han conseguido encontrar un caso de meningitis, que inmediatamente ha pasado a la primera página. Eso está muy bien, porque pueden hacer seguimiento de la enfermedad y, cuando el paciente se cure (vaya, no contemplamos otra posibilidad), ya tienen otra noticia que subir a la portada.
Vamos, que en Luxemburgo, en verano, no pasa absolutamente nada, y me da la impresión de que, en el caso concreto de Luxemburgo, esta falta de acontecimientos (bendita falta) no se limita únicamente al verano.
viernes, 8 de agosto de 2014
Luxemburgo
Luxemburgo es ese país pequeñito que está encajado entre Bélgica, Alemania y Francia y en el que, según Cáritas Europa, hay algún caso de pobreza. A mí, la verdad, me cuesta creer que un país que está petado de bancos, y donde el salario mínimo son casi dos mil euros mensuales (sí, el mínimo, y lo pongo en letra para que nadie piense que me he equivocado), haya algún caso de pobreza, pero bien puede ser que haya gente en paro y que las ayudas sociales sean inferiores al salario mínimo. No conozco tanto el país como para eso, pero me consta que el paro está por el 6%, quien lo pillara, que debe ser muy poquito más que el paro friccional.
Vamos, que lo de Cáritas Europa encontrando pobres en Luxemburgo tiene muchísimo mérito. De hecho, las veces que he pasado por allí (vale, siempre he estado en Kirchberg, donde encontrar un pobre debe ser directamente imposible), lo que he visto ha sido una profusión de cochazos, proyectos inmobiliarios a precios incluso superiores a España en pleno auge de la burbuja, y restaurantes estupendos (y ni siquiera eran muy caros). No sé muy bien cómo se lo montan, pero tienen impuestos bajos, la vida no es carísima y cobran un pastón. Yo no sé por qué los independentistas catalanes quieren ser como Dinamarca o Suecia. Puestos a dividir, que se independicen por comarcas, en lugar de en bloques, y sean como Luxemburgo.
Por pura y malsana curiosidad, he entrado en la página de Cáritas Luxemburgo. Efectivamente, la mayoría de los proyectos que tienen son en el extranjero, pero, oye, alguno que otro hay también dentro del país. Parece que también hay pobres, sin techo e inmigrantes por integrar, como en todos los sitios. Supongo que serán muchos menos, pero alguno hay también.
La semana pasada, precisamente, estuve en Luxemburgo, que no encontré muy cambiado desde mi primera visita, en el lejano 1992, como estudiante de Derecho y mochilero de pro. Como entonces, siempre que te encuentras con alguien que te atiende en una estación, o un bar, o un hotel, lo más práctico es dejarse de zarandajas y hablar directamente en portugués. Los portugueses son legión aquí y, aunque hablan perfectamente francés, siempre agradecen que hagas un esfuercillo por hablar su lengua y, total, no cuesta nada.
Luxemburgo tiene fronteras porque en algún sitio hay que poner los límites, pero los controles dejaron de existir mucho antes de que Schengen (que, por cierto, está en Luxemburgo) entrara en vigor. En 1992, cuando los españoles aún necesitábamos visados para estancias de más de tres meses en la Comunidad Europea y todavía había controles en las fronteras, en Luxemburgo la frontera estaba marcada por un cartel de bienvenida y una señal de limitación de velocidad a 60 kilómetros por hora. Hoy, naturalmente, ni eso, pero las cadenas de televisión que se ven son las de Francia y Alemania, sin ningún problema; los periódicos que se venden son los mismos y así, podría decirse, gorronean medios de comunicación a sus vecinos. Yo no recuerdo haber visto ninguna noticia relativa a Luxemburgo jamás en ningún periódico, salvo cuando Andy Schleck ganó el Tour de Francia, y eso porque descalificaron por comer solomillos sospechosos al que en princnipio había quedado vencedor, y, por eso, me he hecho la pregunta: ¿Es que en Luxemburgo nunca pasa nada?
Bueno, pues, ya en la estación de tren, para volver a Bruselas, me he encontrado con que en Luxemburgo hay un periódico. En el viaje de vuelta lo leí concienzudamente, pero de lo que descubrí mejor escribo en otro momento. Hoy se hace tarde.
Vamos, que lo de Cáritas Europa encontrando pobres en Luxemburgo tiene muchísimo mérito. De hecho, las veces que he pasado por allí (vale, siempre he estado en Kirchberg, donde encontrar un pobre debe ser directamente imposible), lo que he visto ha sido una profusión de cochazos, proyectos inmobiliarios a precios incluso superiores a España en pleno auge de la burbuja, y restaurantes estupendos (y ni siquiera eran muy caros). No sé muy bien cómo se lo montan, pero tienen impuestos bajos, la vida no es carísima y cobran un pastón. Yo no sé por qué los independentistas catalanes quieren ser como Dinamarca o Suecia. Puestos a dividir, que se independicen por comarcas, en lugar de en bloques, y sean como Luxemburgo.
Por pura y malsana curiosidad, he entrado en la página de Cáritas Luxemburgo. Efectivamente, la mayoría de los proyectos que tienen son en el extranjero, pero, oye, alguno que otro hay también dentro del país. Parece que también hay pobres, sin techo e inmigrantes por integrar, como en todos los sitios. Supongo que serán muchos menos, pero alguno hay también.
La semana pasada, precisamente, estuve en Luxemburgo, que no encontré muy cambiado desde mi primera visita, en el lejano 1992, como estudiante de Derecho y mochilero de pro. Como entonces, siempre que te encuentras con alguien que te atiende en una estación, o un bar, o un hotel, lo más práctico es dejarse de zarandajas y hablar directamente en portugués. Los portugueses son legión aquí y, aunque hablan perfectamente francés, siempre agradecen que hagas un esfuercillo por hablar su lengua y, total, no cuesta nada.
Luxemburgo tiene fronteras porque en algún sitio hay que poner los límites, pero los controles dejaron de existir mucho antes de que Schengen (que, por cierto, está en Luxemburgo) entrara en vigor. En 1992, cuando los españoles aún necesitábamos visados para estancias de más de tres meses en la Comunidad Europea y todavía había controles en las fronteras, en Luxemburgo la frontera estaba marcada por un cartel de bienvenida y una señal de limitación de velocidad a 60 kilómetros por hora. Hoy, naturalmente, ni eso, pero las cadenas de televisión que se ven son las de Francia y Alemania, sin ningún problema; los periódicos que se venden son los mismos y así, podría decirse, gorronean medios de comunicación a sus vecinos. Yo no recuerdo haber visto ninguna noticia relativa a Luxemburgo jamás en ningún periódico, salvo cuando Andy Schleck ganó el Tour de Francia, y eso porque descalificaron por comer solomillos sospechosos al que en princnipio había quedado vencedor, y, por eso, me he hecho la pregunta: ¿Es que en Luxemburgo nunca pasa nada?
Bueno, pues, ya en la estación de tren, para volver a Bruselas, me he encontrado con que en Luxemburgo hay un periódico. En el viaje de vuelta lo leí concienzudamente, pero de lo que descubrí mejor escribo en otro momento. Hoy se hace tarde.
miércoles, 6 de agosto de 2014
Caritas y el armario católico
El otro día cayó en mis manos un folleto de Caritas Europa, que tiene su sede en Bruselas, bien cerquita de donde, parece ser, se corta el bacalao. El folleto está formalmente muy conseguido, con muchas fotos de las acciones sociales que realizan, casos de los distintos países en que están activos, e incluso alguna sorpresa, porque a mí me ha sorprendido bastante enterarme de que hay gente que las está pasando canutas en un lugar que asociamos tan poco con la pobreza como Luxemburgo.
También he entrado en la página web de Caritas Europa, también muy conseguida, y donde hay un montón de información.
Sin embargo, hay una cosa que me ha sorprendido mucho más que saber que hay pobres en Luxemburgo. Y es que en todo el folleto, y también toda la página web, no he encontrado ninguna referencia al hecho de que Caritas es una organización católica. No se diría sino que los responsables del folleto, de la página, y de la comunicación exterior en general, han hecho todo lo que estaba en sus manos para ocultar este hecho. La palabra "católico" no aparece en todo el folleto; en la página de Internet, hay que escudriñar muchísimo para encontrar una referencia, por otra parte bastante indirecta, a la naturaleza cristiana de la organización. Parece que les dé vergüenza reconocerlo, o que se encuentran mucho más a gusto dentro del armario, como una ONG más, aunque más grande.
El asunto no es cualquier cosa. La caridad, para un cristiano, no es lo mismo que la caridad para un filántropo o para un oenegero cualquiera. Una ONG no religiosa, de las que hay a patadas, se mueve por una motivación estrictamente diferente de la que tiene, o debería tener, un cristiano.
Muchas veces me he preguntado qué mueve a los voluntarios de las ONG a prestar su tiempo y sus recursos para una causa. Así como seguramente es difícil para ellos entender qué es lo que nos mueve a los cristianos, tampoco me resulta fácil entender qué es lo que hay detrás de sus acciones. Supongo que es pura bondad, dejando aparte que hay ONG que persiguen fines que no son buenos, y que la motivación de los voluntarios es, simplemente, hacer un favor a alguien, sin ningún interés particular en ese alguien concreto, o calmar su conciencia, ésa que nos dice, muy bajito, pero muy seguido, qué es lo que está bien y qué es lo que no lo está, o quizá tengan alguna motivación estrictamente política, o quieran conocer gente, o qué sé yo.
Para un cristiano, sin embargo, todas esas motivaciones, que son legítimas y pueden existir, son muy secundarias. La típica frase que usan los mendigos cuando piden limosna es tremendamente representativa, incluso aunque ellos no lo sepan e incluso aunque, como cada vez quedan menos mendigos, digamos, tradicionales, la frase se oiga cada vez menos.
La frase es: "Una limosnita, por el amor de Dios."
Esta frase lleva implícitas muchas cosas. Aunque el mendigo sea un ser repugnante (y, efectivamente, muchos son repugnantes), aunque haya descendido a lo último de la degeneración humana, y por mucha culpa que tenga él mismo del estado en que se encuentra, sigue siendo imagen de Dios. Y los cristianos estamos llamados a ayudarle, no tanto en cuanto a persona humana, lo que sería la aproximación filantrópica irreligiosa, sino porque Dios nos lo ordena. De hecho, visto así, incluso tiene menos mérito del que tiene quien ayuda prescindiendo de Dios, porque nosotros, al fin y a la postre, cumplimos una orden de alguien que creemos que más adelante nos recompensará (o nos castigará, no vayamos a creer) según lo obedientes que hayamos sido. Tenemos libertad, sí, para ser desobedientes, pero no la tenemos para eludir las consecuencias de esa desobediencia, y un cristiano consecuente sabe perfectamente que las consecuencias no molan nada. El filántropo supongo, o quiero suponer, que simplemente ayuda porque sí.
De esta forma, aunque las consecuencia de la acción caritativa sean diferentes, la forma de llegar a ella es totalmente distinta. El folleto y la página de Internet de Cáritas enmascaran esto todo lo que pueden, poniéndose a la altura de quien ayuda porque sí, y no porque es la voluntad de Dios, que nos pedirá cuentas.
No sé si falta mucho tiempo para que Cáritas se separe de la Iglesia Católica, y pase a ser una ONG más, como tantas otras; o para que los poderes públicos decidan separarla de la Iglesia, expropiándola o algo así, para que continúe desempeñando sus funciones sin interferencias religiosas. De momento, a nivel europeo ya parece que queda muy poco para eso, y que la propia Cáritas tiene buena parte de culpa de que esto esté sucediendo.
De momento, el caso español es diferente. Uno abre la página de Cáritas España, y no puede llamarse a engaño: en portada tiene una cita del Papa, y en "quiénes somos" aparece muy clarito que son una organización católica. Quiero pensar que en otros países sucede lo mismo, pero lamentablemente parece que Bélgica no es uno de ellos, al menos, después de leer la página de Cáritas de por aquí, pulcramente presentada en tres idiomas, francés, neerlandés e inglés, pero en cuyos "quiénes somos", y no importa en qué lengua, hay que rascarse mucho la cabeza antes de comprender, bien al final del texto, que se trata de una organización católica. O eso.
También he entrado en la página web de Caritas Europa, también muy conseguida, y donde hay un montón de información.
Sin embargo, hay una cosa que me ha sorprendido mucho más que saber que hay pobres en Luxemburgo. Y es que en todo el folleto, y también toda la página web, no he encontrado ninguna referencia al hecho de que Caritas es una organización católica. No se diría sino que los responsables del folleto, de la página, y de la comunicación exterior en general, han hecho todo lo que estaba en sus manos para ocultar este hecho. La palabra "católico" no aparece en todo el folleto; en la página de Internet, hay que escudriñar muchísimo para encontrar una referencia, por otra parte bastante indirecta, a la naturaleza cristiana de la organización. Parece que les dé vergüenza reconocerlo, o que se encuentran mucho más a gusto dentro del armario, como una ONG más, aunque más grande.
El asunto no es cualquier cosa. La caridad, para un cristiano, no es lo mismo que la caridad para un filántropo o para un oenegero cualquiera. Una ONG no religiosa, de las que hay a patadas, se mueve por una motivación estrictamente diferente de la que tiene, o debería tener, un cristiano.
Muchas veces me he preguntado qué mueve a los voluntarios de las ONG a prestar su tiempo y sus recursos para una causa. Así como seguramente es difícil para ellos entender qué es lo que nos mueve a los cristianos, tampoco me resulta fácil entender qué es lo que hay detrás de sus acciones. Supongo que es pura bondad, dejando aparte que hay ONG que persiguen fines que no son buenos, y que la motivación de los voluntarios es, simplemente, hacer un favor a alguien, sin ningún interés particular en ese alguien concreto, o calmar su conciencia, ésa que nos dice, muy bajito, pero muy seguido, qué es lo que está bien y qué es lo que no lo está, o quizá tengan alguna motivación estrictamente política, o quieran conocer gente, o qué sé yo.
Para un cristiano, sin embargo, todas esas motivaciones, que son legítimas y pueden existir, son muy secundarias. La típica frase que usan los mendigos cuando piden limosna es tremendamente representativa, incluso aunque ellos no lo sepan e incluso aunque, como cada vez quedan menos mendigos, digamos, tradicionales, la frase se oiga cada vez menos.
La frase es: "Una limosnita, por el amor de Dios."
Esta frase lleva implícitas muchas cosas. Aunque el mendigo sea un ser repugnante (y, efectivamente, muchos son repugnantes), aunque haya descendido a lo último de la degeneración humana, y por mucha culpa que tenga él mismo del estado en que se encuentra, sigue siendo imagen de Dios. Y los cristianos estamos llamados a ayudarle, no tanto en cuanto a persona humana, lo que sería la aproximación filantrópica irreligiosa, sino porque Dios nos lo ordena. De hecho, visto así, incluso tiene menos mérito del que tiene quien ayuda prescindiendo de Dios, porque nosotros, al fin y a la postre, cumplimos una orden de alguien que creemos que más adelante nos recompensará (o nos castigará, no vayamos a creer) según lo obedientes que hayamos sido. Tenemos libertad, sí, para ser desobedientes, pero no la tenemos para eludir las consecuencias de esa desobediencia, y un cristiano consecuente sabe perfectamente que las consecuencias no molan nada. El filántropo supongo, o quiero suponer, que simplemente ayuda porque sí.
De esta forma, aunque las consecuencia de la acción caritativa sean diferentes, la forma de llegar a ella es totalmente distinta. El folleto y la página de Internet de Cáritas enmascaran esto todo lo que pueden, poniéndose a la altura de quien ayuda porque sí, y no porque es la voluntad de Dios, que nos pedirá cuentas.
No sé si falta mucho tiempo para que Cáritas se separe de la Iglesia Católica, y pase a ser una ONG más, como tantas otras; o para que los poderes públicos decidan separarla de la Iglesia, expropiándola o algo así, para que continúe desempeñando sus funciones sin interferencias religiosas. De momento, a nivel europeo ya parece que queda muy poco para eso, y que la propia Cáritas tiene buena parte de culpa de que esto esté sucediendo.
De momento, el caso español es diferente. Uno abre la página de Cáritas España, y no puede llamarse a engaño: en portada tiene una cita del Papa, y en "quiénes somos" aparece muy clarito que son una organización católica. Quiero pensar que en otros países sucede lo mismo, pero lamentablemente parece que Bélgica no es uno de ellos, al menos, después de leer la página de Cáritas de por aquí, pulcramente presentada en tres idiomas, francés, neerlandés e inglés, pero en cuyos "quiénes somos", y no importa en qué lengua, hay que rascarse mucho la cabeza antes de comprender, bien al final del texto, que se trata de una organización católica. O eso.
lunes, 4 de agosto de 2014
Sacerdocio y beaterío en Bélgica
Como ahora estoy de rodríguez en la ciudad, mientras la familia se solaza en la playa, puedo dedicarme a esos temas estivales que uno no tiene tiempmo ni ocasión para abordar en otras ocasiones. Y sí, en esta ocasión le toca de nuevo a la religión, y más concretamente a la católica, que se supone que es la más seguida en Bélgica, con gran diferencia. Tengo la fatal impresión de que eso está en proceso de cambio, y de que los musulmanes nos van tomando la delantera, no sé si poco a poco o mucho a mucho, pero hoy día, siquiera sea por el número de templos, la católica es la religión mayoritaria, siquiera sea entre aquellos belgas que tienen alguna religión.
Entretanto, otras iglesias cristianas, como los anglicanos, han empezado a ordenar mujeres, y últimamente incluso obispas. Inmediatamente han aparecido los tocapelotas que pretenden que la Iglesia Católica haga lo mismo, y que respete así la igualdad de sexos (¿o era de género?). En la Iglesia Católica, a despecho de las interpretaciones tergiversadas a más no poder que hacen algunos de ciertas declaraciones sacadas de contexto y traídas por los pelos del Papa reinante, el tema está cerrado desde siempre, y al menos desde que Juan Pablo II dijo con claridad meridiana que la Iglesia no podía ordenar mujeres, y punto. Eso es magisterio, y el que no esté de acuerdo ahí tiene a los anglicanos, entre otros, para llamar a la puerta. Entretanto, espero con curiosidad los ataques, que llegarán, insistiendo que la Iglesia no es un "equal opportunity employer" y que discrimina laboralmente a las mujeres, como si los sacerdotes firmaran un contrato de trabajo y trabajaran cuarenta horas semanales y ni una más. Esto promete.
Y esto promete porque hay países donde los ataques van a ser indudablemente repelidos con más o menos fuerza, pero con fuerza, como Francia, Italia o España (sí, quiero pensar que España también), y otros donde me da a mí que no va a ser el caso. De los que conozco, el país más sospechoso, con mucho, es Bélgica.
Ya ha tocado hablar de la Iglesia Católica en Bélgica en alguna que otra entrada, y no precisamente para elogiar lo que pasa por aquí. Como no veo muchos motivos para escribir en otro sentido, me va a tocar continuar con esta tónica, y voy a hacerlo con un ejemplo práctico del fin de semana pasado.
Estamos en período de vacaciones. La gente que puede se pira de Bruselas, y nos hemos quedado cuatro gatos y aun nosotros porque hay que ganarse los garbanzos; en cambio, nos ha llegado, lo sé, una legión de turistas que pulula por el centro de la ciudad, en el que, a Dios gracias, ya no habito. En mi barrio, hay un templo grande en el que hay tres misas los fines de semana: sábado por la tarde, domingo por la mañana (la misa mayor), y domingo por la tarde. En verano, como hay menos gente, reducen el número de misas, y las dejan en dos: el sábado por la tarde y el domingo por la mañana.
Me planto el sábado por la tarde y allí hay unas veinticinco personas, generalmente mujeres de edad bastante avanzada. Me siento en las poquitas sillas que tienen un reclinatorio, y espero a que la misa comience; pero pasan cinco minutos, pasan diez... y allí no aparece nadie revestido de verde.
En esto, una de las asistentes, que debe ser de las que corta el bacalao en la parroquia, se levantó, subió al ambón y se dirigió a los presentes:
- Parece que no vamos a tener un sacerdote hoy. Les propongo una liturgia de la palabra, y al final podemos repartir la Eucaristía.
Yo torcí el gesto, pero no vi que lo hiciera nadie más. La beata que había tomado la palabra, con otra que debía ser, igualmente, de las que manejaba el cotarro, fueron recitando el Yo, pecador y el Gloria, leyendo las lecturas (el Evangelio, fuerza es decirlo, lo dejaron para un hombre que se presentó voluntario), luego el Credo y la oración de los fieles, y finalmente repartieron la comunión. Supongo que en el sagrario habría formas consagradas.
Al final de la celebración, la beata que había hablado primero subió de nuevo al ambón, y dijo:
- Disculpen por esta improvisación. Podemos ir en paz y buena semana.
Realmente dijo "buena semana", como si diera por sentado que los presentes, con la asistencia a la celebración de la Palabra que acabábamos de escuchar, ya habíamos cumplido con el precepto. La gente salió de la iglesia y, efectivamente, supongo que hasta la semana siguiente. Yo sí fui el domingo por la mañana, y entonces sí que hubo sacerdote y la iglesia estaba razonablemente concurrida, con un centenar largo de personas, lo que para ser verano no debe estar mal.
No critico la buena voluntad de las señoras de no dejar partir a los felgreses con el rabo entre piernas. Me parece una excelente iniciativa que decidieran improvisar una celebración de la Palabra, que es una cosa buena. Pero no es una misa, ni puede serlo, ni sirve para cumplir el precepto, y las señoras, que no creo que lo ignoraran, hubieran debido advertirlo, y no ufanarse con un "buena semana", dando a la liturgia que habían realizado un valor que simplemente no tiene.
Para eso, más vale cancelar más misas y dejar sólo la del domingo por la mañana, si es que sólo se puede garantizar la presencia de sacerdote en esa misa. Y, si ni siquiera eso es posible, más vale anular directamente todas las misas en verano y que los fieles nos busquemos la vida en otra parroquia, pero no es cosa de ponerse a poner parches.
Y no, los católicos no tenemos sacerdocio femenino, pero en Bélgica ya tenemos beatas que suben al ambón y tienen pretensiones.
Entretanto, otras iglesias cristianas, como los anglicanos, han empezado a ordenar mujeres, y últimamente incluso obispas. Inmediatamente han aparecido los tocapelotas que pretenden que la Iglesia Católica haga lo mismo, y que respete así la igualdad de sexos (¿o era de género?). En la Iglesia Católica, a despecho de las interpretaciones tergiversadas a más no poder que hacen algunos de ciertas declaraciones sacadas de contexto y traídas por los pelos del Papa reinante, el tema está cerrado desde siempre, y al menos desde que Juan Pablo II dijo con claridad meridiana que la Iglesia no podía ordenar mujeres, y punto. Eso es magisterio, y el que no esté de acuerdo ahí tiene a los anglicanos, entre otros, para llamar a la puerta. Entretanto, espero con curiosidad los ataques, que llegarán, insistiendo que la Iglesia no es un "equal opportunity employer" y que discrimina laboralmente a las mujeres, como si los sacerdotes firmaran un contrato de trabajo y trabajaran cuarenta horas semanales y ni una más. Esto promete.
Y esto promete porque hay países donde los ataques van a ser indudablemente repelidos con más o menos fuerza, pero con fuerza, como Francia, Italia o España (sí, quiero pensar que España también), y otros donde me da a mí que no va a ser el caso. De los que conozco, el país más sospechoso, con mucho, es Bélgica.
Ya ha tocado hablar de la Iglesia Católica en Bélgica en alguna que otra entrada, y no precisamente para elogiar lo que pasa por aquí. Como no veo muchos motivos para escribir en otro sentido, me va a tocar continuar con esta tónica, y voy a hacerlo con un ejemplo práctico del fin de semana pasado.
Estamos en período de vacaciones. La gente que puede se pira de Bruselas, y nos hemos quedado cuatro gatos y aun nosotros porque hay que ganarse los garbanzos; en cambio, nos ha llegado, lo sé, una legión de turistas que pulula por el centro de la ciudad, en el que, a Dios gracias, ya no habito. En mi barrio, hay un templo grande en el que hay tres misas los fines de semana: sábado por la tarde, domingo por la mañana (la misa mayor), y domingo por la tarde. En verano, como hay menos gente, reducen el número de misas, y las dejan en dos: el sábado por la tarde y el domingo por la mañana.
Me planto el sábado por la tarde y allí hay unas veinticinco personas, generalmente mujeres de edad bastante avanzada. Me siento en las poquitas sillas que tienen un reclinatorio, y espero a que la misa comience; pero pasan cinco minutos, pasan diez... y allí no aparece nadie revestido de verde.
En esto, una de las asistentes, que debe ser de las que corta el bacalao en la parroquia, se levantó, subió al ambón y se dirigió a los presentes:
- Parece que no vamos a tener un sacerdote hoy. Les propongo una liturgia de la palabra, y al final podemos repartir la Eucaristía.
Yo torcí el gesto, pero no vi que lo hiciera nadie más. La beata que había tomado la palabra, con otra que debía ser, igualmente, de las que manejaba el cotarro, fueron recitando el Yo, pecador y el Gloria, leyendo las lecturas (el Evangelio, fuerza es decirlo, lo dejaron para un hombre que se presentó voluntario), luego el Credo y la oración de los fieles, y finalmente repartieron la comunión. Supongo que en el sagrario habría formas consagradas.
Al final de la celebración, la beata que había hablado primero subió de nuevo al ambón, y dijo:
- Disculpen por esta improvisación. Podemos ir en paz y buena semana.
Realmente dijo "buena semana", como si diera por sentado que los presentes, con la asistencia a la celebración de la Palabra que acabábamos de escuchar, ya habíamos cumplido con el precepto. La gente salió de la iglesia y, efectivamente, supongo que hasta la semana siguiente. Yo sí fui el domingo por la mañana, y entonces sí que hubo sacerdote y la iglesia estaba razonablemente concurrida, con un centenar largo de personas, lo que para ser verano no debe estar mal.
No critico la buena voluntad de las señoras de no dejar partir a los felgreses con el rabo entre piernas. Me parece una excelente iniciativa que decidieran improvisar una celebración de la Palabra, que es una cosa buena. Pero no es una misa, ni puede serlo, ni sirve para cumplir el precepto, y las señoras, que no creo que lo ignoraran, hubieran debido advertirlo, y no ufanarse con un "buena semana", dando a la liturgia que habían realizado un valor que simplemente no tiene.
Para eso, más vale cancelar más misas y dejar sólo la del domingo por la mañana, si es que sólo se puede garantizar la presencia de sacerdote en esa misa. Y, si ni siquiera eso es posible, más vale anular directamente todas las misas en verano y que los fieles nos busquemos la vida en otra parroquia, pero no es cosa de ponerse a poner parches.
Y no, los católicos no tenemos sacerdocio femenino, pero en Bélgica ya tenemos beatas que suben al ambón y tienen pretensiones.
miércoles, 30 de julio de 2014
La excepción que confirma la regla
Hace unas semanas, sábado era, me levanté plácidamente tras un sueño relajado, bajé a desayunar y me encontré en la mesa del comedor a la más madrugadora de la tropa, esto es, a Ro. Ro es una chica un tanto particular, que no sé de dónde saca los cuartos, pero controla muchísima pasta. Yo creo que se monta negocios en el colegio, o que chantajea a alguien, o vaya usted a saber qué. El caso es que con sus ingresos le ha dado para comprarse una tableta de las buenas y, al bajar yo, estaba ella con los auriculares puestos y subiendo y bajando la cabeza siguiendo un ritmo poco habitual en sus costumbres musicales.
- ¿Qué escuchas? - le pregunté.
Yo creo que ni se dio cuenta de que yo había llegado, así que me puse delante de ella y le hice unos gestos. Entonces se destapó el oído izquierdo.
- ¡Hola, papá!
- ¿Qué estás escuchando?
- Es la banda sonora de Ironman.
- ¿Es chula?
- Espera, que ahora le quito el auricular y lo oyes.
Lo hizo, y diablos, era heavy. Es más, la voz del cantante era inconfundible.
- Oye, ¿ése no es Angus Young?
- Pues no sé.
- Es que me suena mucho a AC/DC...
- Ah, sí, es que son AC/DC.
- ¿Y... te gustan?
- Sí, están muy bien.
- Pero si éstos ya tenían éxitos cuando yo tenía tu edad. Si debo llevar treinta años escuchando cosas suyas.
- Fíjate...
Dejé a Ro con los AC/CD y me puse a cavilar. Mientras anduve yo por Moscú, ellos no aparecieron por allí, pero es que ya habían estado antes, concretamente en septiembre de 1991, poco después del golpe de Estado que sería la puntilla de la URSS. Tocaron en un concierto llamado "Masters of rock", junto con Metallica, Pantera y no sé quien más, en el aeródromo de Tushino, en un concierto gratuito que pasa por ser uno de los más concurridos de todos los tiempos. Aunque no se vendieron entradas y, por tanto, no hay estadísticas exactas sobre asistencia, se calcula que allí se juntaron cosa de millón y tres cuartos de personas. Tuvo que ser una pasada y, de hecho, he oído hablar de ese concierto muchísimas veces. En cuanto a los intérpretes que participaron en el mismo, de Pantera no se volvió a saber mucho; Metallica llevó desde entonces una existencia vergonzosa y languideciente, cambiando de estilo para pasar a algo más comercial, y sin mucho que decir en el panorama musical desde entonces. De hecho, han vuelto desde entonces varias veces a tocar a Moscú, y quién sabe a qué otros agujeros de Rusia.
AC/DC no.
AC/DC ha ido encadenando éxito tras éxito incluso después de su actuación en Moscú, hasta el punto de que han entrado en el siglo XXI con buen pie e incluso son el grupo favorito de mi hija Ro, lo que los convierte en un caso único, y en la única excepción probada al hecho de que, músico que actúa en Moscú, músico que no levanta cabeza en lo sucesivo. Probablemente no hace ninguna prueba más de que tienen un pacto con el diablo, porque, de lo contrario, esto no se entiende.
También hay que decir que los AC/DC han sido razonablemente prudentes, no han jugado con fuego, y no han vuelto a aparecer por Moscú hasta hoy, a diferencia de la mayoría, cuando no la totalidad, de los colegas de su generación, que no han parado de actuar por allí.
Con lo cual tengo que reconocer que la regla según la cual todo músico que actúa en Moscú está acabado por definición no es tan inflexible como parecía y tiene una excepción. No creo que haya otra, pero estoy dispuesto a discutir el asunto con los entendidos.
Entretanto, los países de Occidente han impuesto sanciones a Rusia por un quítame allá esa Crimea y por no cerrar su frontera con Ucrania y, supuestamente, hacer la vista gorda sobre los envíos de armas y equipo desde territorio ruso a la República Popular de Donetsk. No me queda muy claro que esas medidas vayan a tener el efecto pretendido, más bien al contrario, pero allá los que las hay tomado. Eso sí, en este contexto, parece claro que los contactos, incluso musicales, entre Occidente y Rusia van a quedar bastante reducidos, y que los músicos que, así y todo, vayan a actuar a Moscú serán aquéllos que, simplemente, no tengan otro sitio, ni siquiera Castellón, donde les ofrezcan un concierto. Habrá que estar ojo avizor, porque mayor signo de acabamiento que ése no veremos.
- ¿Qué escuchas? - le pregunté.
Yo creo que ni se dio cuenta de que yo había llegado, así que me puse delante de ella y le hice unos gestos. Entonces se destapó el oído izquierdo.
- ¡Hola, papá!
- ¿Qué estás escuchando?
- Es la banda sonora de Ironman.
- ¿Es chula?
- Espera, que ahora le quito el auricular y lo oyes.
Lo hizo, y diablos, era heavy. Es más, la voz del cantante era inconfundible.
- Oye, ¿ése no es Angus Young?
- Pues no sé.
- Es que me suena mucho a AC/DC...
- Ah, sí, es que son AC/DC.
- ¿Y... te gustan?
- Sí, están muy bien.
- Pero si éstos ya tenían éxitos cuando yo tenía tu edad. Si debo llevar treinta años escuchando cosas suyas.
- Fíjate...
Dejé a Ro con los AC/CD y me puse a cavilar. Mientras anduve yo por Moscú, ellos no aparecieron por allí, pero es que ya habían estado antes, concretamente en septiembre de 1991, poco después del golpe de Estado que sería la puntilla de la URSS. Tocaron en un concierto llamado "Masters of rock", junto con Metallica, Pantera y no sé quien más, en el aeródromo de Tushino, en un concierto gratuito que pasa por ser uno de los más concurridos de todos los tiempos. Aunque no se vendieron entradas y, por tanto, no hay estadísticas exactas sobre asistencia, se calcula que allí se juntaron cosa de millón y tres cuartos de personas. Tuvo que ser una pasada y, de hecho, he oído hablar de ese concierto muchísimas veces. En cuanto a los intérpretes que participaron en el mismo, de Pantera no se volvió a saber mucho; Metallica llevó desde entonces una existencia vergonzosa y languideciente, cambiando de estilo para pasar a algo más comercial, y sin mucho que decir en el panorama musical desde entonces. De hecho, han vuelto desde entonces varias veces a tocar a Moscú, y quién sabe a qué otros agujeros de Rusia.
AC/DC no.
AC/DC ha ido encadenando éxito tras éxito incluso después de su actuación en Moscú, hasta el punto de que han entrado en el siglo XXI con buen pie e incluso son el grupo favorito de mi hija Ro, lo que los convierte en un caso único, y en la única excepción probada al hecho de que, músico que actúa en Moscú, músico que no levanta cabeza en lo sucesivo. Probablemente no hace ninguna prueba más de que tienen un pacto con el diablo, porque, de lo contrario, esto no se entiende.
También hay que decir que los AC/DC han sido razonablemente prudentes, no han jugado con fuego, y no han vuelto a aparecer por Moscú hasta hoy, a diferencia de la mayoría, cuando no la totalidad, de los colegas de su generación, que no han parado de actuar por allí.
Con lo cual tengo que reconocer que la regla según la cual todo músico que actúa en Moscú está acabado por definición no es tan inflexible como parecía y tiene una excepción. No creo que haya otra, pero estoy dispuesto a discutir el asunto con los entendidos.
Entretanto, los países de Occidente han impuesto sanciones a Rusia por un quítame allá esa Crimea y por no cerrar su frontera con Ucrania y, supuestamente, hacer la vista gorda sobre los envíos de armas y equipo desde territorio ruso a la República Popular de Donetsk. No me queda muy claro que esas medidas vayan a tener el efecto pretendido, más bien al contrario, pero allá los que las hay tomado. Eso sí, en este contexto, parece claro que los contactos, incluso musicales, entre Occidente y Rusia van a quedar bastante reducidos, y que los músicos que, así y todo, vayan a actuar a Moscú serán aquéllos que, simplemente, no tengan otro sitio, ni siquiera Castellón, donde les ofrezcan un concierto. Habrá que estar ojo avizor, porque mayor signo de acabamiento que ése no veremos.
lunes, 28 de julio de 2014
Músicos acabados (y van...)
La visita a Moscú de hace ya dos meses ha sido fecunda en acontecimientos destacados, pero también en ponernos al día de las últimas tendencias en cuanto a músicos que han decidido ir a actuar allí y, por consiguiente, están acabados. Yo suponía que la serie tenía un final, con la última visita previsible a Moscú, pero claro, como todavía he asomado la nariz por allí, pues la serie puede continuar un poquito.
La primera foto incluye a los Guano Apes, un grupo alemán que ha llevado una existencia vacilante, con alguna desaparición guadianesca incluida, desde mitad de los noventa.. La vacilación parece terminar con su actuación en Moscú, aunque no es que hasta ahora hubieran tocado precisamente en Londres o en Nueva York; efectivamente, desde ahora sólo pueden ir cuesta abajo.
Junto a ellos, más abajo en el cartel, aparece WASP, que ya hace tiempo que estaban acabados, al menos por el hecho de que, que yo recuerde, es la tercera vez que tocan en Moscú, y la primera creo que fue en 2004, si la memoria no me falla. Sí que recuerdo que la anterior a ésta había sido sólo hace dos años, lo cual convierte en la banda en una candidata poco menos que al visado de múltiple entrada que seguro que tiene gente como Deep Purple, que prácticamente sólo tocan aquí. Lo próximo puede ser la gira mundial por el Donbáss. Es posible que Blackie Lawless no le haga ascos.
Y, finalmente...
¡Es ella! Después de interrumpir su carrera musical para casarse con, en fin, un buen partido, ahora que el buen partido tiene algunos problemillas con la justicia, supongo que ha decidido reemprender su carrera, aunque un poco con la boca pequeña (bueno, lo de cantar con la boca pequeña no parece nuevo en ella). Para los que tenían alguna incertidumbre sobre si a partir de ahora iba a hacer algo de relumbrón, supongo que no hace falta que diga que la duda ha quedado disipada por completo. Adieu, Carla...
* * *
Después de tantas entradas más ácidas que un limón verde, queda la duda de si realmente la regla es tan inflexible y de si nadie, absolutamente nadie, que haya actuado en Moscú tiene la menor esperanza de hacer algo de provecho durante el resto de su carrera musical.
Bueno, pues parece que hay un excepción. Sólo una. La descubrí el otro día, cuando pillé a Ro escuchando una canción del grupo en cuestión.
Los detalles, sin embargo, tendrán que venir en la siguiente entrada. No les voy a hacer compartir entrada a esos genios con esta pléyade de músicos en decadencia imparable, ¿verdad?
La primera foto incluye a los Guano Apes, un grupo alemán que ha llevado una existencia vacilante, con alguna desaparición guadianesca incluida, desde mitad de los noventa.. La vacilación parece terminar con su actuación en Moscú, aunque no es que hasta ahora hubieran tocado precisamente en Londres o en Nueva York; efectivamente, desde ahora sólo pueden ir cuesta abajo.
Junto a ellos, más abajo en el cartel, aparece WASP, que ya hace tiempo que estaban acabados, al menos por el hecho de que, que yo recuerde, es la tercera vez que tocan en Moscú, y la primera creo que fue en 2004, si la memoria no me falla. Sí que recuerdo que la anterior a ésta había sido sólo hace dos años, lo cual convierte en la banda en una candidata poco menos que al visado de múltiple entrada que seguro que tiene gente como Deep Purple, que prácticamente sólo tocan aquí. Lo próximo puede ser la gira mundial por el Donbáss. Es posible que Blackie Lawless no le haga ascos.
Y, finalmente...
¡Es ella! Después de interrumpir su carrera musical para casarse con, en fin, un buen partido, ahora que el buen partido tiene algunos problemillas con la justicia, supongo que ha decidido reemprender su carrera, aunque un poco con la boca pequeña (bueno, lo de cantar con la boca pequeña no parece nuevo en ella). Para los que tenían alguna incertidumbre sobre si a partir de ahora iba a hacer algo de relumbrón, supongo que no hace falta que diga que la duda ha quedado disipada por completo. Adieu, Carla...
* * *
Después de tantas entradas más ácidas que un limón verde, queda la duda de si realmente la regla es tan inflexible y de si nadie, absolutamente nadie, que haya actuado en Moscú tiene la menor esperanza de hacer algo de provecho durante el resto de su carrera musical.
Bueno, pues parece que hay un excepción. Sólo una. La descubrí el otro día, cuando pillé a Ro escuchando una canción del grupo en cuestión.
Los detalles, sin embargo, tendrán que venir en la siguiente entrada. No les voy a hacer compartir entrada a esos genios con esta pléyade de músicos en decadencia imparable, ¿verdad?
sábado, 26 de julio de 2014
Políticos y aviones
La estricta política de anonimato que gobierna esta bitácora desde sus comienzos me obliga a ocultar los nombres de las personas con las que he compartido vuelo, en la confianza de que el lector sabrá comprender las graves razones que me fuerzan a ello, y que el desconocimiento de las personalidades sobre las que versa esta entrada no representará ningún obstáculo para el lector avezado. Lo que importa es la sustancia, ¿no?
Pues señor, fuerza es decir que, ahora que ya no vuelo entre Moscú y Madrid, sino, en el caso que hoy nos ocupa, entre Madrid y Bruselas, el pasajero típico ha cambiado bastante. Entre Moscú y Madrid, o entre Moscú y España en general, ya he dedicado diversas entradas a glosar los compañeros de viaje que se puede encontrar uno. En cambio, hasta ahora no había escrito sobre lo que se encuentra uno en los vuelos entre Bruselas y España, así que parece hora de cubrir este vacío.
Para empezar, la oferta es muchísimo mayor. Así como entre Rusia y España sólo vuelan, chárteres aparte, básicamente Iberia y Aeroflot, entre Bélgica y España tenemos a Iberia, a Brussels Airlines, a Air Europa, a Vueling, a Ryanair y no sé si me dejo alguna. Y, como destinos, no sólo tenemos las dos capitales, sino que los destinos en España son casi todos los aeropuertos posibles y, en Bélgica, los dos de Bruselas. Vamos a ser condescendientes y a considerar, como hacen ellos, el aeropuerto de Charleroi como el de Bruselas Sur, porque, ¿qué son sesenta kilómetros en la inmensidad del universo?
Además, si hay tantos vuelos es porque hay gente dispuesta a llenarlos. Y así es: entre turistas, emigrantes, trabajadores desplazados, lobbyistas varios, funcionatas, y eurobichos de toda condición, ya tenemos un montón de gente que vuela entre España y Bélgica, y esto sin contar a los belgas, que alguno hay también. Esto no tiene nada que ver con lo que pasaba entre España y Rusia, en que la práctica totalidad del pasaje estaba compuesto por rusos y, si te encontrabas algún español, lo más probable es que lo conocieras. En este caso, si el vuelo era en dirección a España, todo eran parabienes por la próxima estancia en la patria y si, por el contrario, el vuelo era en dirección a Rusia, la compañía servía para mitigar el pesar por abandonar el paraíso perdido. Eso es cuando vives en Rusia: cuando no lo haces, sino que vas para unos días, vas tan contento y hasta te has convertido en rusófilo.
Con gente tan diferente, es natural que te encuentres con mucha gente distinta. El que vuela a Valencia es distinto del que lo hace a Madrid, y también del que vuela a Santander o a Málaga; el que lo hace en Iberia es diferente al que lo hace en Ryanair y, de hecho, en la cola de embarque de Iberia te puedes encontrar a gente que dice, con suficiencia, que voló una vez con Ryanair y una y no más, Santo Tomás. No es mi caso. Ya he volado más de una vez con Ryanair, y me da a mí que me quedan algunas.
Pero el vuelo de hoy es con Iberia, que es donde vuela la clase más alta de entre los viajeros entre ambos países. Vemos un número alto de padres con bebés y niños pequeños y, como es el último vuelo de un día que es festivo en Bélgica, la fiesta nacional del 21 de julio, no hay turistas, pero sí volamos los que trabajamos en Bélgica y queremos apurar el fin de semana en Madrid. Y los españoles que viajan somos, o madrileños, que no es mi caso, o gente fuertemente relacionada con Madrid, que sí que lo es; a diferencia del caso de Moscú, si no eres de Madrid no hace falta que pases por Barajas para desplazarte, cosa que se agradece enormemente.
¿Y quién vive en Madrid? Pues la élite nacional y los tipos que salen en los telediarios y que encabezan las candidaturas de, en este caso, las elecciones europeas. En el caso que nos ocupa, heme aquí que me ha tocado compartir vuelo, no con uno, sino con dos cabezas de lista de las últimas elecciones europeas. Ya he dicho lo del anonimato, y el lector me disculpará por no revelar sus nombres, pero me atreveré a decir que son las dos personas que pueden decir con total justicia que obtuvieron una victoria en las elecciones, uno porque su lista fue la más votada, y el otro porque obtuvo el mayor ascenso respecto a las elecciones anteriores de entre las candidaturas presentadas. No diré más por respeto a su intimidad.
Estaba yo, pues, en la cola del embarque. Pasé el control de rigor, me di cuenta de que, por muy Iberia que fuese, los muy roñosos no habían contratado finger y tocaba ir en autobús hasta el avión. Subí al autobús, me situé en un rincón, y al poco vi subir a un señor canoso, de barba recortada y algo rellenito, vestido con un traje gris y que se puso a mi mismo lado. Lo reconocí, que no en vano es un personaje público y no estoy yo tan desconectado de España como para no saber quién ha cesado de ministro hace no tanto.
Al poco, subieron dos jóvenes que abordaron al primero y que debían tener algún contacto con él. Por lo que pude oír, porque la conversación tenía lugar junto a mi oreja, debían ser funcionarios de algún consulado español en Bélgica, ése por el que algún día debería plantearme pasar, porque a estas alturas me siguen llegando correos del consulado de Moscú como si todavía residiese allí. El político, con un acento que era una curiosa mezcla de deje andaluz y tonalidad madrileña, conversó con ellos como si tal cosa, pero, cuando el autobús se puso en marcha, se apoyó con la mano en la barra en la que también yo estaba recostado y me puso su tarjeta de embarque a un palmo de los ojos. Así es como supe que no me había equivocado al identificarle y, de paso, me enteré de que volaba en primera y de que era titular de la tarjeta de Iberia puturrudefuá total, creo que la de platino esmeralda, que supongo que le dará derecho a trato de maharajá, sala VIP allá donde vaya y no sé qué gabelas más, pero, si no hay finger, parece que igualmente tiene que subir al autobús, como la chusma con tarjeta de Iberia como la mía, de nivel mínimo y que, todo lo más, me da derecho a sacar la tarjeta de embarque en una máquina automática, y gracias, so pringao.
En estos pensamientos, entró en el autobús un grupo de varias personas bastante jóvenes que se arracimaban alrededor de un personaje central que indudablemente era el líder del grupo. Se trataba de un hombre de aspecto juvenil, vestido informalmente, con una mochila a la espalda y el pelo largo recogido en una coleta, a quien también reconocí sin demasiados problemas. El grupo conversaba animadamente y no dejó de hacerlo durante todo el viaje, porque los tenía sólo algunas filas delante de mí. La verdad es que, más que un diputado y sus asistentes, parece un grupo de coleguillas que iban de turisteo por Bélgica. Tal y como presumen en las entrevistas que hacen, van en turista. Es cierto.
A la llegada a Bruselas, los cinco (eran cinco) se reagruparon y supongo que tendrían organizado su transporte hasta donde residen, que se supone es en un piso compartido y, si han renunciado a la parte del sueldo que dicen que han hecho, realmente no les da para mucho más, porque los alquileres de Bruselas, aunque no son los de Moscú, tampoco son los de, digamos, Torrevieja en invierno. Yo tomé el tren y aparecí una hora después por mi casa.
¿Qué hubiera hecho yo si hubiera sido elegido eurodiputado y me viera en la tesitura de elegir entre ambos, ejem, modelos de comportamiento? Con todo el respeto que me inspira el eurodiputado español que viaja en clase económica, no tengo muy claro que yo hubiera hecho lo mismo en su caso. También es cierto que él no tenía elección, teniendo en cuenta su programa y en que se hubieran echado a degüello si hubiese empezado a ser asiduo de las salas VIP.
Pero de los dos modelos será cosa de escribir en otra ocasión. Ahora me toca salir.
Pues señor, fuerza es decir que, ahora que ya no vuelo entre Moscú y Madrid, sino, en el caso que hoy nos ocupa, entre Madrid y Bruselas, el pasajero típico ha cambiado bastante. Entre Moscú y Madrid, o entre Moscú y España en general, ya he dedicado diversas entradas a glosar los compañeros de viaje que se puede encontrar uno. En cambio, hasta ahora no había escrito sobre lo que se encuentra uno en los vuelos entre Bruselas y España, así que parece hora de cubrir este vacío.
Para empezar, la oferta es muchísimo mayor. Así como entre Rusia y España sólo vuelan, chárteres aparte, básicamente Iberia y Aeroflot, entre Bélgica y España tenemos a Iberia, a Brussels Airlines, a Air Europa, a Vueling, a Ryanair y no sé si me dejo alguna. Y, como destinos, no sólo tenemos las dos capitales, sino que los destinos en España son casi todos los aeropuertos posibles y, en Bélgica, los dos de Bruselas. Vamos a ser condescendientes y a considerar, como hacen ellos, el aeropuerto de Charleroi como el de Bruselas Sur, porque, ¿qué son sesenta kilómetros en la inmensidad del universo?
Además, si hay tantos vuelos es porque hay gente dispuesta a llenarlos. Y así es: entre turistas, emigrantes, trabajadores desplazados, lobbyistas varios, funcionatas, y eurobichos de toda condición, ya tenemos un montón de gente que vuela entre España y Bélgica, y esto sin contar a los belgas, que alguno hay también. Esto no tiene nada que ver con lo que pasaba entre España y Rusia, en que la práctica totalidad del pasaje estaba compuesto por rusos y, si te encontrabas algún español, lo más probable es que lo conocieras. En este caso, si el vuelo era en dirección a España, todo eran parabienes por la próxima estancia en la patria y si, por el contrario, el vuelo era en dirección a Rusia, la compañía servía para mitigar el pesar por abandonar el paraíso perdido. Eso es cuando vives en Rusia: cuando no lo haces, sino que vas para unos días, vas tan contento y hasta te has convertido en rusófilo.
Con gente tan diferente, es natural que te encuentres con mucha gente distinta. El que vuela a Valencia es distinto del que lo hace a Madrid, y también del que vuela a Santander o a Málaga; el que lo hace en Iberia es diferente al que lo hace en Ryanair y, de hecho, en la cola de embarque de Iberia te puedes encontrar a gente que dice, con suficiencia, que voló una vez con Ryanair y una y no más, Santo Tomás. No es mi caso. Ya he volado más de una vez con Ryanair, y me da a mí que me quedan algunas.
Pero el vuelo de hoy es con Iberia, que es donde vuela la clase más alta de entre los viajeros entre ambos países. Vemos un número alto de padres con bebés y niños pequeños y, como es el último vuelo de un día que es festivo en Bélgica, la fiesta nacional del 21 de julio, no hay turistas, pero sí volamos los que trabajamos en Bélgica y queremos apurar el fin de semana en Madrid. Y los españoles que viajan somos, o madrileños, que no es mi caso, o gente fuertemente relacionada con Madrid, que sí que lo es; a diferencia del caso de Moscú, si no eres de Madrid no hace falta que pases por Barajas para desplazarte, cosa que se agradece enormemente.
¿Y quién vive en Madrid? Pues la élite nacional y los tipos que salen en los telediarios y que encabezan las candidaturas de, en este caso, las elecciones europeas. En el caso que nos ocupa, heme aquí que me ha tocado compartir vuelo, no con uno, sino con dos cabezas de lista de las últimas elecciones europeas. Ya he dicho lo del anonimato, y el lector me disculpará por no revelar sus nombres, pero me atreveré a decir que son las dos personas que pueden decir con total justicia que obtuvieron una victoria en las elecciones, uno porque su lista fue la más votada, y el otro porque obtuvo el mayor ascenso respecto a las elecciones anteriores de entre las candidaturas presentadas. No diré más por respeto a su intimidad.
Estaba yo, pues, en la cola del embarque. Pasé el control de rigor, me di cuenta de que, por muy Iberia que fuese, los muy roñosos no habían contratado finger y tocaba ir en autobús hasta el avión. Subí al autobús, me situé en un rincón, y al poco vi subir a un señor canoso, de barba recortada y algo rellenito, vestido con un traje gris y que se puso a mi mismo lado. Lo reconocí, que no en vano es un personaje público y no estoy yo tan desconectado de España como para no saber quién ha cesado de ministro hace no tanto.
Al poco, subieron dos jóvenes que abordaron al primero y que debían tener algún contacto con él. Por lo que pude oír, porque la conversación tenía lugar junto a mi oreja, debían ser funcionarios de algún consulado español en Bélgica, ése por el que algún día debería plantearme pasar, porque a estas alturas me siguen llegando correos del consulado de Moscú como si todavía residiese allí. El político, con un acento que era una curiosa mezcla de deje andaluz y tonalidad madrileña, conversó con ellos como si tal cosa, pero, cuando el autobús se puso en marcha, se apoyó con la mano en la barra en la que también yo estaba recostado y me puso su tarjeta de embarque a un palmo de los ojos. Así es como supe que no me había equivocado al identificarle y, de paso, me enteré de que volaba en primera y de que era titular de la tarjeta de Iberia puturrudefuá total, creo que la de platino esmeralda, que supongo que le dará derecho a trato de maharajá, sala VIP allá donde vaya y no sé qué gabelas más, pero, si no hay finger, parece que igualmente tiene que subir al autobús, como la chusma con tarjeta de Iberia como la mía, de nivel mínimo y que, todo lo más, me da derecho a sacar la tarjeta de embarque en una máquina automática, y gracias, so pringao.
En estos pensamientos, entró en el autobús un grupo de varias personas bastante jóvenes que se arracimaban alrededor de un personaje central que indudablemente era el líder del grupo. Se trataba de un hombre de aspecto juvenil, vestido informalmente, con una mochila a la espalda y el pelo largo recogido en una coleta, a quien también reconocí sin demasiados problemas. El grupo conversaba animadamente y no dejó de hacerlo durante todo el viaje, porque los tenía sólo algunas filas delante de mí. La verdad es que, más que un diputado y sus asistentes, parece un grupo de coleguillas que iban de turisteo por Bélgica. Tal y como presumen en las entrevistas que hacen, van en turista. Es cierto.
A la llegada a Bruselas, los cinco (eran cinco) se reagruparon y supongo que tendrían organizado su transporte hasta donde residen, que se supone es en un piso compartido y, si han renunciado a la parte del sueldo que dicen que han hecho, realmente no les da para mucho más, porque los alquileres de Bruselas, aunque no son los de Moscú, tampoco son los de, digamos, Torrevieja en invierno. Yo tomé el tren y aparecí una hora después por mi casa.
¿Qué hubiera hecho yo si hubiera sido elegido eurodiputado y me viera en la tesitura de elegir entre ambos, ejem, modelos de comportamiento? Con todo el respeto que me inspira el eurodiputado español que viaja en clase económica, no tengo muy claro que yo hubiera hecho lo mismo en su caso. También es cierto que él no tenía elección, teniendo en cuenta su programa y en que se hubieran echado a degüello si hubiese empezado a ser asiduo de las salas VIP.
Pero de los dos modelos será cosa de escribir en otra ocasión. Ahora me toca salir.
sábado, 19 de julio de 2014
Decíamos ayer...
Decíamos ayer...
Bueno, en realidad no fue ayer. Fray Luis de León se tiró unos cuantos años entre la clase que precedió a sus asuntillos con la Inquisición, y la posterior a la misma. No es mi caso, que ni tengo cuentas con la Inquisición, ni he estado ausente tanto tiempo desde mi última aparición. Sin embargo, lo que decíamos ayer es que los moscovitas se las ingeniaban para no pagar por aparcar en el centro, y para hacerlo impunemente. Y es que a algún avispado se le ocurrió que el ayuntamiento de Moscú lo que hacía era enviar a un coche con cámara a fotografiar las matrículas de los coches, y a crujir a quienes no hubieran pasado por caja, cosa que se hace introduciendo el número de matrícula en el aparatejo que se han inventado.
Básicamente, hay dos métodos de eludir el asunto. El primero es universal, y el segundo sólo para los titulares de matrículas no estándar. El método universal consiste en, simplemente, ocultar la matrícula con un trapo cualquiera o ensuciándola mucho. La fotografía deja la matrícula ilegible, y la multa no llega a emitirse. Es lo que pasa cuando se abandona el honrado método tradicional de poner a legiones de agentes de la ORA a peinar las calles, y se les sustituye por una fría máquina. Yo pensaba que en Moscú, con las masas de tayikos dispuestos a currar por un remedo de salario, la sustitución del hombre por la máquina tardaría en producirse, pero se ve que los tayikos están todos muy ocupados, construyendo y reformando pisos, y en Tayikistán han debido cerrar el grifo de salida de mano de obra semiesclavizada.
El segundo método testifica igualmente que los fautores del sistema de pago por aparcar todavía tienen que pulir defectillos. Como vimos en una serie de entradas, los distintos tipos de matrículas que se pueden ver por Moscú son bastante variados; sin embargo, cuando uno trata de introducir el pago en el sistema informático, si no tienes una matrícula "normal", tararí que te vi. Uno se explica que los coches del ejército, de la policía, o los célebres EKX de los servicios secr... estooo... de los servicios de seguridad estatal passssen ampliamente de pagar por el aparcamiento, pero ¿y los diplomáticos?
En el curso del viaje que hicimos, quedamos con unos amigos que, aunque no son estrictamente diplomáticos, sí que trabajan en una embajada y, al ser extranjeros, tienen derecho (y, en realidad, incluso obligación) a llevar una bonita matrícula de color rojo, con los numericos en blanco monísimo y un código de país que no se corresponde con los números y letras de serie de los coches de matrícula nacional estándar. Nos contaban que, cuando supieron del asunto, ni cortos ni perezosos, un día que aparcaron por el centro fueron a pagar, como todo hijo de vecino, y descubrieron que a sus padres no les consideraban vecinos y que la máquina no aceptaba el código de matrícula que introducían. Total, que, quieras que no, nuestros amigos no tuvieron más remedio que dejar aparcado el coche sin pagar. Y jugársela, claro.
Lo de jugársela es relativo. Sí, existe la inmunidad diplomática, y raro será el miliciano que le busque las cosquillas a un diplomático, pero, puestos a ser estrictos, el procedimiento cuando un diplomático se desmanda en la carretera consiste en tomarle los datos y hacer llegar la queja al Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, que, a su vez, transmite la protesta al embajador del país cuyo representante ha resultado infractor de a saber qué norma. El embajador no creo que haga mucho, pero no debe ser un asunto agradable que te llamen a capítulo.
Vamos, que el segundo método consiste en tener una matrícula rarilla. La de los diplomáticos no está al alcance de todos, vale, pero la extranjera sí. Uno matricula su coche en Bielorrusia o en Lituania y, a partir de entonces, ancha es la Estepa.
Dicho esto, no critiquemos demasiado a los rusos. Hace unos días, viajamos a Madrid con nuestro coche, y con su matrícula belga, lo dejamos allí para tenerlo cuando las vacaciones y llevarlo de vuelta a su fin, y lo primero que se le ocurrió a mi suegra es que, si aparcaba en la ORA, no sabrían a quién mandar la multa y que seguro que no pasaba nada.
Nada más que avisaran a la grúa, claro.