En Bélgica seguimos de huelga. El lunes hubo huelga de transportes, ayer huelga de no sé muy bien qué, pero hubo lío, y el lunes que viene, día 15, es la madre de todas las huelgas, una huelga general que promete paralizar el país. A mí no me debería afectar demasiado, porque precisamente el lunes me iba de viaje de trabajo a Alsacia, pero parece que no va a ser sencillo desplazarse. Yo, que suelo hacerlo en tren, no podré hacerlo en esta ocasión, porque los maquinistas y controladores ferroviarios son dos de los colectivos más ferozmente sindicalizados, y no creo que hagan ni los servicios mínimos, suponiendo que tal cosa exista.
La alternativa hubiera sido el autobús. Alguno se fletó desde el trabajo para apañarse con esto, pero el lunes pasado, en el ensayo de la huelga, resultó que los huelguistas no se conforman con no trabajar ellos, sino que no soportan que alguien lo haga, y montaron piquetes. En España, por lo menos, tienen la prudencia de llamarlos 'informativos', cuya función es la de informar a los trabajadores de los motivos que les conducen a la huelga. Vale, ya que, más que informativos, los piquetes son 'persuasivos', pero al menos disimulan.
Aquí, ni eso.
Aquí, los piquetes ni siquiera guardan las apariencias y hacen ver que se dedican a informar a los potenciales esquiroles. Ni cortos ni perezosos, los piquetes se pusieron a cortar calles por aquí y por allá. En España, quiero pensar que a quien obrara así la Guardia Civil lo metería en vereda con un par de collejas, y despejaría la calle para que los esquiroles pudieran serlo; en cambio, en Bélgica las barreras cortan las calles hasta que los comandos se van porque tienen hambre, sed o frío, pero nunca porque las fuerzas del orden les evacúen. Eso sí que no. Aún está por confirmar que no sean las propias fuerzas del orden quienes les traigan unas mantitas para que se abriguen y puedan aguantar más tiempo a la intemperie.
Luego, cuando van al Sur, nos miran con desdén, como si ellos fueran la quintaesencia de la civilización.
Tanta huelga me hace recordar con cierta nostalgia la que estuve a punto de protagonizar en Rusia ¿Cómo? ¿Una huelga en Rusia, el paraíso proletario? Sí, porque lo del paraíso proletario ya quedó desmentido desde hace bastante tiempo, y porque mi patrón no era ruso, sino español, aunque con delegación en Rusia.
De buenas a primeras, nuestro empleador, que nos pagaba en dólares americanos, como tantísima gente lo hacía entonces (y posiblemente estén volviendo a hacer en estos días), decidió por su cuenta y riesgo, y a despecho de lo que pusiera en los contratos de trabajo del personal, cambiar la divisa de pago y pagarnos en euros. Hoy el euro está razonablemente consolidado, pero, en aquellos tiempos remotos, era una divisa incierta y de tipo de cambio inconstante, que en Rusia nadie se tomaba muy en serio. Además, nuestro empleador fijó el tipo de cambio que le dio la gana, no el que nosotros hubiéramos querido, que también era el que nos daba la gana, pero a nuestro favor. En fin, no voy a decir que nos moviéramos por la Justicia y la Verdad, que eso sería de lo más hipócrita. Lo que queríamos era cobrar lo más posible.
Sea como fuere, nuestros contratos estaban en dólares, y punto. Se montó algo de alboroto entre el personal, y se decidió votar una comisión paritaria. Era totalmente paritaria, tanto por nacionalidad (dos españoles y dos rusas) como por sexo (dos españolEs y dos rusAs).
De momento, los primeros pasos fueron sencillos. Solicitamos una entrevista con el jefe de la delegación y le dijimos que habíamos oído campanas y que estábamos moscas. El jefe de la delegación nos doró la píldora, nos mostró su enorme solidaridad y nos dijo que él no tomaba esas decisiones. Le faltó decir que no le pagaban para pensar, pero, bien mirado, no había falta que insistiera mucho sobre ese punto. Ya lo habíamos comprendido desde mucho tiempo antes.
Enviamos una carta de protesta a la sede central, allá por Madrid, firmada por la totalidad del personal. Ni puñetero caso.
Envíamos una segunda nota, amenazando con pasar a mayores. Corrió la suerte de la primera. Finalmente, nos enviaron una nota de respuesta redactada por algún ch*l*p*t* en la que el redactor se salía por la tangente con un arte notabilísimo y nos venía a recomendar abrir mucho la boca para tragarnos el cambio de divisa y un litro de ricino que nos metieran, y se reía abiertamente de lo que pudiéramos hacer.
De los cuatro delegados de la comisión, el tipo que más metido estaba en cuestiones jurídicas era quien redacta estas líneas. Según la legislación española, lo suyo era montar un conflicto colectivo y, si la jefatura se seguía haciendo la sorda, negociación, huelga en su caso... nada que no hayamos visto. Evidentemente, nada de silicona en la cerradura, que nosotros éramos más civilizados que los mastuerzos que hacen huelga por aquí.
Y, según la legislación rusa... ay, madre.
La legislación rusa era otra cosa, pero su descripción quedará para la próxima entrada, porque ahora tengo que preparar la boina y el trabuco para medirme a los piquetes que el lunes no van a dejarme fácilmente ir de trabajar, mire usted qué cosa, y que probablemente van a bloquear las salidas de Bruselas en cualquier dirección, Alsacia incluida.
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