Al final, mis gostis volvieron de San Petersburgo, después de gozar de la monumentalidad de la ciudad, de sus incomparables vistas y de la riqueza cultural y museística que atesora, en los términos que quedan fielmente reflejados en la entrada anterior. Pero todo lo bueno termina, y finalmente, un buen día, hubo que abandonar la capital del Norte y volver a Moscú, que supongo que habrá que llamar capital del Sur, por raro que resulte.
Era sábado, y el sábado era el gran día de ir a la Gorbushka, el mercadillo de cedés, que era el objetivo número uno del viaje, al menos para Kúkoch y para Manolo. Tortajada, de verdad, parecía más proclive a ir de museos, y Spassky era menos aficionado a los discos que los otros dos.
No consiguieron levantarse a las ocho, a diferencia de lo previsto en su plan, porque Kúkoch no ha estado nunca para esos trotes, pero finalmente nos pusimos en marcha. Nada más llegar, comenzó a llover y a hacer viento frío, así, de agosto, y Manolo, que iba sin abrigo, y Kúkoch, que iba sin chubasquero, las pasaron negras. Pero nada, ¡dureza!
Al que va hoy a la Gorbushka (yo mismo, sin ir más lejos, el mes pasado) le resulta difícil imaginar lo que era aquello a finales de los noventa. Hoy es un respetable lugar comercial en el que se puede encontrar (casi) todo lo que tiene que ver con la electricidad en plan doméstico y con los contenidos digitales.
Entonces, no.
En aquel tiempo, aquello era una jungla absolutamente espontánea que invadió el parque de Filí y que, los fines de semana, montaba chiringuitos en cualquier situación, lloviera, nevara o hiciera un sol de justicia. Un rastro musical con una preponderancia absoluta de discos piratas. Por dos dólares y medio podías encontrar todo tipo de música popular; si no lo encontrabas pirateado (me pasó con Gary Glitter, por ejemplo), podías preguntar en varios sitios, en la confianza de que poco después estaría pirateado y ya lo tendrías a mano. La oferta encajando con la demanda y a la propiedad intelectual que la zurzan.
La actuación de los gostis en el mercadillo fue muy destacada, con su traductor puesto.
- ¡Tienen Foo Fighters! (entonces a los Foo Fighters, que se acaban de retirar, no los conocía prácticamente nadie)
- Pues claro.
- ¿Por cuánto van?
Le pasé la pregunta al vendedor, que debía estar flipando ante la visión de cuatro cabezas con mirada codiciosa paseándose por su chiringuito.
- Quince rublos.
Entonces, un dólar eran seis rublos. Sólo dos días después de aquella visita colapsaría el rublo complementamente, pero eso es otra historia.
- ¿Quince?
- Eso dice.
- Pero eso será si nos llevamos uno.
- Bueno, sí. Otras veces que he venido ha habido algunos descuentos si te llevabas varios.
- ¡Eh! Vamos a juntarnos todos.
- Fíjate. Están casi todos los discos de Roxette.
- Qué puesto más bueno.
- Me los llevo todos.
- Oiga, ¿y si compramos diez?
- Dice que si compráis más de diez, os los deja en trece rublos.
- Bueno, diez compró yo solo.
- Y yo.
- Pregúntale a cuánto nos los deja si compramos más de treinta.
- Dice que entonces los deja en doce.
- ¡Vamos a ver si le apretamos más!
- El puesto es muy bueno. Anda... ¡si tienen Saxon! ¡Y Thin Lizzy!
- Eh, déjamelo a mí.
- Pregúntale si tiene más de Thin Lizzy.
- No dice que no, pero que os trae más mañana, si queréis.
- Que lo haga.
- Oye, que dice que si pasáis de cincuenta, os los deja por once rublos. Oye... por once rublos, creo que también yo voy a comprar algunos.
De ese puesto, entre todos, salimos habiendo comprado noventa y un discos. Noventa y uno. Precio de mayorista, o poco menos. Eso sí, si llego a saber que los rublos que tenía en el bolsillo iban a valer la cuarta parte dos días después, me dejo allí hasta la última moneda.
Como aquello era imposible de cargar tuvimos que comprar allí mismo una bolsa de viaje y un par de mochilas para meter tanto disco. En total, a base de picotear por aquí y por allá, salimos de la Gorbushka con seiscientos discos. No sé si batimos algún récord.
Kúkoch y Manolo estaban radiantes.
- Pues yo creo que deberíamos volver aquí mañana, en lugar de ver la ciudad o viajar a algún pueblo.
- Sí, sí, estaría bien.
- Bueno -dijo Spassky-, pero hoy es sábado. Podíamos salir a ver el ambiente.
- ¿Con el frío que hace?
- No es tanto, mariconazo ¡Dureza!
- Alfor, ¿qué tal? ¿Salimos por ahí?
- Bueno, venga...
- ¿Qué sitios conoces?
- No sé. Está el Papá John's, el Hungry Duck...
- ¿El Hungry Duck? ¿Pato Hambriento? - dijo Tortajada, que había terminado un cursillo de inglés del ayuntamiento de Albal.
- Sí. Hay uno que se llama así.
- Vamos a ése, ¿no?
- A... ¿ése...? ¿al Pato?
- Sí.
Ay, ay, ay... menos mal que mi novia se había ido a Tallin.
¿Gary Glitter? Uyyyy, la camarada Ro le va a hacer una denuncia al más puro estilo de Pavlik Morózov. ¿Ya estaba hastiado -a su edad- de U2, Simple Minds o Queen? Noooo, no me lo puedo creer, como decía su amigo: ¡Dureza!
ResponderEliminarAmigo Alfor: esta serie ha sido de las mejores.... saludos
ResponderEliminarJavier, es que de esos grupos ya lo tenía absolutamente todo. Y Gary Glitter no está nada mal, y ni siquiera ha venido a Moscú, con lo quizá no esté acabado. A ver si sale pronto de la cárcel en Tailandia...
ResponderEliminarErnestín, ¡un momento! Que sólo queda una entrada, pero será en otro momento, que... se hace tarde. Pero gracias por el piropo.