Ya hemos visto en algunas ocasiones que manifestarse en Moscú no es sencillo y que las autoridades municipales buscan reducir el impacto de las manifestaciones opositoras, poniéndoles un aforo máximo ("Podéis manifestaros, pero no podéis ser más de doscientos."), limitando su movilidad ("Os quedáis quietecitos en la plaza y nada de marchar, que hay atascos.") o mandándoles dos mil policías por si acaso ("Es para protegeros, por si el pueblo se indigna contra vosotros."). Las manifestaciones a favor del Gobierno gozan de mayor indulgencia, pero eso es circunstancial y no debe entenderse como un sesgo de las autoridades municipales en sus opiniones políticas.
En estos casos, el ingenio de los manifestantes se pone a prueba. Y eso se vio ayer, domingo y único día de la semana en que no hay tantos atascos en el interior de Moscú. Volvía yo con la tropa a casa con el coche, que es el único día de la semana en que lo uso y soy capaz incluso de meter tercera a veces, y he aquí que, para mi horror, me encuentro en el cruce del anillo con la Tverskaya un atascazo del quince. Un domingo a las dos y media de la tarde, Dios mío. Quousque tandem?
Cuando, después de esquivar un par de callejones comprometidos, llegué al túnel de Mayakovskaya, vi que en la calle había unas cuantas personas, no más de veinte, agitando pasquines y saludando a los coches que pasaban con alegría y desparpajo. "¿Y eso?", me pregunté. Resulta que el coche que había a mi lado llevaba un cartelito, no muy visible, que ponía "За чистые выборы!" ("¡Por unas elecciones limpias!"). Por el otro lado había coches con pompones blancos, como si fueran a una boda, estaba rodeado de automóviles sediciosos y se había montado un atasco como los de todos los días, maldición.
Vamos, que, sin comerlo ni beberlo, me había metido en una cochifestación contra el Gobierno, y supongo que estamos metidos en las cifras de cochifestantes insurrectos. No se lo comenté a Ro, que es partidaria de Putin y de Rusia Unida y cualquier cosa menos una chica subversiva, por no ponerla nerviosa ¡Ella, manifestándose contra el Gobierno!
No deja de ser una maniobra interesante de la oposición. Manifestarse a la intemperie a veintitrés bajo cero es, por lo menos, jodidillo, mientras que poner un par de cartelitos en el coche y darte un paseíto por el anillo es otra cosa. Y lo hacen en domingo porque los días de entre semana el anillo está directamente intransitable y tres mil coches más no se iban a notar mucho.
Esto se está poniendo original. A ver si en verano la oposición monta una bicifestación, para que me sienta como en casa. Si lo hacen, es posible que incluso me dé por asistir. En Valencia no lo he hecho nunca, pero en Moscú me lo plantearía.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 30 de enero de 2012
viernes, 27 de enero de 2012
Cuando el tiempo sí es un tema pertinente de conversación
Últimamente me ha tocado recordar qué son los grados Kelvin, cuya escala comienza a partir del cero absoluto, a eso 270 y pico grados Celsius bajo cero. A esa temperatura las moléculas y los átomos tienen la mínima energía posible, y no se mueven ni tantico.
Moscú, en estos días de veinte bajo cero que tenemos todos los años, es un poco así. Los habitantes de Moscú, a estas temperaturas que se acercan al cero absoluto mucho más de lo que nos gustaría, preferimos estarnos quietecitos en casa, cerca de la calefacción, que las autoridades han puesto estos días al máximo, y menos mal que ha sido así. A la calle salimos lo justito, y así, aunque Moscú es una ciudad que nunca para ni duerme, es como si se viese menos ajetreo que de costumbre.
La semana que viene continuaremos con el frío. Los pronósticos dicen que incluso bajará por debajo de los veinticinco bajo cero, lo cual, en estos tiempos de supuesto calentamiento global, resulta más que respetable. Si ya llevamos una semana así, y la gente está un poco cansada, cuando llevemos dos, y no digamos si la cosa sigue, todos nos pondremos un poco de uñas.
Mi vecina es de las más hartas. A la vuelta del trabajo, la vi paseando a su perro, un animalico blanco y peludo, por las inmediaciones de su casa.
- ¿Qué tal?
- Harta. Harta de tanto frío.
- Pues la semana que viene parece que va a ser peor. Dicen que hará más frío.
- No puede ser. Tengo muchas ganas de que esto acabe y llegue la primavera.
Mi vecina, eso sí, no pierde la sonrisa. Hay que decir que cada dos por tres pasa una semana en la Costa Azul, lo cual hace mucho más llevadera la temperatura local.
- ¡Bueno! ¡Ya llegará la primavera! Entretanto, no podemos hacer nada - dije yo, imbuido de la actitud rusa de encogerse de hombros resignadamente cuando no tenemos posibilidad, o ganas, de cambiar las cosas.
- ¿Cuándo es el Carnaval? - me preguntó, de repente.
Es así, mi vecina.
- Pues no sé. Antes de Cuaresma, que debe caer hacia mitad de febrero.
- He oído que en Venecia lo han adelantado y será el 3 y 4 de febrero.
- Ah.
- Es que, cuando sea el Carnaval, lo veremos por la televisión y será como si en algún lugar ya hubiera llegado la primavera.
Y miró al cielo, clarísimo y azul, mientras el perro, harto de estar quieto, lanzó un ladrido afónico y su dueña comprendió que había llegado la hora de moverse, por muy cerca que estuviéramos del cero absoluto.
Moscú, en estos días de veinte bajo cero que tenemos todos los años, es un poco así. Los habitantes de Moscú, a estas temperaturas que se acercan al cero absoluto mucho más de lo que nos gustaría, preferimos estarnos quietecitos en casa, cerca de la calefacción, que las autoridades han puesto estos días al máximo, y menos mal que ha sido así. A la calle salimos lo justito, y así, aunque Moscú es una ciudad que nunca para ni duerme, es como si se viese menos ajetreo que de costumbre.
La semana que viene continuaremos con el frío. Los pronósticos dicen que incluso bajará por debajo de los veinticinco bajo cero, lo cual, en estos tiempos de supuesto calentamiento global, resulta más que respetable. Si ya llevamos una semana así, y la gente está un poco cansada, cuando llevemos dos, y no digamos si la cosa sigue, todos nos pondremos un poco de uñas.
Mi vecina es de las más hartas. A la vuelta del trabajo, la vi paseando a su perro, un animalico blanco y peludo, por las inmediaciones de su casa.
- ¿Qué tal?
- Harta. Harta de tanto frío.
- Pues la semana que viene parece que va a ser peor. Dicen que hará más frío.
- No puede ser. Tengo muchas ganas de que esto acabe y llegue la primavera.
Mi vecina, eso sí, no pierde la sonrisa. Hay que decir que cada dos por tres pasa una semana en la Costa Azul, lo cual hace mucho más llevadera la temperatura local.
- ¡Bueno! ¡Ya llegará la primavera! Entretanto, no podemos hacer nada - dije yo, imbuido de la actitud rusa de encogerse de hombros resignadamente cuando no tenemos posibilidad, o ganas, de cambiar las cosas.
- ¿Cuándo es el Carnaval? - me preguntó, de repente.
Es así, mi vecina.
- Pues no sé. Antes de Cuaresma, que debe caer hacia mitad de febrero.
- He oído que en Venecia lo han adelantado y será el 3 y 4 de febrero.
- Ah.
- Es que, cuando sea el Carnaval, lo veremos por la televisión y será como si en algún lugar ya hubiera llegado la primavera.
Y miró al cielo, clarísimo y azul, mientras el perro, harto de estar quieto, lanzó un ladrido afónico y su dueña comprendió que había llegado la hora de moverse, por muy cerca que estuviéramos del cero absoluto.
miércoles, 25 de enero de 2012
Religión y emigración (y IV)
Tal día como hoy, pero hace ya la friolera de dieciocho años, tuvo lugar mi primera llegada a suelo ruso, que también había sido mi primer viaje en avión. Entretanto, ya he perdido la cuenta de las veces que he llegado a suelo ruso, y a los aviones subo con más frecuencia que a los autobuses.
Pero entonces no era así. Visto con perspectiva, hoy sé que me tomaron el pelo en la agencia de viajes, al meterme un trayecto absurdo, a través de Madrid y de Amsterdam, para llegar a Moscú desde Valencia. Supongo que me debieron ver la cara de pardillo. En justa correspondencia, creo que apenas he vuelto a pisar una agencia de viajes española desde entonces.
El caso es que aterricé en Moscú, que era una ciudad bastante diferente a lo que es actualmente, y he de reconocer que estaba bastante intranquilo. Mi bautismo del aire no dejaba de inspirarme cierta inquietud, partiendo de la base de que padezco de algo de vértigo, que ahora ni me molesta en los aviones, pero entonces, ¡ah, entonces! Vaya, que apretaba los dientes y me aferraba a los asientos cada vez que el avión variaba de inclinación.
Además de los tres aviones que me tocó tomar ese día, y de la paliza de viaje que llevaba, estaba la llegada a Moscú. Hoy en Moscú estoy como en casa, y hasta pongo la misma cara avinagrada de todos los demás cuando llego y los taxistas piratas me asaltan, o les suelto cuatro frescas en ruso con la misma agilidad que los locales, pero entonces no. Entonces mi ruso se reducía a unos notables conocimientos de gramática, un vocabulario gripado, un nivel de comprensión más bajo que doña Soraya y un enorme potencial retórico, pero sólo potencial. Moscú me pareció una ciudad grisácea, sucia, fría e inhóspita. Creo que no fue hasta mayo que me pude quitar algo de ropa y me di cuenta de que las cosas podían ser diferentes.
Aquel 25 de enero, es cierto que no hacía tanto frío como hoy, que estamos a veinte bajo cero y no se prevé ningún aumento de temperatura en los próximos días, pero al menos hoy hace sol y el cielo está azul. En aquel tiempo, creo que pasé un par de semanas sin ver el sol, hasta que, mediado febrero, la temperatura bajó hasta unos respetables treinta y seis bajo cero, que siguen siendo mi récord de frío, y me di cuenta de que el cielo, de noche, era de color negro, no gris. Acto seguido, me di un resbalón y por poco no me partí la crisma. Eso me pasó por hacer la tontería de mirar al cielo, en lugar de hacer como los expertos y no levantar ojo de la acera y de las traicioneras placas de hielo que la pueblan.
Acabé viviendo no muy lejos de Sókol, una zona que, en su día, había sido el último arrabal de Moscú por la carretera de San Petersburgo, y que ahora, urbanizada a base de bien, ya había sido tragada por la ciudad. De sus tiempos de arrabal conservaba una iglesia, evidentemente ortodoxa, lo que la convertía en una excepción, puesto que la totalidad de los barrios urbanizados en los tiempos soviéticos se habían construido sin reparar en el hecho, totalmente insólito e impensable, de que algún habitante del barrio quisiera visitar una iglesia.
A la que vi la iglesia, me dije que entraría en ella. Según mi párroco de toda la vida en Valencia, que sabía mucho de Teología, pero que de Rusia no sabía de la misa la media, y nunca mejor dicho, no había diferencia alguna entre católicos y ortodoxos y yo podía cumplir el precepto dominical en una iglesia ortodoxa sin el menor problema. Creo que mi párroco estaba convencido de la efectividad de la semana de oración por la unidad de los cristianos (ésa que termina hoy), y le pareció que entre los ortodoxos reinaba el mismo fervor.
Ja.
El sábado por la tarde, las cinco serían, y con un frío que cortaba hasta la respiración, caminé la media hora que separaba mi vivienda de la iglesia, embutido en la porquería de anorak que traía de Valencia y con todos los jerséis que pude encontrar en mi magro equipaje. Aún hoy me asombro de haber metido el equipaje que necesitaba para pasar un año en Rusia en una bolsa de deporte que pesaba diecinueve kilos, ni uno más. Conseguí llegar hasta el portal de la iglesia sin perder la verticalidad y me dije: "Bueno, vamos allá."
Atravesé el portal y pasé al interior, que aún no era la iglesia propiamente dicha. Había un montón de personas por allí dentro, muchas mujeres, con la cabeza bien cubierta, y algunos hombres. Yo giré la cabeza con cierta inseguridad, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
En esto, una mujer de edad más indefinible que los valores del PP se me echó encima con un cabreo impresionante y comenzó a lanzarme una arenga que de la que yo, pobre de mí, no estaba entendiendo ni jota. Yo la miraba asustado, tratando de pescar alguna palabra que estuviera en mi vocabulario básico, y ella hablaba con una velocidad tal que ríete de Fernando Alonso y gesticulaba tanto, tocándose la cabeza, que a poco más que durara aquello se la iba a atravesar. Finalmente, en vista de que algo estaba yendo muy mal, pero yo no sabía qué, salí de la iglesia en la esperanza de que la señora no me siguiera hasta allí.
No, no me siguió. Una vez fuera, y a la vista de que en Rusia las iglesias tenían guardianes tan eficaces, decidí abandonar mi intento y volverme a casa, donde al menos había calefacción.
En el camino de vuelta, y como la señora había repetido la misma frase no menos de veinte veces, mientras se tocaba la cabeza, le fui dando vueltas al asunto y, finalmente, comprendí lo que había sucedido: había entrado a la iglesia con la cabeza cubierta, cosa que para las mujeres es obligatorio, por respeto al lugar, pero a los hombres nos está vedado, también por respeto al lugar. Sí, es lo malo que tiene haber nacido después del Concilio Vaticano II, que uno no se entera de cosas que, en otros lugares, tienen plena vigencia.
En este caso, se dieron todas las circunstancias posibles para que mi alejamiento de la iglesia ortodoxa se produjera. Un recién llegado sin más que cuatro palabras de ruso; un frío brutal, excesivo para un valenciano que la semana anterior aún estaba jugando al voleyplaya; un gorro recién comprado, único recurso de unas orejas congeladas; una ignorancia total de cómo comportarse en una iglesia ortodoxa, unido a un pensamiento infantil de que no podía ser muy diferente de cómo hacerlo en una iglesia católica; y finalmente una portera ortodoxa, sí, pero iracunda y no muy acogedora.
Vamos, que si en esta vida ha habido algún momento en que un misionero mormón, o lo que sea, hubiera tenido alguna posibilidad conmigo, ésta era la ocasión. Afortundamente, los misioneros mormones no estaban en mi camino en aquel momento, y a las pocas semanas las cosas mejoraron. Pero, aún hoy, cuando entro en una iglesia ortodoxa, tengo un cuidado infinito en quitarme la boina o el gorro mucho antes de llegar a la puerta, y en quitárselo a Ame, por mucho biruji que haga, no vaya a ser que la historia se repita.
Pero entonces no era así. Visto con perspectiva, hoy sé que me tomaron el pelo en la agencia de viajes, al meterme un trayecto absurdo, a través de Madrid y de Amsterdam, para llegar a Moscú desde Valencia. Supongo que me debieron ver la cara de pardillo. En justa correspondencia, creo que apenas he vuelto a pisar una agencia de viajes española desde entonces.
El caso es que aterricé en Moscú, que era una ciudad bastante diferente a lo que es actualmente, y he de reconocer que estaba bastante intranquilo. Mi bautismo del aire no dejaba de inspirarme cierta inquietud, partiendo de la base de que padezco de algo de vértigo, que ahora ni me molesta en los aviones, pero entonces, ¡ah, entonces! Vaya, que apretaba los dientes y me aferraba a los asientos cada vez que el avión variaba de inclinación.
Además de los tres aviones que me tocó tomar ese día, y de la paliza de viaje que llevaba, estaba la llegada a Moscú. Hoy en Moscú estoy como en casa, y hasta pongo la misma cara avinagrada de todos los demás cuando llego y los taxistas piratas me asaltan, o les suelto cuatro frescas en ruso con la misma agilidad que los locales, pero entonces no. Entonces mi ruso se reducía a unos notables conocimientos de gramática, un vocabulario gripado, un nivel de comprensión más bajo que doña Soraya y un enorme potencial retórico, pero sólo potencial. Moscú me pareció una ciudad grisácea, sucia, fría e inhóspita. Creo que no fue hasta mayo que me pude quitar algo de ropa y me di cuenta de que las cosas podían ser diferentes.
Aquel 25 de enero, es cierto que no hacía tanto frío como hoy, que estamos a veinte bajo cero y no se prevé ningún aumento de temperatura en los próximos días, pero al menos hoy hace sol y el cielo está azul. En aquel tiempo, creo que pasé un par de semanas sin ver el sol, hasta que, mediado febrero, la temperatura bajó hasta unos respetables treinta y seis bajo cero, que siguen siendo mi récord de frío, y me di cuenta de que el cielo, de noche, era de color negro, no gris. Acto seguido, me di un resbalón y por poco no me partí la crisma. Eso me pasó por hacer la tontería de mirar al cielo, en lugar de hacer como los expertos y no levantar ojo de la acera y de las traicioneras placas de hielo que la pueblan.
Acabé viviendo no muy lejos de Sókol, una zona que, en su día, había sido el último arrabal de Moscú por la carretera de San Petersburgo, y que ahora, urbanizada a base de bien, ya había sido tragada por la ciudad. De sus tiempos de arrabal conservaba una iglesia, evidentemente ortodoxa, lo que la convertía en una excepción, puesto que la totalidad de los barrios urbanizados en los tiempos soviéticos se habían construido sin reparar en el hecho, totalmente insólito e impensable, de que algún habitante del barrio quisiera visitar una iglesia.
A la que vi la iglesia, me dije que entraría en ella. Según mi párroco de toda la vida en Valencia, que sabía mucho de Teología, pero que de Rusia no sabía de la misa la media, y nunca mejor dicho, no había diferencia alguna entre católicos y ortodoxos y yo podía cumplir el precepto dominical en una iglesia ortodoxa sin el menor problema. Creo que mi párroco estaba convencido de la efectividad de la semana de oración por la unidad de los cristianos (ésa que termina hoy), y le pareció que entre los ortodoxos reinaba el mismo fervor.
Ja.
El sábado por la tarde, las cinco serían, y con un frío que cortaba hasta la respiración, caminé la media hora que separaba mi vivienda de la iglesia, embutido en la porquería de anorak que traía de Valencia y con todos los jerséis que pude encontrar en mi magro equipaje. Aún hoy me asombro de haber metido el equipaje que necesitaba para pasar un año en Rusia en una bolsa de deporte que pesaba diecinueve kilos, ni uno más. Conseguí llegar hasta el portal de la iglesia sin perder la verticalidad y me dije: "Bueno, vamos allá."
Atravesé el portal y pasé al interior, que aún no era la iglesia propiamente dicha. Había un montón de personas por allí dentro, muchas mujeres, con la cabeza bien cubierta, y algunos hombres. Yo giré la cabeza con cierta inseguridad, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
En esto, una mujer de edad más indefinible que los valores del PP se me echó encima con un cabreo impresionante y comenzó a lanzarme una arenga que de la que yo, pobre de mí, no estaba entendiendo ni jota. Yo la miraba asustado, tratando de pescar alguna palabra que estuviera en mi vocabulario básico, y ella hablaba con una velocidad tal que ríete de Fernando Alonso y gesticulaba tanto, tocándose la cabeza, que a poco más que durara aquello se la iba a atravesar. Finalmente, en vista de que algo estaba yendo muy mal, pero yo no sabía qué, salí de la iglesia en la esperanza de que la señora no me siguiera hasta allí.
No, no me siguió. Una vez fuera, y a la vista de que en Rusia las iglesias tenían guardianes tan eficaces, decidí abandonar mi intento y volverme a casa, donde al menos había calefacción.
En el camino de vuelta, y como la señora había repetido la misma frase no menos de veinte veces, mientras se tocaba la cabeza, le fui dando vueltas al asunto y, finalmente, comprendí lo que había sucedido: había entrado a la iglesia con la cabeza cubierta, cosa que para las mujeres es obligatorio, por respeto al lugar, pero a los hombres nos está vedado, también por respeto al lugar. Sí, es lo malo que tiene haber nacido después del Concilio Vaticano II, que uno no se entera de cosas que, en otros lugares, tienen plena vigencia.
En este caso, se dieron todas las circunstancias posibles para que mi alejamiento de la iglesia ortodoxa se produjera. Un recién llegado sin más que cuatro palabras de ruso; un frío brutal, excesivo para un valenciano que la semana anterior aún estaba jugando al voleyplaya; un gorro recién comprado, único recurso de unas orejas congeladas; una ignorancia total de cómo comportarse en una iglesia ortodoxa, unido a un pensamiento infantil de que no podía ser muy diferente de cómo hacerlo en una iglesia católica; y finalmente una portera ortodoxa, sí, pero iracunda y no muy acogedora.
Vamos, que si en esta vida ha habido algún momento en que un misionero mormón, o lo que sea, hubiera tenido alguna posibilidad conmigo, ésta era la ocasión. Afortundamente, los misioneros mormones no estaban en mi camino en aquel momento, y a las pocas semanas las cosas mejoraron. Pero, aún hoy, cuando entro en una iglesia ortodoxa, tengo un cuidado infinito en quitarme la boina o el gorro mucho antes de llegar a la puerta, y en quitárselo a Ame, por mucho biruji que haga, no vaya a ser que la historia se repita.
lunes, 23 de enero de 2012
Nuevos valores
Hablar de valores es algo muy subjetivo, así, sin ponerles apellido. Conocemos la escala de valores, suponemos que tiene algo que ver con los principios, y lo cierto sí que es que los valores cambian, nos guste o no. Ante esto, podemos adoptar una visión complaciente, si los nuevos valores nos gustan más que los anteriores, y poner de peras a cuarto a los tradicionalistas que los defienden. El arma más habitual de quienes están por la tarea revolucionaria de ponerlo todo patas arriba consiste en la denigración del contrario.
Claro, esto lo digo por una experiencia bastante desgraciada que he tenido hoy mismo, en que he intentado argumentar con una persona políticamente muy izquierdista (y española) con la que no estaba de acuerdo y en poco tiempo me ha espetado que lo que decía yo eran gilipolleces y que lo que él decía era lo correcto y no necesitaba más. Toma argumento.
La gran arma de la tradición, y de los tradicionalistas, no es la discusión a grito pelado (así nos va ahora, me temo), sino la poesía y la comedia. Desde Aristófanes, la comedia, con todas las excepciones que se quiera, es el arma de los valores tradicionales, y por eso podemos deducir que Rusia debe estar llena de tradicionalistas, porque son muy buenos haciendo chistes. Es más, son muy buenos haciendo chistes sobre valores, y con esto se puede introducir un tema nuevo, pero, de momento, quedémonos con el chiste, esta vez directamente en español:
En la escuela primaria, la profesora está explicando los conjuntos y le pregunta al pequeño Sasha:
- Sasha, te voy a decir unas palabras: tomate, col, zanahoria, remolacha, Lexus ¿Qué es lo que sobra?
Y Sasha dice:
- Tomate, col, zanahoria, remolacha.
Claro, esto lo digo por una experiencia bastante desgraciada que he tenido hoy mismo, en que he intentado argumentar con una persona políticamente muy izquierdista (y española) con la que no estaba de acuerdo y en poco tiempo me ha espetado que lo que decía yo eran gilipolleces y que lo que él decía era lo correcto y no necesitaba más. Toma argumento.
La gran arma de la tradición, y de los tradicionalistas, no es la discusión a grito pelado (así nos va ahora, me temo), sino la poesía y la comedia. Desde Aristófanes, la comedia, con todas las excepciones que se quiera, es el arma de los valores tradicionales, y por eso podemos deducir que Rusia debe estar llena de tradicionalistas, porque son muy buenos haciendo chistes. Es más, son muy buenos haciendo chistes sobre valores, y con esto se puede introducir un tema nuevo, pero, de momento, quedémonos con el chiste, esta vez directamente en español:
En la escuela primaria, la profesora está explicando los conjuntos y le pregunta al pequeño Sasha:
- Sasha, te voy a decir unas palabras: tomate, col, zanahoria, remolacha, Lexus ¿Qué es lo que sobra?
Y Sasha dice:
- Tomate, col, zanahoria, remolacha.
viernes, 20 de enero de 2012
Religión y emigración (III)
Desplazarse de Madrid a Valencia, o de Valencia a Madrid, es algo que se puede hacer de varias maneras. Se puede hacer por aire, aunque la llegada del tren de alta velocidad ha reducido el número de vuelos, aunque sigue siendo la opción principal para quienes aterrizamos en Madrid procedentes de otros mundos y no tenemos intención de quedarnos en la capital de España, sino que queremos llegar a Valencia sin salir del aeropuerto (y sin el retraso sistemático de los vuelos de Iberia del viernes por la noche a Valencia, pero eso es una batalla perdida, me temo).
Si ya estás en Madrid, o en Valencia, la opción lógica es viajar por tierra. Desde que hace ya unos años, se abrió al tráfico la esperadísima A-3, el transporte por carretera ha mejorado lo suyo. Y, desde hace un año, además hay alta velocidad ferroviaria, lo que ha rebajado las casi cuatro horas de trayecto a un poco más de hora y media. Es que no ponen ni película en el tren, supongo que porque no da tiempo de proyectarla entera.
Pero el tren es caro, los coches particulares tampoco están al alcance de cualquiera, y por eso la opción de los españoles (bueno, de los residentes en España) cuyo bolsillo está más vacío es el autobús. El autobús es propio de estudiantes, inmigrantes, soldados sin graduación, parados y gente, en general, de pocos posibles. Y supongo que eso es lo que lo hace más interesante.
Últimamente voy en autobús entre ambas ciudades mucho menos de lo que lo hacía antes (y quizá eso sea buena señal para mí), pero alguna vez cae todavía. Más de una vez he sido, junto al conductor, el único español del pasaje, lo que permite echar un vistazo, muy somero, a la vida de los inmigrantes en España.
La última vez, hace un par de meses, caí en la última fila y junto a mí cayó un tipo de piel, cabello y ojos rubicundos y corpachón considerable, que suspiró un poco cuando vio el poco espacio para el cuerpo que dejaban los asientos del autobús. Yo, en cambio, acostumbrado a los zulos voladores de Iberia, estaba a mis anchas.
Mi compañero de asiento, a pesar de ser grandullón, era correctísimo y procuró no molestarme en ningún momento ni desparramar sus carnes más allá de los límites de su sillón. Eso era muy de agradecer. Recuerdo un viaje espantoso junto a un negro bajo, gordísimo, trajeado y sudoroso que hubiera debido pagar billete y medio por el transporte y que me dio la noche (el viaje era nocturno, de los que salen a Madrid a la una de la madrugada y llegan a Valencia poco menos que amaneciendo).
Resultó que el hombretón era eslovaco. Cómo serán las cosas en los autobuses que se sorprendió bastante de que yo fuera español. Y salió que él se consideraba cristiano, pero no católico. Así, sin preguntar ni nada.
Las profesiones de fe espontáneas no son, normalmente, cosa de católicos. Los católicos, incluso los practicantes y creyentes, no somos gentes que vayamos pregonando por ahí a los cuatro vientos lo que somos, probablemente porque hasta hace poco lo éramos casi todos y era una manifestación superflua. Ahora ha dejado de ser una confesión tan generalizada, pero nosotros mantenemos la inercia de guardarnos nuestra condición y fe para nosotros cuando conversamos con el resto de la gente.
Pero eso no quiere decir que algunos rehuyamos el tema, así que, cuando el eslovaco salió con que no era católico, y como viera que tenía ganas de charla, hice una preguntita para darle pie:
- Ah, ¿no?
- No, yo era católico, pero ya no lo soy.
- ¿No? ¿Entonces?
- Soy evangélico.
Ahhh...
- Yo estaba mal. Tomaba drogas. Pero ahora estoy en un centro, me he quitado de las drogas, y allí también nos hablan de Jesús.
A ver, vayamos sumando. Ex-católico, ex-drogadicto, protestante... creo que ya sé de dónde viene.
- ¿Estás en Reto?
El eslovaco se me quedó mirando sorprendido.
- Sí ¿Lo conoces?
- Un poco.
En España, poco. Le pregunté por el centro de Sueca, pero parece que lo han cerrado. En Rusia un poco más. Son una asociación española fundada por un misionero protestante mejicano, que se dedica a la rehabilitación de drogadictos y, también, a convertirlos, cosa que en la mayoría de los casos les hace también mucha falta. Y, para mantenerse, además les enseñan un oficio, que es algo que desde luego les viene muy bien. Nuestro eslovaco, después de pasar por el taller de carpintería, estaba provisionalmente en las cocinas, lo cual, según él, explicaba el tamaño que había adquirido.
En Rusia, que es un país donde no es sencillo conseguir obreros buenos y que no te engañen, Reto está muy bien, y por motivos estrictamente de conveniencia, prescidiendo de su labor social o misionera. Sus operarios son más honrados que un buñuelo, cumplen a rajatabla los plazos y presupuestos, y eso es cosa tan insólita en Rusia que no dudo que, a poco que se den a conocer, van a desbancar a la competencia. O incompetencia.
Su lugar natural de crecimento es en sitios donde hay problemas de adicciones. Eso pasa ahora en todo el mundo, claro, pero quizá más en sitios con un trastocamiento serio del sistema, que haya dejado la sociedad patas arriba. Si añadimos a eso una ausencia de valores morales, tenemos el Este de Europa. Vale, no es el único sitio, pero ahí además hay una iglesia, católica u ortodoxa, que ha estado recibiendo capones durante decenios y que ha salido del asunto victoriosa, sí, pero algo contusa. Y llega el momento de los protestantes, en el mejor de los casos. En el peor, hay sectas satánicas que no molan, pero a las que seguidores mucho me temo que no les faltan.
Mi compañero de viaje decía que la Iglesia Católica no le decía nada, y que sus familiares iban a misa y salían igual de malos que cuando habían entrado, con las mismas malas acciones y malos pensamientos. La verdad es que su teología era bastante simple y que terminaba ahí. Aparte de eso, tenía ideas equivocadísimas sobre la veneración católica de la Virgen y los santos. Y le parecía que la Iglesia Católica no hacía nada que pudiera ayudarle.
En fin, que, como mi tía, la que se hizo testigo de Jehová, la formación religiosa del eslovaco era prácticamente nula y además tenía un problema de drogas. Los protestantes no se cortan en hablan de religión y, de paso que consiguen un cambio general en la persona (que le hace mucha falta), le hacen cambiar de religión, atraérselo a la suya e, incidentalmente, poner a caldo a la Iglesia Católica. Pero es que para eso son protestantes.
- ¿Conoces Proyecto Hombre?
- Sí.
- Son católicos.
- No lo sabía.
Y no me extraña. Así como en la página de Reto salta a la vista que son una organización religiosa y muy religiosa (protestante no, eso se cuidan bien de velarlo), en la de Proyecto Hombre desafío a cualquiera a que encuentre el menor vestigio de confesionalidad católica. Y, sin embargo, todas las asociaciones regionales, hasta donde yo sé, comenzaron impulsadas por Cáritas Diocesana de la diócesis que tocara o directamente impulsadas por el obispado o arzobispado correspondiente. Pues parece que les diera vergüenza.
Al menos, los protestantes son bastante más serios que los testigos de Jehová, que son más una editorial con ánimo de lucro que una religión, y sólo por eso mi compañero eslovaco ya ha tenido más suerte que mi tía. Pero la causa es la misma, y de eso tenemos mucha culpa los católicos: que la formación religiosa que ofrecemos es deplorable, que nuestra acogida a los inmigrantes deja muchísimo que desear y, por eso, no es extraño que al mínimo problema, y con el auxilio de misioneros herejotes, sí, pero bien decididos, la gente diga adiós a Roma y se meta en congregaciones de once varas.
Hasta aquí, los problemas son comunes, pero, ¿qué pasa cuándo un emigrante llega, no a París, como mi tía, ni a ponerse ciego de drogas, como el eslovaco, sino a Moscú?
Bueno, pues de eso puedo contar cosas en primera persona, pero no va a ser hoy. Porque se hace tarde, claro.
Si ya estás en Madrid, o en Valencia, la opción lógica es viajar por tierra. Desde que hace ya unos años, se abrió al tráfico la esperadísima A-3, el transporte por carretera ha mejorado lo suyo. Y, desde hace un año, además hay alta velocidad ferroviaria, lo que ha rebajado las casi cuatro horas de trayecto a un poco más de hora y media. Es que no ponen ni película en el tren, supongo que porque no da tiempo de proyectarla entera.
Pero el tren es caro, los coches particulares tampoco están al alcance de cualquiera, y por eso la opción de los españoles (bueno, de los residentes en España) cuyo bolsillo está más vacío es el autobús. El autobús es propio de estudiantes, inmigrantes, soldados sin graduación, parados y gente, en general, de pocos posibles. Y supongo que eso es lo que lo hace más interesante.
Últimamente voy en autobús entre ambas ciudades mucho menos de lo que lo hacía antes (y quizá eso sea buena señal para mí), pero alguna vez cae todavía. Más de una vez he sido, junto al conductor, el único español del pasaje, lo que permite echar un vistazo, muy somero, a la vida de los inmigrantes en España.
La última vez, hace un par de meses, caí en la última fila y junto a mí cayó un tipo de piel, cabello y ojos rubicundos y corpachón considerable, que suspiró un poco cuando vio el poco espacio para el cuerpo que dejaban los asientos del autobús. Yo, en cambio, acostumbrado a los zulos voladores de Iberia, estaba a mis anchas.
Mi compañero de asiento, a pesar de ser grandullón, era correctísimo y procuró no molestarme en ningún momento ni desparramar sus carnes más allá de los límites de su sillón. Eso era muy de agradecer. Recuerdo un viaje espantoso junto a un negro bajo, gordísimo, trajeado y sudoroso que hubiera debido pagar billete y medio por el transporte y que me dio la noche (el viaje era nocturno, de los que salen a Madrid a la una de la madrugada y llegan a Valencia poco menos que amaneciendo).
Resultó que el hombretón era eslovaco. Cómo serán las cosas en los autobuses que se sorprendió bastante de que yo fuera español. Y salió que él se consideraba cristiano, pero no católico. Así, sin preguntar ni nada.
Las profesiones de fe espontáneas no son, normalmente, cosa de católicos. Los católicos, incluso los practicantes y creyentes, no somos gentes que vayamos pregonando por ahí a los cuatro vientos lo que somos, probablemente porque hasta hace poco lo éramos casi todos y era una manifestación superflua. Ahora ha dejado de ser una confesión tan generalizada, pero nosotros mantenemos la inercia de guardarnos nuestra condición y fe para nosotros cuando conversamos con el resto de la gente.
Pero eso no quiere decir que algunos rehuyamos el tema, así que, cuando el eslovaco salió con que no era católico, y como viera que tenía ganas de charla, hice una preguntita para darle pie:
- Ah, ¿no?
- No, yo era católico, pero ya no lo soy.
- ¿No? ¿Entonces?
- Soy evangélico.
Ahhh...
- Yo estaba mal. Tomaba drogas. Pero ahora estoy en un centro, me he quitado de las drogas, y allí también nos hablan de Jesús.
A ver, vayamos sumando. Ex-católico, ex-drogadicto, protestante... creo que ya sé de dónde viene.
- ¿Estás en Reto?
El eslovaco se me quedó mirando sorprendido.
- Sí ¿Lo conoces?
- Un poco.
En España, poco. Le pregunté por el centro de Sueca, pero parece que lo han cerrado. En Rusia un poco más. Son una asociación española fundada por un misionero protestante mejicano, que se dedica a la rehabilitación de drogadictos y, también, a convertirlos, cosa que en la mayoría de los casos les hace también mucha falta. Y, para mantenerse, además les enseñan un oficio, que es algo que desde luego les viene muy bien. Nuestro eslovaco, después de pasar por el taller de carpintería, estaba provisionalmente en las cocinas, lo cual, según él, explicaba el tamaño que había adquirido.
En Rusia, que es un país donde no es sencillo conseguir obreros buenos y que no te engañen, Reto está muy bien, y por motivos estrictamente de conveniencia, prescidiendo de su labor social o misionera. Sus operarios son más honrados que un buñuelo, cumplen a rajatabla los plazos y presupuestos, y eso es cosa tan insólita en Rusia que no dudo que, a poco que se den a conocer, van a desbancar a la competencia. O incompetencia.
Su lugar natural de crecimento es en sitios donde hay problemas de adicciones. Eso pasa ahora en todo el mundo, claro, pero quizá más en sitios con un trastocamiento serio del sistema, que haya dejado la sociedad patas arriba. Si añadimos a eso una ausencia de valores morales, tenemos el Este de Europa. Vale, no es el único sitio, pero ahí además hay una iglesia, católica u ortodoxa, que ha estado recibiendo capones durante decenios y que ha salido del asunto victoriosa, sí, pero algo contusa. Y llega el momento de los protestantes, en el mejor de los casos. En el peor, hay sectas satánicas que no molan, pero a las que seguidores mucho me temo que no les faltan.
Mi compañero de viaje decía que la Iglesia Católica no le decía nada, y que sus familiares iban a misa y salían igual de malos que cuando habían entrado, con las mismas malas acciones y malos pensamientos. La verdad es que su teología era bastante simple y que terminaba ahí. Aparte de eso, tenía ideas equivocadísimas sobre la veneración católica de la Virgen y los santos. Y le parecía que la Iglesia Católica no hacía nada que pudiera ayudarle.
En fin, que, como mi tía, la que se hizo testigo de Jehová, la formación religiosa del eslovaco era prácticamente nula y además tenía un problema de drogas. Los protestantes no se cortan en hablan de religión y, de paso que consiguen un cambio general en la persona (que le hace mucha falta), le hacen cambiar de religión, atraérselo a la suya e, incidentalmente, poner a caldo a la Iglesia Católica. Pero es que para eso son protestantes.
- ¿Conoces Proyecto Hombre?
- Sí.
- Son católicos.
- No lo sabía.
Y no me extraña. Así como en la página de Reto salta a la vista que son una organización religiosa y muy religiosa (protestante no, eso se cuidan bien de velarlo), en la de Proyecto Hombre desafío a cualquiera a que encuentre el menor vestigio de confesionalidad católica. Y, sin embargo, todas las asociaciones regionales, hasta donde yo sé, comenzaron impulsadas por Cáritas Diocesana de la diócesis que tocara o directamente impulsadas por el obispado o arzobispado correspondiente. Pues parece que les diera vergüenza.
Al menos, los protestantes son bastante más serios que los testigos de Jehová, que son más una editorial con ánimo de lucro que una religión, y sólo por eso mi compañero eslovaco ya ha tenido más suerte que mi tía. Pero la causa es la misma, y de eso tenemos mucha culpa los católicos: que la formación religiosa que ofrecemos es deplorable, que nuestra acogida a los inmigrantes deja muchísimo que desear y, por eso, no es extraño que al mínimo problema, y con el auxilio de misioneros herejotes, sí, pero bien decididos, la gente diga adiós a Roma y se meta en congregaciones de once varas.
Hasta aquí, los problemas son comunes, pero, ¿qué pasa cuándo un emigrante llega, no a París, como mi tía, ni a ponerse ciego de drogas, como el eslovaco, sino a Moscú?
Bueno, pues de eso puedo contar cosas en primera persona, pero no va a ser hoy. Porque se hace tarde, claro.
miércoles, 18 de enero de 2012
Dando la impresión
Entre los lectores de esta bitácora hay un buen número de conocidos, y también hay mucha gente que no me conoce de nada, más de lo que ha ido leyendo por aquí. Los que me conocéis me ponéis cara, sabéis lo que hago y lo que dejo de hacer y, en suma, la lectura de esta bitácora no os aporta demasiado sobre mi persona.
Con el tiempo, sin embargo, ha aumentado el número de quienes han caído por aquí sin conocerme personalmente. Algunos se quedaron un tiempo, para ir después a por otras lecturas, y otros han permanecido y hasta comentan con frecuencia, lo cual a mí me parece muy bien y me congratula bastante. Pero estos visitantes no me conocen personalmente y la única idea que se hacen sobre mi persona es la que obtienen de las líneas aquí escritas.
Hasta ahora, no me había preocupado lo más mínimo de la impresión que podía dar a estos visitantes. Hasta ahora.
He aquí que esta mañana recibo, en la dirección de correo electrónico asociada a esta bitácora, un mensaje de Mundo Spanish. Mundo Spanish se presenta como una plataforma, y cito:
Así, a ojo, sabéis que soy bastante avaro con los enlaces y que sólo incluyo algunos muy específicos que he seguido bastante, antes de incluirlos. En cualquier caso, comencé a bucear por la página, por la bitácora que han abierto, y me encontré en el apartado "Rusia", junto a Kino, Rusadas e Iñaki, alfabéticamente ordenado en el segundo lugar de la lista.
Y no pude menos que leer la descripción que merezco a los ojos de los autores de Mundo Spanish: El soldado fanfarrón: Las vivencias de un profesor español que no pierde el sentido del humor.
Profesor...
Así que ésa es la impresión que doy, Dios mío. A ver si me estoy pasando de cultureta.
No sé qué pensar. De momento, creo que les voy a responder diciendo que agradezco su misiva, y que en o sucesivo no olviden, cuando escriban en castellano, los signos de admiración de apertura.
Después de todo, pasar por profesor exige creerse el papel. :D
Con el tiempo, sin embargo, ha aumentado el número de quienes han caído por aquí sin conocerme personalmente. Algunos se quedaron un tiempo, para ir después a por otras lecturas, y otros han permanecido y hasta comentan con frecuencia, lo cual a mí me parece muy bien y me congratula bastante. Pero estos visitantes no me conocen personalmente y la única idea que se hacen sobre mi persona es la que obtienen de las líneas aquí escritas.
Hasta ahora, no me había preocupado lo más mínimo de la impresión que podía dar a estos visitantes. Hasta ahora.
He aquí que esta mañana recibo, en la dirección de correo electrónico asociada a esta bitácora, un mensaje de Mundo Spanish. Mundo Spanish se presenta como una plataforma, y cito:
que acaba de nacer para dar a conocer y promover los negocios españoles en el extranjero, principalmente del sector servicios: turismo, restauración, idiomas, ocio, negocio internacional…
Hemos puesto en marcha un blog para difundir la actividad internacional española y queremos colaborar con los blogueros españoles en el exterior. Como tú.
Hemos añadido tu blog a nuestro listado de recomendaciones y te proponemos intercambiar difusión: Mundo Spanish se hace eco de tus posts o tus propuestas más interesantes y, a cambio, tú nos haces un hueco en tu blog de la forma que quieras: un post, una mención, un link o recomendándonos a negocios de españoles en tu país!!
¿Qué te parece? Saludos desde España y suerte!
Así, a ojo, sabéis que soy bastante avaro con los enlaces y que sólo incluyo algunos muy específicos que he seguido bastante, antes de incluirlos. En cualquier caso, comencé a bucear por la página, por la bitácora que han abierto, y me encontré en el apartado "Rusia", junto a Kino, Rusadas e Iñaki, alfabéticamente ordenado en el segundo lugar de la lista.
Y no pude menos que leer la descripción que merezco a los ojos de los autores de Mundo Spanish: El soldado fanfarrón: Las vivencias de un profesor español que no pierde el sentido del humor.
Profesor...
Así que ésa es la impresión que doy, Dios mío. A ver si me estoy pasando de cultureta.
No sé qué pensar. De momento, creo que les voy a responder diciendo que agradezco su misiva, y que en o sucesivo no olviden, cuando escriban en castellano, los signos de admiración de apertura.
Después de todo, pasar por profesor exige creerse el papel. :D
viernes, 13 de enero de 2012
Religión y emigración (II)
He pasado, durante los últimos días, un montonazo de veces por la puerta de la iglesia evangélica "Vida Nueva", citada en la entrada anterior, sin verla abierta en ningún momento ni a un solo feligrés entrando ni saliendo. No obstante, no pierdo la esperanza de saber quién acude allí. De momento, hoy Ame me ha llamado la atención sobre el hecho de que, unos metros más allá, en la misma calle, había unas personas hablando en ruso. Obviamente, Ame lo ha hecho como siempre, a grito pelado:
- ¡PAPÁ! ¡RUSSOS!
- Pssst...
Ame está acostumbrado a poder hablar (o más bien chillar) en castellano o en valenciano en la confianza de que los rusos no le entienden ni tantico, pero estos rusos, o lo que sean, que no en vano residen en Valencia, me da a mí que algo sabrán. No estaban en la iglesia evangélica, sino en un almacén cercano, pero ya es algo.
El desarraigo que trae consigo la emigración lleva a la gente a hacer cosas que no hubiese pensado realizar en toda su vida. Por poner un ejemplo, mi familia es un ejemplo de antiemigración total (con alguna excepción, claro, básicamente el que escribe y poco más). Todos son del mismo pueblo desde tiempos inmemoriales, y sólo se sabe que, hace varias generaciones, hubo un von Buchweizen que era de Játiva, una ciudad legendaria que está de mi pueblo a la sensacional distancia de... menos de cincuenta kilómetros. Ése era el atrevido que se fue de su lugar de nacimiento.
En tales circunstancias, ya se deduce que no hay nadie en mi familia que haya dejado voluntariamente el hogar familiar para darse un garbeo por el mundo. La cosa cambió después de la guerra civil, cuando el hambre empezó a apretar y algunos parientes comenzaron a hacer la vendimia en Francia, ese país donde se habla un idioma muy parecido al valenciano. Finalmente, una tía carnal mía hizo las maletas de forma más permanente y se fue a vivir a París, como tantísimos españoles de aquellas fechas sin otra posibilidad de ganarse los garbanzos.
Aquello tuvo que ser traumático. La formación académica de mi tía no debía ir más allá de leer, escribir y contar con cierta dificultad, sus conocimientos de francés eran nulos (y cuando volvió no eran precisamente la repanocha), y París, de cuya belleza todo el mundo se admira mucho más que de la amabilidad de sus habitantes, tuvo que ser para ella un choque tremendo. Terrible, dirían ellos.
Al cabo de algunos años, volvió algo cambiada. Se había hecho testigo de Jehová y a veces resultaba algo pesada con su cantinela de que Jesús tenía hermanos, de que la Iglesia Católica nos engaña y de que se iban a salvar 144.000 personas, ni una más, ni una menos. Hasta ahí, era molesto, pero soportable. Lo de destruir imágenes de la Virgen que ni siquiera eran suyas ya empezó a molar menos y condujo a situaciones tan desagradables que hoy es el momento en que es como si no tuviera tía.
En cualquier caso, mi tía venía de una familia, la mía, con una formación religiosa poco más que nula, cuyos padres prácticamente no pisaban la iglesia del pueblo en todo el año, que creían por purísima inercia ancestral y que no tenían ni transmitieron más conocimiento cristiano que el que pudieron memorizar en los poquitos años que pudieron asistir a la escuela del pueblo, si es que fueron, que hubo quien ni llegó a eso.
Puedo imaginar lo que pasaría al llegar a París sin conocer absolutamente a nadie. Digo que puedo imaginarlo porque preguntárselo directamente era arriesgarse a una retahila de citas bíblicas sin el menor sentido y sacadas de contexto. Al cabo de un tiempo de trabajar de sol a sol, le llegaría una visita de algún predicador de los testigos, al que no le costaría mucho engatusarla con una Atalaya por aquí, una Biblia tendenciosamente traducida por allá, y citas de autoridad sin cuento por acullá. De ahí al Salón del Reino más próximo debió haber un paso, y al rebautismo por inmersión no muchos más. Y ya tenemos a mi tía emigrante y abducida. Lo de la emigración se le pasó en cuanto volvió al pueblo, varios años después; lo de la abducción lleva camino de no tener remedio, porque los próximos años que cumplirá ya la dejarán muy cerca de la condición de nonagenaria, y no se atisba cura alguna.
Evidentemente, mi tía es un caso más de víctima propiciatoria. Otro caso hubo, mucho más cercano al mundo eslavo, que me encontré hace un par de meses, también en España, en uno de mis viajes. Pero ése lo dejo para la próxima entrada, que tengo sueño.
- ¡PAPÁ! ¡RUSSOS!
- Pssst...
Ame está acostumbrado a poder hablar (o más bien chillar) en castellano o en valenciano en la confianza de que los rusos no le entienden ni tantico, pero estos rusos, o lo que sean, que no en vano residen en Valencia, me da a mí que algo sabrán. No estaban en la iglesia evangélica, sino en un almacén cercano, pero ya es algo.
El desarraigo que trae consigo la emigración lleva a la gente a hacer cosas que no hubiese pensado realizar en toda su vida. Por poner un ejemplo, mi familia es un ejemplo de antiemigración total (con alguna excepción, claro, básicamente el que escribe y poco más). Todos son del mismo pueblo desde tiempos inmemoriales, y sólo se sabe que, hace varias generaciones, hubo un von Buchweizen que era de Játiva, una ciudad legendaria que está de mi pueblo a la sensacional distancia de... menos de cincuenta kilómetros. Ése era el atrevido que se fue de su lugar de nacimiento.
En tales circunstancias, ya se deduce que no hay nadie en mi familia que haya dejado voluntariamente el hogar familiar para darse un garbeo por el mundo. La cosa cambió después de la guerra civil, cuando el hambre empezó a apretar y algunos parientes comenzaron a hacer la vendimia en Francia, ese país donde se habla un idioma muy parecido al valenciano. Finalmente, una tía carnal mía hizo las maletas de forma más permanente y se fue a vivir a París, como tantísimos españoles de aquellas fechas sin otra posibilidad de ganarse los garbanzos.
Aquello tuvo que ser traumático. La formación académica de mi tía no debía ir más allá de leer, escribir y contar con cierta dificultad, sus conocimientos de francés eran nulos (y cuando volvió no eran precisamente la repanocha), y París, de cuya belleza todo el mundo se admira mucho más que de la amabilidad de sus habitantes, tuvo que ser para ella un choque tremendo. Terrible, dirían ellos.
Al cabo de algunos años, volvió algo cambiada. Se había hecho testigo de Jehová y a veces resultaba algo pesada con su cantinela de que Jesús tenía hermanos, de que la Iglesia Católica nos engaña y de que se iban a salvar 144.000 personas, ni una más, ni una menos. Hasta ahí, era molesto, pero soportable. Lo de destruir imágenes de la Virgen que ni siquiera eran suyas ya empezó a molar menos y condujo a situaciones tan desagradables que hoy es el momento en que es como si no tuviera tía.
En cualquier caso, mi tía venía de una familia, la mía, con una formación religiosa poco más que nula, cuyos padres prácticamente no pisaban la iglesia del pueblo en todo el año, que creían por purísima inercia ancestral y que no tenían ni transmitieron más conocimiento cristiano que el que pudieron memorizar en los poquitos años que pudieron asistir a la escuela del pueblo, si es que fueron, que hubo quien ni llegó a eso.
Puedo imaginar lo que pasaría al llegar a París sin conocer absolutamente a nadie. Digo que puedo imaginarlo porque preguntárselo directamente era arriesgarse a una retahila de citas bíblicas sin el menor sentido y sacadas de contexto. Al cabo de un tiempo de trabajar de sol a sol, le llegaría una visita de algún predicador de los testigos, al que no le costaría mucho engatusarla con una Atalaya por aquí, una Biblia tendenciosamente traducida por allá, y citas de autoridad sin cuento por acullá. De ahí al Salón del Reino más próximo debió haber un paso, y al rebautismo por inmersión no muchos más. Y ya tenemos a mi tía emigrante y abducida. Lo de la emigración se le pasó en cuanto volvió al pueblo, varios años después; lo de la abducción lleva camino de no tener remedio, porque los próximos años que cumplirá ya la dejarán muy cerca de la condición de nonagenaria, y no se atisba cura alguna.
Evidentemente, mi tía es un caso más de víctima propiciatoria. Otro caso hubo, mucho más cercano al mundo eslavo, que me encontré hace un par de meses, también en España, en uno de mis viajes. Pero ése lo dejo para la próxima entrada, que tengo sueño.
martes, 10 de enero de 2012
Religión y emigración (I)
La imagen está tomada ayer, en Valencia, camino de casa de Kukoc, o sea, más o menos al lado de donde he pasado toda mi infancia y gran parte de mi juventud y en la manzana contigua a mi parroquia de toda la vida.
Protestantes, al parecer, pero rusófonos. "Новая жизнь" es "Vida nueva" en castellano. Como íbamos con prisa, no nos paramos demasiado, pero miré un papel pegado a la ventana y el cartel estaba de arriba abajo en ruso y era una lista de las actividades de la congregación. Es más que evidente que no estaban buscando adeptos españoles, ni de ningún otro país, sino sólo rusos, ucranianos, bielorrusos, moldavos y, en general, gentes del espacio rusófono. Lo único que estaba en castellano eran las palabras "Iglesia evangélica" del cartel de la foto.
Inmediatamente, Abi y Ro vieron el cartel y les chocó. Les dije que no eran exactamente de los nuestros, por mucho que el cartel estuviera en ruso y en español y que nosotros también seamos gente de iglesia. Ame leyó con dificultad las dos palabras en castellano y de carrerilla las dos en ruso. Es evidente que su capacidad lectora en castellano sufre con el hecho de que su profesor sea su padre, y no Ella Lvovna, que no se anda con chiquitas a la hora de hacerle juntar letras.
El caso es que, en los tiempos en que yo vivía por allí, no me puedo imaginar un lugar menos propicio a la aparición de una iglesia protestante sólo para rusoparlantes, en una zona sin protestantes, con una parroquia católica bien servida y, por si fuera poco, sin hablantes de ruso, más que un estudiante un pelín friqui que atendía por Alfor von Buchweizen y que tenía un nivel penoso.
Y, sin embargo, allí está la congregación, y me imagino que será por algo.
Protestantes, al parecer, pero rusófonos. "Новая жизнь" es "Vida nueva" en castellano. Como íbamos con prisa, no nos paramos demasiado, pero miré un papel pegado a la ventana y el cartel estaba de arriba abajo en ruso y era una lista de las actividades de la congregación. Es más que evidente que no estaban buscando adeptos españoles, ni de ningún otro país, sino sólo rusos, ucranianos, bielorrusos, moldavos y, en general, gentes del espacio rusófono. Lo único que estaba en castellano eran las palabras "Iglesia evangélica" del cartel de la foto.
Inmediatamente, Abi y Ro vieron el cartel y les chocó. Les dije que no eran exactamente de los nuestros, por mucho que el cartel estuviera en ruso y en español y que nosotros también seamos gente de iglesia. Ame leyó con dificultad las dos palabras en castellano y de carrerilla las dos en ruso. Es evidente que su capacidad lectora en castellano sufre con el hecho de que su profesor sea su padre, y no Ella Lvovna, que no se anda con chiquitas a la hora de hacerle juntar letras.
El caso es que, en los tiempos en que yo vivía por allí, no me puedo imaginar un lugar menos propicio a la aparición de una iglesia protestante sólo para rusoparlantes, en una zona sin protestantes, con una parroquia católica bien servida y, por si fuera poco, sin hablantes de ruso, más que un estudiante un pelín friqui que atendía por Alfor von Buchweizen y que tenía un nivel penoso.
Y, sin embargo, allí está la congregación, y me imagino que será por algo.
jueves, 5 de enero de 2012
Наш народ любит халяву
O, en castellano, "a nuestro pueblo le gustan las cosas que son de gorra". Es una expresión rusa muy típica, que intenta explicar por qué, cuando algo es gratis, siempre hay gente (rusos, claro) cerca, tratando de meter la cuchara.
Quizá sea por eso por lo que esta tarde, en la cabalgata de Reyes, había un grupo de rusos cerca de nosotros, tratando de cazar caramelos y chucherías que no valen dos reales.
Lo que no explica el dicho es la presencia de los otros veinte mil espectadores de la cabalgata y de las tortas que había entre españoles por agarrar caramelitos, paquetes de pipas y no digamos balones de plástico.
A ver si va a resultar que no sólo a los rusos les gustan las cosas que son de gorra...
Quizá sea por eso por lo que esta tarde, en la cabalgata de Reyes, había un grupo de rusos cerca de nosotros, tratando de cazar caramelos y chucherías que no valen dos reales.
Lo que no explica el dicho es la presencia de los otros veinte mil espectadores de la cabalgata y de las tortas que había entre españoles por agarrar caramelitos, paquetes de pipas y no digamos balones de plástico.
A ver si va a resultar que no sólo a los rusos les gustan las cosas que son de gorra...
lunes, 2 de enero de 2012
Puentes
Acabamos de empezar 2012 y estoy de vacaciones por España, así que no estoy al pie del cañón de la actualidad rusa, que ahora no puede ser, de todas formas, muy movida, porque los diez primeros días de enero son festivos. En cualquier caso, y a propósito de festivos, por España parece que levanta bastante revuelo la intención del nuevo gobierno de eliminar los puentes y pasar los festivos al lunes, quieras que no.
A mí, eso me parece una tontería como otra cualquiera. No me imagino celebrando Navidad en un día que no sea el 25 de diciembre, ni Reyes otro que no sea el 6 de enero. Llevado al extremo, podríamos celebrar el inicio del año en un día que no sea el 1 de enero, sino el lunes más próximo, lo cual sería, por lo menos, chocante. Y, la verdad, no se me alcanza ninguna fiesta tan apocada que no merezca conservarse en el día en que nuestros mayores decidieron instituirla.
En Rusia, el asunto lo han resuelto de otra manera, y quiero traerlo aquí como ejemplo de que hay maneras de resolver el molesto (por lo visto) asunto de los puentes sin retorcer el calendario.
En Rusia, los festivos son once y punto. No hay más, ni menos, y así lo dice el Código Laboral, que no permite muchas florituras. Eso sí, cuando alguno de estos once días cae en sábado, o en domingo, se celebra el día que toca, eso siempre, y el lunes siguiente es automáticamente declarado no laborable.
Si estos días caen en lunes o viernes, no hay problema y tienes un fin de semana largo. Si cae en miércoles, pues tienes un descansito en mitad de la semana. El problema del puente viene si el festivo cae en martes o jueves, con la tentación de no ir a trabajar el día intermedio. Rajoy quiere pasar ese día, por lo que he oído, al lunes o viernes más próximo.
En Rusia, lo que hacen es mantener el festivo donde toca y declarar el día intermedio festivo. A cambio, el sábado inmediatamente anterior, o posterior al fin de semana largo, es declarado laborable. Con lo cual se trabajan más días y se tiene un fin de semana largo eliminando los puentes, y sin necesidad de celebrar el Jueves Santo en lunes.
A todo esto, preguntará alguno, esos sábados declarados laborables, ¿realmente se trabaja?
Hombre, algo más que en el domingo posterior sí que se trabaja, y el tráfico es algo más intenso que un sábado normal (donde, de por sí, ya hay atascos), pero vamos, que nadie se mata demasiado. Pero eso es en Rusia. En un país serio, sin absentismo laboral, y ejemplar a la hora de cumplir nuestras obligaciones, como es indudablemente España (¿Cómo? ¿Que no?), eso no tiene por qué suceder.
En todo caso, siempre será que mejor que celebrar el 30 de abril el Primero de Mayo, ¿no?
A mí, eso me parece una tontería como otra cualquiera. No me imagino celebrando Navidad en un día que no sea el 25 de diciembre, ni Reyes otro que no sea el 6 de enero. Llevado al extremo, podríamos celebrar el inicio del año en un día que no sea el 1 de enero, sino el lunes más próximo, lo cual sería, por lo menos, chocante. Y, la verdad, no se me alcanza ninguna fiesta tan apocada que no merezca conservarse en el día en que nuestros mayores decidieron instituirla.
En Rusia, el asunto lo han resuelto de otra manera, y quiero traerlo aquí como ejemplo de que hay maneras de resolver el molesto (por lo visto) asunto de los puentes sin retorcer el calendario.
En Rusia, los festivos son once y punto. No hay más, ni menos, y así lo dice el Código Laboral, que no permite muchas florituras. Eso sí, cuando alguno de estos once días cae en sábado, o en domingo, se celebra el día que toca, eso siempre, y el lunes siguiente es automáticamente declarado no laborable.
Si estos días caen en lunes o viernes, no hay problema y tienes un fin de semana largo. Si cae en miércoles, pues tienes un descansito en mitad de la semana. El problema del puente viene si el festivo cae en martes o jueves, con la tentación de no ir a trabajar el día intermedio. Rajoy quiere pasar ese día, por lo que he oído, al lunes o viernes más próximo.
En Rusia, lo que hacen es mantener el festivo donde toca y declarar el día intermedio festivo. A cambio, el sábado inmediatamente anterior, o posterior al fin de semana largo, es declarado laborable. Con lo cual se trabajan más días y se tiene un fin de semana largo eliminando los puentes, y sin necesidad de celebrar el Jueves Santo en lunes.
A todo esto, preguntará alguno, esos sábados declarados laborables, ¿realmente se trabaja?
Hombre, algo más que en el domingo posterior sí que se trabaja, y el tráfico es algo más intenso que un sábado normal (donde, de por sí, ya hay atascos), pero vamos, que nadie se mata demasiado. Pero eso es en Rusia. En un país serio, sin absentismo laboral, y ejemplar a la hora de cumplir nuestras obligaciones, como es indudablemente España (¿Cómo? ¿Que no?), eso no tiene por qué suceder.
En todo caso, siempre será que mejor que celebrar el 30 de abril el Primero de Mayo, ¿no?