Sí, señor, el medio adecuado para colarse en las atracciones turísticas rusas consiste en ser lo suficientemente camaleónico como para que las taquilleras no sean capaces de distinguirnos de un ruso de pura cepa ¿Cómo? He aquí algunos consejos.
Lo principal es no parecer turista. Nada de cámaras fotográficas estrepitosas, ni de bermudas, ni de sandalias alemanas modelo "fariseo" con calcetines por debajo, ni de gorras gringas: todo eso nos delatará. Lo que hay que hacer es adoptar prendas típicas de ciertos estereotipos rusos, que puede que ya no sean los más representativos, pero que en el imaginario colectivo de las taquilleras de museo están fuertemente enraizados. Vamos a verlo:
1.- Estereotipo 1: intelectualoide postsoviético y algo disidente. Para camuflarse, se requiere chaqueta raída y manchada, afeitado lamentable con abundancia de matillas de pelos no eliminados en distintas partes de la cara, cabellera cuidadosamente desordenada, aspecto desastrado, pantalón de pana (o, en todo caso, pasado de moda) y, esto es decisivo, gafas de montura de pasta con cristales gruesos. Da el pego con toda seguridad. El modelo se puede mejorar aún más si la montura de las gafas está rota y la has compuesto con celo.
2.- Estereotipo 2: matón de barrio. Se requiere pelo cortado de forma que la parte superior de la cabeza sea totalmente plana. La ropa debe ser negra. Jersey negro, pantalón de tela negro, zapatos negros, preferentemente terminados en una puntera exagerada y chaqueta negra, normalmente de cuero. Ayudan la alta estatura, una corpulencia considerable, con barriga cervecera opcional, y carrillos hinchados. La taquillera, aunque sospeche algo, preferirá no saber nada, por si acaso, y te cobrará la entrada para rusos o, en el mejor de los casos, te dejará pasar gratis, pero no hay que contar con ello.
3.- Estereotipo 3: clase media informal. Cabellera descuidada, pantalón de chándal, zapatillas de deporte (también vale el zapato puntiagudo, pero puede ser exagerar mucho el papel), gafas de sol negras (opcionalmente, con la etiqueta todavía pegada al cristal, lo cual sólo aquí, que yo sepa, ha estado de moda alguna vez) y camisa chillona con colores diversos, complementada de manera opcional con la parte de arriba del chándal (puede ser un chándal distinto al de los pantalones, e incluso es recomendable que sea así).
Yo suelo utilizar este último modelo, porque servidor es tirando a enclenque, y lo bueno de este estereotipo es que no requiere corpulencia, como sí la requiere el segundo. Pero, en mi último viaje, traté de acercarme más al primero. No tenía las gafas de pasta (grave error, lo reconozco), pero pasé dos días sin afeitarme, me despeiné a conciencia, utilicé la ropa más a propósito para mis turbias intenciones y me preparé mentalmente para el ataque.
Sin embargo, todas estas precauciones no sirven de nada si no van acompañadas de un acento ruso satisfactorio, con una dicción impecable. Los extranjeros lo tenemos mal, y las taquilleras rusas están siempre alerta para cazar guiris y añadir más muescas a sus pistolas. Pero no pasa nada: aquí estoy yo para ayudar a todos los que, con unos mínimos conocimientos de ruso y dotes interpretativas suficientes, quieran correr la aventura de atravesar la barrera taquillera con daños mínimos para el bolsillo.
Y es que, en mi último viaje a San Petersburgo, y antes de tomar el avión de vuelta a Moscú, disponía de un par de horas, que quise utilizar en visitar uno de los últimos monumentos importantes que me faltaba por conocer: el castillo de Ingenieros, célebre porque en él, en 1801, fue asesinado el emperador Pablo I. En la próxima entrada nos dirigiremos hacia él (hacia el castillo; hacia donde enviaron a Pablo I esperemos no dirigirnos tan pronto).
Madre del Amor Hermoso, Alf, esas taquilleras son dignas de la KGB... Ardo en deseos de saber si al final entraste, así que me piro corriendo a leer la siguiente entrada, jejeje...
ResponderEliminarBesitossssss