San Petersburgo es la capital indudable del turismo cultural ruso. Ya he perdido la cuenta de las veces que he estado por allí, y siempre me falta alguna cosa por ver. Museos, palacios, parques, teatros... el listado de sitios dignos de verse es inacabable.
Pero hay una pega algo mosqueante, que son los precios. No porque la entrada a los sitios cueste un ojo de la cara, sino por el agravio comparativo que supone el sistema de doble precio. Sí, señor. En cualquier lugar cultural ruso, y es en San Petersburgo donde más abundan, hay doble precio: un cartel, en inglés y en ruso, anuncia los precios, digamos, ordinarios, que son más o menos los mismos que clavan los italianos en su casa (y yo diría que superiores a los españoles, pero puedo equivocarme); pero luego hay otro cartel, éste solamente en ruso, que reza que hay una rebajita para los ciudadanos rusos. Claro que, de rebajita, nada: los rusos pagan como la tercera parte de lo que nos clavan a los extranjeros, lo cual, por de pronto, toca bastante la moral. La mayoría de los extranjeros no llegan a enterarse de la circunstancia, porque ya digo que el cartel que pone de manifiesto el asuntillo sólo está en ruso; pero a los que controlamos el ruso no nos engañan, y no nos mola nada.
¿Qué hacer ante esta circunstancia? ¡Por supuesto que hay que evitarla! ¿Qué españoles seríamos, si nos sometiéramos sin decir ni mu? ¿No nació la picaresca en España? ¿No son españoles el Lazarillo, Guzmán de Alfarache, Marcos de Obregón, el Buscón don Pablos y Eduardo Zaplana?
No, no, hay que ser dignos de estos próceres, y yo voy a dar unos consejos para evitar la entrada recargada destinada a los extranjeros.
Protestar y montar un pollo sirve a veces, pero pocas y únicamente con taquilleras pusilánimes y apocadas, que quizá en algún museíllo de poca monta de Moscú o en alguna capital de provincia alejada puedan encontrarse, pero no en San Petersburgo. En San Petersburgo, las taquilleras se las ven a diario con turistas de todo pelaje y están endurecidas hasta extremos insospechados, llegando a su límite en la atracción turística principal, el Ermitage. Allí se reúne lo más granado del gremio de taquilleras, auténticos detectores de guiris camuflados dispuestos a desplumarlos sin piedad, precisamente allí donde la clavada al turista es mayor. Estas mujeres no se achantan ni ante el más pendenciero de los turistas.
No, lo de protestar no funciona. Lo más adecuado, si uno no se quiere rascar el bolsillo, es camuflarse de ruso y engañar a las taquilleras, lo cual requiere modular dos vertientes principales: el aspecto físico y el acento adecuado. En la siguiente entrada nos ocuparemos de perfilar estos aspectos.
Madre del Amor Hermoso, Alf, si que hay que afinar en Rusia, si. Por cierto, muy buena tu relación de pícaros, sobretodo el último jajajaja.. A ese, llamarle pícaro es poco decirle.
ResponderEliminarBesitossssss
Ojalá fuera el único.
ResponderEliminarlo mejor es que te compre la entrada un ruso, si esta dentro de las posibilides del turista. Los viajes en autobus desde el centro, desde nievsky, qu cada mañana van a Petergorf son iguales, pero lo malo es que alli tienes que comprar la entra dandotelas de ruso (yo parezco, en todo caso, Armenio) y luego en el autobus cuando entregas el billete, la cosa se complica. Ademas si intentas razonar lo injusto de este doble precio siempre te argumentan que los rusos "tienen ventaja ya que es su patrimonio cultural", lo que denota dos cosas
ResponderEliminar1-que se tienen en poca estima, ya que, si realmente fuese asi exigiran pasar gratis
2-que nse niegan, como en cuba si que hacen, a admitir que son un pais pobre, ya que no dicen abiertamente "como eres turista, europeo, se sobre entiende que tienes pasta, asi que paga"
en fin, que país.