El viernes antepasado salgo de Moscú a cinco grados, llego a Madrid a quince y me planto en Valencia a veinticinco. Toma ya. Toda la semana a veinticinco grados, o más, con un calor pegajoso de los de junio, y pasando de las cuatro mantas y pijama de invierno de Moscú a la sábana y gracias de Valencia.
El domingo pasado salgo de Barcelona a casi treinta grados, viendo de camino a la gente bañándose en la playa, a puntito de entrar en noviembre, y llego a Moscú a cero grados. Toma cambio climático bestia. Vuelta a las cuatro mantas y al pijama de invierno. De la camiseta y bermudas al abrigo de invierno (bueno, aún es el de entretiempo, que aquí somos machotes), la bufanda, los guantes y la boina (passsso de gorros de piel).
Y, a la mañana siguiente, sorpresa, después de caer poquito a poquito durante toda la noche, allí estaba:
Bueno, todavía no va en serio del todo, pero el invierno se aceeeeerca. Temblemos.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
martes, 31 de octubre de 2006
domingo, 29 de octubre de 2006
Corruptelillas de poca monta
Barcelona es una de esas ciudades donde casi siempre pasa algo, con el añadido de que ahora están de elecciones y tienen las calles, plazas, jardines y estaciones de tren llenas de carteles electorales, para que el ciudadano elija a su próximo prasidén de la Chanaralitat, básicamente entre los candidatos susialista, cunvarchent y de asquerra rapublicana.
La verdad es que había donde elegir: los susialistas del PSC se empeñan en disimular que su candidato es calvo (le han cortado la frente en todas las fotos que he visto), y sus competidores de Cunvarchensia han puesto el cartel de la foto adjunta, que tampoco tiene desperdicio.
El lema del cartel "Astimá Catalunya, guvarná be" (me recuerda a cómo hablan los indios, por cierto) ha sido taimadamente modificado por un ciudadano disconforme con el candidato a prasidén Artur Mas, del que es evidente que desconfía. Así que ha bastado tachar la primera sílaba para que "Amar a Cataluña" se transforme en "Timar a Cataluña", que, según el elector, se acerca más a la realidad y las intenciones del candidato. Hay que reconocer que el responsable de la campaña electoral de Cunvarchensia se lo había puesto fácil. A ver si espabilamos para la próxima...
La verdad es que, si el elector quejumbroso supiera hasta qué punto está relativamente en buenas manos, dejaría enseguida de ofender con tanta inconsciencia a los líderes políticos que aspiran a regir sus destinos, para pasar a elevar sus preces al Altísimo en agradecimiento por no haber sido castigado con los responsables políticos al uso en otras latitudes. Veamos las cifras aplicables al caso de Rusia.
El prasidén de la Chanaralitat, si no recuerdo mal, cobra cosa de diez mil eurazos al mes, prebendas aparte, que es un sueldo superior, muuuuuuy superior, a la media. Vamos, que ya nos gustaría a la casi totalidad de los charnegos acercarnos a él. Además de su salario, fuentes bien informadas (concretamente el actual prasidén en funciones, que se fue de la lengua el año pasado en un calentón en el Parlamento catalán) han revelado que la gestión pública le cuesta al contribuyente una cantidad equivalente al 3% del volumen de contratos gestionados, que los beneficiarios de los contratos abonan bajo mano a la caja del partido en el poder.
En Rusia, conocemos el salario del presidente (unos tres mil euros, también prebendas aparte), considerablemente inferior, pues, al sueldo de un presidente regional español (aunque se trate del prasidén, que es el que más cobra) ¿Deduciremos de ello que la administración rusa es más barata que la astatal aspanyola?
Antes de responder, veamos. La próxima autopista Moscú - San Petersburgo, que he mencionado en otra ocasión, tiene un coste presupuestado por kilómetro de unos cuarenta millones de euros... sin contar las expropiaciones, que son por cuenta del Estado. En España, la autopista más lujosa y complicada, en los alrededores de Madrid, que es lo más caro que podemos encontrar, cuesta ocho millones por kilómetro, incluyendo las expropiaciones y, se supone, el famoso 3%.
¿Y por qué las carreteras en Rusia son tan rematadamente caras de construir? Pues por lo mismo que todo funcionario público de cierto rango en Rusia, a pesar de que oficialmente tiene un sueldo que, como mucho, le daría para una bicicleta, tiene por lo menos un BMW, o dos, y no se va de vacaciones a un camping lleno de mosquitos rusos (ya hablaremos de ellos, ya), sino a la Costa Azul.
Así que el elector catalán que, falto totalmente de seny, pintarrajeó vandálicamente el cartel electoral de Cunvarchensia, haciéndo aparecer como poco honrado a Artur Mas, debería recapacitar. En realidad, el famoso 3%, que tanto alboroto despertó en España, no es más que una propinilla miserable, indigna de mención, salvo para elogiar el comedimiento de nuestros políticos y su intachable gestión.
La verdad es que había donde elegir: los susialistas del PSC se empeñan en disimular que su candidato es calvo (le han cortado la frente en todas las fotos que he visto), y sus competidores de Cunvarchensia han puesto el cartel de la foto adjunta, que tampoco tiene desperdicio.
El lema del cartel "Astimá Catalunya, guvarná be" (me recuerda a cómo hablan los indios, por cierto) ha sido taimadamente modificado por un ciudadano disconforme con el candidato a prasidén Artur Mas, del que es evidente que desconfía. Así que ha bastado tachar la primera sílaba para que "Amar a Cataluña" se transforme en "Timar a Cataluña", que, según el elector, se acerca más a la realidad y las intenciones del candidato. Hay que reconocer que el responsable de la campaña electoral de Cunvarchensia se lo había puesto fácil. A ver si espabilamos para la próxima...
La verdad es que, si el elector quejumbroso supiera hasta qué punto está relativamente en buenas manos, dejaría enseguida de ofender con tanta inconsciencia a los líderes políticos que aspiran a regir sus destinos, para pasar a elevar sus preces al Altísimo en agradecimiento por no haber sido castigado con los responsables políticos al uso en otras latitudes. Veamos las cifras aplicables al caso de Rusia.
El prasidén de la Chanaralitat, si no recuerdo mal, cobra cosa de diez mil eurazos al mes, prebendas aparte, que es un sueldo superior, muuuuuuy superior, a la media. Vamos, que ya nos gustaría a la casi totalidad de los charnegos acercarnos a él. Además de su salario, fuentes bien informadas (concretamente el actual prasidén en funciones, que se fue de la lengua el año pasado en un calentón en el Parlamento catalán) han revelado que la gestión pública le cuesta al contribuyente una cantidad equivalente al 3% del volumen de contratos gestionados, que los beneficiarios de los contratos abonan bajo mano a la caja del partido en el poder.
En Rusia, conocemos el salario del presidente (unos tres mil euros, también prebendas aparte), considerablemente inferior, pues, al sueldo de un presidente regional español (aunque se trate del prasidén, que es el que más cobra) ¿Deduciremos de ello que la administración rusa es más barata que la astatal aspanyola?
Antes de responder, veamos. La próxima autopista Moscú - San Petersburgo, que he mencionado en otra ocasión, tiene un coste presupuestado por kilómetro de unos cuarenta millones de euros... sin contar las expropiaciones, que son por cuenta del Estado. En España, la autopista más lujosa y complicada, en los alrededores de Madrid, que es lo más caro que podemos encontrar, cuesta ocho millones por kilómetro, incluyendo las expropiaciones y, se supone, el famoso 3%.
¿Y por qué las carreteras en Rusia son tan rematadamente caras de construir? Pues por lo mismo que todo funcionario público de cierto rango en Rusia, a pesar de que oficialmente tiene un sueldo que, como mucho, le daría para una bicicleta, tiene por lo menos un BMW, o dos, y no se va de vacaciones a un camping lleno de mosquitos rusos (ya hablaremos de ellos, ya), sino a la Costa Azul.
Así que el elector catalán que, falto totalmente de seny, pintarrajeó vandálicamente el cartel electoral de Cunvarchensia, haciéndo aparecer como poco honrado a Artur Mas, debería recapacitar. En realidad, el famoso 3%, que tanto alboroto despertó en España, no es más que una propinilla miserable, indigna de mención, salvo para elogiar el comedimiento de nuestros políticos y su intachable gestión.
viernes, 27 de octubre de 2006
Final de temporada
En algún otro sitio he escrito cómo son las carreras en Moscú. Originales, al menos en relación con la misma experiencia en Valencia. Quizá por eso estaba llegando el momento de participar en una carrera por aquí.
Y eso ocurrió el otro día, en el puerto de Valencia. Con tanta Copa del América y tanta historia, la misma carrera, el "Pas Ras al Port" llevaba dos años con un recorrido entre grúas de construcción, sacos de cemento, carretillas y arena; pero este año las obras están tocando a su fin, y el Pas Ras ha vuelto a su recorrido tradicional de diez kilómetros.
- ¿A qué ritmo vamos? -me preguntó uno de mis compinches de innumerables carreras.
- Bueno, yo me daría por satisfecho con ir a cinco -no hay que pasarse, teniendo en cuenta el mini jet lag y el duro viaje de la víspera desde Moscú.
- Vale. Yo hace tiempo que no salgo y estoy un poco pesado. Salimos a cinco y luego vemos a ver si podemos bajar.
Mi otro compinche, al que llamaremos Peixos, que iba con su mujer (que no iba precisamente a cinco, ni a seis, ni siquiera a siete), y que es perfectamente capaz de bajar de cuatro, dijo que iba a dar un paseíto sin forzar y que se venía con nosotros. Mi hermano, que también venía, quedó claro que iba a su bola.
Salimos, y fuimos todo el rato entre 4'45" y 4'55". Yo iba bastante bien, conversando a ratos con mis compañeros; pero Peixos se encontró un conocido y se puso a hablar con él. Primero se quedo unos quince metros y luego se pusieron detrás de nosotros.
- Sí, -decía Peixos- ahora hago triatlon, pero sólo he hecho de la categoría sprint, nada serio. La próxima temporada quiero hacer alguno olímpico.
Su interlocutor no iba tan suelto como Peixos, y sólo alcanzó a decir.
- ¿Sí?
- Sí -siguió Peixos-, vendría bien como preparación para la maratón. A ver si el año que viene corro alguna.
El interlocutor, a quien el ritmo de 4'45" le venía definitivamente un poco justo para, además, ir conversando, sólo llegó a musitar lo que me pareció un gemido.
- ¿El iron man? -parece que Peixos creyó entender una pregunta- No, de momento no. Eso lo dejo para más adelante ¿Que qué es? Sí, son diez kilómetros de natación, cien de bicicleta y una maratón corriendo.
Se hizo el silencio. Peixos se puso de nuevo a nuestro lado.
- Oye, que éste se ha quedado.
- Jo, macho, es que le has dejado la moral por los suelos. No me extraña.
Llegamos al kilómetro ocho, y yo comenzaba a ir justo.
- ¿Apretamos?
- Tirad p'alante, que yo ya llegaré como pueda.
Mis dos compinches apretaron un poco, y se fueron como cinco metros. Luego un poco más. Cada vez se les veía más lejos. Mientras se alejaban, sentí que la temporada de carreras estaba acabando precisamente en ese momento, y que iba a tocar dedicar más tiempo a ser mayor.
Y eso ocurrió el otro día, en el puerto de Valencia. Con tanta Copa del América y tanta historia, la misma carrera, el "Pas Ras al Port" llevaba dos años con un recorrido entre grúas de construcción, sacos de cemento, carretillas y arena; pero este año las obras están tocando a su fin, y el Pas Ras ha vuelto a su recorrido tradicional de diez kilómetros.
- ¿A qué ritmo vamos? -me preguntó uno de mis compinches de innumerables carreras.
- Bueno, yo me daría por satisfecho con ir a cinco -no hay que pasarse, teniendo en cuenta el mini jet lag y el duro viaje de la víspera desde Moscú.
- Vale. Yo hace tiempo que no salgo y estoy un poco pesado. Salimos a cinco y luego vemos a ver si podemos bajar.
Mi otro compinche, al que llamaremos Peixos, que iba con su mujer (que no iba precisamente a cinco, ni a seis, ni siquiera a siete), y que es perfectamente capaz de bajar de cuatro, dijo que iba a dar un paseíto sin forzar y que se venía con nosotros. Mi hermano, que también venía, quedó claro que iba a su bola.
Salimos, y fuimos todo el rato entre 4'45" y 4'55". Yo iba bastante bien, conversando a ratos con mis compañeros; pero Peixos se encontró un conocido y se puso a hablar con él. Primero se quedo unos quince metros y luego se pusieron detrás de nosotros.
- Sí, -decía Peixos- ahora hago triatlon, pero sólo he hecho de la categoría sprint, nada serio. La próxima temporada quiero hacer alguno olímpico.
Su interlocutor no iba tan suelto como Peixos, y sólo alcanzó a decir.
- ¿Sí?
- Sí -siguió Peixos-, vendría bien como preparación para la maratón. A ver si el año que viene corro alguna.
El interlocutor, a quien el ritmo de 4'45" le venía definitivamente un poco justo para, además, ir conversando, sólo llegó a musitar lo que me pareció un gemido.
- ¿El iron man? -parece que Peixos creyó entender una pregunta- No, de momento no. Eso lo dejo para más adelante ¿Que qué es? Sí, son diez kilómetros de natación, cien de bicicleta y una maratón corriendo.
Se hizo el silencio. Peixos se puso de nuevo a nuestro lado.
- Oye, que éste se ha quedado.
- Jo, macho, es que le has dejado la moral por los suelos. No me extraña.
Llegamos al kilómetro ocho, y yo comenzaba a ir justo.
- ¿Apretamos?
- Tirad p'alante, que yo ya llegaré como pueda.
Mis dos compinches apretaron un poco, y se fueron como cinco metros. Luego un poco más. Cada vez se les veía más lejos. Mientras se alejaban, sentí que la temporada de carreras estaba acabando precisamente en ese momento, y que iba a tocar dedicar más tiempo a ser mayor.
miércoles, 25 de octubre de 2006
Disuasión
Ciertamente, en otras ocasiones he criticado veladamente los intentos de cartelismo de gentes como doña Margarita, pero, en esta ocasión, creo que merece la pena resaltar el de la foto, situada en el pueblo de San Mateo, en el Maestrazgo castellonense.
No sé cuánto costará la tasa por obtener un vado municipal en San Mateo. Sea lo que sea, el redactor del cartel ha decidido ahorrársela de una manera que no sé si calificar de sutil o cínica. Dice el cartel: "Atención. La puerta se abre hacia afuera. Sin querer, te podemos rayar el coche. Por favor, no aparques."
Mano de santo, oye. A ver quién es el guapo que aparca o el fiscal que persigue penalmente al redactor del cartel.
No sé cuánto costará la tasa por obtener un vado municipal en San Mateo. Sea lo que sea, el redactor del cartel ha decidido ahorrársela de una manera que no sé si calificar de sutil o cínica. Dice el cartel: "Atención. La puerta se abre hacia afuera. Sin querer, te podemos rayar el coche. Por favor, no aparques."
Mano de santo, oye. A ver quién es el guapo que aparca o el fiscal que persigue penalmente al redactor del cartel.
lunes, 23 de octubre de 2006
Eficacia burocrática
Uno se da cuenta de lo que se está perdiendo cuando, como yo, llega a Valencia (ciudad natal, localidad de promisión y, puestos a exagerar, tierra que mana leche y miel, i la millor terreta del món)y, en una mañana, consigue: sacar un billete de tren, hacerse fotos, hacer un par de gestiones en el banco, otra en un hospital, obtener el certificado para renovar el carné de conducir, tramitar la renovación del mismo, hacer la compra, buscar un cerrajero, comprar una cámara y tramitar la devolución del IVA y hacer la copia de un mando a distancia, con la única ayuda de una bicicleta (y, lamentablemente, de un saco de euros).
En Moscú, cada una de esas cosas llevaría toda la mañana, y el conjunto de las mismas ocuparía cosa de una semana. He de reconocer, sin embargo, que el hecho de estar avezado a las colas rusas me ha ayudado muchísimo, sobre todo cuando recuerdo ahora el arte que he empleado para colarme en la RENFE, antes las protestas que musitaban los que hubiera debido ir delante, pero acabaron yendo detrás. Y es que me quejo de vicio: si no fuera por mi estancia en Moscú, mi descaro y mi desenvoltura en esas situaciones no serían lo mismo.
En Moscú, cada una de esas cosas llevaría toda la mañana, y el conjunto de las mismas ocuparía cosa de una semana. He de reconocer, sin embargo, que el hecho de estar avezado a las colas rusas me ha ayudado muchísimo, sobre todo cuando recuerdo ahora el arte que he empleado para colarme en la RENFE, antes las protestas que musitaban los que hubiera debido ir delante, pero acabaron yendo detrás. Y es que me quejo de vicio: si no fuera por mi estancia en Moscú, mi descaro y mi desenvoltura en esas situaciones no serían lo mismo.
sábado, 21 de octubre de 2006
Adopciones
Hoy continúo con las historias de aeropuerto, de lo que cualquiera que lea esto puede deducir -correctamente- que estoy de viaje.
Una de las cosas más llamativas en los vuelos de Moscú a Madrid, naturalmente de Aeroflot, que se lleva la palma en esto, y con gran frecuencia fuera de temporada, es la cantidad de adultos españoles (ya sea en solitario, ya sea en pareja) acompañados de niños que son sus hijos, pero que no les entienden.
Estaba en la tienda del aeropuerto comprando provisiones para el largo viaje que me esperaba hasta llegar a Valencia.
- ¡Sasha! -sonó una voz a mi lado, en castallano- ¡Quédate ahí, agarrado al carro!
Ni caso.
- ¡Ahí, ahí, agarrado!
Al final, Sasha, un niño de unos cuatro años con una cara de travieso que tira de espaldas, se agarra al carro y le pone cara de picaruelo a su nueva madre.
- Muy bien, Sasha, ahora espera ahí y no te muevas.
La señora entra en la tienda, pero no le pierde ojo al carro. Sasha, haciendo honor a su cara de travieso, se esconde detrás del carro y su madre sale cada dos por tres para ver si todo va bien. Al final, compra tres cajas de bombones y sale.
- Mira, Sasha, ya tenemos bombones.
Yo miro al carro y me pregunto cómo hará la buena mujer para acarrear al niño, el maletón y los por lo menos seis bultos entre bolsas, mochilas y maletillas que atestan el carro.
Al final, y antes de que le dé un ataque de nervios, me presento como español, me ofrezco para ayudarla y ella acepta mi ofrecimiento ¿Que variedad de cosas llevará la buena mujer en tanta maleta?
A la hora de facturar, sólo factura la maleta grande.
- ¿Sólo? -pregunta la azafata- ¿Y todo eso?
- Me lo llevo en la cabina.
La azafata sacude la cabeza con resignación, pero le deja pasar.
- Es que, en principio, sólo se puede pasar uno por persona -le digo a la señora.
- ¿Sí? Anda, no lo sabía. Es que llevo comida en esa bolsa, matrioshkas en esa otra, otras cosas frágiles en esa otra... y, claro, no lo puedo facturar.
Me callo. Sólo puedo añadir que, si hay alguien que está metido en el proceloso intento de adoptar en Rusia, está desesperado, ha caído por aquí, no se aclara y su agencia no le hace caso, quizá debería pinchar en este enlace.
Después del show, me pongo a charlar con Sasha, que está encantado de que haya un español que hable ruso. El chaval, con algo de problemas de pronunciación, pero nada serio, está, evidentemente, muy contento de tener una mamá.
En este vuelo, hay unos cuatro o cinco niños adoptados, con sus padres (que se han encontrado de sopetón con un niño, así, sin libro de instrucciones) dándoles indicaciones en un idioma que desconocen. Pero bueno, en España faltan niños, y en Rusia más todavía, pero sobran huérfanos. Y eso que, aquí, el número de abortos duplica al de nacimientos: pasa claramente del millón al año, sí, con eme de masacre.
Pero eso es otra historia. En ésta, los padres adoptantes, tras los eternos trámites que tienen que sufrir hasta salirse con la suya, tienen la percepción de las cosas ligeramente desenfocada. Y, así, en otro viaje, Abi y Ro venían también y estaban jugando con otros niños del grupo de los adoptados, en ruso. Luego se acercaron a nosotros y nos hablaron en castellano. Una madre adoptante, con los ojos como platos, nos dijo acto seguido, completamente en serio:
- Oye, ¿en que orfanato les habéis adoptado, que ya salen hablando español?
Una de las cosas más llamativas en los vuelos de Moscú a Madrid, naturalmente de Aeroflot, que se lleva la palma en esto, y con gran frecuencia fuera de temporada, es la cantidad de adultos españoles (ya sea en solitario, ya sea en pareja) acompañados de niños que son sus hijos, pero que no les entienden.
Estaba en la tienda del aeropuerto comprando provisiones para el largo viaje que me esperaba hasta llegar a Valencia.
- ¡Sasha! -sonó una voz a mi lado, en castallano- ¡Quédate ahí, agarrado al carro!
Ni caso.
- ¡Ahí, ahí, agarrado!
Al final, Sasha, un niño de unos cuatro años con una cara de travieso que tira de espaldas, se agarra al carro y le pone cara de picaruelo a su nueva madre.
- Muy bien, Sasha, ahora espera ahí y no te muevas.
La señora entra en la tienda, pero no le pierde ojo al carro. Sasha, haciendo honor a su cara de travieso, se esconde detrás del carro y su madre sale cada dos por tres para ver si todo va bien. Al final, compra tres cajas de bombones y sale.
- Mira, Sasha, ya tenemos bombones.
Yo miro al carro y me pregunto cómo hará la buena mujer para acarrear al niño, el maletón y los por lo menos seis bultos entre bolsas, mochilas y maletillas que atestan el carro.
Al final, y antes de que le dé un ataque de nervios, me presento como español, me ofrezco para ayudarla y ella acepta mi ofrecimiento ¿Que variedad de cosas llevará la buena mujer en tanta maleta?
A la hora de facturar, sólo factura la maleta grande.
- ¿Sólo? -pregunta la azafata- ¿Y todo eso?
- Me lo llevo en la cabina.
La azafata sacude la cabeza con resignación, pero le deja pasar.
- Es que, en principio, sólo se puede pasar uno por persona -le digo a la señora.
- ¿Sí? Anda, no lo sabía. Es que llevo comida en esa bolsa, matrioshkas en esa otra, otras cosas frágiles en esa otra... y, claro, no lo puedo facturar.
Me callo. Sólo puedo añadir que, si hay alguien que está metido en el proceloso intento de adoptar en Rusia, está desesperado, ha caído por aquí, no se aclara y su agencia no le hace caso, quizá debería pinchar en este enlace.
Después del show, me pongo a charlar con Sasha, que está encantado de que haya un español que hable ruso. El chaval, con algo de problemas de pronunciación, pero nada serio, está, evidentemente, muy contento de tener una mamá.
En este vuelo, hay unos cuatro o cinco niños adoptados, con sus padres (que se han encontrado de sopetón con un niño, así, sin libro de instrucciones) dándoles indicaciones en un idioma que desconocen. Pero bueno, en España faltan niños, y en Rusia más todavía, pero sobran huérfanos. Y eso que, aquí, el número de abortos duplica al de nacimientos: pasa claramente del millón al año, sí, con eme de masacre.
Pero eso es otra historia. En ésta, los padres adoptantes, tras los eternos trámites que tienen que sufrir hasta salirse con la suya, tienen la percepción de las cosas ligeramente desenfocada. Y, así, en otro viaje, Abi y Ro venían también y estaban jugando con otros niños del grupo de los adoptados, en ruso. Luego se acercaron a nosotros y nos hablaron en castellano. Una madre adoptante, con los ojos como platos, nos dijo acto seguido, completamente en serio:
- Oye, ¿en que orfanato les habéis adoptado, que ya salen hablando español?
jueves, 19 de octubre de 2006
Viejos rockeros
No, señor, los viejos rockeros nunca mueren. Es cierto que, si vienen a Moscú, puede decirse que están acabados, pero nunca muertos.
Hoy ha tocado nada menos que Deep Purple en Moscú. La verdad es que están bastante mayores (el más joven, Steve Morse, tiene 52 años), pero siguen siendo el colmo de los colmos del rock duro. Tocaron en un estadio deportivo, el Olimpiisky (sí, el Olímpico) y allí se plantarían unas quince mil personas, incluidos Carbuncho y yo, que esas cosas no hay que perdérselas.
Al principio, y después de las colas de rigor para entrar (leche, es que había gente), empezaron por algunos temas de sus nuevos discos, que yo no conocía; pero el cuarto ya fue "Strange Kind of Woman", y ahí llegó el primer sustillo. Los instrumentistas seguían siendo una pasada, pero Ian Gillan, aunque sigue cantando muy bien, ya no da los gritos enardecedores del "Made in Japan". Los 61 años comienzan a pesar.
Como son inteligentes y saben sus limitaciones, dieron cancha a los instrumentalistas. Evidentemente, Steve Morse es un guitarrista de primer orden; la base rítmica de Ian Paice y Roger Glover sigue funcionando como siempre, y el teclista Don Airey, aunque lleva con ellos tres años, es un agradable descubrimiento. Hombre, quizá se pasó al intentar interpretar él sólito la Obertura 1812, de Chaykovsky, pero bueno, estuvo simpático cuando intercaló Podmoskovskye Vechera y Я шагаю по Москве en sus solos. Al público le gustó.
Se sucedieron ya los éxitos de toda la vida. Se veía que Gillan se había estado reservando, pero ya estaba la cosa más a punto: "Perfect Strangers" fue un exitazo y ya les dejó entregado al público; "Highway Star" y... síiiiii "Smoke on the Water", claro que sí. Se fueron, pero todavía dieron dos bises, y qué dos: "Hush" y "Black Night". Y esta vez ya no hubo más y se fueron.
Se agradecen especialmente dos cosas: que son buenos músicos y que por ello no necesitan, como otros, hacer el payaso en escena para tener un buen directo. Nada de eso: tienen un buen directo a base de buena música sin pausas, con canciones perfectamente intercaladas. Y, en segundo lugar, precisamente por ser buenos músicos, no necesitan hacer idioteces (vaya, me ha venido a la cabeza Madonna) ni tonterías satánicas para llamar la atención. La llaman porque son buenos.
Mención aparte merece el público. Uno se esperaría, en un concierto heavy, greñas, camisetas negras (eh, yo llevaba una) y cazadoras con remaches. Algún pintillas había, pero ni mucho menos mayoría. Voy a destacar algunos hechos diferenciales.
1.- Había chicas. Sí, sí, en un concierto heavy, ¡había chicas! Y algunas (qué algunas, muchas) estaban cañón y todo. En lugar de la proporción 99:1 de los conciertos heavy españoles, la proporción sería de 60:40. Aunque parezca increíble.
2.- Había parejas. Que sí, que sí. Así, como de mediana edad, ellas muy bien vestidas, y ellos con jersey de marca.
3.- Había, ojo al dato, señores con traje y corbata ¡Y cómo botaban con el "Highway Star"!
4.- Había jubilados. Que sí, de verdad. Y alguno casi llora con el "Smoke on the Water".
5.- Y el colmo: había madres con sus niñas, y abuelos con coleta con sus nietos y nietas. Había niñas más pequeñas que Abi. Si quizá debí llevarla...
Y había, en general, quince mil personas entusiasmadas.
Esta entrada se la dedico a Rafa, que hizo un intento de ver a Deep Purple en Zaragoza y se quedó con las ganas, por la suspensión del concierto, y con una nochecita toledana en la estación de autobuses mañica. Ánimo, Rafa, que estos tíos aún harán otra gira mundial y podrás verlos. Vente a Moscú, que seguro que vuelven; es más, deben tener visado múltiple, porque, ¿cómo no van a venir, si hay quince mil personas que les esperan?
Jo, y eso que están acabados.
Hoy ha tocado nada menos que Deep Purple en Moscú. La verdad es que están bastante mayores (el más joven, Steve Morse, tiene 52 años), pero siguen siendo el colmo de los colmos del rock duro. Tocaron en un estadio deportivo, el Olimpiisky (sí, el Olímpico) y allí se plantarían unas quince mil personas, incluidos Carbuncho y yo, que esas cosas no hay que perdérselas.
Al principio, y después de las colas de rigor para entrar (leche, es que había gente), empezaron por algunos temas de sus nuevos discos, que yo no conocía; pero el cuarto ya fue "Strange Kind of Woman", y ahí llegó el primer sustillo. Los instrumentistas seguían siendo una pasada, pero Ian Gillan, aunque sigue cantando muy bien, ya no da los gritos enardecedores del "Made in Japan". Los 61 años comienzan a pesar.
Como son inteligentes y saben sus limitaciones, dieron cancha a los instrumentalistas. Evidentemente, Steve Morse es un guitarrista de primer orden; la base rítmica de Ian Paice y Roger Glover sigue funcionando como siempre, y el teclista Don Airey, aunque lleva con ellos tres años, es un agradable descubrimiento. Hombre, quizá se pasó al intentar interpretar él sólito la Obertura 1812, de Chaykovsky, pero bueno, estuvo simpático cuando intercaló Podmoskovskye Vechera y Я шагаю по Москве en sus solos. Al público le gustó.
Se sucedieron ya los éxitos de toda la vida. Se veía que Gillan se había estado reservando, pero ya estaba la cosa más a punto: "Perfect Strangers" fue un exitazo y ya les dejó entregado al público; "Highway Star" y... síiiiii "Smoke on the Water", claro que sí. Se fueron, pero todavía dieron dos bises, y qué dos: "Hush" y "Black Night". Y esta vez ya no hubo más y se fueron.
Se agradecen especialmente dos cosas: que son buenos músicos y que por ello no necesitan, como otros, hacer el payaso en escena para tener un buen directo. Nada de eso: tienen un buen directo a base de buena música sin pausas, con canciones perfectamente intercaladas. Y, en segundo lugar, precisamente por ser buenos músicos, no necesitan hacer idioteces (vaya, me ha venido a la cabeza Madonna) ni tonterías satánicas para llamar la atención. La llaman porque son buenos.
Mención aparte merece el público. Uno se esperaría, en un concierto heavy, greñas, camisetas negras (eh, yo llevaba una) y cazadoras con remaches. Algún pintillas había, pero ni mucho menos mayoría. Voy a destacar algunos hechos diferenciales.
1.- Había chicas. Sí, sí, en un concierto heavy, ¡había chicas! Y algunas (qué algunas, muchas) estaban cañón y todo. En lugar de la proporción 99:1 de los conciertos heavy españoles, la proporción sería de 60:40. Aunque parezca increíble.
2.- Había parejas. Que sí, que sí. Así, como de mediana edad, ellas muy bien vestidas, y ellos con jersey de marca.
3.- Había, ojo al dato, señores con traje y corbata ¡Y cómo botaban con el "Highway Star"!
4.- Había jubilados. Que sí, de verdad. Y alguno casi llora con el "Smoke on the Water".
5.- Y el colmo: había madres con sus niñas, y abuelos con coleta con sus nietos y nietas. Había niñas más pequeñas que Abi. Si quizá debí llevarla...
Y había, en general, quince mil personas entusiasmadas.
Esta entrada se la dedico a Rafa, que hizo un intento de ver a Deep Purple en Zaragoza y se quedó con las ganas, por la suspensión del concierto, y con una nochecita toledana en la estación de autobuses mañica. Ánimo, Rafa, que estos tíos aún harán otra gira mundial y podrás verlos. Vente a Moscú, que seguro que vuelven; es más, deben tener visado múltiple, porque, ¿cómo no van a venir, si hay quince mil personas que les esperan?
Jo, y eso que están acabados.
martes, 17 de octubre de 2006
Gusiluz (y II)
Al abuelito Volodya, alias Lenin, lo encontré más saludable que la última vez. Se ve que el formol, o lo que sea, que le suministran últimamente es de mejor calidad que el que había disponible cuando el desplome de la URSS. Hay quien dice que es de cera (desde luego, lo que se dice paliducho, sí que está) y que nos están tomando el pelo. El problema es que nadie se queda el suficiente tiempo para fijarse bien, porque la visita se realiza al trote, cuando no al galope, y el guardia número 7 se encarga de hacer avanzar a quienes quisieran pararse delante de él.
Sea como fuere, allí está el mausoleo, con Lenin dentro, sea auténtico el cuerpo o sólo lo sea la levita negra que lleva puesta. En la Plaza Roja, el mausoleo es un auténtico pegote, y si lo mantienen allí es por no provocar el cabreo de los comunistas, de los que ¡todavía! queda un número nada despreciable. El enlace es sólo una de las posibilidades nostálgicas, porque el otrora todopoderoso PCUS ya no existe.
Cuando uno sale del mausoleo de presentar sus respetos al fiambre, se encuentra a cincuenta metros de la salida, pero la cosa no es tan sencilla, no. La frase que resume la obra de la Unión Soviética es la siguiente: "¿Para qué hacer las cosas sencillas, si se pueden complicar?" Y así, en el lugar más soviético de todo el universo, la frase se cumple a rajatabla. Primero se tuerce por la misma base del Kremlin, y eso parece tener sentido, porque se pasa por las tumbas de los próceres más egregios de aquel país. Primero nos encontramos con los que palmaron en las jornadas revolucionarias de 1917 ("Gloria eterna a los héroes revolucionarios" está grabado en el suelo), luego con algunos revolucionarios de algo de relumbrón, y acto seguido se pasa por las tumbas realmente molonas, de los rogelios más fetén, con busto del difunto y todo.
Y así, el visitante va pasando por delante de Chernenko, Andrópov, Dzherzhinsky, Brezhnev, Stalin, Sverdlov, Kalinin, Frunze, Budyonny, Voroshilov... y quizá alguno que me olvido. En general, salvo alguno un poco más inofensivo (Kalinin es el caso más claro), se trata de gente que en vida fue bastante sanguinaria. Entre ellos, están enterrados allí todos los secretarios generales del PCUS, excepto dos: Gorbachov, que sigue vivo (sería de mal gusto prepararle ya un sitio), y Nikita Jruschov, el único, junto al propio Gorbachov, que fue depuesto del cargo antes de palmarla. Jruschov está enterrado en el cementerio de celebridades de Novodevichi.
Y así salimos de allí y nos dispusimos a recoger las cosas de la consigna. La teníamos a unos cien metros a nuestra izquierda, pero el guardia número 52 (por lo menos) nos impidió el paso.
- Por aquí no.
- Oiga, y a la consigna, ¿cómo vamos?
- Dando la vuelta a la plaza - dijo el guardia, condenándonos a un rodeo absurdo de un kilómetro.
Mi cuñada iba a preguntar por qué, pero no valía la pena. No hubiera habido respuesta. En el pequeño reducto soviético del mausoleo y sus aledaños, la única razón posible es la voluntad caprichosa de alguien, por ilógica que pareciera. Igual, por cierto, que sucedió en todo el país durante setenta y cinco años.
Sea como fuere, allí está el mausoleo, con Lenin dentro, sea auténtico el cuerpo o sólo lo sea la levita negra que lleva puesta. En la Plaza Roja, el mausoleo es un auténtico pegote, y si lo mantienen allí es por no provocar el cabreo de los comunistas, de los que ¡todavía! queda un número nada despreciable. El enlace es sólo una de las posibilidades nostálgicas, porque el otrora todopoderoso PCUS ya no existe.
Cuando uno sale del mausoleo de presentar sus respetos al fiambre, se encuentra a cincuenta metros de la salida, pero la cosa no es tan sencilla, no. La frase que resume la obra de la Unión Soviética es la siguiente: "¿Para qué hacer las cosas sencillas, si se pueden complicar?" Y así, en el lugar más soviético de todo el universo, la frase se cumple a rajatabla. Primero se tuerce por la misma base del Kremlin, y eso parece tener sentido, porque se pasa por las tumbas de los próceres más egregios de aquel país. Primero nos encontramos con los que palmaron en las jornadas revolucionarias de 1917 ("Gloria eterna a los héroes revolucionarios" está grabado en el suelo), luego con algunos revolucionarios de algo de relumbrón, y acto seguido se pasa por las tumbas realmente molonas, de los rogelios más fetén, con busto del difunto y todo.
Y así, el visitante va pasando por delante de Chernenko, Andrópov, Dzherzhinsky, Brezhnev, Stalin, Sverdlov, Kalinin, Frunze, Budyonny, Voroshilov... y quizá alguno que me olvido. En general, salvo alguno un poco más inofensivo (Kalinin es el caso más claro), se trata de gente que en vida fue bastante sanguinaria. Entre ellos, están enterrados allí todos los secretarios generales del PCUS, excepto dos: Gorbachov, que sigue vivo (sería de mal gusto prepararle ya un sitio), y Nikita Jruschov, el único, junto al propio Gorbachov, que fue depuesto del cargo antes de palmarla. Jruschov está enterrado en el cementerio de celebridades de Novodevichi.
Y así salimos de allí y nos dispusimos a recoger las cosas de la consigna. La teníamos a unos cien metros a nuestra izquierda, pero el guardia número 52 (por lo menos) nos impidió el paso.
- Por aquí no.
- Oiga, y a la consigna, ¿cómo vamos?
- Dando la vuelta a la plaza - dijo el guardia, condenándonos a un rodeo absurdo de un kilómetro.
Mi cuñada iba a preguntar por qué, pero no valía la pena. No hubiera habido respuesta. En el pequeño reducto soviético del mausoleo y sus aledaños, la única razón posible es la voluntad caprichosa de alguien, por ilógica que pareciera. Igual, por cierto, que sucedió en todo el país durante setenta y cinco años.
domingo, 15 de octubre de 2006
Gusiluz (I)
Muchas veces, es la presencia de invitados procedentes de España la que nos hace darnos cuenta a los que residimos aquí de cosas que son chocantes, pero que no percibimos como tales por la costumbre de sufrirlas a diario, o de eludirlas y olvidarlas.
Así, la presencia de mis cuñados en Moscú, para una breve visita, está teniendo el efecto benéfico de hacerme abrir unos ojos que ya tenía entornados.
Después de recogerlos del aeropuerto -y del aeropuerto ya hemos escrito bastante y escribiremos más-, nos dirigimos paseando, sin saber muy bien qué hacer, hacia la Plaza Roja y, una vez allí, vimos que era horario de visita del mausoleo de Lenin. Mientras dura el horario de visitas (tres días a la semana, tres horas cada vez), la Plaza Roja, salvo una estrecha franja junto a los almacenes GUM, se cierra al paso, con lo que poca cosa más hay que hacer en ella.
La primera vez que entré a ver el fiambre de Lenin (o "abuelito Volodya", como también lo llaman, sin ningún respeto, por aquí. También hay quien lo llama Gusiluz, entre los que se encuentra el que escribe estas líneas, no ya sin ningún respeto, sino con abierto ánimo de burla) fue hace once años, ya casi ni lo recuerdo, y no hubo una segunda vez... hasta hoy. Presumo que tardará en haber una tercera.
- Oye, ¿dónde está la consigna?
En el Mausoleo de Lenin no se puede entrar ni con bolsos, ni con cámaras de fotos, ni con móviles, ni con casi nada. Inteligentemente, la visita se vende como gratuita, pero la consigna cuesta 60 rublos, casi dos euros, por bulto. Después de dar un par de vueltas a lo que se podía ver de la Plaza Roja buscando la consigna, y de que las empleadas de todas las puertas que tocamos, más bordes que una naranja con espinas, nos dijeran que nos ayudara Rita, descubrimos que la consigna estaba en la única esquina inaccesible desde la Plaza. Hicimos la primera cola para acceder a la plaza, la segunda para acceder a la consigna, y la tercera para acceder al mausoleo. No busquemos razones de tal proceder: es totalmente inútil.
Cada vez eran menos largas las colas, eso sí. La gente acababa por cansarse, darse media vuelta y mandar a Lenin a freír espárragos. La verdad es que mejor les hubiera ido si hubieran tenido esa actitud en 1917, pero bueno, nunca es tarde si la dicha es buena.
Al final, accedimos al mausoleo. Recuerdo de mi primera visita, en que todavía la URSS estaba cerca, el ambiente solemne, verdaderamente "sepulcral" que reinaba allí. Mi cuñada pasó musitando algo para sí, y el guardia número 3, pulcramente uniformado de verde, la hizo callar en el acto.
Sin embargo, con el tiempo se comienzan a ver resquicios en el respeto al abuelito Volodya. Junto a nosotros, adelantándonos, pasó un jovenzuelo con los cascos puestos y con un volumen tan alto que se oía perfectamente, y más con lo callados que estábamos todos.
- ¡Sssshhhh! -le espetó el guardia número 3, poniendo el dedo en la boca.
- Eh, que voy a decirle una cosa a Vlad -dijo el jovenzuelo, acercándose al oído del guarda número 3.
El guarda número 3 le dejó pasar, y el jovenzuelo nos adelantó, cascos estridentes incluidos, hasta llegar al guardia número 5, que por lo visto era el mencionado Vlad, y se puso a hablar con él. Se nota que el capitalismo no respeta ni a los muertos. Y digo yo que el jovenzuelo se iría luego con la música a otra parte, pero no me quedé a comprobarlo.
Pero esto se va haciendo largo, así que dejo para la siguiente entrada la continuación de la visita al amigo Gusiluz, otrora líder del proletariado mundial, y hoy poco más que atracción de feria.
jueves, 12 de octubre de 2006
Ecos de las vacaciones (II): Poliorcética arenosa.
"Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así." (Mt, 19, 8)
Esto decía Jesucristo cuando los fariseos le tocaban las narices con el tema del matrimonio. Ahora, como entonces, nos hemos separado de cómo era todo esto en el principio, con lo que la cosa puede terminar de manera bastante chunga. Nos lo habremos merecido.
Me di cuenta este verano, en la playa, de los estragos que está haciendo el, llámese así, repudio, entre la vida y costumbres de los españoles de pro. Estaba yo, allí, con Ame, mientras el resto de la tropa se había vuelto ya a Moscú, construyendo castillos de arena a troche y moche: primero se hace un agujero, luego se montan las torres, después se unen las mismas con un muro; si se quiere, se monta un foso con un rastrillo, y henos aquí castellanos en nuestro feudo.
El primer día, los únicos dedicados a estos quehaceres éramos Ame y yo. Al pasar a nuestro lado, veíamos a algún niño morirse de envidia, pero nada serio: nos daba un par de patadas en la torre más cercana a su pie, le mirábamos con cara de Chuck Norris y salía espantado haciendo morros.
Más adelante, nos dimos cuenta (o quizá sólo me la di yo) de que allí apenas había padres y madres: o había madres solas, con sus hijos, o había padres solos, con los suyos. Evidentemente, en los primeros días de septiembre, el niño iba por el segundo turno de vacaciones: ya había estado con uno de los progenitores y ahora le tocaba al segundo competir con el primero malcriando a la criatura.
El segundo día, mientras Ame y yo ejecutábamos un castillo de planta cuadrangular de agarra y no te menees, tres o cuatro niños, todos de familias diferentes y con un solo progenitor a su cargo, nos miraban con la boca abierta. Uno, más atrevido aún que el de la víspera, se dedicaba a la poliorcética más descarada a base de demoler los muros a la que yo me descuidaba (Ame, prudentemente, no se metía en líos... es listo el chico), hasta que su padre le apartó de allí dando un suspiro.
El tercer día, la presión era brutal. Ame y yo construimos un castillo de planta pentagonal que podía darse por inexpugnable... pero allí ya nos surgió la competencia. Otro padre, fuerza es decir que sin mucho éxito, construía un castillo para su hija demasiado cerca del agua, con lo que la cimentación se tambaleaba. Su hija no le hacía mucho caso. Otro padre se decidió a levantarse de la toalla y se puso a jugar con su hijo al fútbol. Los proyectiles en forma de balón amenazaban nuestro castillo pentagonal, pero no hubo que lamentar ninguna desgracia.
El cuarto día, ya había cuatro padres -todos sin pareja- construyendo sendos castillos. Esta vez el padre de la víspera había aprendido la lección y estaba construyendo algo más lejos del agua, con lo que le estaba quedando bien y todo. Otro padre se había hecho con moldes especiales para castillos... el chiringuito del paseo marítimo de Cullera debía estar haciendo pedidos de reposición desesperadamente...
El quinto y para nosotros último día nos atrevimos con un castillo de planta hexagonal, modelo Rumasa, que ya no quedó tan acabado como los días anteriores. Pero es que entretanto la fiebre castelar se había extendido por allí: siete padres y una madre (todos sin pareja), ante la mirada absorta y no diría yo que muy interesada de sus hijos (uno, en cada caso), se estaban esmerando en hacer sus castillos en cerrada competencia. Y no lo hacían mal, no... cada padre quería ser el progenitor más guay del Paraguay (sobre todo, me imagino, más guay que el otro progenitor).
Como todo lo bueno se acaba, a Ame y a mí nos llegó la hora de abandonar la poliorcética playera hasta, si Dios quiere, el próximo verano. Ame, a quién el castillo de planta hexagonal le pareció de factura larga y aburrida, se dedicó a la demolición del mismo hasta no dejar grano sobre grano, con lo que ya nos fuimos.
Al menos, la legislación divorcista tiene como contrapunto el desarrollo de la ciencia de construcción de castillos de arena. Lo que prueba que se pueden extraer ventajas de cualquier cosa.
Esto decía Jesucristo cuando los fariseos le tocaban las narices con el tema del matrimonio. Ahora, como entonces, nos hemos separado de cómo era todo esto en el principio, con lo que la cosa puede terminar de manera bastante chunga. Nos lo habremos merecido.
Me di cuenta este verano, en la playa, de los estragos que está haciendo el, llámese así, repudio, entre la vida y costumbres de los españoles de pro. Estaba yo, allí, con Ame, mientras el resto de la tropa se había vuelto ya a Moscú, construyendo castillos de arena a troche y moche: primero se hace un agujero, luego se montan las torres, después se unen las mismas con un muro; si se quiere, se monta un foso con un rastrillo, y henos aquí castellanos en nuestro feudo.
El primer día, los únicos dedicados a estos quehaceres éramos Ame y yo. Al pasar a nuestro lado, veíamos a algún niño morirse de envidia, pero nada serio: nos daba un par de patadas en la torre más cercana a su pie, le mirábamos con cara de Chuck Norris y salía espantado haciendo morros.
Más adelante, nos dimos cuenta (o quizá sólo me la di yo) de que allí apenas había padres y madres: o había madres solas, con sus hijos, o había padres solos, con los suyos. Evidentemente, en los primeros días de septiembre, el niño iba por el segundo turno de vacaciones: ya había estado con uno de los progenitores y ahora le tocaba al segundo competir con el primero malcriando a la criatura.
El segundo día, mientras Ame y yo ejecutábamos un castillo de planta cuadrangular de agarra y no te menees, tres o cuatro niños, todos de familias diferentes y con un solo progenitor a su cargo, nos miraban con la boca abierta. Uno, más atrevido aún que el de la víspera, se dedicaba a la poliorcética más descarada a base de demoler los muros a la que yo me descuidaba (Ame, prudentemente, no se metía en líos... es listo el chico), hasta que su padre le apartó de allí dando un suspiro.
El tercer día, la presión era brutal. Ame y yo construimos un castillo de planta pentagonal que podía darse por inexpugnable... pero allí ya nos surgió la competencia. Otro padre, fuerza es decir que sin mucho éxito, construía un castillo para su hija demasiado cerca del agua, con lo que la cimentación se tambaleaba. Su hija no le hacía mucho caso. Otro padre se decidió a levantarse de la toalla y se puso a jugar con su hijo al fútbol. Los proyectiles en forma de balón amenazaban nuestro castillo pentagonal, pero no hubo que lamentar ninguna desgracia.
El cuarto día, ya había cuatro padres -todos sin pareja- construyendo sendos castillos. Esta vez el padre de la víspera había aprendido la lección y estaba construyendo algo más lejos del agua, con lo que le estaba quedando bien y todo. Otro padre se había hecho con moldes especiales para castillos... el chiringuito del paseo marítimo de Cullera debía estar haciendo pedidos de reposición desesperadamente...
El quinto y para nosotros último día nos atrevimos con un castillo de planta hexagonal, modelo Rumasa, que ya no quedó tan acabado como los días anteriores. Pero es que entretanto la fiebre castelar se había extendido por allí: siete padres y una madre (todos sin pareja), ante la mirada absorta y no diría yo que muy interesada de sus hijos (uno, en cada caso), se estaban esmerando en hacer sus castillos en cerrada competencia. Y no lo hacían mal, no... cada padre quería ser el progenitor más guay del Paraguay (sobre todo, me imagino, más guay que el otro progenitor).
Como todo lo bueno se acaba, a Ame y a mí nos llegó la hora de abandonar la poliorcética playera hasta, si Dios quiere, el próximo verano. Ame, a quién el castillo de planta hexagonal le pareció de factura larga y aburrida, se dedicó a la demolición del mismo hasta no dejar grano sobre grano, con lo que ya nos fuimos.
Al menos, la legislación divorcista tiene como contrapunto el desarrollo de la ciencia de construcción de castillos de arena. Lo que prueba que se pueden extraer ventajas de cualquier cosa.
miércoles, 11 de octubre de 2006
Control de pasaportes
Como hace unos cuantos días dejé una entrada sin terminar, ha llegado el momento de darle fin. De paso, podremos reflexionar sobre la eficacia de las ayudas a países como éste. Vamos, pues.
Dicen las malas lenguas, que no paran de murmurar ni en Moscú ni en ningún otro sitio, que, hace unos años, en los puestos de control de pasaportes del aeropuerto de Moscú no tenían ordenadores, de manera que los guardas fronterizos tenían que hacer a mano todos los apuntes y controles. Como consecuencia, se formaban unas colas del quince, a pesar de que las ocho garitas disponibles estaban en activo y echando humo. Pues bien, en una de aquellas colas debió parar algún occidental lo suficientemente pez gordo como para tomar cartas en el asunto, después de pasarse seguramente más de una hora perdiendo el tiempo miserablemente y comiéndose, primero, las uñas, y después el pasaporte.
Y así, llegado que hubo el buen prócer a su destino, mucho más tarde y más cabreado de lo que él desearía, dicen que movió cielo y tierra hasta conseguir que con fondos europeos se les financiase a los agentes fronterizos rusos la adquisición de ordenadores suficientes para convertir el control fronterizo en coser y cantar. Y así se hizo.
¿Qué hicieron los guardas fronterizos rusos? Como vieron que dos guardias hacían con los ordenadores el mismo trabajo que ocho con el bolígrafo, dejaron vacías seis garitas y ocupadas las dos restantes. Resultado: las colas de entrada y salida seguían siendo las mismas, los sufridos usuarios seguían maldiciendo en arameo a la familia del que ideó el sistema..., pero los guardias fronterizos vieron sus jornadas sensiblemente reducidas.
Moraleja: En Rusia, no por mucho financiar, amanece más temprano.
Dicen las malas lenguas, que no paran de murmurar ni en Moscú ni en ningún otro sitio, que, hace unos años, en los puestos de control de pasaportes del aeropuerto de Moscú no tenían ordenadores, de manera que los guardas fronterizos tenían que hacer a mano todos los apuntes y controles. Como consecuencia, se formaban unas colas del quince, a pesar de que las ocho garitas disponibles estaban en activo y echando humo. Pues bien, en una de aquellas colas debió parar algún occidental lo suficientemente pez gordo como para tomar cartas en el asunto, después de pasarse seguramente más de una hora perdiendo el tiempo miserablemente y comiéndose, primero, las uñas, y después el pasaporte.
Y así, llegado que hubo el buen prócer a su destino, mucho más tarde y más cabreado de lo que él desearía, dicen que movió cielo y tierra hasta conseguir que con fondos europeos se les financiase a los agentes fronterizos rusos la adquisición de ordenadores suficientes para convertir el control fronterizo en coser y cantar. Y así se hizo.
¿Qué hicieron los guardas fronterizos rusos? Como vieron que dos guardias hacían con los ordenadores el mismo trabajo que ocho con el bolígrafo, dejaron vacías seis garitas y ocupadas las dos restantes. Resultado: las colas de entrada y salida seguían siendo las mismas, los sufridos usuarios seguían maldiciendo en arameo a la familia del que ideó el sistema..., pero los guardias fronterizos vieron sus jornadas sensiblemente reducidas.
Moraleja: En Rusia, no por mucho financiar, amanece más temprano.
lunes, 9 de octubre de 2006
El mercadillo salvaje
El mercado de la Gorbushka es el no va más de las nuevas tecnologías en Moscú. Hay de todo, y a unos precios lógicamente todo lo bajos posible, habida cuenta de que se trata de centenares de puestos, compitiendo fieramente entre ellos, que básicamente ofrecen lo mismo: ordenadores, teléfonos móviles, todo tipo de material informático, películas (alguna de ellas legal, pero sólo alguna), música (en las mismas condiciones que las películas)... hay de todo.
La cosa comenzó en los primeros años noventa del pasado siglo, cuando espontáneamente comenzaron a montarse puestos de venta de discos los fines de semana en mitad del parque de Fili. Poco a poco, la gente se fue dando cuenta de que allí se podían comprar cosas que no estaban al alcance de casi nadie en una época de suma escasez... cada vez había más puestos, cada vez había más oferta (rarísima vez legal, aunque algún caso excepcional había), y cada vez había más visitantes. Todos los rockeros moscovitas acudían allí a comprar discos a precios de escándalo y, si lo deseaban, también podían llevarse las botazas más garrulas y la chupa con más remaches de la ciudad. En mis primeras apariciones por esta ciudad, en el lejano 1994, pasé fines de semana enteros registrando los puestecillos en busca de todo tipo de música. Y, si en verano era impresionante, en invierno era tremendo: multitudes enteras deambulaban sobre la nieve y el barro a varios grados bajo cero, mientras algún avispado de pinta taciturna llegaba incluso a prender una hoguera en mitad del bosque para calentarse... a la hora de paseo, los pies comenzaban a doler de frío y a pedir tregua. Cuatro invitados míos, los mismos que se cubrieron de gloria en San Petersburgo, salieron un día de allí con seiscientos discos, hasta el punto de que tuvieron que comprar una bolsa de deportes (también allí mismo) para llevarlos.
El desmadre de los años noventa llegó, fatalmente, a su fin. El ayuntamiento, presionado por los "lobbies" antipirateo (como quien dice, los ramoncines y teddies bautistas de Moscú), comenzó a meter presión sobre el mercadillo. Las reacciones fueron gloriosas: desde manifestaciones pro-Gorbushka hasta conciertos de rock en mitad del parque, saltándose a la torera todas las ordenanzas municipales. Más de un miliciano, en lugar de cerrar los chiringuitos, se dedicaba a comprar algún disco, antes de que fuera demasiado tarde.
Finalmente, tras algún tiroteo y algún ajustillo de cuentas, se llegó al acuerdo de instalar el mercado en unos edificios de una fábrica de televisores vecina. La fábrica, como casi toda la industria rusa de los noventa, no se comía un rosco, y el negocio de venta de discos era sensiblemente más rentable. Y allí está hoy, con la ventaja de que abre a diario, de que hay más puestos que antes y que uno puede ir en pleno invierno sin congelarse y en la temporada de lluvias sin calarse. Y hay bastante más surtido que antes.
Hoy he estado allí, después de algún tiempo. Todavía no sé decir qué sensaciones me da. Desde luego, es comodísimo para el cliente, pero aún me queda un regustillo de nostalgia al recordar los tiempos salvajes en que chapoteábamos en el barro buscando discos y regateando precios con los dueños de los chiringuitos, mientras las pintas más estrafalarias nos rodeaban y un grupo callejero tocaba en un claro del bosque, en un escenario improvisado. Era otra cosa.
La cosa comenzó en los primeros años noventa del pasado siglo, cuando espontáneamente comenzaron a montarse puestos de venta de discos los fines de semana en mitad del parque de Fili. Poco a poco, la gente se fue dando cuenta de que allí se podían comprar cosas que no estaban al alcance de casi nadie en una época de suma escasez... cada vez había más puestos, cada vez había más oferta (rarísima vez legal, aunque algún caso excepcional había), y cada vez había más visitantes. Todos los rockeros moscovitas acudían allí a comprar discos a precios de escándalo y, si lo deseaban, también podían llevarse las botazas más garrulas y la chupa con más remaches de la ciudad. En mis primeras apariciones por esta ciudad, en el lejano 1994, pasé fines de semana enteros registrando los puestecillos en busca de todo tipo de música. Y, si en verano era impresionante, en invierno era tremendo: multitudes enteras deambulaban sobre la nieve y el barro a varios grados bajo cero, mientras algún avispado de pinta taciturna llegaba incluso a prender una hoguera en mitad del bosque para calentarse... a la hora de paseo, los pies comenzaban a doler de frío y a pedir tregua. Cuatro invitados míos, los mismos que se cubrieron de gloria en San Petersburgo, salieron un día de allí con seiscientos discos, hasta el punto de que tuvieron que comprar una bolsa de deportes (también allí mismo) para llevarlos.
El desmadre de los años noventa llegó, fatalmente, a su fin. El ayuntamiento, presionado por los "lobbies" antipirateo (como quien dice, los ramoncines y teddies bautistas de Moscú), comenzó a meter presión sobre el mercadillo. Las reacciones fueron gloriosas: desde manifestaciones pro-Gorbushka hasta conciertos de rock en mitad del parque, saltándose a la torera todas las ordenanzas municipales. Más de un miliciano, en lugar de cerrar los chiringuitos, se dedicaba a comprar algún disco, antes de que fuera demasiado tarde.
Finalmente, tras algún tiroteo y algún ajustillo de cuentas, se llegó al acuerdo de instalar el mercado en unos edificios de una fábrica de televisores vecina. La fábrica, como casi toda la industria rusa de los noventa, no se comía un rosco, y el negocio de venta de discos era sensiblemente más rentable. Y allí está hoy, con la ventaja de que abre a diario, de que hay más puestos que antes y que uno puede ir en pleno invierno sin congelarse y en la temporada de lluvias sin calarse. Y hay bastante más surtido que antes.
Hoy he estado allí, después de algún tiempo. Todavía no sé decir qué sensaciones me da. Desde luego, es comodísimo para el cliente, pero aún me queda un regustillo de nostalgia al recordar los tiempos salvajes en que chapoteábamos en el barro buscando discos y regateando precios con los dueños de los chiringuitos, mientras las pintas más estrafalarias nos rodeaban y un grupo callejero tocaba en un claro del bosque, en un escenario improvisado. Era otra cosa.
sábado, 7 de octubre de 2006
Igualdad de derechos
Uno podría esperar que, después de casi setenta y cinco años de paraíso comunista, dictadura del proletariado y construcción del socialismo (con planos), habría cosas que habrían quedado clarísimas, como la igualdad de sexos. Sin embargo, un simple paseo por Rusia pone de manifiesto que de eso nada: de hecho, las desigualdades son evidentes, y el comportamiento de un sexo con el otro y entre sí es, para un español, bastante chocante.
Ya que no hay igualdad en el plano de la realidad (ni en Rusia ni en ningún sitio, para qué nos vamos a engañar, pero menos todavía en Rusia), podría pensarse que habría igualdad de derechos. Al menos, se supone que es un logro del socialismo desde 1917.
Pues bien, la oferta de empleo de la foto adjunta reza como sigue:
La galería tiene las siguientes ofertas de empleo:
Ayudante del director (mujer de hasta 30 años).
Trabajador en el departamento de mantenimiento (hombre).
Guía (mujer).
Dirijanse al departamento de personal (entrada de servicio), o al teléfono xxx.
En España, fusilarían al autor de semejante oferta de empleo explícitamente sexista. Pues aquí no. Y no, no se trata de los blancos ni de ninguna organización reaccionaria y neofascista. Quien hace tal oferta de empleo es la Galería Shilov, museo municipal dedicado a la obra de Alexander Shilov, artista popular de la URSS, muchos de cuyos retratos son de héroes de la Unión Soviética.
Y es que los tiempos postsoviéticos son malísimos para los ideales.
Ya que no hay igualdad en el plano de la realidad (ni en Rusia ni en ningún sitio, para qué nos vamos a engañar, pero menos todavía en Rusia), podría pensarse que habría igualdad de derechos. Al menos, se supone que es un logro del socialismo desde 1917.
Pues bien, la oferta de empleo de la foto adjunta reza como sigue:
La galería tiene las siguientes ofertas de empleo:
Ayudante del director (mujer de hasta 30 años).
Trabajador en el departamento de mantenimiento (hombre).
Guía (mujer).
Dirijanse al departamento de personal (entrada de servicio), o al teléfono xxx.
En España, fusilarían al autor de semejante oferta de empleo explícitamente sexista. Pues aquí no. Y no, no se trata de los blancos ni de ninguna organización reaccionaria y neofascista. Quien hace tal oferta de empleo es la Galería Shilov, museo municipal dedicado a la obra de Alexander Shilov, artista popular de la URSS, muchos de cuyos retratos son de héroes de la Unión Soviética.
Y es que los tiempos postsoviéticos son malísimos para los ideales.
jueves, 5 de octubre de 2006
Motos en el concierto
El sábado pasado tuve el honor de asistir a un concierto de rock organizado por la Harley Davidson de Moscú. En realidad, era un acto publicitario, pero el concierto era auténtico y, la verdad, no muy diferente a lo que uno puede esperar en otros países del mundo en un concierto de rock. Mucha ropa de cuero, pelos largos, cerveza (no había agua, claro, qué cosas), caras sin afeitar y pintas estrafalarias. Alguna pinta era ya exagerada: había un par de angelitos que parecía que vinieran directamente de salir de copas con Odín, y también se veía un par de cascos de SS, a cuyos dueños sólo les faltaba preguntar si quedaba mucho para llegar a Varsovia.
Sin embargo, alguna diferencia sí que se notaba con lo que sería un concierto español:
1.- Chicas en ropa interior haciendo posturitas y contorsiones en el escenario. No le pegaba nada a la música (de hecho, en toda la noche sólo bailaron tres personas, que debían estar un poco despistadas). En España sería difícil intentar una cosa así (probablemente el público se desmandaría e invadiría el escenario), pero aquí creo que incluso era lógico.
2.- Un barrendero barría el suelo durante el concierto con una escoba y un recogedor. Enternecedor. En España, lo normal sería esperar al final del concierto y, cuando la superficie estuviera vacía, retirar la basura con un bulldozer. O dos.
3.- Había una especie de camareros sirviendo copas de cristal con bandejas, recorriendo impunemente la distancia entre la cocina y un especie de zona VIP que había al otro lado. En España, los organizadores no dejarían entrar cristal en un concierto ni jartos de vino, y los camareros serían arrollados por la masa, y no digamos si llevaban copas en las bandejas.
4.- Al fondo de la superficie acotada del concierto, los organizadores habían montado unas diez letrinas portátiles, y un enjambre de rusos estaban haciendo cola delante de las mismas (incluso parecía una cola decente). En España, la peña se va a mear a la valla y, si la cosa aprieta, en medio de la sala. Y, si alguien se pone en medio, peor para él (reconozco, si se quiere avergonzado, que, cuando llegó el momento que periódicamente llega siempre, los tres españoles que allí estábamos nos acercamos a la valla).
5.- A un lado del escenario había unas tías cañón posando junto a una moto, y la gente hacía cola para hacerse fotos con ellas. Vamos, hasta yo me hice la foto (claro que yo no tuve que hacer cola, sino que las tías vinieron a mí a pedirme que me hiciera la foto con ellas, es natural... :)), y ahí está. En España, el público típico de un concierto de rock aullaría cualquier cosa, y supongo que las chicas saldrían despavoridas. Es que nunca he visto una cosa parecida, así que sólo puedo suponer lo que pasaría.
6.- A un lado del concierto estaban cocinando shashliks y salchichas, con su ensalada y su pan. Nos pusimos tibios. En España, más te vale haber cenado en casa.
Efectivamente, casi todo parece indicar que aquí los conciertos son más reposados. Ahora bien, hacia el final del mismo siete policías, con unas gorras de plato inmensas, entraron con cara de poker en el recinto y se dirigieron hacia el fondo, donde unos cuantos moteros hacían caballitos en un circuito vallado, dentro de una exhibición incluida en el programa.
- ¿Y esos a dónde van?
- A ver si aquéllos tienen los papeles, seguro.
- Hay gente que no descansa.
Al parecer, tenían los papeles, porque los policías volvieron de nuevo a la entrada. A buenas horas te entraban unos policías normalitos a un concierto español. Por lo menos los antidisturbios o los GEO.
Sin embargo, alguna diferencia sí que se notaba con lo que sería un concierto español:
1.- Chicas en ropa interior haciendo posturitas y contorsiones en el escenario. No le pegaba nada a la música (de hecho, en toda la noche sólo bailaron tres personas, que debían estar un poco despistadas). En España sería difícil intentar una cosa así (probablemente el público se desmandaría e invadiría el escenario), pero aquí creo que incluso era lógico.
2.- Un barrendero barría el suelo durante el concierto con una escoba y un recogedor. Enternecedor. En España, lo normal sería esperar al final del concierto y, cuando la superficie estuviera vacía, retirar la basura con un bulldozer. O dos.
3.- Había una especie de camareros sirviendo copas de cristal con bandejas, recorriendo impunemente la distancia entre la cocina y un especie de zona VIP que había al otro lado. En España, los organizadores no dejarían entrar cristal en un concierto ni jartos de vino, y los camareros serían arrollados por la masa, y no digamos si llevaban copas en las bandejas.
4.- Al fondo de la superficie acotada del concierto, los organizadores habían montado unas diez letrinas portátiles, y un enjambre de rusos estaban haciendo cola delante de las mismas (incluso parecía una cola decente). En España, la peña se va a mear a la valla y, si la cosa aprieta, en medio de la sala. Y, si alguien se pone en medio, peor para él (reconozco, si se quiere avergonzado, que, cuando llegó el momento que periódicamente llega siempre, los tres españoles que allí estábamos nos acercamos a la valla).
5.- A un lado del escenario había unas tías cañón posando junto a una moto, y la gente hacía cola para hacerse fotos con ellas. Vamos, hasta yo me hice la foto (claro que yo no tuve que hacer cola, sino que las tías vinieron a mí a pedirme que me hiciera la foto con ellas, es natural... :)), y ahí está. En España, el público típico de un concierto de rock aullaría cualquier cosa, y supongo que las chicas saldrían despavoridas. Es que nunca he visto una cosa parecida, así que sólo puedo suponer lo que pasaría.
6.- A un lado del concierto estaban cocinando shashliks y salchichas, con su ensalada y su pan. Nos pusimos tibios. En España, más te vale haber cenado en casa.
Efectivamente, casi todo parece indicar que aquí los conciertos son más reposados. Ahora bien, hacia el final del mismo siete policías, con unas gorras de plato inmensas, entraron con cara de poker en el recinto y se dirigieron hacia el fondo, donde unos cuantos moteros hacían caballitos en un circuito vallado, dentro de una exhibición incluida en el programa.
- ¿Y esos a dónde van?
- A ver si aquéllos tienen los papeles, seguro.
- Hay gente que no descansa.
Al parecer, tenían los papeles, porque los policías volvieron de nuevo a la entrada. A buenas horas te entraban unos policías normalitos a un concierto español. Por lo menos los antidisturbios o los GEO.
martes, 3 de octubre de 2006
Contra ira, paciencia
La lectura de la Biblia correspondiente al lunes, 2 de octubre, fue del libro de Job. Creo que todos conocéis la historia. A Job (que ha pasado a la posteridad como ejemplo de persona paciente) todo le va de narices, y entonces Satanás le dice a Dios que, claro, así no tiene mérito que Job respete y alabe a Dios. Entonces Dios le da permiso a Satanás para que le provoque desgracias a Job, y vaya que Satán se las provoca: le deja en un día en la miseria y le mata a todos sus hijos. Pasan todas las desgracias, y entonces llega el hermoso pasaje siguiente (Job, 1, 22):
Entonces Job se levantó y rasgó sus vestiduras, se rapó la cabeza, se postró por tierra en oración y dijo: "Desnudo salí del vientre de m madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó ¡Bendito sea el nombre del Señor! A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni protestó contra Dios.
En tiempos de Job, Aeroflot no existía. Por eso no podemos saber si Satán, entre sus torturas, hubiera puesto a Job a comprar un billete de avión en Aeroflot, pero es muy posible que sí. Y siempre nos quedará la duda de saber si Job hubiera sido capaz de resistirlo sin blasfemar.
Aleccionado con las lecturas del día (sin las cuáles no sé si me hubiera atrevido a la hazaña), entré en las oficinas de Aeroflot con ánimo de comprar, no uno, sino cinco billetes. Esta actitud levantisca de desafío al destino ha tenido reflejo en la más reciente literatura bitacoril (de lectura altamente recomendada), y no pude menos que experimentar un escalofrío al entrar en la cámara de torturas. Conmigo entró Carbuncho, que en algún momento me sirvió de testigo. Gracias, Carbuncho.
Precavido, había hecho una reserva previa por internet y había ya metido todos los datos de pasaportes, billetes, y hasta tenía la tarifa. Calculé que eso ahorraría la mitad del tiempo de trabajo de la dependienta. Como si Dios quisiera librarme de una prueba superior a mis fuerzas, no había cola y pasé directamente al potro.
- ¿Usted a dónde va?
- A Madrid. He hecho una reserva. Serán cinco billetes.
Y puse encima de la mesa las instancias, cinco fotocopias de pasaportes, las tarjetas de cliente frecuente, la de crédito, y copias impresas de la página de internet de las reservas. Y, además, un vale de descuento por cien dólares procedente de la última vez que Aeroflot salió con un retraso de ocho horas, y me tocó a mí.
- Uffffff... - la dependienta lo miró todo- Y este Alfor Fon, que tiene derecho a estos cien dólares, ¿quién es?
- Pues yo.
- ¿Y eso cómo lo sé? En la reserva sólo pone Alfor.
- Pues miré, es que en España tenemos dos apellidos. Somos así, y el que redactó el descuento en España lo sabía.
- ¿Y yo cómo lo sé?
- Se lo prometo.
- ¿Y para qué me vale su promesa? Aquí, viene uno, luego se va...
- Oiga, mire mi pasaporte, que lo tiene aquí.
- Que sí, que es él -terció Carbuncho.
Al final, a regañadientes, aceptó el vale. Uno a cero.
No sé si por suerte o por desgracia, desde donde estaba sentado tenía visión de la pantalla de ordenador. La verdad es que la aplicación de emisión de billetes parecía bastante intuitiva y sencilla, pero nada es bastante sencillo cuando hay una dependienta de Aeroflot a los mandos. La mujer parecía querer implicarme en la operación; el caso es que iba murmurando lo que iba haciendo. Iba pasando el tiempo. Carbuncho, más afortunado que yo, ya había pasado la prueba.
- Y ahora le pongo la edad del niño... le hago el descuento... Irina, ¿cómo se escribe "discount"?... diez mil trescientos rublos... más otros diez mil trescientos que teníamos... llevo cinco... ya se ha vuelto a estropear la calculadora... ¿cuál decía que era su número de tarjeta de crédito?... ¡vaya, la pantalla en blanco otra vez! Habrá que comenzar de nuevo... ¿y dice usted que el descuento también se aplica a los niños?
- Sí-i-i... -dije con la vocecilla que me quedaba.
- Voy a preguntar... -y se levantó y fue a la habitación vecina- Natasha, ¿el descuento se acumula al infantil?
- ¡Pues claro! -gritó Natasha- ¡Claro que se acumula!
- Vale, vale... -y volvió a su sitio- ¿Por dónde iba?... ¡Ah, sí, creo que estaba contando!... Pues no, me he descontado, empezaré desde el principio... A ver... Irina, ¿este billete que sale por la impresora es tuyo? ¿No? ¿Pues de quién es? Huy, me he vuelto a descontar... Se me ha olvidado el año de nacimiento de su tercer hijo... ¿Que éste no es su hijo? Es que tienen ustedes unos nombres muy raros... Irina, quita ese billete de la impresora... Natasha, no me gusta nada esa tos...
(media hora de un monólogo insufrible...)
"Recuerda, Alfor, el libro de Job. No pierdas la calma", traté de contenerme.
(otra media de monólogo estremecedor)
- Qué extraño... me sale un precio muy alto... ah, no, que es el número de la tarjeta de crédito.. quítela de en medio, venga... Natasha, eso es un virus que está paseándose por ahí... Acabaremos todos enfermos, ya lo verá... ¿y ahora cómo le cuento yo al programa que usted paga en parte con la tarjeta y en parte con el vale? Probaré con este botón... no sale... ¿y con éste?... tampoco... Hmmmm... tenía que haberle hecho pagar en efectivo... pero ya he pasado la tarjeta... ¿qué me dirán en caja?... Natasha, debería usted irse a casa, ¡qué tos más fea!... He vuelto a olvidar la fecha de nacimiento de sus hijos... anda, la pantalla se ha puesto en blanco otra vez... ¿empiezo otra vez, o sigo?
(otro buen rato de tortura psicológica)
Ya mis rodillas estaban trémulas y mi tronco se balanceaba hacia delante y hacia atrás en un intento de controlar las convulsiones que se me apoderaban. "Job, Alfor, Job, acuérdate de Job", decía para mis adentros.
(otro largo intervalo de naderías en discurso)
- A ver, vamos a imprimir uno... compruebe los datos... ¿está correcto? ¿Sí, de verdad? ¡Qué cosas! Vamos a probar con otro, a ver si también está bien.
Fueron saliendo los cinco billetes, lentamente, de la impresora.
- Firme, firme como que está de acuerdo con las condiciones del billete, y firme aquí, y también aquí... mire, no se vaya todavía, que voy a bajar a caja a ver si lo he hecho todo bien, o tenemos que hacer los billetes de nuevo.
Un escalofrío recorría mi espalda mientras la dependienta bajaba y subía. Oí sus pasos, acercándose, desde mi asiento.
- Todo está bien.
"¡Alabado sea el Señor!"
- Perdone que hayamos tardado tanto. Es que ¡todo es tan complicado!
- No pa-sa na-da -balbucí, mientras me levantaba.
Bueno, pues ya sé que pasaré las Navidades en España, si Dios quiere. Prueba conseguida.
"Después, el Señor cambió la suerte de Job, porque él había intercedido en favor de sus amigos, y duplicó todo lo que Job tenía. (...) El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. El llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas." (Job, 42, 10-12)
Algo así se siente uno, sí...
Salía de la cámara de tortura, cuando la dependienta aún dijo:
- ¡Natasha! He hecho cinco billetes, tres de ellos de niños, con dos reservas, con descuentos, y pagando con un vale y con una tarjeta de crédito ¡Y lo he hecho sola!
Entonces Job se levantó y rasgó sus vestiduras, se rapó la cabeza, se postró por tierra en oración y dijo: "Desnudo salí del vientre de m madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó ¡Bendito sea el nombre del Señor! A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni protestó contra Dios.
En tiempos de Job, Aeroflot no existía. Por eso no podemos saber si Satán, entre sus torturas, hubiera puesto a Job a comprar un billete de avión en Aeroflot, pero es muy posible que sí. Y siempre nos quedará la duda de saber si Job hubiera sido capaz de resistirlo sin blasfemar.
Aleccionado con las lecturas del día (sin las cuáles no sé si me hubiera atrevido a la hazaña), entré en las oficinas de Aeroflot con ánimo de comprar, no uno, sino cinco billetes. Esta actitud levantisca de desafío al destino ha tenido reflejo en la más reciente literatura bitacoril (de lectura altamente recomendada), y no pude menos que experimentar un escalofrío al entrar en la cámara de torturas. Conmigo entró Carbuncho, que en algún momento me sirvió de testigo. Gracias, Carbuncho.
Precavido, había hecho una reserva previa por internet y había ya metido todos los datos de pasaportes, billetes, y hasta tenía la tarifa. Calculé que eso ahorraría la mitad del tiempo de trabajo de la dependienta. Como si Dios quisiera librarme de una prueba superior a mis fuerzas, no había cola y pasé directamente al potro.
- ¿Usted a dónde va?
- A Madrid. He hecho una reserva. Serán cinco billetes.
Y puse encima de la mesa las instancias, cinco fotocopias de pasaportes, las tarjetas de cliente frecuente, la de crédito, y copias impresas de la página de internet de las reservas. Y, además, un vale de descuento por cien dólares procedente de la última vez que Aeroflot salió con un retraso de ocho horas, y me tocó a mí.
- Uffffff... - la dependienta lo miró todo- Y este Alfor Fon, que tiene derecho a estos cien dólares, ¿quién es?
- Pues yo.
- ¿Y eso cómo lo sé? En la reserva sólo pone Alfor.
- Pues miré, es que en España tenemos dos apellidos. Somos así, y el que redactó el descuento en España lo sabía.
- ¿Y yo cómo lo sé?
- Se lo prometo.
- ¿Y para qué me vale su promesa? Aquí, viene uno, luego se va...
- Oiga, mire mi pasaporte, que lo tiene aquí.
- Que sí, que es él -terció Carbuncho.
Al final, a regañadientes, aceptó el vale. Uno a cero.
No sé si por suerte o por desgracia, desde donde estaba sentado tenía visión de la pantalla de ordenador. La verdad es que la aplicación de emisión de billetes parecía bastante intuitiva y sencilla, pero nada es bastante sencillo cuando hay una dependienta de Aeroflot a los mandos. La mujer parecía querer implicarme en la operación; el caso es que iba murmurando lo que iba haciendo. Iba pasando el tiempo. Carbuncho, más afortunado que yo, ya había pasado la prueba.
- Y ahora le pongo la edad del niño... le hago el descuento... Irina, ¿cómo se escribe "discount"?... diez mil trescientos rublos... más otros diez mil trescientos que teníamos... llevo cinco... ya se ha vuelto a estropear la calculadora... ¿cuál decía que era su número de tarjeta de crédito?... ¡vaya, la pantalla en blanco otra vez! Habrá que comenzar de nuevo... ¿y dice usted que el descuento también se aplica a los niños?
- Sí-i-i... -dije con la vocecilla que me quedaba.
- Voy a preguntar... -y se levantó y fue a la habitación vecina- Natasha, ¿el descuento se acumula al infantil?
- ¡Pues claro! -gritó Natasha- ¡Claro que se acumula!
- Vale, vale... -y volvió a su sitio- ¿Por dónde iba?... ¡Ah, sí, creo que estaba contando!... Pues no, me he descontado, empezaré desde el principio... A ver... Irina, ¿este billete que sale por la impresora es tuyo? ¿No? ¿Pues de quién es? Huy, me he vuelto a descontar... Se me ha olvidado el año de nacimiento de su tercer hijo... ¿Que éste no es su hijo? Es que tienen ustedes unos nombres muy raros... Irina, quita ese billete de la impresora... Natasha, no me gusta nada esa tos...
(media hora de un monólogo insufrible...)
"Recuerda, Alfor, el libro de Job. No pierdas la calma", traté de contenerme.
(otra media de monólogo estremecedor)
- Qué extraño... me sale un precio muy alto... ah, no, que es el número de la tarjeta de crédito.. quítela de en medio, venga... Natasha, eso es un virus que está paseándose por ahí... Acabaremos todos enfermos, ya lo verá... ¿y ahora cómo le cuento yo al programa que usted paga en parte con la tarjeta y en parte con el vale? Probaré con este botón... no sale... ¿y con éste?... tampoco... Hmmmm... tenía que haberle hecho pagar en efectivo... pero ya he pasado la tarjeta... ¿qué me dirán en caja?... Natasha, debería usted irse a casa, ¡qué tos más fea!... He vuelto a olvidar la fecha de nacimiento de sus hijos... anda, la pantalla se ha puesto en blanco otra vez... ¿empiezo otra vez, o sigo?
(otro buen rato de tortura psicológica)
Ya mis rodillas estaban trémulas y mi tronco se balanceaba hacia delante y hacia atrás en un intento de controlar las convulsiones que se me apoderaban. "Job, Alfor, Job, acuérdate de Job", decía para mis adentros.
(otro largo intervalo de naderías en discurso)
- A ver, vamos a imprimir uno... compruebe los datos... ¿está correcto? ¿Sí, de verdad? ¡Qué cosas! Vamos a probar con otro, a ver si también está bien.
Fueron saliendo los cinco billetes, lentamente, de la impresora.
- Firme, firme como que está de acuerdo con las condiciones del billete, y firme aquí, y también aquí... mire, no se vaya todavía, que voy a bajar a caja a ver si lo he hecho todo bien, o tenemos que hacer los billetes de nuevo.
Un escalofrío recorría mi espalda mientras la dependienta bajaba y subía. Oí sus pasos, acercándose, desde mi asiento.
- Todo está bien.
"¡Alabado sea el Señor!"
- Perdone que hayamos tardado tanto. Es que ¡todo es tan complicado!
- No pa-sa na-da -balbucí, mientras me levantaba.
Bueno, pues ya sé que pasaré las Navidades en España, si Dios quiere. Prueba conseguida.
"Después, el Señor cambió la suerte de Job, porque él había intercedido en favor de sus amigos, y duplicó todo lo que Job tenía. (...) El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. El llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas." (Job, 42, 10-12)
Algo así se siente uno, sí...
Salía de la cámara de tortura, cuando la dependienta aún dijo:
- ¡Natasha! He hecho cinco billetes, tres de ellos de niños, con dos reservas, con descuentos, y pagando con un vale y con una tarjeta de crédito ¡Y lo he hecho sola!
domingo, 1 de octubre de 2006
Ecos de las vacaciones (I): El turista
- Sí, que el taxista me ha dicho que en viernes hay que salir para el aeropuerto una hora antes, porque todos los rusos se van a esa costumbre nacional, la puñetera dacha.
El turista berreaba tales cosas por el teléfono móvil mientras llegaba a la larguísima cola de pasaportes. Cuando la vio, y vio que sólo había dos cabinas de las ocho abiertas, comenzó a preocuparse visiblemente. Se puso detrás de mí en la cola. Como tres puestos más adelante, había un español con la que al parecer era su esposa, rusa que hablaba español. El turista les gritó:
- ¿Van a Madrid?
- Sí.
- ¿Y ésta es la cola correcta? Es que es muy larga, no avanza, y embarcamos dentro de media hora.
- Ah...
- A ver si no nos da tiempo.
Como el nota aquél ya estaba haciendo el ridiculo bastante, decidí tomar cartas en el asunto, tanto más cuanto que estaba comenzando a empujarme, y eso a un ruso se lo tolero, porque está en su naturaleza, pero a un español no se lo pensaba consentir.
- Esté tranquilo. Una vez pasada la facturación, no se preocupe, que sin usted no se van.
- Es que no ponen gente a hacer el control...
- Tranquilo, ¿usted me ve nervioso a mí? No, ¿verdad? Pues usted tampoco.
- Es que es la primera vez que vengo. He pasado una semana visitando a un amigo, que ya lleva un año viviendo aquí y, claro, se entera ¿Usted lleva tiempo aquí?
- Nueve años.
- Ah... es que había un atasco tremendo para llegar, con el taxi.
- No haber venido en taxi. Yo me he acercado en metro, y luego desde la última ya se puede tomar un taxi, si quiere.
- ¿Se puede hacer eso?
- Sí.
- Pues mi amigo no me lo ha dicho.
- ¿A qué se dedica su amigo?
- Trabaja en el consulado de Méjico.
- ¿Diplomático? No me extraña que no lo sepa...
- ¿Y es verdad que en viernes hay que salir una hora antes?
- No es mala precaución, no.
Mi interlocutor se estaría acercando a los cincuenta años. Sin necesidad de confesarlo, se adivinaba que era de Madrid, quizá por un tufillo, por ligero que sea, de chulería, de impaciencia... y de querer arreglar la casa de los demás con las soluciones de la propia. Bueno, eso último no sólo pasa en Madrid, la verdad.
- Es que, claro, decía el taxista que en Moscú viven veinte millones de personas.
- ¡Hala! Ese taxista parece sevillano, más que moscovita. La mitad y ya va bien.
- Lo que me he fijado es que las rusas son muy guapas.
En la cola, detrás de él, precisamente había una de ellas, que también iba a España y que, por las risitas que ocultaba tras su mano, sabía el suficiente castellano como para entenderlo.
- Hay de todo -dije con alguna indiferencia.
- No, no... hay un alto porcentaje de rubias ¡Y qué ojos tienen!
- Bueno, según las que le gusten a cada uno. También hay morenas.
Precisamente la que teníamos detrás era morena, y para mí que no perdía ripio.
- Mi amigo dice que hay un refrán en ruso que dice "El coche, alemán; la cocina, española; y la mujer, rusa."
"Este tío se ha pasado toda la semana con cara de periscopio y con la boca abierta", pensé.
- Algo así he oído, pero no creo que sea muy antiguo -respondí.
- No...
- Lo inventaría uno que estaría muy contento con su mujer... o no.
- Sería muy guapa.
Jo, que tío.
- Uf... si eso ha de ser todo...
Un cuarto de hora después, la cola había avanzado algo, pero poco. El turista quería saberlo todo; al menos, dejamos de hablar de lo guapas que eran las rusas, tema ya demasiado recurrente. La verdad es que el hombre, con su madrileña visión de la realidad, se debía haber estado pegando cabezazos contra la dura realidad moscovita durante toda la semana. Se acercaba la hora en la que estaba fijado el embarque, y era evidente que para entonces aún estaríamos en la cola. El turista volvió a lamentarse.
- Es que sólo hay dos puestos abiertos.
- ¿Le explico por qué?
Y se lo expliqué, pero eso queda para la próxima entrada.
El turista berreaba tales cosas por el teléfono móvil mientras llegaba a la larguísima cola de pasaportes. Cuando la vio, y vio que sólo había dos cabinas de las ocho abiertas, comenzó a preocuparse visiblemente. Se puso detrás de mí en la cola. Como tres puestos más adelante, había un español con la que al parecer era su esposa, rusa que hablaba español. El turista les gritó:
- ¿Van a Madrid?
- Sí.
- ¿Y ésta es la cola correcta? Es que es muy larga, no avanza, y embarcamos dentro de media hora.
- Ah...
- A ver si no nos da tiempo.
Como el nota aquél ya estaba haciendo el ridiculo bastante, decidí tomar cartas en el asunto, tanto más cuanto que estaba comenzando a empujarme, y eso a un ruso se lo tolero, porque está en su naturaleza, pero a un español no se lo pensaba consentir.
- Esté tranquilo. Una vez pasada la facturación, no se preocupe, que sin usted no se van.
- Es que no ponen gente a hacer el control...
- Tranquilo, ¿usted me ve nervioso a mí? No, ¿verdad? Pues usted tampoco.
- Es que es la primera vez que vengo. He pasado una semana visitando a un amigo, que ya lleva un año viviendo aquí y, claro, se entera ¿Usted lleva tiempo aquí?
- Nueve años.
- Ah... es que había un atasco tremendo para llegar, con el taxi.
- No haber venido en taxi. Yo me he acercado en metro, y luego desde la última ya se puede tomar un taxi, si quiere.
- ¿Se puede hacer eso?
- Sí.
- Pues mi amigo no me lo ha dicho.
- ¿A qué se dedica su amigo?
- Trabaja en el consulado de Méjico.
- ¿Diplomático? No me extraña que no lo sepa...
- ¿Y es verdad que en viernes hay que salir una hora antes?
- No es mala precaución, no.
Mi interlocutor se estaría acercando a los cincuenta años. Sin necesidad de confesarlo, se adivinaba que era de Madrid, quizá por un tufillo, por ligero que sea, de chulería, de impaciencia... y de querer arreglar la casa de los demás con las soluciones de la propia. Bueno, eso último no sólo pasa en Madrid, la verdad.
- Es que, claro, decía el taxista que en Moscú viven veinte millones de personas.
- ¡Hala! Ese taxista parece sevillano, más que moscovita. La mitad y ya va bien.
- Lo que me he fijado es que las rusas son muy guapas.
En la cola, detrás de él, precisamente había una de ellas, que también iba a España y que, por las risitas que ocultaba tras su mano, sabía el suficiente castellano como para entenderlo.
- Hay de todo -dije con alguna indiferencia.
- No, no... hay un alto porcentaje de rubias ¡Y qué ojos tienen!
- Bueno, según las que le gusten a cada uno. También hay morenas.
Precisamente la que teníamos detrás era morena, y para mí que no perdía ripio.
- Mi amigo dice que hay un refrán en ruso que dice "El coche, alemán; la cocina, española; y la mujer, rusa."
"Este tío se ha pasado toda la semana con cara de periscopio y con la boca abierta", pensé.
- Algo así he oído, pero no creo que sea muy antiguo -respondí.
- No...
- Lo inventaría uno que estaría muy contento con su mujer... o no.
- Sería muy guapa.
Jo, que tío.
- Uf... si eso ha de ser todo...
Un cuarto de hora después, la cola había avanzado algo, pero poco. El turista quería saberlo todo; al menos, dejamos de hablar de lo guapas que eran las rusas, tema ya demasiado recurrente. La verdad es que el hombre, con su madrileña visión de la realidad, se debía haber estado pegando cabezazos contra la dura realidad moscovita durante toda la semana. Se acercaba la hora en la que estaba fijado el embarque, y era evidente que para entonces aún estaríamos en la cola. El turista volvió a lamentarse.
- Es que sólo hay dos puestos abiertos.
- ¿Le explico por qué?
Y se lo expliqué, pero eso queda para la próxima entrada.