En Bruselas, las vacaciones son escalonadas, pero no es descabellado decir que han comenzado el sábado pasado, habida cuenta de que el viernes fue el último día de clase en los colegios dependientes de la comunidad Valonia-Bruselas, es decir, de los francófonos. Los colegios de lengua flamenca, que los hay también, llevan ya una semana de asueto, pero son los menos y no se notan tanto.
En una ciudad con las calles tan estrechas como es Bruselas, el hecho de que desaparezca una flota inmensa de autobuses escolares aligera bastante las cosas. Y se nota mucho. De repente, es como si hubiera espacio. Si a esto añadimos el hecho de que el sector de la construcción se detiene radicalmente, excepto ciertas obras públicas que continúan a bajo ritmo (bueno, en realidad, siempre están a bajo ritmo y el hecho de que sea julio no viene a mejorar las cosas), la ciudad decae visiblemente en su actividad. La gente se da el piro en julio prácticamente tanto como en España nos dábamos el piro en masa en agosto, en aquellos tiempos en que las vacaciones eran de verdad y duraban todo el mes.
Este año, he decidido por unanimidad no moverme de Bruselas en julio y no ir a España ni para votar. Los que me conocen íntimamente saben que mis posiciones políticas han dado recientemente un giro radical y me han hecho abrazar el animalismo, por lo que mi voto natural sería para el PACMA, que tiene tantas posibilidades de sacar algo en las elecciones españolas como en las rusas, así que no se perderá mucho con la ausencia de mi voto.
Me quedo en Bruselas no porque haya menos trabajo. De hecho, es al contrario: en julio, la gente quiere irse, todo lo más, al llegar la fiesta nacional belga, que es el 21 de julio. Eso nos lleva a una actividad frenética hasta que pase ese día, porque la tendencia es a irse de vacaciones con los deberes hechos y sin dejarse sorpresas a la vuelta, y los curritos tenemos que multiplicar nuestros esfuerzos hasta que la cosa pase.
Porque al final pasa, y más este año, en que el día de la fiesta nacional cae en viernes, con lo cual se prevé una estampida de grandes proporciones, y una ciudad casi totalmente vacía a partir de ese momento, con un ejército de turistas apelotonados en el centro y los barrios residenciales, entre ellos el mío, en los que se van a poder oír las moscas.
En realidad, me quedo en Bruselas porque en España hace mucho calor y estoy harto de sudar la gota gorda, mientras que aquí se está de lujo. Que sí, que puede hacer treinta grados algún día, y treinta grados en Bruselas son muchos grados, pero no duran mucho: para mañana dan veintitrés de máxima, una temperatura que yo firmaría para todo el año, por no hablar de las refrescantes lluvias recurrentes, una especia de chaparrones cortos e intensos que despejan el ambiente del bochorno y, la verdad, mejoran mucho el tiempo que hace en España. Me iré hacia el final del verano lo mínimo necesario, cuando en España empiece a escampar, y por pura obligación, pero las vacaciones de verdad las voy a tomar… en noviembre.
Mientras tanto, habrá que hacer algún plan por aquí, en tanto llega el momento de partir para ese mínimo necesario, lo cual me da una idea para la siguiente entrada, que espero que me salga de cine.
Pero eso será en otro momento, porque hoy se hace tarde, y mañana toca madrugar para asistir a un curso intensivo en el que me he enrolado, y para el que debo ser puntual.
Como siempre, hay que leer detenidamente el encabezado de esta bitácora antes de sacar conclusiones precipitadas. Algún día contaré lo del animalismo…
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