lunes, 6 de marzo de 2023

El mono de marfil

Comoquiera que en la librería de Marolles no había encontrado los libros en flamenco que buscaba, pero sí una referencia interesante, me quedó en la lista de cosas por hacer una visita a la librería de viejo que me recomendó el librero francófono. Tardé un poco en hacerla, porque mi lista de cosas por hacer se vacía muy lentamente, pero un sábado me levanté con la resolución de ir sin falta. Los horarios de la librería, de martes a sábado y de diez de la mañana a seis de la tarde, no daban para muchísimo más.

El beaterío de Bruselas no tiene nada que ver con el de otras ciudades flamencas. No hay ni rastro de que en el pasado haya habido beguinas en un lugar cerrado. Supongo que, así como en otras ciudades se respetó bastante, y así ha llegado en buenas condiciones hasta hoy mismo, en Bruselas el suelo cerca del centro de la ciudad era demasiado goloso. Es cierto que existe en Bruselas, y ahí está el mapa que ilustra esta entrada para demostrarlo, una calle, y hasta una plaza, "du Béguinage", así como la correspondiente iglesia, en este caso la dedicada a San Juan Bautista, pero hace falta bastante imaginación para hacerse una idea de cómo pudo ser el beaterío bruselense. Debió ser muy poderoso, y parece que rico, al dedicarse a la industria del paño y tejido, mucho antes de que las cosas se torcieran. Se torcieron a final del siglo XVIII, con la Revolución Francesa (Bruselas fue ocupada por los franceses hasta 1814, y ya se sabe que los revolucionarios no eran precisamente partidarios de las corporaciones religiosas) y con la casi paralela revolución industrial, que debió arruinar sus ocupaciones de tejedoras. Después del bombardeo de Bruselas por Luis XIV en 1695, la expansión de la ciudad debió arramblar con los muros y fosos que separaban el beaterío del resto de la ciudad, como ocurre todavía hoy, por ejemplo, en Brujas, Breda o Amsterdam. Parece que a principios del siglo XIX, ya con el beaterío formalmente suprimido por los franceses, las construcciones que lo formaban se fueron deteriorando, hasta que tuvieron que ser derribadas.

Así pues, el único resto del beaterío de entonces es la iglesia de San Juan Bautista, de la que ya hablaremos en otra ocasión, porque no es ése el objeto de la visita de hoy, sino la librería "Het ivoren aapje". La zona, muy próxima a Santa Catalina, se ha convertido en un lugar original y alternativo, incluso diríase que intelectual e izquierdoso. Bueno, ¡si hasta está ahí el museo Banksy!

La librería está en una esquina que da a la misma plaza del Béguinage. Un escaparate más o menos transparente permite darse cuenta de que allí se venden libros. La puerta es igual que la de una casa cualquiera, sin nada particular, como si el dueño de la librería viviera en el piso de arriba (y quizá sea cierto).

Uno entra, y hay libros, pero no como en la FNAC o en Filigranes, pulcramente ordenados en los estantes. No. Hay libros por todos los sitios, pero por todos, en un espacio reducido. Hay libros en estantes, sí, pero no hay estantes para todos los libros, y entonces aparecen en montones en el suelo. Parece imposible encontrar nada que se quiera buscar, podría pensarse que es una aguja en un pajar.

Pero ahí está el librero, que estaba hacia el fondo del local hablando con otro hombre, que evidentemente no era un cliente, sino más bien un amigo que le hacía compañía, y que hasta tenía un perro. Desde Rusia, me había quedado con la imagen del arquetipo de intelectual como un señor ya entrado en años con pelo largo y barbas también largas. Vamos, como Aleksey Venedíktov, que es el señor de la foto y que es bastante conocido por su condición de redactor jefe de la emisora de radio Ekho-Moskvy, razonablemente opositora a Putin (y que ahora ya no existe, como podía esperarse, porque hay oposiciones que no pueden sostenerse en el tiempo).

Bueno, pues el librero de "El mono de marfil" es clavadito a Venedíktov. Me dirigí a él, excusándome por mi neerlandés mediocre, pero me respondió que lo hablaba muy bien (luego me dijo que lo hacía con cierto acento alemán). Le pedí que me recomendara libros satíricos en neerlandés, a lo cual me respondió que los escritores flamencos y la sátira no es que se llevaran muy bien. Paseando por las librerías, y más en particular por las estanterías, escasas pero existentes, de libros en neerlandés, ya empezaba a sospecharlo. Y es curioso, porque los belgas son graciosos y tienen realmente sentido del humor, pero se ve que los que llegan al estatuto de literatos no están por la tarea.

Salí de allí con varios libros, incluyendo de regalo "Renart de Vos", en holandés antiguo. Además de libros de neerlandés, también los tenía en otros idiomas, pero sólo uno de esos idiomas me interesaba, aunque he de reconocer que había pocos libros de ése: me hice con un ejemplar de los "Comentarios de la guerra de las Galias" en su lengua original. Ya tenía ganas.

Esto no ha hecho más que empezar. Hemos despertado un monstruo. Como dijeron MacArthur y el duque de Madrid, volveré.

Pero hoy no, que son más de las seis, y se me he hecho tarde para ir.


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