sábado, 22 de octubre de 2022

El servicio al cliente. Cortinas (I)


Recordaremos la serie sobre la instalación de la puerta del garaje (y un día contaré lo de la instalación de la cocina, de verdad. Es que aún me dura el cabreo). Pues esto no ha terminado, porque, del mismo autor y sobre el tenebroso tema de la calidad del servicio al cliente en el nunca suficientemente ponderado Reino de Bélgica, comienza una serie sobre el mismo principio, aplicado a la compra, confección y colocación de unas cortinas.

Parece simple, ¿verdad? Pues no. Nada es simple.

Vamos a comenzar por el principio. Mi casa bruselense es un producto de autor. Construida en algún momento de mitad del siglo pasado, fue adquirida más adelante por un arquitecto, que tenía en ella su estudio y que, antes de entrar en ella, la puso a su gusto. A nuestro arquitecto le gustaban los triángulos y despreciaba los ángulos rectos. No se le ocurrió cambiar mucho de lo que ya estaba construido, pero emprendió una ampliación hacia lo que era el jardín, y allí construyó su propio estudio, en la planta baja, así como un trastero disimulado; en el primer piso, tras salvar seis escalones de desnivel (éstos son los Países Bajos, pero no los países planos), construyo un salón muy coqueto; en el segundo piso, otros seis escalones después, construyó una habitación bastante grande que reservó para él y su esposa, y en la que actualmente duermo yo desde que en el poco a poco lejano 2016 di con mis huesos en ella.

La habitación es enorme. Para alguien que pasó su infancia compartiendo ocho metros cuadrados con un hermano, es un progreso indudable. Ahora bien, hay un pero.

El pero es que la parte más alejada de la puerta, y que da al jardín, es todo un ventanal que ocupa toda la pared, con lo que entra la luz a chorros, porque, además, está orientada al sur ¿Cómo puede ser un pero que entre luz natural en una habitación, pensará quien lea esto? Pues es un pero, porque, al mudarse, el arquitecto y su esposa se llevaron las cortinas a su nueva residencia.

Quienquiera que haya llegado hasta aquí se dará cuenta de que la casa tiene más escalones que el Miguelete, y que no hay forma de acceder a prácticamente ninguna estancia sin salvar un desnivel. Cuando uno es joven, no es algo que a nadie le importe demasiado, pero nuestro arquitecto fue cumpliendo años, y sus rodillas también, hasta que llegó el día en que empezó a considerar mudarse a una residencia sin tantas barreras arquitectónicas, y puso la casa en venta.

Cuando la compramos, y después de quedarnos con los bolsillos vacíos entre la compra de la casa y las reformas que hubo que llevar a cabo, nos instalamos en ella, y en la habitación sin cortinas y con un ventanal enorme ¿Y por qué no se pusieron cortinas inmediatamente? Claro, el que lea esto puede pensar que tampoco hay para tanto y que, por muy pelada que esté la cuenta corriente de los dueños, siempre se puede comprar alguna cosa de emergencia en IKEA para tapar el ventanal en tanto se mejora de condición.

En este caso, sin embargo, IKEA no era una solución, pero la razón la veremos en la próxima entrada, porque hoy se está haciendo tarde.

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