martes, 25 de octubre de 2022

Cortinas (II)

El caso es que poner cortinas en el ventanal de mi nueva habitación no era un asunto sencillo, porque, como quedó dicho, mi casa es una casa de autor, de un autor que se perdía por los triángulos (seguro que era masón), y el resultado es que el ventanal de mi habitación es, también, triangular.

Le tuvo que costar una pasta, porque a ver dónde encuentras quién te haga ventanas, marcos y cristales triangulares, como no sea a medida y con un operario maldiciendo a quienquiera que se le haya ocurrido la ideíta de salirse de los paralelepípedos a la hora de diseñar las ventanas, mientras busca una forma de transportar ángulos que no son de noventa grados.

El caso es que el anterior dueño me consta que tenía cortinas, pero se las llevó, no entiendo muy bien para qué, como no fuera que el tejido fuera de buena calidad y quisiera reutilizarlo. Uno pensaría que, total, de noche no hay luz y que qué más dará que haya o no cortinas, pero esto no es exacto. La ventana da al patio trasero de un colegio, en el que, vaya usted a saber por qué, había una potente luz enfocada directamente sobre mi habitación. Uno se acostumbra a todo, cierto, y no digamos si tiene sueño, pero la verdad es que la luz en cuestión resultaba molesta. Entretanto, las medidas de ahorro energético adoptadas por las autoridades belgas han dado al traste con esa iluminación nocturna perfectamente inútil (algo bueno tenía que traer la crisis energética), pero, durante demasiado tiempo, aquello parecía más un tercer grado que un dormitorio.

Algunos desacuerdos dieron al traste con la posibilidad de atenuar al menos el tercer grado en cuestión. La cosa se arregló a medias colgando una antigua cortina que no era muy opaca que dijéramos, pero que algo hacía, de la parte inferior del ventanal, la que sí era más o menos rectangular, pero el pico del triángulo seguía allí, dejando el paso expedito a la malhadada lámpara del colegio, o a la luna llena en los días de rigor y noche despejada, que alguno hay en Bélgica, no vayamos a creer. 

Finalmente, a principio de este año, después de superar la crisis de las inundaciones del verano pasado, hacer arreglar los estropicios que se produjeron y decidir que no estaba por la tarea de seguir ahorrando luz por las noches a base de aprovechar lo que entraba por la ventana, resolví por unanimidad poner remedio al asunto y encargar unas cortinas.

He de decir que no había sido el primer intento. El primer intento, sin embargo, que tuvo lugar un par de años antes de la pandemia, se saldó con un sonoro fracaso, porque la fantasiosa, virguera y cara solución que propuso el dependiente no parecía muy satisfactoria. Poco menos que se requería un motor para poner el marcha el engendro a base de láminas, que tampoco estaba muy claro que se fueran a cerrar completamente, para dejar el cuarto completamente a oscuras.

La tienda de la que hablo, que a estas alturas no merece el menor anonimato, se llama Heytens. Un buen día de enero de este año, sábado por la mañana, me planté allí con unas cuantas fotos de mi cuarto y un precioso plano del ventanal que había dibujado a mano alzada. La dependiente me miró con cierto desdén, o eso me pareció, porque claro, si voy allí es porque tengo un problema, y el que tiene un problema no merece sino ser tratado con desdén, estaría bueno.

Le expliqué, en mi mejor francés, que tampoco es que sea gran cosa, pero algo se entiende, que en mi habitación tenía serios problemas para conciliar el sueño, a causa del ventanal que se veía en la foto.

La dependiente frunció el ceño.

- Claro.

Y tan claro. Demasiado. Por eso estaba allí, precisamente.

- Tenemos un tejido opaco que podría convenirle ¿De qué color lo quiere?

- ¿Tienen blanco? La pared es azul, pero el techo y el armario del fondo son blancos.

Yo es que el blanco sé lo que es, o eso creo. Hace mucho tiempo que decidí dejar de discutir sobre colores.

La dependienta miró a diestra y siniestra las distintas posibilidades, descubrió que sí que tenía blanco entre las mismas, se quedó con mi precioso plano a mano alzada, copió mis fotos en su ordenador y finalmente me dijo:

- Claro que esto habrá que hacerlo a medida, porque de otro modo no tenemos nada específico para su tipo de ventanal.

- Sí, ya lo supongo.

Me tomó los datos, me hizo un cálculo del que se dedujo que la broma me iba a salir por mil doscientos euros de nada, y yo dije que sí a todo, y sobre todo al precio, porque la primera solución original con motor puturrudefuá hubiera salido, a juzgar por el presupuesto que se hizo, por bastante más del doble, e incluso del triple. Que ya sé que esa morterada puede parecer un pastón, y lo es, pero lo de la luz en la habitación ya estaba siendo algo insoportable, hasta el punto de que me temía que el día menos pensado comenzara a aullar, con o sin luna llena.

- Nos pondremos en contacto con usted dentro de unos días. Le enviaré el presupuesto por correo electrónico, con una factura por una parte de la cantidad que hemos dicho. Pasará una persona de nuestra empresa a tomar medidas.

Con esta conclusión me despedí de la dependiente con la esperanza de que, dentro de no demasiado tiempo, pudiera disfrutar de la oscuridad que debe acompañar a toda noche que se precie, y salí de la tienda a ocuparme de mis otros quehaceres.

Los siguientes pasos en la confección y adquisición de las cortinas serán materia de la próxima entrada, porque ésta se está alargando mucho y, después de todo, se hace tarde.

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