lunes, 25 de octubre de 2021

Austrias todavía más ausentes

Hemos dejado, pues, a Carlos VI como nuevo mandamás de Bruselas y de los Países Bajos Españoles, ahora lógicamente llamados Países Bajos Austríacos. Los nuevos señores (Carlos VI, María Teresa, José II y Leopoldo II, éste en plena guerra) tampoco se dignaron mucho pisar sus posesiones; de hecho, a diferencia de los españoles, que defendieron Flandes con uñas y dientes y no escatimaron recursos mientras los tuvieron en poner allí picas y más picas, los Habsburgo de la rama austríaca no acabaron de apreciar esas tierras que les habían caído en suerte. Es más, intentaron canjearlas en alguna ocasión por otros territorios más cercanos al núcleo vienés de su poder, pero no coló en ningún caso. El elector de Baviera, a quien los emperadores le ofrecieron el canje, prefirió seguir siéndolo, más que embarcarse en una aventura flamenca de dudoso éxito; probablemente no le convencieron cuando le dijeron que la cerveza era mejor en Flandes que en Baviera, pero éste es un tema muy delicado que es mejor no tocar.

Tampoco coló con los franceses, a quien María Teresa insinuó que, si se reconquistaba Silesia con su ayuda, podría ceder esos territorios, pero Luis XV debía estar a otras cosas, no debió entender bien las insinuaciones, y lo de meterse con Federico el Grande y el ejército prusiano se lo debió dejar a quienes le sucedieran en el gobierno francés. Ya se sabe: después de él, el diluvio.

El penúltimo representante de esta saga fue José II, el de la foto, que por lo menos sí que visitó Bruselas, con lo que la ciudad pudo alojar a uno de sus mandamases por primera vez desde Felipe II. Eso sí, la actual Bélgica fue la última parte de sus dominios que visitó José II, un monarca que viajó muchísimo por toda Europa y que, por fin, llegó a Bruselas, donde, en el poco tiempo que estuvo, desempeñó una actividad frenética.

Aquí se puso a hacer lo que hacía en todos sus estados, es decir, reformar y reformar, como buen representante canónico del despotismo ilustrado. José II tenía especial inquina contra la Iglesia Católica, y no tenía mucho respeto por la separación entre iglesia y estado; de hecho, se puso a legislar hasta cuántas velas podían alumbrarse en el altar, con lo que, además de ganarse el mote de Rey Sacristán, consiguió cabrear al personal eclesiástico; para tener una opinión pública homogénea, también se puso a cabrear al personal civil, machacando las libertades públicas brabanzonas como un Carlos el Temerario cualquiera e imponiendo el francés como lengua para todo. Y eso que el flamenco hubiera debido entenderlo razonablemente bien, puesto que el alemán era su lengua materna.

Sin embargo, resulta que estos tres pollos, para quienes Bruselas y lo que hoy es Bélgica no era sino un territorio secundario, tienen calle en Bruselas. Es verdad que la de Carlos VI y la de María Teresa son calles pequeñajas en el municipio de Saint Joost ten Noode, pero la de José II es una señora calle en el barrio europeo que termina en los edificios principales de la Comisión. Y, si la pregunta es si hay alguna calle dedicada a Felipe II, Felipe IV, Carlos II o Felipe V, que sí se curraron la protección de los Países Bajos, aunque no los visitaran, la respuesta es que no. Tiene calle Carlos V, I de España, pero sólo porque no cuenta como guiri y nació por estas tierras. Tiene guasa que tenga calle nada menos que Guillermo el Taciturno, artífice principal de la destrucción del ducado de Borgoña, y no la tenga Felipe II.

El dominio austríaco en la zona comienza en 1715, cuando se retira el ejército de ocupación holandés (que, sin embargo, dejó algunas guarniciones de seguridad), y empieza a tambalearse con las reformas de José II y el cabreo general subsiguiente. En 1790, año en que falleció José II, las cosas estaban revueltas en los Países Bajos Austríacos e, incidentalmente, desde el año anterior las cosas estaban todavía más revueltas en la vecina Francia. Aquello no podía terminar bien.

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