miércoles, 15 de septiembre de 2021

Lieja (II)

El centro de Lieja es la plaza de San Lamberto, que está muy despejada y diáfana desde que los liejenses eliminaron la catedral de San Lamberto, dejando un espacio enorme que hoy día causa una impresión un poco descuidada. San Lamberto, poco conocido fuera de estos lares, ni siquiera era obispo de Lieja, que en su tiempo tampoco era obispado, sino cuatro casas mal contadas. San Lamberto era obispo de Mastrique y Tongeren, dos lugares próximos (aunque situados en zona neerlandófona), pero estaba de paso por Lieja cuando fue asesinado por un paisano (que, si hubiera vivido en 1789, con seguridad se hubiera unido a los revolucionarios). El lugar se convirtió en un lugar de peregrinación, hasta tal punto que su sucesor cambió su sede y la puso en Lieja. Más adelante, la ciudad y el obispo medraron y se convirtieron en un principado-obispado dentro del Sacro Imperio, o sea, un estado independiente de hecho.

La asociación para la preservación del patrimonio histórico de Lieja, un ente que hubiera sido muy útil en el siglo XIX, pero que entonces todavía no existía, ha conseguido hacer erigir unas columnas metálicas en los puntos donde se sabe que estaban las columnas de la antigua catedral. El resultado es difícil de describir adecuadamente y, a no ser que uno sepa de qué va el cuento, las supuestas columnas más bien parecen unas torres eléctricas o unos floreros enormes, como los que han puesto en la plaza del Ayuntamiento en Valencia, y probablemente todavía más feos que éstos últimos. Que ya es decir. En la foto de abajo aparece la sombra de una de las columnas, que no me dejará mentir.

Al fondo de la plaza se ve una cúpula, y ante ella un conjunto de árboles, entre los cuales está el perrón, una fuente con una especie de púlpito que es todavía hoy, pero mucho más lo era en el siglo XV, el símbolo de las libertades de Lieja. Carlos el Temerario fue bastante drástico con el perrón, cuando sus tropas dejaron Lieja reducida a escombros: se lo llevó a Brujas, que era donde residía más a menudo, de manera que los habitantes de Lieja se quedaban sin su símbolo y, por otra parte, los habitantes de Brujas, que también se las traían, tenían un símbolo muy elocuente de lo que podía pasar cuando el duque de Borgoña se levantaba de mal humor.

Como ya hemos visto, en 1477 Carlos el Temerario murió en el asedio de Nancy, y sus súbditos comenzaron a atreverse a levantar la cabeza. El príncipe-obispo de Lieja, que para entonces seguía siendo el mismo Luis de Borbón que vimos en la entrada anterior, fue a Brujas a rendir pleitesía a la nueva duquesa, y prima suya, María de Borgoña, y ésta concedió el retorno del perrón a Lieja. Ya vimos que, en medio de un montón de guerras contra Luis XI de Francia, la duquesa María estaba buscando congraciarse con sus gobernados a base de devolverles las libertades que su padre y su abuelo habían eliminado, para asegurarse su apoyo contra el rey de Francia. Y Lieja, aunque estrictamente no formara parte de sus dominios, de hecho sí que era una especie de protectorado de Borgoña. Eso sí, con el perrón en su sitio.

Como Lieja se había quedado sin catedral, pero seguía siendo obispado, incluso después de la revolución, pero mucho más cuando la revolución fracasó y los franceses se dieron la vuelta después de la batalla de Waterloo, había que buscar otra catedral que reemplazara a la anterior. Lieja tenía, y aun tiene, gran cantidad de iglesias, y ya vimos que Carlos el Temerario las respetó cuando saqueó e incendió la ciudad, así que lo lógico era ascender a catedral a la más lujosa de las siete colegiatas de la ciudad, que era la de San Pablo, hoy catedral de San Pablo, y cuyo exterior, que da a la plaza de la catedral, está bellamente adornado con un jardín florido que hace las delicias de la vista, en particular en esos escasos días en que luce el sol en Bélgica, y que tuve la fortuna de que me tocara.

A un lado de la plaza está la zona de bares y marcha, otro de los atractivos de Lieja que no me detuve a experimentar, así que, con el grupo que se apretaba alrededor del guía, penetré en la flamante catedral. La verdad es que la catedral es enorme, y eso que sólo fue concebida como colegiata, así que no puedo ni imaginar cómo sería la catedral de verdad.

Además, el interior es muy bonito, lo que más bien reafirma eso de que la belleza de Lieja hay que buscarla en el interior. Además del artesonado del techo, que es impresionante, hay unas vidrieras originales que son espectaculares, eso sí, únicamente en uno de los laterales.

En el otro, las cosas son ligeramente diferentes. Uno de los episodios bélicos que afectaron Lieja tras el saqueo de Carlos el Temerario fue la Segunda Guerra Mundial. Como es sabido, uno de los deportes favoritos de los alemanes es violar la neutralidad belga, y así lo hicieron en 1940. Lieja no resistió mucho, en la línea del resto del país, pero sí lo suficiente como para que la Wehrmacht la sometiera a un bombardeo que la dejó bastante maltrecha, con daños tales como la destrucción de las vidrieras que miran a la plaza. Tras la guerra, fueron reemplazadas pero, quizá en línea con el espíritu de la época, las diseño un ingeniero que quiso representar el tránsito del caos al orden en la creación. He decidido no traer aquí ninguna imagen del resultado por respeto a esta bitácora, y el lector podrá imaginarse hasta que punto aquello carece de pies ni de cabeza, lo cual puede ser aceptable para representar el caos, pero me temo que no la creación.

La catedral es uno de los pocos templos que he visto en que está representado Satanás, con una estatua muy chula y llena de figuras simbólicas que, no por casualidad, se encuentra opuesto a una estatua de la Virgen coronada. Satanás parece apesadumbrado, consciente de que ha metido la pata y de que está condenado a no gozar de la compañía de Dios. Por si acaso, tampoco le saqué foto, porque estas cosas no se sabe muy bien cómo pueden terminar.

La visita terminó en el claustro de la catedral. Claro, en su día no fue concebida como catedral, sino como la colegiata de San Pablo y, como tal colegiata, era hogar de una comunidad de religiosos. Y, donde hay una comunidad de religiosos, hay prácticamente siempre un claustro, que sería un remanso de paz y de tranquilidad si no estuviésemos los turistas para jorobarlo. En este caso, gracias al hecho, normalmente negativo, de que los responsables de mantenimiento del claustro no han creído necesario podar las plantas, uno se sienta en un banco y no ve absolutamente a nadie, porque la maleza se ha apoderado del recinto y ya me llegaba por los hombros. En consecuencia, algo del remanso de tranquilidad que debe ser un claustro permanece inalterado.

Y hasta aquí la visita de Lieja, al menos esta visita, porque lo cierto es que quedan numerosas cosas por ver, como el palacio de los príncipes-obispos, hoy palacio de Justicia y que está situado en la plaza de San Lamberto. Y que a los revolucionarios del siglo XVIII no les molestó, no como la catedral. El palacio es enorme y seguro que merece una visita, igual que las seis colegiatas que quedan por ver, y que sólo pude ver por fuera, o el museo Curtius, que cuenta con una exposición de armas tomar, y nunca mejor dicho.

También es muy renombrada la estación de ferrocarril, por la que he pasado en alguna ocasión para hacer un transbordo hacia Mastrique y que, sin saber quién la había diseñado, me recordaba enormemente a algunas obras de mi Valencia natal. No mucho después supe que el autor de aquello era Santiago Calatrava, de profesión sus peinetas, que mete a guisa de firma casi en cualquier cosa que termina, sea la estación de tren de Lieja, la Ciudad de las Artes y las Ciencias o el Puente de la Exposición.

Pero la siguiente visita tendrá que esperar, porque se hacía tarde y, claro, era cosa de volver a Bruselas a por nuevas aventuras. Que no es que en Lieja no haya posibilidad de vivir aventuras, pero no era el momento.

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