sábado, 29 de mayo de 2021

Quince (II). El día de puertas cerradas.

Mis días como aprendiz de San Pedro de una de las comunidades católicas hispanófonas de Bruselas tienen sus días contados, porque, a partir del 8 de junio, el gobierno belga ha resuelto permitir que los cultos puedan reunir en interior hasta cien personas. Es poco probable que, incluso en tiempos mejores, quepan cien personas en el templo con las restricciones de distancia que seguirán en vigor, de manera que mis servicios como contable y guardián de la mágica cifra de quince personas no van a ser necesarios. Por fin, y gracias a Dios.

También es verdad que, en los últimos tiempos, mis funciones estaban muy de capa caída. Desde hace un par de semanas, el gobierno ha autorizado la presencia de cien personas en celebraciones en el exterior, y los feligreses han debido pensar que eso de la distinción entre interior y exterior son minucias que te enseñan en Barrio Sésamo y, si ya eran reticentes a la hora de inscribirse, a partir del anuncio del gobierno los números de inscripciones se han visto reducidos... a uno solo, pero el de feligreses sigue estable en quince... pero quince en cada lado del templo.

La verdad es que eso tiene pinta de ser generalizado. Hay sistema de inscripción en todas las parroquias de Bruselas en fin de semana, porque, entre semana, que se llegue a quince personas es poco corriente, salvo en parroquias bien potentes que, ellas sí, tienen su propio sistema de inscripción. Las que tengo cerca de casa, en un municipio regido por la masonería liberal del Movimiento Reformador y su mayoría absoluta, obviamente cuentan con los feligreses justos y necesarios para no desaparecer, pero un día festivo de ésos que ha habido últimamente, la Ascensión, decidí ir a misa y llamé al teléfono que había en la página en Internet de la unidad pastoral.

- Buenas tardes.

- Que me quería apuntar a la misa de mañana por la mañana.

- Ah... vale... pues venga.

- ¿Y no me pide el nombre?

- Ah, claro, claro, bueno, tampoco tiene tanta importancia.

Le dije mi nombre, algo mosqueado de la poca motivación de la encargada. Al día siguiente acudí y éramos exactamente quince. Qué ojo, tú. O qué potra.

El caso es que los problemas vienen, en la comunidad hispanófona, cuando quien tiene turno en el quisco de entrada es una señora mucho más celosa de sus funciones que yo mismo, y que suele contar a la gente y espantarlos si cabe. Mi presencia, eso sí, le corta un poco, y tiende a quedarse en la garita y dejarme a mí el marrón de decirle a la gente que ya no cabe, pero el domingo pasado ya era evidente que nos estábamos pasando varios pueblos de la cifra mágica.

- Que ya hay más de quince.

- Bueno, pero ya ve que no todos son españoles, y claramente no se van a quedar a la misa. Ya saldrán.

La señora gruñó un poco, y en esto entraron dos hombres, desconocidos para mí, y me dije que era cosa de hacer ver que estaba atento a las entradas, así que les abordé y les pregunté, por supuesto en español, si se iban a quedar a misa. Me llegó una respuesta en flamenco, y quedamos en que se iban a quedar un ratito a rezar. Vale, pero quítate el gorro, le dije a uno. Que hay que respetar las formas.

Esto ya convenció a la señora de la garita de que no todos los presentes en el templo eran españoles, pero aún así salió de su madriguera y se puso a hacer cuentas.

- Que son veintitrés.

- Pero está claro que algunos van a salir - repuse, callándome que yo había contado veintiocho.

La señora gruñó de nuevo, mascullando que no sería ella la que impidiese a cristianos que entraran en la iglesia, pero que los que no lo son deberían irse. Yo no vi nada que me hiciera sospechar de que hubiera sarracenos o hindúes en el templo, pero, claro, a simple vista, si se quitan el turbante, no se les distingue. Sea como fuere, repuse que igual, frecuentando el templo, acababan haciéndose cristianos. La señora gruñó otra vez, musitando no sé qué de multas y más multas, como entrara la policía.

En esto, la misa iba a comenzar. Los dos flamencos, menos mal, habían acabado de rezar y se habían ido. El sacerdote se acercó al fondo del templo, donde estaba yo.

- Padre - le dije -, creo que hoy tenemos una situación tensa por aquí detrás.

- Sí, ya he visto a la señora ¿Somos más de quince?

- Y de veinte, y de veinticinco.

- Pues vamos a cerrar las puertas, que no quiero líos.

- Si usted lo manda... Vamos, nunca pensé que haría yo una cosa así.

Salimos al atrio, y empujé las pesadas puertas. Bajé los picaportes y los encajé en los agujeros del suelo, y atravesé una barra de hierro, algo combada por los probablemente frecuentes intentos de forzarla, entre las dos hojas de la puerta. Y ya empezó la misa. Desde luego, no iba a entrar nadie más; ni a salir. Vamos, que ni siquiera la policía iba a saber que allí estaba sucediendo algo, y menos que había más de quince adultos dentro. Me senté en la última fila con ánimo de asistir a la celebración con menos distracciones que en semanas anteriores.

Bueno, lo cierto es que mis buenos propósitos no se vieron totalmente coronados por el éxito. Primero escuché algún golpecillo en la puerta, evidentemente desde fuera, indudablemente causados por los habituales feligreses retrasados. Si esto siguiera así, la puntualidad sería intachable en lo sucesivo: o llegas a tiempo, o desiste de intentar entrar siquiera.

Más o menos durante la primera lectura, una mujer negra, de aspecto notablemente adiposo y algún signo de desvarío, pegada a una mochila y que no era la primera vez que la veía por allí, intentó salir, pero se encontró la puerta cerrada y volvió a donde estaba sentada, prácticamente a mi lado. Pero no se quedó callada, sino que abrió un libro y empezó a musitar cosas y a gesticular. Como sabe cualquiera que haya estado en una iglesia con niños pequeños, en un templo cualquier ruido se multiplica, y no digamos si el templo está más que medio vacío. Me acerqué a ella y le pedí, todo lo amablemente que supe, que guardara silencio, pero ella lo único que hizo fue agitar los brazos de tal modo que por poco no me llevé un bofetón. Lancé un suspiro y volví a mi sitio, pensando que en la Rusia medieval esas personas estaban consideradas como elegidas de Dios y se les tenía tanto respeto que la catedral de San Basilio está dedicada al más famoso de ellos.

En esto vi a una mujer menuda, de aspecto asiático, salir de una nave lateral, donde supongo que estaría poniéndole una vela a la Virgen, y dirigirse a la salida. "Ya volverá", pensé, pero no volvió, sino que empecé a oír ruidillos cada vez más fuertes. "La madre que la parió", pensé, y me fui hacia el atrio para ver qué estaba haciendo. La pillé ya fuera, con la barra de hierro en la mano, y sin saber cómo cerrar la puerta de nuevo, cosa imposible, porque sólo se puede cerrar desde dentro. Le eché una bronca mínima, le quité la barra y cerré la puerta de nuevo, mejor si cabe que antes. Volví a mi sitio sacudiendo la cabeza.

La misa avanzaba, y ya iríamos por el comienzo de la homilía, cuando se me acercó la mujer del quiosco.

- Que si puede abrir la puerta.

- ¿Y eso? ¿Por qué?

- Es que ha llegado mi hija, que viene a relevarme.

Me levanté dando otro suspiro, salí de nuevo al atrio y me puse a abrir la puerta. Estaba encajada y aquello no respondía a ningún impulso.

- Pero, ¿qué ha hecho usted? - le pregunté a la mujeruca.

- Nada, nada, yo no he hecho nada.

Ella puede que no, pero la que estaba fuera esperando para entrar había empujado hasta encallarla, y ya no iba para dentro ni para fuera. Al final, tuve que dar un par de patadas bien dadas para que se soltara y poder quitar el travesaño y los picaportes. La puerta se abrió y pasó la hija de la mujer, que, si dije que la mujer de antes era de aspecto adiposo, ésta directamente era obesa sin paliativos. No por ello la otra se fue, sino que se metieron las dos en la garita, que no sé cómo lograron meterse las dos sin asfixiarse. Volví a mi sitio de nuevo.

Más o menos durante la consagración, y en todo caso me pilló de rodillas, dos personas salieron de la sacristía, donde se habían metido Dios sabe cuándo y por qué, e intentaron salir de la iglesia. Éstas, al menos, no armaron jaleo ni intentaron salir por sus propios medios, pero estuvieron dando vueltas por el atrio un buen rato hasta convencerse de que por allí no había otra salida.

Finalmente, terminó la misa, sonó el "podéis ir en paz", más convencido que otras veces respondí el "demos gracias a Dios", abrí la puerta de par en par, comenzó a salir la treintena, o casi cuarentena, contando a los menores de doce años, de feligreses, y devolví la cartelería de prohibido el paso a la estancia de donde la había tomado. Al salir de allí, me encontré al sacerdote.

- ¿Qué tal ha ido hoy?

- Bien, bien...

- Oye, lo de cerrar la puerta es una buena idea. Lo haremos otra vez la semana que viene en cuanto empiece la misa. Así no hay líos.

Está claro que el padre está realmente concentrado mientras dice misa.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Más historietas: los campeones

Ya dijimos no hace mucho que un elemento fundamental en la cultura belga en general, y flamenca en particular, son las historietas, stripverhalen en flamenco, y bandes dessinnées en francés. Después de relatar algo sobre Suske en Wiske, quizá la más popular de todas las historietas en Flandes, ahora toca pasar a algo un poco más para adultos. No es que sea inadecuado (si lo fuera no tendría espacio en esta pía bitácora), pero es mucho más infantil que Suske en Wiske.

Si Suske en Wiske son unos personajes flamencos en estado puro, F.C De Kampioenen son hasta tal punto flamencos que a nadie se le ha ocurrido traducirlos a ninguna otra lengua, al menos hasta donde yo sé. De hecho, si ahora son una historieta, no fue así en un principio, porque comenzaron siendo una serie de humor, lo que en inglés se llama una sitcom, que narraba las aventuras de un equipo de fútbol aficionado (y malo de solemnidad), pero no se trata de una comedia de deportes, sino de las situaciones personales de algunos personajes del equipo: el dueño y patrocinador (Baltasar Boma, dueño de Bomawurst, una fábrica de salchichas incomibles), algunos jugadores, el entrenador y el dueño del café en el que se reúnen. Y las mujeres de todos.

La comedia duró veintiuna temporadas, entre 1990 y 2011, e hizo furor en Flandes. Al final, aquello tenía difícil arreglo y el cambio, incluso físico, de la mayoría de los personajes hacía las cosas complicadas, además, de supongo, el cansancio de tanto tiempo rodando. Había actores que prácticamente nunca habían hecho otra cosa, desde que salieron de la escuela de interpretación, que participar en la serie.

En casi todo el mundo, cuando una historieta tiene éxito, acaba haciéndose una serie o una película. Así ha pasado con Astérix y Obélix, con Mortadelo y Filemón, y no digamos con toda la serie de Marvel. Posiblemente Bélgica sea uno de los pocos lugares donde las cosas pasan exactamente al revés: F. C. De Kampioenen fue una serie de enorme éxito, y la forma de perpetuarla ha sido... convertir a los actores en personajes de historieta. Efectivamente, a partir de 1997 empezaron a publicarse los álbumes, con personajes que no sólo están inspirados en la serie, sino que son directamente caricaturas de los actores tal y como estaban físicamente en 1997 (entretanto hay alguno que directamente ha fallecido). Una ventaja de los álbumes es que, a diferencia de la serie de televisión, los actores no envejecen en absoluto.

El argumento es bastante básico: hay un oponente, Fernand, que busca hacer la vida imposible al equipo de fútbol; hay un equipo de fútbol que está ahí, en segundo plano, y están los verdaderos personajes a los que les suceden cosas remotamente conectadas con el equipo: el propietario Boma (y sus salchichas detestables), el pésimo portero del equipo, Xavier, un militar y bebedor empedernido, y su mujer Carmen, con un carácter bastante fuerte; el entrenador Pol, que da un poco de equilibrio al asunto, y su mujer Doortje; Vertongen, el más bobalicón del grupo, que es uno de los jugadores (pero empezó siendo locutor de la radio local) y su mujer Bieke, que es hija de Pascale, la camarera del café De Kampioenen. Alrededor de estos personajes hay otros secundarios. Como es una comedia, siempre hay final feliz, excepto para Fernand, el "malo" de la historieta.

Los caracteres son el más purísimo estereotipo de belga que uno se pueda imaginar, por lo cual, probablemente, son difícilmente exportables, pero son muy interesante para cualquiera que se interese por la cultura belga, y más particularmente flamenca.

Hablando de estereotipos belgas, en algún momento habrá que referirse al maestro de los estereotipos como recurso humorístico: Goscinny y Uderzo, en Astérix, y más concretamente en uno de sus álbumes más logrados, aunque no siempre se aprecie bien desde la perspectiva de un lector español: Astérix en Bélgica.

Pero eso será en otra ocasión, porque hoy se ha hecho tarde.

viernes, 21 de mayo de 2021

Altercados fronterizos

Hace unos días se hizo bastante famoso un granjero valón que movió un mojón fronterizo para poder maniobrar con su tractor, lo que dio como resultado que el territorio de Bélgica aumentara unos cuantos centímetros cuadrados. Alguien se percató del tema y avisó a las autoridades competentes, que tomaron cartas en el asunto y devolvieron el mojón a su sitio, con el chasco del granjero, que supongo que desde entonces tiene que hacer maravillas para dar la vuelta con su tractor.

Como no todo es pandémico es este mundo, y Bélgica está más o menos de moda desde que aquí se refugia un ex-presidente autonómico español, ahora reconvertido en eurodiputado, el incidente fue reproducido por un sinnúmero de medios españoles, lo cual le ha dado mucha más difusión de la que realmente merecería. Pero eso nos da pie para hablar de la frontera entre Bélgica y Francia, una frontera sorprendentemente estable, y digo sorprendentemente porque ha sido sistemáticamente atravesada, en ambas direcciones, por los ejércitos de prácticamente todos los países europeos... menos Bélgica, curiosamente.

La configuración actual de la frontera es de 1820, sí, por un tratado fronterizo entre dos países, ninguno de los cuales era Bélgica, que aún no existía. Lo firmaron la Francia de la Restauración de Luis XVIII y el flamante Reino de los Países Bajos en la persona de Guillermo I, el Orange que finalmente consiguió el sueño húmedo de la familia de calzarse una corona real, un sueño que posiblemente perseguía desde que un antepasado suyo se rebelase en el siglo XVI contra su señor natural, duque de Borgoña y rey de España.

Sin embargo, la configuración de la frontera se produjo algún tiempo antes, durante las guerras que la Francia de Luis XIV mantuvo contra la Monarquía Hispánica, y que tuvieron como teatro principal precisamente esa frontera (los secundarios fueron los Pirineos y el Franco Condado, y algo Italia, pero allí no hubo variaciones significativas: el Franco Condado fue simplemente engullido por los franceses).

Hasta el reinado de Felipe IV de España, la frontera entre los Países Bajos Españoles y el Reino de Francia estaba bastante más al sur de lo que está hoy. Ya desde la costa, la frontera (el concepto de frontera en la Edad Moderna era bastante más poroso que en la actualidad) dejaba Gravelinas y Dunquerque en zona española; más al interior, la totalidad del condado de Artois era también español, con ciudades como Saint-Omer; todo el Henao, con Valenciennes o Lila, era español. También lo era un Luxemburgo mucho mayor que el Gran Ducado independiente actual, porque no sólo comprendía territorios que hoy están en Bélgica (una de cuyas provincias,recordemos, se llama Luxemburgo), sino la ciudad dormitorio que es hoy Thionville, hoy en Francia.

La verdad es que hubo un momento, más o menos a mitad del reinado de Luis XIV, en que la frontera se acercó peligrosamente a Bruselas, mucho más que hoy. España se había puesto en manos de dos de los tipos con el puño más cerrado en materia económica que ha dado la historia. El duque de Medinaceli y el conde de Oropesa pusieron en orden la economía española a base de llevar a cabo una política monetaria durísima, con deflación incluida y recorte de gastos impresionante. El famoso presupuesto cero prácticamente lo inventaron ellos. Entre eso, y la crisis demográfica que sufría España, el ejército español, que cobraba menos de lo justo (presupuesto cero, ya sabemos) no estaba en condiciones de enfrentarse al francés, que más bien llevaba a cabo una política económica que primaba el gasto, y mucho más el gasto militar. Charleroi, Mons y Cortrique cayeron sucesivamente en manos francesas, y supongo que lo de Charleroi fue especialmente molesto, porque los españoles acabábamos de fundarla pocos años antes y de dedicársela al mismísimo rey Carlos II. De hecho, hubo que fundarla para proteger Bruselas de alguna manera, ya que, después del final de la guerra franco-española de 1634-1659, las fortalezas que hasta entonces eran fronterizas quedaron del lado francés, y había un pasillo entre Mons y Namur que conducía desde la frontera francesa hasta Bruselas y que estaba totalmente desprotegido.

La frontera actual quedó más o menos decidida tras la paz de Ryswick de 1697, que puso fin a la guerra de los Nueve Años. Los contendientes estaban completamente agotados, incluyendo a la Francia de Luis XIV, que había empezado muy ufana la guerra, pero estaba pidiendo la hora. Los que escriben que estaba pensando ganarse a la opinión pública española, para presentar a su nieto como candidato a la sucesión de Carlos II, no digo que no tengan razón, pero no está claro que Francia tuviera ya fuerzas como para resistir a todos los demás países coaligados, como se demostraría en la siguiente guerra, pocos años después. El caso es que la paz de Ryswick dejó la frontera entre Francia y los Países Bajos Españoles en el punto en que está hoy: Mons y Charleroi (bueno, y Luxemburgo) fueron devueltas a España, y ya hubo unos años de paz.

Concretamente, tres, tampoco vayamos a creer.

En la siguiente guerra, la de Sucesión de España, los ejércitos que se pegaron en Flandes fueron los mayores que hasta entonces había visto Europa, y así sucedió también en las guerras siguientes. Indefectible, había un ejército francés invadiendo lo que luego sería Bélgica, contrarrestado por otro ejército, normalmente austríaco, pero también podía ser prusiano, inglés o hasta ruso. Al final, tras acabar la guerra, siempre se ha estado volviendo a la frontera de la paz de Ryswick, con algún mínimo retoque. Efectivamente, cuando los geógrafos se pusieron de acuerdo, en 1820 se firmó un tratado de límites en Cortrique, y así se ha seguido hasta hoy, en que el granjero belga la ha movido un poquito.

El caso es que no hay ningún río, ni ningún accidente natural, que sirva de límite de la frontera, como son el Rin con Alemania, o los Pirineos entre Francia y España. La línea fronteriza va básicamente campo a través, y la diferencia más acusada al cruzarla es que uno llega a Bélgica y deja de pagar peajes carísimos, porque los franceses parece que piensen que cruzar su país es un privilegio que no se debe regalar así como así. Sin embargo, ya digo, es una línea notablemente estable, a pesar de que separa dos territorios francófonos (excepto el extremo más próximo al mar, que pertenece a Flandes) y de que los franceses han entrado repetidamente en su extremo norte con ganas de mover la frontera en sentido contrario al que pretendía el granjero belga, la última vez en 1815, cuando Napoléon lanzó su última ofensiva.

Sea como fuere, ya veremos qué pasa en el futuro. Uno también pensaba que la Unión Soviética era para toda la vida, y de buenas a primeras nos quedamos sin ella; a saber qué sucede con Bélgica, un país que se mantiene de pie como se mantienen los castillos de naipes, pero que, contra todo pronóstico, todavía aguanta, y no sabemos el día ni la hora en que se disolverá. Quizá entonces llegue el momento de tocar su frontera meridional, pero de verdad.

Hasta entonces, vamos a dejar esto, que se hace tarde.

lunes, 10 de mayo de 2021

Los flamencos entran en Bruselas, y salen de ella

Habíamos dejado el recorrido por la historia de Bruselas en el punto, en agosto del año de Gracia de 1356, en el que el ejército del conde de Flandes, tras dar para el pelo a los brabanzones en la batalla de Scheut, habían entrado en la ciudad y habían puesto en fuga al duque y a la duquesa. El duque Wenceslao se fue a llorar a la corte de su hermano, Emperador del Sacro Imperio, mientras que la duquesa se retiró a Bolduque a hacer de gobernadora legítima. Los flamencos, cumplido su objetivo, se quedaron tranquilamente en Bruselas a pasar las vacaciones de otoño.

El duque Wenceslao, a todo esto, debió convencer a su mujer de que su hermano le había dicho que sí a todo y que la llegada de un ejército imperial era cosa hecha. La duquesa Juana, muy contenta, debió anunciar a sus súbditos que la liberación del yugo flamenco era inminente y que el Emperador, nada menos que el Emperador, se dirigía a Bruselas a vérselas con el despótico conde de Flandes. La noticia llegó a Bruselas, y los bruselenses decidieron adelantarse al ejército que llegaría en su auxilio: el 24 de octubre de 1356 una pequeña patota, dirigida por Everardo t'Serclaes, saltó las murallas, se acercó a la Grand Place, quitó de allí el estandarte flamenco y, en su lugar, puso el brabanzón, que es el que ilustra esta entrada. Ahí ardió Troya. Los bruselenses que vieron eso debieron pensar que su liberación se había producido y montaron un cirio que culminó con la expulsión de la guarnición flamenca de la ciudad. Cuando las demás ciudades de Brabante supieron lo que había pasado en Bruselas, también se levantaron contra los flamencos, con la única excepción de Malinas, que, como ya vimos, llevaba siendo parte de Brabante desde hacía poco y no se lo había terminado de creer.

A todo esto, la información de base era bastante inexacta. El Emperador le había dado a su hermano buenas palabras y algo de ayuda de baratillo, con la cual el duque Wenceslao se puso en marcha con tan poca convicción que le detuvieron los cuatro gatos que pudo juntar el obispo de Lieja, que era aliado de Flandes. También hay que decir que todos los indicios apuntan a que Wenceslao de Luxemburgo, un noble ilustrado de quien se conserva cierta producción literaria, en lo que respecta a pericia militar no era Alejandro Magno ni mucho menos. Pero, oye, Bruselas ya estaba liberada, en un adelanto del poder de la intoxicación informativa.

El conde de Flandes no estaba nada contento. El Emperador, por su parte, viendo que podía sacar partido del asunto, se acercó a Mastrique y allí firmó un pacto de gran importancia para el asunto, porque quedaron en que, si la duquesa Juana moría sin hijos, el ducado de Brabante pasaría a la casa de Luxemburgo, a cambio de su ayuda en la guerra. Para entonces, la duquesa Juana tenía 35 años, que en la Edad Media eran bastante más que ahora, y podía deducirse que sus posibilidades de engendrar descendencia con el duque Wenceslao eran razonablemente escasas. Y no por dificultades en el duque Wenceslao, de quien se conocen al menos cuatro hijos naturales.

El resto de la guerra de sucesión de Brabante fue una sucesión de amagos entre Flandes, con el duque de Namur de aliado más o menos fiable, y Brabante, con la obvia alianza del ducado de Luxemburgo y del Imperio. Al final, medió el duque de Henao, otro de los peces gordísimos de la zona y, bajo amenaza más o menos velada de ponerse del lado del que le hiciera más caso, se llegó a la paz de Ath en el verano de 1357. Por esta paz, el duque de Flandes obtenía Amberes (a través de su esposa Margarita, hermana de Juana), Malinas y algunas poblaciones menores, y el derecho a llamarse duque de Brabante, pero reconocía a Juana como duquesa de Brabante legítima. Es decir, que la cosa acabó para Brabante bastante lamentablemente, y peor que como hubieran quedado de acordar la cesión de Malinas que se planteó antes de comenzar la guerra.

La duquesa Juana tuvo una vida larguísima para su tiempo. Falleció a los ochenta y cuatro años, ahí es nada, efectivamente sin hijos, como se veía venir desde medio siglo antes, y por supuesto había enviudado de Wenceslao de Luxemburgo, un marido al que la guerra se le daba bastante mal, y algo de eso hemos estando viendo por aquí.

Como es de suponer, el final de la guerra contra Flandes y la pérdida de Amberes y de Malinas no sentaron especialmente bien entre la población, y Wenceslao quedó como chivo expiatorio de la inquina del pueblo brabanzón. Como enviado de su hermano el Emperador, se metió en un lío contra los duques de Güeldres y Julich, que no sólo lo derrotaron despiadamente en 1371, sino que lo tuvieron prisionero casi un año y no lo soltaron hasta que se cobraron un rescate de categoría especial. El rescate, casi es obvio decirlo, salió de las contribuciones que aportaron las ciudades, porque la penuria económica de los duques de Brabante ya la hemos relatado en más de una ocasión por aquí. La pasta es una cosa que por estas tierras tiene bastante importancia, así que la estima que se tenía en las ciudades brabanzones por su duque consorte, que ya era bastante limitada, bajo hasta límites de revuelta ciudadana. Prudentemente, el duque se retiró a sus estados de Luxemburgo, con seguridad para no liarla más, mientras su esposa se quedaba en Bruselas.

La duquesa Juana enviudó en 1383, pero aún viviría más de veinte años más. La cuestión era a quién narices dejar Brabante cuando faltara ella, que, por si fuera poco, en sus últimos años iba dando señales claras de inestabilidad psíquica, que es la forma diplomática de denominar lo que toda la vida ha sido demencia.

Pero eso tocará relatarlo en otra ocasión. De paso, también convendría detallar algo más de la vida de ese Everardo t'Serclaes que echó a los flamencos de Bruselas para dar la bienvenida a esas tropas del Emperador que nunca llegaron, porque eso nos dará pie a examinar cómo se gobernaba la ciudad en aquellos tiempos revueltos.

Hoy no, que se hace tarde.

lunes, 3 de mayo de 2021

Tebeos

Yo pensé que una de las mejores cosas que se podían llevar a un(a) belga que vive en España y que tiene tres hijos pequeños y con poco contacto con la lengua mayoritaria del país (que no es el francés), son tebeos. Si hay algo de lo que los belgas están orgullosos es de sus tebeos, muchos de los cuales han alcanzado fama internacional, y ahí tenemos a Tintín y a los Pitufos para corroborarlo, por no hablar de Spirou, el Marsupilami, Tomás Elgafe y bastantes otros que son la flor y nata de los tebeos de todo el mundo. Sí, ya sé que en español mucha gente utiliza comic, un anglicismo perfectamente prescindible, y que tebeo, en el fondo, no es sino tomar la parte por el todo (T.B.O., para los lectores no españoles, fue una revista infantil y juvenil que, cuando yo aprendí a leer, ya estaba de capa caída, pero aún alcancé a comprar algún ejemplar con mi magra paga semanal). En español, si tebeo no nos convence, deberíamos utilizar historieta.

En francés se usa "bande dessinée" y en flamenco simplemente es "strip" e incluso "stripverhalen". En Francia también tienen sus historietistas de renombre, ciertamente, y bastaría para ello nombrar a los creadores de Astérix, Goscinny y Uderzo. En todo caso, no está de más recordar que los dos vivieron varios años en Bruselas y que, incluso después de volver a Francia, continuaron publicando sus obras con editoriales belgas, en particular en la revista Spirou.

Para no equivocarme, porque nunca se sabe cuándo puede uno meter la pata y regalar a unos niños unos tebeos para adultos, cosa que es mejor evitar, me aseguré de adquirir unos tebeos para niños no exactamente belgas, sino rabiosamente flamencos. Después de algunas consultas con uno de mis profesores de neerlandés, me decidí por llevar álbumes de Suske en Wiske, que, al parecer, es lo que leen los niños en Flandes, todavía hoy. Digo todavía hoy porque tienen ya la friolera de setenta y cinco años, y no sólo ha fallecido su creador, sino que ya deben ir por la tercera generación de dibujantes, pero la serie se sigue publicando.

Cuando su creador, Willy Vandersteen, decidió que la edad ya no le permitía continuar con la serie, ya tenía un buen equipo de colaboradores, y puso como condición a quien continuara con sus personajes que en el tebeo no aparecerían asuntos de sexo, de drogas, ni entrarían personajes nuevos, ni desaparecería ninguno de los existentes. Siempre serían personajes aptos para el público infantil; incluso diría más: siempre serían adecuados para el público infantil... de la época en la que Willy Vandersteen dejó de dibujar, allá por 1988, dos años antes de fallecer. Y una cosa especialmente buena es que es una publicación sexualmente neutra, ya desde su creación, mucho antes del desvarío éste de la ideología de género y sus consecuencias: vale para que la lean niños y niñas sin grandes diferencias, por lo que es especialmente idónea para familias donde hay de todo, como la familia valenciano-belga que la recibió.

Suske en Wiske, hasta donde yo sé (pero puedo equivocarme), no está traducido al castellano, lo cual tiene su cosa, porque incluso dos álbumes suyos están traducidos al latín. No sé si hay muchos niños que puedan leer el latín con fluidez, pero tengo la impresión de que no, así que debe ser una edición para coleccionistas de culto (y cultos, muy cultos). Leo por ahí que en español son Bob y Bobet, pero eso parece que es una adaptación del francés, Bob et Bobette. Sí que hay versiones en otros idiomas, pero muchas menos que Asterix o que Tintín, y no es de extrañar, porque Suske en Wiske es una serie muuuuy amberina, ni siquiera flamenca. Amberina a más no poder. De hecho, los primeros álbumes se publicaron en dialecto amberino, y no fue hasta varios álbumes más tarde que empezó a utilizarse el neerlandés estándar, probablemente de bastante mala gana y arrastrando los pies.

(De paso, uno ve lo que se aprende escribiendo entradas de la bitácora, porque hasta ahora no sabía que el gentilicio de Amberes es, en español, amberino. Lo he tenido que buscar...)

Los feroces críticos de toda obra que se precie dicen que, desde que lo dejó su creador, Suske y Wiske han perdido fantasía e imaginación. Yo, que únicamente he leído los últimos cinco álbumes, no estoy en condiciones de comparar, pero a mí la verdad es que me han gustado, además de ayudarme a consolidar mi neerlandés y de hacerme reír un rato con cosas como la mala de la serie. La mala de la serie es la Dama Negra (Zwarte Dame), que no es una pieza de ajedrez, sino una hechicera que aspira a dominar el mundo ayudada por sus esbirros... y que habla en francés.

No me digan que eso de que los malos hablen en francés no es flamenco a más no poder. Hasta en los tebeos para niños tienen el cuchillo entre los dientes.

sábado, 1 de mayo de 2021

Decimoquinto año

Esto sí que es una sorpresa, sobre todo porque jamás pensé que esta bitácora duraría tanto tiempo, tanto más cuanto que hace un par de años, en que hubo meses sin una sola entrada y con mi inspiración bajo mínimos, estuve muy cerca de tirar la toalla y de confesar que fue bueno mientras duró, pero ya no duraría más.

Y no sólo está durando más, sino que incluso estoy recuperando algo similar a un ritmo regular de publicación. No es el de los primeros años en Rusia de precisión suiza y entradas los lunes, miércoles y viernes, pero oye, la cosa ha vuelto a adquirir una frecuencia aceptable.

Y no sé si es una buena noticia para mí. Porque la escritura frecuente es posible que sea una válvula de escape, sin perder -al menos ahí- la alegría y el sentido del humor, cuando el resto de mi vida es un cúmulo de problemas. A ver, seamos claros, tampoco es el fin del mundo, y ya sé yo que Dios aprieta, pero no ahoga, no obstante lo cual este período pandémico ha traído un deterioro considerable en algunos aspectos de mi día a día que, si algún día fueron envidiables, hoy no deberían serlo, y si alguien me los envidia, mal está la cosa.

Quedémonos, mejor será, con otra cuestión, y que este recrudecimiento de la frecuencia de entradas coincide más o menos con mi noveno año en Bélgica. Cuando comenzó esta bitácora, llevaba nueve años en Rusia, así que quizá sea ese el momento en que uno adquiere cierta veteranía y algo que contar. Eh, y que entretanto ya controlo algo más el neerlandés, que no deja de ser la lengua natural para la mayoría de los belgas.

Sea como fuere, quince años han pasado desde el 1 de mayo de 2006, día en que los ruskis instalaron la conexión de Internet en aquella casa de Moscú, y yo publiqué mi primera e insegura entrada con la flamante conexión de cable. Las cosas, en materia de conexiones, han mejorado sustancialmente, pero la esencia de esta bitácora se mantiene: no deja de ser un egoblog sin la menor pretensión.

Quince años. Si fuera una niña en edad de merecer, habría que presentarla en sociedad. Como es una bitácora, vamos a conformarnos con ponerle música del Duo Dinámico, cuyos componentes no cumplirán los ochenta años, creo, para celebrarlo.