domingo, 17 de enero de 2021

El contagio

Como los lectores ya saben, la llegada a Bruselas de Ro, Ame y de mí mismo ha sido bastante discreta, a la fuerza: las autoridades belgas, como ya quedó escrito, han decidido meter en cuarentena a todos los residentes que regresen de una zona roja (y ahora mismo apenas hay otras en todo el mundo). Los no residentes, además, deben presentar una PCR negativa para poder entrar en el país.

En nuestro caso, tenemos la napia bastante agujereada, después de pasar por dos laboratorios en una semana. La primera prueba tuvo lugar al día siguiente a nuestra llegada y salió negativa para los tres. A partir de ahí, y hasta la segunda prueba, cuarentena semiestricta, en el sentido de que las salidas de casa para comprar comida (y para hacerse las pruebas, supongo) estaban permitidas, y casi ni una más. Yo estoy en régimen de teletrabajo, Ro está de exámenes en línea, que puede hacer desde cualquier parte del mundo, y ha elegido Bruselas por puro interés y porque confía en mis habilidades culinarias, y luego... bueno, luego está Ame.

Ame tiene diecisiete años y muchas ganas de juerga. La cuarentena ha sido una dura prueba para él, las clases en línea una tortura china y las cuatro paredes de casa una cárcel muy agradable, sí, pero una cárcel. Si él tuviera la menor inclinación a escribir, y no a jugar a las maquinitas o seguir a youtubers y raperos, escribiría algo así como "Mis prisiones". No le veo yo contento si le tocara la experiencia del Conde de Montecristo.

El miércoles, víspera del segundo test, se hartó, cogió la puerta de casa, a despecho de las normas belgas y de mis advertencias para disuadirlo, y salió a dar una vuelta, otra vez sospechosamente perfumado hasta los dedos de los pies.

Al día siguiente, pues, fuimos a pasar la segunda prueba y volvimos enseguida a casa. La cuarentena no terminaba hasta recibir un segundo resultado negativo.

Por la tarde, Ame ya empezó a preguntarme si había llegado el resultado, con el ansia y el desficio de quien se está subiendo por las paredes. Yo le dije que no.

Por la noche, me lo volvió a preguntar. Le volví a decir que no.

Al día siguiente, viernes, por la mañana, me lo volvió a preguntar, dando saltitos. Le dije que lo miraría más tarde.

A la hora de comer, lo mismo.

Después de comer, me pidió que lo mirara, que era viernes. Y entonces hice una captura de pantalla desde mi ordenador con el resultado de su prueba y se la envié por WhatsApp, que él leyó en la cocina, donde estaba enviando mensajes a sus compis para salir por la tarde, eso sí, no más tarde de las diez.

Sars-Cov-2 detected

Y puse debajo una pregunta muy pertinente en estos casos: ¿Y ahora qué hacemos?

Me levanté de mi silla de trabajo, y me encaminé a la cocina, en el piso de arriba, para discutir la situación.

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