martes, 15 de diciembre de 2020

Bacanales

Para mí desconcierto, parece que Bélgica últimamente es noticia por la profusión de detenciones en fiestas ilegales, que se organizan y tienen lugar en contravención de las normas de confinamiento contra el coronavirus. Primero fue la orgía homosexual en la que pillaron al eurodiputado húngaro ése que es -bueno, era- miembro de un partido político que no pasa por partidario de la homosexualidad. A estas alturas, que en el centro de Bruselas tenga lugar una fiesta homosexual, o una orgía si se quiere, no debería ser noticia. El que ha seguido estas pantallas durante los primeros meses de 2013, en que el autor de estas líneas vivió en pleno centro de Bruselas, rodeado de las dos emes (moros y maricones, en expresión de dudoso gusto acuñada por un homosexual bastante de vuelta de todo que conocí en una fiesta de cumpleaños), sabrá que lo que es noticia en el centro de Bruselas es más bien que la fiesta no sea homosexual.

Obviamente, lo que era noticia era la doble vida de uno de los asistentes, que por un lado asistía a una fiesta con hombres semidesnudos y semidrogados, mientras que, en su vertiente pública, casado y con descendencia, pontificaba contra la ideología de genero y defendía la familia tradicional. Al menos, hay que decir que se ha comportado con cierta dignidad, después de pasar el ridículo episodio de intentar escaparse por una tubería. Supongo que haber dimitido de todos sus cargos y pedir la baja en el partido, hasta cierto punto, le honra.

Pero, en todo caso, lo que le ha pasado a este señor, y probablemente le pase a otros varios como él, da que pensar. En Bruselas es de lo más normal que haya un ambiente bastante disoluto, y eso prescindiendo de que la orgía sea homosexual o no (toda orgía deja mucho que desear en cuanto ejemplaridad). Las instituciones europeas, las organizaciones internacionales de todo tipo, y toda la maraña de organizaciones que pululan alrededor de ellas, atraen a un montón de gentes de toda condición, pero que, en general, son bastante jóvenes, con ganas de comerse el mundo, muchos son descreídos, como lo son el común de los mortales, y no paran mientes en adaptarse al relajado ambiente moral que impera por aquí.

El caso es que no todos los que vienen por aquí son tan jóvenes. El político húngaro, por ejemplo, ya no cumplirá los cincuenta, a pesar de conservarse tan bien como para atreverse a descolgarse por una tubería y ganar así la calle. Y eso nos lleva a que hay bastante gente sola, con jornadas de trabajo larguísimas y nadie que les espere en sus domicilios cuando vuelven a ellos. Es terreno sembrado para buscar distracciones y, no nos engañemos, Bruselas ha cerrado los cines, los restaurantes, las salas de conciertos y todo tipo de distracciones honestas. A quienes usan de ellas sólo les queda la clandestinidad en forma de fiesta de catacumba, porque que las iglesias sigan abiertas para la oración evidentemente no les consuela.

Muchas veces he dicho que éste es un país de voluntades libres, que resulta sumamente difícil conjuntar para que no choquen demasiado. En este contexto, llevo viendo desde marzo, desde el mismísimo comienzo de la pandemia, que las restricciones, pasados los primeros días de estupor, las ha tomado la gente por el pito del sereno; y la policía, seamos serios, tampoco se ha puesto a detener a diestro y siniestro a todo aquél que haya contravenido las ya de por sí pacatas órdenes de las autoridades. Por eso causa sorpresa la intervención en esta fiesta, y en alguna otra, que se ha producido sin excepción tras la denuncia de algún vecino a quien no dejaban dormir. He leído en algún sitio que el organizador de la bacanal, que debe ser un tipo con la cocorota especialmente desportillada, se ha quejado de que le han denunciado varios competidores suyos, igualmente homosexuales, celosos de su éxito y que buscan atraer los clientes que él tiene de ordinario. Yo creo que es darse importancia, pero, sea como fuere, mal vamos si el mercado de orgías homosexuales, que de por sí no debe ser muy limpio, padece la competencia entre émulos con tan mala leche.

El caso es que, a partir de ese incidente, y a despecho de que fiestas clandestinas, a no dudar, hay en todos los países del continente, no se habla sino de las del país de uno... y de las belgas. Uno lee los periódicos alemanes o franceses, y aparecen sucesos como las detenciones de algún nacional reunido con más gente de la conveniente... y la última detención en Bélgica, aunque en el grupo de fiesteros no haya eurodiputados, ni ministros, y la orgía cuente con hombres y con mujeres, eso sí, ligeros de ropa, lo que con el frío que está haciendo no será por gusto, sino por comodidad para pasar a mayores sin demasiado embarazo ¿Desde cuándo es noticia que un grupo de desconocidos, por mucho que esté prohibido, se lo monten entre ellos? Pues desde que ese grupo de desconocidos, aunque en este caso sean franceses, se hayan internado (tampoco mucho) en Bélgica para ejecutar sus designios orgiásticos. Sí, Bélgica, ese país en cuya capital pasa de todo.

En fin, así comienzan las leyendas negras, y parece que la de este mi país de residencia va por buen camino. Seguiré atento a las pantallas, pero no será hoy, porque se ha hecho tarde.

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