Tras muchas llamadas, pena y trabajo, conseguí que viniera un técnico a instalarla, y aquí me encontré con unas circunstancias curiosas que no me esperaba, y que a saber de cuándo datan.
Mi casa lo es desde hace cuatro años y medio. Antes lo fue de un arquitecto a quien no estoy seguro de confiarle nada serio, visto cómo trataba su propia vivienda. De momento, la había llenado de escaleras, lo cual fue finalmente el motivo de la venta, porque sus rodillas no le daban para pasar de una habitación a la otra. Mientras uno es joven, se ríe de las escaleras y encima se mantiene uno en forma, pero, a medida que se van cumpliendo años, las cosas cambian. Nuestro antecesor decidió que ya estaba bien de sufrir y se fue a una vivienda de una planta, y ni una más, en Waterloo.
Aparte de no pensar en el futuro, la vivienda estaba recorrida por un caos de cables de todo tipo. Los cabos que nos íbamos encontrando los escondíamos tras los muros o tras donde fuera, sin saber muy bien de qué eran. Los obreros que nos hicieron la reforma, dirigidos por un arquitecto que era el paradigma del belga (es decir, que le daba todo lo mismo), eran una banda de chapuceros que dejaron demasiadas cosas a medias, y otras directamente mal terminadas, pero eso es otra historia, y prefiero no detenerme demasiado en ella.
Al lado de donde normalmente estaría el televisor, debía haber un cable coaxial, de ésos de antena de toda la vida. Al menos, la entrada existía, por lo que, cuando el proveedor de internet que debía hacer la instalación me preguntó si tenía una clavija de cable coaxial, yo dije que sí que la tenía, y no mentía.
Me las prometía muy felices, pobre de mí.
Cuando llegó el instalador, se vio que la clavija estaba, pero que el cable que había detrás no llegaba a ninguna parte. Es más, se descubrió un oportuno cable cortado en alguna de las reformas que había habido, que venía de la caja distribuidora de la red coaxial del municipio.
El instalador me dijo que su empresa no hacía ese tipo de conexiones.
- Pero, ¿se puede hacer?
- Sí, sí, se puede.
- ¿Y usted sabe hacerlo?
- Sí.
- ¿Y cuánto me costaría?
El instalador se quedó pensando un rato y dijo:
- Ciento veinte euros.
- Venga ¿Ahora?
- ¡Nooooo! No lo puedo hacer en horas de trabajo. Vendré el sábado. Si me libero, el viernes por la tarde.
Está visto que la gente se aprovecha de que, en estos tiempos, ir enmascarado no es sospechoso en absoluto, y pueden hacer impunemente todo tipo de desmanes.
El instalador se piró, no sin asegurar que me enviaría un mensaje de texto para confirmar la hora a la que vendría.
Como el asunto del cableado se iba a resolver en pocos días, llamé a la proveedora para pedir otra cita para instalar internet. Obviamente, todos los operadores estaban ocupados, así que pasé al plan B de hacerme pasar por un cliente nuevo. Volvió a funcionar, pero no tan bien. Se ve que su oferta es buena, porque tardaron ya un par de horas en llamarme.
En esta ocasión, desgraciadamente, la operadora que me tocó era menos avispada que la anterior. Probablemente, la otra vez tuve suerte, y esta vez me tocó la norma general.
- ... y me ha pasado esto, y por eso querría dar de alta internet a partir de la semana que viene, cuando el asunto del cableado esté resuelto.
- Ah, pero me tendrá que enviar su documento de identidad.
- Ya lo hice.
- Ah, sí, lo veo. Lo tengo en pantalla. Pero lo tiene que enviar otra vez.
- ¿Otra?
- Sí, otra.
- ¡Pero si lo tiene en pantalla usted! ¿Para qué se lo he de enviar de nuevo?
- Son nuestros procedimientos.
- ¿Enviarles una cosa que ya tienen?
- Sí, eso nos dicen en el departamento de altas.
No es que yo no tuviera ganas de discutir: es que es inútil. Ni siquiera en los peores momentos de Rusia (y no digamos ahora) me encontré con alguien tan profundamente cerril. Así que busqué el correo que había enviado para darme de alta con las tarjetas móviles, lo envíe de nuevo, tal cual, a la misma dirección y, con un suspiro, proseguí la conversación con mi interlocutora.
- Ya está. Ya lo he vuelto a enviar.
- Muy bien. Aquí lo veo. Nuestro departamento validará su documento de identidad, y entonces le llamaremos y podrá pedir cita.
- ¿Seguro que me llamarán? Es que les voy conociendo...
- Sí, sí, son nuestros procedimientos.
Casi diría que naturalmente, el instalador piratilla de ratos libres jamás envió el mensaje de texto, jamás apareció por casa para restablecer la conexión de cable y, de manera previsible, pero coherente con su idiosincrasia, el proveedor jamás me llamó para decir que mi documentación estaba validada y, por tanto, podía pedir cita.
Lo que sí que me llegó fue un enlace para rellenar una encuesta de satisfacción.
Estoy prácticamente seguro de que todo lo que escribí en la encuesta de satisfacción les entrará por un oído y les saldrá por el otro a los responsables de la empresa proveedora. Para ser sinceros, no es exactamente lo que yo consideraría una crítica constructiva, pero, si reciben muchas encuestas como la mía, un empresario debería preguntarse si no está haciendo algo mal.
En todo caso, tiene narices que lo que me haya dejado más satisfecho de la empresa haya sido el rato empleado en rellenar la encuesta de satisfacción.
Para tranquilizar al personal, finalmente he conseguido dar de alta una conexión más decente, con un operador al que le bastaba con saber mi nombre, dirección y teléfono de contacto, y que envió un operador que, cuando vio el percal, se puso manos a la obra y al taladro y en media hora lo tenía todo listo. Me costará noventa y un euros, IVA incluido.
ResponderEliminarPero cómo ha costado, Señor...
Suerte!
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