lunes, 3 de agosto de 2020

Juan el Victorioso

El hijo menor de Enrique III, y sucesor de su hermano cortito Enrique IV, fue Juan I, que adquirió el sobrenombre de el Victorioso, y seguro que fue por algo. En efecto, en 1267 se convirtió en duque de Brabante, y se pasó buena parte de su gobierno pegándose a diestro y siniestro. Dice la wikipedia francesa que estuvo en el ejército que el rey de Francia, Felipe III, había enviado a Castilla en defensa de Alfonso de la Cerda, nieto de Alfonso X el Sabio y heredero del mismo, pero también sitúa esta acción en 1276, lo cual es un poco sospechoso. En esa época, es verdad que el infante Fernando de la Cerda, heredero del trono castellano y padre de Alfonso de la Cerda, ya había fallecido y el conflicto entre Alfonso X y su hijo segundo y, muy a su pesar, sucesor, Sancho el Bravo, ya estaba incubándose, pero no me consta ningún ejército francés enviado a España a intervenir en el conflicto. Y, si lo hizo, poca gloria obtendría, porque Alfonso el Sabio, poco después de esas fechas, llegó a tener en contra a la totalidad del reino, excepto Sevilla, que siempre le fue fiel.

Sí es más probable que se encontrase entre 1283 y 1285 en la Cruzada de Aragón, una campaña lanzada contra Pedro III el Grande, rey de Aragón, que se consideró una cruzada por la instigación de Felipe III y del Papa, que era hechura suya, pero que básicamente quería hacer pagar a Pedro III la adquisición de Sicilia y la matanza de franceses en las Vísperas Sicilianas, lo cual cabreó mucho al Rey de Francia, cosa que en la Baja Edad Media era un motivo para que el Papa te excomulgara. Si realmente Juan de Brabante estuvo allí, no es de allí de donde le vendría el título de Victorioso, porque la cruzada, a pesar de la abrumadora superioridad numérica de los cruzados, fue un completo fracaso y terminó con una retirada de los franceses al norte de los Pirineos y con la muerte de Felipe III. Pedro III murió poco después, excomulgado; teniendo en cuenta que una de sus hijas es santa, hay esperanzas para su alma.

En cambio, Juan de Brabante tuvo más fortuna cerca de sus dominios. A despecho de la fama caballeresca que le ha seguido, no dudó en entrar en trapicheos poco claros, pero que tuvieron la virtud de añadir a sus dominios el ducado de Limburgo, que está en lo que hoy es el este de Bélgica y el territorio neerlandés más meridional, alrededor de Mastrique. Un buen pedazo, que había quedado vacante en 1283 tras el fallecimiento de la última descendiente de la casa ducal, Ermengarda. Su viudo era Renato de Güeldres, que obtuvo del emperador el derecho a permanecer como duque.

Ahí ardió Troya. Esto no le hizo gracia a un primo de la última duquesa, Adolfo V de Berg, que dijo que tenía sus derechos al ducado. Ya entonces, sin embargo, los derechos no servían de mucho sin atributos encima de la mesa, que hoy son pasta y buenos padrinos y abogados, y entonces eran mesnadas al servicio de uno. Adolfo de Berg se dio cuenta de que su hueste no tenía nada que hacer, y pensó entonces en el duque de Brabante, de inclinación más belicosa que la suya y con muchos más posibles en forma de lanzas, así que, ni corto ni perezoso, le vendió los derechos que creía poseer al ducado de Limburgo.

Tras una larga guerra, Juan I derrotó a sus contrincantes y anexionó Limburgo a sus dominios, que ya estaban empezando a ser de mucha consideración, y parejos al de la otra gran autoridad de la zona, el duque de Flandes, que dominaba los territorios al Este de Bruselas hasta el mar, incluidas las riquísimas Gante y Brujas y muchas tierras que hoy pertenecen a Francia, pero en las que entonces se hablaba flamenco y que, como ya vimos, tienen nombres flamencos incluso hoy.

A propósito del idioma flamenco, Juan de Brabante, como su padre, fue un destacado trovador, pero, a diferencia del mismo, no trovó en francés, sino en flamenco, y no me cabe duda de que en el Vlaams Belang lo aprecian mucho más que a su padre. Bueno, lo de que trovara en flamenco, a decir verdad, no está nada claro. Los cantos que se conservan están en alemán antiguo, que parecerá extraño a quien asocie lo alemán a la disciplina prusiana, pero lo cierto es que estaba a la par que el provenzal en cuanto a actividad lírica, como prueba el ejemplo de los Minnesänger que me tuve que aprender de memoria en el colegio. Todavía me acuerdo de los poemas de Walther von der Vogelweide y de Hartmann von Aue, que no son oficiales de la Wehrmacht, sino poetas, y muy buenos, de tema galante y amoroso. Alemania será lo que será ahora, pero tiene un pasado.

No es, pues, extraño, que Juan de Brabante trovara en alemán. Con el tiempo, Juan de Brabante pasó a ser el prototipo de noble caballeresco medieval, y hasta se le identificó con el legendario Gambrinus, rey de la cerveza, con el que guarda una curiosa semejanza etimológica (Jan Primus deriva fácilmente en Gambrinus). Pero de Gambrinus y su leyenda será mejor escribir en otra ocasión, con una jarra bien fresca en la mano.

Juan I, el Victorioso, el gran duque de Brabante, sufrió la misma suerte que su antepasado Enrique III. Los torneos de caballerías, como bien pudo saber el bachiller Sansón Carrasco, los carga el diablo; a sus cuarenta y un años, que en el siglo XIII eran muchos más que ahora, participó en una justa y fue desmontado y muerto por Perardo de Bauffremont, un segundón del barón del mismo apellido y que, a sus veintiocho años, ya tenía una experiencia en torneos descomunal, pues había participado en el tremendo torneo de Chauvency.

Así pues, de Juan I el Victorioso hemos contado muchas más derrotas que victorias, pero no importa. Por cierto que fue el primer mandamás de Bruselas que fue enterrado en Bruselas, una ciudad que entonces era fronteriza con los dominios del duque de Flandes y que era relativamente marginal en Brabante.

Le sucedió su hijo Juan II, que hasta tal punto cambió de política respecto a la de su padre que ha pasado a la historia como "el Pacífico".

A propósito de la tumba de Juan el Victorioso, también tiene su historia, pero da para una entrada y quizá hasta para una serie, así que lo mejor será dejarla en la recámara, porque hoy se hace tarde.

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