martes, 26 de mayo de 2020

Videoconferencia episcopal

Mientras los comercios van abriendo y la actividad retorna a la normalidad (y yo diría que la nueva normalidad, si no es la antigua, al menos se le parece mucho), hay una parte de la sociedad que continúa confinada, de la que formo parte, y que es la que asiste a las celebraciones religiosas. De la apertura de los templos al culto no se ha dicho ni mu, y lo que se lee es que, antes de final de junio, ni se nos ocurra pensarlo. Uno pensaría que, como en otros países, los obispos protestarían y que, también como en otros países, los poderes públicos darían su brazo a torcer. En Francia, país que nos toca muy de cerca, los masoncillos que les gobiernan han sido desautorizados por el Conseil d'État, que ha objetado que con la libertad de culto no se juega así como así. Uno pensaría que Bélgica no sería muy diferente. Después de todo, sitios como IKEA, esos templos del siglo XXI, están abiertos y llenos de clientes, además de un porrón más haciendo cola.

Pero sí que es diferente, ya lo creo que lo es.

Yo no conozco personalmente a ninguno de los obispos belgas, y las noticias que tengo de ellos son por referencias, que la verdad es que podrían ser mejores. Sin embargo, lo del martirio no parece mucho ir con ellos, ésos que tenemos en la foto de arriba, tomada de una de sus videoconferencias. Ojalá me equivoque, pero creo que todos ellos se han resignado tranquilamente a que sus templos sigan cerrados hasta que el gobierno, liderado por los liberales, de tradición marcadamente anticlerical, tenga a bien dejarles un poquito de manga ancha. Para entonces, la pregunta será si quedará alguien con ganas de entrar en ellos.

Porque este período de ayuno eucarístico no va a transcurrir sin resultados, no. Un elevado número de fieles cuenta una igualmente elevada cantidad de años. Y los fieles de inercia (vamos a llamarlos así), que también los hay, han perdido la inercia que les llevaba a la iglesia a lo largo de los dos meses largos que los templos llevan cerrados a cal y canto. Para volver necesitan un impulso en sentido contrario, porque su inercia actual, en el mejor de los casos, es estar sentados en sus casas viendo las celebraciones por televisión, y hay edades en que es difícil cambiar las costumbres.

Van (vamos, espero) a volver a las iglesias los que hemos superado la inercia, y supongo que también el laicado, mayoritariamente "progresista", que corta el bacalao en las unidades pastorales de este arzobispado y que le da mucha importancia, y la tiene, a la acción social, y quizá menos de la que debería a los sacramentos, pero que tiene vocación de servicio y mangoneo en sus parroquias. El servicio no sé, pero el mangoneo crea adicción.

Entretanto, no todo es negativo en la Iglesia Católica en Bélgica. Unos voluntarios, probablemente bastante más jóvenes que la mayoría del laicado local, y no digamos del clero, ha llevado al Gobierno belga a los tribunales por no permitir la reanudación del culto público ¿Y los obispos? ¿Se habrán unido a esta demanda y la apoyarán económicamente? Ni por pienso. Uno se pasa por la página oficial de la conferencia episcopal belga y se la encuentra trufada de artículos que invitan a la paciencia y a esperar a que la Eucaristía se pueda celebrar en comunidad, porque todavía no es el momento, y sin comunidad, expresan ellos, no hay plenitud del sacramento. Pero esta gente, ¿de qué va? ¿Esta gente cree realmente en el sacramento? ¿Se han parado a pensar en el ex opere operato antes de escribir memeces?

Puesto que Nuestro Señor permite semejante panorama en un país que no hace tantísimo era un ejemplo a seguir, no seré yo quien se exceda en las críticas, y me limitaré a constatar que Bélgica, como dirían Les Luthiers, no es un país completamente inútil desde el punto de vista pastoral: al menos sirve como ejemplo a evitar.

Y, como Dios nos ha enviado a esta Gomorra del siglo XXI (Sodoma podría estar limitada a Bruselas Centro) para hacer el bien, o al menos para apoyarlo, me he rascado el bolsillo y he transferido algunos euros al grupo que ha resuelto no aborregarse y plantar cara al Estado belga, y mucho me temo que también a la calamidad episcopal que no parece querer quedarse a medias en su obra destructora del catolicismo en Bélgica. No estamos sobrados de gente valiente, y no es cosa de desalentar a los pocos que van quedando, porque los abogados son (somos) caros, y no parece que haya ninguno en este nuestro país con licencia para ejercer ante la jurisdicción local y lo bastante católico como para estar dispuesto a prestar sus servicios de forma altruista.

Sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán, pero hay veces que, la verdad, cuesta un poquito de creer.

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