sábado, 17 de agosto de 2019

Agostando


Agosto ya no es lo que era.

Uno recuerda llegar agosto, y pararse la España urbana, y concentrarse la única actividad en las zonas turísticas, que entonces eran únicamente las de sol y playa, nada de turismo cultural ni zarandajas de ésas. Madrid en agosto era una delicia, sin apenas madrileños, más que los que seguían de guardia, y uno podía pasearse a sus anchas por ella y curiosear a diestro y siniestro por sus esquinas.

Eso pasó. Entretanto, agosto y sus vacaciones se han recortado, y bastante es si duran una quincena. Las calles siguen medio vacías, sí, pero porque cada año hace más calor y no hay cristiano que aguante la solana; y, por si fuera todo, hay turistas por todos los sitios, que ocupan todos los rincones de la villa y corte (bueno, lo de corte vamos a tomarlo en su justa medida). Para acabarlo de arreglar, Madrid se ha gastado en los últimos lustros lo que no tenía, y para ver de remediar sus agobios financieros se dedica a freír a impuestos, tasas y exacciones varias, no ya a sus habitantes, que bien merecidos tienen sus sufrimientos por haber votado a sus mandamases, sino a todo hijo de vecino que tiene algo que ver con su término municipal.

En fin, que baja uno del avión a pisar suelo patrio, y es llegar a la capital y comenzar a salir los euros por los poros. Pero, así y todo, se agradece el cambio de aires y de clima, y el tránsito de veinte grados y lluvias intermitentes a treinta y pico y humedad poco menos que nula.

Y así, tras unos días de relajo en la capital, a base de deporte y piscina, y alguna que otra reconvención a Abi por tener el piso más sucio que la conciencia de un proxeneta, toca tomar el tren y allegarse a la patria chica, donde siempre esperan nuevas aventuras.

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