Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 29 de mayo de 2019
Complejos
Así, no es extraño aparecer por Valencia y que a uno le pregunten sus amigos, más o menos avergonzados:
- Alfor, ¿y qué se dice por allí de nosotros, de lo que pasa por España?
El español de a pie, superados afortunadamente unos períodos en que nos creímos la leche en bote, ha recibido el bofetón de la crisis de 2008 y ha vuelto al pesimismo ancestral que nos corroe desde ni sé cuándo, pero hace siglos de eso. No es sólo la crisis económica y habernos dado cuenta de que nuestro cacareado milagro económico tenía los pies de barro. Ni tampoco la crisis política, con el hundimiento del sistema bipartidista, las tensiones separatistas extremas, y el juicio a los mismos políticos separatistas que luego curiosamente han llegado a apoyar al gobierno. Los españoles, en general, debemos tener la impresión de que estamos condenados a hacer el ridículo y a no poder mirar de frente a las otras potencias.
Los que vivimos fuera sabemos que no es así, y que España no tiene ni mejor ni peor imagen que casi cualquier otro país. En Bruselas, Bélgica, bastante tienen con lo suyo y con su imposible sistema político, como para encima ir predicando lo que tienen que hacer los otros. Además, si hay algún país y algunos políticos a quienes otorgar la cabeza del ridículo europeo, ciertamente no es España, sino, con varios cuerpos de ventaja, el Reino Unido.
Si se mira atentamente, se verá que en Francia, como quien no quiere la cosa, hay un movimiento, el de los chalecos amarillos, que ha puesto en jaque al gobierno en sucesivos fines de semana, y que ha ocasionado la intervención de la policía por las bravas, de manera no muy diferente a cómo la policía española intervino contra el referéndum de autodeterminación que convocó el gobierno catalán. Pero es que no sólo es Francia. Lo del Reino Unido es tan sumamente absurdo que no merece el menor comentario. En Italia tienen un gobierno dedicado a gastar alegremente y a pasarse por el forro lo que les digan desde Bruselas. En Grecia hasta los bisnietos de los que ahora viven van a estar pagando su deuda pública. En Polonia y Hungría, entre otros varios, tienen en el gobierno partidos que sólo con dificultad se puede calificar de convencionales. Y Alemania suele ser el país que pontifica con más vehemencia, pero también es el país, una de cuyas empresas automovilísticas falsificó las pruebas de emisiones, ellos que se las dan tan de verdes, y donde es un secreto a voces que buena parte del éxito internacional de sus empresas es su práctica de untar descaradamente a quienes toman las decisiones de contratación pública.
Después de eso, sin embargo, los españoles creemos que todo el resto de Europa nos mira con pesar, como con vergüenza de tener que compartir con nosotros no ya planeta, sino continente. Algún día tendremos que mirarnos al espejo y darnos cuenta de que no somos perfectos, vale, pero que no somos más imperfectos que los demás, y de que España no es tan diferente como los promotores de turismo franquistas han querido hacer creer a los turistas (con gran éxito). Unos efectos colaterales de semejante frase han sido hacer creer a los propios españoles que, efectivamente, España es diferente. Los motivos por los que, a diferencia de todo nacionalista que se precie, hemos llegado a la conclusión, no de que somos diferentes y mejores, sino diferentes y peores, forman parte del imaginario colectivo, alimentado a lo largo de decenios, o incluso de siglos, y no tocan hoy, porque se hace tarde, pero me parecen un asunto de gran interés y no creo que me resista a tratarlo más pronto que tarde.
lunes, 27 de mayo de 2019
La existencia de Bélgica y usted
¿A quién le interesa que Bélgica siga existiendo? Da la impresión que no a mucha gente y, los que están a favor, lo normal es que tampoco se atrevan mucho a alzar la voz. En cambio, los que dicen estar encantados de la -posible- desaparición de Bélgica son muchos, y se agrupan fundamentalmente en dos partidos: la NVA y el VB.
La NVA, de la que ya hemos escrito en alguna ocasión, es la Alianza Neoflamenca (Nieuw-Vlaamse Alliantie), un partido que, así como quien no quiere la cosa, es el más numeroso de Bélgica, a pesar de que, obviamente, sólo existe en Flandes. Para ser el más numeroso, le favorece el hecho de que en Bélgica no hay partidos importantes y presentes en todo el país. Los tres grandes grupos, socialistas, liberales y democristianos, tienen su partido flamenco y su partido valón, y en Bruselas, rompeolas de ambas comunidades lingüísticas, hacen lo que Dios les da a entender, o se presentan los dos. Así que la NVA, un partido socialmente yo diría que conservador, incluso ha hecho sus pinitos en el gobierno federal que aspiran a hacer desaparecer. Es verdad que no son, obviamente, un socio que dé mucha confianza, y de ahí que con sus bravatas y dimisiones han terminado por provocar la caída del gobierno y la convocatoria de las elecciones de este domingo pasado.
Su líder es Bart De Wever, el alcalde de Amberes, una ciudad en la que puedes intentar hablar francés si quieres, pero en la que es más seguro obtener una respuesta si haces las preguntas en inglés, suponiendo, claro, que el flamenco o el neerlandés no sean lo tuyo. El alcalde de Amberes tiene un plan muy interesante para terminar con Bélgica: básicamente, consiste en mirar cómo se va vaciando de contenido, hasta que llegue un momento en que se desvanezca cual pompa de jabón. Nos ha salido un nacionalista quietista, que se limita a mirar cómo el país se convierte en un espectro, y luego en la nada más absoluta.
Y lo cierto es que yo creo que no le falta razón. Uno mira en derredor de uno y se pregunta qué narices une a un tipo de Namur con otro de Gante. En un país extremadamente descentralizado, como es éste, las decisiones se toman en el municipio, la administración más próxima al ciudadano y que sí habla su idioma. Porque ése es el principal talón de Aquiles: los elementos que pudieran aglutinar al país han perdido importancia hasta un punto tan extremo, que uno tiene realmente la impresión de que Bélgica es, no sé si una pompa de jabón, vale, pero sí un castillo de naipes que se mantiene de pie en tanto nadie le dé un empujoncito, mientras las regiones le van quitando una carta, y luego otra, esperando el momento en que se derrumbe.
En su día, había tres elementos fuertes, que conformaban la identidad belga. El rey, la religión católica y la resistencia frente a las tres potencias que la rodean y con las que ha estado en guerra en algún momento. Lo que pasa es que los tres elementos están de capa caída.
Los reyes del siglo XXI no son lo que fueron sus antepasados, fuerza es decirlo, a despecho de los que nos decimos monárquicos. Además, los reyes de los belgas, en muchos casos, han distado de ser ejemplares, sin necesidad de remitirse a Leopoldo II, que no se explica cómo no se encuentra en la lista de criminales políticos más conspicuos de todos los tiempos, cerca de Stalin, Hitler, Mao o Pol Pot. Hay otros ejemplos poco ejemplares, como Leopoldo III, otro que tal baila, o Alberto II, que antes de subir al trono pasaba por ser un crápula de cuidado. Vamos, que menos Leopoldo I, el fundador del reino, o Alberto I, que pasa por ser un héroe de guerra o, si se quiere, Balduino I, a quien corren rumores de que quieren canonizar, el resto de los monarcas locales es difícil que pasen la criba de aglutinadores de los amores de sus ciudadanos, que no súbditos. En fin.
Si nos referimos a la Iglesia Católica como aglutinadora nacional, vamos listos. Gracias a personajes como los cardenales Suenens y el recientemente fallecido Daneels, por no hablar del famoso obispo de Amberes, monseñor Bonny, que es quien más destaca entre los prelados heterodoxos locales, la Iglesia Católica en Bélgica ha experimentado una caída en picado sin apenas parangón en Occidente. A misa va, según parece, el 3% de los belgas, y los sacramentos los reciben cuatro gatos. Apenas hay vocaciones, y viven de los sacerdotes que les envía la antigua colonia, el Congo, en la que dio tiempo, antes de que se independizara, a que los misioneros que la otrora pujante iglesia belga llegó a enviar evangelizaran al país antes de que fuera demasiado tarde ¿Aglutinadores? Desde que desapareció el latín como lengua litúrgica, y se tuvo que celebrar en francés y flamenco, aquí no hay pegamento que valga.
A los países los suele aglutinar, a falta de un proyecto nacional, la presencia de un enemigo exterior. Bélgica se enorgullece de ser el campo de batalla de Europa, hasta el punto de que resulta difícil encontrar un país cuyos ejércitos no hayan invadido el territorio de la actual Bélgica en algún momento. Los tres países fronterizos (Luxemburgo no cuenta, por birria), desde luego, lo han hecho. Francia lleva desde el comienzo de la Edad Moderna queriendo hacerse con los Países Bajos, hasta que Napoleón lo consiguió por algún tiempo. En cuanto a Holanda, es el país del cual se independizó Bélgica después de una corta guerra, pero, de todas maneras, las Provincias Unidas, antecesoras de lo que hoy es el Reino de los Países Bajos, ya se las tuvieron tiesas con la potencia que mandaba en la actual Bélgica desde muchísimo antes.
Y de Alemania, ¿qué vamos a hablar de Alemania? Alemania tiene casi una tradición de violar la neutralidad belga y arrasar con el país de paso a su siguiente invasión. Por aquí se acuerdan aún de la Primera Guerra Mundial y de la heroica resistencia en la punta de Ypres. De la segunda se acuerdan menos, ya que la Wehrmacht no llegó antes a sus últimos objetivos porque sus tanques tenían límites de velocidad.
Pues bien, ya hace varios decenios que todo esos países son la mar de amiguitos, están dentro de lo que hoy es la Unión Europea, y todo son parabienes entre ellos. No hay guerra a la vista, ni enemigo exterior que se precie.
Total, que en estas circunstancias, lo único que podría salvar el país sería un proyecto nacional. Algo que hacer, una misión en el mundo. Ni por ésas. Es triste decirlo en voz alta, pero Bélgica existe para hacer de tapón entre potencias mucho más boyantes, y porque a los ingleses les venía bien en el siglo XIX un aliado en el continente. El resto son pamplinas. Hubo un tiempo en que se pensó en que Bélgica podría ser un ejemplo de catolicismo liberal, algo que en el siglo XIX iban buscando los liberales (mucho más que los católicos). El descalabro de la Iglesia Católica en Bélgica me excusa de explicar qué le pasa al catolicismo cuando se quiere hacerlo compatible con el modernismo, el liberalismo, y los ismos que, en el fondo, son como el agua y el aceite.
El líder de la NVA lo sabe. Y sabe que esto no puede durar mucho. Y sabe también que, en la burocracia y parte política de la Unión Europea, los federalistas que hay por ahí y que abundan lo suyo estarían encantados de dar el poder a las regiones (que no se atreverían a llevarles la contraria) y de quitárselo a esos molestos, grandes y demasiado poderosos estados nacionales, que -habráse visto- ponen palos en las ruedas a sus designios.
Por si fuera poco, el líder de la NVA se ha dado cuenta de que con referendos y otras pirulas no va a ir muy lejos, y ahí están los casos de Escocia y Cataluña para dar fe. Perspicaz como es, ha visto que el Reino Unido y España tienen mucha más enjundia que Bélgica (siquiera sea porque en ambos países sí hay un idioma común), pero que en Bélgica le basta con sentarse a esperar y con actuar como si el país no existiera. En ello está.
A todo esto, la NVA es un partido simpaticote con el cual se trazan alianzas y coaliciones, y es parte del establishment, por muy independentista que sea, e incluso participa en tareas gubernativas, no sin antes hacerse querer y dejar un tiempo de gobierno en funciones, supongo que para chotearse un poco de lo inútil que puede ser el gobierno central. Pero no es el único partido independentista, no; hay otro, del cual ya hemos escrito alguna vez, pero al que igual toca referirse de nuevo. Se trata de VB, siglas de Vlaams Belang, o Interés Flamenco.
Vlaams Belang no es un partido simpaticote para el establishment. Vlaams Belang es un partido nacionalista, independentista, un pelín racista (y me quedo corto) y, por tanto, denostado por todos los demás partidos, que le hacen el vacío sistemáticamente. No les gustan los musulmanes; bueno, a casi nadie en Bélgica le gustan los musulmanes, pero la diferencia es que, así como nadie lo dice abiertamente por miedo a parecer facha, los de Vlaams Belang no se cortan ni un poquito y, si no reciben más votos todavía, es porque, en el fondo, los que le votarían saben que ser belga, o flamenco, no es para estar particularmente orgulloso. De hecho, los candidatos de Vlaams Belang, para mi gusto, tienen un serio problema de imagen: visten de pena, están gordos y dan una imagen tabernera que, la verdad, no es muy compatible con pertenecer a una raza superior. Como para votarles, tú. Se supone que son católicos, pero digo yo que lo serán más de boquilla que otra cosa, porque los católicos no vamos por ahí diciendo que pasamos de ayudar al prójimo y que les zurzan a los de fuera. Bueno, por lo menos no deberíamos decirlo; luego, oye, cada cual.
En fin, que este domingo ha habido elecciones en Bélgica, coincidiendo con las regionales y con las europeas, y que ya veremos qué sale de todo eso, y si consiguen formar gobierno. Porque, si en España la composición de las Cortes se las trae para obtener una mayoría absoluta, en Bélgica es directamente imposible. A ver qué pasa.
Pero, pase lo que pase, es asunto que habrá que tratar en otra ocasión, porque en esta se está haciendo tarde. De momento, Vlaams Belang ha subido un 6% en Flandes, que es la única zona del país que les importa. Esto se pone nuevamente interesante.
lunes, 6 de mayo de 2019
La semana más larga (X): Primeras horas de orfandad
Yo no soy de misa diaria, salvo excepciones más escasas de lo que me gustaría, pero, aun tras lustros de ausencia de la parroquia, sigo siendo razonablemente conocido por allí. Eso no es extraño, porque, treinta años después de mis andanzas como catequista, los rostros siguen siendo básicamente los mismos. La secretaria parroquial es la misma persona ahora que cuando me bautizaron, y cuando se bautizaron mis tres hijos, e incluso cuando se confirmó Ro y hubo que pedir la partida de bautismo. Alguno de los sacerdotes, concretamente el que me fichó de catequista en su día, es, también, exactamente el mismo, con la única diferencia de que entretanto se desplaza en silla de ruedas. Y los (o más bien las) asistentes a la misa de diario son las mismas personas que treinta años antes ya asistían a las entonces dos misas de diario, una por la mañana y otra por la tarde.
Vamos, que la renovación generacional está por producirse, pero la generación anterior a la mía resiste tanto que la asistencia sigue siendo razonablemente nutrida. Incluso el equipo de sacerdotes presenta una curiosa similitud con el existente en aquel tiempo, con el párroco de hablar docto (entonces era otro, vale), el coadjutor (que sigue siendo el mismo), y un sacerdote joven, como también lo había entonces, pero, así como entonces el sacerdote joven -que en paz descanse, entretanto- era bastante levantisco y tirando a indisciplinado, el joven de ahora, por lo poco que lo trato, parece obediente, a la vez que puntilloso doctrinalmente, lo que, en los tiempos que corren, no es poca cosa.
Sea como fuere, me planté en la misa de diario, con su rosario antes de la misa, y le encargué al párroco la misa del sábado por la tarde, que era a la que iba a convocar a quienes me preguntaran, porque las cinco de la tarde de un día que no es de fin de semana no es probable que la gente pueda asistir, como no sean desocupados o potentados, y mis amigos no son ni una cosa ni la otra.
Y volví a casa de mi padre, que seguía bastante mohíno. Apareció por allí Kukoc.
- Eh, que ya nos he apuntado a la carrera del pueblo, del domingo.
- Ah, ¿sí?
- Sí. Nos he apuntado como local.
- Hombre, Reyrata vale, que vive allí, pero ¿nosotros?
- Bueno, me daba la opción, y nadie me ha preguntado si estábamos empadronados o no.
- Bien mirado, desde esta mañana somos propietarios de una casa allí.
- Entonces, somos locales.
- Supongo que sí.
- Iremos juntos, a la marcheta.
- Con la tralla de estos días, bastante será que os pueda acompañar.
Kukoc y Reyrata corren, pero, en condiciones normales, menos que yo. Yo tenía la idea de preparar la media maratón de Valencia, y de hecho estaba saliendo con regularidad, hasta que las dos últimas semanas habían echado a pique la preparación y, probablemente, mi estado de forma.
- Papá, el funeral es mañana por la tarde ¿Te acercamos al pueblo?
- ¡NO!
Teníamos un problema.
Básicamente, teníamos que estar los tres hermanos en Benicountrí, mientras nuestro padre, que estaba de muy mal talante, se quedaba refunfuñando en Valencia. Alguien tenía que estar con él, y difícilmente podría ser mi cuñada, con sus tres hijos, así que había que buscar una solución. Pillé el teléfono y di con Abi, en Madrid.
- Abi.
- ¿Papá?
- ¿Cuándo te pasas por aquí mañana?
- Por la tarde. Iré en autobús, supongo.
- Muy bien. Ve directa a casa del abuelito, y le haces compañía. Te recojo allí cuando vuelva del pueblo, y vamos a casa.
El resto del día se pasó avisando a diestro y siniestro del deceso, y dando la posibilidad de ir a Benicountrí al día siguiente o a la parroquia de toda la vida el sábado por la tarde.
* * *
Dormí como una piedra. Tras seis noches en el hospital, ni me acordaba de lo bien que se está en un colchón.
Me levanté descansado y me dije que, bueno, como el domingo resulta que había carrera, no sería mala idea trotar un rato. Me calcé las zapatillas, tomé la bici, me acerqué al río, y me puse a correr no muy convencido. Para mi sorpresa, todavía no se me había desvanecido la forma; apreté un poco y, vaya, iba bien.
Igual en la carrera del domingo podía hacer un poco más que arrastrarme con Kukoc y Reyrata.
Volví a casa, me duché, y llamé a Juan.
miércoles, 1 de mayo de 2019
Decimotercer año
Si echo la mirada atrás, pero no muy atrás, sino sólo a lo que ha sucedido en el último año, resulta que no ha sido un año de los mejores. Pero tampoco ha sido un año malo. Las cosas avanzan con lentitud, pero avanzan, aunque algunas parezcan retroceder. Lo suyo es intentar una visión de conjunto y no dejarse cegar por asuntos parciales, y eso que los asuntos parciales tienen su importancia.
En los últimos meses le he vuelto a coger el gusto a esto de escribir por aquí, después de varios años de agobio y de sequía escritural llevada al extremo. No es que el agobio haya terminado, antes al contrario, pero creo que le estoy volviendo a encontrar las ventajas a esto de escribir, algo que permite pensar en algo diferente y desconectar de una realidad que, lamentablemente, a veces podría ser mejor. Observará el lector (si es que queda algún lector que haya sobrevivido al estiaje de entradas) que hay un tema que jamás se aborda en esta bitácora, y ese tema es todo lo relacionado con el trabajo. No siempre fue así. En los tiempos de Moscú, de manera indirecta, pero tangible, aparecían retazos que venían de mi trabajo como, digamos, consultor, que en suma era lo que venía a realizar por allí, con independencia del título más o menos rimbombante que me atribuyeran quienes me empleaban. A mi hijo Ame le decía, para explicar un poco a qué me dedicaba y que lo entendiera, que me dedicaba a solucionar problemas, pero los problemas que solucionaba no eran inconfesables y podía contar muchas cosas que me pasaban por allí y que yo consideraba ilustrativas.
Aquí, no.
La verdad es que es lástima. Quienes saben de qué me ocupo me dicen con más o menos frecuencia que debería escribir un libro con los episodios que me suceden en relación con mi actividad laboral, y no les falta razón en que tal libro sería sumamente entretenido, a poco que yo supiera presentar mis aventuras de manera mínimamente atractiva.
Porque, en realidad, lo cierto es que, en el fondo, sigo haciendo lo mismo: solucionar problemas. Y, como le decía a mi asistente en Rusa (con la que nos salvamos el pellejo mutuamente varias veces), nos dedicamos a tareas que nadie quiere hacer, y que no hemos sido lo bastante irresponsables para rechazar. Esto sigue siendo totalmente válido aquí, con el añadido de que me rodea un equipo de voluntarios para tareas ingratas.
Mientras en el trabajo vamos solucionando problemas como Dios nos da a entender, el resto del tiempo los problemas crecen. Yo no sé si hace trece años estaba hecho un chaval, pero ahora lo estoy mucho menos, aunque para mi sorpresa, el otro día me encontré terminando una media maratón en un tiempo más que aceptable para ser un entrenamiento de pachanga. Pero está claro que trece años no pasan en balde, ni para mí, ni para mi tropa, que ya ha empezado a dispersarse, y mucho me temo que esto es sólo el comienzo.
Pero ya digo que le he vuelto a encontrar el gusto a esto de escribir. No es que tenga más tiempo que antes, de hecho, más bien tengo menos, pero es que escribir ayuda. El clásico que escribió aquello de Nulla dies sine linea no sé si pensó en la lectura, en la escritura, o en qué, pero yo voy a intentar aplicarlo a las dos y que no pasé día sin escribir, como no lo pasa sin leer. Eso, claro, no pasa de ser una buena intención, y tampoco garantiza una entrada diaria (ya hace tiempo que deje de ser iluso), pero sí que iré avanzando en los borradores que van por ahí.
Entretanto, menos reflexiones y, como estamos de fiesta, y no sólo la del trabajo, voy a celebrar el decimotercer cumpleaños de esta bitácora no sólo con una entrada (ésta), sino también con un poco de dedicación al jardín. Ya lo decía Voltaire, por boca de Candide: Tout est pour le mieux, mais il faut cultiver notre jardin.
A ello vamos, y por cierto que mi jardín está pidiendo a gritos una entrada, que tendrá que esperar a mejor ocasión, porque hoy se hace tarde y los aperos de labranza me esperan.