viernes, 29 de marzo de 2019

Malinas

No se entiende muy bien por qué Malinas es una ciudad tan ignorada por quienes pretenden conocer el país en que me ha tocado residir. Está muy cerca de Bruselas y de su aeropuerto internacional, es bonita, coqueta, del tamaño justo para visitarla en un día, y no desmerece de otras ciudades con más fama; y, además, bien puede decirse que es la patria chica de Carlos de Austria, primero de España y quinto de Alemania, quien, aunque es cierto que nació en Gante, pasó su infancia en Malinas, y buena parte de su adolescencia, hasta que falleció su abuelo Fernando y, como su madre se había ido de la olla, se vio convertido en Rey de España, o mejor sería decir de las Españas, que en aquel momento iban aumentando en número a fuerza de expandirse por las Indias.

Sin embargo, Malinas pasa desapercibida frente a Brujas, Gante, Amberes, y me atrevería a decir que también Lovaina. Es como si no existiera y, por eso, es una excelente sorpresa cuando llega alguien de visita y quieres romper con el recorrido habitual.

Malinas destaca por la catedral de San Rombualdo (Rombout, en flamenco, y Rumoldo en español, si hemos de creer a la Wikipedia), una mole enorme e inacabada, porque le falta el remate de la torre. En cambio, se puede subir, y las vistas supongo que merecen la pena... si la visibilidad llega a unos mínimos. Aquel día era verano y el cielo estaba despejado, pero el día que subimos a la torre, y ya había llovido desde entonces, hacía un tiempo de perros y no se veía ni siquiera toda la ciudad. En cambio, al menos los ingenios, como el reloj, que se encuentran a lo largo de la subida merecen igualmente la pena, y eso sí que no depende del tiempo que le caiga a uno en suerte.

San Rombualdo, en realidad, no es exactamente catedral, sino concatedral. La diócesis se llama Bruselas-Malinas, con lo que el edificio comparte catedralidad con la de San Miguel y Santa Gúdula, en Bruselas. El arzobispo suele estar más en Bruselas, o por lo menos ésa es la impresión que me da a mí.

Sin embargo, San Rombualdo no es el único edificio religioso destacado de Malinas. No lejos de ella, cerca del antiguo palacio de Margarita de Austria, la tía de Carlos I que acabó por criarlo, está la iglesia de San Pedro y San Pablo, de bella factura y con un interior muy pulcro y cuidado. Salta muchísimo a la vista la influencia jesuita en su arquitectura, con esa fachada tan típica de las iglesias de la Compañía y que se ve en muchos templos del siglo XVII en esta parte del mundo.

Margarita de Austria, que tiene los restos de su antiguo palacio y a quien se recuerda por una notable estatua erigida en los aledaños de la plaza principal, tuvo que ser una mujer de armas tomar, con una educación excelente y que tuvo bajo control los Países Bajos entre 1508 y 1530, en que falleció en extrañas circunstancias, antes de sufrir una operación para amputarle el pie, en donde tenía una herida gangrenosa. La verdad es que la vida no le sonrió mucho (aparte del hecho de nacer en la familia imperial alemana, que ya es tener suerte), porque en Francia, a donde había ido para casarse con el Delfín, pasaron ampliamente de ella, cuando logró casarse finalmente enviudó dos veces, perdió la hija que esperaba del príncipe de Asturias Juan cuando falleció éste, y ya pasó de casarse tras el fallecimiento de su segundo esposo. A partir de ahí, se dedico a la política, y lo hizo con notable éxito.

En Malinas también se están restaurando otras iglesias de las muchas que hay en su centro, y que dentro de poco tiempo tienen aspecto de valer mucho la pena. Entretanto, conviene disfrutar del callejeo por el centro, e incluso de la vista, cuando no de la navegación, por los canales que llegan hasta el mismo. Tiene también un beguinaje-beaterío muy señalado, bastante mayor que los existentes en Holanda, y que constituye un barrio entero, hoy ya sin beguinas, pero tan tranquilo como debió serlo cuando existían, y poblado de curiosas inscripciones en flamenco.

Tras tomar un helado con una amiga, y como el domingo ya iba de vencida, hicimos los últimos kilómetros que nos separaban de Bruselas y dimos así fin al viaje.

Si Dios quiere, no será el último. En los Países Bajos abundan los sitios curiosos, seguramente más que en otros sitios, así que es de suponer que no falte ocasión de darle a la tecla con motivo de otras singladuras por estos mundos de Dios.

Pero eso será otro día, porque éste está a punto de terminar, y no es cuestión de trasnochar más que lo justo.

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