Después de visitar Bolduque y Empel, puntos fuertes de la resistencia católica en la guerra de los ochenta años, tocaba pasar a un baluarte protestante, como era la ciudad de Breda, que en España siempre pronunciamos llana (Bréda), cuando en neerlandés la pronunciación es más bien aguda (Bredá).
Sea como fuere, si Breda se conoce en España es por el cuadro de Diego Velázquez que celebra el momento en que la plaza, mandada por Justino de Nassau, hermano del estatúder, se rinde a los tercios españoles al mando de Ambrosio de Spínola. También conocido como "Las lanzas", por razones obvias.
Cuando uno se acerca a Breda, lo primero que advierte es que el centro de la ciudad no es muy grande, lo cual la diferencia de otras ciudades que han pasado por estas pantallas y, muy notablemente, de Bolduque, objeto de la última visita. Breda es mucho menor, pero no cabe duda de que su defensa en el famoso asedio de 1624 debió ser dura. Spínola era un especialista de los asedios, y ya se había distinguido en el de Ostende, antes de la tregua de 1609, que logró tomar tras varios años a pesar de no tener el dominio del mar. Que Justino de Nassau pudiera aguantar todo el tiempo que lo hizo tiene mucho mérito, a pesar de que el centro de la ciudad está rodeado por un foso, y no hay duda de que en los siglos XVI y XVII había una muralla, de la que queda aún hoy algún resto. Se sabe que otros soberanos enviaron a sus embajadores, que hoy llamaríamos agregados militares, para que tomasen nota de las técnicas poliorcéticas de Spínola, el cual no tuvo el menor inconveniente en aceptarlos y prodigar sus enseñanzas hasta que la ciudad cayó. Las tropas españolas reconocieron el valor de los defensores y les permitieron desfilar armados.
Cuando uno pasa al centro, lo primero que ve es un embarcadero, en el cual hay fondeada una barcaza que lleva el evocador nombre de "Spínola", señal de que a los bredenses de hoy no les molesta demasiado el nombre de quien tomó la ciudad, cierto es que no por mucho tiempo, porque pocos años después, con los tercios ocupados en múltiples frentes, y con el ejército de las Provincias Unidas mucho más bregado por los años de lucha, Breda volvió a perderse para el Rey, y así siguió hasta hoy.
Breda es uno de los lugares emblemáticos de los Nassau. No es donde están enterrados la mayoría de ellos, porque, cuando falleció asesinado el primero de ellos, Guillermo el Taciturno, Breda estaba en manos españolas y se decidió enterrarlo en Delft, donde sigue y donde, ya puestos, fueron enterrados todos los demás. Sin embargo, Breda había sido la cuna de los Nassau, y señal de ello es su enorme catedral, hoy convertida en museo y llena de objetos de la actual familia real.
La catedral está desacralizada. Tras la última conquista, fue arrebatada a los católicos y pasó a los protestantes, que tampoco la han logrado mantener hasta nuestros días. Se habla mucho de la enorme crisis del catolicismo en los Países Bajos, y ciertamente es enorme, pero da la impresión de que la del protestantismo es todavía mayor. En el centro de Breda, sólo con mucho esfuerzo logré ver un templo luterano, pequeño y vacío, mientras que la catedral católica de San Antonio, un bonito templo neoclásico del siglo XVIII, estaba tranquilamente abierta al culto, así como la iglesia del Beguinaje, que suele traducirse al castellano como beaterío. Pero del beaterío podemos hablar más adelante.
De momento, el centro de Breda estaba animadísmo. Hacía sol, y parece que a todo el mundo le había faltado tiempo para salir a la calle a tomar algo. Las terrazas estaban atestadas, la música sonaba desde varios lugares, y nosotros entrábamos aquí y allá curioseando. Cierto es que la cocina holandesa no es especialmente renombrada, y yo diría que con razón. Esa costumbre de tomar una especie de tapa de la pared y de la calentarla de mala manera no acaba de convencerme, pero, vaya, a esta gente le va mucho más lo práctico que lo de dar gusto al paladar, y nosotros no dejábamos de estar de visita, de manera que tocaba acoplarse.
Al final, fuimos siguiendo las rutas recomendadas para dar un paseo, nos paramos primero en una terraza junto a la catedral, entramos en ella a ver el museo, seguimos caminando, nos paramos a tomar algo salido de la pared (sí, es lo que hay...) y luego ya nos acercamos al beguinaje. Intentamos acercarnos al castillo fortificado, pero actualmente está en servicio como academia militar, y no es cosa de intentar una visita, a sabiendas de que son muy limitadas y desde luego no tienen lugar un sábado por la tarde.
Como pasa en todos los beguinajes (que a partir de ahora voy a llamar beaterío, como parece que está mandado), aquí el tiempo lleva otros derroteros y parece que pasa más lentamente, pero eso es sólo en el beaterío. En mi escritorio, donde estoy escribiendo esta entrada, el tiempo corre que se las pela, hoy se hace tarde, y mañana hay que madrugar, así que toca cerrar la pantalla y dejar el beaterío para la próxima ocasión.
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