Este municipio de ochenta mil habitantes mal contados se vio sacudido el año pasado por la dimisión de su alcalde, Armand De Decker. Para sucerderle, dieron un paso al frente dos candidatos, Marc Cools y Boris Dilliès, que fue quien se llevó el gato al agua. Es bastante evidente que eso no le gustó ni un poquito al otro candidato, y la prueba es que lo tenemos ahí, repartiendo pasquines por los buzones y tratando de hacerse un hueco en el espacio político de Uccle, a costa, se supone, de su anterior partido.
Ideológicamente, yo diría que las diferencias entre el MR y la lista de Marc Cools son totalmente inexistentes. Uno entra en la página web de Marc Cools y lo primero que dice es que es liberal. Tengo el tufillo de que, cuando uno se define así de buenas a primeras, es porque la masonería sigue siendo una sociedad secreta y sus miembros tratan de ocultar su pertenencia, y se limitan en cambio en alardear de liberalismo.
Más aún. Uno sigue escudriñando entre los candidatos de su lista, y hay reconocer que Marc Cools ha intentado meter cuotas de todo tipo. Sin embargo, llama poderosamente la atención su número dos, que se apellida Lederman y que trabaja en el servicio social judío. Uno tiene la vaga impresión de que la candidatura de Uccle en Avant tiene mucho de conspiración judeomasónica.
La tal Lederman, además, es francesa, y es que resulta que en Uccle viven un porrón de franceses. Los franceses, con eso de que hablan francés y tal, pasan completamente desapercibidos en Uccle, pero ya lo creo que existen, hasta el punto de que por ahí cerca está el Liceo Francés. He leído que son unos diez mil, lo que querría decir que uno de cada ocho habitantes de este municipio son franceses, de manera que no es extraño que las diferentes candidaturas quieran tener su cuota de franceses fetén, para asegurarse que los franceses de por aquí tienen un incentivo para votarles.
Así pues, la candidatura del MR, el partido hegemónico de por aquí, sufrió la baja de su cabeza de lista y alcalde de Uccle. Sucedió eso a causa del "kazakhgate", un asunto no muy limpio que se refiere, por una parte, a la adquisición de la nacionalidad belga por parte de Fattoj Shodíev (el tipo de la foto, sí), que hoy es belga, sí, pero que nació soviético y pasó a ser kazajo cuando ser soviético se convirtió en imposible por falta de país. Por otra parte, el asunto se refiere a la tramitación de una ley sobre transacciones jurisdiccionales en materia penal que permitió a Shodíev, cliente de De Decker, de escaparse de una condena penal, cosa por la que, evidentemente, a nadie le hace gracia pasar. De Decker, además de presidente del Senado belga y alcalde de Uccle, parece que ejercía de abogado, lo cual ya nos indica que lo de las incompatibilidades no es una prioridad en Bélgica. Él niega, hasta donde he podido descubrir, cualquier implicación en el ajo, pero de momento ha dimitido y, como hemos visto, ha desatado las rencillas del candidato a la alcaldía que no la pudo obtener.
No creo que me merezca la pena votar por Marc Cools. Aparte de que alguien que se presenta a las elecciones por puro despecho no da muy buena espina, lo cierto es que no tiene pinta de haber cambiado un poquito su posición política, por mucho que ahora vuele solo y no esté sujeto a la disciplina de partido alguno. Yo no es que sea muy fan de Franco, la verdad sea dicha, pero realmente la candidatura de nuestro disidente es demasiado masónica y judía para como atraerme lo más mínimo.
Será cosa de buscar otro candidato. A ver si sale alguno que abogue por poner carriles bici por doquier y por limitar la tenencia de automóviles a aquéllos que dispongan de una plaza de garaje.
I wanna Grezzi...
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 29 de junio de 2018
domingo, 24 de junio de 2018
El candidato
En la última entrada me había quedado con la mosca tras la oreja, porque una cosa es que te inviten a participar en la fiesta de la democracia, y otra muy distinta que, si no participas, te den un capón. Es verdad que el capón no es enorme. A los ocho días de las elecciones, se supone que el fiscal forma la lista de los electores que no han votado sin razón válida. Si estás en ella, te pueden llamar de un tribunal de policía, que te clava una multa de entre treinta a sesenta euros. Según otras versiones son entre cuarenta y ochenta. No es el fin del mundo, pero prefiero tenerlos en mi bolsillo, oye.
Ahora bien, he aquí que, entre las toneladas de propaganda que pasan por mi buzón de camino a la basura, un candidato madrugador ha tenido a bien depositar su pasquín, digo yo que para despertar mis simpatías hacia él. Su nombre es Marc Cools, su fotografía ilustra esta entrada, y su lista se llama "Uccle en avant", que no parece muy difícil de comprender para alguien cuya lengua nativa es el valenciano.
A ojo, la propuesta parece atractiva, tú. Una lista ciudadana, independiente de los partidos políticos. A un tipo como yo mismo, al que los partidos políticos le producen cierta inquina, y a quien esa inquina se le incrementa aún más cuando se presentan a las elecciones municipales, no puede menos que gustarle esa idea de hacer una lista que no tiene nada que ver con los partidos políticos.
Luego, claro, vienen los resquemores. Uno ve la foto del candidato, con sus ojos entornados, el traje impecable, el rostro cubierto por esa barba canosa, esa medio sonrisa... ¿será mi tipo? ¿De dónde saca, p'a tanto como destaca?
He de reconocer que, hasta el día de hoy, la vida municipal de la comuna a la que he venido a parar no me ha interesado demasiado. Las elecciones son siempre cada seis años el segundo domingo del mes de octubre, de modo que las anteriores habían sido en octubre de 2012, fecha en la que estaba aún en Moscú, en Bélgica sólo tenía la mente puesta, y ni siquiera sabía que existiera un municipio llamado Uccle. Bueno, pues ha llegado el momento de cambiar eso.
Unas cuantas pesquisas, no muy complicadas, han dado como resultado enterarme de que en Uccle manda el Movimiento Reformador, que dispone de 21 concejalías de las 41 totales. Lo primero que llama la atención es que haya cuarenta y una concejalías para un municipio de ochenta mil habitantes ¿Hacen falta tantas? Valencia, que multiplica por diez la población de Uccle, creo que tiene treinta y tres concejales.
Lo segundo que llama la atención es que los otros veinte concejales andan bastante desperdigados entre las otras cuatro listas que se presentaron en 2012 ¿Sólo cuatro? Pues sí: en segundo lugar quedaron los Verdes (siete), seguidos por los socialistas (cinco), y luego por el FDF (otros cinco), que ahora se llama DéFI, me parece, y que es un grupo parecido al Movimiento Reformador, pero que hace hincapié en en que Bruselas, y si se puede los alrededores, se pueda hablar francés sin problemas ni flamencadas. En último lugar quedaron los demócrata cristianos (tres).
Lo tercero que llama la atención es que el candidato de la foto, el señor Cools, era el número tres de la lista del Movimiento Reformador ¿Qué pasa? ¿Se ha convertido? ¿Se ha enfadado?
Y lo último que llama la atención a primera vista es que el último de la lista del Movimiento Reformador es su jefe, Didier Reynders, que resulta que es concejal de Uccle (porque sí, salió elegido). Todavía tengo que entender cómo se eligen los concejales, porque es evidente que no siguen el orden de la lista.
Pero hoy se hace tarde, así que seguiré mañana indagando sobre las razones de que el señor Cools haya roto con su partido. De paso, intentaré enterarme de qué pasa aquí, porque las listas electorales belgas parecen cerradas, pero no bloqueadas.
Entretanto, yo no sé qué pasa con las fotos de los candidatos, pero no me dan ganas de votar por ninguno.
Ahora bien, he aquí que, entre las toneladas de propaganda que pasan por mi buzón de camino a la basura, un candidato madrugador ha tenido a bien depositar su pasquín, digo yo que para despertar mis simpatías hacia él. Su nombre es Marc Cools, su fotografía ilustra esta entrada, y su lista se llama "Uccle en avant", que no parece muy difícil de comprender para alguien cuya lengua nativa es el valenciano.
A ojo, la propuesta parece atractiva, tú. Una lista ciudadana, independiente de los partidos políticos. A un tipo como yo mismo, al que los partidos políticos le producen cierta inquina, y a quien esa inquina se le incrementa aún más cuando se presentan a las elecciones municipales, no puede menos que gustarle esa idea de hacer una lista que no tiene nada que ver con los partidos políticos.
Luego, claro, vienen los resquemores. Uno ve la foto del candidato, con sus ojos entornados, el traje impecable, el rostro cubierto por esa barba canosa, esa medio sonrisa... ¿será mi tipo? ¿De dónde saca, p'a tanto como destaca?
He de reconocer que, hasta el día de hoy, la vida municipal de la comuna a la que he venido a parar no me ha interesado demasiado. Las elecciones son siempre cada seis años el segundo domingo del mes de octubre, de modo que las anteriores habían sido en octubre de 2012, fecha en la que estaba aún en Moscú, en Bélgica sólo tenía la mente puesta, y ni siquiera sabía que existiera un municipio llamado Uccle. Bueno, pues ha llegado el momento de cambiar eso.
Unas cuantas pesquisas, no muy complicadas, han dado como resultado enterarme de que en Uccle manda el Movimiento Reformador, que dispone de 21 concejalías de las 41 totales. Lo primero que llama la atención es que haya cuarenta y una concejalías para un municipio de ochenta mil habitantes ¿Hacen falta tantas? Valencia, que multiplica por diez la población de Uccle, creo que tiene treinta y tres concejales.
Lo segundo que llama la atención es que los otros veinte concejales andan bastante desperdigados entre las otras cuatro listas que se presentaron en 2012 ¿Sólo cuatro? Pues sí: en segundo lugar quedaron los Verdes (siete), seguidos por los socialistas (cinco), y luego por el FDF (otros cinco), que ahora se llama DéFI, me parece, y que es un grupo parecido al Movimiento Reformador, pero que hace hincapié en en que Bruselas, y si se puede los alrededores, se pueda hablar francés sin problemas ni flamencadas. En último lugar quedaron los demócrata cristianos (tres).
Lo tercero que llama la atención es que el candidato de la foto, el señor Cools, era el número tres de la lista del Movimiento Reformador ¿Qué pasa? ¿Se ha convertido? ¿Se ha enfadado?
Y lo último que llama la atención a primera vista es que el último de la lista del Movimiento Reformador es su jefe, Didier Reynders, que resulta que es concejal de Uccle (porque sí, salió elegido). Todavía tengo que entender cómo se eligen los concejales, porque es evidente que no siguen el orden de la lista.
Pero hoy se hace tarde, así que seguiré mañana indagando sobre las razones de que el señor Cools haya roto con su partido. De paso, intentaré enterarme de qué pasa aquí, porque las listas electorales belgas parecen cerradas, pero no bloqueadas.
Entretanto, yo no sé qué pasa con las fotos de los candidatos, pero no me dan ganas de votar por ninguno.
jueves, 7 de junio de 2018
Inscribirse o no inscribirse, ésa es la cuestión
En primer lugar, y después de algunas semanas de ausencia, no quisiera dejar pasar por alto la noticia de la definitiva terminación de toda puerta de entrada de mi casa, garaje incluido. El Señor ha escuchado finalmente nuestras plegarias, y nos ha armado de la paciencia suficiente como para aguantar los desplantes del señor Puertinkx. Otra posibilidad es que haya movido al señor Puertinkx a acabar su tarea en menos de año y medio, pero me resulta difícil reconocer ningún milagro en ello.
Sea como fuere, ese episodio, si nada se tuerce, pertenece al pasado. Al presente pertenece el leve accidente de coche que tuvo lugar a principios de mes y que tiene a nuestro coche (el Topomóvil o кротомобиль, según en que lengua nos refiramos a él) en el taller desde hace casi un mes, total por un faro roto y cuatro desperfectos en la carrocería. Un mes. Se supone que lo voy a recoger mañana, pero yo no termino de creérmelo y, como Santo Tomás motorizado, no lo daré por cierto hasta que esté montado en el coche y conduciéndolo.
Y es que la burocracia belga del sector privado es pesada e insoportable. Y la del sector público ni me quiero imaginar cómo es. Hasta la fecha, me he alejado de la misma como de un nublado, y me he limitado a una interacción mínima con los servicios de mi municipio, para cuestiones como el pago de los distintos impuestos con los que Uccle, y la región de Bruselas en general, fríe a sus habitantes, o las multas con las que nos premian cada vez que aparcamos donde no estaba permitido, o alguna licencia que no hay más remedio que conseguir. En general, tratar de pasar desapercibido ante los poderes públicos es algo sumamente recomendable. Vamos, si no te ven, no te cascan demasiado.
Pero he aquí que próximamente hay elecciones municipales. El municipio me fríe, efectivamente, a impuestos, y por mi cabeza rondan cosas como el no taxation without representation, que me hacen pensar si no merecería la pena hacerme pasar por un probo ciudadano local y contribuir, con mi voto, a la gran fiesta de la democracia, mientras pongo mi mano en el pecho y manifiesto mi resolución de ser fiel al municipio y de dar por él mi última gota de sangre si menester fuere.
Sin embargo, hay algunas cosas que me tiran para atrás. La primera es que estoy completamente pez en política local y que no sé si quienes se presentan son rojos, verdes, azules o grises, o si desempeñana bien su función o ni fu ni fa. Para votar a cualquier cretino, pues no voto, voto nulo o lo hago en blanco. Igualito que en España.
Lo malo es que ahí llega la segunda cosa que me tira para atrás.
En Bélgica, la democracia no es una opción, sino una obligación. Tú no puedes decir por las buenas que todos los candidatos son una banda de merluzos, que les va a votar Rita, y que te quedas en casa como protesta, y allá se las compongan los politicastros con sus elecciones. No. En Bélgica, votar es obligatorio. A un español eso le suena rarísimo, porque ni con Franco el voto ha sido obligatorio en España (antes de se me eche nadie al cuello, con Franco hubo dos referendos, dos elecciones a procuradores por el tercio familiar y ocho elecciones municipales), así que uno se siente algo oprimido por aquí. Ahora me debato, como el grupo de electores típicamente belgas de la foto, entre inscribirme o no en el censo electoral municipal y, en caso positivo, saber que el fin de semana que toque tengo que estar a pie de urna, dándolo todo con carácter y temperamento, o arrostrar las consecuencia de mi comportamiento incívico.
Cuáles son esas conecuencias, lo dejo para la próxima entrada, dentro de poco, si Dios quiere, porque el plazo para inscribirse como elector termina con el mes de julio.
Sea como fuere, ese episodio, si nada se tuerce, pertenece al pasado. Al presente pertenece el leve accidente de coche que tuvo lugar a principios de mes y que tiene a nuestro coche (el Topomóvil o кротомобиль, según en que lengua nos refiramos a él) en el taller desde hace casi un mes, total por un faro roto y cuatro desperfectos en la carrocería. Un mes. Se supone que lo voy a recoger mañana, pero yo no termino de creérmelo y, como Santo Tomás motorizado, no lo daré por cierto hasta que esté montado en el coche y conduciéndolo.
Y es que la burocracia belga del sector privado es pesada e insoportable. Y la del sector público ni me quiero imaginar cómo es. Hasta la fecha, me he alejado de la misma como de un nublado, y me he limitado a una interacción mínima con los servicios de mi municipio, para cuestiones como el pago de los distintos impuestos con los que Uccle, y la región de Bruselas en general, fríe a sus habitantes, o las multas con las que nos premian cada vez que aparcamos donde no estaba permitido, o alguna licencia que no hay más remedio que conseguir. En general, tratar de pasar desapercibido ante los poderes públicos es algo sumamente recomendable. Vamos, si no te ven, no te cascan demasiado.
Pero he aquí que próximamente hay elecciones municipales. El municipio me fríe, efectivamente, a impuestos, y por mi cabeza rondan cosas como el no taxation without representation, que me hacen pensar si no merecería la pena hacerme pasar por un probo ciudadano local y contribuir, con mi voto, a la gran fiesta de la democracia, mientras pongo mi mano en el pecho y manifiesto mi resolución de ser fiel al municipio y de dar por él mi última gota de sangre si menester fuere.
Sin embargo, hay algunas cosas que me tiran para atrás. La primera es que estoy completamente pez en política local y que no sé si quienes se presentan son rojos, verdes, azules o grises, o si desempeñana bien su función o ni fu ni fa. Para votar a cualquier cretino, pues no voto, voto nulo o lo hago en blanco. Igualito que en España.
Lo malo es que ahí llega la segunda cosa que me tira para atrás.
En Bélgica, la democracia no es una opción, sino una obligación. Tú no puedes decir por las buenas que todos los candidatos son una banda de merluzos, que les va a votar Rita, y que te quedas en casa como protesta, y allá se las compongan los politicastros con sus elecciones. No. En Bélgica, votar es obligatorio. A un español eso le suena rarísimo, porque ni con Franco el voto ha sido obligatorio en España (antes de se me eche nadie al cuello, con Franco hubo dos referendos, dos elecciones a procuradores por el tercio familiar y ocho elecciones municipales), así que uno se siente algo oprimido por aquí. Ahora me debato, como el grupo de electores típicamente belgas de la foto, entre inscribirme o no en el censo electoral municipal y, en caso positivo, saber que el fin de semana que toque tengo que estar a pie de urna, dándolo todo con carácter y temperamento, o arrostrar las consecuencia de mi comportamiento incívico.
Cuáles son esas conecuencias, lo dejo para la próxima entrada, dentro de poco, si Dios quiere, porque el plazo para inscribirse como elector termina con el mes de julio.