miércoles, 15 de marzo de 2017

Las medidas de la puerta de garaje

Al día siguiente, David no me llamó, lo cual ya me debió ir mosqueando. Había cogido una tarjeta de su mesa, y me pregunté si llamarle o no para recordarle que debía pasar a tomar medidas, pero aquí en Bélgica me da la impresión de que las cosas funcionan de manera parecida a como lo hacían en Rusia, en que tú eres el cliente, sí, pero quien manda no eres tú, sino que tu proveedor te hace un favor al proveerte. En Rusia, y más aún en Moscú, en los últimos años, las cosas habían cambiado mucho, supongo que gracias a la competencia y esas zarandajas. En Bélgica, yo no sé qué pasa, pero un huevo de empresas parecen no necesitar clientes y tienen que quitárselos de encima para que no les molesten. Como hacerlo así, directamente, está feo, lo hacen de manera indirecta, y una de las maneras indirectas, al menos la más efectiva, es tratarnos a patadas.

Decidí no llamarle. Me da la impresión de que cada vez que llamas a alguien que, de suyo, debería perseguirte a ti, estás haciendo el canelo y les das pie para que te traten de manera todavía peor, a ver hasta dónde pueden llegar impunemente.

Más o menos una semana después, David llamó para quedar a tomar medidas. Estupendo, sólo una semana de retraso, voto a Bríos. Dijo que se pasaría el martes siguiente, lo cual nos venía razonablemente bien.

El martes, aproximadamente media hora más tarde de lo que dijo, una figura grande y pesada atravesaba la calle y aparecía por nuestra residencia. Era él. Como había llegado cuando quiso, yo ya estaba saliendo por la puerta para conducir a Ame a una clase que tenía lejos del barrio, así que fue Alfina quien lo atendió.

A mi vuelta, requerí qué tal le había ido.

- Bien. Tomó las medidas, y luego me estuvo explicando cómo funcionaría.

Otra cosa no, pero palabrería, toda la que haga falta.

- ¿Y ahora qué?

- Dice que pasado mañana pasará el presupuesto.

Ay, ay, ay... Pasado mañana...

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