Al día siguiente, David no me llamó, lo cual ya me debió ir mosqueando. Había cogido una tarjeta de su mesa, y me pregunté si llamarle o no para recordarle que debía pasar a tomar medidas, pero aquí en Bélgica me da la impresión de que las cosas funcionan de manera parecida a como lo hacían en Rusia, en que tú eres el cliente, sí, pero quien manda no eres tú, sino que tu proveedor te hace un favor al proveerte. En Rusia, y más aún en Moscú, en los últimos años, las cosas habían cambiado mucho, supongo que gracias a la competencia y esas zarandajas. En Bélgica, yo no sé qué pasa, pero un huevo de empresas parecen no necesitar clientes y tienen que quitárselos de encima para que no les molesten. Como hacerlo así, directamente, está feo, lo hacen de manera indirecta, y una de las maneras indirectas, al menos la más efectiva, es tratarnos a patadas.
Decidí no llamarle. Me da la impresión de que cada vez que llamas a alguien que, de suyo, debería perseguirte a ti, estás haciendo el canelo y les das pie para que te traten de manera todavía peor, a ver hasta dónde pueden llegar impunemente.
Más o menos una semana después, David llamó para quedar a tomar medidas. Estupendo, sólo una semana de retraso, voto a Bríos. Dijo que se pasaría el martes siguiente, lo cual nos venía razonablemente bien.
El martes, aproximadamente media hora más tarde de lo que dijo, una figura grande y pesada atravesaba la calle y aparecía por nuestra residencia. Era él. Como había llegado cuando quiso, yo ya estaba saliendo por la puerta para conducir a Ame a una clase que tenía lejos del barrio, así que fue Alfina quien lo atendió.
A mi vuelta, requerí qué tal le había ido.
- Bien. Tomó las medidas, y luego me estuvo explicando cómo funcionaría.
Otra cosa no, pero palabrería, toda la que haga falta.
- ¿Y ahora qué?
- Dice que pasado mañana pasará el presupuesto.
Ay, ay, ay... Pasado mañana...
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