Por fin me estaba atendiendo alguien en aquel comercio. David, que tal era efectivamente el nombre del dependiente de marras, me hizo sentar delante de él.
- Entonces, ¿quiere cambiar la puerta de su garaje?
- Sí, he traído unas fotos. Ahora se las enseño.
- A ver.
Y es que yo iba preparado y todo. Antes de salir, había hecho unas fotos del garaje desde el interior y desde el exterior, para que me pudiera ofrecer algo coherente.
- Mmmm... - murmuró David.
- ¿Se puede hacer?
- Sí, sí, se puede hacer. Podemos poner una puerta abatible, o una puerta seccional, que parece lo más adecuado aquí.
Siguió un ratito de explicaciones técnicas, que seguí a duras penas, porque mi francés jurídico ya es bastante bueno, pero mi francés de puertas de garaje y sus circunstancias como que aún no se ha desarrollado lo suficiente.
- Bueno, pues háganme un presupuesto de lo que cuesta cada cosa.
- Primero tengo que ir a tomar las medidas.
- Claro. Si quiere y tiene tiempo, podemos ir ahora.
Iluso de mí.
- No, ahora no puedo, porque tengo una visita, pero le llamaré mañana y ya quedaremos para que pase por allí.
- Oiga, ya de paso, y como también tienen puertas de entrada, quizá nos gustaría cambiarla también.
- Bueno, eso aquí lo lleva otro colega, pero las medidas las puedo tomar yo ¿Qué tipo de puerta le gustaría?
- Hombre, una puerta seria, de un color gris. Bueno, de colores mejor que opine mi esposa, que de eso yo no controlo nada.
- Ah, ya. Bueno, tenemos estas puertas de entradas que ve usted aquí expuestas, y cualquiera de ellas se puede adaptar fácilmente a su caso, pero claro, mejor que lo hable con mi colega, el que se ocupa de las puertas de entrada. Lo mío, ya sabe, son las de garaje.
- Vale, entonces me llama mañana y toma las medidas.
- Mañana mismo le llamo sin falta.
- Hasta mañana entonces.
Y salí de la tienda. Pensé en despedirme del tipo que me había recibido en primer lugar, pero seguía muy concentrado mirando Dios sabe qué en el ordenador, así que pensé que no era cuestión de molestarlo. Pobrecito.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
sábado, 25 de febrero de 2017
miércoles, 15 de febrero de 2017
En la tienda de puertas de garaje
Decíamos ayer (y, por una vez, fue realmente ayer, y no hace dos o tres meses) que nos hacía falta una puerta para nuestro garaje. Y nos habíamos quedado en el momento (emocionante, lo sé) en que atravieso con la intrepidez que me caracteriza un comercio belga y me dirijo a un dependiente, igualmente belga.
El dependiente está sentado delante de un ordenador, aparentemente trabajando. Una mirada un poco más atenta, y la experiencia de muchas tardes viendo a gente que, aparentemente, trabajaba, me permite convencerme de que lo que hace es mirar fijamente una pantalla. Decido prescindir de lo que pueda estar mostrando esa pantalla, y le dirijo la palabra.
- Buenas tardes, yo querría cambiar la puerta de mi garaje, y vengo a ver qué me pueden ofrecer.
El dependiente me mira con aspecto extrañado. Por un momento pensé que me había equivocado de tienda.
- Puertas de garaje, puertas de garaje... - el dependiente se puso a repetir su mantra.
Hice memoria. Giré la cabeza, y a mi alrededor no se veía otra cosa que puertas. La mayoría eran de interior, y alguna de entrada, y justo en la mesa vecina del dependiente había un catálogo abierto de puertas de garaje. O el dependiente era nuevo, o se estaba quedando conmigo, o era belga, o las tres cosas.
- No sé quién tendra puertas de garaje.
- ¿No? Pero, en su página web, dice que ustedes se dedican a las puertas de garaje.
- Sí, posiblemente diga eso. Preo, claro, hay que encontrar a la persona adecuada.
- ¿Y no está aquí? - pregunté haciendo acopio de paciencia y recordando que hacía tiempo que no releía "El castillo" y que quizá no sería una mala idea.
- Ufff... Hay alguien, sí... hay alguien...
Era noviembre. Los días, que sólo ahora empiezan a alargarse, eran cortísimos, y la luz del sol, a las cuatro de la tarde, comenzaba a apagarse. El cielo estaba gris, y el ambiente resultaba opresivo. Me erguí a la espera de que el dependiente haciera algo, lo que fuera. Éste comprendió que no me iba a ir tan simplemente y que, si quería seguir mirando lo que hubiera en la pantalla, primero iba a tener que librarse de mí.
- Voy a llamarlo - dijo, con un tono de voz en el que se apreciaba un mínimo, muy mínimo, de resolución.
Tomó el teléfono, marcó un número y, cuando hubo recibido una respuesta, comenzó a hablar:
- Ha venido una persona que quiere cambiar la puerta de su garaje.
- (...)
- Sí, ya se lo he dicho.
- (...)
- ¿Me podeis pasar con David?
- (..)
- Bueno, pues dadme su número.
- (...)
- Gracias.
Y colgó. Enseguida se dirigió a mí.
- Voy a intentar hablar con David. David tiene puertas de garaje. Le podrá ayudar.
- Vamos a ver.
- Yo hago lo que está en mi mano.
El dependiente volvió a marcar un número.
- David, ¿dónde estás?
- (...)
- Tengo aquí una persona que quiere cambiar la puerta de su garaje.
- (...)
- No lo sé. No se lo he preguntado ¿Puedes venir?
- (...)
- Gracias. Te espero.
El dependiente colgó de nuevo y volvió a dirigírseme.
- Va a venir David. Ésa es su mesa. Espérele ahí.
Y señaló la mesa que estaba justamente a su lado, a menos de medio metro de mí, la que tenía el catálogo de puertas de garaje. A partir de ahí debió considerar que el asunto que yo le planteaba ya no era de su incumbencia y volvió a su pantalla de ordenador. Entretanto, la pantalla se le había bloqueado y, con un gesto de hastío, tuvo que pulsar un par de teclas para seguir con sus quehaceres.
Me quedé de pie delante de la mesa, esperando a que apareciera David. Como eso no sucedió enseguida, di un par de vueltas mirando las puertas de entrada que tenían y, como nuestra puerta de entrada, aunque se abre y cierra sin problemas, data igualmente de la época colonial, pensé en qué no sería mala idea cambiarla también.
Ya había mirado varias veces cada detalle de todas las puertas de entrada que tenían por allí, y ya no sabía qué hacer para hacer tiempo hasta que David se dignara atenderme, cuando finalmente vi a un joven de elevada estatura y andar reposado, que se acercaba hacia la mesa que me interesaba con aires de plantígrado recién salido de la hibernación. Como quería ver a mis hijos antes de que se fueran a la universidad, decidí tomar la iniciativa y le intercepté.
- ¿Es usted David?
- Sí... ¿Usted es el ha venido por una puerta de garaje?
- Ése soy yo.
- Ufff... bueno, siéntese.
Acepté su invitación pensando que estaba hablando con un profesional, como atestiguaba el catálogo, precisamente de puertas de garaje, lo que a mí me interesaba, que estaba abierto sobre el escritorio, a diferencia del dependiente de al lado, que debía ser pariente cercano del dueño, a juzgar por su actitud inhibida.
Y con esto terminamos por hoy, quedando para mañana (o pasado, a saber) las aventuras que se sucedieron en aquel lugar que ya me estaba preguntando yo si era realmente una empresa de puertas de garaje, o la tapadera de un negocio mafioso o de una guarida de yihadistas ocultos en el almacén.
El dependiente está sentado delante de un ordenador, aparentemente trabajando. Una mirada un poco más atenta, y la experiencia de muchas tardes viendo a gente que, aparentemente, trabajaba, me permite convencerme de que lo que hace es mirar fijamente una pantalla. Decido prescindir de lo que pueda estar mostrando esa pantalla, y le dirijo la palabra.
- Buenas tardes, yo querría cambiar la puerta de mi garaje, y vengo a ver qué me pueden ofrecer.
El dependiente me mira con aspecto extrañado. Por un momento pensé que me había equivocado de tienda.
- Puertas de garaje, puertas de garaje... - el dependiente se puso a repetir su mantra.
Hice memoria. Giré la cabeza, y a mi alrededor no se veía otra cosa que puertas. La mayoría eran de interior, y alguna de entrada, y justo en la mesa vecina del dependiente había un catálogo abierto de puertas de garaje. O el dependiente era nuevo, o se estaba quedando conmigo, o era belga, o las tres cosas.
- No sé quién tendra puertas de garaje.
- ¿No? Pero, en su página web, dice que ustedes se dedican a las puertas de garaje.
- Sí, posiblemente diga eso. Preo, claro, hay que encontrar a la persona adecuada.
- ¿Y no está aquí? - pregunté haciendo acopio de paciencia y recordando que hacía tiempo que no releía "El castillo" y que quizá no sería una mala idea.
- Ufff... Hay alguien, sí... hay alguien...
Era noviembre. Los días, que sólo ahora empiezan a alargarse, eran cortísimos, y la luz del sol, a las cuatro de la tarde, comenzaba a apagarse. El cielo estaba gris, y el ambiente resultaba opresivo. Me erguí a la espera de que el dependiente haciera algo, lo que fuera. Éste comprendió que no me iba a ir tan simplemente y que, si quería seguir mirando lo que hubiera en la pantalla, primero iba a tener que librarse de mí.
- Voy a llamarlo - dijo, con un tono de voz en el que se apreciaba un mínimo, muy mínimo, de resolución.
Tomó el teléfono, marcó un número y, cuando hubo recibido una respuesta, comenzó a hablar:
- Ha venido una persona que quiere cambiar la puerta de su garaje.
- (...)
- Sí, ya se lo he dicho.
- (...)
- ¿Me podeis pasar con David?
- (..)
- Bueno, pues dadme su número.
- (...)
- Gracias.
Y colgó. Enseguida se dirigió a mí.
- Voy a intentar hablar con David. David tiene puertas de garaje. Le podrá ayudar.
- Vamos a ver.
- Yo hago lo que está en mi mano.
El dependiente volvió a marcar un número.
- David, ¿dónde estás?
- (...)
- Tengo aquí una persona que quiere cambiar la puerta de su garaje.
- (...)
- No lo sé. No se lo he preguntado ¿Puedes venir?
- (...)
- Gracias. Te espero.
El dependiente colgó de nuevo y volvió a dirigírseme.
- Va a venir David. Ésa es su mesa. Espérele ahí.
Y señaló la mesa que estaba justamente a su lado, a menos de medio metro de mí, la que tenía el catálogo de puertas de garaje. A partir de ahí debió considerar que el asunto que yo le planteaba ya no era de su incumbencia y volvió a su pantalla de ordenador. Entretanto, la pantalla se le había bloqueado y, con un gesto de hastío, tuvo que pulsar un par de teclas para seguir con sus quehaceres.
Me quedé de pie delante de la mesa, esperando a que apareciera David. Como eso no sucedió enseguida, di un par de vueltas mirando las puertas de entrada que tenían y, como nuestra puerta de entrada, aunque se abre y cierra sin problemas, data igualmente de la época colonial, pensé en qué no sería mala idea cambiarla también.
Ya había mirado varias veces cada detalle de todas las puertas de entrada que tenían por allí, y ya no sabía qué hacer para hacer tiempo hasta que David se dignara atenderme, cuando finalmente vi a un joven de elevada estatura y andar reposado, que se acercaba hacia la mesa que me interesaba con aires de plantígrado recién salido de la hibernación. Como quería ver a mis hijos antes de que se fueran a la universidad, decidí tomar la iniciativa y le intercepté.
- ¿Es usted David?
- Sí... ¿Usted es el ha venido por una puerta de garaje?
- Ése soy yo.
- Ufff... bueno, siéntese.
Acepté su invitación pensando que estaba hablando con un profesional, como atestiguaba el catálogo, precisamente de puertas de garaje, lo que a mí me interesaba, que estaba abierto sobre el escritorio, a diferencia del dependiente de al lado, que debía ser pariente cercano del dueño, a juzgar por su actitud inhibida.
Y con esto terminamos por hoy, quedando para mañana (o pasado, a saber) las aventuras que se sucedieron en aquel lugar que ya me estaba preguntando yo si era realmente una empresa de puertas de garaje, o la tapadera de un negocio mafioso o de una guarida de yihadistas ocultos en el almacén.
martes, 14 de febrero de 2017
La increíble aventura de la puerta del garaje
Creo que los lectores ya conocen sobradamente que, desde hace casi un par de años (¡cómo pasa el tiempo!) somos dueños de una casa y, desde hace algo menos de uno, después de un vía crucis en forma de obras en Bruselas, incluso la habitamos.
La casa está habitable, incluso perfectamente habitable, pero quedan cosillas por hacer, y una de ellas es la puerta del garaje. Es una puerta sólida, de cuando las cosas se hacían como Dios manda, incluso en Bélgica. Data del mismo año que la casa, allá por 1957, de cuando Bélgica aún era potencia colonial y expoliaba el Congo, antes de hacerse con las sedes de las instituciones comunitarias y pasar a expoliar al resto de los europeos, lo cual es mucho menos racista.
Pero, claro, desde 1957 ha pasado la friolera de sesenta años, y la puerta, no es que esté mal, que no, pero, por ejemplo, presenta algunos problemillas, el principal de los cuales es que no se abre, lo cual, quieras que no, es la función de una puerta. En realidad, no se abre desde fuera; desde dentro sí, y así es como se puede utilizar el garaje para algo. Yo llego con mi bicicleta, la dejo delante del garaje, abro la puerta principal de casa, entro al garaje por detrás, abro la puerta desde dentro, meto la bicicleta, y vuelvo a cerrar desde dentro. Incluso para alguien con mi paciencia, el proceso es tedioso. Además, cuando saco la bicicleta, hay que repetir el mismo proceso, sólo que al revés. No mola nada.
Cuando nos hubimos recuperado hasta cierto punto de la sangría que supuso comprar y reformar la casa, llegó el momento de pensar en cambiar la puerta. Uno pensaría que cambiar una puerta de garaje debe ser algo sencillo, pero ¡ja!, esto es Bélgica. A María Isabel, antes muerta que sencilla, se le debió ocurrir aquí la canción.
Yo hice lo que hubiera hecho en España. Un buen día cogí el buscador de Internet y pulsé 'portes de garage Uccle', porque uno estará más o menos hasta las narices del país, pero hasta cierto punto la elección de vivir en Uccle es mía y para ser consecuente tengo que tenerle algo de aprecio, y qué menos que dar una oportunidad al comercio local.
Me salió una dirección que parecia buena. Vi dónde estaba el establecimiento, y resulta que estaba muy cerca de la pista de entrenamiento de Ame, así que incluso podría aprovechar para hacer los trámites mientras Ame estuviera tratando de enchufar triples.
Bueno, en realidad me fije un poco más y mi gozo se quedó en un pozo, porque no, cuando los establecimiento cierran a las cinco y media y ni un minuto más no hay manera humana de visitar el lugar. Seguí hurgando por la página web, y tenían bastantes cosas colgadas y muchas fotos monas. Me llamó mucho la atención que alardearan de que sus productos eran cien por cien belgas, con calidad belga. Supongo que debía ser algo bueno, o eso creían ellos, pero yo noté un escalofrío en la espalda.
Sea como fuere, un buen día, que no tenía que ir al trabajo por la tarde, me acerqué al establecimiento con ánimo de dejar el asunto arreglado lo más pronto posible. Atravesé la puerta, miré a derecha e izquierda...
...y lo dejo aquí, porque se me hace tarde, pero prometo continuar. Sí, ahora de veras.
La casa está habitable, incluso perfectamente habitable, pero quedan cosillas por hacer, y una de ellas es la puerta del garaje. Es una puerta sólida, de cuando las cosas se hacían como Dios manda, incluso en Bélgica. Data del mismo año que la casa, allá por 1957, de cuando Bélgica aún era potencia colonial y expoliaba el Congo, antes de hacerse con las sedes de las instituciones comunitarias y pasar a expoliar al resto de los europeos, lo cual es mucho menos racista.
Pero, claro, desde 1957 ha pasado la friolera de sesenta años, y la puerta, no es que esté mal, que no, pero, por ejemplo, presenta algunos problemillas, el principal de los cuales es que no se abre, lo cual, quieras que no, es la función de una puerta. En realidad, no se abre desde fuera; desde dentro sí, y así es como se puede utilizar el garaje para algo. Yo llego con mi bicicleta, la dejo delante del garaje, abro la puerta principal de casa, entro al garaje por detrás, abro la puerta desde dentro, meto la bicicleta, y vuelvo a cerrar desde dentro. Incluso para alguien con mi paciencia, el proceso es tedioso. Además, cuando saco la bicicleta, hay que repetir el mismo proceso, sólo que al revés. No mola nada.
Cuando nos hubimos recuperado hasta cierto punto de la sangría que supuso comprar y reformar la casa, llegó el momento de pensar en cambiar la puerta. Uno pensaría que cambiar una puerta de garaje debe ser algo sencillo, pero ¡ja!, esto es Bélgica. A María Isabel, antes muerta que sencilla, se le debió ocurrir aquí la canción.
Yo hice lo que hubiera hecho en España. Un buen día cogí el buscador de Internet y pulsé 'portes de garage Uccle', porque uno estará más o menos hasta las narices del país, pero hasta cierto punto la elección de vivir en Uccle es mía y para ser consecuente tengo que tenerle algo de aprecio, y qué menos que dar una oportunidad al comercio local.
Me salió una dirección que parecia buena. Vi dónde estaba el establecimiento, y resulta que estaba muy cerca de la pista de entrenamiento de Ame, así que incluso podría aprovechar para hacer los trámites mientras Ame estuviera tratando de enchufar triples.
Bueno, en realidad me fije un poco más y mi gozo se quedó en un pozo, porque no, cuando los establecimiento cierran a las cinco y media y ni un minuto más no hay manera humana de visitar el lugar. Seguí hurgando por la página web, y tenían bastantes cosas colgadas y muchas fotos monas. Me llamó mucho la atención que alardearan de que sus productos eran cien por cien belgas, con calidad belga. Supongo que debía ser algo bueno, o eso creían ellos, pero yo noté un escalofrío en la espalda.
Sea como fuere, un buen día, que no tenía que ir al trabajo por la tarde, me acerqué al establecimiento con ánimo de dejar el asunto arreglado lo más pronto posible. Atravesé la puerta, miré a derecha e izquierda...
...y lo dejo aquí, porque se me hace tarde, pero prometo continuar. Sí, ahora de veras.