En España se cuenta de vez en cuanto un chiste viejísimo.
Un borracho, de noche, está buscando algo junto a una farola. Se le acerca un vecino y le dice:
- Juan, ¿qué te pasa?
- He perdido las llaves, y no puedo entrar en casa.
- Pues te ayudo a buscarlas.
Se pasan un buen rato buscando, y las llaves no aparecen. El vecino, al final, dice:
- Juan, ¿las perdiste aquí?
- Ah, no, las perdí allá, debajo del banco.
- ¿Y qué hacemos media hora buscando aquí, animal?
- Es que aquí hay más luz.
* * *
En Bélgica, podríamos variarlo ligeramente.
- Juan, ¿dónde vas?
- He quedado con Pedro a las ocho aquí al lado.
- ¿A las ocho? ¿Y dónde vas ahora, si son las cinco?
- Es que ahora no llueve.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 25 de septiembre de 2015
martes, 22 de septiembre de 2015
Día sin coches
He leído que en alguna ciudad española (Madrid y Valencia, que son las que frecuento) hoy es el 'Día sin coches', y que eso lo celebran por allí cerrando al tráfico dos o tres calles del centro, y hasta aquí hemos llegado. Eso sí, el alcalde de Valencia se pone farruco, lanza su proclama a favor de las bicicletas y hace que sus escoltas, que va a comenzar a tener, vayan en bicicleta o andando. Hechas las declaraciones, y pasadas dos o tres horas, no más, las calles del centro se vuelven a abrir al tráfico motorizado, y ya tenemos la conciencia tranquila hasta el año que viene. Qué buenos somos, qué ecológicos, el no va más más. Ecología, bicicleta y País Valencià.
Aprendices...
En Bruselas, el Día sin coches fue el domingo pasado. Cierto, fue un domingo, no un día laborable (me gustaría saber por qué en Madrid y en Valencia no lo hacen en domingo, que ésa es otra), pero fue un día sin coches de verdad. Por la mañana se cortó el tráfico en toda la ciudad, pero toda toda, y hasta las siete de la tarde la calle fue de ciclistas, peatones, patinadores, montadores de patinete y, eso sí, autobuses, taxis, tranvías y coches de policía.
En general, para los ciclistas, Bruselas es un asquito de ciudad. No ya es que llueva casi a diario o que buena parte de la ciudad esté adoquinada, porque eso sucede en otras ciudades de la zona; es que, además, la ciudad tiene unas pendientes de aúpa (¡y lo llaman Países 'Bajos'!) y los carriles-bici son unas líneas pintarrajeadas sobre la calzada sin ninguna distinción con el espacio de los coches. En serio, y a pesar de su mala prensa, Valencia está mucho mejor en ese sentido, el de los carriles-bici.
El domingo, sin embargo, el día fue de ciclistas y peatones, lo que pasa es que, por mucho que el ciclismo sea el deporte nacional belga, hay gente que en Bruselas no lo tiene muy asumido. Como era el día sin coches y, oh, gran prodigio, hizo sol casi todo el día, y no llovió ni un poquito, pues casi que era obligado salir, y se notó que hay gente que tuvo que desempolvar la bicicleta para la ocasión, hasta tal punto iban haciendo eses por la calzada. De hecho, estoy por pensar que pudo ser más peligroso, para ir en bicicleta, que cualquier otro día, con los coches pasando por tu lado haciendo casi omiso de la norma que habla de dejar un metro entre el ciclista y el vehículo que lo adelanta.
Al aire libre, con sol, y sin coches, Bruselas gana mucho. No es obligado ir al Bois de la Cambre o, mejor, al Forêt de Soignes para evadirse del mundanal ruido de los motores. El domingo, valieron también las arterias principales de la ciudad, porque por ninguna circularon coches. También es verdad que más valdría, para fomentar la bicicleta, unas infraestructuras como Dios manda, como las que hay en las ciudades flamencas, o mismamente en Valencia, y menos alardear de día sin coches. Con unas infraestructuras como corresponde, y sé que estoy fantaseando, no haría falta que los ciclistas fuéramos en contra dirección por unas calles estrechas, que apenas dan para un coche, pero por las que es legal que te encuentres a un ciclista de frente. Y a ver quién pasa.
Curiosamente, en España es al revés. Las infraestructuras comienzan a existir, y en algunos sitios son muy respetables, pero la gente no las usa todo lo que debería. Yo, que sigo con el rabillo del ojo lo que pasa en Valencia, con su alcalde ciclista, espero cambios, y he de reconocer que este verano, cuando anduve por allí en bicicleta, me tomé unas confianzas que con Rita no me hubiera atrevido a tomar, e incluso me subí a la acera sin temor a los multazos absurdos que se imponían hasta hace poco a los ciclstas que no eran de Valenbisi, y que nunca terminé de entender. Que una cosa es circular sistemáticamente por la acera a toda viroya porque sí y pasando de cualquier otro usuario, y otra es hacerlo un tramo para evitar infinitas vueltas a la mudanza y hacerlo a paso peatón, o atar la bici a una farola allá donde no haya barras para hacerlo.
De momento, sin embargo, adiós a la semana de la movilidad y al día sin coches 'a la española'. O sea, con coches excepto en el 1% de los casos, siendo generosos.
Aprendices...
En Bruselas, el Día sin coches fue el domingo pasado. Cierto, fue un domingo, no un día laborable (me gustaría saber por qué en Madrid y en Valencia no lo hacen en domingo, que ésa es otra), pero fue un día sin coches de verdad. Por la mañana se cortó el tráfico en toda la ciudad, pero toda toda, y hasta las siete de la tarde la calle fue de ciclistas, peatones, patinadores, montadores de patinete y, eso sí, autobuses, taxis, tranvías y coches de policía.
En general, para los ciclistas, Bruselas es un asquito de ciudad. No ya es que llueva casi a diario o que buena parte de la ciudad esté adoquinada, porque eso sucede en otras ciudades de la zona; es que, además, la ciudad tiene unas pendientes de aúpa (¡y lo llaman Países 'Bajos'!) y los carriles-bici son unas líneas pintarrajeadas sobre la calzada sin ninguna distinción con el espacio de los coches. En serio, y a pesar de su mala prensa, Valencia está mucho mejor en ese sentido, el de los carriles-bici.
El domingo, sin embargo, el día fue de ciclistas y peatones, lo que pasa es que, por mucho que el ciclismo sea el deporte nacional belga, hay gente que en Bruselas no lo tiene muy asumido. Como era el día sin coches y, oh, gran prodigio, hizo sol casi todo el día, y no llovió ni un poquito, pues casi que era obligado salir, y se notó que hay gente que tuvo que desempolvar la bicicleta para la ocasión, hasta tal punto iban haciendo eses por la calzada. De hecho, estoy por pensar que pudo ser más peligroso, para ir en bicicleta, que cualquier otro día, con los coches pasando por tu lado haciendo casi omiso de la norma que habla de dejar un metro entre el ciclista y el vehículo que lo adelanta.
Al aire libre, con sol, y sin coches, Bruselas gana mucho. No es obligado ir al Bois de la Cambre o, mejor, al Forêt de Soignes para evadirse del mundanal ruido de los motores. El domingo, valieron también las arterias principales de la ciudad, porque por ninguna circularon coches. También es verdad que más valdría, para fomentar la bicicleta, unas infraestructuras como Dios manda, como las que hay en las ciudades flamencas, o mismamente en Valencia, y menos alardear de día sin coches. Con unas infraestructuras como corresponde, y sé que estoy fantaseando, no haría falta que los ciclistas fuéramos en contra dirección por unas calles estrechas, que apenas dan para un coche, pero por las que es legal que te encuentres a un ciclista de frente. Y a ver quién pasa.
Curiosamente, en España es al revés. Las infraestructuras comienzan a existir, y en algunos sitios son muy respetables, pero la gente no las usa todo lo que debería. Yo, que sigo con el rabillo del ojo lo que pasa en Valencia, con su alcalde ciclista, espero cambios, y he de reconocer que este verano, cuando anduve por allí en bicicleta, me tomé unas confianzas que con Rita no me hubiera atrevido a tomar, e incluso me subí a la acera sin temor a los multazos absurdos que se imponían hasta hace poco a los ciclstas que no eran de Valenbisi, y que nunca terminé de entender. Que una cosa es circular sistemáticamente por la acera a toda viroya porque sí y pasando de cualquier otro usuario, y otra es hacerlo un tramo para evitar infinitas vueltas a la mudanza y hacerlo a paso peatón, o atar la bici a una farola allá donde no haya barras para hacerlo.
De momento, sin embargo, adiós a la semana de la movilidad y al día sin coches 'a la española'. O sea, con coches excepto en el 1% de los casos, siendo generosos.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Réunion de chantier
El proceso de reforma de una casa es Bruselas es muy colaborativo. Hay mucha gente implicada y eso debe explicar, por una parte, lo caro que resulta aquí reformar una casa y, por otra, el poco desempleo que hay en Bélgica ¡Y cómo lo va a haber, si los belgas son únicos en inventarse empleos inútiles imaginativos! Ya vimos en la última entrada la espantosa historia del coordinador de seguridad y salud, y creo que volveremos a hablar de él. Yo no le he echado el ojo encima, pero no puedo terminar esta obra sin conocerlo personalmente. Me gustaría medirle la cara y la espalda, a ver cuál es mayor, pero no creo que me permita tales confianzas, por mucho que el cliente siempre tenga razón.
El caso es que, todas las semanas, hay una reunión de obra, en francés 'réunion de chantier', donde los distintos obreros, técnicos y artesanos implicados en el asunto se reúnen con los 'maître de l'ouvrage', que somos los dueños. El objetivo de la reunión es marear a los dueños hasta que acaben más despistados que un coordinador de seguridad y salud, y entonces se toman unos acuerdos por arte de magia que el arquitecto recoge en un acta de la reunión y quedan así para la historia.
Claro, uno experimenta nostalgia de lo fácil que era en Valencia, donde una cuadrilla de Carcagente tardó mes y medio en poner el piso a punto; o en Madrid, donde fue más caro, claro, que para eso es la capital, pero entre cuatro personas apañaron el asunto durante el verano. Aquí, estamos dando de comer a un ejército, y no se vislumbra el final.
En la reunión de obra, además, nosotros (uno u otro, y alguna vez los dos) aparecemos siempre, pero los demás nos dan plantón sin ningún problema a la que no les apetece presentarse un jueves a las ocho de la mañana. Los albañiles, que empiezan a trabajar incluso antes, suelen estar allí. El otro día me comentaban que había pasado por allí el coordinador de seguridad y salud y les había citado un real decreto, y que ahora estaban más tranquilos.
El fontanero también es madrugador, y por tanto un habitual. Si hablara otra cosa que no fuera flamenco cerrado incluso sería útil. La última vez sólo estaba él, y la conversación fue bastante difícil de seguir, pero con buena voluntad todo se consigue. Es posible que él aprenda algo de francés si seguimos conversando, o que nosotros logremos descifrar algo de flamenco.
El arquitecto llega más o menos cuando quiere, si llega, y se pone a hablar, según con quien, flamenco, francés y un curioso español con acento mejicano trufado de galicismos.
Y luego están los extras que aparecen de vez en cuando, como el cristalero, el técnico del gas, el electricista y, a veces, el encargado de los muebles de la cocina, aunque a éste lo hemos contratado nosotros aparte. Menos mal.
El caso es que esto ya debería ir llegando a su fin, porque cada reunión se descubren nuevas cositas que elevan el presupuesto cinco mil euros más, y a la bolsa ya se le ve el fondo.
El caso es que, todas las semanas, hay una reunión de obra, en francés 'réunion de chantier', donde los distintos obreros, técnicos y artesanos implicados en el asunto se reúnen con los 'maître de l'ouvrage', que somos los dueños. El objetivo de la reunión es marear a los dueños hasta que acaben más despistados que un coordinador de seguridad y salud, y entonces se toman unos acuerdos por arte de magia que el arquitecto recoge en un acta de la reunión y quedan así para la historia.
Claro, uno experimenta nostalgia de lo fácil que era en Valencia, donde una cuadrilla de Carcagente tardó mes y medio en poner el piso a punto; o en Madrid, donde fue más caro, claro, que para eso es la capital, pero entre cuatro personas apañaron el asunto durante el verano. Aquí, estamos dando de comer a un ejército, y no se vislumbra el final.
En la reunión de obra, además, nosotros (uno u otro, y alguna vez los dos) aparecemos siempre, pero los demás nos dan plantón sin ningún problema a la que no les apetece presentarse un jueves a las ocho de la mañana. Los albañiles, que empiezan a trabajar incluso antes, suelen estar allí. El otro día me comentaban que había pasado por allí el coordinador de seguridad y salud y les había citado un real decreto, y que ahora estaban más tranquilos.
El fontanero también es madrugador, y por tanto un habitual. Si hablara otra cosa que no fuera flamenco cerrado incluso sería útil. La última vez sólo estaba él, y la conversación fue bastante difícil de seguir, pero con buena voluntad todo se consigue. Es posible que él aprenda algo de francés si seguimos conversando, o que nosotros logremos descifrar algo de flamenco.
El arquitecto llega más o menos cuando quiere, si llega, y se pone a hablar, según con quien, flamenco, francés y un curioso español con acento mejicano trufado de galicismos.
Y luego están los extras que aparecen de vez en cuando, como el cristalero, el técnico del gas, el electricista y, a veces, el encargado de los muebles de la cocina, aunque a éste lo hemos contratado nosotros aparte. Menos mal.
El caso es que esto ya debería ir llegando a su fin, porque cada reunión se descubren nuevas cositas que elevan el presupuesto cinco mil euros más, y a la bolsa ya se le ve el fondo.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Reformando una casa. Más personajillos.
Hasta ahora, hemos encontrado a bastante gente en el proceloso mundo de la compraventa y reforma de viviendas en Bélgica. Agentes inmobiliarios, notarios (siempre más de uno), y toda la caterva de arquitectos, peritos evaluadores, fontaneros, albañiles, electricistas, vidrieros, parquetistas, proveedores de sanitarios, proveedores de azulejos y baldosas, y hasta un ingeniero civil. Todos los protagonistas que podríamos encontrar en España... en la construcción de un estadio olímpico, no de una modesta vivienda unifamiliar.
Finalmente, parecía que ya conocíamos a toda la gente que iba a dejar en condiciones nuestro futuro hogar, cuando el arquitecto, que es quien dirige el cotarro, nos dijo:
- Nos hará falta también un coordinador de seguridad y salud.
- ¿Un qué?
- Un coordinador de seguridad y salud. Dice la ley belga que hay que tenerlo ¿Conocen alguno?
Es la primera vez que tengo noticia de la existencia de ese oficio, ¿y espera que conozca a alguno?
- Pues no, no conocemos a ninguno.
- Bueno, yo he trabajado con uno. Si no tienen inconveniente, le preguntaré si está disponible.
Al parecer, estaba disponible. También al parecer, los coordinadores de seguridad y salud belgas (y no sé si tal engendro existe en algún otro lugar) cobran un porcentaje del coste total de la obra, que, con tanto extra, tanto personaje y tanto caprichillo legal belga, estaba acercándose peligrosamente a lo que nos podíamos permitir después del dispendio de comprar la casa, de los impuestos (impuestazos, que esto es Bélgica), las tasas notariales y el sursum corda.
En fin, que lo tomamos como un incordio más. Un par de semanas después recibimos por correo electrónico un tochazo de ochenta páginas con una retahíla de normas de seguridad, descripciones archiconocidas de las obras que ya estaban en curso, advertencias genéricas, obligaciones para el 'maître d'oeuvre' (nosotros), y todo tipo de frases rimbombantes en un francés empalagoso (es un poco redundante, lo sé), que era un cortapega de cientos de informes similares cambiando la dirección. Pero, ¡eh!, ahí estaba el coordinador de seguridad y salud velando por nuestros intereses.
No lo sabíamos bien.
Ya me había olvidado yo de la existencia de semejante fulano, que, además, al parecer residía en Namur, que no es que esté muy lejos, pero tampoco está al lado, cuando, unas cuantas semanas después, nos llegó un correo electrónico titulado nada menos que 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen'.
Iba yo ya a darle a la tecla de eliminar, temiendo atragantarme con su lectura, pero decidí darle una oportunidad y, ya que pagaba un pastón por tales memeces, al menos resolví echarle un vistazo.
En la primera página, el coordinador, muy ufano, había fijado una foto de la fachada exterior. Yo miré la foto un poco escamado.
"¡Qué raro!", pensé, "¿por qué ha metido aquí una foto de la casa que hemos alquilado mientras reformamos la otra?"
El coordinador, en su informe, describía la situación pormenorizadamente. Al parecer, no había trabajos exteriores en curso (y tanto que no), ni se percibía actividad en el interior. Llamó al timbre, pero la persona que le abrió no le permitió el acceso al interior. Obviamente, la señora que nos limpia la casa, que es de un pueblo de Granada y anda escasita de francés, y que era la única persona que había allí, lo más probable es que le echara a escobazos sin atender a coordinaciones de seguridad ni salud.
Como al coordinador de seguridad y salud no se le permitió el acceso, su informe continuaba sugiriendo algunas medidas de seguridad, digo yo que sobre la limpieza de cristales, y citando miríadas de reales decretos belgas sobre la obligatoriedad de que a los coordinadores de seguridad y salud, oficio indispensable donde los haya, se les facilite el acceso a las obras.
Cuando acabé de leer el 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen', me costó mucho cerrar la boca de nuevo. El lumbreras, en lugar de ir a la casa donde tenía lugar la reforma, se había presentado en la residencia que alquilamos, y donde no hay obra alguna ni se la espera, y había hecho un informe impecable de algo que no existía. Y no tiene mucha excusa, porque el informe preliminar sí lo había hecho del lugar correcto.
No sé si hay algún real decreto que imponga a los coordinadores de seguridad y salud la obligación de redactar sus informes sobre las obras en curso, y no sobre residencias situadas a un kilómetro de ellas, pero, si lo hubiera, me encantaría enviárselo al fulano, que, estoy seguro, no es consciente de haber metido la pata hasta arriba de la rodilla y que, en lugar de preguntarse si no estaba pasando algo raro cuando la de Granada lo echó con cajas destempladas, siguió con su informe como si tal cosa.
Y pretenderá cobrarlo, seguro.
Finalmente, parecía que ya conocíamos a toda la gente que iba a dejar en condiciones nuestro futuro hogar, cuando el arquitecto, que es quien dirige el cotarro, nos dijo:
- Nos hará falta también un coordinador de seguridad y salud.
- ¿Un qué?
- Un coordinador de seguridad y salud. Dice la ley belga que hay que tenerlo ¿Conocen alguno?
Es la primera vez que tengo noticia de la existencia de ese oficio, ¿y espera que conozca a alguno?
- Pues no, no conocemos a ninguno.
- Bueno, yo he trabajado con uno. Si no tienen inconveniente, le preguntaré si está disponible.
Al parecer, estaba disponible. También al parecer, los coordinadores de seguridad y salud belgas (y no sé si tal engendro existe en algún otro lugar) cobran un porcentaje del coste total de la obra, que, con tanto extra, tanto personaje y tanto caprichillo legal belga, estaba acercándose peligrosamente a lo que nos podíamos permitir después del dispendio de comprar la casa, de los impuestos (impuestazos, que esto es Bélgica), las tasas notariales y el sursum corda.
En fin, que lo tomamos como un incordio más. Un par de semanas después recibimos por correo electrónico un tochazo de ochenta páginas con una retahíla de normas de seguridad, descripciones archiconocidas de las obras que ya estaban en curso, advertencias genéricas, obligaciones para el 'maître d'oeuvre' (nosotros), y todo tipo de frases rimbombantes en un francés empalagoso (es un poco redundante, lo sé), que era un cortapega de cientos de informes similares cambiando la dirección. Pero, ¡eh!, ahí estaba el coordinador de seguridad y salud velando por nuestros intereses.
No lo sabíamos bien.
Ya me había olvidado yo de la existencia de semejante fulano, que, además, al parecer residía en Namur, que no es que esté muy lejos, pero tampoco está al lado, cuando, unas cuantas semanas después, nos llegó un correo electrónico titulado nada menos que 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen'.
Iba yo ya a darle a la tecla de eliminar, temiendo atragantarme con su lectura, pero decidí darle una oportunidad y, ya que pagaba un pastón por tales memeces, al menos resolví echarle un vistazo.
En la primera página, el coordinador, muy ufano, había fijado una foto de la fachada exterior. Yo miré la foto un poco escamado.
"¡Qué raro!", pensé, "¿por qué ha metido aquí una foto de la casa que hemos alquilado mientras reformamos la otra?"
El coordinador, en su informe, describía la situación pormenorizadamente. Al parecer, no había trabajos exteriores en curso (y tanto que no), ni se percibía actividad en el interior. Llamó al timbre, pero la persona que le abrió no le permitió el acceso al interior. Obviamente, la señora que nos limpia la casa, que es de un pueblo de Granada y anda escasita de francés, y que era la única persona que había allí, lo más probable es que le echara a escobazos sin atender a coordinaciones de seguridad ni salud.
Como al coordinador de seguridad y salud no se le permitió el acceso, su informe continuaba sugiriendo algunas medidas de seguridad, digo yo que sobre la limpieza de cristales, y citando miríadas de reales decretos belgas sobre la obligatoriedad de que a los coordinadores de seguridad y salud, oficio indispensable donde los haya, se les facilite el acceso a las obras.
Cuando acabé de leer el 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen', me costó mucho cerrar la boca de nuevo. El lumbreras, en lugar de ir a la casa donde tenía lugar la reforma, se había presentado en la residencia que alquilamos, y donde no hay obra alguna ni se la espera, y había hecho un informe impecable de algo que no existía. Y no tiene mucha excusa, porque el informe preliminar sí lo había hecho del lugar correcto.
No sé si hay algún real decreto que imponga a los coordinadores de seguridad y salud la obligación de redactar sus informes sobre las obras en curso, y no sobre residencias situadas a un kilómetro de ellas, pero, si lo hubiera, me encantaría enviárselo al fulano, que, estoy seguro, no es consciente de haber metido la pata hasta arriba de la rodilla y que, en lugar de preguntarse si no estaba pasando algo raro cuando la de Granada lo echó con cajas destempladas, siguió con su informe como si tal cosa.
Y pretenderá cobrarlo, seguro.
lunes, 14 de septiembre de 2015
Y vuelta la burra al trigo
Y vuelta la burra al trigo.
El verano, finalmente, ha terminado y con él las vacaciones. Los exámenes que tuve en septiembre pasaron igualmente, y mejor de lo que me había merecido por lo poco que terminé por estudiar. Y ya estamos en Bruselas, dispuestos a darlo todo, con carácter y temperamento, por la patria. Una patria. La que sea.
Bromas aparte, el primer día tras haber desconectado del trabajo es un tanto particular. Uno se encuentra como fuera de sitio, acostumbrado a mirar al cielo y encontrarlo limpio y azul, con un sol de justicia brillando sobre nuestras cabezas, mientras que Bruselas es... otra cosa.
Como me había tomado libre la mañana, salí de casa al mediodía para ir al trabajo. El cielo estaba ligeramente nublado, pero parecía que se estaba aclarando, así que me acerqué a mi bicicleta, hinché las ruedas, metí mis cosas en el portaequipajes, la saqué de casa, y ¡hala! al trabajo.
Todo iba bien, e incluso algún rayito de sol iluminaba los quince grados raspados de temperatura ambiente. De repente, y en cosa de medio minuto, el cielo se oscureció como por arte de magia y un diluvio cayó sobre mí. Sí, claro, también sobre cualquier otro que estuviera en la calle, pero vamos a limitarnos al damnificado que escribe esto.
A los quince segundos, sin darme siquiera tiempo a pensar dónde tenía el impermeable, ponérmelo era ya inútil, hasta tal punto estaba calado. Supongo que son las consecuencias de la falta postvacacional de reflejos. El caso es que llegué al trabajo chorreando, maldiciendo mi mala fortuna y, de paso, la ciudad, el país, a Godofredo de Bouillon, a Felipe el Bueno y a todo quisqui que hubiera contribuido a establecer una ciudad precisamente allí, habiendo sitios en la provincia de Murcia.
Me metí por la puerta del garaje del trabajo, y un guarda de seguridad que debía ser nuevo me miró de arriba a abajo, a mí y al charco que iba dejando al pasar, miró mi pase, comprendió al ver mi nombre y, sobre todo, mis dos apellidos, que no era de allí y, yo diría que con un pelín de retintín, dijo:
- Welcome to Belgium!
Me contuve y no lo estrangulé, pero, claro, con cosas así uno comprende por qué este señor trabaja de guardia de seguridad, y no en atención al cliente.
Pero habían quedado algunas cosillas pendientes de antes de las vacaciones y, en efecto, la más crucial son las obras que estamos haciendo en la casa que hemos comprado. Pero eso le toca a la siguiente entrada.
El verano, finalmente, ha terminado y con él las vacaciones. Los exámenes que tuve en septiembre pasaron igualmente, y mejor de lo que me había merecido por lo poco que terminé por estudiar. Y ya estamos en Bruselas, dispuestos a darlo todo, con carácter y temperamento, por la patria. Una patria. La que sea.
Bromas aparte, el primer día tras haber desconectado del trabajo es un tanto particular. Uno se encuentra como fuera de sitio, acostumbrado a mirar al cielo y encontrarlo limpio y azul, con un sol de justicia brillando sobre nuestras cabezas, mientras que Bruselas es... otra cosa.
Como me había tomado libre la mañana, salí de casa al mediodía para ir al trabajo. El cielo estaba ligeramente nublado, pero parecía que se estaba aclarando, así que me acerqué a mi bicicleta, hinché las ruedas, metí mis cosas en el portaequipajes, la saqué de casa, y ¡hala! al trabajo.
Todo iba bien, e incluso algún rayito de sol iluminaba los quince grados raspados de temperatura ambiente. De repente, y en cosa de medio minuto, el cielo se oscureció como por arte de magia y un diluvio cayó sobre mí. Sí, claro, también sobre cualquier otro que estuviera en la calle, pero vamos a limitarnos al damnificado que escribe esto.
A los quince segundos, sin darme siquiera tiempo a pensar dónde tenía el impermeable, ponérmelo era ya inútil, hasta tal punto estaba calado. Supongo que son las consecuencias de la falta postvacacional de reflejos. El caso es que llegué al trabajo chorreando, maldiciendo mi mala fortuna y, de paso, la ciudad, el país, a Godofredo de Bouillon, a Felipe el Bueno y a todo quisqui que hubiera contribuido a establecer una ciudad precisamente allí, habiendo sitios en la provincia de Murcia.
Me metí por la puerta del garaje del trabajo, y un guarda de seguridad que debía ser nuevo me miró de arriba a abajo, a mí y al charco que iba dejando al pasar, miró mi pase, comprendió al ver mi nombre y, sobre todo, mis dos apellidos, que no era de allí y, yo diría que con un pelín de retintín, dijo:
- Welcome to Belgium!
Me contuve y no lo estrangulé, pero, claro, con cosas así uno comprende por qué este señor trabaja de guardia de seguridad, y no en atención al cliente.
Pero habían quedado algunas cosillas pendientes de antes de las vacaciones y, en efecto, la más crucial son las obras que estamos haciendo en la casa que hemos comprado. Pero eso le toca a la siguiente entrada.