Cuando uno compra una casa, no sólo compra un terrenito y las paredes que lo acotan, no: también compra a sus vecinos, con el añadido de que éstos pueden cambiar con el tiempo y vaya usted a saber en qué se convierten y quién viene a vivir en los aledaños de la casa de uno.
Cuando ya estaba decidida la compra y pagada la señal, fuimos a visitar a los todavía dueños, que estuvieron muy amables, y ya podían, ya, con el pastón que habían trincado. Así nos enteramos de cositas sobre el vecindario.
- Los vecinos de este lado - decía la dueña, apuntando hacia la izquierda - son encantadores, y nos hacemos favores constantemente. Si están en casa, pasaremos y se los presentaré.
- Ah, muy bien.
- En cambio, hemos tenido problemas con los vecinos del otro lado.
- Vaya...
- El hombre, que creo que es abogado, se queja mucho, pero qué se le va a hacer. Creo que es extranjero, ya ve...
Mira que atreverse a ser extranjero... no tenemos perdón de Dios, los extranjeros.
- Pero la mujer, que es belga, o igual también es extranjera, es horrible ¡Horrible! Insiste en historias imaginarias sobre humedades y nos quiere hacer responsable de todos sus problemas. Es muy desagradable, mucho.
Seguro que eso pasa cuando te casas con un extranjero. Te haces de un desagradable que lo flipas.
- Hemos tenido muchos problemas con ella. Nos ha amenazado con ir a los tribunales. Tengan cuidado con ella. Gracias a Dios, los seguros lo dejaron todo claro, pero ella seguía insistiendo. No se la voy a presentar, porque no nos llevamos bien.
Vamos, que menos mal para ella que ya habíamos pagado la señal y era una pasta, porque ya teníamos serias tentaciones de irnos a vivir a otro barrio. Qué digo a otro barrio, a otro planeta.
Dicho esto, la dueña nos presentó a sus vecinos de la izquierda, que fueron efectivamente muy amables y nos desearon lo mejor para nuestra instalación. A todo esto, resulta que eran extranjeros, pero poco, porque eran franceses. Ya se sabe que, gracias al presidente Hollande, Bélgica en general, y Uccle en particular, tiene una concentración desusada de franceses con el riñón bien cubierto y pocas ganas de ser crucificados por la hacienda gala.
Como por aquel lado parecía haber pocos problemas, pero el otro lado estaba en estado de guerra fría, y a saber qué nos depararía el futuro, Alfina y yo celebramos un consejo de guerra.
- ¿Dónde ponemos el piano?
- Uf, en la pared de la izquierda, claro. Cualquiera se pone a tocar al otro lado, para provocar a esa arpía de vecina.
- De acuerdo.
Y así, fuimos concentrando toda actividad molesta, insalubre o simplemente incómoda en el lado izquierdo de la casa, para mantener las relaciones más silenciosas posibles con los vecinos polémicos. Así que ya sabéis, si os enteráis de que vuestros vecinos van a vender la casa, llevarse bien con ellos puede ser muy contraproducente. La táctica correcta es quejarse de cualquier cosa, para que los vecinos, cuando vendan la casa, echen pestes de vosotros y así los nuevos dueños se asusten y, llegado el caso, decidan molestar a cualquier otro bicho viviente.
Vale, eso de evitar los conflictos con el vecino de la derecha está muy bien, pero la triste realidad nos decía que íbamos a hacer tres meses, tres, o más, de obras, incluyendo el derribo de un par de paredes, la construcción de alguna otra, chapados varios, montajes de muebles, mudanza... todo ello a cargo de una cohorte de obreros alegres y dicharacheros... no es que fuéramos a molestar a los vecinos de la izquierda, de la derecha, de atrás, de delante y de cualquier dirección, es que íbamos a molestar a los vecinos de los vecinos, y hasta a los vecinos de los vecinos de los vecinos. Chungo.
Comprado que hubimos la casa, nos acercamos a ella y recordamos las cuitas pendientes que había. El arquitecto que nos llevaba la obra, y eso es tema aparte, vio el peligro, se le encendió una luz roja, y dijo muy serio:
- Pues vamos a enviarle un perito para que certifique el estado actual de su casa, no vaya a ser que luego nos vengan con monsergas de que les hemos causado un daño que ya tenían.
- Ah, pues sí...
- Además, si el hombre es abogado, peor aún. Los abogados son muy peligrosos, y éste además parece que es extranjero.
Diga usted que sí: los abogados extranjeros somos lo peor.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 29 de julio de 2015
viernes, 17 de julio de 2015
Notarios. La compra.
Pasados cuatro meses desde la firma del acuerdo, las partes vuelven a reunirse ¿Que por qué hacen falta cuatro meses? Porque esto es Bélgica, y las cosas van a paso de tortuga. Cuando la Wehrmacht invadió Bélgica en 1940, por poco los tanques no adelantan sin querer a las tropas belgas que se retiraban.
La verdad es que, por nosotros, en un mes estábamos listos, pero el resto de las partes intervinientes eran belgas. Uno pensaría que al vendedor, cerrado el acuerdo, le interesaría tener cuanto antes unos cuantos cientos de miles de euros en su cuenta dando intereses, pero parece que no. Con tal de poder ir a su ritmo, lo que sea.
Sea como fuere, a los cuatro meses, los compradores entramos en la notaría, donde ya estaban los vendedores. Luego llegó nuestro notario, un señor muy simpático (los belgas suelen ser simpáticos, aunque hay quien diga que los flamencos son lo peor), que no paraba de hacer chistecitos. Yo los pillaba a duras penas, y no sé si todos, pero Alfina tiene que mejorar algo su oído de entender francés, y se las veía y deseaba para seguir el hilo.
Luego llegó el notario de los vendedores, y ya se pusieron a hablar los dos notarios, que sí entendían los chistecitos, y a ellos se les unió el vendedor, que era arquitecto y, como profesional liberal, tenía sus cositas en común. Total, que aquello se convirtió en una sucesión de agudezas, chistecillos y sobreentendidos realmente complicadilla para un guiri, y no digamos si el guiri se estaba dejando la totalidad de sus ahorros en la operación y tenía, por tanto, menos motivos para reírse.
Básicamente, sin embargo, se hace lo mismo que en España: leer la escritura, con la salvedad de que las escrituras en Bélgica son kilométricas y hacen referencia a reglamentos oscuros, que ni un ingeniero los entendería. Además, se transmiten las llaves, cosa sencilla, y los formularios de transferencia de los contadores de la luz, gas y agua, así como un archivo con la descripción de las obras realizadas en la casa... que incluía un informe negativo de la última revisión eléctrica, y una obligación de reparar la instalación. Hombre, ya sabíamos que íbamos a hacer reforma, pero no hubiera estado mal saber antes de llegar al notario lo del informe negativo de la revisión eléctrica. Antes de discutir el precio, por ejemplo.
Con la cabeza de los compradores como un bombo, y después de firmar y rubricar pliegos sin cuento, nos dimos la mano todos los comparecientes, nuestro notario dijo que el dinero estaba en su cuenta, y que se lo transferiría a la de los compradores inmediatamente, y a nosotros nos dijo que nos enviaría la liquidación a casa, con la escritura definitiva, en un par de meses más. Los vendedores, muy ufanos, se nos ofrecieron mucho, en caso de algún problema, y ya nos despedimos.
Dueños ya de un inmueble que nos vimos, decidimos, obviamente, ir a visitarlo, que para eso teníamos las llaves.
Abrimos el buzón, lleno de la publicidad que nadie había retirado en las últimas semanas; abrimos la puerta, vimos nuevamente la casa, ya no como visitantes, sino como propietarios, e intentamos abrir la puerta del garaje.
- ¿Dónde está la llave del garaje?
- No sé. Aquí sólo están la de la puerta y la del buzón.
- Qué raro. Igual se la han dejado en la cocina, o la han puesto colgada de algún sitio.
Una somera búsqueda nos confirmó en el hecho de que allí no había más llaves. Sin embargo, la puerta del garaje tenía una cerradura.
- Bah, se les habrá olvidado pasárnosla. Luego llamaremos a la dueña.
Paseamos por la casa a nuestras anchas, pensando qué hacer y qué tabiques tirar, y ya nos volvimos a nuestra vivienda provisional. Obviamente, llamé a la dueña,... bueno, a la ex-dueña.
- Holaaaa... - son muy melosos cuando quieren.
- Sí, verá, es que hemos intentado abrir la puerta del garaje, pero resulta que no he sabido cómo hacerlo ¿Quizá se les ha olvidado pasarnos la llave?
- Ya. Es que no hay llave.
- ¿No hay llave?
- No. Hay una cerradura, pero no hay llave. Se abre por dentro, entrando por detrás y levantando el pestillo.
- Ah. Ya.
- Buen fin de semana. Y, ya sabe, si tiene alguna pregunta...
- Estoo... igualmente.
Uno pensaba que un arquitecto tendría la casa en regla e impecable, pero parece que hay arquitectos y arquitectos. Y a nosotros nos ha tocado el tipo de arquitecto que no se molesta en arreglar la instalación eléctrica y que pierde las llaves de sus cerraduras.
Y eso no es todo. Pero, claro, entonces aún no lo sabíamos. Nos enteraríamos cuando diéramos el siguiente paso en nuestra integración en el barrio: presentarnos a los vecinos.
Eso sí, será en otro momento, que ahora se hace tarde.
La verdad es que, por nosotros, en un mes estábamos listos, pero el resto de las partes intervinientes eran belgas. Uno pensaría que al vendedor, cerrado el acuerdo, le interesaría tener cuanto antes unos cuantos cientos de miles de euros en su cuenta dando intereses, pero parece que no. Con tal de poder ir a su ritmo, lo que sea.
Sea como fuere, a los cuatro meses, los compradores entramos en la notaría, donde ya estaban los vendedores. Luego llegó nuestro notario, un señor muy simpático (los belgas suelen ser simpáticos, aunque hay quien diga que los flamencos son lo peor), que no paraba de hacer chistecitos. Yo los pillaba a duras penas, y no sé si todos, pero Alfina tiene que mejorar algo su oído de entender francés, y se las veía y deseaba para seguir el hilo.
Luego llegó el notario de los vendedores, y ya se pusieron a hablar los dos notarios, que sí entendían los chistecitos, y a ellos se les unió el vendedor, que era arquitecto y, como profesional liberal, tenía sus cositas en común. Total, que aquello se convirtió en una sucesión de agudezas, chistecillos y sobreentendidos realmente complicadilla para un guiri, y no digamos si el guiri se estaba dejando la totalidad de sus ahorros en la operación y tenía, por tanto, menos motivos para reírse.
Básicamente, sin embargo, se hace lo mismo que en España: leer la escritura, con la salvedad de que las escrituras en Bélgica son kilométricas y hacen referencia a reglamentos oscuros, que ni un ingeniero los entendería. Además, se transmiten las llaves, cosa sencilla, y los formularios de transferencia de los contadores de la luz, gas y agua, así como un archivo con la descripción de las obras realizadas en la casa... que incluía un informe negativo de la última revisión eléctrica, y una obligación de reparar la instalación. Hombre, ya sabíamos que íbamos a hacer reforma, pero no hubiera estado mal saber antes de llegar al notario lo del informe negativo de la revisión eléctrica. Antes de discutir el precio, por ejemplo.
Con la cabeza de los compradores como un bombo, y después de firmar y rubricar pliegos sin cuento, nos dimos la mano todos los comparecientes, nuestro notario dijo que el dinero estaba en su cuenta, y que se lo transferiría a la de los compradores inmediatamente, y a nosotros nos dijo que nos enviaría la liquidación a casa, con la escritura definitiva, en un par de meses más. Los vendedores, muy ufanos, se nos ofrecieron mucho, en caso de algún problema, y ya nos despedimos.
Dueños ya de un inmueble que nos vimos, decidimos, obviamente, ir a visitarlo, que para eso teníamos las llaves.
Abrimos el buzón, lleno de la publicidad que nadie había retirado en las últimas semanas; abrimos la puerta, vimos nuevamente la casa, ya no como visitantes, sino como propietarios, e intentamos abrir la puerta del garaje.
- ¿Dónde está la llave del garaje?
- No sé. Aquí sólo están la de la puerta y la del buzón.
- Qué raro. Igual se la han dejado en la cocina, o la han puesto colgada de algún sitio.
Una somera búsqueda nos confirmó en el hecho de que allí no había más llaves. Sin embargo, la puerta del garaje tenía una cerradura.
- Bah, se les habrá olvidado pasárnosla. Luego llamaremos a la dueña.
Paseamos por la casa a nuestras anchas, pensando qué hacer y qué tabiques tirar, y ya nos volvimos a nuestra vivienda provisional. Obviamente, llamé a la dueña,... bueno, a la ex-dueña.
- Holaaaa... - son muy melosos cuando quieren.
- Sí, verá, es que hemos intentado abrir la puerta del garaje, pero resulta que no he sabido cómo hacerlo ¿Quizá se les ha olvidado pasarnos la llave?
- Ya. Es que no hay llave.
- ¿No hay llave?
- No. Hay una cerradura, pero no hay llave. Se abre por dentro, entrando por detrás y levantando el pestillo.
- Ah. Ya.
- Buen fin de semana. Y, ya sabe, si tiene alguna pregunta...
- Estoo... igualmente.
Uno pensaba que un arquitecto tendría la casa en regla e impecable, pero parece que hay arquitectos y arquitectos. Y a nosotros nos ha tocado el tipo de arquitecto que no se molesta en arreglar la instalación eléctrica y que pierde las llaves de sus cerraduras.
Y eso no es todo. Pero, claro, entonces aún no lo sabíamos. Nos enteraríamos cuando diéramos el siguiente paso en nuestra integración en el barrio: presentarnos a los vecinos.
Eso sí, será en otro momento, que ahora se hace tarde.
jueves, 9 de julio de 2015
Cómo ser propietario en Bruselas. Notarios.
Sí, en plural. O sea, más de uno. El vendedor tiene el suyo, y el comprador también tiene el suyo (al nuestro nos lo recomendó una compañera) ¿Y no bastaría con uno, como en España? Técnicamente sí, pero iba a cobrar el doble, así que se recomienda que cada parte lleve el suyo. La función, eso sí, es la misma que en España: hacer las comprobaciones en el Registro de la Propiedad y redactar los contratos. Y qué contratos, tú.
Si una escritura de compraventa en España se arregla con cuatro folios de papel sellado y las referencias obligadas al Código Civil y la Ley Hipotecaria, y ya nos parece exagerado, lo de Bélgica es directamente impresionante. De momento, empecemos por la señal.
En Bélgica, la señal es el 10% del precio final, y ahí está el notario para asegurarse. Si en España se resuelve con un apretón de manos, en Bélgica hay que ir a una de las dos notarías, firmar un documento bastante completo y, ojo, hay que haber transferido a la cuenta del notario de uno ese 10%. Los vendedores no verán el dinero hasta la venta final, pero tienen la seguridad de que está en la cuenta del notario, no en la de los vendedores. Además, se fija la fecha de la compraventa definitiva, que son cuatro meses, cuatro, desde el momento de la señal.
En esos cuatro meses, el vendedor debe dedicarse a vaciar el inmueble y dejarlo mondo y lirondo. El comprador debe dedicarse a conseguir el dinero y transferirlo justo antes de esos cuatro meses... a la cuenta de su notario. En España, el notario tiene la deferencia de dejar a las partes un rato solos en el despacho, para que se conozcan, charlen, se intercambien regalitos... aquí no hay regalitos que intercambiarse. Todo regalito pasa por la cuenta del notario.
Si el contrato de arras ya era tremendo, el de compraventa no sólo no le va a la zaga, sino que supera en complejidad hasta a las 36 páginas de condiciones generales de Microsoft, o de Appel. Los belgas tienen una legislación de inmuebles complejísima, con disposiciones sobre suelos, destinos posibles del inmueble, expedientes de obras, cabidas y la madre que los parió, además de las típicas menciones a derechos reales que no sorprenden a nadie y todo tipo de cláusulas porsiaca. La pera limonera. La poire citronière. Total: veintipico páginas de francés jurídico que toca descifrar y traducir de viva voz a Alfina, que, si ya en francés tiene cierto margen de mejora, en francés jurídico mejor me callo. Al acabar de interpretar, más que traducir, el texto, yo ya no tenía ni voz, y la cabeza me daba vueltas.
Luego está el asunto del precio. El precio está claro, pero, como en España, hay algo más: el equivalente al impuesto sobre transmisiones patrimoniales, que en Bruselas es el 12,5% del valor del bien. Entre eso, y lo que se llevan notario y registrador, la cosa se acerca peligrosamente al 15%. Y me niego a hablar sobre los bancos, cosa que dejo para otra entrada. En España, incluso con las últimas subidas impositivas (qué tiempos aquéllos del ITP al 6,5%...), es difícil superar el 12%. Y eso que allí suele haber... regalitos, que obviamente no tributan porque son liberalidades entre las partes, movidas por su buena educación.
Transferido que se hubo el pastizal a la cuenta del notario, ya sólo queda esperar e ir arrancando hojas del calendario, mientras uno va pensando en cositas como obras, mudanzas, y hace números y más números tratando de discernir si, con la menguada liquidez que le ha quedado, podrá afrontar los gastos que están por venir.
Así que llega el gran día, tras cuatro meses de espera, y nos reunimos en el despacho de nuestro notario, en presencia, también, del notario de los vendedores.
Un momento importante, que, claro, requiere de entrada propia, porque hoy se ha hecho tarde.
Si una escritura de compraventa en España se arregla con cuatro folios de papel sellado y las referencias obligadas al Código Civil y la Ley Hipotecaria, y ya nos parece exagerado, lo de Bélgica es directamente impresionante. De momento, empecemos por la señal.
En Bélgica, la señal es el 10% del precio final, y ahí está el notario para asegurarse. Si en España se resuelve con un apretón de manos, en Bélgica hay que ir a una de las dos notarías, firmar un documento bastante completo y, ojo, hay que haber transferido a la cuenta del notario de uno ese 10%. Los vendedores no verán el dinero hasta la venta final, pero tienen la seguridad de que está en la cuenta del notario, no en la de los vendedores. Además, se fija la fecha de la compraventa definitiva, que son cuatro meses, cuatro, desde el momento de la señal.
En esos cuatro meses, el vendedor debe dedicarse a vaciar el inmueble y dejarlo mondo y lirondo. El comprador debe dedicarse a conseguir el dinero y transferirlo justo antes de esos cuatro meses... a la cuenta de su notario. En España, el notario tiene la deferencia de dejar a las partes un rato solos en el despacho, para que se conozcan, charlen, se intercambien regalitos... aquí no hay regalitos que intercambiarse. Todo regalito pasa por la cuenta del notario.
Si el contrato de arras ya era tremendo, el de compraventa no sólo no le va a la zaga, sino que supera en complejidad hasta a las 36 páginas de condiciones generales de Microsoft, o de Appel. Los belgas tienen una legislación de inmuebles complejísima, con disposiciones sobre suelos, destinos posibles del inmueble, expedientes de obras, cabidas y la madre que los parió, además de las típicas menciones a derechos reales que no sorprenden a nadie y todo tipo de cláusulas porsiaca. La pera limonera. La poire citronière. Total: veintipico páginas de francés jurídico que toca descifrar y traducir de viva voz a Alfina, que, si ya en francés tiene cierto margen de mejora, en francés jurídico mejor me callo. Al acabar de interpretar, más que traducir, el texto, yo ya no tenía ni voz, y la cabeza me daba vueltas.
Luego está el asunto del precio. El precio está claro, pero, como en España, hay algo más: el equivalente al impuesto sobre transmisiones patrimoniales, que en Bruselas es el 12,5% del valor del bien. Entre eso, y lo que se llevan notario y registrador, la cosa se acerca peligrosamente al 15%. Y me niego a hablar sobre los bancos, cosa que dejo para otra entrada. En España, incluso con las últimas subidas impositivas (qué tiempos aquéllos del ITP al 6,5%...), es difícil superar el 12%. Y eso que allí suele haber... regalitos, que obviamente no tributan porque son liberalidades entre las partes, movidas por su buena educación.
Transferido que se hubo el pastizal a la cuenta del notario, ya sólo queda esperar e ir arrancando hojas del calendario, mientras uno va pensando en cositas como obras, mudanzas, y hace números y más números tratando de discernir si, con la menguada liquidez que le ha quedado, podrá afrontar los gastos que están por venir.
Así que llega el gran día, tras cuatro meses de espera, y nos reunimos en el despacho de nuestro notario, en presencia, también, del notario de los vendedores.
Un momento importante, que, claro, requiere de entrada propia, porque hoy se ha hecho tarde.
martes, 7 de julio de 2015
Cómo ser propietario en Bruselas. La busca.
Comprar una vivienda en Bruselas es una experiencia única. Vale, ya hemos hecho la experiencia de comprar un piso en España, y uno espera que, puesto que estamos en Europa y esas cosas, y tanto el sistema belga de obligaciones y contratos como el español son hijos del francés, no debería haber muchas diferencias.
Las hay, las hay.
No todo son diferencias, claro. Hay un comprador, o más de uno, y hay un vendedor, o más de uno. En este caso, se trata de sendos matrimonios.
Cuando el matrimonio vendedor, que es una pareja de sesentones jubilados, decide que están hartos de la casa donde han pasado toda su vida, que sus hijos no quieren saber nada de ella, y que mejor se mudan fuera de la ciudad, pueden poner un anuncio en el sitio que miran todos los que están activos en el sector inmobiliario belga (immoweb.be, se llama la página), y decir que no quieren saber nada de ninguna agencia, o contratar una agencia inmobiliaria. Si la contratan, ya saben que entre un 3% y un 5% de lo que saquen no lo van a ver.
En España, la agencia inmobiliaria, según mi experiencia, también intenta (y consigue) crujir al comprador, o eso hacía en los tiempos pre-burbuja, cuando compré el piso en Valencia. Quizá ahora, en estos años de vacas flacas, hayan moderado su apetito. En Bélgica, el comprador paga un montón de gabelas y se deja la pasta por ni sé los sitios, ya lo veremos, pero a la agencia no le paga un euro: ésa sólo cobra del vendedor, lo cual ciertamente tiene su lógica, porque es él quien le ha contratado.
La agencia, una vez contratada, hace unas cuantas fotos de la vivienda, la describe en los mejores términos posibles, para atraer cuantos más incautos mejor, y acto seguido pone su anuncio en Immoweb, no faltaba más, fijando un precio probablemente un 10% o un 15% más elevado de lo que el vendedor está dispuesto a aceptar. Además, pone las fotos en su propia página web, imprime unas cuantas copias y las pega en las vitrinas de sus oficinas, sin escatimar en signos de admiración.
Ahora que ya tenemos vendedor, agencia y fotos, vamos a pasar al comprador. En este caso, Alfina y yo, matrimonio en régimen de gananciales. El comprador, que ya lleva tiempo echando un ojo a Immoweb, probablemente está más que harto del ejercicio y tiene muchas ganas de que sus visitas cotidianas a la página terminen cuanto antes. Advierte el anuncio que ha metido la agencia, envía un correo y concierta una visita. Es importante reseñar que los agentes inmobiliarios trabajan en sábado, lo cual es notable en un país, como Bélgica, en que los horarios de oficina son los que son y, si a alguien no le gusta, ya sabe dónde está la frontera.
La visita tiene lugar. Aparentemente, la vivienda es habitable, tiene todo lo que hay que tener, no parece haber mucho gato encerrado, pero los cuartos de baño son típicamente belgas, no españoles. Me explico: a los belgas les gustan los cuartos de baño enormes, mientras que los españoles preferimos dedicarles el menor espacio posible, lo justo para lavarse, ducharse y hacer las necesidades. Los belgas, a veces, parece que lo quieran usar, yo qué sé, de gimnasio. Así que toca reforma.
Sin embargo, la casa mola. Mola mucho más que cualquiera de las anteriores casas vistas a lo largo de los últimos meses, y en donde siempre ha habido defectos: no tenía garaje, le faltaba una habitación, el sótano parecía la vivienda de un tipo con síndrome de Diógenes, había humedades como para entrar en los sitios con paraguas, o el precio era como pensar que había un tesoro escondido, y que entraba en el trato.
Así que los compradores reflexionamos, hacemos números, hay una segunda visita con profesional incluido, por si acaso y, finalmente, hacemos una oferta. Una oferta que es un 10% menos del precio que aparecía en el anuncio.
La oferta es rechazada. Una pequeña subida es igualmente rechazada.
Como, tras hacer números, resulta que la oferta está peligrosamente dentro del límite de lo que los compradores nos podemos permitir, reforma incluida, no hay nuevos movimientos, y la vida sigue igual.
Pero no del todo. Porque, pasan tres semanas, y parece que, por una parte, los vendedores no han recibido más ofertas; por otra, ellos mismos parecen haber encontrado algo y, claro, como que el dinero fresco viene bien en esta tesitura. Así que, a las tres semanas, los compradores nos encontramos con la sorpresa de que sí, que parece que la oferta queda aceptada. Albricias y pan de Madagascar.
En España, llegado a este punto, se paga una señal por mediación de la agencia, y cuando los compradores han arreglado el pequeño detalle de cómo pagar, se queda en una notaría, se firman los papeles, se intercambian cheques bancarios y llaves del pisito, y ya tenemos compraventa.
Bélgica, cómo no, prefiere alambicar el proceso todo lo posible. De momento, la agencia ha terminado su función, y sólo le falta poner la mano. Ya no vamos a volver a encontrarlos. Aparecen, en cambio, otros personajes de importancia capital: los notarios.
Sí, más de uno. Pero eso es materia de otra entrada.
Las hay, las hay.
No todo son diferencias, claro. Hay un comprador, o más de uno, y hay un vendedor, o más de uno. En este caso, se trata de sendos matrimonios.
Cuando el matrimonio vendedor, que es una pareja de sesentones jubilados, decide que están hartos de la casa donde han pasado toda su vida, que sus hijos no quieren saber nada de ella, y que mejor se mudan fuera de la ciudad, pueden poner un anuncio en el sitio que miran todos los que están activos en el sector inmobiliario belga (immoweb.be, se llama la página), y decir que no quieren saber nada de ninguna agencia, o contratar una agencia inmobiliaria. Si la contratan, ya saben que entre un 3% y un 5% de lo que saquen no lo van a ver.
En España, la agencia inmobiliaria, según mi experiencia, también intenta (y consigue) crujir al comprador, o eso hacía en los tiempos pre-burbuja, cuando compré el piso en Valencia. Quizá ahora, en estos años de vacas flacas, hayan moderado su apetito. En Bélgica, el comprador paga un montón de gabelas y se deja la pasta por ni sé los sitios, ya lo veremos, pero a la agencia no le paga un euro: ésa sólo cobra del vendedor, lo cual ciertamente tiene su lógica, porque es él quien le ha contratado.
La agencia, una vez contratada, hace unas cuantas fotos de la vivienda, la describe en los mejores términos posibles, para atraer cuantos más incautos mejor, y acto seguido pone su anuncio en Immoweb, no faltaba más, fijando un precio probablemente un 10% o un 15% más elevado de lo que el vendedor está dispuesto a aceptar. Además, pone las fotos en su propia página web, imprime unas cuantas copias y las pega en las vitrinas de sus oficinas, sin escatimar en signos de admiración.
Ahora que ya tenemos vendedor, agencia y fotos, vamos a pasar al comprador. En este caso, Alfina y yo, matrimonio en régimen de gananciales. El comprador, que ya lleva tiempo echando un ojo a Immoweb, probablemente está más que harto del ejercicio y tiene muchas ganas de que sus visitas cotidianas a la página terminen cuanto antes. Advierte el anuncio que ha metido la agencia, envía un correo y concierta una visita. Es importante reseñar que los agentes inmobiliarios trabajan en sábado, lo cual es notable en un país, como Bélgica, en que los horarios de oficina son los que son y, si a alguien no le gusta, ya sabe dónde está la frontera.
La visita tiene lugar. Aparentemente, la vivienda es habitable, tiene todo lo que hay que tener, no parece haber mucho gato encerrado, pero los cuartos de baño son típicamente belgas, no españoles. Me explico: a los belgas les gustan los cuartos de baño enormes, mientras que los españoles preferimos dedicarles el menor espacio posible, lo justo para lavarse, ducharse y hacer las necesidades. Los belgas, a veces, parece que lo quieran usar, yo qué sé, de gimnasio. Así que toca reforma.
Sin embargo, la casa mola. Mola mucho más que cualquiera de las anteriores casas vistas a lo largo de los últimos meses, y en donde siempre ha habido defectos: no tenía garaje, le faltaba una habitación, el sótano parecía la vivienda de un tipo con síndrome de Diógenes, había humedades como para entrar en los sitios con paraguas, o el precio era como pensar que había un tesoro escondido, y que entraba en el trato.
Así que los compradores reflexionamos, hacemos números, hay una segunda visita con profesional incluido, por si acaso y, finalmente, hacemos una oferta. Una oferta que es un 10% menos del precio que aparecía en el anuncio.
La oferta es rechazada. Una pequeña subida es igualmente rechazada.
Como, tras hacer números, resulta que la oferta está peligrosamente dentro del límite de lo que los compradores nos podemos permitir, reforma incluida, no hay nuevos movimientos, y la vida sigue igual.
Pero no del todo. Porque, pasan tres semanas, y parece que, por una parte, los vendedores no han recibido más ofertas; por otra, ellos mismos parecen haber encontrado algo y, claro, como que el dinero fresco viene bien en esta tesitura. Así que, a las tres semanas, los compradores nos encontramos con la sorpresa de que sí, que parece que la oferta queda aceptada. Albricias y pan de Madagascar.
En España, llegado a este punto, se paga una señal por mediación de la agencia, y cuando los compradores han arreglado el pequeño detalle de cómo pagar, se queda en una notaría, se firman los papeles, se intercambian cheques bancarios y llaves del pisito, y ya tenemos compraventa.
Bélgica, cómo no, prefiere alambicar el proceso todo lo posible. De momento, la agencia ha terminado su función, y sólo le falta poner la mano. Ya no vamos a volver a encontrarlos. Aparecen, en cambio, otros personajes de importancia capital: los notarios.
Sí, más de uno. Pero eso es materia de otra entrada.