Hace unas semanas, sábado era, me levanté plácidamente tras un sueño relajado, bajé a desayunar y me encontré en la mesa del comedor a la más madrugadora de la tropa, esto es, a Ro. Ro es una chica un tanto particular, que no sé de dónde saca los cuartos, pero controla muchísima pasta. Yo creo que se monta negocios en el colegio, o que chantajea a alguien, o vaya usted a saber qué. El caso es que con sus ingresos le ha dado para comprarse una tableta de las buenas y, al bajar yo, estaba ella con los auriculares puestos y subiendo y bajando la cabeza siguiendo un ritmo poco habitual en sus costumbres musicales.
- ¿Qué escuchas? - le pregunté.
Yo creo que ni se dio cuenta de que yo había llegado, así que me puse delante de ella y le hice unos gestos. Entonces se destapó el oído izquierdo.
- ¡Hola, papá!
- ¿Qué estás escuchando?
- Es la banda sonora de Ironman.
- ¿Es chula?
- Espera, que ahora le quito el auricular y lo oyes.
Lo hizo, y diablos, era heavy. Es más, la voz del cantante era inconfundible.
- Oye, ¿ése no es Angus Young?
- Pues no sé.
- Es que me suena mucho a AC/DC...
- Ah, sí, es que son AC/DC.
- ¿Y... te gustan?
- Sí, están muy bien.
- Pero si éstos ya tenían éxitos cuando yo tenía tu edad. Si debo llevar treinta años escuchando cosas suyas.
- Fíjate...
Dejé a Ro con los AC/CD y me puse a cavilar. Mientras anduve yo por Moscú, ellos no aparecieron por allí, pero es que ya habían estado antes, concretamente en septiembre de 1991, poco después del golpe de Estado que sería la puntilla de la URSS. Tocaron en un concierto llamado "Masters of rock", junto con Metallica, Pantera y no sé quien más, en el aeródromo de Tushino, en un concierto gratuito que pasa por ser uno de los más concurridos de todos los tiempos. Aunque no se vendieron entradas y, por tanto, no hay estadísticas exactas sobre asistencia, se calcula que allí se juntaron cosa de millón y tres cuartos de personas. Tuvo que ser una pasada y, de hecho, he oído hablar de ese concierto muchísimas veces. En cuanto a los intérpretes que participaron en el mismo, de Pantera no se volvió a saber mucho; Metallica llevó desde entonces una existencia vergonzosa y languideciente, cambiando de estilo para pasar a algo más comercial, y sin mucho que decir en el panorama musical desde entonces. De hecho, han vuelto desde entonces varias veces a tocar a Moscú, y quién sabe a qué otros agujeros de Rusia.
AC/DC no.
AC/DC ha ido encadenando éxito tras éxito incluso después de su actuación en Moscú, hasta el punto de que han entrado en el siglo XXI con buen pie e incluso son el grupo favorito de mi hija Ro, lo que los convierte en un caso único, y en la única excepción probada al hecho de que, músico que actúa en Moscú, músico que no levanta cabeza en lo sucesivo. Probablemente no hace ninguna prueba más de que tienen un pacto con el diablo, porque, de lo contrario, esto no se entiende.
También hay que decir que los AC/DC han sido razonablemente prudentes, no han jugado con fuego, y no han vuelto a aparecer por Moscú hasta hoy, a diferencia de la mayoría, cuando no la totalidad, de los colegas de su generación, que no han parado de actuar por allí.
Con lo cual tengo que reconocer que la regla según la cual todo músico que actúa en Moscú está acabado por definición no es tan inflexible como parecía y tiene una excepción. No creo que haya otra, pero estoy dispuesto a discutir el asunto con los entendidos.
Entretanto, los países de Occidente han impuesto sanciones a Rusia por un quítame allá esa Crimea y por no cerrar su frontera con Ucrania y, supuestamente, hacer la vista gorda sobre los envíos de armas y equipo desde territorio ruso a la República Popular de Donetsk. No me queda muy claro que esas medidas vayan a tener el efecto pretendido, más bien al contrario, pero allá los que las hay tomado. Eso sí, en este contexto, parece claro que los contactos, incluso musicales, entre Occidente y Rusia van a quedar bastante reducidos, y que los músicos que, así y todo, vayan a actuar a Moscú serán aquéllos que, simplemente, no tengan otro sitio, ni siquiera Castellón, donde les ofrezcan un concierto. Habrá que estar ojo avizor, porque mayor signo de acabamiento que ése no veremos.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 30 de julio de 2014
lunes, 28 de julio de 2014
Músicos acabados (y van...)
La visita a Moscú de hace ya dos meses ha sido fecunda en acontecimientos destacados, pero también en ponernos al día de las últimas tendencias en cuanto a músicos que han decidido ir a actuar allí y, por consiguiente, están acabados. Yo suponía que la serie tenía un final, con la última visita previsible a Moscú, pero claro, como todavía he asomado la nariz por allí, pues la serie puede continuar un poquito.
La primera foto incluye a los Guano Apes, un grupo alemán que ha llevado una existencia vacilante, con alguna desaparición guadianesca incluida, desde mitad de los noventa.. La vacilación parece terminar con su actuación en Moscú, aunque no es que hasta ahora hubieran tocado precisamente en Londres o en Nueva York; efectivamente, desde ahora sólo pueden ir cuesta abajo.
Junto a ellos, más abajo en el cartel, aparece WASP, que ya hace tiempo que estaban acabados, al menos por el hecho de que, que yo recuerde, es la tercera vez que tocan en Moscú, y la primera creo que fue en 2004, si la memoria no me falla. Sí que recuerdo que la anterior a ésta había sido sólo hace dos años, lo cual convierte en la banda en una candidata poco menos que al visado de múltiple entrada que seguro que tiene gente como Deep Purple, que prácticamente sólo tocan aquí. Lo próximo puede ser la gira mundial por el Donbáss. Es posible que Blackie Lawless no le haga ascos.
Y, finalmente...
¡Es ella! Después de interrumpir su carrera musical para casarse con, en fin, un buen partido, ahora que el buen partido tiene algunos problemillas con la justicia, supongo que ha decidido reemprender su carrera, aunque un poco con la boca pequeña (bueno, lo de cantar con la boca pequeña no parece nuevo en ella). Para los que tenían alguna incertidumbre sobre si a partir de ahora iba a hacer algo de relumbrón, supongo que no hace falta que diga que la duda ha quedado disipada por completo. Adieu, Carla...
* * *
Después de tantas entradas más ácidas que un limón verde, queda la duda de si realmente la regla es tan inflexible y de si nadie, absolutamente nadie, que haya actuado en Moscú tiene la menor esperanza de hacer algo de provecho durante el resto de su carrera musical.
Bueno, pues parece que hay un excepción. Sólo una. La descubrí el otro día, cuando pillé a Ro escuchando una canción del grupo en cuestión.
Los detalles, sin embargo, tendrán que venir en la siguiente entrada. No les voy a hacer compartir entrada a esos genios con esta pléyade de músicos en decadencia imparable, ¿verdad?
La primera foto incluye a los Guano Apes, un grupo alemán que ha llevado una existencia vacilante, con alguna desaparición guadianesca incluida, desde mitad de los noventa.. La vacilación parece terminar con su actuación en Moscú, aunque no es que hasta ahora hubieran tocado precisamente en Londres o en Nueva York; efectivamente, desde ahora sólo pueden ir cuesta abajo.
Junto a ellos, más abajo en el cartel, aparece WASP, que ya hace tiempo que estaban acabados, al menos por el hecho de que, que yo recuerde, es la tercera vez que tocan en Moscú, y la primera creo que fue en 2004, si la memoria no me falla. Sí que recuerdo que la anterior a ésta había sido sólo hace dos años, lo cual convierte en la banda en una candidata poco menos que al visado de múltiple entrada que seguro que tiene gente como Deep Purple, que prácticamente sólo tocan aquí. Lo próximo puede ser la gira mundial por el Donbáss. Es posible que Blackie Lawless no le haga ascos.
Y, finalmente...
¡Es ella! Después de interrumpir su carrera musical para casarse con, en fin, un buen partido, ahora que el buen partido tiene algunos problemillas con la justicia, supongo que ha decidido reemprender su carrera, aunque un poco con la boca pequeña (bueno, lo de cantar con la boca pequeña no parece nuevo en ella). Para los que tenían alguna incertidumbre sobre si a partir de ahora iba a hacer algo de relumbrón, supongo que no hace falta que diga que la duda ha quedado disipada por completo. Adieu, Carla...
* * *
Después de tantas entradas más ácidas que un limón verde, queda la duda de si realmente la regla es tan inflexible y de si nadie, absolutamente nadie, que haya actuado en Moscú tiene la menor esperanza de hacer algo de provecho durante el resto de su carrera musical.
Bueno, pues parece que hay un excepción. Sólo una. La descubrí el otro día, cuando pillé a Ro escuchando una canción del grupo en cuestión.
Los detalles, sin embargo, tendrán que venir en la siguiente entrada. No les voy a hacer compartir entrada a esos genios con esta pléyade de músicos en decadencia imparable, ¿verdad?
sábado, 26 de julio de 2014
Políticos y aviones
La estricta política de anonimato que gobierna esta bitácora desde sus comienzos me obliga a ocultar los nombres de las personas con las que he compartido vuelo, en la confianza de que el lector sabrá comprender las graves razones que me fuerzan a ello, y que el desconocimiento de las personalidades sobre las que versa esta entrada no representará ningún obstáculo para el lector avezado. Lo que importa es la sustancia, ¿no?
Pues señor, fuerza es decir que, ahora que ya no vuelo entre Moscú y Madrid, sino, en el caso que hoy nos ocupa, entre Madrid y Bruselas, el pasajero típico ha cambiado bastante. Entre Moscú y Madrid, o entre Moscú y España en general, ya he dedicado diversas entradas a glosar los compañeros de viaje que se puede encontrar uno. En cambio, hasta ahora no había escrito sobre lo que se encuentra uno en los vuelos entre Bruselas y España, así que parece hora de cubrir este vacío.
Para empezar, la oferta es muchísimo mayor. Así como entre Rusia y España sólo vuelan, chárteres aparte, básicamente Iberia y Aeroflot, entre Bélgica y España tenemos a Iberia, a Brussels Airlines, a Air Europa, a Vueling, a Ryanair y no sé si me dejo alguna. Y, como destinos, no sólo tenemos las dos capitales, sino que los destinos en España son casi todos los aeropuertos posibles y, en Bélgica, los dos de Bruselas. Vamos a ser condescendientes y a considerar, como hacen ellos, el aeropuerto de Charleroi como el de Bruselas Sur, porque, ¿qué son sesenta kilómetros en la inmensidad del universo?
Además, si hay tantos vuelos es porque hay gente dispuesta a llenarlos. Y así es: entre turistas, emigrantes, trabajadores desplazados, lobbyistas varios, funcionatas, y eurobichos de toda condición, ya tenemos un montón de gente que vuela entre España y Bélgica, y esto sin contar a los belgas, que alguno hay también. Esto no tiene nada que ver con lo que pasaba entre España y Rusia, en que la práctica totalidad del pasaje estaba compuesto por rusos y, si te encontrabas algún español, lo más probable es que lo conocieras. En este caso, si el vuelo era en dirección a España, todo eran parabienes por la próxima estancia en la patria y si, por el contrario, el vuelo era en dirección a Rusia, la compañía servía para mitigar el pesar por abandonar el paraíso perdido. Eso es cuando vives en Rusia: cuando no lo haces, sino que vas para unos días, vas tan contento y hasta te has convertido en rusófilo.
Con gente tan diferente, es natural que te encuentres con mucha gente distinta. El que vuela a Valencia es distinto del que lo hace a Madrid, y también del que vuela a Santander o a Málaga; el que lo hace en Iberia es diferente al que lo hace en Ryanair y, de hecho, en la cola de embarque de Iberia te puedes encontrar a gente que dice, con suficiencia, que voló una vez con Ryanair y una y no más, Santo Tomás. No es mi caso. Ya he volado más de una vez con Ryanair, y me da a mí que me quedan algunas.
Pero el vuelo de hoy es con Iberia, que es donde vuela la clase más alta de entre los viajeros entre ambos países. Vemos un número alto de padres con bebés y niños pequeños y, como es el último vuelo de un día que es festivo en Bélgica, la fiesta nacional del 21 de julio, no hay turistas, pero sí volamos los que trabajamos en Bélgica y queremos apurar el fin de semana en Madrid. Y los españoles que viajan somos, o madrileños, que no es mi caso, o gente fuertemente relacionada con Madrid, que sí que lo es; a diferencia del caso de Moscú, si no eres de Madrid no hace falta que pases por Barajas para desplazarte, cosa que se agradece enormemente.
¿Y quién vive en Madrid? Pues la élite nacional y los tipos que salen en los telediarios y que encabezan las candidaturas de, en este caso, las elecciones europeas. En el caso que nos ocupa, heme aquí que me ha tocado compartir vuelo, no con uno, sino con dos cabezas de lista de las últimas elecciones europeas. Ya he dicho lo del anonimato, y el lector me disculpará por no revelar sus nombres, pero me atreveré a decir que son las dos personas que pueden decir con total justicia que obtuvieron una victoria en las elecciones, uno porque su lista fue la más votada, y el otro porque obtuvo el mayor ascenso respecto a las elecciones anteriores de entre las candidaturas presentadas. No diré más por respeto a su intimidad.
Estaba yo, pues, en la cola del embarque. Pasé el control de rigor, me di cuenta de que, por muy Iberia que fuese, los muy roñosos no habían contratado finger y tocaba ir en autobús hasta el avión. Subí al autobús, me situé en un rincón, y al poco vi subir a un señor canoso, de barba recortada y algo rellenito, vestido con un traje gris y que se puso a mi mismo lado. Lo reconocí, que no en vano es un personaje público y no estoy yo tan desconectado de España como para no saber quién ha cesado de ministro hace no tanto.
Al poco, subieron dos jóvenes que abordaron al primero y que debían tener algún contacto con él. Por lo que pude oír, porque la conversación tenía lugar junto a mi oreja, debían ser funcionarios de algún consulado español en Bélgica, ése por el que algún día debería plantearme pasar, porque a estas alturas me siguen llegando correos del consulado de Moscú como si todavía residiese allí. El político, con un acento que era una curiosa mezcla de deje andaluz y tonalidad madrileña, conversó con ellos como si tal cosa, pero, cuando el autobús se puso en marcha, se apoyó con la mano en la barra en la que también yo estaba recostado y me puso su tarjeta de embarque a un palmo de los ojos. Así es como supe que no me había equivocado al identificarle y, de paso, me enteré de que volaba en primera y de que era titular de la tarjeta de Iberia puturrudefuá total, creo que la de platino esmeralda, que supongo que le dará derecho a trato de maharajá, sala VIP allá donde vaya y no sé qué gabelas más, pero, si no hay finger, parece que igualmente tiene que subir al autobús, como la chusma con tarjeta de Iberia como la mía, de nivel mínimo y que, todo lo más, me da derecho a sacar la tarjeta de embarque en una máquina automática, y gracias, so pringao.
En estos pensamientos, entró en el autobús un grupo de varias personas bastante jóvenes que se arracimaban alrededor de un personaje central que indudablemente era el líder del grupo. Se trataba de un hombre de aspecto juvenil, vestido informalmente, con una mochila a la espalda y el pelo largo recogido en una coleta, a quien también reconocí sin demasiados problemas. El grupo conversaba animadamente y no dejó de hacerlo durante todo el viaje, porque los tenía sólo algunas filas delante de mí. La verdad es que, más que un diputado y sus asistentes, parece un grupo de coleguillas que iban de turisteo por Bélgica. Tal y como presumen en las entrevistas que hacen, van en turista. Es cierto.
A la llegada a Bruselas, los cinco (eran cinco) se reagruparon y supongo que tendrían organizado su transporte hasta donde residen, que se supone es en un piso compartido y, si han renunciado a la parte del sueldo que dicen que han hecho, realmente no les da para mucho más, porque los alquileres de Bruselas, aunque no son los de Moscú, tampoco son los de, digamos, Torrevieja en invierno. Yo tomé el tren y aparecí una hora después por mi casa.
¿Qué hubiera hecho yo si hubiera sido elegido eurodiputado y me viera en la tesitura de elegir entre ambos, ejem, modelos de comportamiento? Con todo el respeto que me inspira el eurodiputado español que viaja en clase económica, no tengo muy claro que yo hubiera hecho lo mismo en su caso. También es cierto que él no tenía elección, teniendo en cuenta su programa y en que se hubieran echado a degüello si hubiese empezado a ser asiduo de las salas VIP.
Pero de los dos modelos será cosa de escribir en otra ocasión. Ahora me toca salir.
Pues señor, fuerza es decir que, ahora que ya no vuelo entre Moscú y Madrid, sino, en el caso que hoy nos ocupa, entre Madrid y Bruselas, el pasajero típico ha cambiado bastante. Entre Moscú y Madrid, o entre Moscú y España en general, ya he dedicado diversas entradas a glosar los compañeros de viaje que se puede encontrar uno. En cambio, hasta ahora no había escrito sobre lo que se encuentra uno en los vuelos entre Bruselas y España, así que parece hora de cubrir este vacío.
Para empezar, la oferta es muchísimo mayor. Así como entre Rusia y España sólo vuelan, chárteres aparte, básicamente Iberia y Aeroflot, entre Bélgica y España tenemos a Iberia, a Brussels Airlines, a Air Europa, a Vueling, a Ryanair y no sé si me dejo alguna. Y, como destinos, no sólo tenemos las dos capitales, sino que los destinos en España son casi todos los aeropuertos posibles y, en Bélgica, los dos de Bruselas. Vamos a ser condescendientes y a considerar, como hacen ellos, el aeropuerto de Charleroi como el de Bruselas Sur, porque, ¿qué son sesenta kilómetros en la inmensidad del universo?
Además, si hay tantos vuelos es porque hay gente dispuesta a llenarlos. Y así es: entre turistas, emigrantes, trabajadores desplazados, lobbyistas varios, funcionatas, y eurobichos de toda condición, ya tenemos un montón de gente que vuela entre España y Bélgica, y esto sin contar a los belgas, que alguno hay también. Esto no tiene nada que ver con lo que pasaba entre España y Rusia, en que la práctica totalidad del pasaje estaba compuesto por rusos y, si te encontrabas algún español, lo más probable es que lo conocieras. En este caso, si el vuelo era en dirección a España, todo eran parabienes por la próxima estancia en la patria y si, por el contrario, el vuelo era en dirección a Rusia, la compañía servía para mitigar el pesar por abandonar el paraíso perdido. Eso es cuando vives en Rusia: cuando no lo haces, sino que vas para unos días, vas tan contento y hasta te has convertido en rusófilo.
Con gente tan diferente, es natural que te encuentres con mucha gente distinta. El que vuela a Valencia es distinto del que lo hace a Madrid, y también del que vuela a Santander o a Málaga; el que lo hace en Iberia es diferente al que lo hace en Ryanair y, de hecho, en la cola de embarque de Iberia te puedes encontrar a gente que dice, con suficiencia, que voló una vez con Ryanair y una y no más, Santo Tomás. No es mi caso. Ya he volado más de una vez con Ryanair, y me da a mí que me quedan algunas.
Pero el vuelo de hoy es con Iberia, que es donde vuela la clase más alta de entre los viajeros entre ambos países. Vemos un número alto de padres con bebés y niños pequeños y, como es el último vuelo de un día que es festivo en Bélgica, la fiesta nacional del 21 de julio, no hay turistas, pero sí volamos los que trabajamos en Bélgica y queremos apurar el fin de semana en Madrid. Y los españoles que viajan somos, o madrileños, que no es mi caso, o gente fuertemente relacionada con Madrid, que sí que lo es; a diferencia del caso de Moscú, si no eres de Madrid no hace falta que pases por Barajas para desplazarte, cosa que se agradece enormemente.
¿Y quién vive en Madrid? Pues la élite nacional y los tipos que salen en los telediarios y que encabezan las candidaturas de, en este caso, las elecciones europeas. En el caso que nos ocupa, heme aquí que me ha tocado compartir vuelo, no con uno, sino con dos cabezas de lista de las últimas elecciones europeas. Ya he dicho lo del anonimato, y el lector me disculpará por no revelar sus nombres, pero me atreveré a decir que son las dos personas que pueden decir con total justicia que obtuvieron una victoria en las elecciones, uno porque su lista fue la más votada, y el otro porque obtuvo el mayor ascenso respecto a las elecciones anteriores de entre las candidaturas presentadas. No diré más por respeto a su intimidad.
Estaba yo, pues, en la cola del embarque. Pasé el control de rigor, me di cuenta de que, por muy Iberia que fuese, los muy roñosos no habían contratado finger y tocaba ir en autobús hasta el avión. Subí al autobús, me situé en un rincón, y al poco vi subir a un señor canoso, de barba recortada y algo rellenito, vestido con un traje gris y que se puso a mi mismo lado. Lo reconocí, que no en vano es un personaje público y no estoy yo tan desconectado de España como para no saber quién ha cesado de ministro hace no tanto.
Al poco, subieron dos jóvenes que abordaron al primero y que debían tener algún contacto con él. Por lo que pude oír, porque la conversación tenía lugar junto a mi oreja, debían ser funcionarios de algún consulado español en Bélgica, ése por el que algún día debería plantearme pasar, porque a estas alturas me siguen llegando correos del consulado de Moscú como si todavía residiese allí. El político, con un acento que era una curiosa mezcla de deje andaluz y tonalidad madrileña, conversó con ellos como si tal cosa, pero, cuando el autobús se puso en marcha, se apoyó con la mano en la barra en la que también yo estaba recostado y me puso su tarjeta de embarque a un palmo de los ojos. Así es como supe que no me había equivocado al identificarle y, de paso, me enteré de que volaba en primera y de que era titular de la tarjeta de Iberia puturrudefuá total, creo que la de platino esmeralda, que supongo que le dará derecho a trato de maharajá, sala VIP allá donde vaya y no sé qué gabelas más, pero, si no hay finger, parece que igualmente tiene que subir al autobús, como la chusma con tarjeta de Iberia como la mía, de nivel mínimo y que, todo lo más, me da derecho a sacar la tarjeta de embarque en una máquina automática, y gracias, so pringao.
En estos pensamientos, entró en el autobús un grupo de varias personas bastante jóvenes que se arracimaban alrededor de un personaje central que indudablemente era el líder del grupo. Se trataba de un hombre de aspecto juvenil, vestido informalmente, con una mochila a la espalda y el pelo largo recogido en una coleta, a quien también reconocí sin demasiados problemas. El grupo conversaba animadamente y no dejó de hacerlo durante todo el viaje, porque los tenía sólo algunas filas delante de mí. La verdad es que, más que un diputado y sus asistentes, parece un grupo de coleguillas que iban de turisteo por Bélgica. Tal y como presumen en las entrevistas que hacen, van en turista. Es cierto.
A la llegada a Bruselas, los cinco (eran cinco) se reagruparon y supongo que tendrían organizado su transporte hasta donde residen, que se supone es en un piso compartido y, si han renunciado a la parte del sueldo que dicen que han hecho, realmente no les da para mucho más, porque los alquileres de Bruselas, aunque no son los de Moscú, tampoco son los de, digamos, Torrevieja en invierno. Yo tomé el tren y aparecí una hora después por mi casa.
¿Qué hubiera hecho yo si hubiera sido elegido eurodiputado y me viera en la tesitura de elegir entre ambos, ejem, modelos de comportamiento? Con todo el respeto que me inspira el eurodiputado español que viaja en clase económica, no tengo muy claro que yo hubiera hecho lo mismo en su caso. También es cierto que él no tenía elección, teniendo en cuenta su programa y en que se hubieran echado a degüello si hubiese empezado a ser asiduo de las salas VIP.
Pero de los dos modelos será cosa de escribir en otra ocasión. Ahora me toca salir.
sábado, 19 de julio de 2014
Decíamos ayer...
Decíamos ayer...
Bueno, en realidad no fue ayer. Fray Luis de León se tiró unos cuantos años entre la clase que precedió a sus asuntillos con la Inquisición, y la posterior a la misma. No es mi caso, que ni tengo cuentas con la Inquisición, ni he estado ausente tanto tiempo desde mi última aparición. Sin embargo, lo que decíamos ayer es que los moscovitas se las ingeniaban para no pagar por aparcar en el centro, y para hacerlo impunemente. Y es que a algún avispado se le ocurrió que el ayuntamiento de Moscú lo que hacía era enviar a un coche con cámara a fotografiar las matrículas de los coches, y a crujir a quienes no hubieran pasado por caja, cosa que se hace introduciendo el número de matrícula en el aparatejo que se han inventado.
Básicamente, hay dos métodos de eludir el asunto. El primero es universal, y el segundo sólo para los titulares de matrículas no estándar. El método universal consiste en, simplemente, ocultar la matrícula con un trapo cualquiera o ensuciándola mucho. La fotografía deja la matrícula ilegible, y la multa no llega a emitirse. Es lo que pasa cuando se abandona el honrado método tradicional de poner a legiones de agentes de la ORA a peinar las calles, y se les sustituye por una fría máquina. Yo pensaba que en Moscú, con las masas de tayikos dispuestos a currar por un remedo de salario, la sustitución del hombre por la máquina tardaría en producirse, pero se ve que los tayikos están todos muy ocupados, construyendo y reformando pisos, y en Tayikistán han debido cerrar el grifo de salida de mano de obra semiesclavizada.
El segundo método testifica igualmente que los fautores del sistema de pago por aparcar todavía tienen que pulir defectillos. Como vimos en una serie de entradas, los distintos tipos de matrículas que se pueden ver por Moscú son bastante variados; sin embargo, cuando uno trata de introducir el pago en el sistema informático, si no tienes una matrícula "normal", tararí que te vi. Uno se explica que los coches del ejército, de la policía, o los célebres EKX de los servicios secr... estooo... de los servicios de seguridad estatal passssen ampliamente de pagar por el aparcamiento, pero ¿y los diplomáticos?
En el curso del viaje que hicimos, quedamos con unos amigos que, aunque no son estrictamente diplomáticos, sí que trabajan en una embajada y, al ser extranjeros, tienen derecho (y, en realidad, incluso obligación) a llevar una bonita matrícula de color rojo, con los numericos en blanco monísimo y un código de país que no se corresponde con los números y letras de serie de los coches de matrícula nacional estándar. Nos contaban que, cuando supieron del asunto, ni cortos ni perezosos, un día que aparcaron por el centro fueron a pagar, como todo hijo de vecino, y descubrieron que a sus padres no les consideraban vecinos y que la máquina no aceptaba el código de matrícula que introducían. Total, que, quieras que no, nuestros amigos no tuvieron más remedio que dejar aparcado el coche sin pagar. Y jugársela, claro.
Lo de jugársela es relativo. Sí, existe la inmunidad diplomática, y raro será el miliciano que le busque las cosquillas a un diplomático, pero, puestos a ser estrictos, el procedimiento cuando un diplomático se desmanda en la carretera consiste en tomarle los datos y hacer llegar la queja al Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, que, a su vez, transmite la protesta al embajador del país cuyo representante ha resultado infractor de a saber qué norma. El embajador no creo que haga mucho, pero no debe ser un asunto agradable que te llamen a capítulo.
Vamos, que el segundo método consiste en tener una matrícula rarilla. La de los diplomáticos no está al alcance de todos, vale, pero la extranjera sí. Uno matricula su coche en Bielorrusia o en Lituania y, a partir de entonces, ancha es la Estepa.
Dicho esto, no critiquemos demasiado a los rusos. Hace unos días, viajamos a Madrid con nuestro coche, y con su matrícula belga, lo dejamos allí para tenerlo cuando las vacaciones y llevarlo de vuelta a su fin, y lo primero que se le ocurrió a mi suegra es que, si aparcaba en la ORA, no sabrían a quién mandar la multa y que seguro que no pasaba nada.
Nada más que avisaran a la grúa, claro.
jueves, 3 de julio de 2014
Lamentos por la decadencia del género
Esta bitácora debe estar viviendo sus últimos estertores, a juzgar por la evolución que va llevando, con entradas cada vez más espaciadas, e incesantes promesas de continuidad 'para cuándo tenga algo más de tiempo', cosa que resulta que no sucede nunca. Ya sólo falta descubrir Twitter y darse cuenta de que con cuatro letras mal juntadas, con tal de que sea ocurrente, y a veces ni eso, va que chuta y además puedes juntar una foto y soltar cualquier brillantez sin el latazo que supone componer un relato o un discurso como Dios manda.
Tal es la evolución de la mayoría de las bitácoras que pasan por la blogosfera, y en este caso concreto por la rusosfera (sí, me sigo considerando parte de la misma, aunque ya vea los toros desde la barrera la mayoría de las veces). Cuando miro la barra de la derecha, que tiene telarañas de tanto tiempo que llevo sin actualizarla, no puedo evitar una mueca al ver el cementerio de ilustres blogueros en que se ha convertido. Sí, vale, hay un par que continúan vivos y con buena salud, frente a una mayoría que no merece a estas alturas más que recuerdos de lo que fueron y, todo lo más, algún responso.
El caso es que el género agoniza. No es ya esta bitácora, que ya lleva sus buenos ocho años dando el callo, no; es que las demás también parece como si hubieran perdido su atractivo. Y eso nos enseña lo rápido que cambian las cosas en el siglo XXI, porque el fenómeno de las bitácoras es algo que se popularizó entre 2003 y 2008, más o menos, cuando todo quisqui quería tener una, y hasta más de una, y que a partir de 2010 se ha ido apagando sin remedio. A mis hijos, por ejemplo, yo diría que les molesta lo negro, y desde luego prefieren cuatro garabatos en Facebook o unos cuantos caracteres en Twitter, y sanseacabó. Y, antes que leer, cosa aburrida como pocas, y seguir a las muchas buenas bitácoras que siguen campando por ahí, prefieren seguir a un youtuber y las ocurrencias que suelte delante de una cámara. Que estoy seguro de que los hay buenísimos (y malísimos, como en todos los sitios), pero la verdad es que no es lo mismo, no, señor.
A todo esto, había quedado en la última entrada en desvelar qué hacen los moscovitas para engatusar a las autoridades que les prohíben aparcar a sus anchas en el centro de la ciudad, que ya era hora, por cierto, de que se lo prohibieran. Digresión hecha, y como estoy en un tren y todavía tardaré algo en llegar, voy a ver si me da tiempo a redactar, porque, lo de publicar, como que es otra cosa.