A lo largo de los últimos, digamos, dos años, he viajado por sitios bastante diversos y, en consecuencia, he tenido la oportunidad de oír misa en varios de ellos, básicamente aquéllos a los que he ido a parar en domingo o en fiesta de guardar. Uno piensa que la litugia católica es algo bastante monolítico y que es la misma allá donde vayas, al menos desde que el Concilio de Trento, allá por el siglo XVI, hizo tabla rasa de las liturgias particulares, con excepciones contadísimas.
Bueno, pues ese pensamiento podía ser correcto hace unos cuantos decenios, pero hoy no. Hace unos cuantos decenios la liturgia era en latín, con el misal antiguo y con las lenguas vernáculas reducidas a las lecturas y a la predicación, con lo cual no había lugar a variaciones. Entonces llegó el Vaticano II y el Novus Ordo Missae, y se supone que las cosas debían seguir siendo homogéneas, dentro de que ya la liturgia dejaba de ser necesariamente en latín. De hecho, tengo entendido que el latín debía seguir siendo la lengua litúrgica, pero que se permitía decir misa en lenguas vernáculas. Como tantísimas veces, lo que iba a ser una excepción terminó siendo la norma, y no creo que sea fácil oír misa en latín en muchos lugares de la Cristiandad.
Para los que nos toca viajar fuera de nuestra patria, hay que decir que eso es una tabarra. Por muchos idiomas que sepas, nunca es lo mismo, y eso que, en los países donde los católicos somos una minoría que, en nuestra gran mayoría, venimos de fuera, es común encontrar misas en distinos idiomas. Si todo fuera en latín, como antes, asunto arreglado.
Así y todo, no debería haber diferencias más que la traducción del misal, y punto.
Pues no.
En las próximas entradas voy a intentar describir las particularidades de las misas en los distintos lugares en los que he estado en los dos últimos años, siempre con alguna salvedad. La principal es que existen misas en el idioma del país, y misas para algunas minorías de guiris que no consiguen hacerse con el idioma del país, no tienen ninguna gana de intentarlo, y tienen que ser atendidos en su lengua propia. Por ejemplo, en Rusia la mayoría de las misas católicas son en ruso, pero también hay misas en la tira de idiomas. Hablando de memoria: polaco (se nota el origen del catolicismo en Rusia), francés, inglés, alemán, español, coreano, armenio, italiano y seguro que me dejo alguno. Ah, sí, el latín, y además en sus dos versiones, la "nueva" y la tradicional, con un grupo bastante curioso que se reúne en los sótanos de la catedral los domingos por la tarde y asiste a la segunda. Sé que es curioso porque yo también he asistido un par de veces y seguro que también resulto curioso.
Obviamente, cuando la misa es en ruso (o en polaco), la cosa es bastante masiva y, cuando la misa es en los otros idiomas, los que asisten son guiris que se conocen todos, a los que se une algún ruso algo friki o interesado por el idioma que sea.
Si en Rusia los católicos suelen ser guiris, lo de Bruselas es peor. En Bruselas, un tercio mal contado de la población son guiris, así que hay misas en muchísimos idiomas, y hasta una vez encontré una misa católica ¡en ruso!, que ya son ganas de rizar el rizo.
Vamos a empezar de más formal a más informal. En la próxima entrada, voy a ocuparme del país, de los que he visitado más o menos recientemente, en que la liturgia es más formal. El último país de la serie es aquél en que la liturgia es más vivalavirgenanchaescastilla. Sí, el último va a ser Bélgica.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 25 de noviembre de 2013
jueves, 21 de noviembre de 2013
El alquiler de coches (y II)
El alquilador de coches tiene dos líneas de negocio. La primera es el alquiler de minifurgonetas y camionetas, muy útiles en caso de transporte de muebles, pequeñas mudanzas y saraos similares. Casi diría que comprensiblemente, estos vehículos huelen a sudor y tienen restos de polvillo y astillas en cualquier sitio.
La segunda línea de negocio es el alquiler de turismos. El alquilador se ha comprado unos cuantos Seat Ibiza de distintos colores y la verdad es que los deja muy bien de precio. Eso, unido a que está cerca de casa y que no hay que irse a la quinta porra a devolverlos, nos convierte en unos clientes cautivos ¿Significa eso que estamos satisfechos de su servicio? No. Ya nos gustaría, ya.
Para empezar, está la cuestión de los horarios. Por las razones que quedaron dichas en la entrada anterior, nos vemos forzados a alquilar el coche todo el fin de semana y a devolverlo en lunes, cuando llega al trabajo, que se supone que son las nueve. Lo malo es que eso es mucho suponer. Lo bueno es que tiene un móvil y está apuntado en la puerta de su negocio.
- Oiga, ¿por dónde anda? Que ya son las nueve y media, y yo también tengo que irme a trabajar.
- Estoy en un atasco.
Es un poco sospechoso que los atascos tengan lugar sólo los lunes por la mañana, pero vale, aceptaremos pulpo.
- ¿Y qué hago? Me tengo que ir.
- Deje las llaves del coche en el buzón.
- ¿Y pagarle?
Y se sobreentiende, además: "¿Y liberar los ochocientos euros que tengo bloqueados en la tarjeta?"
- Ah, la semana que viene, cuando vuelvan.
Esto de la cautividad como cliente, al menos, tiene la ventaja de que hay confianza. Vamos, ya puede haberla, con ochocientos euros bloqueados.
Lo de los horarios tiene su corolario. Se supone que el viernes trabaja hasta las seis, y hasta las seis hay de tiempo para recoger el coche. Entonces es cuando suena una llamada en el móvil de Alfina.
- Oiga, que soy el del alquiler de coches.
- Sí, dígame.
- Que el viernes me voy a las tres y media, y tiene que recoger el coche antes.
- ¿Cómo que a las tres y media?
- Sí. Es que tengo una boda.
Estos musulmanes, siempre casándose en viernes. Sarracenos...
- Pero yo a las tres y media estoy trabajando.
- Pues tiene que ser a esa hora.
- Espere. A ver qué se puede hacer.
Y Alfina llama a su marido, que anda por algún lugar de Alsacia, y resulta que su marido sí puede acercarse al día siguiente a esa hora, y llama al alquilador, y todos tan contentos. Lo de la boda debía ser verdad, porque, cuando fui a recoger el coche, iba el señor bastante mejor vestido que de costumbre (cosa sencilla, por cierto) y llevaba una botella de champán. Sarraceno, pero bebedor.
Todo esto sería disculpable si los Seat Ibiza estuvieran en estado de revista. Ya habíamos dicho que las furgonetillas huelen a sudor y trabajos, pero lo que resulta sospechoso es que los Seat Ibiza que tiene como turismo... también huelen a sudor y trabajos. Uno entra en el coche y, escarmentados por la experiencia, lo primero que hace es mirar el indicador del depósito de combustible.
- Oiga, que no está lleno. Le falta una raya.
- Ah, pues yo sólo lo usé desde la gasolinera hasta aquí.
- ¿Y dónde estaba la gasolinera? ¿En Holanda?
- Pero no pasa nada. Usted me lo devuelve igual, y ya está.
Lo segundo que hace uno, después del numerito de la gasolina, es afinar la pituitaria, y notar que el coche huele bastante mal, como a sudor, tabaco y alcohol, como si aquello fuera un Lada Samara, y no un Seat Ibiza. Y luego toca afinar la vista, y descubrir que hay ceniza y polvo por doquier, y que debajo del asiento del conductor hay una botella de vino casi vacía rodando hacia adelante y hacia atrás según vayamos frenando o acelerando. En fin, que menuda juerga se ha corrido alguien en el coche, y esperemos que no fuera el conductor.
Al ir a devolverlo, nos acercamos a la gasolinera más próxima.
- Intenta que, sin llenarlo, esté casi cubierta la última raya.
- Vamos a probar con diez litros, a ver cómo queda.
Probamos con diez litros.
- Ajjjj.. faltan dos rayas.
- Voy a echarle cinco más.
- ¿Tantos?
- Es que el mínimo que te dispensa el surtidor éste son cinco litros.
- Vaya...
Con cinco litros más ya queda como queríamos.
- Bueno, como el camino hasta el alquiler es cuesta abajo, a ver si yendo en punto muerto no consumimos nada y no baja ninguna raya.
- A ver.
Dios mío, Dios mío, que llegue pronto el coche propio, aunque recogerlo y matricularlo me dé materia para veinte entradas más.
La segunda línea de negocio es el alquiler de turismos. El alquilador se ha comprado unos cuantos Seat Ibiza de distintos colores y la verdad es que los deja muy bien de precio. Eso, unido a que está cerca de casa y que no hay que irse a la quinta porra a devolverlos, nos convierte en unos clientes cautivos ¿Significa eso que estamos satisfechos de su servicio? No. Ya nos gustaría, ya.
Para empezar, está la cuestión de los horarios. Por las razones que quedaron dichas en la entrada anterior, nos vemos forzados a alquilar el coche todo el fin de semana y a devolverlo en lunes, cuando llega al trabajo, que se supone que son las nueve. Lo malo es que eso es mucho suponer. Lo bueno es que tiene un móvil y está apuntado en la puerta de su negocio.
- Oiga, ¿por dónde anda? Que ya son las nueve y media, y yo también tengo que irme a trabajar.
- Estoy en un atasco.
Es un poco sospechoso que los atascos tengan lugar sólo los lunes por la mañana, pero vale, aceptaremos pulpo.
- ¿Y qué hago? Me tengo que ir.
- Deje las llaves del coche en el buzón.
- ¿Y pagarle?
Y se sobreentiende, además: "¿Y liberar los ochocientos euros que tengo bloqueados en la tarjeta?"
- Ah, la semana que viene, cuando vuelvan.
Esto de la cautividad como cliente, al menos, tiene la ventaja de que hay confianza. Vamos, ya puede haberla, con ochocientos euros bloqueados.
Lo de los horarios tiene su corolario. Se supone que el viernes trabaja hasta las seis, y hasta las seis hay de tiempo para recoger el coche. Entonces es cuando suena una llamada en el móvil de Alfina.
- Oiga, que soy el del alquiler de coches.
- Sí, dígame.
- Que el viernes me voy a las tres y media, y tiene que recoger el coche antes.
- ¿Cómo que a las tres y media?
- Sí. Es que tengo una boda.
Estos musulmanes, siempre casándose en viernes. Sarracenos...
- Pero yo a las tres y media estoy trabajando.
- Pues tiene que ser a esa hora.
- Espere. A ver qué se puede hacer.
Y Alfina llama a su marido, que anda por algún lugar de Alsacia, y resulta que su marido sí puede acercarse al día siguiente a esa hora, y llama al alquilador, y todos tan contentos. Lo de la boda debía ser verdad, porque, cuando fui a recoger el coche, iba el señor bastante mejor vestido que de costumbre (cosa sencilla, por cierto) y llevaba una botella de champán. Sarraceno, pero bebedor.
Todo esto sería disculpable si los Seat Ibiza estuvieran en estado de revista. Ya habíamos dicho que las furgonetillas huelen a sudor y trabajos, pero lo que resulta sospechoso es que los Seat Ibiza que tiene como turismo... también huelen a sudor y trabajos. Uno entra en el coche y, escarmentados por la experiencia, lo primero que hace es mirar el indicador del depósito de combustible.
- Oiga, que no está lleno. Le falta una raya.
- Ah, pues yo sólo lo usé desde la gasolinera hasta aquí.
- ¿Y dónde estaba la gasolinera? ¿En Holanda?
- Pero no pasa nada. Usted me lo devuelve igual, y ya está.
Lo segundo que hace uno, después del numerito de la gasolina, es afinar la pituitaria, y notar que el coche huele bastante mal, como a sudor, tabaco y alcohol, como si aquello fuera un Lada Samara, y no un Seat Ibiza. Y luego toca afinar la vista, y descubrir que hay ceniza y polvo por doquier, y que debajo del asiento del conductor hay una botella de vino casi vacía rodando hacia adelante y hacia atrás según vayamos frenando o acelerando. En fin, que menuda juerga se ha corrido alguien en el coche, y esperemos que no fuera el conductor.
Al ir a devolverlo, nos acercamos a la gasolinera más próxima.
- Intenta que, sin llenarlo, esté casi cubierta la última raya.
- Vamos a probar con diez litros, a ver cómo queda.
Probamos con diez litros.
- Ajjjj.. faltan dos rayas.
- Voy a echarle cinco más.
- ¿Tantos?
- Es que el mínimo que te dispensa el surtidor éste son cinco litros.
- Vaya...
Con cinco litros más ya queda como queríamos.
- Bueno, como el camino hasta el alquiler es cuesta abajo, a ver si yendo en punto muerto no consumimos nada y no baja ninguna raya.
- A ver.
Dios mío, Dios mío, que llegue pronto el coche propio, aunque recogerlo y matricularlo me dé materia para veinte entradas más.
martes, 19 de noviembre de 2013
El alquiler de coches (I)
Como ya quedó dicho, no tenemos coche ni lo tendremos hasta que pasen varias lunas, y luego todavía quedará matricularlo y ésas cosas que sí son burocráticas y que, si la empresa privada es lo que hemos visto, no quiero ni pensar lo que puede ser la administración pública.
En fin, que vehículo propio no tenemos, así que no nos queda más remedio que alquilarlo, siquiera sea para hacer la compra los fines de semana, porque, cuando hay varias bocas que alimentar, el problema básico es tener dinero para comprar las cosas, vale; pero un problema no menos importante es transportar las cosas que has comprado desde la tienda hasta la cocina.
Lo de los alquileres de coche en Bruselas es un caso aparte. Como en todos los sitios, los hay en las estaciones de tren y en los aeropuertos, pero uno no se va a ir a un aeropuerto sólo para alquilar un coche, ¿verdad?, ni a una estación de tren, que, por cierto, no pillan nada cerca de casa. Hay en Bélgica un sistema de alquiler, parecido al de las bicicletas, que, por lo visto, funciona muy bien, pero, por un par de meses, no compensa el pago inicial ni toda la parafernalia y, además, la estación más próxima estará a sus buenos veinte minutos. Por fortuna, a no más de diez minutos a pateo tenemos una oficina de alquiler, que, vale, no es precisamente Hertz ni Sixt, pero que alquila coches.
Y aquí nos encontramos con otro de los arcanos de la prestación de servicios en Bélgica.
El señor que lleva la oficina, que, por cómo la lleva, nadie diría que fuera suya, es, por ser suave, un pelín dejado. Tiene un horario, de lunes a sábado, y de nueve de la mañana a seis de la tarde, pero que respeta sólo en casos excepcionales. Trabaja solo, y no parece que se mate demasiado. Lo que maravilla es su estilo, tan personal, de llevar el negocio.
Como es de suponer, nosotros somos clientes de fin de semana, de día de compra, y nos gustaría alquilar el viernes por la tarde y devolver el sábado por la tarde, antes de que cierre. Una vez, con un vehículo de carga, lo logramos, y lo intentamos la vez siguiente, esta vez con un turismo.
- No, no se lo alquilo.
- Ah, ¿no? ¿Y por qué no?
- Porque, si se lo alquilo, luego ya no me lo recoge nadie para quedárselo el domingo, y yo a ustedes sólo les cobro un día y un día lo tengo parado.
Lo bueno del pequeño comercio es el trato franco y personal, está claro. Como, por otra parte, la verdad es que el alquiler es mucho más barato que el de sus competidores internacionales, sale a cuenta alqular el domingo, aunque el domingo salgamos a pasear al bosque de al lado o llueva a cántaros y nos quedemos en casa todo el día y sólo salgamos a misa y gracias. Vale, lo alquilamos todo el fin de semana, usted gana.
Como en todos los alquileres de coches, el contrato dice que te dejan el depósito lleno, y que tú también tienes que devolverlo lleno y que, si no lo dejas lleno, te cobrarán el combustible que le metan a un precio más elevado que los pensamientos de un místico.
Bueno, pues todavía no he visto un coche de ese sitio con el depósito lleno.
La primera vez, con el vehículo de carga, no sólo no estaba lleno: es que estaba en reserva, y en reserva agónica, de las que te hacen buscar la gasolinera más cercana con un nudo en la garganta por si te deja tirado.
- Oiga, ¿el indicador de combustible funciona? Porque no se ha levantado ni un poquito.
- No, es que está vacío. Pero no pasa nada. Usted póngale lo que vaya a gastar, y me lo devuelve también vacío.
"Póngale lo que vaya a gastar" ¿Y yo qué sé qué voy a gastar? Ni que fuera el oráculo. Total, que me acerco a la gasolinera y llego de milagro. Como la gasolina en Bélgica va más cara que en España y, si comparo con Rusia, ya ni lo cuento, toca economizar, con lo cual vamos todo el fin de semana con en depósito temblando, para dejárselo en la misma comatosa condición en que nos lo dejó. Y, claro, los niños no estan acostumbrados a ver un depósito tan renqueante en esta familia.
- Papá, hay que ponerle gasolina.
- Ya le puse.
- Pero le pusiste poca. Mira el indicador.
- Ya lo sé.
- Nos vamos a quedar sin gasolina.
- No creo.
- Que sí. Y tendremos que volver andando.
"Grrrr..."
Con lo fácil que es que te lo dejen lleno, gastes lo que sea sin preocuparte y, justo antes de devolverlo, pases por la gasolinera y lo llenes. Pues no.
A todo esto, al tío parece que el negocio le funciona. Yo he estado pensando seriamente en poner un negocio de alquiler de coches en el barrio, porque, si éste, con todo lo chapucero que es, tira p'alante, no hace falta ser muy bueno para hacerse con el mercado. Lo único que me tira para atrás es que a ver de dónde saco los coches. Con lo difícil que es hacerme con uno para mí mismo, conseguir una flotilla mínima debe ser un trabajo que ríete de los de Hércules.
En fin...
En fin, que vehículo propio no tenemos, así que no nos queda más remedio que alquilarlo, siquiera sea para hacer la compra los fines de semana, porque, cuando hay varias bocas que alimentar, el problema básico es tener dinero para comprar las cosas, vale; pero un problema no menos importante es transportar las cosas que has comprado desde la tienda hasta la cocina.
Lo de los alquileres de coche en Bruselas es un caso aparte. Como en todos los sitios, los hay en las estaciones de tren y en los aeropuertos, pero uno no se va a ir a un aeropuerto sólo para alquilar un coche, ¿verdad?, ni a una estación de tren, que, por cierto, no pillan nada cerca de casa. Hay en Bélgica un sistema de alquiler, parecido al de las bicicletas, que, por lo visto, funciona muy bien, pero, por un par de meses, no compensa el pago inicial ni toda la parafernalia y, además, la estación más próxima estará a sus buenos veinte minutos. Por fortuna, a no más de diez minutos a pateo tenemos una oficina de alquiler, que, vale, no es precisamente Hertz ni Sixt, pero que alquila coches.
Y aquí nos encontramos con otro de los arcanos de la prestación de servicios en Bélgica.
El señor que lleva la oficina, que, por cómo la lleva, nadie diría que fuera suya, es, por ser suave, un pelín dejado. Tiene un horario, de lunes a sábado, y de nueve de la mañana a seis de la tarde, pero que respeta sólo en casos excepcionales. Trabaja solo, y no parece que se mate demasiado. Lo que maravilla es su estilo, tan personal, de llevar el negocio.
Como es de suponer, nosotros somos clientes de fin de semana, de día de compra, y nos gustaría alquilar el viernes por la tarde y devolver el sábado por la tarde, antes de que cierre. Una vez, con un vehículo de carga, lo logramos, y lo intentamos la vez siguiente, esta vez con un turismo.
- No, no se lo alquilo.
- Ah, ¿no? ¿Y por qué no?
- Porque, si se lo alquilo, luego ya no me lo recoge nadie para quedárselo el domingo, y yo a ustedes sólo les cobro un día y un día lo tengo parado.
Lo bueno del pequeño comercio es el trato franco y personal, está claro. Como, por otra parte, la verdad es que el alquiler es mucho más barato que el de sus competidores internacionales, sale a cuenta alqular el domingo, aunque el domingo salgamos a pasear al bosque de al lado o llueva a cántaros y nos quedemos en casa todo el día y sólo salgamos a misa y gracias. Vale, lo alquilamos todo el fin de semana, usted gana.
Como en todos los alquileres de coches, el contrato dice que te dejan el depósito lleno, y que tú también tienes que devolverlo lleno y que, si no lo dejas lleno, te cobrarán el combustible que le metan a un precio más elevado que los pensamientos de un místico.
Bueno, pues todavía no he visto un coche de ese sitio con el depósito lleno.
La primera vez, con el vehículo de carga, no sólo no estaba lleno: es que estaba en reserva, y en reserva agónica, de las que te hacen buscar la gasolinera más cercana con un nudo en la garganta por si te deja tirado.
- Oiga, ¿el indicador de combustible funciona? Porque no se ha levantado ni un poquito.
- No, es que está vacío. Pero no pasa nada. Usted póngale lo que vaya a gastar, y me lo devuelve también vacío.
"Póngale lo que vaya a gastar" ¿Y yo qué sé qué voy a gastar? Ni que fuera el oráculo. Total, que me acerco a la gasolinera y llego de milagro. Como la gasolina en Bélgica va más cara que en España y, si comparo con Rusia, ya ni lo cuento, toca economizar, con lo cual vamos todo el fin de semana con en depósito temblando, para dejárselo en la misma comatosa condición en que nos lo dejó. Y, claro, los niños no estan acostumbrados a ver un depósito tan renqueante en esta familia.
- Papá, hay que ponerle gasolina.
- Ya le puse.
- Pero le pusiste poca. Mira el indicador.
- Ya lo sé.
- Nos vamos a quedar sin gasolina.
- No creo.
- Que sí. Y tendremos que volver andando.
"Grrrr..."
Con lo fácil que es que te lo dejen lleno, gastes lo que sea sin preocuparte y, justo antes de devolverlo, pases por la gasolinera y lo llenes. Pues no.
A todo esto, al tío parece que el negocio le funciona. Yo he estado pensando seriamente en poner un negocio de alquiler de coches en el barrio, porque, si éste, con todo lo chapucero que es, tira p'alante, no hace falta ser muy bueno para hacerse con el mercado. Lo único que me tira para atrás es que a ver de dónde saco los coches. Con lo difícil que es hacerme con uno para mí mismo, conseguir una flotilla mínima debe ser un trabajo que ríete de los de Hércules.
En fin...
martes, 5 de noviembre de 2013
Contratando Internet
Uno de los motivos más decisivos en esta etapa de escritos escasos y espigados a lo largo de las semanas es que, hasta hace relativamente poco, no teníamos Internet.
Pero, claro, era cuestión de contratar el servicio. En Bruselas, dependiendo del barrio, te puedes encontrar con que tienes un posible proveedor, o dos, pero no hay mucho más. En nuestro barrio, los proveedores posibles son VOO (sí, a la porra el anonimato) y Belgacom, el antiguo monopolio de telecomunicaciones. Como los monopolistas son todo lo malos que uno se encuentra en sitios como los concesionarios de coches que vimos la vez pasada, decidimos ir a la empresa pequeña y dinámica que nos daría un servicio adaptado a sus clientes. A VOO, vamos.
En Bruselas, si quieres hablar con un proveedor de servicios más o menos grande, tienes que pasar por una odisea de máquinas que, con voz metálica, te van... ejem, orientando. "Si quiere hablar en bable, marque uno; si quiere hablar en mandarín, marque 2". Cuando uno encuentra su idioma ("Si vosté vol parlar en valencià, marque el 547"), llega la siguiente fase: "Para consultas de compras de cartuchos de tinta, marque uno; para administraciones de fincas, marque dos...". Pero no hay mal que cien años dure y, finalmente, olé, uno llega a hablar con una persona.
- Buenos días, quería contratar con ustedes televisión, teléfono e Internet.
- Tenemos un pack que blablabla...
Las cosas claras, en plan tengo esto que cuesta tanto, no son una opción por aquí. Las tarifas son a cual más enrevesada: en una te dan todos los canales de televisión vietnamitas duranes seis meses por un módico precio; en otra, si contratas una cadena sueca, te meten totalmente gratis un período de prueba de una aplicación de recetas de cocina bantúes, que ahora se llevan mucho, con las llamadas a Luxemburgo gratuitas entre diez y doce de la noche. Al final, crees haber conseguido algo acorde con tus necesidades y se lo dices.
- Muy bien, la opción archipackdeguaymolamazo, por setenta euros al mes, con franquicia de instalación y activación y experiencia mejorada...
"Jo, qué bien, experiencia mejorada... esto va a ser la bomba."
- Ahora vamos a concertar una cita para que nuestro técnico se pase por su casa a activar el servicio ¿Qué día le viene bien?
- Hombre, pues un sábado. En la tienda me dijeron que podían hacerlo en sábado. Es que el resto de la semana trabajo.
- No, no, un sábado no puede ser.
- Pues un viernes por la tarde, que puedo salir antes.
- Vale... a ver... el día 13 de septiembre.
- Estupendo.
- El horario de tarde de nuestros técnicos es de doce a seis.
- Bueno, pero que no llegue antes de las dos, que no habré llegado a casa.
- No pasa nada. Yo le pongo aquí una notita: "a partir de las dos". Ya está. Enhorabuena por haber escogido este servicio. Es usted muy afortunado.
Pasan los días, llega el 13 de septiembre, y yo salgo raudo del trabajo como una exhalación, como con prisa de ver cómo es la experiencia mejorada. La bici vuela por Bruselas (a falta de coche, como vimos en la entrada anterior), y llego a mi casa en un abrir y cerrar de ojos. Desde fuera, vislumbro en el buzón una tarjeta con tonos morados que me hace tragar saliva. La tomo, sin siquiera entrar en casa y me la acerco a la cara mientras hablo mucho los ojos.
"Estimado cliente:
Un técnico de VOO ha pasado a visitarle a las 12.45, sin conseguir acceder a su vivienda, debido a que no le fue abierta la puerta. Le ruego contacte con nuestro servicio al cliente para concertar una nueva cita.
Atentamente,
VOO."
El muy c*br*n había pasado de que yo dijera lo de que no llegaría hasta las dos y pasó a la una menos cuarto, con un par. Sólo puedo pensar que no tuviera ganas de trabajar. Sólo había pasado media hora desde que, supuestamente, pasara por allí, así que quizá lo lograra pillar. En la tarjeta había garrapateado un número de móvil con una caligrafía de médico con Parkinson. Le llamé un par de docenas de veces, sólo para encontrarme que tenía puesto el contestador automático de manera permanente. Aquello parecía regodeo.
Con el cabreo que llevaba encima, llamé al servicio al cliente de VOO.
"Si desea hablar en cantonés, marque uno; si desea hablar en noruego, marque dos..."
Marco un número cualquiera.
"Si quiere configurar el orientador trifásico, marque uno; si lo que desea es extrapolar la comunicación extemporánea, marque dos; si quiere..."
Varios intentos después, se consigue: "si quiere hablar con el servicio a cliente, marque 38".
- Servicio a cliente, dígame.
Le explico el caso con muy malas pulgas.
- Claro, claro, es que el horario del técnico es de doce a seis, y en ese período puede pasar en cualquier momento.
- Pero yo dije que no estaría hasta las dos. Su compañera tomo nota.
- Sí, sí, nosotras podemos tomar nota, pero todo depende del recorrido que siga el técnico.
- ¿Y por qué no me lo dicen?
- No sé. Yo no le atendí ¿Quiere usted que le demos otra cita?
- Para hoy. O para mañana por la mañana.
- Mmm... no, hoy es imposible. Y mañana es sábado, así que tampoco. Ah, pero mire, aquí tengo una cita para el cuatro de octubre.
- ¿Cómo que el cuatro de octubre? Eso es dentro de tres semanas.
- Antes está todo ocupado.
- ¿Y no puede encontrar al técnico que ha estado aquí antes? Seguro que esta tarde puede pasar, porque ha hecho un servicio menos y le debe sobrar tiempo.
- No, no puedo contactar con el técnico.
- Oiga, esto es una calamidad de servicio.
A partir de ahí ya subí el tono y comenzaron las amenazas.
- Claro, puede poner una queja. En nuestra página web están todos los datos.
- Pero, ¿cómo voy a ver su página web, si no me ponen Internet?
Aquello no tenía pies de cabeza. Como todo el país. Después de algunos gritos que mi interlocutora (por llamarla así) soportó con notable entereza, colgué resignado. Pues vaya con la pequeña empresa dinámica que se está comiendo el mercado. Si éstos son así...
Hace unos cuantos años, en el programa de humor de la televisión vasca "Vaya semanita", se hizo muy popular un video llamado "¿Y si todos fueran funcionarios?". A mí me da la impresión de que los autores habían pasado una temporadita en Bélgica, antes de grabarlo, porque aquí sí que son todos funcionarios. Al cliente, que lo zurzan.
Pero, claro, era cuestión de contratar el servicio. En Bruselas, dependiendo del barrio, te puedes encontrar con que tienes un posible proveedor, o dos, pero no hay mucho más. En nuestro barrio, los proveedores posibles son VOO (sí, a la porra el anonimato) y Belgacom, el antiguo monopolio de telecomunicaciones. Como los monopolistas son todo lo malos que uno se encuentra en sitios como los concesionarios de coches que vimos la vez pasada, decidimos ir a la empresa pequeña y dinámica que nos daría un servicio adaptado a sus clientes. A VOO, vamos.
En Bruselas, si quieres hablar con un proveedor de servicios más o menos grande, tienes que pasar por una odisea de máquinas que, con voz metálica, te van... ejem, orientando. "Si quiere hablar en bable, marque uno; si quiere hablar en mandarín, marque 2". Cuando uno encuentra su idioma ("Si vosté vol parlar en valencià, marque el 547"), llega la siguiente fase: "Para consultas de compras de cartuchos de tinta, marque uno; para administraciones de fincas, marque dos...". Pero no hay mal que cien años dure y, finalmente, olé, uno llega a hablar con una persona.
- Buenos días, quería contratar con ustedes televisión, teléfono e Internet.
- Tenemos un pack que blablabla...
Las cosas claras, en plan tengo esto que cuesta tanto, no son una opción por aquí. Las tarifas son a cual más enrevesada: en una te dan todos los canales de televisión vietnamitas duranes seis meses por un módico precio; en otra, si contratas una cadena sueca, te meten totalmente gratis un período de prueba de una aplicación de recetas de cocina bantúes, que ahora se llevan mucho, con las llamadas a Luxemburgo gratuitas entre diez y doce de la noche. Al final, crees haber conseguido algo acorde con tus necesidades y se lo dices.
- Muy bien, la opción archipackdeguaymolamazo, por setenta euros al mes, con franquicia de instalación y activación y experiencia mejorada...
"Jo, qué bien, experiencia mejorada... esto va a ser la bomba."
- Ahora vamos a concertar una cita para que nuestro técnico se pase por su casa a activar el servicio ¿Qué día le viene bien?
- Hombre, pues un sábado. En la tienda me dijeron que podían hacerlo en sábado. Es que el resto de la semana trabajo.
- No, no, un sábado no puede ser.
- Pues un viernes por la tarde, que puedo salir antes.
- Vale... a ver... el día 13 de septiembre.
- Estupendo.
- El horario de tarde de nuestros técnicos es de doce a seis.
- Bueno, pero que no llegue antes de las dos, que no habré llegado a casa.
- No pasa nada. Yo le pongo aquí una notita: "a partir de las dos". Ya está. Enhorabuena por haber escogido este servicio. Es usted muy afortunado.
Pasan los días, llega el 13 de septiembre, y yo salgo raudo del trabajo como una exhalación, como con prisa de ver cómo es la experiencia mejorada. La bici vuela por Bruselas (a falta de coche, como vimos en la entrada anterior), y llego a mi casa en un abrir y cerrar de ojos. Desde fuera, vislumbro en el buzón una tarjeta con tonos morados que me hace tragar saliva. La tomo, sin siquiera entrar en casa y me la acerco a la cara mientras hablo mucho los ojos.
"Estimado cliente:
Un técnico de VOO ha pasado a visitarle a las 12.45, sin conseguir acceder a su vivienda, debido a que no le fue abierta la puerta. Le ruego contacte con nuestro servicio al cliente para concertar una nueva cita.
Atentamente,
VOO."
El muy c*br*n había pasado de que yo dijera lo de que no llegaría hasta las dos y pasó a la una menos cuarto, con un par. Sólo puedo pensar que no tuviera ganas de trabajar. Sólo había pasado media hora desde que, supuestamente, pasara por allí, así que quizá lo lograra pillar. En la tarjeta había garrapateado un número de móvil con una caligrafía de médico con Parkinson. Le llamé un par de docenas de veces, sólo para encontrarme que tenía puesto el contestador automático de manera permanente. Aquello parecía regodeo.
Con el cabreo que llevaba encima, llamé al servicio al cliente de VOO.
"Si desea hablar en cantonés, marque uno; si desea hablar en noruego, marque dos..."
Marco un número cualquiera.
"Si quiere configurar el orientador trifásico, marque uno; si lo que desea es extrapolar la comunicación extemporánea, marque dos; si quiere..."
Varios intentos después, se consigue: "si quiere hablar con el servicio a cliente, marque 38".
- Servicio a cliente, dígame.
Le explico el caso con muy malas pulgas.
- Claro, claro, es que el horario del técnico es de doce a seis, y en ese período puede pasar en cualquier momento.
- Pero yo dije que no estaría hasta las dos. Su compañera tomo nota.
- Sí, sí, nosotras podemos tomar nota, pero todo depende del recorrido que siga el técnico.
- ¿Y por qué no me lo dicen?
- No sé. Yo no le atendí ¿Quiere usted que le demos otra cita?
- Para hoy. O para mañana por la mañana.
- Mmm... no, hoy es imposible. Y mañana es sábado, así que tampoco. Ah, pero mire, aquí tengo una cita para el cuatro de octubre.
- ¿Cómo que el cuatro de octubre? Eso es dentro de tres semanas.
- Antes está todo ocupado.
- ¿Y no puede encontrar al técnico que ha estado aquí antes? Seguro que esta tarde puede pasar, porque ha hecho un servicio menos y le debe sobrar tiempo.
- No, no puedo contactar con el técnico.
- Oiga, esto es una calamidad de servicio.
A partir de ahí ya subí el tono y comenzaron las amenazas.
- Claro, puede poner una queja. En nuestra página web están todos los datos.
- Pero, ¿cómo voy a ver su página web, si no me ponen Internet?
Aquello no tenía pies de cabeza. Como todo el país. Después de algunos gritos que mi interlocutora (por llamarla así) soportó con notable entereza, colgué resignado. Pues vaya con la pequeña empresa dinámica que se está comiendo el mercado. Si éstos son así...
Hace unos cuantos años, en el programa de humor de la televisión vasca "Vaya semanita", se hizo muy popular un video llamado "¿Y si todos fueran funcionarios?". A mí me da la impresión de que los autores habían pasado una temporadita en Bélgica, antes de grabarlo, porque aquí sí que son todos funcionarios. Al cliente, que lo zurzan.