Las cosas son así. Cuando uno tiene tiempo para escribir sin agobios, no le sucede nada que inspire una entrada en condiciones de la bitácora y, por el contrario, cuando a uno le suceden las cosas una detrás de otra (y hasta varias al mismo tiempo), lo que sucede es que no tiene un minuto libre para escribir con un mínimo de sosiego. Y eso es lo que está pasando ahora, y es una lástima, porque, entre la serie del desfile que tiene todavía un par de capítulos por delante, la de Astracán que apenas he esbozado, la mudanza que hemos tenido y que da para mucho, y los primeros días de mis hijos por Bélgica, hay entradas para varios meses. Lo malo es que esas entradas hay que escribirlas y publicarlas, y la precariedad internetera aneja a los primeros tiempos en una nueva vivienda no da para tanto.
De momento, una cosa que tienen en común Bruselas y Moscú es que todo quisqui tiene embajada en esas ciudades. Moscú, como capital del proletariado mundial, vanguardia de los parias de la tierra y repartidora de maná entre los regímenes postcoloniales, acaparaba los diplomáticos africanos como Carlos Fabra los premios de lotería; Bruselas, con eso de que es la sede de la Comisión Europea y, por tanto, de sus pingües programas de ayuda al tercer mundo, también atrae a los diplomáticos de las, ejem, potencias africanas como la miel a las moscas.
Y, en África, será por países.
En estas cosas, el otro día, primero de la estancia en nuestro nuevo hogar, salímos a pasear por los alrededores para hacernos un poco con el barrio, y pasamos por el lado del edificio de la foto.
- ¿Eso qué es? - preguntó Abi.
- Pues una embajada, supongo, por la bandera que tiene en la entrada.
- ¿Y de qué país es?
- Ni idea. Las banderas africanas no son mi fuerte. Acércate y míralo en la puerta.
Abi se acercó, leyó la placa de la puerta y volvió espantada.
- ¡Aquí pone que es la embajada de Suicilandia! ¿De verdad se suicidan? Pero, ¿por qué lo hacen?
Creo que Abi, a veces lee demasiado rápido.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
martes, 10 de septiembre de 2013
miércoles, 4 de septiembre de 2013
De vuelta a la rutina laboral
La vuelta de las vacaciones es para mucha gente un momento traumático como pocos. Ese momento me ha llegado ya a mí, y mi presencia en Bruselas, ese laberinto de culturas donde se encuentra lo más variado del mundo mundial, me permite establecer alguna comparación por lo menos chocante.
Todavía hay mucha gente que sigue de vacaciones, pero ya vamos volviendo algunos. Entré con paso tardo en el edificio donde trabajo, y llegué a los ascensores, a los que entraron conmigo dos mujeres.
El ascensor, como casi todos, tiene un amplio espejo en su parte posterior, que no sé si lo ponen para que el ascensor parezca más grande, para que las mujeres se miren, o para las dos cosas. El caso es que las dos mujeres, sin mediar palabra, se dieron la vuelta para ponerse frente al espejo, atusarse el pelo y verificar que todo iba bien con su aspecto exterior. Pero una de ellas no parecía convencida.
- ¡Qué cansancio! - dijo, en español de España.
- Síiii... - respondió la otra, en español del mismo sitio.
- Casi no me he podido levantar hoy ¡Y tengo unas ojeras que me llegan hasta los pies!
- Yo también casi ni me levanto.
- Jo, vaya ojeras.
Yo, muy bajito, y en el español de España que gasto habitualmente, dije:
- Bueno, no es para tanto.
Las mujeres reconocieron a un compatriota y sonrieron.
- Es que hacen las vacaciones muy cortas - dijo la de las ojeras.
- Cierto. Deberían durar unos cuantos meses más - agregué con convicción.
- Eso.
Alcanzado ese acuerdo fundamental, llegamos a mi piso, y salí del ascensor con un saludo y mis mejores deseos para el largo día que se cernía sobre todos nosotros. Torcí un pasillo, y en esto me crucé con un compañero de unos cuantos despachos más allá, alemán él, que caminaba animadamente ¡a las ocho y media de la mañana! charlando con una mujer.
- Hallo, Alexander! - le solté.
- Hallo, hallo! - dijo Alexander alborozado.
- Na, wie war der Urlaub? (¿Qué tal las vacaciones?) - pregunté.
- Ach, weißt Du, er war eigentlich zu lang! (¿Sabes? Demasiado largas) - respondió el muy sinvergüenza.
- Zu laaaang? (¿Demasiado largaaaas?)
- Naja, ein bißchen zu viel, ich wollte schon zurück. (Sí, un poco, ya tenía ganas de volver)
Y Alexander siguió su camino charlando animadamente con la mujer que iba a su lado.
(...)
¿Sabéis qué? ¡Que trabajen ellos, que no saben divertirse!
Todavía hay mucha gente que sigue de vacaciones, pero ya vamos volviendo algunos. Entré con paso tardo en el edificio donde trabajo, y llegué a los ascensores, a los que entraron conmigo dos mujeres.
El ascensor, como casi todos, tiene un amplio espejo en su parte posterior, que no sé si lo ponen para que el ascensor parezca más grande, para que las mujeres se miren, o para las dos cosas. El caso es que las dos mujeres, sin mediar palabra, se dieron la vuelta para ponerse frente al espejo, atusarse el pelo y verificar que todo iba bien con su aspecto exterior. Pero una de ellas no parecía convencida.
- ¡Qué cansancio! - dijo, en español de España.
- Síiii... - respondió la otra, en español del mismo sitio.
- Casi no me he podido levantar hoy ¡Y tengo unas ojeras que me llegan hasta los pies!
- Yo también casi ni me levanto.
- Jo, vaya ojeras.
Yo, muy bajito, y en el español de España que gasto habitualmente, dije:
- Bueno, no es para tanto.
Las mujeres reconocieron a un compatriota y sonrieron.
- Es que hacen las vacaciones muy cortas - dijo la de las ojeras.
- Cierto. Deberían durar unos cuantos meses más - agregué con convicción.
- Eso.
Alcanzado ese acuerdo fundamental, llegamos a mi piso, y salí del ascensor con un saludo y mis mejores deseos para el largo día que se cernía sobre todos nosotros. Torcí un pasillo, y en esto me crucé con un compañero de unos cuantos despachos más allá, alemán él, que caminaba animadamente ¡a las ocho y media de la mañana! charlando con una mujer.
- Hallo, Alexander! - le solté.
- Hallo, hallo! - dijo Alexander alborozado.
- Na, wie war der Urlaub? (¿Qué tal las vacaciones?) - pregunté.
- Ach, weißt Du, er war eigentlich zu lang! (¿Sabes? Demasiado largas) - respondió el muy sinvergüenza.
- Zu laaaang? (¿Demasiado largaaaas?)
- Naja, ein bißchen zu viel, ich wollte schon zurück. (Sí, un poco, ya tenía ganas de volver)
Y Alexander siguió su camino charlando animadamente con la mujer que iba a su lado.
(...)
¿Sabéis qué? ¡Que trabajen ellos, que no saben divertirse!