martes, 6 de agosto de 2013

El desfile (VII): Iksánov

Sinopsis: He sido designado para montar un desfile de moda tiranistaní en tres semanas, con la ayuda de un funcionario tiranio un pelín pusilánime, un italiano ensoberbecido y un par de altos funcionarios tiranios tocapelotas. De esta serie ya hemos visto unos cuantos antecedentes, que son éstos: I, II, III, IV, V y VI.

A la mañana siguiente, lunes naciente, me levanté más cansado que el viernes, cosa explicable a la vista del fin de semana que había tenido. Me dirigí a mi despacho y, claro, me encontré con las quince enormes cajas de vestidos que habíamos dejado allí la víspera. En el despacho que ocupo ahora en Bruselas, como si son treinta; pero en Moscú, en aquel entonces, ocupaba un despacho esmirriado, en el que las quince cajas habían entrado de canto y con calzador, y el resultado es que mi puesto de trabajo era completamente inaccesible.

Por fortuna, poco después llegaron Konstantin y Artyom para llevarse las cajas. Jiménez ya se había vuelto en el primer avión que encontró, con su cuaderno ATA intacto y sin creerse todavía lo que había visto la víspera en la aduana.

- ¿Con quién tenemos que hablar en el Bolshoi? - me preguntó Konstantin.

- Entrad por el acceso de Teatralnaya ploschad, preguntad por Mstislav Borisovich y que os diga dónde podéis dejar las cajas.

- Vale.

Konstantin y Artyom sacaron las cajas de allí y me dejaron el despacho utilizable. Ajeno a lo que estuviera pasando, Oskarl me había seguido pasando cosillas, como si estuviera tan desocupado como él, así que aproveché el par de horas de pausa que tenía para ir adelantando algo. Todo parecía bajo control. Teníamos el lugar, teníamos los vestidos, la agencia estaba montando la pasarela, las modelos estaban contratadas y bajo la atenta mirada de Engatusso (menuda pieza el amigo Engatusso), y Salaroy debía estar teniendo que soportar a su jefa esquelética y al jefe de su jefa, a la espera de que los rumores de que probablemente todo fuera a salir bastante bien llegasen a Tiranistán y los peces gordos de verdad se decidieran a pavonearse en Moscú delante del general Ranzai y señora. Ese día sería el llanto y el rechinar de dientes, pero, entretanto, podríamos dedicarnos a trabajar. Qué gusto.

Entonces, sonó el teléfono. Torcí el gesto y descolgué el auricular.

- Von Buchweizen.

- ¿Alfor? Soy Konstantin.

- Konstantin, ¿qué tal? ¿Va todo bien?

- No.

- ¿Y qué pasa?

- Que este Mstislav Borísovich nos ha dicho que se cancela el desfile.

- ¿Quéeeeee?

- Dice que no va a tener lugar. Que se ha enterado su jefe y dice que ni hablar.

- M**rd*, espérame, ahora mismo voy para allá ¿Dónde están los trajes?

- En la furgoneta que hemos alquilado ¿Los llevo de vuelta a tu despacho?

- ¡Noooooo! Déjalos en la furgoneta, que ahora voy.

Ojo al dato. El señor embajador de Tiranistán conoce, a saber a través de qué subterfugios, a un tipo del Bolshoi que, de estranjis y de espaldas a su jefe, decide alquilar una de las salas principales del teatro por diez mil dólares, sin consultar con nadie y con Dios sabe qué intenciones con respecto a ese dinero. Vivan los contactos solventes.

Me planté enseguida en el teatro, claro, y me dirigí escopeteado al despacho de Mstislav Borísovich. Me perdí un par de veces, claro, pero al final llegué al lugar hecho una furia.

- ¿Esto que me han dicho qué significa?

- Que no dejamos el teatro para el desfile.

- ¿Y eso?

- El jefe, que no lo ve claro.

- ¡Pero si queda una semana! Como no se haga el desfile, aquí va a haber muertos, y no sólo voy a ser yo uno de ellos, se lo aseguro. Creo que ya hemos enviado la invitación a la señora Putina.

Mstislav Borísovich se hizo el duro, pero yo creo que tragó saliva casi imperceptiblemente.

- ¿Qué le parece si vamos a ver a su jefe? - le pregunté.

- Bueno. A lo mejor quiere usted ir a hablar con él.

- Sí, creo que sí ¿Cómo se llama?

- Anatoly Gennadievich.

- Vamos allá.

Tras varios vericuetos más por aquel laberinto, se abrió una puerta y entré en un despacho enorme, mientras Mstislav Borísovich se quedaba en la puerta. El despacho estaba decorado ricamente en estilo clásico. Sentado tras una impresionante mesa de dirección, estaba sentado el todopoderoso director del teatro, Anatoly Gennadiévich Iksánov, aunque sus verdaderos nombre y patronímico son Tajir Gadelzyanovich, con los que es bastante más complicado hacer carrera en Rusia que con los que se puso después.

La entrevista fue corta, pero intensa. El hecho de que las invitaciones estuvieran enviadas y que una de ellas hubiera llegado a la señora presidenta fue providencial, porque allí podrían rodar cabezas (además de la mía, por la que no convenía apostar ni un duro) como la cosa se cancelara. El compromiso al que se llegó fue que Mstislav Borísovich era un idiota, que el desfile tendría lugar, pero que había que realizar el pago de los diez mil dólares:

1. Inmediatamente.

2. En billetes contantes y sonantes y recién sacados del banco. Nada de transferencias. Que parezca un accidente.

Salí del despacho con muchas ganas de ahorcar a mi reciente interlocutor, pero me convenía aguantarme y apretarme las meninges para conseguir diez mil dólares antes de que terminara la mañana.

De momento, lo que se me ha terminado es el día, así que continuaré la historia en una entrada siguiente.

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