Alberto II, que es el jefe de Estado de por aquí, ha dicho hoy que hasta aquí ha llegado y que se jubila, a los veinte años de subir al trono. La verdad es que a este señor lo conoce poca gente, porque, además, tiene la mala suerte de que tiene un competidor que se llama igual que él y que le gana por goleada en las revistas del corazón, cual es el Príncipe de Mónaco, que ni siquiera es rey, pero está casado con una nadadora surafricana cañón, es hijo de una actriz de cine de las que entran pocas en un kilo y, en resumen tiene a una legión de fotógrafos persiguiéndole. Y, claro, los fotógrafos, entre el Alberto II de Mónaco, que es fuente inagotable de noticias, y el Alberto II belga, que es un vejestorio del que hay que desenterrar escándalos de hace cincuenta años (y lo hacen, encima), pues eligen al más joven, claro.
El caso es que Alberto II, el de aquí, ha abdicado, y todo el mundo ha comenzado a decir que la monarquía es muy importante en Bélgica y que es una de las poquitas pocas que mantiene unido al país.
Podría ser, podría ser. A mí la impresión que me da es que aquí lo que haga la monarquía da bastante lo mismo y que la gente no habla apenas del asunto; y no será por falta de escándalos, que alguno hay, incluyendo una hija secreta y un segundogénito bastante ligero de cascos. Pero, tanto como para decir que se trata de unas de las poquitas cosas que mantiene unido al país, no sabría yo si se puede decir. Creo que, en este sentido, es más importante la compañía de trenes o las tres que hay de telefonía móvil. De hecho, es bien posible que no acaben de escindirse por los problemas prácticos que tendrían a la hora de montarse cada uno su propia infraestructura y porque, total, para las competencias que le quedan al gobierno central, tanto da que estén juntos como divididos.
En la prensa española, no en toda, pero sí en mucha, se habla del "rey de Bélgica". Supongo que lo hacen por mimetismo con "rey de España" (cosa que existe, o debería existir), pero en Bélgica es diferente, como ya quedó dicho en alguna entrada de hace unos meses: Bélgica es de los belgas, que son los soberanos desde 1830 y su revolución liberal, y el Rey es Rey de los belgas, dejando bien clarito que la soberanía, en Bélgica, procede del pueblo, y no de Dios, al estilo del Antiguo Régimen.
Es problema con lo de la rimbombante denominación de "rey de los belgas" es que hay que encontrar belgas, y cada vez hay menos gente que se tenga por tal. Si le preguntas a alguno, te dirá, sin mucho entusiasmo: "Sí, vale, belga, como quieras." Pero, en realidad, lo que se considera es valón, o flamenco; los de Bruselas tienen todavía menos claro el asunto y, últimamente, comienzo a encontrarme gente que te cuenta de qué comuna es con un conmovedor sentimiento de patriotismo, que es como si en Valencia yo no me considerara de Valencia, sino de Patraix o de Ruzafa. Y luego pensamos que el país del cantonalismo es España.
Entretanto, Alberto II ha declarado sucesivamente en francés y en flamenco que ve a su hijo, que casualmente se llama Felipe, preparado para asumir la corona. Ya puede estar preparado, ya, que el angelito no cumplirá los cincuenta y lleva veinte años de sucesor: si no estuviera preparado, es como para correrlo a gorrazos. En todo caso, parece que dentro de poco vamos a tener por aquí monarca nuevo y, por consiguiente, una invasión sin precedentes de fotógrafos del "Hola" y panfletos semejantes, e innumerables cortes de calles en los alrededores del Palacio Real (vivo a medio kilómetro de él, maldición) y otros sitios representativos. A tragar...
(En este caso, los paralelismos con España me los ahorro. Por higiene mental)
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