De verdad que ha sido una casualidad, pero me encontraba en Minsk, nada menos que en Minsk, el viernes pasado, Día de la Hispanidad y, como quien no quiere la cosa, día en que tuvo lugar el Bielorrusia - España de fútbol. La foto la saqué de chiripa, y uno de los que está entrando en el ascensor es Jordi Alba. Creo que otro es Cesc, ése que falló un penalty ayer.
Puesto que no había nadie del Levante convocado (injustamente, por supuesto), a mí plim, pero quienes iban conmigo, bielorrusos o no, estaban en un elevado estado de histeria ante la presencia de los campeones de todo, pero todo todo. Unos cincuenta fanáticos estaban a las puertas del hotel esperando que pasaran los futbolistas, a unas temperaturas de dos grados que, la verdad, no animaban mucho la espera. Sin embargo, allí que estaban. Yo intenté pasar, porque mi mala suerte quiso que mis compañeros de viaje me esperaran dentro, pero los guardias de seguridad bielorrusos no bromean cuando tienen que actuar. Eso sí, la seguridad es manifiestamente mejorable, y la prueba es que entrando por la puerta del casino llegabas prácticamente hasta la cocina, y sin tener que pasar frío. Y así saqué la foto.
El partido ni me planteé verlo en el estadio, y eso que a esas horas no tenía nada especial que hacer. Me fui a cenar con unos compañeros y lo vi en un restaurante bielorruso, donde, lógicamente, había una clientela básicamente bielorrusa. Con ello creo que me convertí en uno de los poquísimos españoles que pudieron ver el partido por televisión, porque me parece que en España nadie quiso retransmitirlo.
No me extraña.
En el restaurante los goles se recibían con la mayor de las indiferencias, en plan: "Mira, han marcado otro." "Pues qué bien." Ni siquiera los españoles que estábamos allí prestábamos la menor atención al partido.
El retorno a Minsk, después de unos años, ha sido bastante agradable. Todo muy limpio, como siempre, y cada vez mejor cuidado. La prensa occidental se refiere a Lukashenko como el último dictador de Europa, entre otras lindezas, y le tiene prohibida la entrada, pero allí nadie parece excesivamente preocupado por el asunto. Otra cosa es que desde el punto de vista económico estén poco menos que condenados a ser una colonia de Rusia, por mucha unión aduanera que hayan formado.
Pero hay una cosa que quedó pendiente en el último viaje, ya lo creo, y es visitar como es debido el único, que yo sepa, restaurante español de Minsk. Ya estuve en una ocasión, pero al mediodía y con el "business-lunch", que de español no tenía ni la eñe. Ahora tocaba ser algo más serio con la crítica gastronómica, y así ocurrirá en la próxima entrada.
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