Está visto que la serie sobre los gostis está destinada a interrumpirse una y otra vez. El caso es que ahora mismo estoy en un centro comercial en Üleviste, una barriada de Tallinn, esperando que mi avión de regreso a Moscú salga dentro de un par de horas. He pasado un par de días en Estonia, un país que tiene una de las lenguas oficiales más minoritarias e incomprensibles del universo mundo. Más o menos un tercio de la población son rusos, pero no hay que fiarse de que con el ruso uno se apaña. Nada de eso.
Lo que sí es es un país chocante, donde la lengua trasciende su función habitual de medio de comunicación y pasa a ser lo que en inglés se denomina "statement". Hablar estonio o ruso no es solamente pronunciar unas palabras, sino ser portador de una serie de valores o de otros, lo cual enlaza bastante bien con los comentarios de hace un par de entradas, sobre si los países son sólo países, o son, bueno... "unidades de destino en lo universal". Pero eso lo dejo para cuando vuelva a Moscú, suponiendo que no avisen del vuelo más que en estonio y pierda el vuelo por no enterarme. Y es que esto de estar en un país donde no me entero de nada de lo que está escrito es un sinvivir, y no estoy acostumbrado, no.
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