viernes, 13 de julio de 2012

Pskov (VI). Turismo histórico.

En Pskov, ya casi no recuerdo dónde nos habíamos quedado ¡Ah, sí! En el momento en el que entrábamos en el monasterio en Pechóry. Finalmente Kolya apenas habló con una pareja que venía con nosotros, pero éstos se cortaron y no le dijeron nada al pobre Kolya (qué gente, estos turistas). Pero el hombre se ve que nunca se enfada, porque se quedó con una sonrisa de oreja a oreja.

El monasterio está muy bien. Su origen viene de bastante lejos. En el siglo XII los rusos fundaron una fortaleza a unos 150 kilómetros de allí y la llamaron Yúryev, pero luego la conquistaron los caballeros teutónicos y le cambiaron el nombre, para nombrarla Derpt. Luego se llamaría Dorpat y actualmente se llama Tartu y es la segunda ciudad de Estonia (pero, como sabemos, visitarla desde Pskov es dificílismo). El caso es que, cuando los alemanes conquistaron la ciudad, expulsaron de allí al obispo ortodoxo que había habido bajo el dominio ruso. Éste se desplazó hacia el sur y quiso fundar un monasterio, pero el obispo de Pskov no le apoyó. Sí lo hizo el obispo de Nóvgorod, y así pudo fundar el monasterio de Pechóry, mucho más modesto entonces que ahora.

Algunos años después, a mediados del siglo XVI, se desató la guerra nórdica, entre los rusos y la orden livona, sucesora de la orden teutónica. El monasterio estaba situado en un enclave muy importante, así que el zar ruso Iván el Terrible se fijó en él y comenzó a emplearlo como fortificación, y a meter dinero en él. (Eso de los monasterios-fortaleza es una tradición muy rusa que ya hemos visto en otras ocasiones, incluso dentro de Moscú)

La guerra nórdica terminó en empate, pero no la siguiente, a principios del siglo XVIII. Pedro el Grande derrotó a los suecos, que habían sustituido a la disuelta orden livona en el dominio de las orillas del Báltico, y Pechóry dejó de ser ciudad fronteriza, porque Rusia se anexionó lo que hoy es Estonia y el norte de Letonia. El resto de las hoy independientes repúblicas bálticas le llego con los repartos de Polonia, a finales del siglo XVIII.

A principios del siglo XX, a Pechóry le tocó la lotería. Estonia proclamó su independencia en 1918, y en 1920 firmó el Tratado de paz de Tartu con la República Soviética Rusa (la URSS no se fundó hasta 1923), por el cual quedó en territorio estonio. De esta forma, se libró de toda la persecución religiosa de los bolcheviques, porque no fue territorio soviético hasta 1940, cuando la persecución se había relajado algo. De esta forma, Pechóry fue el único monasterio ortodoxo ruso que nunca se cerró. Es más, de él han salido dos patriarcas ortodoxos de los cinco que ha habido en este siglo (el XX, que es cuando se escribieron estas líneas), el primero, Tijón, y el patriarca Pimén.

Estuvimos viendo las iglesias, el toque de campanas, precioso, pero no pudimos entrar a las catacumbas, porque había demasiada cola. A eso de la una debíamos salir, y Austin, para emplear la media hora que nos quedaba libre, decidió irse a dormir al autobús (está visto que trasnochar mucho deja secuelas). Yo no.

No, no. Yo me fui a preguntar dónde estaba la frontera con Estonia. Me fui hacia el centro del pueblo, pregunte por aquí y por allá y me enseñaron el camino ¿Y cuánto habrá? "Kilómetro y medio. No llegará a los dos". Yo me recelaba que no fuera un kilómetro y medio de los míos, de cuando era monitor de acampadas y cuando hacíamos marchas, y los chavales me preguntaban cuánto quedaba, que siempre les contestaba que quedaba kilómetros y medio, aunque quedaran ocho o nueve. Aun así, tome nota.

Cuando me acerqué al autobús, pensaba en entrar en un museo de historia de la ciudad para verlo rápidamente, y entonces vi a Kolya. Iba con dos mujeres y nos niños de nuestro grupo y les estaba llevando precisamente hacia el museo que yo quería visitar, mientras les preguntaba "¿Soy bueno?" Naturalmente, las mujeres le respondían que sí. Kolya subió con nosotros al primer piso del museo, nos enseñó algunas cosas, y luego ya se bajó, supongo que a encontrarse con más turistas. Los ortodoxos piensan que las personas como Kolya son elegidos de Dios. Podría ser.

En el museo descubrí un grupo étnico que no conocía, los setu, que actualmente son unos 7.000 y pueblan la zona fronteriza de Estonia y Rusia. Son de lengua estonia, con alguna variante, pero de religión ortodoxa y, en general, son una mezcla de ambos. Supongo que la frontera no les beneficia. Algún día, tal vez, veamos un grupo separatista por la independencia de Setumaa, que es como se llama la región en su lengua.

El resto ya fue fácil. Volvimos a Pskov, y luego teníamos un paseo por la ciudad, también con guía. Austin, que recordemos que había quedado a las seis con su chica, decidió quedarse a dormir (luego más le valía estar despierto, claro), y la mayoría del grupo prefirió prescindir del paseo, al que fuimos, finalmente, sólo cinco personas. Mejor, porque así fue mucho más personalizado e interesante. Estuvimos por la zona de la muralla defensiva, y luego entramos en el Kremlin, después de pasar por casas de comerciantes. Una era curiosísima, la del hombre más rico de Pskov, con 105 ventanas pequeñas y ninguna puerta, para evitar la entrada de ladrones. Se entraba por un dispositivo especial y, cuando Iván el Terrible visitó Pskov para exigir impuestos y financiar su guerra, el comerciante decidió esconderse dentro y no salió hasta que el zar se hubo ido. Ahora la casa alberga un museo. Le podemos dar ideas a Botín, aunque no sé si éste teme mucho a los ladrones o si es uno de ellos.

Acabado el paseo, decidí irme por mi cuenta a ver el monasterio Snegogorsky, y esta vez, con las indicaciones de la guía, sí que lo encontré. Es un monasterio de monjas, reabierto no hace mucho, y situado justo junto a la orilla del río Velikaya, pero ya bastante lejos del centro de Pskov. Un lugar tranquilo, donde descansé un rato, que buena falta me hacía con el tute que llevaba.

Cuando regresé al hotel, después de consultar horarios de autobuses y trenes, Austin ya se había ido. Yo me puse a remolonear un poco y, en particular, me puse a escribir un plan muy detallado para el día siguiente, para dejárselo a Austin sobre la almohada, por si llegaba tan tarde que yo ya me había acostado.

07.15 - Levantarse.

08.05 - Salida del hotel.

08.30 - Llegada a la Estación de autobuses (autobús 1)

09.05 - Salida del autobús a Pechóry.

10.45 - Llegada a Pechóry. Andamos hasta la frontera (1,5 km)

11.30 - En frontera. Pasamos a Estonia. Trámites.

11.40 - 12.30 - En ESTONIA.

12.30 - Vuelta a Rusia. Salimos pitando hacia el tren.

13.35 - Estación de Pechóry. Tren a Pskov.

14.45 - Llegada a Pskov. Salimos hacia el café de internet para mandar correos a los colegas y fardar de haber llegado a Estonia (autobús 2 ó 17) (¿Veis? Lo de fanfarrón no es nuevo)

17.00 - Recogemos los trastos en el hotel.

18.00 - Nos hacemos una foto junto a la discoteca de las columnas.

19.05 - Salida del tren a Moscú.

¡Ambiciosos proyectos! Yo, de momento, me conforme con algo más sencillo y, después de cenar en el propio hotel, decidí dar un paseo por la orilla del río, y me lo pasé en grande. Parecía estar en otro siglo, con las cúpulas de las iglesias recortándose sobre el cielo del color que más me gusta a mí. Todos los edificios modernos están abandonados (Pskov pierde población cada año), y sólo el kremlin se reflejaba sobre el río. Algo fantástico. Parecía que, en cualquier momento, a la vuelta de cualquier recodo, fueran a aparecer las huestes de Alejandro Nevsky o una mesnada de caballeros teutónicos intentando por enésima vez apoderarse de Pskov. Sin embargo, lo único que aparecían, y no en gran número, eran grupillos de jovenzuelos borrachos que apuraban el fin de semana y que, la verdad sea dicha, desentonaban mucho con el entorno.

Austin y yo llegamos al hotel prácticamente al mismo tiempo. Él también había dado un paseo por la ciudad, pero en compañía, y no dudo que tuvo oportunidad de practicar su ruso. Se rio mucho cuando vio el programa del día siguiente, y decidimos cumplirlo, si los guardias fronterizos no tenían nada en contra.

Lo dejo por hoy, y ya sólo con una pregunta: ¿Conseguiríamos ejecutar el plan, y pasar a Estonia? Porque, si nos descuidábamos y comenzábamos a hacer el tonto, lo que íbamos a conseguir era perder el tren de Moscú, que tan sobrados de tiempo no íbamos.

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