miércoles, 24 de marzo de 2010

Cruzar el charco

En estos días de deshielo brutal, en que las temperaturas se mueven a su capricho, la gran protagonista de la ciudad es el agua. El agua sucia.

Te llega por todos los sitios, pero por todos. Cae del cielo, porque llueve; cuando no llueve, también cae del cielo, porque de las tuberías y desagües van cayendo hilillos que golpean monótonamente contra el suelo; te llega de los lados, porque los charcos y los ríos de agua son caudalosos y los coches que los arrollan no van pensando en los peatones que caminamos por las aceras. Vamos, que no te libras de mojarte de ninguna de las maneras. Y eso que, en vista del percal, he aplazado unos días el comienzo de la temporada ciclista, porque, si ya los coches me salpican yendo por la acera, como se me ocurriera disputarles la calzada iba a pasarlas canutas.

Y también llega el agua desde el suelo. Muchas veces, caminando por la ciudad, te encuentras con que no hay forma seca de, por ejemplo, cruzar la calle. No la hay. Todo lo que hay delante de ti es un gran charco de agua sucia opaca a cuya superficie miras tratando de averiguar la profundidad de aquello. Y te quedas con las ganas, porque el fondo ni se adivina, pero no tienes más remedio que atravesarlo o dar la vuelta por donde habías venido. Puede tener un centímetro de profundidad o puede ser una sima insondable en la que te rompas el tobillo.

Todavía nos queda deshielo para rato. Lo veíamos venir al comprobar que había más nieve que nunca.

Acompañando a Ro a una clase, esquivando placas de hielo supurantes, me comentaba:

- ¡Moscú está mal hecho! ¿Por qué no ponen agujeros con barrotes de hierro en el suelo? En Valencia los ponen al lado de la acera, ¿verdad?

Verdad. Y también es verdad que aquí hay desagües (sí, tengo que enseñar a Ro esa palabra), pero en número escaso y aun ésos bloqueados por la inmensa porquería acumulada en todos esos montones de nieve, blancos por fuera y grises y marrones por dentro, sepulcros blanqueados de toda la basura que los diez millones largos de habitantes de esta locura de ciudad somos capaces de generar.

Y, sin embargo, esta mañana, olía a primavera. Al fin. Tres bajo cero, suelo congelado, viento del norte y, así y todo, olía a primavera.

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