Al final, la falla ardió, y ardió bien. No fue fácil. En primer lugar, porque no creo que haya muchos sitios en los que, para plantar la falla, tengas que despejar un espacio de un par de metros cuadrados que tiene encima medio metro de nieve. Tampoco creo que sea muy frecuente que, para llegar a la zona de fuegos, tengas que trepar por una especie de banquisa bamboleante con nieve traicionera. Pero bueno, lo primero lo arregló media horita de pala; lo segundo, las ganas de fiesta.
La tienda de petardos por internet fue, efectivamente, un petardo. El pedido online no pasaba ni a la de tres, pero, por lo menos, por teléfono fueron muy amables y enviaron a un mensajero con dos bolsas llenas de petarditos (no hacían mucho ruido, pero era lo que había), un buen arsenal de fuentes y unas bengalas más que decentes. Y es que, después del 11-S, lo de meter masclets en los aviones se estaba volviendo complicado.
Mientras tenía lugar la plantà, repartí petardos entre los niños, incluyendo a un par de vecinitos que no sabían muy bien qué era aquello, pero que veían a Abi, Ro y Ame muy animados y no se lo querían perder. En la caja se leía en negrita que no se proporcionaran petardos a los niños, pero los valencianos no solemos hacer mucho caso de lo que pone en las cajas de petardos. La verdad es que eran pequeñitos, del nivel de los que en Valencia es perfectamente legal utilizar desde los ocho años.
Nos juntamos un nutrido grupo de españoles, varios de los cuales son autores de alguna bitácora que aparece en la lista de la derecha de esta pantalla, aunque, últimamente, han dejado de dedicarse a estos menesteres. Pero de eso ya hablaremos en otra entrada.
Y ardió. Ardieron los ninots de los jefes y algunos ex-jefes de los que nos congregamos allí; ardió Braguinsky; ardió Baba-Yaga, la bruja de los cuentos infantiles rusos; y ardieron un montón de ejemplares del Moscow Times (y uno del ABC que había venido en el último viaje desde España) que hacían de elemento infalible de combustión.
Y luego quizá nos hubiera gustado saltar alrededor de las cenizas aún humeantes, pero las cenizas humeantes estaban rodeadas de una llanura nevada poco adecuada para florituras saltarinas, así que lo dejamos estar, tiramos los petardos restantes y nos metimos en el casal (bueno, en la casa) a terminar la fiesta poniéndonos como el Quico.
Y con esto terminaron las fallas moscovitas, unas cuentas horas antes que las valencianas, por la diferencia horaria. Ahora, como allí, la vida sigue, y habrá que ir pensando en las año próximo.
¡Mola! ¿No te dijeron nada por quemar cosas y tirar petardos?
ResponderEliminarAquí quemas papeles o tiras un petardo después de fallas y se lía parda.
Me alegro que te lo pasaras bien, fueron unas fallas bastante realistas, sobre todo por la gente que va de gorra a las fallas, como tus vecinos.
Hay una ley universal que dice que donde hay chinos, se venden petardos. Como parece ser que por Moskau hay unos contingentes importantes de esos orientales, es cuestión de que contactes con ellos para obtener los codiaciados objetos.
ResponderEliminarDitifet.
Behemoth, una de las cosas buenas de Moscú es que se puede hacer de todo. También es una de las malas.
ResponderEliminarY los vecinos estaban invitados. En cuanto a los que van de gorra, es el peaje que los falleros tenéis que pagar por ocupar la calle una semana, supongo.
Ditifet, es que los chinos no hacen ruido. Como Behemoth seguro que sabe, un masclet es lo mínimo.