lunes, 5 de octubre de 2009

A paseo (II)

Salí a la playa de la isla de las Liebres, que tantas veces había pisado en mis visitas anteriores. Una pareja de turistas algo despistada, que caminaba por allí un poco a la aventura, me preguntó si había salida más adelante para entrar a la fortaleza, y yo les dije cómo podían hacerlo.

La primera vez que había aparecido por allí había sido guiado por Miguel, que era un guía intuitivo, pero poco eficiente. Le gustaba San Petersburgo por ese embrujo que tiene una ciudad que desafía al sentido común y que en verano, incluso en sus peores momentos (y 1994 era uno de sus peores momentos), hace perder la noción del tiempo y sumerge al viajero en una sensación de irrealidad que la luz permanentemente crepuscular de las noches blancas no hace sino subrayar una y otra vez. Pero Miguel no era capaz de distinguir,por ejemplo, a Pedro I de Nicolás II. Su incultura básica, disimulada con ahínco, pero patente a la segunda pregunta, no le impedía apreciar de alguna manera, siquiera intuitiva, lo que tenía junto a él.



Mientras cruzaba el puente que me dejaba en la isla Vasilievsky y rodeaba las columnas rostrales, dejando a un lado la Bolsa, me venían a la cabeza las distintas etapas de mi verdadero aprendizaje de San Petersburgo, casi siempre posteriores a un viaje. De cómo tuve que aparecer vestido de rockero para hacer un estudio de precios de soportes musicales sin que se notara mucho, hecho que aproveché para recorrer Kamenny Ostrov pasando inadvertido y flipando con las casas que había allí, o para patear Nevsky una y otra vez, o para colarme en el cementerio de Tijvin, eludiendo a los mendigos que pedían limosna a la entrada de la lavra de Alejandro Nevsky y descubriendo las tumbas de los protagonistas de las letras clásicas rusas que venía admirando desde mi adolescencia.



Tras cruzar el puente del Palacio, allí estaba otra vez la catedral de San Isaac, y frente a ella la estatua ecuestre de Nicolás I, cuya silueta quedaba dibujada contra el cielo por la luz cada vez menos eternamente crepuscular que pintaba la ciudad de un azul más y más oscuro.

A partir de ahí, el callejeo perdía un destino fijo, como posiblemente no lo tenía Rodión Raskolnikov mientras maquinaba su crimen, pero, gracias a Dios, sin llegar a las mismas consecuencias que el protagonista de "Crimen y castigo". El canal Moika, el canal Griboyedov, la catedral de Kazán, la avenida Nevsky, la casa Singer...



La casa Singer es uno de esos lugares especiales. Reconvertida en la mejor librería de toda Rusia, fue visita obligada mía en todos los viajes a San Petersburgo, desde los tiempos en que no podías pararte a examinar un libro de ajedrez sin que un puñado de espontáneos famélicos te ofreciera todo tipo de literatura ajedrecística, sin duda sacada de sus propias bibliotecas y muchas veces irremediablemente atrasada.

Los espontáneos, afortunadamente, ya no pasan tanta hambre como para hacer guardia en la casa Singer al acecho de algún jugador deseoso de ampliar su biblioteca. En todo caso, la casa Singer conserva un aspecto impecable, que ahora realza la cafetería que se han montado en el primer piso, con unos horarios impensables para cualquier librería española y que permite cenar y comprar libros de manera prácticamente simultánea.

Un poco más allá se encuentra la plaza de las Artes, con su estatua de Pushkin y, mirando hacia la Nevsky, el palacio Mijailovsky, sede principal del Museo Ruso.



San Petersburgo cuenta con un número impresionante de museos, entre los que el más conocido es con mucho el Ermitage. En mis primeros viajes, solía pasar por allí todo el tiempo que podía, hasta que un buen día, en lugar de en el Emitage, entré en el Museo Ruso. Ya no volví a entrar en el Ermitage. Desde entonces, se lo dejé a quienes me acompañaban en cada caso, mientras que yo, a la chita callando, me daba una vuelta por el Museo Ruso, con muchísima menos gente (y, sobre todo, menos turista ruidoso) y una impresionante colección de pintura rusa, desde iconos del siglo XIV hasta la antesala del realismo socialista.

Y ya tocaba la hora del retorno, no sin antes...



... dar un saludo postrero a Nicolás I con el fondo del pálido crepúsculo de la plaza de San Isaac. Su padre es mi emperador favorito, pero el hijo tampoco estaba mal, ni mucho menos.

Y ya nos acercamos al final, pero a este serie de la capital del Norte todavía le queda una entrada. Eso sí, menos nostálgica.

3 comentarios:

  1. Siempre ha sido un enigma para mí por qué llegó al poder el zar Nicolás I. Ya que lo has mencionado (y aprovechando que el Tajo pasa por Toledo, la verdad) te pregunto si tú sabes algo de ese tema. Lo único que sé es que después de la muerte de Alejandro I, el gobierno ruso estuvo negociando durante varios meses con Constantino su renuncia al trono en favor de su hermano Nicolás. En ningún sitio he visto ninguna explicación del porqué de esa negociación y por qué no podía ser Constantino el zar. Sí sé que en 1812, al producirse la invasión francesa, Constantino era uno de los partidarios de no enfrentarse a Napoleón y de llegar a un acuerdo para que retirara su ejército de Rusia, pero no creo que eso fuera el motivo de descalificarle para el trono.
    Saludos

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  2. Mola k te kagas la ciudad nano estrategikamente mola ke flipas x el echo de ke tengo entendio ke es el uniko puerto de rusia k n se kongela y tal
    ademas es preciosa m nkantan las ftos, gracias por subirlas tio, te kurras muxo el blog te lo agradezko d vdd

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  3. Fernando, la cuestión principal es que Constantino no quería ser emperador. En 1819, en unas maniobras, Alejandro I ya le dijo a su hermano Nicolás que el sucesor iba a ser él. De todas formas, cuando Alejandro I murió, el 27 de noviembre de 1825, Nicolás se apresuró a ponerse a disposición de Constantino. No fue hasta el 16 de diciembre que Nicolás I comenzó a recibir los juramentos de fidelidad de los distintos estamentos del Imperio.

    Eso nos lleva a dos cuestiones, pero, aprovechando que la cosa va a ser un poco más larga, y que el Tajo pasa por Toledo ;), le dedico una entrada en exclusiva.

    Bejemote, San Piter mola mazo, xro n s el uniko puerto de Rusia k n s kongela. Hay puertos inkluso n l Artiko k stan abiertos todo el año, komo el d Murmansk, hasta dond alkanza l corriente del Golfo. D hecho, l puerto de Murmansk lo hicieron xra mandar papeo y armas a los rusos kuando kombatian en la primera guerra mundial kontra los alemanes.

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