Me encanta San Petersburgo. No es que me guste, es que realmente me encanta. Y me encanta especialmente ahora, en estas fechas en que el otoño se adelanta y convierte a la ciudad en una paleta multicolor de rojos, amarillos y verdes diversos, mientras comienza a hacer un biruji que ya da a entender lo que nos espera y vendrá después.
Sin embargo, en esta bitácora San Petersburgo ha aparecido muy poco para lo que se merece. Todo ha sido una crónica rescatada de un viaje que tuve que hacer años ha con Kukoc y su tropa, y algunas entradas (alrededor de, por ejemplo, ésta) derivadas de mi última estancia allí, hace exactamente dos años y con la bitácora ya en marcha. Muy poco para la que es una de las ciudades más bonitas que he visitado, si no la que más, y que marca un contrapunto bastante impresionante con Moscú, una ciudad donde la gente está mucho más nerviosa y donde los monumentos antiguos están rodeados de horrores modernos (a veces los rodean en sentido estricto) que la hacen deslucir bastante. San Petersburgo no. San Petersburgo tiene tanto edificio antiguo que rescatar que nadie ha logrado edificar adefesios a su alrededor.
Para paliar esta falta, y visto que las bitácoras en español que se escribían desde la capital del Norte están paradas, cuando no difuntas, y aprovechando que por mi parte un nuevo viaje (el decimoséptimo, por cierto) está en marcha, me propongo darle algo de cancha a la ciudad. La he visto cambiar mucho en los quince años largos que median desde mi primera visita hasta la actual, y además la he visto cambiar para bien. Desde 1994, fecha de mi primera visita, en que, fuera de los edificios más principales, aquello era un conglomerado decrépito de edificios tan preciosos como abandonados, ha ido mejorando mucho. Primero empezó por maquillarse, reparando las fachadas de los edificios, aunque dejando lo que había detrás tan descuidado como había estado; en 2003 celebró su tricentenario y, al menos, lo hizo con la epidermis en bastante buen estado, aunque los órganos interiores dieran pena. Pero es que en los últimos años, indudablemente beneficiada por el hecho de que Presidente y Primer Ministro sean hijos de ella, también los órganos interiores están comenzando a recuperarse, hasta el punto de que en el último viaje ya estoy pudiendo observar patios interiores con excelente aspecto y que, a diferencia de mis primeros viajes, no invitan a salir corriendo tapándose la nariz.
Pero, de momento, vamos a ver qué ocurre al llegar al hotel, después de un viaje que, aunque no es muy largo, es bastante tedioso e invita a una buena ducha y una sesión de aseo general. Pero eso queda para la próxima.
podrias hablar de restaurnates y bares en msocu k un amigo fue y se parito el kulo alli
ResponderEliminarSiempre me ha llamado mucho la atención el empeño de construir en marismas, con los esfuerzos titánicos que acarrearía por esas épocas. ¿Quizás influyó la necesidad de control en la salida del Onega?
ResponderEliminarDesde luego el resultado de situar la ciudad envuelta en agua es muy estético, si bien parece que la movilidad nocturna sobretodo, no viene a ser su fuerte.
(muy curioso lo del primer comentario de esta entrada, no tanto por el afán de buscar bares como por el de ir a partirse el culo al paralelo 60ºN)
Behemoth2, ¡lo siento! Voy muy poco por restaurantes y prácticamente nunca por mares. Reconozco que los hay muy divertidos, pero quizá sería bueno saber qué le hizo tanta gracia a su amigo de usted.
ResponderEliminarCid6cuerdas, efectivamente el sitio era pésimo para vivir (ahora ha mejorado mucho), pero estratégicamente es una joya tremenda, defendida por una isla en el fondo de una bahía. En aquellos tiempos belicosos en los que se fundó, meter una cuña al lado mismo del territorio sueco debía ser importante. Y, de paso, Pedro I aprovechó para crear una ciudad a su imagen y semejanza.